German Saldarriaga Del Valle* N un extremo del Valle de AburrA, re-
’ costado en las montajfias antioquefias
y no lejos de Medellin, se encuentra el
pueblecito de La Estrella, tierra de paz, de gen-
te laboriosa, honrada a carta cabal, seria y bon-
dadosa. Alli, el 31 de enero de 1895 fue bendeci-
do el hogar de don Juan Criséstomo Saldarria-
ga y dofia Benicia del Valle con el nacimiento
de un nifio, a quien pusieron por nombre Ger-
man. Y continuaron las bendiciones, asi: Elvi-
ra, nacié en 1896; Jorge, en 1897; Daniel, en
1899; Horacio, en 1900; Ernesto, en 1902; Mar-
garita, en 1903; Alfredo, en 1906; Rowerto, en
1908; Elena, en 1909; Gonzalo, en 1910; Marta,
en 1912; Jaime, en 1913; Luis Carlos, en 1914 y
Juan Criséstomo, en 1915. Fue, pues, la de don
German Saldarriaga del Valle una tipica fami-
lia paisa. Y, si después de Juan Criséstomo no
hubo mas nifios, se debié a que Juan Crisésto-
mo, padre, murié el mismo dia en que nacid
Juan Criséstomo, hijo.
Jaime, el antepenultimo de los hijos, fa-
llecié siendo muy nifio y fue tanto el dolor de
don Juan Criséstomo, que ord a Dios dicién-
dole: “‘Sefior: si te vas a llevar otro de mis hi-
jos, mejor llévame a mi”.
El Sefior escuché su oracién y poco después
don Juan Criséstomo contrajo una neumonia, la
misma enfermedad de que habia muerto su hi-
jito de dos afios. Estando muy grave ya, el pa-
trén vino a visitarlo, pero no quiso entrar a la
habitacién, pues le daba ldstima verlo tan pos-
175trado, y le mand6 preguntar que cémo se ter-
minaba de producir una sal que habia en la
drogueria. Pero en la casa era tanta la confu-
sién y tan tremenda Ja angustia, que no se acor-
daron de sal ninguna. Cuando el enfermo en-
tré en agonia, decia algo asi como “Don Ro-
berto... ya me acuerdo... cémo es que se cris-
taliza... esa sal”. Y afiadia palabras poco inte-
ligibles para los presentes, que las atribuian
a delirio y no le dieron importancia. A poco
muri6, a la edad de cuarenta y siete afios.
Con la conmocién causada por su muerte y
su entierro, dofia Benicia, que ya no tenia dia
fijo para el alumbramiento, dio a luz al me-
nor de sus hijos; éste nacié malito del cora-
zon y vivid muy corto tiempo.
El dia en que murié el padre, el joven
German tenia 20 afios, y se vio de la noche a
Ja mafiana de jefe de hogar, de una familia
con dieciséis personas “qué sostener y qué
educar...”. La madre, mujer de gran fe, decia
que jamas dud6o de que Dios le ayudaria.
German sédlo podia contar con su sueldo.
En ese momento de angustia vino a visitarlos
don Roberto Restrepo, el administrador de la
Drogueria Central y les dijo: “El puesto de
su papa es de ustedes; jsabemos que lo nece-
sitan!... Es del que se sienta mas indicado
para reemplazarlo en la Drogueria...”.
Todos se miraron unos a otros. Mas tarde,
cuando se hubo retirado don Roberto, German
les dijo: “Ese puesto hay que recibirlo. Es
una limosna que nos dan, pero no estamos en
condiciones de rechazarla...”.
176wR
Jorge, el mayor de los hijos hombres des-
pués de German, estaba a la sazén estudiando
“dentisteria”. Posiblemente con algtin saca-
muelas, pues no habia en Colombia escuela de
odontologia. Y una noche sofié que el papa le
mostraba en Ja drogueria una pieza con unas
canecas enormes IJenas de un liquido muy ra-
ro...; habfa una escala de mano recostada a
la estanteria... y el papa le decfa: “Suba por
la escala y... alla arriba encuentra un fras-
quito... que tiene un papel blanco...: coja
ese frasquito... écheselo a las canecas y re-
vuelva bien. . . muy bien. . .; pero no con la ma-
no, jno vaya a meter la man revuelva con
un palo. .. hasta que se cristalice esa sal...!”.
En la drogueria se habia pensado que se
malograria la sal, lo cual constituia una pérdi-
da valiosisima; y como no sabian en qué etapa
iba el proceso, no se atrevian a hacer nada, por
temor. Ya se habian resignado a perder toda
esa materia prima, cuando fue entrando Jorge
y llegé directamente hasta la pieza de las cane-
cas, trep6 por la escala y tomé el frasquito;
bajé y eché alguna cantidad a una caneca; re-
volvi6 con el palo de una escoba y rapidamente
el producto empezé a cristalizar. Jorge cayé
desmayado. jLa materia prima estaba salvada!
La alegria de los sefiores duefios fue muy gran-
de, pero no acababan de entender cémo era
que don Juan Crisdéstomo habia dado instruc-
ciones a Jorge desde ultratumba.
A la siguiente noche Jorge sofié otra vez.
El padre levanté ante sus ojos una tabla del
mostrador, a la que le faltaba un clavo: a su
177vista aparecié un hermoso embudo de cristal.
Y su padre le decia: “Este embudo es muy cos-
toso y da mucha lidia conseguirlo: yo lo escon-
di alli para que nadie lo cogiera para otros me-
nesteres... y lo fuera a quebrar...”.
Al dia siguiente Jorge Ilegé a la drogueria
y se dirigié sin vacilar a un rincén del mostra-
dor, levanté Ja tabla y sacé el embudo. Inme-
diatamente los sefiores le preguntaron cémo
habia dado con él.
—Sofié con mi papa..., jotra vez!
—iUsted es el escogido para el puesto de
su papal...
Lo mismo dijeron en la casa. Pero se pu-
sieron nerviosisimos con lo de los suefios mis-
teriosos y resolvieron, de comun acuerdo, no
ir a decirle nada a la pobre dofia Benicia, que
estaba de dieta y debfa guardar los cuarenta
dias de cama que prescribia la dura tradicién.
¥Y le escondieron hasta que, mas adelante, ella
lo supo. Y apenas dijo: —Bobos, ¢por qué me
esconden?... si yo no he dudado un minuto
de que Juan Criséstomo nos est4 ayudando
desde el cielo!...
Desde muy chiquitin el nifio German te-
nia sus industrias de juguete y su comercio en
miniatura. Si, sefior: se iba a la farmacia y con
una monedita de uno 0 dos pesos, (infimo valor
acufiado) se compraba un poco de acido tar-
tarico que luego mezclaba con azticar, compra-
da también en una farmacia; la deliciosa mez-
178cla se empacaba luego en cucuruchitos de pa-
pel en forma de conos agudisimos, y aqui te-
nemos ni mas ni menos que el delicioso mini-
sicui, que hoy en los afios 90 del siglo veinte,
viene de los miamis, tefiido de colorinche co-
mo pelo de gringa y, con un nombre tefiido de
inglés, se vende, no a centavo el cucuruchito, si-
no a centenares de pesos. .. Y también fabrica-
ba con sus hermanitos el delicioso cofio: harina
de maiz tostado, con azticar pulverizada; el em-
paque, igual al de minisicui. Pero con esto ga-
naban su platica y aprendieron a manejarla:
de cada saca de sus productos, quedaba una
utilidad, s{: pero debian guardar dinero para
volver a comprar materias primas. Y sentian
también la enorme satisfaccién de decirle de
cuando en cuando a Dofia Benicia o aun al
padre: “aqui tiene. Yo le regalo”. Y Je exten-
dian una monedita de diez centavos, de plata.
“¢De dénde los sacé?”. “;Yo me los gané!”. Es-
to, en un nifio de escuela, jes sensacional!
ke
La casita donde vivian en La Estrella era
en realidad una finquita campestre con todo y
un hermoso nombre: “Pinar del Rio” y, en
verdad, quedaba cerca del rio Medellin en cu-
yas aguas frescas, purisimas y cristalinas los
muchachos se bafiaban, pescaban sabaletas,
esa briosa sabaleta que brinda tanta lucha y
tantas emociones al pescador como deleite al
gourmet que tiene la fortuna de paladear su
carne.
Por esa época don Juan Criséstomo era
maestro de escuela. Y dofia Benicia, que era
179industriosa, aguda y muy ejecutiva, tuvo un
dia la idea de sembrar de maiz los campos
hasta entonces no utilizados por ellos. Y con-
trat6 con un mayordomo la siembra. El trato
que se hizo fue que dofia Benicia ponia la
tierra y la semilla y el campesino sembraba,
desyerbaba y cogfa la cosecha y partian por
mitades.
Asi fue.
Germancito era en aquel entonces un nifio
de unos siete afios de edad, cuando vio que su
madre y el mayordomo empezaban a partir la
cosecha en dos montones. El hombre iba co-
giendo mazorca por mazorca y aventaba una
hacia la derecha, una hacia la izquierda. Dofia
Benicia pronto advirtié que las mazorcas mas
lindas iban a parar al montdén de la derecha
pero no dijo nada y cuando la reparticién es-
tuvo hecha, el mayordomo declaré:
—jListo! Ya estan los dos montones igua-
litos... El] de la izquierda es el suyo y el de la
derecha es el mio.
—cY esos montones si estaran iguales?
—lInterrog6 dofia Benicia, haciéndose la boba.
—Claro que si, sefiora.
—Entonces usté por qué dijo que queria
el de la derecha?...
—No... Es un decir... Pero me da lo
mismo el uno o el otro.
—Pues si le da lo mismo el uno que el otro
—dijo con firmeza dofia Benicia—, jyo me que-
do con el de la derecha!
180Germancito y dofia Benicia comentaron
luego la ventaja que les habia querido echar
el campesino y asi el nifio recibié una Jeccién
clara, firme, prdctica, que le quedé grabada
con fuego en la mente y que, ya de hombre,
fue decisiva para la realizacién de sus gran-
des suefios de industrial o de comerciante.
La nifiez de don German fue, en lo demas,
muy parecida a la de todos los nifios antioque-
fios: estudiar, hacer mandados, ayudar en pe-
quefias labores domésticas, montar a caballo,
fabricarse sus propios juguetes, desde cometas
y globos, hasta mufiecos, pistolas, caucheras
para matar pajaritos, amén de hacer anillos
de algarroba, coger frutas de los arboles y an-
dareguear por el pueblo descalzo, sin mas ro-
pa que una camisita y un pantalén corto, a
veces una gorra y una jiquera colgada al hom-
bro para llevar sus cosas. Por esa época, fuera
de trabajar y rezar, no habfa en qué entretener
el tiempo: no existian atin el cine, la radio, la
televisién; las escasas revistas Ilegaban a ma-
nos mas escasas aun; y en La Estrella, a casi
ninguna; compafiias de teatro, a una que otra
llegaba, pero no a La Estrella, sino a Medellin,
y el viaje de La Estrella a Medellin, en verano,
era de md4s de medio dia y en invierno podia
ser de dia entero. De suerte que en el pueblo
eran contadas las personas que habian visto
una compaiiia de teatro. Sainetes, si; en las
calles y en la plaza, por los dias de diciembre
0 el seis de enero, dia de Reyes. Pero German
y sus hermanitos habian ofdo descripciones de
las corridas de toros, y montaron sus propias
corridas con conejos y curies, con un gatico,
un gallo y otros animalitos caseros: pulieron
7 A PINTUCOI§1 4.
come LOTBC 81el espectaculo y cobraban dos centavos por la
entrada.
El primero de marzo de 1910, a los quince
afios de edad, German empez6 a trabajar en
Ja Drogueria Central, gandndose Ja suma de
cinco pesos mensuales, cantidad aparentemen-
te ridicula, pero que mejoraba sustancialmen-
te los ingresos de la familia, de suerte que no
dejaba de ser emocionante el ver que el chi-
quillo Ilegaba con su primer pago y lo depo-
sitaba en manos de misia Benicia. A ella, emo-
cionada, se le encharcaron los ojos y abrazé a
su hijo mientras murmuraba una bendicidén.
El muchacho cay6 bien en la drogueria:
todo el personal lo apreciaba por sus muchas
cualidades: era buen mozo, delgado y alto, de
trato amable y cortés y una especial vocacién
de servicio. A pesar de estar en la edad en que
los muchachos son el diablo, German era serio,
trabajador y de un agradable trato para con
sus superiores y sus compafieros de trabajo.
Era tan serio y responsable, que lo fueron as-
cendiendo de mensajero a ayudante de con-
tabilidad, a ratos; y a ratos encargado de des-
pachos, ademas del prestigioso oficio de tode-
ro, tradicional en las empresas antioquefias.
Cuando por fin lo nombraron cajero, su
sueldo se habia mds que cuadruplicado y al
ser promovido a la nueva posicién, de tanta
responsabilidad, se le dio un nuevo aumento.
Pero él no estaba contento con lo que ganaba.
Queria mas. Necesitaba mas, pues en realidad
182no eran para él esos ingresos, sino para una
numerosa familia.
Don Juan Criséstomo, que habia sido”
maestro de escuela en La Estrella, dejé su ofi-
cio y se traslado a trabajar y a vivir con toda
su familia en Medellin. Dejaron a “Pinar del
Rio” y compraron una modesta casita. Esta_
importante decision la habia consultado con
varias personas de la familia, incluyendo a An-
tonio, el hermano de Juan Criséstomo, quien
era también maestro de escuela y lo siguié
siendo toda la vida; incluso Ilegé a obtener el
hermoso titulo de ‘Maestro de la Juventud”.
A la muerte de don Juan Criséstomo re-
cay6 sobre German toda la responsabilidad de
sostener ese familién. Habl6 con los sefiores
de la Cacharreria y pidié aumento; ellos opi-
naban que German estaba bien pagado. Ger-
man lo pensé, y vio que ello era cierto. Enton-
ces habl6 de nuevo con los patrones y les pidid
que lo pasaran a trabajar como vendedor, para
salir a tomar pedidos y ganar comisién.
Por aquel entonces las Droguerias de Me-
dellin eran en realidad grandes importadores
y mayoristas, no sdlo de toda clase de drogas,
sino también de cacharros y utensilios de tra-
bajo y de hogar. German, como cajero, se daba
cuenta de que los vendedores ganaban mucho
mas que él, lo cual no le producia envidia,
pero si despertaba los deseos de ganar él tam-
bién (¢por qué no?), una buena suma.
Pero los duefios de Ja drogueria no acep-
taron.
183—Usted es un gran cajero —le dijeron
en otras palabras—. Y no vamos a perder un
excelente cajero para improvisar un vende-:
dor...
Pasaron los dias y German volvié con su
tagarnia: necesitaba ganar mas. El comprendia
que debia seguir como cajero: pero... ¢por
qué no lo dejaban salir con un muestrarie a
visitar el comercio, luego de que terminara-su
jornada habitual, es decir, a las cuatro de la
tarde? En vez de irse a su casa a comer, sal-
dria a visitar comerciantes, a tratar de vender
mercancia para obtener una segunda entrada,
que necesitaba urgentemente. Los duefios de
la cacharreria no creyeron que fuera a vender
mayor cosa, pero ya se sentian mal en el papel
de aguafiestas y por tanto, aceptaron.
Esa misma tarde se quedé German en la
cacharreria separando objetos de aqui y de alla
hasta completar un bonito muestrario y arre-
glando listas de precios, que habia que hacer
a mano, con pluma y tinta; sacé listas de clien-
tes, indicando los que tenian facturas pendien-
tes y en fin, se armé con todo lo necesario.
Pocos dias después salié a vender: y alli fue el
soltar ese admirable don de gentes, esa desbor-
dante simpatia, ese afan de servicio, esa labo-
riosidad infatigable. Y desde el primer momen-
to dejé ver, sin lugar a duda alguna, su correc-
cién a toda prueba: para vender, jamds exa-
geraba, jamds mentia; pensaba al mismo tiem-
po en hacer sus ventas y en asesorar a sus
clientes, de modo que los pedidos quedaran
bien hechos para ambas partes.
184A poco tiempo ya tenia su propia clientela
que lo queria y lo esperaba para hacerle sus
pedidos. El éxito fue tan grande en ventas, que
pronto la cacharreria buscé un buen cajero
y dejo a German libre con sus muestrarios.. .
Todo marchaba viento en popa para Ger-
man y, por ende, para la familia Saldarriaga.
Gracias al trabajo del joven y al de Jorge, sus
hermanos y hermanas podian asistir al colegio,
vestir con dignidad, y departir socialmente.
Varios, incluido Germany tenian sus noviecitas.
kee
El apellido Saldarriaga es vasco, y de los
vascos conservan los Saldarriagas la elevada
estatura, la nariz recta y grande, las mejillas
sonrosadas que hacen a las mujeres de esa fa-
milia atin mds hermosas y a los hombres les
da un cierto aire de tierra fria, como si vivie-
sen en Rionegro, Sonsén o Marinilla: tan
blancos y sonrosados son. Y del vasco también
les vienen virtudes muy apreciadas como la
honradez, la religiosidad, el apego al terrufio
y el coraje para correr riesgos calculados. Todo
iba a las mil maravillas para la familia. Hasta
que en el afio de 1918 a don Nicanor Restrepo,
se le metié en la cabeza comprarse la Drogue-
ria Central.
Y fue hasta que la compré.
En el inventario de la Drogueria (15 de ju-
lio, 1918) figuran millares de articulos, tanto
de farmacia, como de cacharreria. Aparecen
cosas curiosas como: el escritorio de don Ger-
man, en $ 10.00; taburetes grandes a diez cen-
185tavos y chicos a cinco; Ja maquina de escribir,
“Remington”, en trescientos pesos; aros para
anteojos, a cincuenta centavos; aros para an-
teojos, de oro, a dos pesos; anteojos para biz-
coz, a diez centavos; para miopes, a peso; para
cataratas a cuarenta centavos y para présbitas
a veinte centavos. Un centimetro ctibico de co-
caina vale treinta centavos, los espejitos con
tapa (necesidad de harrieros) a la-fabulosa su-
ma de ochenta centavos. Figuran también die-
ciséis botellas de gasolina (jojo!) a veinte cen-
tavos cada una.
Para el joven German esto fue un golpe
tremendo, porque él, después de afios de lu-
cha, ya estaba ganando uno de los sueldos mas
grandes que se pagaban en la Antioquia de la
época: quinientos pesos mensuales. Era tan al-
to, que el Gobernador del Departamento no
ganaba sino trescientos veinte.
Inmediatamente se hizo el negocio, Ger-
man quedé en la calle. En aquel entonces no
habfa cesantia, ni preaviso, ni vacaciones pa-
gadas, ni ninguna de las prestaciones sociales
que hay hoy. De suerte que al dia siguiente
German se levanté y se fue a visitar clientes
y amigos para ver en qué forma se podia ga-
nar una comisién mientras le resultaba pues-
to. Que no se hizo esperar, pues el joven ya te-
nia fama en Medellin por su competencia, ca-
ballerosidad y espiritu de servicio. Antes de
un mes ya lo habian llamado de varias partes
y él se inclin6é por la empresa de Pablo Lalinde
y Cia. Tenian estos sefiores una ferreteria co-
nacida como Almacén Americano y una Cacha-
rreria con el nombre de Antioquefia. El puesto
186que le ofrecieron era manejando la seccién de
“varios” de ésta. Varios incluia todo, con la so-
la excepcién de las drogas.
Entonces, y como estaba muy enamorado
de su novia, la dulce Emmita Duque, hija del
arquitecto don Antonio Duque, muy famoso
por la construccién de varios de los edificios
mas bellos de Medellin, decidié casarse, y asi
lo hizo el 11 de noviembre de 1920, en la igle-
sia de San José.
Luego de Ja boda los novios se fueron a
una finquita a pasar su luna de miel, como es
Ja tradicion paisa. Lo que si no figura en la tra-
dicién de ningtin pueblo es lo que hizo Ger-
man: se llevé consigo a sus hermanitos meno-
res: Martica y Luis Carlos. Para los chiquillos
aquellos fueron unas vacaciones a lo rico, fe-
lices e inolvidables.
eK
Trabajé el joven con tal entusiasmo y em-
pefio, que pronto se vieron los resultados y Ile-
g6 el momento en que don Pablo Lalinde due-
fio de la Cacharreria Antioquefia, le ofrecié ha-
cerlo su socio. A los dos o tres dias de hecha
la sociedad. . .
iEstall6 el pavoroso incendio del 29 de Oc-
tubre de 1921! Y estallé en la misma cacharre-
rfa o en uno de los locales contiguos y pronto
se extendié hasta cubrir toda la manzana situa-
da frente a la iglesia de la Candelaria, (en esos
dias catedral) cuyas campanas tocaban a reba-
to anunciando la desgracia; la gente acudié
presurosa con baldes, tarros y hasta ollas gran-
COMPARTA PINTUCO 3%
BIBLIOTECAdes; pronto se organizaron filas para pasar las
vasijas, ya vaca hacia la fuente, ya Ilenas de
agua hacia el fuego. Habia gran excitacién. To-
des trataban de salvar lo que pudieran. Fue
tan tremendo el incendio, que desde entonces
se hablé siempre del “incendio de Medellin”.
La manzana entera ardié. La Drogueria Antio-
quefia, situada sobre la calle Colombia, fue
de las primeras en quemarse. Jorge bregaba a
apagar tirando baldados de agua desde un se-
gundo piso; en una de esas se desprendié y lo
lograron agarrar en el aire; ;jpor poco se mata!
Los edificios destruidos eran de tapias,
tablas en los pisos, techos de cafiabrava y teja
espafiola. Sélo las tapias quedaron en pie, y
el edificio de la Tipografia Bedout, en cuya ca-
ja fuerte se salvaron los libros de contabilidad
de don Félix de Bedout, sus documentos y va-
lores. Desde esa fecha a don Félix lo llamaron
muchos Mister Marvin, por la marca de la caja.
En pleno incendio, German luchaba por
ir sacando mercancias para salvarlas. Habia
en el piso una gran caja de madera, con cu-
biertos de plata. Al ver que Ilegaba Julian Uri-
be Gaviria, un mocetén fuerte como un toro,
German le sefialé la caja y le pidié que la sa-
cara. Julidn la levanté y salié con ella a depo-
sitarla en el local del frente. Pasados varios
dias lleg6 German a reclamar la caja: alli es-
taba en el mismo sitio en que la habia dejado
Julian Uribe, que ahora acompajiaba a Ger-
man; el asunto era sacar la caja a la acera,
para transportarla a una bodega. El joven fue
a alzarla pero pesaba tanto que no pudo ni mo-
verla. Don Nicanor trajo un jayan a que ayu-
188dara, pero entre los dos tampoco lograron le-
vantarla; fue preciso llamar dos hombres més,
y apenas entre los cuatro la pudieron sacar a
la acera.
Esta anécdota la comentaron mucho como
cosa increible: ¢qué fuerza logré que, en la an-
gustia del incendio, hubiera podido Julién Uri-
be Gaviria, mover la caja y cruzar la calle con
ella, hasta depositarla en el local del frente, sin
ayuda de nadie?
Julién Uribe Gaviria fue capitan del ejér-
cito de Chile y del de Colombia, Gobernador de
Antioquia en 1932 y designado a la Presidencia
de la Republica. Era hijo del general Rafael
Uribe Uribe. Gozé siempre de gran simpatia
por su prudencia y sencillez.
eR
Al dia siguiente German amanecio otra vez
sin empleo, sin sueldo y sin dinero. Con suefio
porque no habfa dormido en toda la noche y
con un terrible cansancio.
éY ahora, qué? El reloj, implacable, se-
gufa marchando y habia que seguir compran-
do mercados para las casas; habia que mante-
ner prendidos los dos fogones, como decian
los paisanos. German qued6 en la calle: hasta
ayer trabaj6, hasta ayer se le paga.
Por eso, al dia siguiente del incendio Ger-
man estaba preocupadisimo y sin saber qué
hacer, a quién acudir, cémo salir de tan terri-
ble atolladero... Estando en casa de su ma-
dre, se tiré a descansar en una cama. Inmedia-
189tamente se ordené a los chiquillos que hicie-
ran completo silencio. Y cuando al rato se le-
vanté German, a la perspicacia de dofia Beni-
cia no se le escapé que su hijo no habia dor-
mido: habia llorado. Y, con dulzura, le dijo:
—Germancito, m’hijo. Yo he estado pen-
sando que estas son pruebas que manda Dios
... y que hay que recibirlas con alegria... Si,
German, con alegria, porque el Sefior escribe
derecho con renglones torcidos. —Levanté la
cabeza de la costura en que trabajaba, miré a
su hijo a los ojos, y siguié: —Todos en la casa
vamos a rezar por su merced, y vera lo bien
que nos va.
Al dia siguiente, Emmita le dijo a su es-
poso:
—German: anoche tampoco dormiste. Es-
tas demasiado preocupado y no quiero ver-
te sufrir asi. Yo creo que ya te llegé la hora de
lanzarte a trabajar independiente. . .
—jQué mas quisiera yo, mi amor! —res-
pondié Germdn— pero no tengo ningun capi-
tal con qué empezar. No tengo nada, j...nada!
—Al contrario —dijo Emmita—. Lo tienes
todo: juventud, juicio, salud, habilidad, diligen-
cia... todo el mundo te aprecia...
—Gracias, mi amor, gracias. Pero... no
tengo ningtin dinero... y...
—jYa! —interrumpié Emmita—. Tu sa-
bes que no tengo sino esta casita, herencia de
mi padre. Ojala tuviera dinero para entregar-
telo todo. Pero en esta casa podemos conseguir
algo prestado...
190—jNo, no, no, no! —Se apresuré Ger-
maén—. Ni riesgos, mi amor. ¢Hipotecar tu
casa, la herencia de tu padre y arriesgarnos a
perderla? {Eso nunca!
Emmita insistia. German se negaba y adu-
cfa mil razones. Hasta que, finalmente, Ger-
man acepto.
, Pero el dinero no alcanzaba...
Poco después, dofia Benicia le sugeria que
comprase las cenizas del incendio. Vale la pe-
na inspeccionar y ver si quedé mercancia con
algtin valor. En un pueblo tan pobre todo te-
nia valor... ¥ cuando se llegé al punto de ha-
blar de plata, dofia Benicia le ofrecié que hi-
potecara la casa, que ella tenia plena confian-
za de que le iria bien...
—No, mama; ni riesgos. Cémo voy a
arriesgar yo la casa de mi papa, la herencia
de mi papa para todos nosotros.
Nueva discusién y por fin, German cedié,
al cabo de mucho hablar. Hipotecé las dos ca.
sas: la de la madre, en la calle Ayacucho, arri-
ba; y la de Emmita, en la calle del Peri, lle-
gando al Palo. En ellas, la Mutualidad Nacio-
nal le presté la suma de cinco mil pesos oro,
con un interés mensual del uno y medio por
ciento. German estaba contento, pero asusta-
do. El capital no le parecia suficiente. Y el prin-
cipalito de él era muy exiguo para un negocio
de ventas al por mayor... Por lo cual, pensé
en crear una sociedad.
Pero ya German habia seguido el consejo
de dofia Benicia y habia ido a caminar sobre las
ruinas del incendio, atin humeantes. A él lo
companta PIntoco 89
BIBLIOTECAdejé entrar la policia, dado su cardcter de ex-
administrador y socio de uno de los negocios
quemados. E] vio que habia mercancia resca-
table, escarbonando un poco. Y répidamente
negocié las “cenizas”. En seguida puso un ca-
rretillero a llevar viajes de cajas y huacales se-
miquemados a la casa de dofia Benicia y de-
saté el clan Saldarriaga a sacudir, limpiar, la-
var, arreglar, y separar por orden platos, va-
jillas, charoles, cubiertos, espejitos, bolas de
cristal, jarras, pocillos loceados, bacinillas,
poncheras, baldes, ollas, machetes, picos y pa-
las, barberas y navajitas de bolsillo, y centena-
res de chécheres mas. Habia muchas cosas to-
talmente perdidas; otras, simplemente man-
chadas, y atin otras casi perfectamente sanas.
Los muchachos y muchachas trabajaban ale-
gres y reian al ver hachas con el mango a me-
dio quemar, jarras, botellas y vasos que con
el fuego habian tomado figuras contorsionadas,
navajitas sin cacha, decenas de espejitos fun-
didos en un solo bloque de vidrio, curioso.
La casa de dofia Benicia se convirtié en
taller. Habia que estar barriendo, trapeando y
sacudiendo a cada rato, para que el tizne no
lo invadiese todo.
De las cenizas iban surgiendo cajas de
mercancias limpias, organizadas y reempaca-
jas.
Aun no habia vendido esta mercancia, que
seria muy atractiva para mas de un detallista,
cuando entré en conversaciones con don Emi-
lio Restrepo Angel, un caballero de buena po-
sicién social, distinguido y amable; un socio
ideal para cualquier empresa. Pronto estuvie-
192ron de acuerdo y decidieron empezar a operar
inmediatamente, con un capital de doce mil
pesos, de los cuales German aportarfa cinco y
don Emilio siete.
Lo primero que hicieron los flamantes so-
cios fue pagar las cenizas de la Cacharreria
Antioquia y de otros varios negocios, y proce-
der a legalizar la sociedad. Para lo cual visita-
ron a don Benedicto Uribe, famoso abogado,
muy competente y recto. Este interrogé a los
jOvenes: —Cudnto aportara cada uno? ¢A
qué se dedicara la sociedad? gCuanto nece-
sita retirar cada socio, mensualmente, para vi-
vir?
Los socios iban contestando, pero cuando
lleg6é el interrogatorio al tiempo de duracién
de la sociedad, don Benedicto no sugirié los
veinte o veinticinco afios, como era lo corrien-
te, sino que puso: 6 meses. Y afiadié: “segun
los aportes que hacen y lo que necesita retirar
cada uno, no llegan a los seis meses: ise la co-
men!”.
A pesar de tan estimulantes palabras, la
escritura se firmé pocos dias después: el 26 de
noviembre de 1921. Al mes completico del in-
cendio de Medellin.
El negocio se Ilamé, desde el primer dia,
CACHARRERIA MUNDIAL, como simple dis-
tintivo; pero la razén social fue G. Saldarriaga
Restrepo y Cia. La correspondencia y todos los
documentos se firmarfan asf; y cada uno de los
socios, cuando firmaba en su cardcter de tal
o de funcionario de la empresa, firmaria tam-
bién G. Saldarriaga Restrepo y Cia. Por algo
193era la firma. Pocos dfas después, el primero
de diciembre, lanzaban una circular al comer-
cio de Antioquia informandolo de la creacién
de la compafiia, regular colectiva de comercio,
por escritura publica 947 de la notaria cuarta,
y poniéndose a la orden.
Tan pronto como se hizo la sociedad, pro-
cedieron los socios a estudiar un buen pedido
de mercancia, que en un par de dias enviaron
proveedores conocidos, de Francia.
Y empezaron a trabajar, con gran entu-
siasmo, en su amplio local de la carrera Cara-
bobo entre Colombia y Ayacucho, el mismo
donde habia funcionado por afios la famosisi-
ma, la benemérita y nunca bien ponderada Es-
cuela de Minas de Antioquia; local que, des-
pués de la Mundial, ocupé durante muchos
afios ‘La Pluma de Oro”, una famosa libreria.
La Mundial se propuso desde un principio
atender muy bien a sus clientes, pensando en
serles de utilidad y en recibir utilidades por el
servicio.
Se propuso colaborar con los clientes has-
ta mas alld de su obligacién: muchos clientes
le pedian a la Mundial que les comprara mer-
cancias de otros proveedores y Mundial asi lo
hacia, sin cobrar por ello y asumiendo un ries-
go por dafios o no pago de la factura por cual-
quier causa; no obstante, asi se gané el carifio
de la clientela.
La Mundial se propuso desde un principio
pagar muy cumplidamente. Ya anciano, don
German se jactaba de que jamas se habia pa-
194gado en la Mundial una factura al dia siguien-
te de haberse vencido.
Cuando habia dificultades para mantener
esta norma, como las hubo durante la crisis,
en que la Mundial perdio el cuarenta por cien-
to de la cartera, don German se enfermaba de
hacer fuerza, de sufrir al ver que no iba a pa-
gar..., y de una forma u otra pagé siempre.
En esto fue tan estricto, que una vez echaron
un administrador de una de las sucursales por-
que demoré el pago de una factura, sin nece-
sidad.
Con su proverbial sentido del humor, de-
cia don German: “No presto plata al tres por-
que me dirfan agiotista; la coloco al cinco por
ciento en descuentos de pronto pago y todo el
mundo me llama buenapaga”.
Y sonrefa...
Porque él sonrefa mucho; siempre habla-
ba sonriendo aunque a veces se ponia serio
por un instante, y volvia a sonreir amablemen-
te, mirando a los ojos de su interlocutor. Su
risa era franca, clara, transparente, sin la me-
nor traza de burla o de marrulla.
También desde un principio decidié la
Mundial no vender sino al por mayor, a crédi-
to, y de acuerdo con el sistema antioquefio rei-
nante en la época: sin hacerle firmar nada al
comprador: ni un documento, ni una letra, ni
nada: si creo en su palabra, le fio; y si no, pre-
fiero no venderle.
Cuando don German recordaba que en la
crisis del treinta perdié el cuarenta por cientu
de la cartera, decfa que a otros mayciistas les
195
MPANTA PINTUCO S. Ai
COMP EXOTECAhabia ido peor; y afiadia siempre con énfasis:
esa pérdida se debid a que muchos de nuestros
clientes se arruinaron; no a indelicadeza de
parte suya...
Cuando se abrié la Mundial, Medellin te-
nia unos doscientos dieciocho mil habitantes,
en su mayorfa pobrisimos. Y sélo habia tres
fabriquitas en la comarca: la ‘Fabrica de Hi-
lados y Tejidos de Bello”, que fue la semilla
de la gran Fabricato; la “Fabrica de Tejidos
Cortés Duque”, que manejaba don Jestis Mon-
toya, y la “Fabrica de Fésforos Olano”, de la
cual estaban muy orgullosos los antioquefios,
pues afirmaban que los luciferos paisas podian
enfrentar, serenos, la competencia de las fabri-
cas del mundo, por su calidad y precio. Y pa-
re usted de contar. Nada mas. Habia algunas ar-
tesanias: ruanas, botellas y cerdmicas, herra-
duras, totumas, sombreros de iraca y de cafia.
De suerte que quien quisiera vender mercan-
cias por mayor tenia, forzosamente que im-
portar.
Y don German pensaba y pensaba pensa-
mientos, como decia su amigo Fernando Gon-
zalez, el gran filésofo de Envigado. Y pensaba
que debia haber mucha otra cosita que se pu-
diera traer de Francia o de Alemania; que tal
vez yendo personalmente, podrian conseguirle
mejores precios o mas ventajosas condiciones,
que quizds habia otros proveedores con los
cuales bien valdria la pena comerciar.
Y pens6 en viajar. Lo consulté con Emmi-
ta. Ya tenian hijos. Dofia Emma se manifesté
partidaria del viaje, y alenté a Germadn a que
196lo pusiese por obra cuanto antes. Consulté
con dofia Benicia, su madre, y tuvo igual res-
puesta. Finalmente lo consulté con don Nica-
nor Restrepo, su competidor y colega, quien
manejaba la Drogueria Central, convertida hoy
en Droguerfas Aliadas, y quien tenia amistad
con don German y le habia manifestado su
aprecio. Ademas, posefa en grado alto, el es-
caso don de consejo.
Don Nicanor guardé silencio unos breves
minutos. Y luego sentencié: —-German... ese
es un viaje muy costoso y arriesgado,... pero
vayase, que usted es un hombre inteligente y
capaz; pero cuidado con perder el sentido de
las proporciones; ...;O0JO! ...jCuidado...
con perder... el sentido... de las proporcio-
nes! Hay muchos que han viajado a Europa y
se han arruinado, porque Ilegan alld y a los
ocho dias creen que estan comprando para una
populosa capital, cuando en realidad estan
comprando para Medellin, un pueblo chiquito
y pobre... ;Va4yase. Haga el viaje... y que le
vaya bien! ¢Va con Emmita?
Claro que don German iba con Emmita,
“porque ella era mi gran amiga y mi mejor con-
sejera”. Llevaba recomendaciones del comer-
cio y de Ja banca. En ese afio —1925— ya la
Mundial habia elevado su capital, a setenta mil
pesos y Ilevaba unos cien mil délares compra-
dos a noventa y ocho centavos. En exceso, pa-
ra viajar tranquilo.
German visité a casi todos los comercian-
tes de Medellin, les conté de su proyectado
viaje y les pregunté qué debia traer. Muchos
le sugieren productos, lineas interesantes; mu-
197chos le hicieron encargos personales. Era, a la
razon, muy escaso el viajero que se atrevia a
hacer la travesia hasta el Viejo Mundo por los
costos y los peligros que entrafiaba.
German y Emmita viajaron en coche has-
ta Barbosa, luego a caballo hasta la estacién
de El Limon y de alli en tren hasta Puerto Be-
rrio. Permanecieron varios dias esperando bar-
co y al fin partieron rumbo a Cartagena, fas-
cinados por los paisajes y la feracidad del rio
Magdalena, enorme, anchisimo, perezoso y zig-
zagueante por entre selvas milenarias.
En los playones a lado y lado dormitaban
los caimanes, enormes, con la boca abierta.
Diariamente el capitan lideraba sesiones de ti-
ro al blanco y, entre él y los pasajeros mata-
ban cinco, diez, veinte saurios. Cuando el bar-
co se acerca un poco a la orilla, se ven mana-
das de micos que corren y saltan entre los
Arboles gigantescos. La selva es impenetrable
para el hombre; pero la tenacidad de éste, el
fuego y el machete terminaran con ella lenta
pero inexorablemente.
Al quinto dia de navegacidn Ilegan al puer-
to de mar. La vista del océano es siempre so-
brecogedora y emocionante, maxime para los
nacidos en las montaiias del interior. Por mar,
la travesia fue interesante y a ratos mareado-
ra. Y por fin... ;Paris!... jAh... Paris!...
Se instalaron en un hotelito decente pero
modesto y central. Los tres o cuatro primeros
dias los dedicaron a conocer. Una noche, al sa-
lir del hotel para ir a buscar un restaurante,
se detuvieron frente a la vitrina de un almacén
de articulos para hombre, que habia casi al la-
198do. En la vitrina vieron unas corbatas que les
llamaron la atencién.
—Debes aprovechar para surtirte de cor-
batas —dijo Emmita. —Mira, son baratisimas:
a seis francos nada mas.
—Si —confirmé don German—. Y estan
bellisimas. Voy a comprarme unas cuantas pa-
ra mi, y voy a llevar para regalarles a los ami-
gos: una bonita corbata francesa es un regalo
de buen gusto, y delicado; y tiene la ventaja de
que no hay problemas de talla...
Al dia siguiente, volvieron a salir a comer
y volvieron a pasar por el mismo almacén. Se
detuvieron a ver las corbatas, y German co-
menté: —¢ Eh? jQué raro! Yo estaba en la idea
de que las corbatas estaban a seis francos: mi-
ra: estan a ocho... y parecen las mismas...
—Claro —confirmé Emmita—. Estaban
a seis... Las subieron... Eso fue que nos oye-
ron decir que estaban muy baratas —dijo Em-
mita, en broma.
Tres o cuatro dias mas tarde, al pasar por
el mismo almacén y detenerse nuevamente a
ver las corbatas, se quedaron frios cuando vie-
‘ron que ahora el letrerito del precio decia: 14
francos.
—éSerd que son otras?
—...No, no, mi amor: son las mismas
corbatas.
—Pero. —dijo Emmita muy contrariada—
jEsto es un abuso!...
—No, mi amor —respondiéd German—.
Eso es inflacién.
era PINTUCO 8.'R.
COMP ASIA LOLECAAl dia siguiente, muy temprano, don Ger-
man y Emmita iniciaron su labor de compras.
No habia minuto qué perder. En primer lugar
se dirigieron a la mds importante firma expor-
tadora que ellos conocian. Los atendié perso-
nalmente el duefio, un judio enorme, alto y
gordiflén, que se mostr6é muy amable y servi-
cial con ellos y, luego de ver las cartas que
traian, les manifest6 que conocia muy bien a
don German, desde hacia afios y le despacharia
cuanto quisiese.
Don German hizo un gran pedido; un enor-
me pedido, a pesar de que en sus oidos retum-
baban las palabras de don Nicanor Restrepo:
“No pierda el sentido de las proporciones!. . .
German: jCuidado!... Muchos se han arruina-
do... jCuidado” ...Pero otra voz interna, su
conciencia, le gritaba: ‘“‘Animo, German. ;Aho-
ra o nunca! jEs el tiro!... Pide duro... Es la
ocasién, que quizds jams se te volvera a pre-
sentar...”.
Cuando hubo terminado su gran pedido,
se encaré de nuevo con el gigante judio. Este
cogié los papeles entre sus manos y en una ra-
pida lectura calculé muy acertadamente el va-
lor total y declaré, satisfecho:
—Cuente con que le despacharé su pedi-
do integro.
—Muchas gracias, —murmuré don Ger-
man, cortés. Y el judio afiadié, como quien di-
ce algo sin la menor importancia:
200—Ya mismo le queda abierto su crédito
en ddlares, para mayor comodidad suya.
—No; —dijo don German—. Yo prefiero
mi crédito en francos... como siempre.
El judio gird répidamente la cabeza y mi-
r6 a German a los ojos; apreté los labios y la
piel alrededor de la boca se le puso blanca.
—No. Debe ser en délares, —dijo el judio
con autoridad—. jEs mejor para usted en dé-
lares!
Don German sonrié y repitid suavemente,
pero con firmeza:
—Prefiero mi crédito en francos.
El judio se quedé quieto como una esta-
tua. Su cara roja y mofletuda se puso intensa-
mente blanca, con la frente surcada de arrugas
y los ojos clavados en su cliente.
—