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German Saldarriaga Del Valle * N un extremo del Valle de AburrA, re- ’ costado en las montajfias antioquefias y no lejos de Medellin, se encuentra el pueblecito de La Estrella, tierra de paz, de gen- te laboriosa, honrada a carta cabal, seria y bon- dadosa. Alli, el 31 de enero de 1895 fue bendeci- do el hogar de don Juan Criséstomo Saldarria- ga y dofia Benicia del Valle con el nacimiento de un nifio, a quien pusieron por nombre Ger- man. Y continuaron las bendiciones, asi: Elvi- ra, nacié en 1896; Jorge, en 1897; Daniel, en 1899; Horacio, en 1900; Ernesto, en 1902; Mar- garita, en 1903; Alfredo, en 1906; Rowerto, en 1908; Elena, en 1909; Gonzalo, en 1910; Marta, en 1912; Jaime, en 1913; Luis Carlos, en 1914 y Juan Criséstomo, en 1915. Fue, pues, la de don German Saldarriaga del Valle una tipica fami- lia paisa. Y, si después de Juan Criséstomo no hubo mas nifios, se debié a que Juan Crisésto- mo, padre, murié el mismo dia en que nacid Juan Criséstomo, hijo. Jaime, el antepenultimo de los hijos, fa- llecié siendo muy nifio y fue tanto el dolor de don Juan Criséstomo, que ord a Dios dicién- dole: “‘Sefior: si te vas a llevar otro de mis hi- jos, mejor llévame a mi”. El Sefior escuché su oracién y poco después don Juan Criséstomo contrajo una neumonia, la misma enfermedad de que habia muerto su hi- jito de dos afios. Estando muy grave ya, el pa- trén vino a visitarlo, pero no quiso entrar a la habitacién, pues le daba ldstima verlo tan pos- 175 trado, y le mand6 preguntar que cémo se ter- minaba de producir una sal que habia en la drogueria. Pero en la casa era tanta la confu- sién y tan tremenda Ja angustia, que no se acor- daron de sal ninguna. Cuando el enfermo en- tré en agonia, decia algo asi como “Don Ro- berto... ya me acuerdo... cémo es que se cris- taliza... esa sal”. Y afiadia palabras poco inte- ligibles para los presentes, que las atribuian a delirio y no le dieron importancia. A poco muri6, a la edad de cuarenta y siete afios. Con la conmocién causada por su muerte y su entierro, dofia Benicia, que ya no tenia dia fijo para el alumbramiento, dio a luz al me- nor de sus hijos; éste nacié malito del cora- zon y vivid muy corto tiempo. El dia en que murié el padre, el joven German tenia 20 afios, y se vio de la noche a Ja mafiana de jefe de hogar, de una familia con dieciséis personas “qué sostener y qué educar...”. La madre, mujer de gran fe, decia que jamas dud6o de que Dios le ayudaria. German sédlo podia contar con su sueldo. En ese momento de angustia vino a visitarlos don Roberto Restrepo, el administrador de la Drogueria Central y les dijo: “El puesto de su papa es de ustedes; jsabemos que lo nece- sitan!... Es del que se sienta mas indicado para reemplazarlo en la Drogueria...”. Todos se miraron unos a otros. Mas tarde, cuando se hubo retirado don Roberto, German les dijo: “Ese puesto hay que recibirlo. Es una limosna que nos dan, pero no estamos en condiciones de rechazarla...”. 176 wR Jorge, el mayor de los hijos hombres des- pués de German, estaba a la sazén estudiando “dentisteria”. Posiblemente con algtin saca- muelas, pues no habia en Colombia escuela de odontologia. Y una noche sofié que el papa le mostraba en Ja drogueria una pieza con unas canecas enormes IJenas de un liquido muy ra- ro...; habfa una escala de mano recostada a la estanteria... y el papa le decfa: “Suba por la escala y... alla arriba encuentra un fras- quito... que tiene un papel blanco...: coja ese frasquito... écheselo a las canecas y re- vuelva bien. . . muy bien. . .; pero no con la ma- no, jno vaya a meter la man revuelva con un palo. .. hasta que se cristalice esa sal...!”. En la drogueria se habia pensado que se malograria la sal, lo cual constituia una pérdi- da valiosisima; y como no sabian en qué etapa iba el proceso, no se atrevian a hacer nada, por temor. Ya se habian resignado a perder toda esa materia prima, cuando fue entrando Jorge y llegé directamente hasta la pieza de las cane- cas, trep6 por la escala y tomé el frasquito; bajé y eché alguna cantidad a una caneca; re- volvi6 con el palo de una escoba y rapidamente el producto empezé a cristalizar. Jorge cayé desmayado. jLa materia prima estaba salvada! La alegria de los sefiores duefios fue muy gran- de, pero no acababan de entender cémo era que don Juan Crisdéstomo habia dado instruc- ciones a Jorge desde ultratumba. A la siguiente noche Jorge sofié otra vez. El padre levanté ante sus ojos una tabla del mostrador, a la que le faltaba un clavo: a su 177 vista aparecié un hermoso embudo de cristal. Y su padre le decia: “Este embudo es muy cos- toso y da mucha lidia conseguirlo: yo lo escon- di alli para que nadie lo cogiera para otros me- nesteres... y lo fuera a quebrar...”. Al dia siguiente Jorge Ilegé a la drogueria y se dirigié sin vacilar a un rincén del mostra- dor, levanté Ja tabla y sacé el embudo. Inme- diatamente los sefiores le preguntaron cémo habia dado con él. —Sofié con mi papa..., jotra vez! —iUsted es el escogido para el puesto de su papal... Lo mismo dijeron en la casa. Pero se pu- sieron nerviosisimos con lo de los suefios mis- teriosos y resolvieron, de comun acuerdo, no ir a decirle nada a la pobre dofia Benicia, que estaba de dieta y debfa guardar los cuarenta dias de cama que prescribia la dura tradicién. ¥Y le escondieron hasta que, mas adelante, ella lo supo. Y apenas dijo: —Bobos, ¢por qué me esconden?... si yo no he dudado un minuto de que Juan Criséstomo nos est4 ayudando desde el cielo!... Desde muy chiquitin el nifio German te- nia sus industrias de juguete y su comercio en miniatura. Si, sefior: se iba a la farmacia y con una monedita de uno 0 dos pesos, (infimo valor acufiado) se compraba un poco de acido tar- tarico que luego mezclaba con azticar, compra- da también en una farmacia; la deliciosa mez- 178 cla se empacaba luego en cucuruchitos de pa- pel en forma de conos agudisimos, y aqui te- nemos ni mas ni menos que el delicioso mini- sicui, que hoy en los afios 90 del siglo veinte, viene de los miamis, tefiido de colorinche co- mo pelo de gringa y, con un nombre tefiido de inglés, se vende, no a centavo el cucuruchito, si- no a centenares de pesos. .. Y también fabrica- ba con sus hermanitos el delicioso cofio: harina de maiz tostado, con azticar pulverizada; el em- paque, igual al de minisicui. Pero con esto ga- naban su platica y aprendieron a manejarla: de cada saca de sus productos, quedaba una utilidad, s{: pero debian guardar dinero para volver a comprar materias primas. Y sentian también la enorme satisfaccién de decirle de cuando en cuando a Dofia Benicia o aun al padre: “aqui tiene. Yo le regalo”. Y Je exten- dian una monedita de diez centavos, de plata. “¢De dénde los sacé?”. “;Yo me los gané!”. Es- to, en un nifio de escuela, jes sensacional! ke La casita donde vivian en La Estrella era en realidad una finquita campestre con todo y un hermoso nombre: “Pinar del Rio” y, en verdad, quedaba cerca del rio Medellin en cu- yas aguas frescas, purisimas y cristalinas los muchachos se bafiaban, pescaban sabaletas, esa briosa sabaleta que brinda tanta lucha y tantas emociones al pescador como deleite al gourmet que tiene la fortuna de paladear su carne. Por esa época don Juan Criséstomo era maestro de escuela. Y dofia Benicia, que era 179 industriosa, aguda y muy ejecutiva, tuvo un dia la idea de sembrar de maiz los campos hasta entonces no utilizados por ellos. Y con- trat6 con un mayordomo la siembra. El trato que se hizo fue que dofia Benicia ponia la tierra y la semilla y el campesino sembraba, desyerbaba y cogfa la cosecha y partian por mitades. Asi fue. Germancito era en aquel entonces un nifio de unos siete afios de edad, cuando vio que su madre y el mayordomo empezaban a partir la cosecha en dos montones. El hombre iba co- giendo mazorca por mazorca y aventaba una hacia la derecha, una hacia la izquierda. Dofia Benicia pronto advirtié que las mazorcas mas lindas iban a parar al montdén de la derecha pero no dijo nada y cuando la reparticién es- tuvo hecha, el mayordomo declaré: —jListo! Ya estan los dos montones igua- litos... El] de la izquierda es el suyo y el de la derecha es el mio. —cY esos montones si estaran iguales? —lInterrog6 dofia Benicia, haciéndose la boba. —Claro que si, sefiora. —Entonces usté por qué dijo que queria el de la derecha?... —No... Es un decir... Pero me da lo mismo el uno o el otro. —Pues si le da lo mismo el uno que el otro —dijo con firmeza dofia Benicia—, jyo me que- do con el de la derecha! 180 Germancito y dofia Benicia comentaron luego la ventaja que les habia querido echar el campesino y asi el nifio recibié una Jeccién clara, firme, prdctica, que le quedé grabada con fuego en la mente y que, ya de hombre, fue decisiva para la realizacién de sus gran- des suefios de industrial o de comerciante. La nifiez de don German fue, en lo demas, muy parecida a la de todos los nifios antioque- fios: estudiar, hacer mandados, ayudar en pe- quefias labores domésticas, montar a caballo, fabricarse sus propios juguetes, desde cometas y globos, hasta mufiecos, pistolas, caucheras para matar pajaritos, amén de hacer anillos de algarroba, coger frutas de los arboles y an- dareguear por el pueblo descalzo, sin mas ro- pa que una camisita y un pantalén corto, a veces una gorra y una jiquera colgada al hom- bro para llevar sus cosas. Por esa época, fuera de trabajar y rezar, no habfa en qué entretener el tiempo: no existian atin el cine, la radio, la televisién; las escasas revistas Ilegaban a ma- nos mas escasas aun; y en La Estrella, a casi ninguna; compafiias de teatro, a una que otra llegaba, pero no a La Estrella, sino a Medellin, y el viaje de La Estrella a Medellin, en verano, era de md4s de medio dia y en invierno podia ser de dia entero. De suerte que en el pueblo eran contadas las personas que habian visto una compaiiia de teatro. Sainetes, si; en las calles y en la plaza, por los dias de diciembre 0 el seis de enero, dia de Reyes. Pero German y sus hermanitos habian ofdo descripciones de las corridas de toros, y montaron sus propias corridas con conejos y curies, con un gatico, un gallo y otros animalitos caseros: pulieron 7 A PINTUCOI§1 4. come LOTBC 81 el espectaculo y cobraban dos centavos por la entrada. El primero de marzo de 1910, a los quince afios de edad, German empez6 a trabajar en Ja Drogueria Central, gandndose Ja suma de cinco pesos mensuales, cantidad aparentemen- te ridicula, pero que mejoraba sustancialmen- te los ingresos de la familia, de suerte que no dejaba de ser emocionante el ver que el chi- quillo Ilegaba con su primer pago y lo depo- sitaba en manos de misia Benicia. A ella, emo- cionada, se le encharcaron los ojos y abrazé a su hijo mientras murmuraba una bendicidén. El muchacho cay6 bien en la drogueria: todo el personal lo apreciaba por sus muchas cualidades: era buen mozo, delgado y alto, de trato amable y cortés y una especial vocacién de servicio. A pesar de estar en la edad en que los muchachos son el diablo, German era serio, trabajador y de un agradable trato para con sus superiores y sus compafieros de trabajo. Era tan serio y responsable, que lo fueron as- cendiendo de mensajero a ayudante de con- tabilidad, a ratos; y a ratos encargado de des- pachos, ademas del prestigioso oficio de tode- ro, tradicional en las empresas antioquefias. Cuando por fin lo nombraron cajero, su sueldo se habia mds que cuadruplicado y al ser promovido a la nueva posicién, de tanta responsabilidad, se le dio un nuevo aumento. Pero él no estaba contento con lo que ganaba. Queria mas. Necesitaba mas, pues en realidad 182 no eran para él esos ingresos, sino para una numerosa familia. Don Juan Criséstomo, que habia sido” maestro de escuela en La Estrella, dejé su ofi- cio y se traslado a trabajar y a vivir con toda su familia en Medellin. Dejaron a “Pinar del Rio” y compraron una modesta casita. Esta_ importante decision la habia consultado con varias personas de la familia, incluyendo a An- tonio, el hermano de Juan Criséstomo, quien era también maestro de escuela y lo siguié siendo toda la vida; incluso Ilegé a obtener el hermoso titulo de ‘Maestro de la Juventud”. A la muerte de don Juan Criséstomo re- cay6 sobre German toda la responsabilidad de sostener ese familién. Habl6 con los sefiores de la Cacharreria y pidié aumento; ellos opi- naban que German estaba bien pagado. Ger- man lo pensé, y vio que ello era cierto. Enton- ces habl6 de nuevo con los patrones y les pidid que lo pasaran a trabajar como vendedor, para salir a tomar pedidos y ganar comisién. Por aquel entonces las Droguerias de Me- dellin eran en realidad grandes importadores y mayoristas, no sdlo de toda clase de drogas, sino también de cacharros y utensilios de tra- bajo y de hogar. German, como cajero, se daba cuenta de que los vendedores ganaban mucho mas que él, lo cual no le producia envidia, pero si despertaba los deseos de ganar él tam- bién (¢por qué no?), una buena suma. Pero los duefios de Ja drogueria no acep- taron. 183 —Usted es un gran cajero —le dijeron en otras palabras—. Y no vamos a perder un excelente cajero para improvisar un vende-: dor... Pasaron los dias y German volvié con su tagarnia: necesitaba ganar mas. El comprendia que debia seguir como cajero: pero... ¢por qué no lo dejaban salir con un muestrarie a visitar el comercio, luego de que terminara-su jornada habitual, es decir, a las cuatro de la tarde? En vez de irse a su casa a comer, sal- dria a visitar comerciantes, a tratar de vender mercancia para obtener una segunda entrada, que necesitaba urgentemente. Los duefios de la cacharreria no creyeron que fuera a vender mayor cosa, pero ya se sentian mal en el papel de aguafiestas y por tanto, aceptaron. Esa misma tarde se quedé German en la cacharreria separando objetos de aqui y de alla hasta completar un bonito muestrario y arre- glando listas de precios, que habia que hacer a mano, con pluma y tinta; sacé listas de clien- tes, indicando los que tenian facturas pendien- tes y en fin, se armé con todo lo necesario. Pocos dias después salié a vender: y alli fue el soltar ese admirable don de gentes, esa desbor- dante simpatia, ese afan de servicio, esa labo- riosidad infatigable. Y desde el primer momen- to dejé ver, sin lugar a duda alguna, su correc- cién a toda prueba: para vender, jamds exa- geraba, jamds mentia; pensaba al mismo tiem- po en hacer sus ventas y en asesorar a sus clientes, de modo que los pedidos quedaran bien hechos para ambas partes. 184 A poco tiempo ya tenia su propia clientela que lo queria y lo esperaba para hacerle sus pedidos. El éxito fue tan grande en ventas, que pronto la cacharreria buscé un buen cajero y dejo a German libre con sus muestrarios.. . Todo marchaba viento en popa para Ger- man y, por ende, para la familia Saldarriaga. Gracias al trabajo del joven y al de Jorge, sus hermanos y hermanas podian asistir al colegio, vestir con dignidad, y departir socialmente. Varios, incluido Germany tenian sus noviecitas. kee El apellido Saldarriaga es vasco, y de los vascos conservan los Saldarriagas la elevada estatura, la nariz recta y grande, las mejillas sonrosadas que hacen a las mujeres de esa fa- milia atin mds hermosas y a los hombres les da un cierto aire de tierra fria, como si vivie- sen en Rionegro, Sonsén o Marinilla: tan blancos y sonrosados son. Y del vasco también les vienen virtudes muy apreciadas como la honradez, la religiosidad, el apego al terrufio y el coraje para correr riesgos calculados. Todo iba a las mil maravillas para la familia. Hasta que en el afio de 1918 a don Nicanor Restrepo, se le metié en la cabeza comprarse la Drogue- ria Central. Y fue hasta que la compré. En el inventario de la Drogueria (15 de ju- lio, 1918) figuran millares de articulos, tanto de farmacia, como de cacharreria. Aparecen cosas curiosas como: el escritorio de don Ger- man, en $ 10.00; taburetes grandes a diez cen- 185 tavos y chicos a cinco; Ja maquina de escribir, “Remington”, en trescientos pesos; aros para anteojos, a cincuenta centavos; aros para an- teojos, de oro, a dos pesos; anteojos para biz- coz, a diez centavos; para miopes, a peso; para cataratas a cuarenta centavos y para présbitas a veinte centavos. Un centimetro ctibico de co- caina vale treinta centavos, los espejitos con tapa (necesidad de harrieros) a la-fabulosa su- ma de ochenta centavos. Figuran también die- ciséis botellas de gasolina (jojo!) a veinte cen- tavos cada una. Para el joven German esto fue un golpe tremendo, porque él, después de afios de lu- cha, ya estaba ganando uno de los sueldos mas grandes que se pagaban en la Antioquia de la época: quinientos pesos mensuales. Era tan al- to, que el Gobernador del Departamento no ganaba sino trescientos veinte. Inmediatamente se hizo el negocio, Ger- man quedé en la calle. En aquel entonces no habfa cesantia, ni preaviso, ni vacaciones pa- gadas, ni ninguna de las prestaciones sociales que hay hoy. De suerte que al dia siguiente German se levanté y se fue a visitar clientes y amigos para ver en qué forma se podia ga- nar una comisién mientras le resultaba pues- to. Que no se hizo esperar, pues el joven ya te- nia fama en Medellin por su competencia, ca- ballerosidad y espiritu de servicio. Antes de un mes ya lo habian llamado de varias partes y él se inclin6é por la empresa de Pablo Lalinde y Cia. Tenian estos sefiores una ferreteria co- nacida como Almacén Americano y una Cacha- rreria con el nombre de Antioquefia. El puesto 186 que le ofrecieron era manejando la seccién de “varios” de ésta. Varios incluia todo, con la so- la excepcién de las drogas. Entonces, y como estaba muy enamorado de su novia, la dulce Emmita Duque, hija del arquitecto don Antonio Duque, muy famoso por la construccién de varios de los edificios mas bellos de Medellin, decidié casarse, y asi lo hizo el 11 de noviembre de 1920, en la igle- sia de San José. Luego de Ja boda los novios se fueron a una finquita a pasar su luna de miel, como es Ja tradicion paisa. Lo que si no figura en la tra- dicién de ningtin pueblo es lo que hizo Ger- man: se llevé consigo a sus hermanitos meno- res: Martica y Luis Carlos. Para los chiquillos aquellos fueron unas vacaciones a lo rico, fe- lices e inolvidables. eK Trabajé el joven con tal entusiasmo y em- pefio, que pronto se vieron los resultados y Ile- g6 el momento en que don Pablo Lalinde due- fio de la Cacharreria Antioquefia, le ofrecié ha- cerlo su socio. A los dos o tres dias de hecha la sociedad. . . iEstall6 el pavoroso incendio del 29 de Oc- tubre de 1921! Y estallé en la misma cacharre- rfa o en uno de los locales contiguos y pronto se extendié hasta cubrir toda la manzana situa- da frente a la iglesia de la Candelaria, (en esos dias catedral) cuyas campanas tocaban a reba- to anunciando la desgracia; la gente acudié presurosa con baldes, tarros y hasta ollas gran- COMPARTA PINTUCO 3% BIBLIOTECA des; pronto se organizaron filas para pasar las vasijas, ya vaca hacia la fuente, ya Ilenas de agua hacia el fuego. Habia gran excitacién. To- des trataban de salvar lo que pudieran. Fue tan tremendo el incendio, que desde entonces se hablé siempre del “incendio de Medellin”. La manzana entera ardié. La Drogueria Antio- quefia, situada sobre la calle Colombia, fue de las primeras en quemarse. Jorge bregaba a apagar tirando baldados de agua desde un se- gundo piso; en una de esas se desprendié y lo lograron agarrar en el aire; ;jpor poco se mata! Los edificios destruidos eran de tapias, tablas en los pisos, techos de cafiabrava y teja espafiola. Sélo las tapias quedaron en pie, y el edificio de la Tipografia Bedout, en cuya ca- ja fuerte se salvaron los libros de contabilidad de don Félix de Bedout, sus documentos y va- lores. Desde esa fecha a don Félix lo llamaron muchos Mister Marvin, por la marca de la caja. En pleno incendio, German luchaba por ir sacando mercancias para salvarlas. Habia en el piso una gran caja de madera, con cu- biertos de plata. Al ver que Ilegaba Julian Uri- be Gaviria, un mocetén fuerte como un toro, German le sefialé la caja y le pidié que la sa- cara. Julidn la levanté y salié con ella a depo- sitarla en el local del frente. Pasados varios dias lleg6 German a reclamar la caja: alli es- taba en el mismo sitio en que la habia dejado Julian Uribe, que ahora acompajiaba a Ger- man; el asunto era sacar la caja a la acera, para transportarla a una bodega. El joven fue a alzarla pero pesaba tanto que no pudo ni mo- verla. Don Nicanor trajo un jayan a que ayu- 188 dara, pero entre los dos tampoco lograron le- vantarla; fue preciso llamar dos hombres més, y apenas entre los cuatro la pudieron sacar a la acera. Esta anécdota la comentaron mucho como cosa increible: ¢qué fuerza logré que, en la an- gustia del incendio, hubiera podido Julién Uri- be Gaviria, mover la caja y cruzar la calle con ella, hasta depositarla en el local del frente, sin ayuda de nadie? Julién Uribe Gaviria fue capitan del ejér- cito de Chile y del de Colombia, Gobernador de Antioquia en 1932 y designado a la Presidencia de la Republica. Era hijo del general Rafael Uribe Uribe. Gozé siempre de gran simpatia por su prudencia y sencillez. eR Al dia siguiente German amanecio otra vez sin empleo, sin sueldo y sin dinero. Con suefio porque no habfa dormido en toda la noche y con un terrible cansancio. éY ahora, qué? El reloj, implacable, se- gufa marchando y habia que seguir compran- do mercados para las casas; habia que mante- ner prendidos los dos fogones, como decian los paisanos. German qued6 en la calle: hasta ayer trabaj6, hasta ayer se le paga. Por eso, al dia siguiente del incendio Ger- man estaba preocupadisimo y sin saber qué hacer, a quién acudir, cémo salir de tan terri- ble atolladero... Estando en casa de su ma- dre, se tiré a descansar en una cama. Inmedia- 189 tamente se ordené a los chiquillos que hicie- ran completo silencio. Y cuando al rato se le- vanté German, a la perspicacia de dofia Beni- cia no se le escapé que su hijo no habia dor- mido: habia llorado. Y, con dulzura, le dijo: —Germancito, m’hijo. Yo he estado pen- sando que estas son pruebas que manda Dios ... y que hay que recibirlas con alegria... Si, German, con alegria, porque el Sefior escribe derecho con renglones torcidos. —Levanté la cabeza de la costura en que trabajaba, miré a su hijo a los ojos, y siguié: —Todos en la casa vamos a rezar por su merced, y vera lo bien que nos va. Al dia siguiente, Emmita le dijo a su es- poso: —German: anoche tampoco dormiste. Es- tas demasiado preocupado y no quiero ver- te sufrir asi. Yo creo que ya te llegé la hora de lanzarte a trabajar independiente. . . —jQué mas quisiera yo, mi amor! —res- pondié Germdn— pero no tengo ningun capi- tal con qué empezar. No tengo nada, j...nada! —Al contrario —dijo Emmita—. Lo tienes todo: juventud, juicio, salud, habilidad, diligen- cia... todo el mundo te aprecia... —Gracias, mi amor, gracias. Pero... no tengo ningtin dinero... y... —jYa! —interrumpié Emmita—. Tu sa- bes que no tengo sino esta casita, herencia de mi padre. Ojala tuviera dinero para entregar- telo todo. Pero en esta casa podemos conseguir algo prestado... 190 —jNo, no, no, no! —Se apresuré Ger- maén—. Ni riesgos, mi amor. ¢Hipotecar tu casa, la herencia de tu padre y arriesgarnos a perderla? {Eso nunca! Emmita insistia. German se negaba y adu- cfa mil razones. Hasta que, finalmente, Ger- man acepto. , Pero el dinero no alcanzaba... Poco después, dofia Benicia le sugeria que comprase las cenizas del incendio. Vale la pe- na inspeccionar y ver si quedé mercancia con algtin valor. En un pueblo tan pobre todo te- nia valor... ¥ cuando se llegé al punto de ha- blar de plata, dofia Benicia le ofrecié que hi- potecara la casa, que ella tenia plena confian- za de que le iria bien... —No, mama; ni riesgos. Cémo voy a arriesgar yo la casa de mi papa, la herencia de mi papa para todos nosotros. Nueva discusién y por fin, German cedié, al cabo de mucho hablar. Hipotecé las dos ca. sas: la de la madre, en la calle Ayacucho, arri- ba; y la de Emmita, en la calle del Peri, lle- gando al Palo. En ellas, la Mutualidad Nacio- nal le presté la suma de cinco mil pesos oro, con un interés mensual del uno y medio por ciento. German estaba contento, pero asusta- do. El capital no le parecia suficiente. Y el prin- cipalito de él era muy exiguo para un negocio de ventas al por mayor... Por lo cual, pensé en crear una sociedad. Pero ya German habia seguido el consejo de dofia Benicia y habia ido a caminar sobre las ruinas del incendio, atin humeantes. A él lo companta PIntoco 89 BIBLIOTECA dejé entrar la policia, dado su cardcter de ex- administrador y socio de uno de los negocios quemados. E] vio que habia mercancia resca- table, escarbonando un poco. Y répidamente negocié las “cenizas”. En seguida puso un ca- rretillero a llevar viajes de cajas y huacales se- miquemados a la casa de dofia Benicia y de- saté el clan Saldarriaga a sacudir, limpiar, la- var, arreglar, y separar por orden platos, va- jillas, charoles, cubiertos, espejitos, bolas de cristal, jarras, pocillos loceados, bacinillas, poncheras, baldes, ollas, machetes, picos y pa- las, barberas y navajitas de bolsillo, y centena- res de chécheres mas. Habia muchas cosas to- talmente perdidas; otras, simplemente man- chadas, y atin otras casi perfectamente sanas. Los muchachos y muchachas trabajaban ale- gres y reian al ver hachas con el mango a me- dio quemar, jarras, botellas y vasos que con el fuego habian tomado figuras contorsionadas, navajitas sin cacha, decenas de espejitos fun- didos en un solo bloque de vidrio, curioso. La casa de dofia Benicia se convirtié en taller. Habia que estar barriendo, trapeando y sacudiendo a cada rato, para que el tizne no lo invadiese todo. De las cenizas iban surgiendo cajas de mercancias limpias, organizadas y reempaca- jas. Aun no habia vendido esta mercancia, que seria muy atractiva para mas de un detallista, cuando entré en conversaciones con don Emi- lio Restrepo Angel, un caballero de buena po- sicién social, distinguido y amable; un socio ideal para cualquier empresa. Pronto estuvie- 192 ron de acuerdo y decidieron empezar a operar inmediatamente, con un capital de doce mil pesos, de los cuales German aportarfa cinco y don Emilio siete. Lo primero que hicieron los flamantes so- cios fue pagar las cenizas de la Cacharreria Antioquia y de otros varios negocios, y proce- der a legalizar la sociedad. Para lo cual visita- ron a don Benedicto Uribe, famoso abogado, muy competente y recto. Este interrogé a los jOvenes: —Cudnto aportara cada uno? ¢A qué se dedicara la sociedad? gCuanto nece- sita retirar cada socio, mensualmente, para vi- vir? Los socios iban contestando, pero cuando lleg6é el interrogatorio al tiempo de duracién de la sociedad, don Benedicto no sugirié los veinte o veinticinco afios, como era lo corrien- te, sino que puso: 6 meses. Y afiadié: “segun los aportes que hacen y lo que necesita retirar cada uno, no llegan a los seis meses: ise la co- men!”. A pesar de tan estimulantes palabras, la escritura se firmé pocos dias después: el 26 de noviembre de 1921. Al mes completico del in- cendio de Medellin. El negocio se Ilamé, desde el primer dia, CACHARRERIA MUNDIAL, como simple dis- tintivo; pero la razén social fue G. Saldarriaga Restrepo y Cia. La correspondencia y todos los documentos se firmarfan asf; y cada uno de los socios, cuando firmaba en su cardcter de tal o de funcionario de la empresa, firmaria tam- bién G. Saldarriaga Restrepo y Cia. Por algo 193 era la firma. Pocos dfas después, el primero de diciembre, lanzaban una circular al comer- cio de Antioquia informandolo de la creacién de la compafiia, regular colectiva de comercio, por escritura publica 947 de la notaria cuarta, y poniéndose a la orden. Tan pronto como se hizo la sociedad, pro- cedieron los socios a estudiar un buen pedido de mercancia, que en un par de dias enviaron proveedores conocidos, de Francia. Y empezaron a trabajar, con gran entu- siasmo, en su amplio local de la carrera Cara- bobo entre Colombia y Ayacucho, el mismo donde habia funcionado por afios la famosisi- ma, la benemérita y nunca bien ponderada Es- cuela de Minas de Antioquia; local que, des- pués de la Mundial, ocupé durante muchos afios ‘La Pluma de Oro”, una famosa libreria. La Mundial se propuso desde un principio atender muy bien a sus clientes, pensando en serles de utilidad y en recibir utilidades por el servicio. Se propuso colaborar con los clientes has- ta mas alld de su obligacién: muchos clientes le pedian a la Mundial que les comprara mer- cancias de otros proveedores y Mundial asi lo hacia, sin cobrar por ello y asumiendo un ries- go por dafios o no pago de la factura por cual- quier causa; no obstante, asi se gané el carifio de la clientela. La Mundial se propuso desde un principio pagar muy cumplidamente. Ya anciano, don German se jactaba de que jamas se habia pa- 194 gado en la Mundial una factura al dia siguien- te de haberse vencido. Cuando habia dificultades para mantener esta norma, como las hubo durante la crisis, en que la Mundial perdio el cuarenta por cien- to de la cartera, don German se enfermaba de hacer fuerza, de sufrir al ver que no iba a pa- gar..., y de una forma u otra pagé siempre. En esto fue tan estricto, que una vez echaron un administrador de una de las sucursales por- que demoré el pago de una factura, sin nece- sidad. Con su proverbial sentido del humor, de- cia don German: “No presto plata al tres por- que me dirfan agiotista; la coloco al cinco por ciento en descuentos de pronto pago y todo el mundo me llama buenapaga”. Y sonrefa... Porque él sonrefa mucho; siempre habla- ba sonriendo aunque a veces se ponia serio por un instante, y volvia a sonreir amablemen- te, mirando a los ojos de su interlocutor. Su risa era franca, clara, transparente, sin la me- nor traza de burla o de marrulla. También desde un principio decidié la Mundial no vender sino al por mayor, a crédi- to, y de acuerdo con el sistema antioquefio rei- nante en la época: sin hacerle firmar nada al comprador: ni un documento, ni una letra, ni nada: si creo en su palabra, le fio; y si no, pre- fiero no venderle. Cuando don German recordaba que en la crisis del treinta perdié el cuarenta por cientu de la cartera, decfa que a otros mayciistas les 195 MPANTA PINTUCO S. Ai COMP EXOTECA habia ido peor; y afiadia siempre con énfasis: esa pérdida se debid a que muchos de nuestros clientes se arruinaron; no a indelicadeza de parte suya... Cuando se abrié la Mundial, Medellin te- nia unos doscientos dieciocho mil habitantes, en su mayorfa pobrisimos. Y sélo habia tres fabriquitas en la comarca: la ‘Fabrica de Hi- lados y Tejidos de Bello”, que fue la semilla de la gran Fabricato; la “Fabrica de Tejidos Cortés Duque”, que manejaba don Jestis Mon- toya, y la “Fabrica de Fésforos Olano”, de la cual estaban muy orgullosos los antioquefios, pues afirmaban que los luciferos paisas podian enfrentar, serenos, la competencia de las fabri- cas del mundo, por su calidad y precio. Y pa- re usted de contar. Nada mas. Habia algunas ar- tesanias: ruanas, botellas y cerdmicas, herra- duras, totumas, sombreros de iraca y de cafia. De suerte que quien quisiera vender mercan- cias por mayor tenia, forzosamente que im- portar. Y don German pensaba y pensaba pensa- mientos, como decia su amigo Fernando Gon- zalez, el gran filésofo de Envigado. Y pensaba que debia haber mucha otra cosita que se pu- diera traer de Francia o de Alemania; que tal vez yendo personalmente, podrian conseguirle mejores precios o mas ventajosas condiciones, que quizds habia otros proveedores con los cuales bien valdria la pena comerciar. Y pens6 en viajar. Lo consulté con Emmi- ta. Ya tenian hijos. Dofia Emma se manifesté partidaria del viaje, y alenté a Germadn a que 196 lo pusiese por obra cuanto antes. Consulté con dofia Benicia, su madre, y tuvo igual res- puesta. Finalmente lo consulté con don Nica- nor Restrepo, su competidor y colega, quien manejaba la Drogueria Central, convertida hoy en Droguerfas Aliadas, y quien tenia amistad con don German y le habia manifestado su aprecio. Ademas, posefa en grado alto, el es- caso don de consejo. Don Nicanor guardé silencio unos breves minutos. Y luego sentencié: —-German... ese es un viaje muy costoso y arriesgado,... pero vayase, que usted es un hombre inteligente y capaz; pero cuidado con perder el sentido de las proporciones; ...;O0JO! ...jCuidado... con perder... el sentido... de las proporcio- nes! Hay muchos que han viajado a Europa y se han arruinado, porque Ilegan alld y a los ocho dias creen que estan comprando para una populosa capital, cuando en realidad estan comprando para Medellin, un pueblo chiquito y pobre... ;Va4yase. Haga el viaje... y que le vaya bien! ¢Va con Emmita? Claro que don German iba con Emmita, “porque ella era mi gran amiga y mi mejor con- sejera”. Llevaba recomendaciones del comer- cio y de Ja banca. En ese afio —1925— ya la Mundial habia elevado su capital, a setenta mil pesos y Ilevaba unos cien mil délares compra- dos a noventa y ocho centavos. En exceso, pa- ra viajar tranquilo. German visité a casi todos los comercian- tes de Medellin, les conté de su proyectado viaje y les pregunté qué debia traer. Muchos le sugieren productos, lineas interesantes; mu- 197 chos le hicieron encargos personales. Era, a la razon, muy escaso el viajero que se atrevia a hacer la travesia hasta el Viejo Mundo por los costos y los peligros que entrafiaba. German y Emmita viajaron en coche has- ta Barbosa, luego a caballo hasta la estacién de El Limon y de alli en tren hasta Puerto Be- rrio. Permanecieron varios dias esperando bar- co y al fin partieron rumbo a Cartagena, fas- cinados por los paisajes y la feracidad del rio Magdalena, enorme, anchisimo, perezoso y zig- zagueante por entre selvas milenarias. En los playones a lado y lado dormitaban los caimanes, enormes, con la boca abierta. Diariamente el capitan lideraba sesiones de ti- ro al blanco y, entre él y los pasajeros mata- ban cinco, diez, veinte saurios. Cuando el bar- co se acerca un poco a la orilla, se ven mana- das de micos que corren y saltan entre los Arboles gigantescos. La selva es impenetrable para el hombre; pero la tenacidad de éste, el fuego y el machete terminaran con ella lenta pero inexorablemente. Al quinto dia de navegacidn Ilegan al puer- to de mar. La vista del océano es siempre so- brecogedora y emocionante, maxime para los nacidos en las montaiias del interior. Por mar, la travesia fue interesante y a ratos mareado- ra. Y por fin... ;Paris!... jAh... Paris!... Se instalaron en un hotelito decente pero modesto y central. Los tres o cuatro primeros dias los dedicaron a conocer. Una noche, al sa- lir del hotel para ir a buscar un restaurante, se detuvieron frente a la vitrina de un almacén de articulos para hombre, que habia casi al la- 198 do. En la vitrina vieron unas corbatas que les llamaron la atencién. —Debes aprovechar para surtirte de cor- batas —dijo Emmita. —Mira, son baratisimas: a seis francos nada mas. —Si —confirmé don German—. Y estan bellisimas. Voy a comprarme unas cuantas pa- ra mi, y voy a llevar para regalarles a los ami- gos: una bonita corbata francesa es un regalo de buen gusto, y delicado; y tiene la ventaja de que no hay problemas de talla... Al dia siguiente, volvieron a salir a comer y volvieron a pasar por el mismo almacén. Se detuvieron a ver las corbatas, y German co- menté: —¢ Eh? jQué raro! Yo estaba en la idea de que las corbatas estaban a seis francos: mi- ra: estan a ocho... y parecen las mismas... —Claro —confirmé Emmita—. Estaban a seis... Las subieron... Eso fue que nos oye- ron decir que estaban muy baratas —dijo Em- mita, en broma. Tres o cuatro dias mas tarde, al pasar por el mismo almacén y detenerse nuevamente a ver las corbatas, se quedaron frios cuando vie- ‘ron que ahora el letrerito del precio decia: 14 francos. —éSerd que son otras? —...No, no, mi amor: son las mismas corbatas. —Pero. —dijo Emmita muy contrariada— jEsto es un abuso!... —No, mi amor —respondiéd German—. Eso es inflacién. era PINTUCO 8.'R. COMP ASIA LOLECA Al dia siguiente, muy temprano, don Ger- man y Emmita iniciaron su labor de compras. No habia minuto qué perder. En primer lugar se dirigieron a la mds importante firma expor- tadora que ellos conocian. Los atendié perso- nalmente el duefio, un judio enorme, alto y gordiflén, que se mostr6é muy amable y servi- cial con ellos y, luego de ver las cartas que traian, les manifest6 que conocia muy bien a don German, desde hacia afios y le despacharia cuanto quisiese. Don German hizo un gran pedido; un enor- me pedido, a pesar de que en sus oidos retum- baban las palabras de don Nicanor Restrepo: “No pierda el sentido de las proporciones!. . . German: jCuidado!... Muchos se han arruina- do... jCuidado” ...Pero otra voz interna, su conciencia, le gritaba: ‘“‘Animo, German. ;Aho- ra o nunca! jEs el tiro!... Pide duro... Es la ocasién, que quizds jams se te volvera a pre- sentar...”. Cuando hubo terminado su gran pedido, se encaré de nuevo con el gigante judio. Este cogié los papeles entre sus manos y en una ra- pida lectura calculé muy acertadamente el va- lor total y declaré, satisfecho: —Cuente con que le despacharé su pedi- do integro. —Muchas gracias, —murmuré don Ger- man, cortés. Y el judio afiadié, como quien di- ce algo sin la menor importancia: 200 —Ya mismo le queda abierto su crédito en ddlares, para mayor comodidad suya. —No; —dijo don German—. Yo prefiero mi crédito en francos... como siempre. El judio gird répidamente la cabeza y mi- r6 a German a los ojos; apreté los labios y la piel alrededor de la boca se le puso blanca. —No. Debe ser en délares, —dijo el judio con autoridad—. jEs mejor para usted en dé- lares! Don German sonrié y repitid suavemente, pero con firmeza: —Prefiero mi crédito en francos. El judio se quedé quieto como una esta- tua. Su cara roja y mofletuda se puso intensa- mente blanca, con la frente surcada de arrugas y los ojos clavados en su cliente. —

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