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En cada acto de comunicacin hay dolor, por eso antes hablaba poco y ahora no hablo
nada. Cuando todava hablaba la gente pensaba que era un tipo hurao, un ser
deleznable que ocultaba oscuras intenciones tras su voto de silencio, empeado en llevar
la circunspeccin hasta el lmite de la indiferencia. Pero yo s; estoy seguro de que toda
nuestra fuerza se nos va por la boca, que al hablar no es uno el que se comunica puesto
que nadie puede conocerse a s mismo; en consecuencia, son muchos los que hablan por
nuestra boca. Y esta traicin asumida en lo profundo nos produce dolor.
Slo yo s el trabajo que me cuesta hablar y el pnico que me produce adecuar mis
cdigos a una persona desconocida. Slo yo s el acopio de valor que hace falta para
imprecar a quien se ha colado en mi fila, y el esfuerzo visceral necesario para pedir un
kilo de tomates sin estar afectado de indefensin, para que parezca que somos como los
dems: pero nadie es como los dems. Conozco los engranajes que sancionan nuestra
presencia a travs del verbo. Por eso s que la mquina est gripada, que no vale.
La gente se compadece de m por el anmalo y progresivo estado catatnico que poco
a poco me va hundiendo en el lodo de la indolencia. Se compadecen el verme postrado
sobre una cama durante tanto tiempo. Tambin s que les doy miedo porque de mi
estado pueden colegir una de las razias que la muerte arma en tierra de vivos. Pero soy
yo el que se compadece de ellos, soy yo el que da a da se hace grande, el que confirma
su vitalidad con su renuncia al imperio del sentimiento. Ellos pierden su fuerza ante el
entramado entrpico que les tiende la vanidad y al final no son nada. Dicen que han sido
o que sern, pero no son nada.
Por eso aunque los mdicos se empean en incorporarme al mundo de los que comen
pan y pagan impuestos, no obtienen resultado alguno, porque mi voluntad se ha hecho
fuerte en su cuartel de invierno. Adems, una de las prebendas de las que gozamos los
catatnicos es la de poder ver a los fantasmas ; que es como ver el pasado y el futuro a
un tiempo sin asustarnos. En todo caso son los fantasmas los que se asustan de m, del
lastre material que an conservo al otro lado, tendido sobre una cama. Lo entienden
como un arma secreta, camuflada tal vez, que podra destruirlos desde el lado doloroso
de la vida.