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CRÓNICA: LA CUARTA PÁGINA

Salud, pobreza y patentes


La creación de un Fondo Mundial de Rescate de Patentes, financiado con un impuesto
mundial, permitiría liberar la patente de los medicamentos ya desarrollados cuyo precio
es inaccesible para las poblaciones del Sur

Quién financia la investigación farmacéutica y sus elevados costes? Las


multinacionales sólo investigan si pueden recuperar su inversión por medio de
las patentes, es decir, si la investigación les resulta mínimamente rentable. Lo
cual conduce a una dramática paradoja. Con patentes, los países pobres no
tienen acceso a determinados medicamentos muy necesarios, porque los precios
de patente son demasiado caros para ellos (es lacerante que la vida de miles de
personas dependa de medicinas que existen, pero que los sistemas de salud del
Sur no pueden pagar). Sin patentes, los países pobres tampoco dispondrían de
los medicamentos necesarios, porque sin posibilidad de negocio no habría
nuevos descubrimientos farmacéuticos.

Según un informe de la OMS, la industria farmacéutica fue la más rentable en


EE UU

¿Por qué no pensar en globalizar también la financiación de los derechos


sociales?

El fallo del Tribunal Superior de Chennai, en la India, sobre el caso Novartis, el


pasado agosto, puso sobre la mesa un tema interesante y complejo. Como se
recordará, Novartis interpuso una demanda contra la Ley de Patentes india, por
considerar que se extralimitaba a la hora de aplicar las excepciones al régimen
de patentes que prevé el ADPIC (Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de
Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio). Este Acuerdo
internacional, del año 1994, regula el derecho de las multinacionales
farmacéuticas a cobrar los medicamentos a precio de patente, así como el
derecho de los países pobres a ser eximidos de su pago en determinadas
circunstancias. Prevé que los Gobiernos en situación de emergencia sanitaria
puedan conceder las llamadas "exenciones", es decir, fabricar medicamentos
genéricos o importarlos de otros países.

Como es sabido, el precio de los genéricos es sensiblemente inferior al de un


medicamento patentado, lo cual permite a los sistemas sanitarios de los países
del Sur disponer de medicamentos que de otro modo difícilmente estarían a su
alcance. Dicho en plata, los genéricos salvan vidas y lo hacen, precisamente,
permitiendo que actúe la lógica de la competencia. Las patentes no son más que
un monopolio temporal, sin el cual no se podría financiar el alto coste de la
investigación. Cuando se fabrican genéricos cesa el monopolio y, en virtud de las
leyes del mercado, los precios se desploman.

En 2001, los países de la OMC, España incluida, firmaron la Declaración de


Doha, según la cual la normativa internacional sobre propiedad intelectual
"puede y tendrá que ser interpretada y aplicada de tal modo que apoye el
derecho de los miembros de la OMC a proteger la salud pública y, en particular,
a promover el acceso a los medicamentos para todos". Pero la interpretación de
los países en desarrollo y de las multinacionales farmacéuticas difiere
irreconciliablemente, hasta el punto de librar costosas batallas judiciales.

La salud es un derecho. Las multinacionales actúan según la lógica del beneficio.


¿Cómo equilibrar este conflicto de intereses, del que depende la vida de millones
de enfermos del Sur? La investigación, ciertamente, es cara. Pero según la OMS,
las multinacionales farmacéuticas son un negocio muy rentable. Según el
Informe 2006 de la Comisión sobre Salud Pública, Innovación y Derechos de
Propiedad Intelectual de la OMS, "entre 1995 y 2002 la industria farmacéutica
fue la más rentable de Estados Unidos, en términos de beneficio neto medio
después de impuestos como porcentaje de los ingresos. El 2003 decayó un poco
(...) pero mantuvo un margen de rentabilidad del 14%, tres veces superior a la
media de todas las empresas incluidas aquel año en la lista Fortune 500".

El Parlament de Catalunya, a raíz del caso Novartis, puso sobre la mesa una
propuesta que intenta superar aquella paradoja. Se trata de una idea
relativamente sencilla: un Fondo Mundial de Rescate de Patentes, que permita,
en primer lugar, liberar la patente de aquellos medicamentos ya desarrollados,
pero cuyo precio los hace inaccesibles a las poblaciones del Sur; y, en segundo
lugar, orientar la investigación hacia aquellas enfermedades que afectan a
centenares de miles de personas pobres del Sur, pero que no son rentables
comercialmente. Algo parecido al sistema de "premios" que promueven el
profesor James Love o el propio Joseph Stiglitz.

Una propuesta así es inocua para las empresas farmacéuticas. No perjudica la


investigación, sino que la favorece. Gracias al Fondo, las multinacionales
cobrarían de golpe aquello que, en virtud de la patente, van cobrando poco a
poco a través del mercado. Una vez pagado el "rescate", habría plena libertad
para fabricar los genéricos de medicamento "rescatado" y, por tanto, para que se
activaran los eficientes mecanismos de la competencia. Obviamente, el
verdadero problema de esta propuesta es cómo financiarla. Sin embargo, con
voluntad política se pueden imaginar soluciones. Probablemente, 10.000
millones de dólares anuales servirían para comenzar. Una cifra importante, pero
que equivale sólo al 0,02% del PIB mundial.

Se podría establecer algún tipo de impuesto mundial para financiar este Fondo.
¿No sería esta propuesta un buen motivo para empezar a caminar por la senda
de un sistema fiscal global? Si se ha globalizado casi todo, desde los mercados
financieros hasta el comercio, pasando por las empresas, ¿por qué no pensar en
globalizar también la financiación de los derechos sociales? La disminución de
las tensiones entre el Norte y el Sur -por no hablar de la disminución de los
resentimientos que causan luego tantas tragedias- sería sin duda significativa.

De hecho, la Iniciativa Mundial contra el Hambre y la Pobreza -lanzada en 2004


por Lula, Chirac, Lagos y Kofi Annan, y a la que se sumaron luego Zapatero y
Schröder- acabó proponiendo un mecanismo de financiación que tiene ya cierto
aspecto de impuesto global: una tasa sobre los billetes de avión. En el marco de
esta misma Iniciativa, el Informe Landau sobre Las nuevas contribuciones
financieras internacionales proponía -ya en 2003- hasta una decena de posibles
impuestos globales, en base a los cuales organizar un embrionario régimen
tributario internacional.

Un Fondo Mundial de Rescate de Patentes o algo similar, más allá de cual sea su
mecanismo de financiación, merece ser considerado seriamente. Se ajusta
plenamente a los Objetivos del Milenio. ¿Qué debería impedir un consenso
global entorno a una idea de este tipo? Las fuerzas y movimientos progresistas
de todo el mundo harían bien en liderarla. Los neoliberales no tienen nada que
oponer a ella. Probablemente, habría que empezar por conocer la opinión de las
propias multinacionales farmacéuticas.

Se dice que a las fuerzas progresistas del mundo -de izquierda y centro-
izquierda- la globalización las ha pillado de traspié, sin ideas que las distingan
verdaderamente de las fuerzas conservadoras. Para desmentirlo, nada mejor
que hacer propuestas audaces y ofrecerlas a propios y a extraños. Audaces no
porque sí, sino porque la globalización es, en sí misma, un proceso audaz, que
plantea retos desafiantes. La propuesta de un Fondo Mundial financiado con un
impuesto global -que garantice una financiación suficiente, previsible y estable
del mismo- puede parecernos audaz. Pero lo que hoy nos parece audaz, a
nuestros nietos, probablemente, les parecerá simplemente una obviedad.

Las empresas farmacéuticas tienen necesidad de financiar una investigación


cara, muy cara. Pero no debemos cargar esos costes sobre una población para la
cual la disminución de los precios de la salud es absolutamente vital.
Permítasenos acabar con una reflexión que uno de nosotros escribió para otra
ocasión: "Siempre he creído que el beneficio que las ideologías empresariales o
sociales, de derechas o de izquierdas, confieren a sus adeptos consiste en el
ahorro de combustible mental que suponen y en el paraguas moral que regalan.
Y que los ciudadanos pagan los costes de esos dos beneficios".

Pasqual Maragall i Mira es ex presidente de la Generalitat de Cataluña. Toni Comín


i Oliveres es diputado del Parlamento de Cataluña (PSC-CpC).

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