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JONATHAN EDWARDS

(1703-1785)

Lejos de la ciudad, lejos del foro


clamoroso y del tiempo, que es mudanza,
Edwards, eterno ya, suea y avanza
a la sombra de rboles de oro.

Hoy es maana y es ayer. No hay una


cosa de Dios en el sereno ambiente
que no le exalte misteriosamente,
el oro de la tarde o de la luna.

Piensa feliz que el mundo es un eterno


instrumento de ira y que el ansiado
cielo para unos pocos fue creado

y casi para todos el infierno.


En el centro puntual de la maraa
hay otro prisionero, Dios, la Araa.

Jorge Luis Borges

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