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Mare Augé EL OFICIO DE ANTROPOLOGO \ Serie CLasDE*MA Antropologia ‘Obras de Mare Augé publicadas por Gedisa Eltiempo en uinas Por qué vivimos? Por na antropolgie de lor fines Diario de guerra El mundo después del 1 desepuembre Ficciones defin de siglo 1Las formas del olvido Elviaje imposible Elvarismo y sus imdgenes La guerra delor suenos Ejercicion de etno-ficcsn Los no lugares. Espacios dl anonimato Una antropologa del sobremodernidad El visero subterrneo Unemnitogoen el metro Hacia una antropologia de los mundos contemporineor “Travesia por ls ja ines de Luxemburgo Dios como objeto Simbolo-cuerpos-materias-palabras EL OFICIO DE ANTROPOLOGO Sentido y libertad Mare Augé ‘Traduecién de Taki Ogallar Le Mtierdathropologue, de Mare Auge {© Sains Gale, 2008 Ea sbrassioplons con bende Dies Genel tg, Ashe ible del Missa de Ctr parse psa pen Baus Pn deseo conboprei ss earl 37.2 {ela ey de ropes Ie. “Trades: ai Ole sHustacion de cobiet: Roberto Suir rma icin: marzo de 2007, Barcelona Derechos esraos pastas la econcs ncaa © Bator Gina S.A Pasco Bonanov,% (04022 Bareslons Espara) TaLs3.283 0908 Fax 95 253.0905 ‘cone elecrnico: yedis@geis.com pew geisacom ISBN: 9r-e4-9786-1924 eps lega B. 12678-2007 Inmpreso por Romany3/Valls Verdaguce 103786 Capes (Barcelona) Timpreso en Espa Printed in Spa ‘Quota probibids I repeoduecin parcial otal por cslguiec me- ‘Bo deipresicn en fri dates exractda o modificaa desta ‘esi eastllana dela abr. Preémbulo... El tiempo Lacultura Laeseritura Epilogo indice 13 31 51 6 Preémbulo Interrogarse hoy en dia acerca del oficio de antro- logo significa interrogarse acerca del mundo ac~ tual. gPuede atin una mirada etnolégica preocupa- da enjuiciar [a localizacién y la comprensién de las diferencias? gAcaso las actuales procesos que per- ‘iguen una uniformidad a escala planetaria no eli- minan cualquier justificaci6n, véase cualquier legi- simidad, a una empresa en la que Gnicamente la colonizacién europea hubiera dado sentido en th ‘ma instancia? Unicamente es posible responder a tales pre- ‘guntas y a tales dudas adoptando dos direcciones. La primera pasa por un reanilisis de lo que consti- ruye el mundo actual, tal vez mas diverso de lo que los idedlogos de la globalizacin imaginan. La se- 9 sgunda pasa por un reanilisis de lo que es la antro- pologia, cuya finalidad puede ser més Gil y més ambiciosa de lo que imaginan los nostilgicos de los paraisos perdidos. Me dispongo a emprender la se- sgunda direccién, porque es la que permite acceder ala primera. Esa es al menos mi conviccién: ka an- ‘tropologia esté especialmente bien equipada para afrontar las apariencias y las realidades de la épaca contemporanea, a condicién sin embargo de que los antropélogos mantengan una idea clara sobre ccuiles son los objetos, los envites y los métodos de sudiseipiina, El oficio de antropélogo es un oficio del frente a frente y del presente. No hay antropélogo, en el sentido amplio del érmino, que no lleve consigo la actualidad de sus interlocutores. Ello no le resta un solo épice de autenticidad a su objeto, al contrario, Esta cuestién del tiempo debe preceder cualquier reflexién acerca del oficio de antropélogo. Aunque hay otras, al menos dos, que estin estrechamente unidas al mismo. La segunda cuestién consiste en saber a qué hombres nos referimos cuando hablamos de etn6- logos 0 de antropélogos. Nuestros interlocutores son individuos. Nosotros somos individuos. Pero nos iateresamos por sistemas, culturas -miiltiples y vatiadas, sabido es~ y sin embargo nunca perde- mos de vista la ambicién de fa antropologi 10 de la antropologia filoséfica que, cada una en su Ambito, tienen como objetivo el estudio del hom- bre en general, del hombre genérico. La tereera cuesti6n es la de la escritura. Los et- rélogos escriben. Un poco o mucho, depende. Pe- ro en definitiva, escriben. gPor qué, cémo, para ‘quign? Esa es coda la cuesti6n; en fin, casi toda. Ya que escribir consiste en crear una narracién y, en el contexto poscolonial, numerosos observadores se han apoyado en esta conclusion para interro- garse acerca del estatuto epistemolégice y ético de Ia disciplina Cada una de las tres cuestiones que acabo de formular contiene una parte de incertidumbre. Si nuestros objetos son histéricos, gno acaban bo- rréndose con el tiempo? Si son culturales, gpode- ‘mos compararlos? Sila etnologia se escribe, zpuede traducir? El tiempo, la cultura y le escritura pue- den aparecer al mismo tiempo como constituyen- tes de nuestros objetos y como trabas para nuestra relacién con la realidad. Quisiera levantar o relati- vizar esta dificultad tratando de demostrar que las tres cuestiones de la autenticidad, de la relatividad y de la literalidad- no son més que una sola, que ada una de ellas no es sino una mutacién de las otras dos. Segiin esta hipdtesis, seria posible volver a formular la cuestion global del papel que desem- pefa la antropologia hoy en dia. u El tiempo La cuestidn del tiempo y de la historia se presenta de manera muy especifica a los etndlogos, aunque esti mis ampliamente relacionada con todas las dis- linas de las ciencias sociales. Estas dltimas son histéricas, en efecto, en la medida en que la historia alberga y modifica sus objetos. No es el caso de las ciencias de la naturaleza. Nuestro conocimiento acerca del universo ha avanzado considerablemente alo largo de un siglo, aunque el mismo universo no hha cambiado o, al menos, la naturaleza de sus cam- bios no tiene que ver con la historia. Jean Paul Sar- tre lo comentaba en 1946, a través de un articulo publicado en los Temps Madernes, «Materialismo y revolucin», en el que criticaba el materialismo de Engels y de sus discipulos: «[..] esta claro que la B nocidn de historia natural es absurd: la historia no se caracteriza ni por el cambio ni por la accién llana y simple del pasado; se define por la recuperacién intencionada del pasado en el presente. Las ciencias, sean cuales sean, se inscriben en una doble historia: su propia historia, la historia de cada tuna de ella, de sus progresos -aquella que los histo- riadores de las ciencias denominan la historia «in- tera», inconcebible sin la intencionalidad que la sostiene-, y la historia contextual ~del contexto s0- cial, politico y econémico en el que los cientficos trabajan de manera concreta- la historia «externa» Todo cientifico se encuentra por tanto ante un «es- tado de las cuestiones», que corresponde a la histo- ria de su disciplina, y ante un «estado de Ia situa- cidn» que condiciona el ejercicio prictico de su investigaci6n inscribiéndola dentro de un contexto _més amplic. Resulta obvio que el estado de las cues tiones y el estado dea situacidn no estén totalmente desvinculados el uno del otro, sobre todo en nuestra época, tanto porque los eréditos, los programas y los enfoques de la investigacién dependen en gran medida de la esfera politico-econémica, como por- que, en el sentido inverso, cierts aplicaciones de la ciencia modifican profundamente ala sociedad. To- memos como ejemplo dos de los iaventos que han revohicionado el émbito de las relaciones humanas: la pildora anticonceptiva y el ordenador. “ El punto que nos ocupa aguf es que la relacién de las ciencias de la naturaleza y las ciencias soc les com el estado de Ja situaci6n no es la misma, En el caso de las ciencias de la naturaleza, constituye un entorno, a veces favorable y a veces desfavora- ble; para las ciencias sociales, constituye ala vez un entorno y un objeto. La recuperacin intencionada del pasado en el presente mencionada por Sartre resulta evidente en cel caso de la historia interna de las ciencias, y nin- ‘una ciencia que aspire a progresar renunciaria ello, pero, en relacién con ka historia externa, la si- tuaci6n es mas compleja: los cientficos en general {incluso si algunos se encierran dentro de su torte de marfil) persiguen una inflexién para estar mejon © en cualquier ¢aso para conocer mejor. Aunque tuna vez mas podemos distinguir en este caso las ciencias de la naturaleza y las ciencias sociales. En efecto, estas iltimas afrontan directamente el pro- blema del cambio histérico, del cambio de contex- to: forma patte de su objeto. Las modas intelectua~ les y los cambios en ef paradigma estén incluso relacionados muchas veces con los grandes aconte- ‘cimientos que marcan la historia externa (la Segun- ‘da Guerra Mundial, mayo del 68, el desplome det comunisto). Dentro del ambito de las ciencias so- ciales, siempre existe algiin motivo para sospechar de la existencia de un enlace, sutil aunque directo, 15 centre la historia contextual y las disciplinas que as- pirana rendir cuentas de eli. Seria incluso posible Iegas a evocar los desmentidos quella historia apos ta enocasiones a los esquemas intelectuales que & aha elaborado para comprendera la sociedad. Los esquemas interpretativos de las ciencias so ciales se reducen entonces a un elemento del con texto, como los de la filosofia; absorbidos por la historia externa. no sélo se convierten en simples encebezados de una historia disciplinaria, sino que se integran en el decorado del conjunto de una época cuyos historiadores se esforzaron més ade- ante en dibujar los contornos. La historia (no co- ‘mo disciplina, sino como cambio) parece entonces cemplazar las ciencias sociales a cierta forma de re- lativismo. Aquello que, especialmente en Francia, Vineula la historia de las ideas sucesivamente con ‘una suerte de crénica necrol6gica y de anuncios de zacimientos: tras el anuncio de la muerte de Dios, ha recordado las dife- renites acepciones que revestia esta nocién dentro de Us literatura critica que entiende, a ravés de ella denegar o relativizar la pertinencia referencia de ft jrsopelosia es decir, su capacidad ‘Para dar cuenta le manera objetiva de un determinado estade de enizacion homana en un lugar yen un momento ldos. Esta critica dela ancropologta es o Ginal , errOnea. Trivial al empecinarse. ‘en «redescubrir Amé- rica» y hacer alusién al earacter construido de to- do roto eset, al Recho de gue, em ere senide {ode seo ee ura ict, aly como yao habia su, Paayato Sarcre en 1948 en su critica del realsmoy ‘oucault en 1966. distinguiendo fébula y ficcién. A Ror Pura y simplemente, dentro de la formalseaon sfiitiva de Leach (cirtamente, en forme de pro- ‘Yocacidn): Los textos antropologicos son intere, tes por sf mismos y no porgue nos digan algo acerca del mundo exterior», una sfirmacin que se jePerfecamenterebatible incluso si se aplicnse sf literatura novelesca. “ La segunda eritica se cefiere al # s€ cefiere al moralismo bien pensante en Froaresion vonstante hoy por ‘hoy, como a una. forma suily sin duda inconscience ty racismo. Sustancialmente dice: coame sarees hablar de los dems en l lugar de los demi? oe mejante objecion, que através de sus formulacka, ‘es mds extremas no es sino una invitaciénevidh 59 te al oscurantismo, no carece de vinculos con la primera critica en la medida en que ésta, eubican- do los textos en su contexto, ha podio hacer valer sin demasiada dificultad que los grandes textos de {a antropologia clésica datan de la épaca colonial y Ievaban su sello. Se nos preguntari silos primeros destinatarios de los estudios etnogrificos no debe- rfan ser hoy aquellos sobre los que tratan. Acas0 no escribimos de ahora en adelante ante !a mirada deaquellos que describimos? La antropologia esta- ia por tanto condenada una y otra vez al arrepen- timiento y la prudencia, cuando no al silencio. Abi también oscilamos entre una constataci6n trivial la Epoca influye en las obras que origina) y una vision cerrénea de las culturas, opacas entre si pero trans- parentes consigo mismas, ante las cuales cualquier intento de conocimiento exterior consticuirfa un acto de dominacién y de manipulacisn. 1a respuesta a estas dos criticas deberia, segin smi opinién, tomarlas al pie de la letra y pasar resuel- tamente por una reafirmacién del antrop6logo co- ‘mo analista exterior de las verdades particulates y pronunciador de hipétesis generales. En tanto ‘utor, el antropélogo firma, Y al firmar, avala uns experiencia, un andlisis y una serie de hipétesis. Es porque firma por lo que resulta creible, habida ‘cuenta de que la relacién con la verdad no tiene le misma naturaleza cuando se cuenta una experiencia, 5a ‘cuando se realiza un andlisis 0 cuando se proponen hipétesis, ‘Cuanto mayor es el compromiso del antropélo- 0 como autor, mas «escribe» en definitiva (quiero decir: més puede uno percibir, dentro de su escritu- v2, e eco de su tono y-su subjetividad), y mayor es la seguridad de que escapa los reveses delarutina y el etnocentrismo estereotipado. En primer higar por- ‘que explicita las condiciones de su trabajo de obser- vacién, de recopilaci6n de datos yde interpretacidn, incluida su utlizacién de uno o varios informadores privilegiados, Indudablemente, es éste el aspecto de las cosas que mis aproxima al anteopslogo y a lali- teratura, ya que es emparentado entonces ala histo- tide lun encuentro qu, ato ena naraciéa como ‘en la prictica, precede necesariamente a la recopila- inde informacin, Laiteratura antropologies es ti llena de semejantes anécdotas reveladoras que re- fatan una toma de contacto y, en ocasiones, abren ef ‘amino a la interpretacién dando cuenta de una exé ‘gesis que serd su punto de partida, ‘Tomaré tres ejemplos muy diferentes de ello. El primero esté tomado prestado de Triste trdpi- cos. En 1935, Lévi-Strauss llega aun puebio bororo. Necesita un informador-intéeprete. Lo encuentra en la persona de un antiguo alumno de los Padres Sale~ sianos, Este habia sido enviado a Roma, en donde fue recibido por el Pepa, pero més tarde habia atra- 55 vesado una crisis espiritual y se habia reconeiliado con el viejo ideal bororo cuando los Padres quisie- ron casarlo religiosamente sin tener en cuenta las re- glas tradicionales: «Desnudo, pintado de rojo, con Ta natiz y el labio inferior perforados con un palito yun labret, emplumado, el Indio del Papa result6 set un profesor maravilloso en sociologta bororo». ‘Aqui, la posicién de exterioridad es doble. Y el In- dio del Papa nos demuestra con su mera existencia que los mas informados dentro de una cultura local (hasta el punto de convertirse en informadores) también son, paradéjicamente, aquellos que se han separado lo suficiente de ella como para poder na~ rrarla, De abi procede ese extrait sentimiento que los antropélogos experimentan a veces al encontrar se en la prictica con colegas bien intencionados. En tn contexto mas rudo, que ha evocado en Opresin y liberacion en el imaginario, publicado en 1969, Gérard Althabe aborda durante los aos sesea- talos pueblos de la costa oriental de Madagascar. Se pregunta por qué en ocasiones s recibido con corte sia, ya veces pura y lanamente expulsado. Esta expe- riencia fundadora le permitiréforrmlas mis adelante sudefinicién de los «espacios de comunicacién», una definiciGn que le proporciona ala vez un método y ‘un objeto para comprender durante los afos ochenta yy noventa lo que sucede y lo que entra en juego.en Tos extrarradias de Paris o de Buenos Aires. 56 La anécdota, haya sido relatada en un diario de campo o en un libro que narra a posteriori la expe- riencia vivida, traduce la seducci6n ejercida muchas veces mutuamente entre el etn6logo y su informa- dos, Desemperia por tanto el papel de un parapeto. ‘Ya que aquel que hace abstraccién de estos efectos de seduccign se arriesga a no entender nada sobre la complejidad de una siruacién en la que no es posible saver a tiro hecho quién tiene la iniciativa y q manipula al otro. El etndlogo siempre ha tenido la tentacidn de escribir segtin el dictado de su informa- or, un individuo extraordinario, tanto a causa de su relacién con el etndlogo como por su relacién con los otros miembros del grupo, ya quella cultura es la ‘cosa a la vez més compartida y menos compattida dentro de un grupo étnico, donde existen obvia- ‘mente individuos mas cultos y @ veces més imagina- tivos que otros. Conservo un vivido recuerdo de las conversaciones metafisias en ls que me dejéarras- ‘cat por algunos viejos sicerdates del culto vodun ‘en Togo, en los afos setenta, y también conservo en mi memoria el notable intercambio que mantuvo un ia Maupoil con su informador Gedegbe. Da cuen- tae lal final de un capitulo desu tesis, Maupoil formula una pregunta que resume en su opinién aquello que le acaba de explicar Gedeghe: «De qué sirve ofrecer ceremonias a los muertot antiguos? Sus cuerpos no son més que tierra y sus aliaas ya es- ar tardn seguramente reencarnadas, ¢Hacia quién disi- gir entonces las oraciones y los cantos?>. Y Gedeghe responde: «Hacia los recuerdos que nos resuiten entrafia~ bles.» sea respuesta puede parecernos bella, y de he~ cho lo es, porque despierta un eco en cada uno de nosotros, pero también es necesario comprenderla como resumen de una concepcién inmanente para Ja cual la vida no se opone ala muerte en mayor me lida que el presente al pasado, el si mismo al otro, el digs al antepasado o la naturaleza ala culeura. Si muchos grandes antropélogos, especialmente en Francia, han sucumbido a aquello que a veces de- ‘nominamos, como para reprochérselo, la tentacién dela escrtura, sin dude se debea que el grado suple- rmentario de exterioridad y libertad que se concedian de-ese modo a través de su propio estilo les permitia relatarsu experiencia, dstinguir la parte de sombra y de incertidumbze que ninguna investigacin jamais hha llegado munca a disipar completamente, aunque también, en sentido inverso, rebasar sus limites es- trictos para ampliar el campo de la reflexi6n. De eso se trata estar fuera y dentro, estar distanciado y par- ticipar. La experiencia antropolégica no es igual que en un espacio cerrado. El Africa fantasma, Tvistes trépicos, Africa ambigua a Nos hemos comida el bos- ‘que son libros que pertenecen tanto a aquellos que 58 los Jeen o los comentan como a aquellos de los que hablan, Por derecho, pertenecen a todos. Mediante una nota al final de La literatura en el estémago, Julien Gracq recuerda que es el compro- miso ittevocable del pensamiento en la forma el que presta aliento a la literatura, y que este com- promiso, en el imbito de las ideas, se denomina «to no». Y concluye:«f...] tan seguro como Nietasche Pertenece ala literatura, Kant no le pertenece>. El némero 50 de la excelente revista Rue Descartes re- toms esta cuesti6n bajo el titulo de fa «La escritura de los filésofos». Nos encontramos especialmente con una apasionante entrevista entre Bruno Clé- ment y Michel Deguy que plantea interrogantes anélogos & aquellos alos que acabamos de respon- der acerca de la antropologia (gExiste cierta subje- tividad del discurso filoséfico? ;Existe cierta espe- cificidad de la escritura filos6fica? zAcaso la verdad ‘no se basta a si misma con independencia dela for- ‘ma bajo la que se manifiesta?) y que concluye con tuna sugerencia en forma de definicién: «Asi puede ser la escritura de los filésofos: una subjetividad trasmitida al idioma, aunque emancipada por si misma mediante ese paso por el idioma [..}. Esta forma de abstraccién de so de sublimacién, que el fildsofo operaria mediante la eseritura, y que tende obviamente a acercar su obra ala del antista, ‘no deja de evocar la capacidad de abjetivar indefini- 39 damente que Lévi-Strauss otorge al antropélogo, ca- pacidad que, en la medida en que trata de expresar y ‘da lugar ala escritura, esté efectivamente relacionada también hasta cierto punto con un arte literatio. Michel Leitis, en Al euello de Olimpia, en donde ‘se interroga sobre la nocién de contemporaneidad, hace ver que son los escritores y los artistas més comprometidos de su tiempo los que tienen una ‘oportunidad de sobrevivirle, que son, en definitiva, los mas pertinentes en relaci6n con su época los que tienen una oportunidad de seguir presentes. La presencia, seacual sea el Ambito lterario, es la vyoz que siempre oimos, el tono del que habla Graeq, a misica que reconocemos, el autor ~Braudel, Bart- hes, Derrida o Bourdieu-; en definitiva, la relacion entre una escritura y los leetores. En cuanto ala per- tinencia, en materia de ciencias sociales, es doble: pertinencia técnica, dria yo, en relacién con el ob- jeto de estudio; y tambin pertinencia histérica, tanto en relacién con el contexto local como en re- laci6n con la historia de la disciplina Si Leris tiene raz6n y sies posible aplicar ala literatura antropo- lbgica los mismos criterios que ala literatura en ge- neral,llegaremos a la conclusién de que la anteo~ pologia que tenga més porvenir, que permanezca presente, esa la vez. la mas pertinente, la mis com- rometida dentro de su época, pero también la més personal y la mis preocupada por la escritura. oo Epilogo Solamente me resta, para concluir este breve eseri- to, regresar brevemente a las cuestiones con las que se inicid, Si, nuestros objetos soa histérices, pero no se borran, se transforman. Si, nuestros objetos son culeurales, pero no son ineomparables si adop- ramos dentro de cada cultura el sentido social que ésta sistematiza. Si, existen etnélogos escritores (aunque no demasiados, no hay que preocuparse), pero en cualquier caso, la escritura del antropdlo- £0, literario 0 n0, no tiene como vocaciéa primor dial expresar la presunta parte inefable de cada cul- tura: relata una experiencia en la que el individuo tiene su parte y la abre para la comparacin. Al for- zak un poco los términos, afirmaré que la antropo- logia es ante todo un andisis critico de los etnocen- 61 trismos culturales locales 0, dicho de otro modo, ‘que su principal objeto, su foco, es la tensién entre sentido y libertad (sentido social y libertad indivi- dual), tensidn de la que proceden todos los mode los de organizacién social, desde los mas elementa- les hasta los mas complejo. Es decir, que todavia le queda mucha tela que cortar. 6

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