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La arrolladora intensidad de una buena explosión de sinapsis

“¿Cuál es la verdadera música del Universo, Papá?” - Preguntó Luis.

La pregunta venía de su propio hijo, y por ello, Carlos sintió dentro de sí esa
sensación de plenitud que llena el alma hasta rebalsar. Algo indudablemente
especial había disparado en su cerebro una rara explosión de sinapsis,
coordinada y danzante, que lo transportó hasta ese raro sitio en el cual el
sentido del tiempo sucumbe ante la alquimia del misterio existencial, allí
donde mueren las palabras. Y entonces, Nietzsche y Sartre fueron a buscar la
pelota al fondo del arco. Un instante…, solo un instante…, en el cual no
cabe un ápice de dolor ni el más etéreo pliegue de las pasiones humanas.

Carlos no pensó en su hijo, ni en su pregunta, sino en sí mismo, porque sabía


que tenía la respuesta. A lo largo de su vida, había recorrido algunos
caminos, ya sea por elección o fatalidad, a través de los cuales comenzó a
percibir por donde, verdaderamente, discurre el esquivo y sinuoso sendero
que conduce a la esencia de las cosas. No es que se creyera un iluminado, ni
menos aún, que tuviera su pecho henchido de vanidad arrogante, pero, eso
sí, sabía perfectamente lo que su espíritu tenía y aquello de lo cual adolecía,
aunque a veces su inevitable y falible humanidad lo negara de la forma más
descarada o repulsiva.

“Luis - respondió - el Universo necesita que seas quien seas, y estés donde
estés, afines tu oído para escuchar su voz. Claro, no es lo mismo el oído
inocente de una niña campesina que aquel otro del caballero inglés, el
bosquimano de África o el de tu prima Hilda. Cada uno, a través de su
historia, ha moldeado su oído para ciertas frecuencias y melodías. Es decir,
en cierto punto, la música es algo propio de cada ser y depende de uno
mismo, no de los designios de nuestros semejantes. Por ello, no podría yo
decirte que esta o aquella es la verdadera música del mundo, dado que no
sería para nada lícito, y por otro lado, de acuerdo a cual sea tu gama de
frecuencias dominante, podría producirte una equívoca impresión” - Carlos
detuvo su charla unos instantes, contempló satisfecho el rostro entusiasta de
su hijo, y luego prosiguió:

“La metáfora sinfónica del mundo está por cierto muy gastada, pero no estoy
tan seguro de que sea bien comprendida. El punto es que siempre hay que
abrir el oído, y aún en los lugares menos pensados podés hacerlo, aunque
lejos de tus semejantes, no tendrás referencias para vos mismo - arremetió
Carlos en un solo toque, y siguió - Es este un buen punto, cada uno tiene
distintas preferencias sobre la cantidad de semejantes que debe haber a su
alrededor para estimular mejor su oído. Desde n=1 hasta n=máximo,
entendiendo como máximo el punto de saturación compatible con una
función fisiológica sostenible. El caso de n=o corresponde a los bebés
alienados por falta total de contacto humano desde el nacimiento, y por ello
mismo no es válido. Los conjuntos {nh} (cantidad de humanos),
naturalmente van cambiando en el tiempo, de manera que el caso n=1
admite: [1 en t1 distinto de 1 en t2]” (ciertamente, ha sido lo anterior una
improvisación sobre el tema que debe enganchar ahora con un nuevo fraseo
- n.d.a.).

“Otro aspecto fundamental es el ritmo de la música del mundo. A veces, es


más lento, y otras, mucho más intenso. Y es aquí donde debe brillar tu
instrumento. Si te sentís a gusto, dejate llevar por la melodía y agregale tu
color, pero si no lo estás, insistí en tu propuesta. Una buena disonancia
agrada al mejor oído, tanto como un tema que contesta rompe la monotonía
del conjunto, y a la larga, invita a la fusión. Pase lo que pase, tocá lo que
sentís, y por favor, no dejés de frasear nuevas ideas. Aporreá tu instrumento
tantas veces como quieras, porque al contrario de lo esperado, el mismo
nunca se vencerá. Batí el parche mirando la guitarra a los ojos, escuchá las
armónicas del violín y esperá pacientemente a que el piano se exprese”.

Entonces, Luis comprendió el mensaje de su padre, lo abrazó con amor y le


expresó largamente cuanto lo quería. Cuando estimó haber devuelto a su
padre todo lo que Él le había brindado, desanudó suavemente sus brazos y se
perdió sonriente por la puerta que da al jardín.

“Otra curiosa metáfora de la vida - pensó Carlos - Ahí va Luis hacia el sol de
primavera con mi vieja partitura en sus manos, mientras yo me quedo aquí,
solo en este triste escenario, contemplando aquella silla vacía, como cuando
se fue Pichuco …”

Y el gran Carlos, forzoso integrante del conjunto de la vida, miró hacia el


palco y pudo ver dos rostros que reían. “Nietzsche y Sartre no han muerto -
pensó - pero, ¿Qué iluminada teoría puede resistir la arrolladora intensidad
de una buena explosión de sinapsis?”

Alejandro
apreckel@gmail.com
9 de Julio de 2009

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