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“Extraña cosa esta del molinete – pensé – funciona en un solo sentido, como la
vida. ¿Y el guarda? ¿Qué mira, que nadie se arrepienta una vez adentro?
¡Como si uno pudiera rebasar lo prohibido para volverse a calzar los cortos en
el potrero del barrio! ¿O será que el quía tiene miedo de que un buen día a
todos se nos ocurra lo mismo, que tengamos la mala idea de saltar la barrera
hacia atrás, hacia la infancia de medias caídas y rodillas raspadas, para volver
a retozar en ese barro bendito que nos protegía como coraza contra pestes
invernales y besos indeseados de visitas domingueras? ”
“Pero bueno, ya estoy acá – pensé – y resulta que todos los que estaban
apurados ahora esperan mirando hacia arriba, inmóviles como Gardel en el
bronce, aunque con menos sonrisa, claro… No parecen seres humanos sino
objetos inanimados…” – lo mismo de siempre, me dije a mí mismo. Al rato
llegó el subte. Parado en el andén, lo vi frenar hasta detenerse. Se abrieron las
puertas… pasó un segundo… otro… y no bajó nadie. Subí y me contornee
entre la gente hasta el centro del vagón (como si fuera una culebra en el
monte, pensé). El tren arrancó con ese chirrido agudo que siempre me ha
parecido el reclamo histérico de alguna odiosa parca destructora de destinos,
algo así como una bomba neutrónica diseñada para vaciar las almas. Pero
tiene corazón, la guacha: tutún tutún… tutún tutún…, se escuchó, y luego…
ese vaivén hipnotizante que, si no hacés mucha fuerza, te duerme, duerme...,
duerme……“Yo creo que es ahí donde está el punto – pensé – debe ser por eso
que la gente que tengo alrededor tiene cara de nada.” Hice una cuenta rápida:
40 personas cada vagón x 10 vagones cada tren x 4 trenes cada línea x 6 líneas
x 1200 segundos promedio por viaje… ¡Más de 10 millones de segundos-vida
convertidos en anestesia espiritual! ¡Muchachos, la vida duele, pero no es para
tanto!
– No…, no…, estaba un poco distraído… debe ser el cansancio, recién llegué
de viaje. Soy de Puerto Madryn, vió… – Le contesté, sin querer pasar por
paisano, aunque intuyendo lo inútil de mi esfuerzo.
– Ah, debe ser por eso que encuentra Ud tan extraña esta situación – me
contestó en el acto – Perdone mi impertinente intromisión, espero que no lo
tome a mal. – El hombre hizo una pequeña pausa para tantear mi sorpresa, se
acomodó los anteojos y siguió: – Según mis investigaciones de campo, esta
gente que Ud ve, está internalizando un rito urbano de transición. En verdad,
es un ritual diario que se repite en dos tiempos, mañana y tarde, pero en
sentido inverso.
– Ajá ¿Y Ud como sabe? – Pregunté, casi sin opción, mientras escrutaba su
imagen flaca y descuidada. Eso sí, sus ojos…, sus ojos pequeños y
alargados… aún detrás de esos gruesos anteojos de cristal redondo, dejaban
adivinar una asombrosa profundidad.
– Mire, de joven estudié letras, y ya más grande, supe tener un café en El Bajo,
un boliche chiquito donde iba mucha gente interesante a jugar al ajedrez, se
conversaba de todo, uno aprendía esas cosas que solo se pueden aprender en
un café donde se juega ajedrez, pero después vino la mala y tuve que cerrar.
Ahora atiendo un puestito de libros en Plaza Italia y cuando puedo, me dedico
a mi pasatiempo favorito.
– ¿Sabe Ud cuantas personas está viendo mientras posa sus ojos sobre el
aparentemente – (pronunció lentamente) – singular personaje con quien está
conversando? – contraatacó con esta extraña pregunta.
– ¿Y entonces?
–…
– Cada elemento del mundo – siguió – tan simple y vital como un pedazo de
pan, o tan ostentoso y brillante como la corona de un rey, se hermanan en su
verdadera representación: el reflejo de aquellos que gozaron o sufrieron para
hacerlo posible. Ud mismo no es una excepción. Piénselo. Y si Ud cree que
estoy colocando las cosas materiales al mismo nivel que el Ser Humano,
quizás sienta aún que el mundo, incluso la misma gente a su alrededor, están
disponibles para ser usados. En el mundo no hay cosas, señor. Solo personas.
Solo hermanos. Cuando Ud, por el contrario, solo ve cosas en vez de seres
humanos, entonces, Ud está perdido señor.
Número uno: tenga la voluntad de mirar dos segundos a los ojos de cada
semejante que encuentre en su camino, esté donde esté y sea quien sea. Y SEA
QUIE SEA – remarcó – Empiece ya con la gente que tiene alrededor y
obrará milagros, sobre ellos y sobre Ud mismo.
Y tres: Ud, que ha seguido con magnífico interés mi mensaje, por favor,
ayúdeme en mi trabajo.
Alejandro Preckel
apreckel@gmail.com
8 de Septiembre de 2009