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DiseRo de tapa: Maria L. de Chimondeguy / Isabel Rodrigué Juan José Seonetr ‘Agradecemos « Patricio Léizage Ia sugerencia de tapa LA ERA DEL FUTBOL EDITORIAL SUDAMERICANA BUENOS AIRES IMPRESO EN LA ARGENTINA Queda hecho ef depésito que previene la ley 11.723 © 1998, Editorial Sudamericana S.A., Huunberto T° 531, Buenos Aires, ISBN 950-07-1382-9 Hustracion de tapa: © Claudio Bravo Before the Game, 1983, Courtesy Marlborough Gellery, New York A Guillermo Jaim Etcheverry PROLOGO Mi preocupacién por el fiitbol data de la década del se- senta, tna época en que los intelectuales en general y los so- cidlogos en particular no consideraban este tema digno de atencién. En contraposicién, comenzaba a aparecer una ten- dencia de populismo antiintelectual que descubria los ritos populares como el fitbol o los idolos populares; todavia no era Maradona sino el ahora algo olvicado Carlos Gardel. El deslumbramiento de estos populistas los incapacitaba para el andlisis, anulaba en ellos cualquier espiritu critico y prenunciaba con esas actitudes el irracionalismo politico y el neorromanticismo filoséfico de los afios setenta. ‘Comencé pues, contra la indiferencia de unos y la devo- cién de otros, a publicar una serie de articulos en la revista Confirmado, en octubre de 1966, que fue interrumpida segura~ mente porque molestaban a los responsables de 1a edicién. Esta frustrada experiencia periodistica dio origen al afto si- guiente a un libro colectivo donde recopilé los pocos textos iterarios que pude encontrar sobre el futbol, de George Orwell, Jean Cau, Roberto Arlt, Ezequiel Martinez Estrada, H. A. Murena, Bernardo Verbitsky y Bernardo Carey, conclu- yendo con un breve ensayo de mi autoria. Este fue a su vez el borrador del libro Fuitbol y masas, que debié aparecer en marzo de 1976, pero en un acto de autocensura que se adelantarfa a Ja censura fue retirado de la imprenta por el editor a causa del golpe de Estado. Luego de cinco afios de obligado silencio, de exilio interior, el libro fue publicado por otros editores en n ee el aflojamiento de la censura en los fina- a ictadura militar. No obstante, debi acondicionarme tis citcunstancias y evitar tocar cietts temas, ert éstos el Mundial del 78, El trabajo actual parte pues de aquellos textos pretios, relefdos, corregidos, retocados, aumentads, puestos al dia, y en gran parte modificados, porque el fitbol actual, mediatizado y globalizado, dista mucho del que era en los nos sesenta y setenta, cuando empecé a pensar ef el tema, ee fatbol, y de! deporte en general, no era Caclusiva de la bibliografia argentina; eran muy pocos los Fi que se podian encontrar entonces en el mundo. En ae Francia y simulténeamente con una obra pre- on ~Deporte y politica (1966)— de Jean Meynaud, surgia Hemost Ne muy minoritaria de oposicién al n4ovimiento ne a ae le una perspectiva de izquierda independien- Hanoie pee oF 1968 en la revista Partisans, ditigida por Tangois Maspero, un ntimero con el titulo “Sport, culture et represion”. EI ntimero, que se volveria antolégico, habia sido treparado entre otros por Jean Marie Brohm, quien desde una verspectiva marxista antiestalinista encaro al tea del deporte de masas en una tried obaag y hese ek Kauista Quel corps?, que salié a mediados de los setenta. cuse y el freudo-marxismo influian en Brohm, ¥ también «n mis primeros estudios sobre el futbol. Aunque ya no com- bee Su teoria considero que Wilhelm Reich, a pesar de sus Lelirios, hizo aportes al andlisis del autoritarismo e” Psicolo- we a mavas del fascismo (1983) y sigo considerand© Vélidos alunos de sus concepto: 7 0% sl las masas por el fascinnghs | Ten masonal” © “deseo _ a 1370 aparecié en Alemania el excelente ensayo de Geran innai —El fiitbol como ideologta— donde se hacia a vent ee muy préxima a la mfa. La cointcidencia oe ee ne casi simultaéneamente, desconocién- tiuse entre si y desde dos paises muy alejados, Ilegaron a ea conclusiones sobre el fenémeno universal de alie- TEUAn per el fGitbol, no es producto del solo azar. Algunas “tas ideas estaban en el aire del tiempo; ademas con 1 Vinnai compartiamos una fuente comin en la Escuela de nkfurt, las teorias de Adorno y Horkheimer sobre la in- dustria cultural y la manipulacién de masas que ellos centra- ron en el cine y la miisica, pero que igualmente podian apli- carse al deporte, al que s6lo aludieron. Tanto la corriente de Brohm y Partisans, los reichianos, la primera Escuela de Frankfurt, Vinnai como yo mismo fuimos en cierta medida continuadores, en otro nivel, del famoso aforismo de Marx: ,.suspiro de la criatura desdichada, alma de un mundo sin coraz6n, espiritu de una época privada de espiritu, opio del pueblo” (Contribucién a Ia critica de ia filosofia del derecho de Hegel), hoy tan desdeftado por los posmodernos rehabilitadores de Ia religiosidad, la magia, la idolatria, y hasta Ja supersticién con tal de que sean populares. El afo- rismo era, sin embargo, menos esquematico de Io que se pre- tende, ya que superaba la interpretacién ilustrada ingenua del siglo XVIII de la religién como gran patrafa tramada por reyes, nobles y curas para un pueblo ignorante. Marx afir- maba, en cambio, que la manipulacién era eficaz porque res- pondia, aunque en forma ilusoria, a los autenticos anhelos de las masas por una forma de espiritualidad Es este clima intelectual —al cue se agregaron luego otros aportes sobre sociologia del deporte de Pierre Bordieu, Norberto Elias, Eric Dunning— el que ha inspirado el presen- te trabajo. Para el estudio de esos tipos humanos especificos que constituyen el hincha y el barrabrava, la base de masa del ftbol, fueron dtiles los clasicos estudios sobre autoridad y familia dirigidos por Horkheimer en Paris en 1936 —de los que recupero el trabajo del joven Erich Fromm aludiendo al deporte—, y sobre todo la encuesta sobre personalidad auto- ritaria realizada en California en 1950 por el Instituto de In- vestigaciones Sociales bajo la direccién de Adorno. Las otras dos obras auspiciadas por este Instituto que complementan a La personalidad autoritaria, Cambio social y prejuicio de Bruno Bettelheim y Morris Janowitz, y Psicoandlisis del antisemitismo de Ackerman y Jahoda, constituyeron también aportes, abriendo el camino para la vinculacién entre la psicologia y la uN UPD sociologia. Tanto Bettelheim como Ackerman en sus respecti- vos libros sefialaban en el individuo prejuicioso una confu- sin respecto a la imagen del propio yo, un conflicto acerca de la propia personalidad, donde el prejuicio y la hostilidad ac- tian como fortalecedores del débil yo, caracteristicas que pueden detectarse también en el adicto al ftitbol. En la misma época de estos estudios sobre la personali- dad autoritaria, Eric Erickson, en Infancia y sociedad, elaboraba una teorfa similar sobre el papel de la realidad social en la formacién de la personalidad, prestando especial atencién al problema de la identidad en el individuo, a la intolerancia como forma de defensa contra Ja carencia de identidad, ejemplificéndola con la juventud alemana de la época nazi. La teorfa de la identidad formulada por Bettelheim, Ackerman y Erikson fue de utilidad para el estudio del hincha de fiitbol, aunque deba adoptarse una severa actitud critica ante las de- rivaciones conservadoras de Erickson, para quien la identi- dad personal s6lo es lograda en conformidad con lus “roles sociales”, entendiendo por tales, caracteres naturales y no s6lo convenciones culturales e hist6ricas. La influencia de la teoria critica de la Escuela de Frankfurt, con su enriquecedora vinculacién interdis- ciplinaria entre filosoffa y ciencias sociales, fue decisiva para encarar en los afios sesenta y setenta mis trabajos sobre el turismo de masas —Mar del Piata y el acio represivo— y sobre el futbol. Pienso, no obstante, que el frankfurtismo temprano debe ser revisado en parte, como de hecho lo hace, en una autocritica o superaci6n dialéctica, la segunda teoria critica de la nueva Escuela de Frankfurt. La categoria de totalitarismo, adectada en sus interpretaciones del fascismo y el estalinis- mo, es inapropiada al ser extrapolada a los fenémenos distin- tos del capitalismo democratico y de la sociedad de masas postotalitaria, de los que aquella no supo ver su cardcter con- tradictorio y ambiguo, obnubilada por una visién apo- caliptica, lastrada de elitismo y nostalgia pasatista en el caso de Adorno, o de utopismo en el de Marcuse. Si debe reivi dicarse en ellos haber sido los primeros en analizar la indus “ tria cultural, hay que advertir que no vierot el carsetor viepivalente de todo medio téenico. En fin, el auge BCU ave nomanticismo antiiluminista contra él progres CO mee yéenico, en las doctrinas posestructuralistasy posmoder co econstructivistas, neonietzscheanas muestrayy Pe gros latentes en Dialéctica del iluminii de Adorno y Bes heimer, como ya Io sefialara Jurgen Habermas antes fue 1a Una influencia en 1a que no tuve acompafiantes [Or de la Escuela Sociolégica de Chicago de los ae veiate ¥ oe sta, desconocida en nuestro pais y que descury Cont” mente en 1950, en la biblioteca de la vieja Facultad de Flos fia y Letras, cuando ya se la consideraba absoleta en su Pro pio pais de origen ya que habia side desplazada por Ia 6 Pie we funcionalista parsoniana. La Escuela de €Picat® ja precursora de una sociologia de Ja vida cotiiana, el ine és predominante de mis libros de la década del sesents, ree eeros Tos estudios sobre el fitbol. Fn obras clésica sees de Chicago —Street Corner Society, 1943, de WMT pects White; The Gang, 1927, de Frederich M. Trach’ cond Coast and the Slum, 1929, de H. Zorbaugh— Sot elementos para el andlisis de los ese rupee ea i ‘nales que me servirian para el estudi sicologia det need Para el andlisis de la barra brava fue sit ition Farste White en su famoso estudio sobre la pandtla vt it berrio pobre de Boston, donde mostraba las in a conexis nes que tienen los Ifderes de las barras juveniles con Tos de Me dates y 10s politicos, a quienes dan apoyo pare 0 aintadles, y e6mo a st ver. es posible que estos 1igeres JA lus terminen convirtiéndose en delincuentes © 2500 Nv He tettmabrales mas bajos de la politica, a los suburvith Sl i abia nada equivalent, poder. Fn Ja sociologia argentina no habia nada equivaten pottso la eronica periodistica anterior 3 a anon era reticente a tocar esos fens, fo mnlane hr Frematiea ee fieeion, de 1a que slo se Fescatan AIBN rented ce La esquire Bernorde Verbitshy En cuanto al culto de los fdolos populares —tan impor- tante en el fitbol—, no habia sido suficientemente estudiado de acuerdo a su importancia, y tampoco hoy lo es, al punto que todavia queda como un hito Las estrellas de Edgar Morin, aparecido en 1957, referido al star system de Hollywood que de igual manera puede aplicarse a los idolos del deporte. Como todos los fenémenos humanos, el fitbol no puede ser encarado por una sola disciplina; si queremos captarlo en su totalidad y no caer en el reduccionismo y el determi. nismo, se hace necesario interrelacionar sociologia, psicolo- gia, historia social, economia, ciencia politica, sexologia y sus derivados, sociologia de la vida cotidiana, sociologia y Psicologia de los pequerios grupos y de los grandes grupos 0 masas, critica cultural y aun sociologia y psicologia de las religiones. El tema del hincha, de las barras bravas y también el de las repercusiones totalitarias del ftitbol leva a plantear uno de los problemas fundamentales de la sociologia y la psicolo- gia social, que a su vez remiten a la filosoffa: las rclaciones de los individuos entre s{ y con el grupo humano, y de éste con la sociedad global, No puede negarse que la sociedad es algo més que la mera suma de los individuos, y que los factores econdmicos y sociales influyen sobre la formacién del aparato psiquico in- dividual. Esto no implica la existencia de una entidad ontolégica supraindividual, del tipo del “organismo” de los Foménticos alemanes, “psicologia de las masas” de Gustav le Bon, “inconsciente colectivo” de Jung y otras variedades del “alma de los pueblos”, “mente colectiva”, “espftitu de gru- po", “conciencia del nosotros”, que sirven tanto para despre- jar a las masas populares —y desautorizar toda opcién polf tica basada en las mayorias— como para manipularlas me- diante su adulacién, como lo hacen los comunicadores de los medios 0 los lideres politicos autcritarios Esta ambigiiedad entre lo individual y lo colectivo hace muy dificil explicar el fenémeno de la pasién por el futbol y el delirio de unanimidad que provoca. No puede entenderse al 16 hincha solamente como un sujeto pasivo, marioneta de es intereses econémicos y politicos que se mueven detrés del fuitbol; éstos sélo pueden ser eficaces cuando se basan en pro- tundos deseos inconscientes de las masas. De otra manera re puede explicarse cémo, en el Mundial 78 y en la guerra de las Malvinas, estall6 el delirio de unanimidad, y c6mo las masas ~y no solamente las populares— aclamaron a una enti que ls reprimia brutalmentey defendieron como propios los intereses de sus opresores. Pero a la vez estas necesidades picolgieas estén condicionadas socal y aun econémicamen- te. Los actos de violencia caracteristicos de las barras futboleras s6lo pueden manifestarse cuando se dan ciertas situaciones sociales que los propician y aun apoyan. ; cialidad del psicologismo ni del sociologismo— cémo la es- tructura de la sociedad favorece a una determinada eae dle carécter que predispone al fanatismo, a la violencia, y a 2 vez cémo esa personalidad contribuye a la conservacién del orden establecido. 7 caves del mundo del futbol, desde el poderoso diri- yente hasta el hincha anénimo, pasando por el idolo, puede ‘nalizarse el estado actual de la sociedad en su totalidad, y comprobar a través de esa “microsociedad” las tendencias, latentes o manifiestas de la “macrosociedad”; el fiitbol no es xolamente el fiitbol. Del mismo modo que lo fue el campo de Olimpo en la Antigua Grecia, el Circo en el Imperio Romano, ‘© ¢l Hipédromo en el Imperio Bizantino, el estadio de futbol es un espejo de Ja sociedad actual; reflexionar sobre sta, a propésito del faitbol, ha sido la intencién del presente trabajo. 13 FUTBOL Y CIVILIZACION En un articulo de El espectador (1934) Ortega y Gasset ctiticaba el auge del fitbol y responsabilizaba de ello a la irrupcién de las masas que lo invadian todo e imponfan sus gustos plebeyos. “El ptiblico que ahora va al estadio —de- cfa— tomado en su conjunto no era antes ptiblico de nada. Era ‘pueblo’ y no se permitfa asistir a espectéculos urbanos que no entendia”'. Ese aristocratico desprecio por el pueblo ya habia sido expresado en su obra de 1930 La rebelién de as masas, donde explicaba todos los males contempordneos como consecuencia del creciente poder de las masas. Wright Mills —La elite del poder— puso en evidencia la falacia de la tesis orteguiana mostrando que la llamada socie- dad de masas implicaba precisamente lo contrario, el poder de las elites?. Adorno! por su parte sefialaba que la culpabili- dad de los males culturales de nuestra época es cargada sobre las capas sociales bajas y su presunta emancipacién democré- tica, cuando la verdad es todo lo contrario: no son los oprimi- dos los que obran la estupidizacién, sino la opresién la que estupidiza. Si las mayorias suelen ser ignoradas, retrogradas, apiticas, no es por ningtin tipo de inferioridad moral o psico- Logica o biolégica, sino por las barreras que imponen la po- breza, el analfabetismo y los prejuicios sociales, y porque las minorfas que tienen en sus manos los medios de difusion y cultura los utilizan para mantenerlas en un estado de miseria y abyeccién, Interesados en perpetuar la separacién entre la 287 cultura y las clases subalternas, las clases dirigentes sostionen que, en verdad, esta separaci6n tiene una razdn existenclal y no meramente social y econémica, siendo por lo tanto eterna e inalterable. Las criticas aristocratizantes a Ia Hamada “sociedad de masas” que tienen una larga y prestigiosa tradicion filoséfiva en Carlyle, Renan, Nietzsche, Le Bon, Ortega, Eliot y Jaspers, explican los fenémenos colectivos irracionales, entre los que se cuenta el fiitbol, como un inevitable producto de la sociali- zacién, del aumento de la igualdad social, de las mayores oportunidades y participacién otorgadas a las masas, y aun del desarrollo de la instrucciéa publica que provocaria la in- evitable decadencia de una refinada cultura sélo posible en minorias muy restringidas. Se puede mostrar, sin embargo, que los intelectuales ms sofisticados son muy proclives a hacer la apologia de los movimientos irracionalistas, cuya res- ponsabilidad se suele atribuir solamente a las masas. El apoyo de Heidegger al nazismo, de Ezra Pound al fascismo, de Romain Rolland y tantos intelectuales al estalinismo, y de Foucault al Khomeini, son ejemplos contundentes para termi- nar con Ia falsa dicotomia que identifica a la cultura con law lites intelectuales y a la barbarie con las masas populares. La falacia de los elitistas sobre la irracionalidad como pa- trimonio exclusivo de las masas populares, se complementa con la falacia de los populistas acerca de los intelectuales que desprecian el ftitbol, porque desprecian la cultura popular. Por el contrario son frecuentes los intelectuales —particularmente de derecha— que reivindican el deporte en general y el futbol en particular. Henri de Montherland en El parafso a la sombra de las espadas y Los once frente a la puerta dorada, entremezclaba su pasién por el deporte y el fitbol con el culto a los héroes, la misoginia y la defensa del “oscurecimiento de la raz6n”. Driew la Rochelle, el creador del “socialismo fascista”, decia en la primera posguerra: “Lo que maravilla a millones de espectado- res animados de una calurosa acogida por su raza es que des- pués de la guerra hayan visto levantarse una nueva Francia sobre los terrenos del deporte”. Albert Camus, que jugé en su 288 juventud on el equipo de fitbol argelino RUA, confesaba “queria tanto a mi equipo, no sélo por la alegria de la victoria, tan maravillosa cuando esta combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estiipido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota”, y aseguraba “después de mu- chos afios en que el mundo me ha permitido variadas experien- cias, lo que mas sé, a la larga, acerca de moral y de las obliga- ciones de los hombres se lo debo al faitbol, lo aprendf con la RUA”. Camus no era por cierto fascista pero creia en el absur- do como fundamento de la vida (EI mito de Sisifo) y rechazaba Ia historia y el cambio (E! hombre rebelde). Ortega y Gasset, por su parte, tuvo una actitud ambivalente con respecto al deporte. En 1930 denigraba al futbol cuando éste adquiria una difusi6n masiva —afios an- tes, cuando era practicado tan sdlo por sus admiradas elites, lanz6 una teoria segiin la cual el deporte estaba en el origen de toda actividad seria del hombre— y saludé con alborozo el predominio en el siglo XX del cuerpo a través del deporte "la alegria muscular”—, en contraposicién al exceso espiti tual del siglo anterior, identificando la vida al deporte, sien- do lo demas mecanizacién y funcionamiento.* Entre los escritores argentinos, hubo interés por el {ti bol desde los primeros tiempos. El pionero de los cronist de futbol, desde la columna de Critica firmada por El Negro de la Tribuna, era el cuentista y novelista Pablo Rojas Paz. También un autor de ficcién José Gabriel intentaba en 1929, y nada menos que desde las paginas de La Nacién*, mostrar a superioridad estética de un partido con respecto a un ba- Het, comparacién que repetiria después el uruguayo Carlos Negri. Ya Paul Morand cuando pasé por Buenos Aires, vio jugar a Arsenio Enrico y lo comparé con Nijinsky. A pocos meses de aparecido el articulo de Gabriel, y tal vez por su influencia, Jorge Romero Brest, que ademas de critico de arte era profesor de ejercicios fisicos, establecia un paralelo entre el elemento ritmico del cine artistico de aquellos aiios y el deporte de masas’. Aflos més tarde, Romero Brest se lamen- taba de que por prejuicio no se quisiera ver a los “deportes 289 populares” como “un amago de sintesis entre la conciencia estética y artistica”’. En las tiltimas décadas, el tema del fiitbol se ha vuelto una constante de la literatura argentina y rioplantense, des de la narrativa o la cronica periodistica: Osvaldo Soriano, Mario Benedetti, Jorge Asis, Osvaldo Bayer, Eduarda Galeano, José Pablo Feinmann, Roberto Fontanarrosa, Alicia Dujovne Ortiz, Juan Sasturain, Humberto Constantint, Guillermo Saccomanno, Rodrigo Fres4n, Liliana Hecker, Miguel Briante, Héctor Libertella, Alejandro Dolina, Luisa Valenzuela, Elbio Gandolfo, Inés Fernandez Moreno. En In poesia, Juan Gelman, Horacio Salas, Nira Etchenique, Alber to Spunzberg, Jorge Rivera, Alfredo Carlino, Roberto Jorge Santoro, Jorge Huasi. Juzgar el valor de cada una de estan variadas expresiones corresponde a la critica literaria. La mentablemente algunos escritores, desde la perspectiva pu: pulista o de izquierda posestalinista, adoptan una actitud beligerante en defensa del futbol que trasciende el plano It terario sin llegar por eso al nivel del pensamiento. Un ejem plo es Eduardo Galeano, quien en Su majestad el fiitbol, den: pués de una desdefosa referencia a los intelectuales que mi gustan del fiitbol, afirma: “No niego que el fitbol empieza a gustarme, y mucho, sin que eso me provoque el menor re: mordimiento nila sensacién del opio de los pueblos. Me gusta el fitbol, si, la guerra y la fiesta del fiitbol, y me gusta compartir euforias y tristezas en las tribunas con millares de personas que no conozco y con las que me identifico fuyar mente en la pasién de un domingo a la tarde. ;Desahoyo dw una agresividad reprimida en el curso de la semana? ;Mers: ce el sillén del psicoanalista? ;O bien se ha sumado a una de las formas de la contrarrevolucién? Los hinchas somos in: centes”, Ernesto Sabato también milita en la causa del fithol, ya vimos su actitud durante el Mundial de Futbol y en ta carta abierta a Maradona. A propésito del triunfo de Raving, «i 1966 proclamaba: “Racing logré algo, ha sido hasta el muomen: to un esfuerzo importante, y el pueblo necesita tener te em ow algo”, La fe, para Sabato es una forma vacia que puede Ile- narse con cualquier contenido: Dios o Racing Club. Peor que estas expresiones ingenuas y sentimentales es el intento por interpretar filos6ficamente el fendmeno del fiitbol por parte de cierto populismo de cétedra. Ya en los afios se- tenta, Conrado Eggers Lan, representante del cristianismo peronista revolucionario en boga por entonces en los ambitos universitarios, confesaba que ante el juego de River frente a Atlanta coronado por un gol de “palomita” de Oscar Mas, que puso a River 4 a 2 tras ir perdiendo 2 a 0, no pudo verlo “sin entusiasmarse y gritar gol, no alienindome por eso”. El populismo de cétedra, el antiintelectualismo intelectual esta representado en Ia década del noventa por profesores como Gustavo Bernstein —Maradona. Iconograféa de la patria— quien después de establecer una serie de paralelismos mitolégicos con héroes de la Antigiiedad, Aquiles, Héctor, Ulises, Teseo, Mega a la siguiente conclusién: “Maradona es el émulo de Cristo. E] también ha sido elegido por Dios (por sus distintos sin6nimos) para expiar en su carne nuestras miserias””. Es dificil saber —descartando que sea una humorada— si se tra- ta de un delirio o de una impostura intelectual, Pablo Alabarces y Maria Graciela Rodriguez —Cuestién dle pelotas, Futbol, deporte, sociedad, cultura— tratan por su parte de recuperar “lo popular” desde una jeringoza incomprensi- ble para cualquiera que no forme parte de su entorno, y por supuesto inaccesible a los “sujetos populares”. Los auitores uisan una vieja treta retérica: mezclar ‘a jerga académica y el tono popularechero, combinando la petulancia del iniciado en saberes inefables —decir “leer Maradona” en cédigo estructuralista— y la humildad del que baja hacia el pueblo. Los t6picos tercermundistas 0 setentis:as acerca del “gol ma- ravilloso” de Maradona al introducir la pelota en el arco con la mano “en un gesto tradicional de la picardia, como enfren- lamiento de la ‘picardia criolla’ ante los viejos enemigos i uileses, repudio a la soberbia primermundista y expresién del humbre y sed de justicia del pueblo argentino” nos muestran la poco que Alabarces toma en serio el ftitbol en cuanto de- 201 porte para considerarlo més bien como una expresién politi- ca, en lo cual coincidimos en parte aunque por razones dia- metralmente opuestas. A la busqueda de la escurridiza cultura popular, los inte- lectuales populistas no encuentran a mano més que los hibridos productos de la industria cultural, fabricados por inescrupulosos técnicos al servicio de poderosos monopolios e impuestos desde arriba por los medios de publicidad y pro- paganda. Lo auténtico que puede salvarse del arte popular tiene un sentido y un valor cuando muestran la riqueza, el espiri- tu y la vitalidad de un pueblo a pesar de la opresin y Ia indigencia cultural a que es sometido. Pero cuando ese arte popular es reproducido ceremoniosa y solemnemente, cuan- do se lo musealiza como intenta en los xiltimos afos el populismo, se convierte lisa y Hanamente en una misti- ficacion. El populista acepta un concepto ahistérico, estatico y sin desarrollo del pueblo: el pueblo es eso y tal otro, el pueblo quiere esto y no esto otro, como si no se tratara de una connotacion objetiva, susceptible de cambio, sino de una institucién inmutable y eterna, de una esencia caracteriol6gica. La historia modifica permanentemente to- das estas caracterfsticas populares tan seductoras: si un po- pulista argentino hubiera escrito sobre deportes a fines de siglo pasado habria dicho que la rifta de gallos o la pelota vasca —juego tan popular entonces como lo es hoy el fui bol— eran la expresin del alma popular y como tal indes- tructibles. Sin embargo, nadie recuerda hoy que la pelota vasca fue un juego multitudinario, y la rifia de gallos es s6lo una nota pintoresca de época. Nada hace suponer que el fatbol escape a ese effmero destino. La caracteristica de las pasiones populares, de los fervores masivos, es que no saben envejecer. Por otra parte, como hemos mostrado al referir- nos a los medios de comunicacién, el fiitbol distaba mucho de ser una pasién multitudiraria cuando en 1931 fue im- puesto coercitivamente por intereses econémicos y politicos, y en el momento en que los in:electuales populistas comicn- 202 zan a descubrirlo en los aiios sesenta, la asistencia del publi- co a los estadios estaba en franco descenso. Otro error de los populistas es pretender oponer las sen- cillas diversiones populares a los complejos refinamientos de las elites. Cuando se gastan los modos habituales de expresar un status elevado, las elites recurrer. a todo lo contrario de lo que tradicionalmente se considera exclusivo. Se encuentra un placer ultrarrefinado, no ya en obje:os de excepcién, sino en las cosas mas vulgares, a las que se aprecia, no obstante, de un modo distinto de las masas. Se trata de un esnobismo al revés, donde lo out se convierte en in y viceversa. De ese modo se impuso el auge de la alpargata, el hablar en lunfardo, el jean, el tango 0 el rock y el fitbol como una nueva sofisticacién que no parece para nada sofisticada y que sirve para despistar al advenedizo. Los exquisitos de antafio odiaban la vulgaridad; los exquisitos de hoy la adoran. La elegancia ya no esté de moda. El olor a sudor, a orina y a sindwiches de chorizo de los estadios tiene el gusto de las esencias importadas!™*, Es indtil tratar de responder al “futbolismo cultural” con argumentos ldgicos y éticos, a los posmodernos les resultan demasiado solemnes y pedantes, ellos estan contra la serie dad y por el humor. Los populistas, por su parte, nos habla rin de sensibilidad; el ataque preferido a quienes criticamon las pasiones llamadas populares es que carecemos de “sen bilidad popular”. Segiin parece esa cualidad del alma, env misterioso instinto capaz de captar las esencias ocultas de In sabiduria ancestral de los pueblos, le es otorgada a unos y negada a otros por una suerte de predestinacidn orgdnicu, o innata y no se puede adquirir, es una forma larvada de supe rioridad racial; la “sensibilidad popular” se confunde al fin con el espiritu de aristocracia. El populista proclama que el intelectual no puede sentir la emocién de un partido de ftitbal 0 de la voz de Gardel, del mismo modo que Charles Maurras decia que el judfo francés no puede sentir un verso de Racine, Cuando surge la voz discordante de Borges, osando bur larse de las supersticiones populares, como el peronismo, el jardelismo o ef fitbol, el estigma cae sobre él. Un periadista ma deportivo sefialaba que la infancia de ese escritor “debe haber sido triste y aburrida, porque no recordar un picado en el barrio con pelota de trapo es no haber conocido ni gustado el dulzor de la infancia”. Antonio Cafiero el amigo de Barritta decia que a “un hombre como Borges, a quien no le gusta el fiitbol, ni Gardel, ni las mujeres (sic), no le puede gustar el peronismo”. El pensamiento racional no puede captar lo ins- tintivo, afirman los privilegiados poseedores de la “sensibili- dad popular”, para ellos la pasion y la fe son superiores a la raz6n como modo de conocimiento, es decit que en ultima instancia la realidad misma es irracional. Con una actitud neorromantica, estos populistas proclaman el derecho a “ido- latrar”, a creer en los idolos populares y en los mitos naciona- les y acusan de frialdad de corazén a quienes se proponen desacralizarlos y desmitificarlos. No estamos lejos del menos- precio fascista por el intelectual a quien se pretende oponer un supuesto “pueblo” ignorante pero sano. Bajo el popu- lismo, aunque ostente posiciones de izquierda, se puede des- cubrir un oculto pensamiento fascista. Las contradictorias consecuencias de esta lucha por la “culturalizacién” del fat- bol Ilevada a cabo por los intelectuales populistas son, por un lado, el uso que de ello hace la industria deportiva, y por otra parte, la total indiferencia con que es contemplada por las masas populares. Quienes s6lo ven en el deporte lo que efectivamente es, una poderosa industria, un medio de conseguir fabulosas ga- nancias, supieron aprovechar la publicidad gratuita de los candorosos populistas empenados en mostrar el fitbol como cultura, para sacar mayores vertajas econémicas de su nego- cio. También el asesinato considerado como uno de los bellos deportes, el boxeo, g0z6 de la apologia de los intelectuales populistas —Gatica fue objeto de culto— y sirvié al empresa rio del Luna Park, quien hizo una peticién pablica en 1972 para que su empresa fuera equiparada al Teatro Coldn, H+ brandolo de cargas fiscales, alegando que contribufa tanto como el arte, a la cultura del pats. Al respecto, debe recordarse que Buenos Aires es una de 296 las ciudades con mayor cantidad de estadios en el mundo, en contraste flagrante con la destruccién de teatros, el deterioro de sus hospitales ptiblicos, escuelas, bibliotecas y archivos. [| Estado acuerda toda forma de “apoyos” y “facilidades” al de- porte en general, y al fiitbol en particular, como si éstos cum- plieran un “servicio puéblico” en tanto se abandona el arte, la literatura o la ciencia a sus propios medios. Las expresiones de la “cultura nacional y popular”, autoproclamada por los escritores populistas que “van hacia ol pueblo”, no tienen por supuesto la menor repercusién en cl Propio pueblo. El hincha tiene una necesidad alionada de algo que, por no habérsele dado atin otra denominacién seguimos Hamando “cultura”, “conocimiento”, y que en realidad no os sino algo de que hablar. Pero esta cultura del hincha no consis te por cierto en leer los poemas, ensayos sociolégicos o narra- ciones de los escritores populistas. El hincha, cuya vida ests despojada de todo conocimiento stil, asi como de todo pensi- miento, memoriza, en cambio, con minuciosa pedanterfa los curriculum de los jugadores, Ia compasicién de los equipos, las fechas de los partidos ganados o perdidos por cada cuadro a través de los aos, y aun de los cuadros de otros paises y tole tipo de dato superfluo referido al fiiibol, sobre el que se habla ¥ se discute el dia entero como si se tratara de algo verdadlera mente importante y serio. Grandes empresas industrialey olor gan abultadas sumas de dinero para premiar en concursos ra diales y televisivos, que son seguidos atentamente por millo nes de espectadores, a esos bizarros eruditos. Se trata, dle ew modo, de eternizar un acontecimiento que, como el juego, esta destinado, y en eso consiste su tinico atractivo, a ser efimera, La pasién futbolistica hace surgir un goce que permanece dew conocido para el que no gusta del fuitbol, pueden alegar tal vex sus defensores, por lo tanto enriqueceria la vida. Poro a la vex por ser un fervor absorbente, excluye todo tipo de goce, slo el itbol existe y tiene plenitud para el hincha; todo lo demas carece de interés: antes, desde la mitad de la semana hasta e| domingo, pensaba en ef partido que se iba a ju dlomingo hasta I 7 deste el lad de la semana pensaba en ef partido que 295 se jugé; ahora todos los dias y a toda hora tiene un partido en que ocuparse, sus vivencias son, pues, de una pobreza extrema Sin embargo, lejos de ser perezoso, el fanatismo futbolistico exige un esfuerzo y una voluntad considerable, casi tanto como haria falta para ocuparse de estética, de economia politica, de filosofia o de historia de las civilizaciones. Pero precisamente ese esfuerzo se hace como una forma de defensa contra todo tipo de indagacién que busque una respuesta a los problemas del hombre, es al fin una forma de adiestramiento para alejarse de si mismo, para no dudar, no criticar, no discutir, no pensar. El problema de la cultura popular debe encararse en una forma opuesta a como lo han encarado los populistas. No idealizar a las masas, segtin los mitos romanticos desde el “buen salvaje” de Rousseau al Volk de los idealistas alemanes: las masas convertidas en un ser incontaminado y puro engen- drando esponténeamente virtudes inefables que los corrom- pidos civilizados deberfan reverenciar. No rebajar la cultura al nivel de conciencia elemental de las masas, como preten- den los populistas, sino por el contrario, elevar esa conciencia hasta las formnas mas complejas de la cultura. No encerrar a las masas en el marco artificialmente restringido de una su- puesta cultura popular, nacional, o proletaria, 0 como se la quiera lamar, segtin los distintos sectores politicos, sino tra- tar de que el pueblo aprenda a asimilar la cultura clasica acep- tando la rica herencia de todas las épocas, que hasta ahora ha sido s6lo privilegio de las elites ilustradas. Industria deportiva contra juego Puede hablarse del fitbol como un juego, como una acti~ vidad libre, como una forma de comunicacién interhumana, en tanto es practicado por muchachos de barrio, en un terreno baldio, con pasto, flores silvestres y fondo de cielo. Cuando la zona agreste, con cierto aire de paisaje romantico, se transfor ma en el estadio de cemento, un lugar significativamente pa- recido a un campo de concentracién —con alambrados de 296 tia, focos, altoparlantes, guardianes armados, perros de poli- fa, carros hidrantes, gases lacrimégenos, y coches celulares—, el juego liberador se ha transformado en el deport: represiva, Es anacrénico seguir sosteniendo como aquel candoroso po- pulista: “Los deportes al aire libre estén entre los tiltimos ca- minos que le quedan al hombre hacia la naturaleza”". Mas acertado estaba Aldous Huxley cuando imaginaba en su no- vela de anticipacién Un mundo feliz, que en la sociedad totali- taria del futuro seria decretada la prohibicién del amor a la naturaleza, ya que las primulas y los paisajes son gratuitos y no dan trabajo a las fabricas, pero como al mismo tiempo cs preciso consumir transportes, se condicionaria a las masas Para que odiaran la naturaleza, y simultaneamente les gusta- ran los deportes, y ademés deportes que exigieran aparatos fabricados, de tal modo que consumieran articulos manufac: turados y medios de transporte. El juego tiene tanto que ver con la industria deportiva como el erotismo tiene que ver con la compulsi6n social y religiosa a la reproduccién de la especie. La libertad de usar el propio cuerpo en el goce del erotismo y del juego es reprimi- da por la industria deportiva. El juego, como el erotismo, no es mas que una descarga de ciertas pulsiones que llevan al hombre a bailar, saltar, correr libremente por la sola razin do que tiene deseos de hacerlo y con la condici6n de poder dejar de hacerlo cuando ese deseo se desvanece, La industria io- Portiva, contrariamente al juego, se ejecuta cuando lo maren la fecha inscripta en e! calendario previo y, se tenga 0 no ganas en ese momento, no puede interrumapirse ni postergar- sea voluntad. Los movimientos realizados en el deporte leis de tener la espontaneidad, la improvisacién y la libertad ima ginativa propios del juego, estan rigurosamente reglamenta~ dos, técnicamente organizados, cronométricamente medidoy. FI objetivo del deporte no es satisfacer un desco como en el juego, sino batir un récord, ganar una competencia. Incluso Hega a darse el caso de que los peores jugadores sean los que Jogren imponerse en el deporte. Ejemplo, Lorenzo y Zubeldta, Jos mediocres jugadores que se convirtieron luego en prestt 27 giosos directores técnicos. Zubeldia llegé a ensefiar todos sus malos habitos al equipo de Estudiantes que se destacé por su inconducta en los tiempos de Ongania. En el momento mismo en que el juego se transforma en industria deportiva, como conse-uencia inevitable, se estable- ce una division de desigualdad y privilegio entre una minora de deportistas profesionales y una mayorfa de espectadores pasivos. El exhibicionismo de los jugadores profesionales es complementado con el voyeurismo del ptiblico. Cuando el proceso de industrializacién transformé el arrabal de las grandes ciudades en zona fabril y la urbanizacién termind con los baldfos, el ftitbol se institucionalizé y desde entonces lo practican principalmente los jugadores profesionales alta- mente remunerados, en tanto que la mayoria de la poblacién rara vez toca una pelota y se ccnvierte en espectador pasivo que participa por delegacién de los triunfos de su cuadro fa- Vorito, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna —y cada vez més desde Ia radio o la televisién—, enajendndo- se en el jugador profesional que adquiere, de ese modo, la categoria de un idolo. “Le ganamos”, “Ie hicimos un gol”, dicen los hinchas que no se han movido de las gradas. “Se deja que otros hombres forcejeen, mientras que uno observa bien sentado en su puesto: eso es el deportes, decia Robert Musil. Esta identificacién del individuo con el equipo signifi- ca que aquel que personalmente no toca jamas una pelota con sus pies puede, como hincha de determinado club, conside- rarse responsable y honrado por los actos del jugador. De este modo, el hincha niega simbolicamente la impotencia, la impo- sibilidad de actuar a que lo somete la sociedad y se satisface con las acciones ajenas. Separado de la experiencia real de cada uno, el fiitbol se convierte en un simbolo abstracto y Iejano, en una deformacién caricaturesca de la comunicacién interhumana que ejerce una poderosa fascinacién y domina- n sobre el espectador pasivo. La transformacién de la acti- vidad de las masas en la mera contemplacién pasiva del es- pectaculo organizado por grandes corporaciones, ha sido ana- lizada por Guy Debord. “Toda la vida de las sociedades don- 298 — de rigen las condiciones modernas de produccién —afirma- ba— se anuncia como una inmensa acumulaci6n de especté- culos. Todo lo que antes se vivia directamente se aleja ahora en una representacién.”” El deporte por delegacién, el juego convertido en esp\ taculo, es un fenémeno tipico de la sociedad industrial, y de la sociedad de clases. Las clases altas practican personalinen- te el deporte —tenis, golf, equitacién, pato, yachting, esgrima, polo, esqui, eteétera— s6lo las clases bajas estan reducidas al especticulo pasivo del faitbol, como una forma de adiestra- miento para la sumisi6n y la depeadencia en su vida cotidia- na y en el trabajo. Cabe suponer cue en una sociedad donde todos pudieran desarrollar libremente sus posibilidades de juego, cesaria la fascinacién del espectéculo del futbol. “EI deporte en el sentido de espectaculo de masas —decia Lewis Mumford— sélo aparece cuando una poblacién ha sido ejerci- tada, regimentada y deprimida a tal punto que necesita cuan- to menos una participacién por delegaci6n en las proczas donde se requiere fuerza, habilidad, herofsmo, a fin de que no decaiga por completo su destalleciente sentido de la vida." Si la industrializacién del fitbol destruyé el juego indivi- dual y creé el especticulo, a su vez la industrializacién termi- n6 por sofocar también el espectaculo, convirtiéndolo en una parodia de si mismo. Cuando la principal ganancia de su club esta en la venta de jugadores, el espectaculo como tal pasa a segundo plano, Por otra parte, cuando se trata de ganar pun- tos, antes que nada, los directores técnicos hacen centrar el juego en la defensa més que en el ataque; lo esencial es no dejarse hacer goles, pero como a la vez, el equipo contrario se propone lo mismo, se llega a la paradéjica situacién de un futbol sin goles, donde el empate es ya una victoria. Panzer! recordaba que en 1938 se llegaron a marcar 1.336 goles en cl Campeonato de Fiitbol Argentino, y en contraste en los tilti- mos aitos se llega a un término medio de 500 goles por ai. La Repiiblica de El Salvador, por su parte, creyé solucionar It crisis del gol prohibiendo el cero a cero como score del_par tido, obligando a tirar penales. La consecuencia fue que +! 209 juego siguié siendo tan aburrido como antes, y habia que es perar al final para llegar a la arbitraria solucidn de sustiluir ef gol ausente por el penal. La subordinacién del juego al puntaje fue manifestada abiertamente por el seleccionador Helenio Herrera: “Si resul- ta que se puede ganar jugando bien, estoy conforme, pero a los quince dias se olvida si el partido ha sido bueno 0 malo. En Ia tabla queda el resultado, eso es lo que cuenta”. También es de destacar cémo en el aficionado al fiitbol el gusto por el espectéculo fue desplazado en una época hacia la ganancia de la polla, 0 —condicionado por la publicidad de los medios de comunicacién— hacia la transferencia de juga- dores. La alienacién aqui es total, ya que el aficionado se apa- siona por el fabuloso negocio de su club preferido, del que é1 Por supuesto no recibird ningtin beneficio, ni siquiera en el caso de ser socio. La aficién por el arte del juego desaparece cada vez més, subordinandose al interés por el mero resultado, el “resultadismo”, y coincidiendo, de ese modo, con las necesi dades econémicas de las instituciones deportivas. El atractivo por el juego propiamente dicho queda reducido a una absur- da mania por conocer el resultado, una mera cantidad en la tabla de posiciones. Una competencia simbélica en una socie- dad de competencia real. La distancia entre el espectador y el juego fue acentuada por el descenso de la capacidad adquisitiva de los asalariados y por la transmisién de los partidos por television. Cada ato es menor el ntimero de asistentes a los estadios. En Estados Unidos se ha comprobado que en 1953, un 69 por ciento de los fans del fatbol americano que poseian un aparato de televi- sién, después de un afio o menos habian dejado totalmente de asistir a los partidos. Después de dos o tres afios la proporcion era del 73 por ciento y después de cuatro aiios mas del 84 por ciento®. No es aventuirado afirmar que la inmensa mayoria de los aficionados va rara vez a ver un partido y se limita a escu- charlo por radio, o leerlo en los diarios o verlo por TV. Me asombr6 ver hace afios en la ciudad de Jujuy, en los cafés de 300 la calle Belgrano, grandes rectingulos de madera con las ta- blas de posiciones del campeonato jugado en Buenos Aires. HI pueblo jujefio se apasionaba por resultados de partidos cuyo desarrollo ignoraba por completo —no existia todavia la tele- visién—, y por la posicién de cuadros que tal ve nunca en stt vida veria jugar. Algo parecido ocurre con los hinchas de cualquier parte del pats, que jamés han estado en Europa pero leen afanosamente en los diarios los resultados de los parti dos de Espafia e Italia, y toman posiciones respecto a los cltt bes. El interés por el espectaculo en si disminuye cada ao més desplazndose hacia el comentario del diario, la revista, la radio, la televisién o la mera charla con otros aficionados, EI mimero de apasionados por el fiitbol en Buenos Aires s pera ampliamente la asistencia a los estadios. Estadisticas ox- traidas de la propia AFA muestran la flagrante disminucién de la cantidad de espectadores de ftitbol. En 1954, con una poblacién de 16 millones de habitantes en la Argentina, los espectadores ascendian a 15.000 por partido. En 1975, cuando la poblaci6n ascendia a 25 millones de habitantes, el prome- div de entradas oscilaba entre 8.0UU y 7.500 por estadio. Fn una encuesta efectuada en 1977 se probaba que la influencia de los comentarios radiales y televisivos sobre el ftitbol era mucho mayor que la asistencia al estadio. La incapacidad del hincha para participar en el espec- taculo Mega a extremos tales que aun el concurrente a los tadios oye frecuentemente el partido que esta viendo u otro por radio a transistores. También son tipicos los grupos que merodean alrededor de los estadios durante los partidos y siguen el desarrollo por los gritos de los espectadores. No seria demasiado fantasioso imaginar en el futuro a los jugado- res actuando en total soledad en inmensos estadios vacfo sabiéndose s6lo observados por lejanos controles invisibles. ¥ aun podria suceder que ni siquiera fuera necesario que los partidos se jugaran; del mismo modo que en una operacién de bolsa, se especularfa en abstracto alrededor de una actividad que no se realiza, se venderian simplemente acciones de Boca 301 © River. Esta fantasia anticipatoria no est lejos de ser reali- dad, ya que en Estados Unidos se han comenzado a trasmitir partidos de golf, que no son torneos normales, sino que estén preparados exclusivamente para ser televisados. En cuanto a las acciones de bolsa ya es una realidad en Europa. Otro sintoma del extrafiamiento total del hincha con el espectécu- lo del faitbol es la venta de los discos con la grabacién de los oles trasmitidos por José Marfa Mufioz. Descartando todo contenido verdaderamente Iiidico en el Kitbol profesional, la ideologia populista intentaré todavia tuna defensa del fiitbol-espectéculo, alegando que el momento de relajacién que el fitbol proporciona las tardes del domi 0 contrasta con la mezquindad, con la falta de sentido de la semana de trabajo asalariado; el fitbol seria, de ese modo, una critica de la vida cotidiana alienada. BI espectaculo deportivo por ser improductivo o inttil, parecerfa oponerse a la represién y a la explotaci6n del tra- bajo alicnado. Pero la critica a través del espectaculo depor- tivo es puramente negativa, evasiva, no tiende a transformar ln vida cotidiana sino a mantenerla. La agresividad compen- satoria de la sumisién cotidiana, esa seudoespontaneidad «ue frecuentemente provoca desmanes colectivos no puede ocultar el verdadero espiritu de obediencia y conformismo social en que el fitbol educa al hincha. Los hombres que han sido educados s6lo para trabajar sienten el vacio y la falta de sentido de sus vidas cuando el engranaje se detiene al llegar el domingo, experimentando una angustiosa sensacién de «lesamparo que los psiquiatras Haman “neurosis del doi 40”. Se trata entonces de huir, hundiéndose en el mundo momenténeo y brutal de las diversiones organizadas espe- cialmente para las clases populares: de ese modo se escapa de la alienacién del trabajo mediante el ocio también aliena- «lo. "EL domingo portefio es tristemente célebre por su tedio docfa Sealabrini Ortiz en 1931, afio en que se iniciaba el hithol profesional—. Ahora, por lo menos, estén los profe- sionales del fitbol”, Pero la angustia reaparece siempre por cualquier intersticio, en el domingo de Huvia, el dramé- 302 t a tico “domingo sin fiitbol”, antes de la era de la television, 0 a la salida del estadio cuando se siente la tristeza no de que haya perdido el cuadro propio sino de que el juego se haya acabado. Los industriales del consumo extraen beneficios del abu- rrimiento, una de las peores plagas de la sociedad actual, He- nando con sus burdos productos, entre ellos el fitbol, el tiem- po vacio de las masas; pero las diversiones que proponen, por ser inactivas y no creadoras, provocan més aburrimiento atin, y exigen en forma acuciante mas novedades, y mas excitantes, Jo que leva a agregar al espectdculo deportivo el estimulo de Ja violencia, Puesto que no es posible suprimir nunca del todo las pulsiones a favor de la produccién y de su correlative animi- co, la socializacién del individuo establece una forma de tran- saccién entre el goce y el trabajo, entre la satisfaccién pulsional y la represién. El fiitbol, la television, el cine, el baile, son algunas de esas formas de compromiso. El ocio, y por lo tanto, las diversiones, estan integradas al sistema, no deben ser sino una preparacién para cl tiempo de trabajo, una reparacién de fuerzas y un equilibrio indispensable. El ftitbol no es, pues, una actividad libre, un juego en el verdadero sentido de la palabra, sino una actividad productiva mas. "No en vano quisiera el deporte burgués —decia Adorno— saber- se rigidamente separado del juego. Su ceftuda seriedad con- siste en que en lugar de guardar fidelidad al suefio de la liber- tad en el distanciamiento de los objetivos, toma la accién del juego como deber entre los fines iiltimos y con ello borra has- ta la dltima huella de la libertad” La difusién del deporte y hasta cierto punto de algunas expresiones del erotismo en la época del capitalismo tardio, pareciera contradecir a la vieja moral victoriana del capitalis- mo temprano. La sociedad burguesa que en el siglo XIX se apoyaba en el humanismo del trabajo, es decir en la represin del ocio y de toda biisqueda del placer improductivo, descan- sa ahora en el seudohumanismo del ocio; no sélo se explota el trabajo del asalariado sino también su ocio, manipulando sus 303 deseos, excitindolos mediante la publicidad, organizando y administrando su aparente satisfaccién y quedandose con las ganancias, De este modo, la sublimacién ejercida en el tiempo del trabajo se complementa con Ia desublimacién represiva del tiempo del ocio, ambas lejos de contradecirse se acondi- cionan recfprocamente, se armonizan. Por otra parte, la comunicacién emocional que se produ- ce en el fiitbol sirve para ocultar un mundo donde las tensio- nes sociales dividen brutalmente a los hombres. La mezcla indiscriminada de clases en el estadio enmascara la lucha so- cial y entusiasma a los apologistas de la union sagrada, no hay més patronos ni obreros, ri dirigentes ni dirigidos, s6lo hay partidarios de Boca o de River. “;Ustedes qué son? :Hin- chas de Boca? —dice un personaje de Bernardo Verbitsky—. Son obreros, artesanos. Es el otro bando, el que quiere que ustedes s6lo sean hinchas de Boca”. La industria cultural en general y el ftitbol en particular han modificado profundamente las relaciones sociales, al ofrecer modelos para la sociedad, para todas las clases sin diferenciar. Ahora las elites, que han dejado de ser ilustra- das, consumen los mismos productos destinados a las clases bajas. A la pérdida del elitismo cultural de las clases altas corresponde la pérdida de la posibilidad de una cultura po- pular. La fraternidad del club de Aitbol sustituye la fraternidad de Ia accién por reivindicaciones sociales. El sentimiento seudopatristico que se deposita en el seleccionado nacional sirve para ocultar la falacia de la unidad nacional. Refiriéndo- se al béisbol y al hockey, que cumple en Estados Unidos la misma funcién que el fitbol en otras partes, decian Paul Baran y Paul Sweezy: “Como aficionados a los equipos de béisbol o de hockey, el presidente de la General Motors y el barrendero de una fabrica de la General Motors se acercan uno a otro como iguales” 2* 304 ' | sees “te cnet a Masas y elites Una auténtica comprensién del fendmeno del fétbol est indisolublemente unida a una comprensién del fenémeno de las masas en la sociedad actual, entendiendo por masas no a la clase obrera sino a multitudes atomizadas, no integradas a ningtin grupo, ni clase social Hemos intentado mostrar los errores simétricos del aristocrético desprecio por las masas en las concepciones conservadoras, y de su adoracién romantica, en las concepciones populistas, y como en ambos casos se trata, en forma deliberada 0 no, de una manipulacién y con trol de las mismas por las clases dirigentes. Unos y otros les otorgan el cardcter de un organismo natural viviente, como una planta, un animal o un ser humano, con cualidades inna- tas, negativas en un caso, positivas en otro. Pero esas cualidades no son naturales, ni inmutables ni eternas sino productos perecederos de una situacién social modificable. La cualidad de las masas es precisamente no te ner cualidad propia sino ajena, porque esta enajenada, alienada, desencializada, deshumanizada, convertida en ob- jeto, su conciencia no coincide con st ser real. Tanto quienes las excecran como quienes las adoran, no hacen sino tratar de mantenerlas sometidas a su alienacién, unos para exclitirlay de la gestion de la sociedad con el pretexto de sus graves falencias, que se consideran insuperables; los otros, para act ministrar esa sociedad ampardndose en el nombre de ellay, fomentando para eso sus més graves defectos, a lox que sv disfraza de virtudes. La verdadera solidaridad con ‘as masas no consiste en la admiracién y el respeto por su indigente estado actual, sino por el contrario, en la negacién de su realidad presente; abolir a las masas en cuanto tales, para constituir a sus miembrox on personas libres y conscientes, duefas de su propio destino. Pero plantearse esa dificil tarea implica no sélo ponerse en contra de quienes estén interesados en mantener a lax mayan en el engaiio sino, lo que es més grave atin, ponerse en contra de las propias masas, a las cuales no les gusta que les digan 305, que estan engaftadas, porque ese engaiio es un consuelo, y prefieren la veneracién beata de los populistas a Ja dura criti- ca de quienes intentan ayudarlas a volverse conscientes de sf mismas y descubrir sus propios intereses. Las masas se sien- ten afectivamente ligadas a sus engaitadores y defienden ca- lurosamente el engaiio. Tratar de mostrarles que la industria deportiva no es mas que un sucic negocio, que nada tiene que ver con el juego, tiene tanta posibilidad de convencer a un hincha como de disuadir a una anciana devota de que el santo a quien le reza no es mas que una estatua de pacotilla. Como decia Proust, los hechos no penetran en el mundo donde viven nuestras creencias, y del mismo modo como no les die- ron vida, no las pueden matar. La verdadera lealtad y solidaridad con las masas puede revestir a veces la forma contradictoria de la soledad y el ais- Jamiento y aun la oposicién a las mismas, en tanto intentemos defender sus verdaderos intereses opuestos a sus ilusiones, y en tanto quienes estan a su lado, mezclados con ellas, 0 a su cabeza, disfrazados con sus mismas ropas, y hablando su mismy lenguaje, son precisamente quienes buscan mantener- las en el engafio. Se sienten afectivamente ligadas a lo que se les impone, lo viven como suyo propio y rechazan a todo el que les quiera mostrar el engaito. Los viejos conceptos de alie- nacién y de falsa conciencia, hoy desgastados por su uso abu- sivo, siguen, no obstante, tenierdo validez. Algunos alegan que conocer los entretelones de los manejos politicos y econd- micos que mueven el mundo del fiitbol no les quita la felici- dad que les proporciona una tarde de sol en la cancha. Pero precisamente no puede haber felicidad real que ignore o sea indiferente a la verdad; se puede creer que se es feliz, porque no se conoce la verdadera y Ia falsa felicidad. Habra que re- cordar una vez mas con el hoy tan denigrado Marx”, que la persona no puede ser realmente feliz, en tanto no sea despo- jada de la felicidad ilusoria, y que aspirar librarse de toda ilusién, no es sino modificar la propia condicién que la hace necesitar de esas ilusiones. Es dificil tratar de mostrar a las masas que sus encmigos 306 no son los inoportunos aguafiestas que vienen a perturbar con sus criticas la "gran fiesta popular del deporte”, y a quic nes se etiqueta con el estigmatizante calificativo de “intelec- tuales’. Més diffcil atin resulta mostrarles a las masas que sus verdaderos opresores estén entre quienes suelen ser invitados a dar el puntapié inicial en los partidos importantes, o se en- cuentran mezclados con ellos los domingos en los estadios, gritando al unisono los mismos eslogans, separados tan silo por la diferencia de los vehiculos con que se trasladan y por los distintos sectores del estadio en que se ubican. Futbol y totalitarismo Hablar de la era del ftitbol no ¢s tan sélo una metéfora si tenemos en cuenta que ninguna de las grandes ideologias universales —el cristianismo, el islamismo 0 el socialismo en toda su historia— pudieron abarcar unénimemente sociewa des, culturas, continentes, razas y sistemas politicos tan di versos como lo ha logrado el fuitbol en este fin de siglo. Ks algo por lo tanto mas serio que una mera diversi6n, es wna pasién multitudinaria que puede parangonarse con los ran des sistemas religiosos y politicos; porque a pesar de lo insiy, nificante de su contenido es para millones de seres humane Jo mas importante que les ocurre y lo tinico que da un sentido, a sus vidas vacias. Hemos mostrado a lo largo del libro las conexiones del fuitbol-espectéculo con las religiones y con los movimienton politicos, sobre todo los de extrema derecha, y también st cosmovisi6n similar a la del fascismo. Ante el pelig.ro a en la extrapolacién, es preciso explicar por qué una deform cién de Ia industria cultural que no constituye tn sistema de dominacién politica es susceptible sin embargo de ser inter pretado con las categorias politicas y culturales de popu lismo, fascismo y totalitarismo. Para establecer esi anloyia 5 necesario conocer los limites, mostrar las similitudles y di ferencias que tiene el fiitbol con cada uno de estas categoria, wu? y a su vez las diferencias y similitudes que cada una de éstas tiene entre si. El populismo es ante todo un fenémeno cul- tural, una exaltacion de tradiciones y costumbres, basado en ritos como el culto a los héroes, ceremonias comunitarias y viejos mitos como el “alma del pueblo” o el “ser nacional” —que implican la subordinacién del individuo al grupo—, aspectos todos ellos que concuerdan con la mitologia futbolera, Una de las formas politicas extremas que adopta el populismo es el fascismo; en todo populismo hay un fascis- mo en germen, y el fascismo es un populismo exacerbado. Lo que caracteriza al fascismo es que, a diferencia de la de- recha tradicional, no se impone por una coercién exterior sino mediante su internalizacién en la conciencia de la pro- pia sociedad. El fascismo, como la pasién colectiva del fuit- bol-espectaculo, se basa en la adhesin fandticamente amo- rosa de las masas, para lo cual se recurre en uno y otro a la movilizacién permanente de Is mismas. La identificacin apasionada con el propio grupo y la hostilidad hacia los que no pertenecen, son rasgos de la personalidad autoritaria que comparten por igual el fascismo y el fiitbol. No hay nada més parecido a la violencia callejera de un tumulto 0 un mitin fascista que una cancha de fiitbol, ni nada mas pareci- do a una banda fascista que una barra brava, eso aparte de que en algunos casos ambas efectivamente se entremezclan. No sélo en la base sino también en la cima del mundo del futbol se dan rasgos sociales similares al fascismo. Los que mueven los hilos suelen ser sujetos —los Berlusconi, Tapie 0 Avila— no surgidos de las clases altas establecidas, de las elites clasicas, sino que, por sus fortunas recientes, no estén demasiado integrados al orden social tradicional, y eso los predispone a actividades —como el fitbol— donde inter- vengan las masas populares; constituyen por ello una antielite; y en eso se parecen a los jefes fascistas. Estas simi- litudes se refieren al fascismo como una categoria social, en el sentido mas amplio del término no como una ideologia politica determinada, ya que muchos de ellos no serfan fa: 308 cistas en el sentido restringido, Tapie por ejemplo hizo su carrera con el partido socialista En cuanto al totalitarismo, es un término mas difuso, ya que se puede aplicar igualmente a regimenes econémicamen- te distintos, como el fascismo y el estalinismo; es un sistema politico, cultural y social, que se ha dado en distintas épocas de la historia, con distintas caracteristicas pero cuyo denomi- nador comin consiste en la absorcién de lo singular en el todo social, la dominacién absoluta de la sociedad civil, hasta en sus aspectos més fntimos, la invasién de lo privado, la de: truccién de la heterogeneidad, de la variedad de los modos de vida, de las diferencias individuales. El extrafio fenémeno que el fitbol produce en algunas ciudades como Buenos Ai- es, Rio de Janeiro o Napoles entre otras, sobre todo en la era del fiitbol televisado y durante los Mundiales, puede caracte- rizarse como un totalitarismo sui generis. Un totalitarismo suave, aunque no excluye la violencia; apolitico, aunque no excluye la manipulacién politica; sin ideologia, aunque tome prestada la ideologia del nacionalismo y del populismo. Es un totalitarismo que no emana de un poder politico sino de ui poder econémico, y cuyo instrumento de dominacién no es cl Partido ni el movimiento social, sino los medios de comunica- cién masiva. Esta disperso en todas partes, esté en el estado de animo de la gente, en los hébitos y costumbres, en a at- mésfera que se respira, El cronista deportivo Victor Hugo Morales, insospecha- ble de animadversi6n por el futbol porque vive de él y lo conoce desde dentro, expresé Hicidamente en un programa televisivo su preocupacién porque ningtin politico, ninguna autoridad responsable, advirtiera el peligro que signilien para una sociedad posponer cualquier otro tipo de actividad —politica, educativa, artistica— para destinar todo el tiempo al ftitbol. Los diarios dedican suplementos especiales al futbol —que son los més leidos y los tinicos leidos por muchos, y ya hay diarios exclusivamente futbolisticos—, con un puiblico que no lee nada més. Todos los canales de televisisn tienen progra- a9 mas dedicados al futbol, que son los de més alto rating ade- més de algunos canales exclusivos, y hay varios teleteatros con temas de fiitbol. Cada vez son mas los avisos publicitarios de cualquier producto, aunque nada tenga que ver con el de- porte, que aluden al fiitbol, hasta uno paradigmético de una legendaria gaseosa que proclama “vivi, toma, sod futbol”. Casi no hay programa, cualquiera sea la tematica, que no se refiera en algtin momento al fitbol. Tampoco hay ningin entrevistado, cualquiera sea su actividad —polttico, cientifi- co, artista, intelectual—, al que no se le pregunte por el cua dro al que pertenece, con la misma seriedad con que puede preguntarsele por sus ideas o estudios realizados; ninguno de los entrevistados —aun aquellos que condenan la frivolidad y el farandulismo dominante— que considere inoportuna la pregunta; ninguno que se atreva a decir que no le interesa el futbol, o que adopte una actitud minimamente critica.” Hay partidos todos los dias y a todas las horas, incluso varios simultaneos. Todas las actividades culturales, teatro, conciertos, conferencias deben adecuar sus horarios para que no coincidan con los partidos, pues arriesgan quedarse con las salas vacias. Los cafés han perdido su identidad, con la incorporacién de los aparatos de televisién transmitiendo el partido; y cuando se trata de partidos importantes el bar se transforma en sucedaneo del estadio, las mesas se colocan en forma de platea y los concurrentes gritan los goles. Caminar por las calles de la ciudad a la hora del partido es tener la evidencia de la omnipresencia del fatbol. Como los altopar- lantes que difundian el discurso del Ifder en los regimenes totalitarios, la transmisién del partido nos acompafia a través de las radios a transistores que llevan encendidos los escasos paseantes, o los televisores portatiles instalados en los kios- cos, 0 los que permanecen encendidos en las vidrieras de los negocios de electrodomésticos donde se retine la gente. En la confiterfa de una esquina importante instalaron una gigantes- ca pantalla en plena calle, y en las estaciones de subterréncos también hay pantallas transmitiendo el partido. A través de las ventanas de las casas de departamentos se filtran los grit a0 tos de sus habitantes, la mayorfa de los cuales no hace otra cosa que ver el partido. Como en los grandes acontecimien- tos, los desconocidos se hablan en la calle para preguntarse cémo va la cosa, se establece un lazo entre los extrafios, se crea la ilusin de proximidad y unién, una comunidad ficti- cia, una seudocolectividad automatica y puramente emotiva. No hay ninguna oportunidad de evadirse, ni los disi- dentes ni los indiferentes pueden dejar de participar de al- gin modo, no hay resquicio donde poder estar consigo mis- mo, 0 con otra preocupacién que no sea el fiitbol. Se realiz6 |: fantasfa de George Orwell en su novela anticipatoria, 1984: 1h pantalla televisiva con el partido es el cartelén del enorme rostro con los ojos que lo siguen a uno adonde quiera que esté: “el Gran Hermano te vigila”, El que no participa de la seudocomunidad creada por la pasién futbolistica se siente como un paria. Cualquier intento de critica racional al_ re: Pecto es inmediatamente ridiculizado como pedanteria intelectualoide, y si el juicio es emitido en los momentos trascendentales de un torneo internacional, se corre el riesgo de ser acusado de traidor a la patriz. Esa forma de chantaje emocional hace que el contagio por la pasién futbolistica vaya siempre en aumento y que cada vez se haga més diffcil cludirla; aun quienes en otros tiempos permanecieron aje- nos —las mujeres, los sectores mas cultos, las izquierdas— van siendo también contaminados. La imagen del éxito «i vulgada por los medios termina por imponerse hasta en lax conciencias més reacias. Toda transgresién al orden impuew to por la Hamada “opinién ptiblica” es castigada severamen tecon el aislamiento y la soledad, la burla y el escarnio. Un obrero en una fabrica, un empleado en una oficina, un est diante en un colegio o un vecino en un barrio que prefiera ln ectura o 1a miisica seria al fittbol sufriré inmediatamente la cuarentena, decretada por sus compaieros y prdjimos, y pesard sobre él la sospecha de una dudosa sexualidad. Ii] nino © el adolescente timido, débil o introvertido que no juega al futbol es victima de la agresisn de todos sus compa- fierus y del desdén de sus maestros. Los fanaticos del fiitbol su no s6lo son hostiles contra los partidarios del cuadro contra- rio, sino principalmente conira quienes no se apasionan para nada por el futbol, los indiferentes, los que no hablan; con aquellos tienen un lengueje comin, con éstos ninguno, son los verdaderos enemigos, los extranjeros, los distintos, Jos otros absolutos. Se ha logrado uno de los objetivos del totalitarismo, una sociedad sin oposicién, sin disidencia, sin critica y donde ni siquiera es permitido el silencio. Todo el mundo debe dejarse arrastrar por el torbellino de la pasion futbolistica 0 seré arrollado por él. Se alegaré que estamos exagerando, que al fin se trata tan sélo de un entretenimiento inocente, pero no lo es: por una mera diversin nadie desea la muerte del adversario, y en algunos casos aun lo mata, ni se suicida, ni muere de un infar- to ni cae en la depresién a causa de la derrota —todo lo cual suele ocurrir con bastante frecuencia—. Si en algtin momento otros entretenimientos tan inocentes como el ping-pong o la filatelia adquirieran las caracteristicas de obsesion colectiva que tiene el ftitbol, habria que sefialarlos también como gér- menes totalitarios. Sin embargo no es casual que haya sido el futbol, y no otros juegos 0 aficiones, el elegido para adquirir estos tintes totalitarios. Por cierto que el fitbol, como las ideas, los movimientos politicos o las obras de arte, puede provocar consecuencias indeseadas e incontrolables. Es por eso a medias inocente, pero también a medias culpable, por- que hay ciertos elementos intrinsecos en él —que ya mostra- mos— que lo hacen més proclive que otros juegos para exa- cerbar el nacionalismo, incitar a la violencia, fomentar el fa- natismo y exaltar la masculinidad agresiva Aunque el fiitbol no sea una dictadura politica, después de la desaparicin de las grandes religiones politicas de la primera mitad del siglo XX, la difusién y la intensidad de la pasion deportiva y los recursos con que cuenta Megan a extre- mos tales que nunca pudieron aleanzar aquellos grandes dic- tadores. No es exagerado pensar, por lo tanto, que aun sin 312 proponérselo prepara el terreno para un posible totalitarismo en el sentido politico del término, o que por lo menos dificulta el desarrollo normal de una democracia, porque admite el fanatismo como una virtud, impide la autonomfa del indivi- duo, dejandolo inerme frente a la propaganda total, acostum- brandolo a una vida cotidiana donde no hay limite entre lo privado y lo piiblico, La omnipresencia no es el tinico rasgo totalitario del fit- bol. El totalitarismo, lo mismo que el fitbol, crea un estado de 4nimo colectivo que en determinadas circunstancias es lleva- do al paroxismo y se transforma en una locura colectiva, en un delirio de unanimidad. La conceatracién de masas totali- tarias y el espectaculo deportivo se asemejan porque en ellos se experimenta una simbiosis afectiva entre los Ifderes —0 los jugadores que ofician de tales— y los espectadores, y sobre todo entre los espectadores entre si. En los momentos de gran ebullicién se produce la fusién de las conciencias individua- les de los participantes; el propio yo como algo independiente y unitario se disuelve en el todo, se trata de una experiencia imilar a los efectos de ciertas drogas alucindgenas, o a dan- zas rituales 0 “pogos”, o trances o éxtasis misticos, o al “sen- timiento ocednico™. Esta fusi6n se logra en el estadio—ceremonia que recuer= da a los grandes actos totalitarios con sus desfiles, banderas, himnos, saludos, entrega de medallas— a través de geston, cAnticos, y sobre todo del grito que alcanza un grado paroxtx- tico y que recuerda a los gritos en les danzas rituales de lan tribus primitivas. Georges Magnane™ observaba: “Quien nunca haya mezclado su voz a la enorme de las masas huma- nas densas, cargadas y hormigueantes del estadio no tiene ningiin medio de acceso a las significaciones profundas del deporte. Cuando se alza ese clamor que poco a poco se orga niza en un canto de alegria amplio como un mar que truena, se arremolina y borbota, resulta imposible no sentir que es alli, bajo el cielo, mucho més que en la mas amplia sala de especticulos del mundo, donde se cumple de hecho la catar= sis colectiva que los griegos esperaban del teatro" aI Bill Buford —Entre los vdndalos—, que hizo la experiencia de infiltrarse en una banda de hooligans ingleses y participar de tumultos, aporta elementos para la psicologia de masas al transmitir la sensacién tinica que se experimenta en el acto de violencia de los hinchas de fiitkol: “Eso es algo que me excita no conozco mayor excitacién. Es ahi —al filo mismo de una experiencia que por su propia naturaleza resulta antisocial, anticivilizada y anticivilizatoria— (...) por las obsesiones vi- sionarias de alta temperatura: experiencias exaltadas que, por su propia intensidad, por el riesgo que entranan, por la ame- naza implicita de autoinmolacién, excluyen la posibilidad de toda otra experiencia, salvo la experiencia en si, e incineran la conciencia del yo, y trascienden (;u obliteran?) nuestra con- cepcién de lo personal, de la individualidad, de ser un indivi- duo de la manera que sea. ;Qué experiencias son estas? Son poquisimas, son ademés intolerables. El é&xtasis religioso. El exceso sexual. El dolor como sentimiento absoluto. La piromania. Algunas drogas. La violencia, el crimen. Formar parte de una muchedumbre. Y mejor atin, formar parte de una muchedumbre en pleno acto de violencia. La nada es lo que se encuentra alli, La nada, en tode su belleza, en su sencillez, en su pureza nihilista”®. Por cierto que hay distintas gradaciones entre los oficiantes de un culto, las mismas que existian entre los jévenes fanaticos $.S. y la inmensa mayorfa de los alemanes que adhe- rian a Hitler siguiendo sus discursos por radio. Los medios Ja radio y la televisién— han conseguido crear Ia ilusin de esa comunidad mitica en individuos solitarios, aislados, que asisten desde sus casas a la transmisién de la ceremonia. Estas experiencias parecerian dar la raz6n a la concep- cién del “alma colectiva” en cualquiera de sus versiones, la del organicismo romantico, 0 la de la vieja escuela cri- minolégica italiana, o la de Sighele y de Gustav Le Bon, o la de todas las teorias holistas del sentimiento de “nosotros” como un ente aparte y superior a las conciencias individuales. Luis Gregorich precisamente recurrié al inconsciente colecti- vo junguiano para explicar el fendmeno del Mundial 1978. Es au preciso prevenirse, no obstante, contra toda hipéstasis de la conciencia colectiva 0 de 1a masa, éstas no tienen nada de sustancia en sf, ni de realidad ontolégica, no estén dotadas de cualidades propias ni negativas ni positivas. El abandono de la individualidad, la anulacién de autoconciencia del yo, y la consiguiente pérdida de la responsabilidad que se dan en las, muchedumbres, son procesos psicolégicos irracionales que surgen de las conciencias individuaies de los miembros de la masa, y estallan en determinadas circunstancias propicias. trabajos anteriores critiqué la concepcién holista de la con- ciencia, me remito por lo tanto a esos trabajos”. El rasgo caracteristico del éxtasis del acto totalitario y de! espectéculo futbolistico es su cardcter colectivo, y ademas puramente emocional, no racional. En estos actos las concien- cias parecen comunicarse en forma inmediata a través de la emocién y prescindiendo de toda relacién intelectual, lo cual pareceria avalar las concepciones irracionalistas de la reali- dad humana. La psicologia tiene, sin embargo, otras respues- tas. Henri Wallon’, se referfa a la emotividad mas primitiva y elemental de la primera infancia, en la que el nifo se une al ambiente por una suerte de participacién afectiva, permane- ciendo oscuro el sentimiento de la autonomia personal y la decisién individual; sélo en una fase mas avanzada de su desarrollo adquiere conciencia del yo. Wallon advertia que estos estados infantiles pueden reaparecer en el sentimicnto gregario, en los ritos de las sociedades primitivas 0 en agru- paciones religiosas para dar cuerpo y fuerza a las exaltaciones colectivas. Cuanto menos evolucionadas las civilizaciones, més dominan en ellas los ritos que tienden a la exacerbacién de las reacciones emocionales y de las manifestaciones colec tivas, donde se ahoga toda deliberacién personal. Pero aun cn sociedades evolucionadas como la actual pueden tambi darse estas regresiones en la fase de la infancia y de la tribu primitiva, tal los actos de los movimientos totalitarios y lox especticulos deportivos, sobre todo el futbol. La revelacién del caracter regresivo de estos comportamientos no distiadirs sin embargo a sus apologistas, ya que estos reivindi n preci 315: samente la virtud de subordinar lo individual a lo colectivo, lo intelectual a lo emotivo, lo civilizado a lo primitivo, la "so- ciedad”, en fin, concepto demasiado abstracto, a la “comuni- dad” ligada por lazos inmediatos y afectivos. La superacin de una sociedad que permite y auspicia este tipo de regresiones hacia una sociedad de hombres libres, no es solamente un problema cultural, sino principalmente econémico, politico y social, y resulta utépico, en las condi- ciones actuales, suponer un cambio. Pero en la medida en que determinadas formas de cultura contribuyen a perpetuar © modificar determinadas estructuras sociales, no es del todo vano dedicarse a la tarea —como la que me he propuesto en este libro— de desmitificar las ilusiones de la sociedad actual, y entre ellas una de las més poderosas, la del deporte indus- trial y el fatbol-espectaculo usados como medios de adoctrinamiento de las juventudes y de las masas para despolitizarlas y adecuarlas al :rabajo alienado, al puro rendi- miento, a la competencia brutal, a la agresi6n, al sexismo, al fanatismo, al activismo irracional, al espiritu gregario, al des- precio por la inteligencia y per el individuo, al culto de los fdolos, a la masificacién, al autoritarismo, a la supresin del espiritu critico y del pensamiento independiente, a la fusion mistica en los colectivismos tribales. 316 NOTAS 1, ENTRE LAS ELITES Y LAS MASAS. "Thorstein Veblen, Teorfa de la clase ocissa, México, Fondo de Cultura Econdmica, 1944, pig. 342. 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EL HINCHA ‘Citado por Dante Panzeri, El ito, indmica de lo impensado,elivion citada, pags. 35, 36. a . “Monsieur Perichon, Sot al arco, Buenos Ares, Anaconda, 190,20 Dante Panzeri, ob. cit, pag. 36. aa ‘Jorge Melaza ‘Muitoni, “Boca Juniors", reproducide por Robvtlo Santoro, Literatura de lapelote, Buenos Aes, Editorial Papetes ie lara Aires, 1971, pig. 263 ‘Monsieur Perichon, ob. cit. pags. 18, B. ‘Johann Huizinga, ob. ct. pag 1968. “Monsieur Petichon, ob. ct. pag. 29 ‘Thorstein Veblen, ob. cit. pag 929. 3. LAS BARRAS BRAVAS "Roberto Arlt, Nueoas aguafuertes portelas, Buenos Aires, Hachette 1960, pie 19 aguafi P Aires, Hachette, ‘Una minuiciosa crénica de los crimenes cometidos por ls harry brava fn tres déendas se encuentra en Amilear Romero, Murrte ru la inn, 1 M7 Douglas A. Waples editor, Chicago, The University of Chicago Press, 1942. Emst Kriss y Hans Speier, “German Radio Propaganda”, en Home Broadcast during the War, New York Oxford University Press, 1944 "Aunque en menor medida que la radio, el cine tambien contribuy6 a la difusién del fitbol, En los anos de surgimiento, tres filmes argentinos tomaron el tema del futbol: Los tres berretines (1933), Goal (1936) y El cavio- nero de Giles (1937); el primero y el diltimo de estos filmes estaban protago- nizados por Luis Sandrini, uno de los {dolos fabricados por la industria de Ia diversién de esos aftos, y que significativamente estuvo muy ligado al ftbol: fue cronista de futbol en Radio Rivadavia en 1934. "Citado por Carlos Ulanovsky, Marta Merkin, Juan José Panno y Subida Tujman, Dias de radio, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1995, "Extra, Buenos Aies, junio de 1968. "Dante Panzeri, “El lexico de los relatores radiales y televisivos”, La Opinign, 19 de marzo de 1975. "Panorama, 6 de julio de 1971 "Lis Majul, Las nuevos ricas de ia Argentina, Buenos Aires, Sudame- ricana, 1997, pag, 231 13, FUTBOL Y CIVILIZACION José Ortega y Gasset, "Revés de almanaque” en El espectador, Obras Completas, Madrid; Revista de Occiteste, 1946, tomo 11, pag. 725. °C. Wright Mills, La elite del poder, México, Fondo de Cultura Econé: mica, segunda edicién, 1960, pay. 251 “Theodor W. Adorno, Prismas, Barcelona, Ariel, 1962, pag. 35. ‘albert Camus, "Lo que le debo al futbol”, France Football, 1957, Reproducido en Eduardo Galeano, Su majestad el fitbol, Montevideo, Arca, 1969, pag. 10. sVéase “Cartas a un joven argentino que estudia filosofia”, 1924, en El espectador, IV, 1925, Obras completes, tomo 2, Madrid, Revista de Occi- dente, 1946, pag, 342 y ss. “El origen deportivo del Estado”. E! Espectador YVIlL, 1930, Ibidem, pag. 195. "La deshumanizacion del arte”, 1925, Obras Completes 3, edicién citada, pag. 384. 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Alabarces, que dice conocer mis, libros, no puede soslayar que en Los descos imaginarios del peronismo advierto precisamente sobre el uso abusivo que se hace de términos como fascismo, F intento seftalar las diferencias entre las categorias politicas de fascismo, populismo, totalitarismo, entre las cuales los limites son imprecisos. Tam- bign en El asedio a la modernidad desarrollé el contenido ideologico y la his- toria social del término “pueblo”, andlisis que ya estaba en germen en el anterior Filthol y masas, que precisamente motivé la critica de Alabarces. Es imdtil tratar de saber qué piensa realmente Alabarces de estos términos, tinica manera de saber por qué yo estoy equivocado; nada dice ‘en su libro escrito junto a Maria Graciela Rodriguez, citado anteriormente. Un ejemplo lamentable lo dieron Graciela Fernandez Meijide y Car- Jos “Chacho” Alvarez, que en contradiccién con sus criticas ala frivolidad y la farandulizacién intervinieron en la propaganda de un concurso de futbol Carin, No lo justifica que hayan dado el eachet a un hospital. SiConcepto de Romain Rolland en carta a Freud. Frecuentemente se le atribuye a éete, quien en realidad lo critica ‘Georges Magnane, ob. cit, pig. 97. =Bill Buford, Among the Thugs, London, Martin Secker and Warburg, 1991; Entre las véndalos, Barcelona, Anagrama, 1991, pag. 226, EL asedio ala modernidad, Buenos Aires, Sudamericana, 1991, Barcelo nna, Ariel, 1992. El oacilar de las cosas, Suenos Aires, Sudamericana, 1994. METenei Wallon, Los orfgenes del cardcter en el nifio, Buenos Aires, Nue- va Visin, 1975. 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