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El Sur, Jorge Luis Borges PDF
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provocacin de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba
contra l y contra su nombre y lo sabran los vecinos. Dahlmann hizo a un
lado al patrn, se enfrent con los peones y les pregunt qu andaban
buscando.
El compadrito de la cara achinada se par, tambalendose. A un paso de Juan
Dahlmann, lo injuri a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar
su borrachera y esa exageracin era otra ferocidad y una burla. Entre malas
palabras y obscenidades, tir al aire un largo cuchillo, lo sigui con los ojos,
lo baraj e invit a Dahlmann a pelear. El patrn objet con trmula voz que
Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurri.
Desde un rincn el viejo gaucho esttico, en el que Dahlmann vio una cifra
del Sur (del Sur que era suyo), le tir una daga desnuda que vino a caer a sus
pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo.
Dahlmann se inclin a recoger la daga y sinti dos cosas. La primera, que ese
acto casi instintivo lo comprometa a pelear. La segunda, que el arma, en su
mano torpe, no servira para defenderlo, sino para justificar que lo mataran.
Alguna vez haba jugado con un pual, como todos los hombres, pero su
esgrima no pasaba de una nocin de que los golpes deben ir hacia arriba y con
el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran
estas cosas, pens.
-Vamos saliendo- dijo el otro.
Salieron, y si en Dahlmann no haba esperanza, tampoco haba temor. Sinti,
al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y
acometiendo, hubiera sido una liberacin para l, una felicidad y una fiesta, en
la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sinti que si l,
entonces, hubiera podido elegir o soar su muerte, sta es la muerte que
hubiera elegido o soado.
Dahlmann empua con firmeza el cuchillo, que acaso no sabr manejar, y sale
a la llanura.