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~ 3 = a 9 _ Qo w = uv ac} ° = = o ‘c e om Y a _ WD 5 WY = St 2 hy a 8 5 eS wa) yeln Primera catedral de estilo gético lis En ella se encarnan las concepeiones m ‘uya comprensién exige penctrar en el corazén de su universo simbélico. Titus Burckhardt nos ofrece ve in viva y fiel del contexto espiritual y cultural que permi e c giosa arquitectura de las catedrales gotic 1 100 pecs 9 Wasa bias José J. de Olan d Serie BIBLIOTECA TITUS BURCKHARDT Titus BURCKHARDT (Clave espiritaal de la astrologia musulmana segdin Mohyiddin Iba Arabi ae Chartres Canas de un maestro sufi, Shaykh Al-“Arabi Ad-Durguwi Traducidas del érabe y anotadas poe T. Burckhardt Ensayos see ef conocimieesosigrado y el nacimiento de la catedral Espejo del imelecto Principios y métodos del Arte Sagrado fRez, Giadad del [slam Tradwecian Siena, ciudad de ta Virgen de Esteve Sera EL BARQUERO Nagas pee en pees peerier ea Sree 6 eed ees ee se age sede a er demten gem © 1999, Edick: Benckbank PROLOGO Esta obra no ha sido concebida como wn estu- dio de historia del arte ni como una comtribucién original a la investigacidn cientifica. Su objetivo es la evocacitin mis fiel posible del ambiente espi- ritual que permitid la eclosidn de esas «ciudades del espiritu» que sen las catedrales. Para ello, se apoyard principalmente en los testimonios con- temporaneos. Intentaremos mostrar todos los aspectos que vinculan la catedral gética a una larga wadicidn. de la que ella fue el ultimo flordén. Primera cate- dral de estilo géaico cldsico, Chartres es su ejem- plo candénico, el prototipo, y en este aspecto es el centro de nuestro estudio, aun cuando no haya sido posible agotar su riqueza formal dentro de los limites de esta obra. Las ideas directrices de este libro ya han sido expuestas en el marco més amplio de una obra anterior, Principes et Méthodes de l'art sacré'. Se han visto confirmadas y en muchos cases enri- quecidas con el estudio de las fuentes y la lectu- 4a de obras recientes, en particular The Gothic Car- hedral*, de Otto von Simson, y Die Entstehung der Kathedrale*, de Hans Sedimayr. He encon- trado asimismo numerosas indicaciones valiosas en la obra ya clasica de Emile Male, L’Art reii- siews du XIN€ siécle en France, asi como preci- siones sobre cuestiones generales de Ia historia de Ta arquitectura en Ewropédische Kunstgeschichte *, de Peter Meyer. Quiero. expresar mi agradecimiento muy par- ticularmente a Monsefior Roger Michon, obispo de Chartres, que puso a mi disposiciém sus foto- grafias en color de las vidrieras de la catedral, asi 1. Ties Barcithandt, Prin- cipes et méthodes de Var socré, Dervy-Liv- res, Paris, 1987. Winges Sesies, XLVI, Nueva York, 1956 [Trad. cast: Lacatedinal gética, Alianza Editorial, Ma- rid, 1980]. 3, Hans Sedimayr, Die Exestebang der Kathe- dale, Zusich, 1950. 4. Peter Meyer. Ean Paische Ramstpesckichte, Bd 1, Zerich, 1967. 5 como al seftor John Fitchen, que me ha autoriza- do a publicar aqui varios dibujos procedentes de su libro sobre la construccidn de las catedrales. B Los hombres de la Edad Media, vistos desde nuestra época agitada y febril, pueden, en ciertos aspectos, parecernos ingenuos, infantiles, des- provistos de complejidad psicolégica, lo que nos induce equivocadamente a tomarlos por seres. mas instintivos y menos conscientes que nosotros. De hecho, toda su actividad creadora estaba sosteni- da por la Idea, es decir, por una concepcién espi- ritual de la vida, mucho mds que en el caso del hombre moderno. Y es precisamente en esta wer- dad eterna, que estaba en el centro de su vida, donde su amor y su gozo creador podian extracr la fuerza unificadora que admiramos en sus obras. «Estaban mas cerca que nosotros tanto del cielo como de la tierra», se ha podido decir con mucha razén a propésito de ellos. En el hombre mroderno, Ja situacién es en general inversa: fe mueven sentimientos que jus- tifica mediante todo un aparato conceptual, una ideologia, de modo que las pasiones personales quedan relegadas a un segundo término y el pen- samiento racional ocupa todo el primer plano. Se puede concebir el recurso a la psicologia para llegar a la comprensidn del hombre modermo: com- prender al hombre de la Edad Media pasa por el descubrimiento de sus metas mids elevadas. sin tener miedo de penetrar en cl corazdn de su uni- verso simbélico, en lo que encierra de verdad eter- fa y universal. LOS MODELOS EL TERMINO DE CATEDRAL evoca de entrada los grandes edificios religiosos de los sighos XII y XH que son Ja flor de la arquitectura gética. Y se trata realmente de «catedrales» en sentido Propto, puesto que esas iglesias fueron erigidas a titulo de sedes episcopales. La primera catedral latina stricto sensu es la de San Pedro de Roma, ya que encierra la cathedra Petri, la silla de manos, cdtedra del jefe de los apéstoles y por ello prefi- guracién y modelo de todos los tronos episcopa- les. En la época de las primeras catedrales géai- cas, esta cdtedra se encontraba todavia en el dbside de la antigua basilica, construida durante el rei- nado de Constantino y apenas modificada poste- Tionmente. Sdlo en el momento de Ja reconstruc~ cidn de Ja iglesia fue incorporada la cdtedra al gigantesco trono de mdrmol de Bemini_ Esta basilica sirvid de referencia a todo el Occidente cristiano, mo tanto por los detalles de ‘SU arquitectura come por su disposicidn, que obe- decia a un plano muy claborado, de acuerdo con la Fiturgia. Este plano, cuyos esbozos. nos son des- conocidos, se impuso de entrada, desde las pri- meras construcciones de iglesias piblicas, y en lo sucesive no dejd de poseer autoridad. En cuanto a la antigua iglesia de San Pedro (por lo que sabe- mos de ella segdn las primeras represemtaciones}, $e parecia, con sus hileras de columnas clasicas y sus arquivoltas horizontales, a las grandes basili- eas del Imperio romano (a la vez mercados y tri- bunales}: para nosotros, su aspecto tiene algo de pagano o de todavia no cristiano. Esto se debe al hecho de que el arte cristiano, en sus inicios, en particular la arquitectura religiosa, todavia no rh J 4 habia claborado su propio lenguaje. Sin embargo, hay otra razdn, positiva, para fa imitacidn arqui- tecténica de edificios «regios» por su nombre (abasilikos» significa «regio» en griego) pero civi- les por su uso: para los cristianos, la iglesia tenia que ser Ja imagen de Ja ciudad divina; y puesto que san Agustin, en un escrito célebre, habia opues- to el estado terrenal en la forma emblemitica de la ciudad romana, la civitas, a la «Jerusalén celes— tial», la ciudad de Dios, era natural que la arqui- tectura religiosa paleocristiana se refiriera al tipo de ciudad representado por la basilica civil impe- rial. En cuanto al templo romano precristiano, no podia servir de modelo arquitecténico para la nueva religidn, aunque sélo fuera por el hecho de que no estaba concebido para acoger a una comuni- dad: era la morada de on dios y, lo que es mas, de una multitud de dioses. Silo resultaba repre- sentative el orden civil estatal, orden que el cris- tianismo, victoriose a su vez, transpondrd al nivel espiritual, a riesgo de introducir en su propio campo Ja vieja antinomia entre «ciudad terrenal» y «ciu- dad celestial». En su estructura, una basilica es comparable a una calle cubierta, con vanos abiertos regular- mente en los muros y bordeada de arcadas; en el corazon de las ciudades romanas. las basilicas pare- cian, asi, calles dispuestas como mercados. Por Jo demas, todavia hoy, en los paises latinos, la calle bordeada de arcadas caracteriza el centro de Ja ciudad o ef pweblo*. A veoes los pasadizos laterales estaban dota- dos de galerias, situadas al mismo nivel que los pisos de las casas adyacentes. La antigua basilica de San Pedro no tenia tales galerias, de modo que los muros que se elevaban por encima de las hile- ras de columnas de Ja nave central ofrecian, hasta los techos en cobertizo, vastas superficies para la decoracién de mosaicos. dejando todavia suficien- le espacio para las ventanas. Si mos imaginamos esta construccida en su forma primitiva —un mer- cado de madera cuyos pilares eran simples tron- cos escuadrados, y en el que La nave central, en el lugar donde se elevaba por encima de las otras dos. dejaba penetrar la luz por cada lado— obtenemos un modelo tan simple como perfecto. Facil de rea- lizar en madera, slo lo seri tardiamente en pie- dra, cuando se construyan los primeros edificios géticos de pilares, de los que Chartres sera de entra- da una concrecidén tan ligera como luminosa. $)- Lothar Kizschelt, Die frihehrassliche Basilite als Darseiiung des hiram. fischer Jerwsaler, Mo nich, 1939. Mestracide 6. La «foemie de ta Pid, re- comstitnids sagin dibujes de bos sighas XV y NW Plamia de a basilica com- tastiniana de San Pedro. 10 El templo de pilares ya existia en el Egipto antiguo, y la basilica paleocristiana comparte con él la caracteristica de sera la vez via de acceso y santuario. Cuando se considera el plano de con- junto de la antigua basilica de San Pedro, la seme- janza con una calle que lleva a un punto resulta ewidente: ademas de la iglesia, este plano com- prendia on atrio, el atrium, que tenia por funcién disponer una transicida entre el mundo exterior y el santuario propiamente dicho. En este atrio rodeado de colummatas habia, en ell origen, cipre- ses, laureles, rosales u otras plantas omamenta- Jes, cuya belleza hacia de él la réplica del parai- 30 terrenal, y de ahi su nombre de «paraisom. En su centro se encontraba la famosa «fuente de la Pifia», gigantesca pita de bronce cuyas escamas dejaban escapar hilillos de agua que recogia uma pila de porfirio adormada de grifos: todo ello esta~ ba cubierto por un baldaquino con frontones deco- rados con parejas de pavos reales y, en los dngu- los, delfines saltarines a modo de saledizos_ Puede ser que esta fuente formara parte ante- rionmente de un edificio precristiano: en todo caso, estos simbolos, de origen mas bien oriental que grecorromano, habian sido perfectamente asimi- lados. por los cristianos, puesto que estos moti- wos se encuentran abundantemente en Jas cata- cumbas, en sarcdfages del primer periodo y en los mosaicos. Como en la antigua Mesopotamia, la pifia evoca el 4rbol siempre werde del que brota el agua de vida. Segin la leyenda, esta fuente de: vida surge de lo mas profundo del universo, alli donde echa raices el arbol del mundo y donde vive también el pavo real, portador de la rueda celeste constelada de mil ojos. En el zodiaco de la antigua Asia, el pavo real parece designar el signo que se encuentra en cl nadir, aque! en que: el sol, entre su descenso y la reanudacidn de su curso ascendente, muere y luego renace*. Para bos cristianos, el sol, la «luz que brilla em las tinke- blas», es, naturalmente, Cristo. Es él, igualmen- te, el que evoca el grifo, ese animal solar cuya doble naturaleza tiene algo del dguila y del leén al mismo tiempo. Y también se refiere a él el del- fin, pez sagrado que antaio se asociaba al signi- ficado espiritual del solsticio de inviermo: al igual que el delfin salta hacia la luz desde el fondo del mar oscuro, también ell sol, después de: haber ame- nagado con desaparecer en el punto mas bajo de la ecliptica, reanuda su ascensidn en el solsticio. Todos estos simbolos remiten al tema del rena- cimiento y por consiguiente al bautismo, que per- mite recuperar el estado de inocencia del parai- so terrenal. Por esta razén los catecimenas (los creyentes ain no bawtizados) permanecian en el atrio durante la celebracién de la misa. El propio bautismo, antes de que se construyera un baptis- lerio especialmente con este fin, sin duda era admi- nistrade bajo el porche de la iglesia. Desde el atrio se accedia a la nave, compues- ta por una nave central y cuatro naves laterales. La nave central terminaba en el «arco de triunfo», que marcaba el limite del transepto. En el fondo, delan- te del dbside, se emcontraba el altar en posicién mas elevada, colocado encima de la tumba del apdstol. Una serie de columnas saloménicas, adomadas de zarcillos que representaban una vid, formaba una pantalla y disimulaba la tumba y el altar. El transepto, que parece detener el impulso de la nave como el trazo transversal de la letra T, estaba cubierto con una cortina en la anchura de Ja nave y representaba para los fieles el santuario propiamente dicho. El atrio, la nave y el transepto simbolizaban las tres etapas de la vida cristiana de tas que hablan los Padres de la Iglesia: la purificacién, la ilu- 6+ Wéase baties Schwa- be. Archersp umd Ther- kein, Basiica, 1951. 11 12 minacién y la unidn con Dios, a las que corres- ponden respectivamente el bautismo, la ensefian- za sagrada y la santa Cena. EI abside, donde se situaba ell obispo, suce- sor del apdstol y representante de Cristo, ewoca- ba el cielo no sélo por su forma redondeada y abovedada, sino también por el tema de su deco- racién, que representaba, en la semicipula. a ‘Cris- to en majestad en el cielo. Ya en los lugares de culto precristiano, en los templos mitriacos por ejemplo, el nicho abovedado significaba el lugar de la manifestacién divina; sentido perdido en la Roma pagana (donde la exedra servia de escena al poder del estado), pero restituido a su valor original por la arquitectura cristiama. Los constructores de La basilica constantinia- na de San Pedro habian tenido empefo em poner en evidencia las etapas del camino espiritual (desde el Portico del atrio hasta el sanctasanctéram), tanto mds claramente cuanto que la iglesia, accesible a todos, se abria por primera vez a la multitud y era imperative mantener los misterios fuera del alcan- ce de los profanos; ésta es la razdm por la que el altar estaba cerrado y rematado por un baldaquino, el ciborio, cuyas costinas. podian correrse. La propia Iglesia representa naturalmente un camino, del mundo a Dios, 0 de la tierra hacia el cielo, gracias al lazo intima que la une a Cristo, el cual se designé a si mismo como el camino. En cuanto camino establecido por Dios y abier- toa todos, la [glesia se oponia particularmente a las escuelas de los filésofos grecorromanos, que tendian al conocimiento de Dios sdlo por los. méri- tos de Ja especulacidn y la ascesis personal. A ellos responde san Agustin: «Es un grande y muy Taro privilegio elevarse gracias a un esfuerze wigo- roso de Ja inteligencia por encima de todas las criaturas corporales e incorporales, despwés de haber observado y reconocide su mutabilidad, para alcanzar la inmutable substancia de Dios y apren- der de El mismo que toda criatura distinta de EI no tiene otro autor que El. Entonces, en efecto. Dios no habla al hombre mediante una criatura corporal [...], tampoco se sirve de esas imagenes espirituales que toman la forma y la similitud de los cuerpos, como ocurre en los suciios y em todo lo que se les parece [...J, sino que habla por la werdad misma [...]. Asi, habla a lo que, en el hom- ‘bre, es la parte mas excelente y que no tiene mas superior que Dios mismo. [Pues el hombre dis- pone naturalmente de una facultad que lo liga a Dios, a saber, el espiritu contemplativo, liberado ide todo concepto mental - Nota del autor]. Pero la propia parte mental, sede natural de la razdn vy de la inteligencia, est4 demasiado debilitada por Jos vicios inveterados que la ofuscan para adhe- rirse a la luz inmutable y gozar de ella, o inclu- so para soportar su brillo, hasta el momento en que, renovada y curada dia tras dia, Ilegue a ser capaz de felicidad tan grande: era necesario, por tanto, que primero fuera purificada por ta fe. Por eso, para que en esta fe avance com mayor con- fianza hacia la verdad, la Verdad misma, el Dios Hijo de Dios, asumiendo el hombre sin consumir el Dios, establecié y constituyd esta misma fe con miras a abrir al hombre el camino que. a través del Hombre-Dios, conduce al Dios del hombre. He aqui, pues, al mediador entre Dios y los hom- bres, el hombre Jesucristo. Pues si es Mediador, Jo es como hombre; como tal también, es la wia. Si hay un camino entre aquel que tiende y el fin hacia el que tiende, hay esperanza de Iegar: si falta la via, de qué sirve conocer el fin? Ahora bien, para tener la Ginica via plemamente protegi- da de todos los errores, es necesario aquel que es al mismo tiempo Dios y hombre: Dios, el fin hacia 13 7- Sam Agustin, La Ciu: dad de Dios. Citado poe In ereduce#éa francesa: Saint Awgustin, La Cisé de Diew, wad. G Com bes. Bibbothiqee ange timienne, Desclée dé 02 five el que se wa; el hombre, el camino por el que se vam, (La Ciudad de Dios, X1, 2)". El coro de fa antigua basilica de San Pedro, al igual que el edificio entero, estaba orientado hacia el oeste. Esta disposicidn, aparentemente en contradiccién con la regia, se explica por el hecho de que el sacerdote, cuando celebraba fa misa_ tba del coro al altar y tenia, por consiguiente, ef rosira vuelto hacia los fieles, o sea hacia el este. El altar estaba colocado, como lo esta todavia hoy, justo encima de la mumba de san Pedro, que se levantaba bajo el suelo de la iglesia y tenia una ventana en direcciGn a la nave. La disposicién del atrio (e) «paraisos), al este del edificio, correspondia a Ia que la Biblia atri- buye al Paraiso terrenal. Se podria deducir de ello que el dbside, situado en el oro extremo dell «cami- no», com la represemtaciin del Juez supremo, debia evocar el fin de los tiempos. Si el oeste comesponde al fin del mundo, ta aparicién de Dios en el Juicio final debe mani- festarse en el este, como la salida del sol. A este simbotismo se refieren casi todas las iglesias pos- teriores al orientar su coro hacia el este, de modo que sacerdote y fieles oraban todos en la misma direcciém. En el mismo orden de ideas, el trono episcopal se vio desplazado del fondo del coro al lado def altar, y este ultimo fue ocupando pro- gresivamente su lugar. Esta permutacién no tuvo lugar en todas partes, ni de la misma manera, pero estaba anunciada simbélicamente por la asimila- cidn del altar al trono de Dios. En los mosaicos de Ravena, asi como en tos iconos mds tardios, Jas imagenes del «trono preparado» y del altar Son intercambiables. De becho, ell altar, sobre el que se efectiia la transubstanciacién, es en cierto modo la sede de la presencia divina: sedes et cor- Poris et sanguinis Christi. Segiin el testimonio de san Basilio y de otros Padres de Ja Iglesia, la costumbre de orar vuel- tos hacia el Oriente se remonta a los tiempos apos- idlicos. El sol que sale exactamente por el este la mafiana de Pascua era, para bos primeros cris- tianos, la representacidn natural del Salvador libe- rado de la muerte y resucitado. Las Constinecio- nes apostolicas, redactadas alrededor del afio 400, estipulan que «la casa de la comunidad debe ser ide forma alargada, semejante a un baroo, y orien- tada hacia el este». Los textos linirgicos poste- riores afiaden que ef punto preciso donde sale el sol em el momento del equinoccie debe servir de referencia. Si la nave estd orientada de oeste a este, el transepto fo estard de norte a sur: la interseccidin de fos dos cuerpos del edificio corresponde: asi a la de los ejes del cielo. La arquitectura de las iglesias perpetiia un uso ancestral cuyo origen se remonta a las fuentes mas antiguas. La arquitec- tura cristiana hereddé probablemente este uso de los romanos, al mismo tiempo que sus técnicas de construccién. En efecto, éstos orientaban segiin Jos ejes césmicos no sélo los templos, sino tam- Hurtracide &. Laigiesn ol alma. en fe made Barco. Geafite de fas catacumnias de: Rotea. Mastracién 9. Monograms bizanting del omer de Crist, 0 crismin. Bastracia 16. (Crismie descebéertn en las por las letras griegas X PI (Chai) y fa cruz. bién las ciudades, las calles y los campos culti- vados, siempre que era posible, significando con ello que la ordenacidn de la ciudad romana seguia un orden celestial. Para los arquitectos de Ja anti- gua Roma, a veces miembros de los famosos colle- gia fabrorum, el acto de orientar un edificio de acuerdo con los puntos cardinales era algo mucho mds importante que um simple procedimiento de construccidn: se hacia eco del gran acto ordena- dor mediante el cual el dios-sol, del caos formé el cosmos; se trataba, pues, de un rito en el sen- tido propio del término. Al retomar este rito, el cristianisme le confi- nid un nuevo significado que podemos extraer de Jas inscripciones de las primeras catacumbas, en las que Ja cruz imscrita en un circulo aparece como un emblema de Cristo. A veces completado con una X (primera letra del nombre de Cristo en grie- go}, se presenta como la reeda césmica de ocho radios. A veces, la combinacidén de las tres pri- meras letras del nombre «Christos», X, Pe 1, for- man la rueda de seis radios, que corresponden a los puntos cardinales. y al eje polar, simbolo del «sol invencibles (sel invictus) que adomaba el laba- ro del emperador Constantino y que era conferi- do al emperador romano en su calidad de gran ordenador del reino terrenal. Adoptado por los cris- tianos, este simbolo fue transformado con la incor- poracidn del nombre. de ‘Cristo, sol divino det Uni- verso: «Cristo, luz e irradiacién del Padre, salvacién del mundo, que recorre el circulo del afio» (Mima de las Visperas de la Natividad). El uso de edificar una iglesia de acuerdo con los ejes celestes es el acompaiiamiento ldgico del establecimiento de un calendario litirgico sobre fa base del utilizado por los romanos. Hay que saber que el hombre de la Antigiedad, como el de la Edad Media, no disocia la divisidn del tiem- po de la del espacio, ya que es werdad que la base de la medida del tiempo (tanto para ellos como, [Por ora parte, para nosotros) es ¢] movimiento de los cuerpos celestes —movimiento que sdlo se puede calcular mediante la observacidn de sus tra- yectorias inmutables (por los polos y los puntos solsticiales: de la ecliptica)—. La relacidn reci- proca entre tiempo y espacio exige al hombre modemo cierto esfuerao de representacidn; los anti- guos, que no consideraban ni el tiempo ni ef espa- cio desde on punto de wista puramente cuantita- tive, no tenian instrumentos mecdnicos de medida del tiempo (como el reloj) y éste se ofrecia a ellos como un elemento inmediato, un ritmo cuyas fases sucesivas poseian propiedades —tonalidades, podriamos decir— diversas. Asimismo. el espa- cio universal estaba dotado de valores materiales y espirituales distintos, segiin los ejes que lo estruc- turaban. La liturgia, al referirse al significado espiri- tual de bos puntos cardinales, transmitid su sen- tido al arte de la construccién y de la disposicién de los temas en el interior del edificio religioso. El plan edsmico se despliega de forma particu- larmente explicita en los muros transparentes de las catedrales géticas. En Chartres, en particular, las vidrieras representan en el este, alli donde sale: el sol, la encarmacidn del Verbo eterno, el Naci- miento y la Infancia de Cristo; en el sur, punto culminante de la luz divina en Ia tierra, se encuen- tra la Gloria de Cristo, y en el oeste, en el sol poniente, <1 Juicio final. En cuanto al norte, no Sesrocifie 1 \Crismia desarreliado en forma de rasda.de cio 1- dios, descabierto en las ca- facumibas. Ente bos radios, se posde leer: Jn Chris: to bibs {vine Crista!s, a 18 es sélo la representacién de las tinieblas inferma- les, sino también la regiém del cielo en la que el sol permanece un momento oculio antes de ele- varse de nuevo por encima del horizonte: por esta razén, en Chartres, se encuentran al norte fas repre- sentaciones del Amtiguo Testamento. La orientacién tiene por efecto colocar al edi- ficio sagrado en el centro del universo visible, ya que lo sitéa en la interseccidn de los ejes del cielo. A decir verdad, ta extensida inconmensurable del espacio tiene su centro en todas partes y uno puede referirse a las cuatro direcciones del espacio desde todo punto de la tierra: sin embargo, la arqui- tectura sagrada wa a dar un sentido espiritual a esta ubicuidad recondindonos que el werdadero cen- tro del mundo esté alli donde Dios esta presen- te, en el sacrificio realizado sobre el altar o en el corazdn del fiel que reza. Si un edificio religioso de la Edad Media, uma iglesia abacial romdnica. por ejemplo. se nos apa- rece como un universe coherente, es que en él se encama una concepcién del mundo que a la vez capta lo concreto de manera espiritual y lo espi- ritual de forma concreta. Lo que la arquitectura romdnica y gética expresa con la piedra —esa con- ciencia de que toda forma, en la realidad que nos rodea, es portadora de sentido—_ Dante, al final de la eclosidn medieval, y como um testamento espiritual, lo legard mediante la palabra. La ver- dad de un orden, que el mundo visible manifies- ta con su simple existencia, encuentra su repre- sentacién mas evidente en la jeranquia de los espacios celestes, que. desde el cielo inferior (donde la luna gira alrededor de Ja tierra), a tra- vés de las capas sucesivas de las érbitas plameta- vias, Nega hasta la béweda inconmensurable de las estrellas fijas. comprendida ella misma en el cielo superior, el cual, animade por un movimiento imperceptible, reposa per su parte en el infinito. El mundo angélico esta estructurado de la misma manera, lo mismo que los grados del comocimiento espiritual, de lo temporal a lo eterno. Si se hubiera intentado explicar a un hom- bre avisado de la Edad Media que su comcepcién del espacio no coincidia con la realidad y que la tierra no era su centro ni ¢l sol su astro mayor, su respuesta podria haber sido fa siguiente: «El universo contiene sin duda numerosas cosas que ain no hemos visto y muchas mds: todavia que no comemplaremos nunca, pues nuestros ojos son fos de un ser humano y no los de un dngel ni los de un demonio. Pero si Dios nos ha colocado en una realidad en que la tierra que nos sostiene es estable y en la que estamos rodeados de astros que giran a nuestro alrededor en érbitas cada vez mds lejanas, esto sin duda ha de tener un senti- do querido por El». Un santuario tiene como significado mas general la reconciliacién entre la tierra y el cielo. Este sacratum (lugar separado, cortado de Ja rea- tidad del mundo) borra de forma simbélica, espi- ritual, la divisiéo habitual entre cielo y tierra, abo- liendo la caida que alejé de lo eterno al hombre y su universo. Esto se exterioriza de diversas mane- ras en la arquitectura del santuario. Pero la mas reveladora del lazo entre los polos celestial y terre- nal es la construccién cuadrada rematada por una cipula. El «cielo» es representado por la cipula, mientras que en su inercia la «tierra» —regida por los cuatro elementos, las cuatro cualidades natu- rales o las cuatro estaciones— es «cuadrada~. Es probable que este modelo arquitecténico wintera de Asia, pero su simbolismo es. tan can- vincente que no podia permanecer ignorado por el arte cristiano. El hecho de que fue compren- dido por fa cultura cristiawa como simbolo del universo lo atestigua un himno siriaco a la cate- dral de Edesa, construida en el siglo VI y dedi- cada a la santa Sabiduria, a semejanza de su her- mana, la basilica Santa Sofia de Constantinopla. Edesa (hoy Urfa, ciudad del noroeste de Meso- potamia) fue una de las mayores metrépolis de la cristiandad y su catedral era célebre por su pre- ciosa reliquia: la imagen de: Cristo «que ninguna mano de hombre hizo», en otros términos, el lien- zo que Hevaba la impresién milagrosa de su ros- tro sagrado. La leyenda afirmaba que el propio (Cristo la habia entregado a los enviados del rey Abgar de Edesa. La catedral, edificada entre dos lages, parecia rodeada de agua: «En efecto, es una cosa realmente admirable que, en su pequefiez, sea semejante al vasto mundo, no por las dimensiones sino por las caracteristicas: las aguas la rodean al igual que el océano rodea al mundo; su techumbre esta tendida como los cielos, sin columnas, abovedada y cerrada por todas par- tes, y adomada con mosaices de oro, come el fir- mamento lo esta de estrellas brillantes. »Su cipula sublime es semejante a los cie- Jos de los cielos. Parecida a un casco, la parte superior del edificio reposa sdlidamente sobre su Parte inferior »Sus ances, vastos y espléndidos, represen- tan los cuatro lados de] mundo y al mismo tiem- Po recuerdan, por sus colores variades, el mag- nifico arco iris. »Otros. arcos la rodean, como salientes roco- 308 Una montafa; sobre ellos, en ellos y por ellos Ja cipula esté unida a los cuatro arcos [...]»". En los cuatro dngulos de su base cuadrada, la ciipula era sostenida probablemente por nichos en trompa que, formando saledizo, podian resis- tir lateralmente el empuje de los grandes aroos que sostenian el crucero. EL mdnmol del templo es semejante a la efi- gie que no esta hecha por mano de hombre: los muros estén armoniosamente revestides de este miirneol. Por su brillante resplander, reine en si toda luz, como el sol_ »El templo esti rodeado por dos atrios sober- bios, bordeadeos por dos. columnatas que represen- tan las doce tribus de Israel reunidas alrededor del arca de la alianza. 8 - A. Dupont-Sommes, eUne Hymne syriagee ser lz Cathéirale dE- esse», in Cabiers Archéologiques. 3 «Los tres lados del templo presentan la misma. apariencia, al igual que la Santa Trinidad ofrece, tres veces, una unica imagen». Este es porque: el edificio estaba adornado, en tres lados, con frontones rectos. mientras que en el este el cuarto lado contenia el abside. «Iluminado por sus tres ventanas, el core bri- la con una luz dnica: ella nos revela el secreto de Ja Trinidad del Padre, el Hijo y el Espiritu Santo. {...] »El pulpito esta situado en medio del coro, a imagen del Cendculo de Sién. En él se elewan once columnas. como los once apdstoles que se escondieron en el Cendculo. »Otra columna, hacia atras, recuerda el Gél- gota. Lieva una craz luminosa, como Nuestro Sefor en medio de los ladrones. w»El templo tiene cinco poertas, por las cinco virgenes prudentes de la parabola. Gloriosamen- le, a semejanza de esta tropa virtuosa, los fieles penetran por estas aberturas. »Las diez columnas del coro que Hlevan el querabin son los diez apdstoles sobrecogidos de espanto cuando crucificaron a nuestro Salvador. »Los nuewe escalones que conducen a la silla representan los nueve drdemes angélicos, corona- dos por el trono de Cristom. Segin Dionisio Areopagita, la jerarquia de los dngeles es la imagen del Espiritu divino omni- potente. «Sublimes son los secretos de este templo, que habla del cielo y de la tierra: en €] estan repre- sentados simbélicamente la suprema Trinidad asi como el plan de salvacién de nwestro Salvador». ‘Ya relativamente pronto se ven cocxistir, en el mundo cristiano, dos tipos de caredrales muy dife- rentes: la basilica longitudinal, que representaba la relaciom entre nuestro mundo y el mas alld median- te un camino horizontal, desde el atrio hasta el dbsi- de; y el edificio con cipula cenada sobre un cen- tro, que representaba el cielo suspendido sobre la tierra. La cristiandad latina privilegié el tipo de la basilica; en cambio, para [a cristiandad greco-orto- doxa la constreccidn con céipula foe el modelo pre- dominante, pero no exclusivo. Esta ebeocidn se expli- ca en parte por la liturgia de las dos iglesias; pone en evidencia sobre todo la diferencia entre las acti- tudes espirituales. de las dos comunidades: el espi- fitu Jatino hace hincapié en el progreso espiritwal, a través de las obras y la ascesis; el espirita orien- tal, por su parte, pone de relieve Ja vision con- templativa. La cipula de una iglesia bizantina, como Santa Sofia, es semejante al ciclo que desciende sobre la tierra: es simbolo de la presencia divina, iluminadora y glorificadora del Espirit Santo y se hace eco de la liturgia oriental, que quiere ser una [Participacién continua en la alabanza angélica y que encuentra su expresién mas directa en el gritoc Sanc- tus, Sanctus, Sanctus. En cierto modo, todas las transformaciones subsiguientes de fa arquitectura religiosa —tanto en el este como en el oeste— nacieron del inten- to de reunir el tipo de forma alargada de la basi- lica y el tipo de forma recogida del edificio con copula. El ejemplo mas genial de ello es Santa Sofia, que consiguid integrar el caricter longitudinal de Ja basilica, sin romper la unidad general del espa- cio. Su impresionante cipula central se encuen- tra ensanchada, al este y al oeste, por dos semi- cipulas cayos domos estin separados del domo principal por una fina arista, lo que contribuye a oa a [foan ia ae if ‘a Masiracicin 12 Seccifie longitndinal de Senna Sofia ex sm primera forms bérantina. 9 - Wéase OL Wullf, Das Raumertebais. des Neos im der Ekphrasis», Bycantinische Zeiisch- ‘rift, Bul 30, 19257930, 10 ~ fi 24 dar al espacio una impresién de elevacidn, casi de infinito. Esta impresién de inmensidad se acen- nia con la presencia de las semicipulas y de los nichos de los absides; pero sobre todo por el cir- culo de wentanas que horada la base de la ctipu- Ia central: ilaminada por este collar de luz, ésta no parece, para repetir la imagen del poeta bizan- tino, «reposar sobre una base firme, sino cubrir el espacio, como suspendida del cielo por una cadena de oro»". Otro poeta del siglo WI descri- be esta impresidn de espacio casi desconcertan- te: «Apenas ha penetrado en el santuario, uno se siente leno de una felicidad profunda, pero tam- bién de inquietud y de asombro, camo si hubie- ra llegado al cielo sin encontrar obstéculos; ro- deados de bellezas que por todas partes nos ilu- minan como otras tantas estrellas, quedamos sobrecogidos» Lanave central, provista de mumerosos refuer- zos, se inscribe en el recténgulo de los muros exte- riores. Las estructuras redondas y cuadradas encuentran un equilibrio gracias ala presencia de las maves laterales y las galerias, cuyas paredes ligeras, atravesadas de luz, contribuyen a disol- ver todo limite tangible en el interior. «El espa- cio no parece estar iluminado desde fuera por el sol, sino generar un resplandor por si mismo» ". ‘Con esta imagen el poeta bizantino expresa exac- tamente el ideal artistico que los arquitectos. gGti- cos persiguieron de otra manera, desplegando las, superficies transparentes en vidrios de colores. Es: seguro que éstos debieron de oir hablar mucho de este milagro arquitectdnico que era Santa Sofia, por cuanto Constantinopla se habia con- wertido en una parada obligada y un puesto avan- zado de los cruzados; Santa Sofia, sin embargo. quedaré como un modelo lejano, que nadie se atre- werd nunca a Copiar. La anquitectura religiosa oriental conservé una predileccién por la estructura concéntrica com cuipu- la, que desarrollé con el afiadido de partes con- tiguas, en las cuatro direcciomes de Ia cruz. Se observa el procese inverse en Ia anquitectura Lati- na: ¢l plano longitudinal de fa basilica se man- tiene, pero se ve dotado de una cipula que subra~ ya el lugar central del transepio. «Respondié Jestis y dijo: Destruid este tem- plo y en tres dias lo levantaré. Replicaron los ju- Mlastrocidn [o. Planta de Sante Sofia. Hantnaciin 15. Planuas deb iglesia bizan- Sau de San Nicodens, en Aneaas, y de la ighesia rondaica de San Exteben, ca. Nevers. dios: Cuarenta y seis aiios se han empleado en ediftcar este templo, jy ti vas a levantarto en tres dias? Pero El hablaba del templo de su cuerpo» (Juan If, 19-21), Estas palabras de Cristo hacen del edificio de la iglesia la representaciin sim- bélica del cuerpo del Dios encamado. Cristo, segiin los Padres de la Iglesia, en particular Agustin y Teodoreto, compara su cuerpo con el templo de Jerusalén, no porque sea la imagen de éste, sino, inversamemte, porque el templo es la imagen de su cuerpo. Cronoldgicamente, el templo de Salo- mén es realmente la «prefiguracidn» de la forma tenrenal del Sefior, aun cuando ésta es, mucho mis que el templo de piedra, verdaderamente la casa de Dios. En esto el cuerpo de Cristo es el arque- tipo de todes los santmarios. Por otro lado, se puede decir que la propia comunidad de los fieles constituye la Iglesia, cons- tmuida, segin las palabras de Cristo, sobre la roca: «Wosotros como piedras wivas sois edificados en casa espiritual» (i Pedro O11, 5). Los autores de ba Edad Media van a transponer esta metifora al edi- ficio de Ja iglesia: «Esta casa —escribe Honorio de Autun— esta construida sobre una piedra. lo mismo que la Iglesia descansa sobre ‘Cristo como sobre una roca sélida. Sus cuatro muros se elevan al igual que fa Iglesia se desarrofla gracias a los cuatro Evangelios [...]. Las piedras estan unidas por el montero, al igual que los creyentes estan unides por el lazo del amor [...]. Las colummas que aguan- tan el edificio son los obispos Las vigas que unen los muros son Ios principes temporales que dotan a la Iglesia [...]. Las tejas que protegen de Ja luvia son los soldados que protegen a la Igle- sia de sus enemigos [...]. El suelo sobre el que se camina es el pueblo que mantiene a la Iglesia con su trabajo. Las criptas subternineas son bos hom- bres que cultivan La vida interior {...|. El altar donde tiene lugar el sacrificio es Cristo» ", Asf, el edificio sagrado es la imagen de la comunidad cristiana, la cual representa el cuerpo de Cristo. No obstante, hay una similitad mas mani- fiesta entre el edificio religioso y la figura huma- na del Salvador cuando los fundamentos tienen Ja forma de una cruz tatina, como en las iglesias. abaciales romdnicas o las catedrales géticas. «La disposicién de la iglesia —escribe Durand de: Mende— es a imagen del cuerpo humano; en efec- to, el coro, o el lugar donde est4 situado el altar, representa la cabeza, las dos ramas del transepto son como los brazos y las manos, y la nave, diri- gida hacia el oeste, comesponde al resto del cuer- poe "| Cuando el altar mayor, como ocune a veces, esti colocado en el crucero, representa el cora- zon del Hombre-Dios. En Asia Menor ya se construyeron muy pron- lesias funerarias craciformes, en honor de los martires. La basilica latina, con su dbside direc- lamente pegado al transepto, primero se parecia mas a una T que a una cruz. El plano que se acer- ca mas a la cruz de la Pasidn es el de las igle- sias abaciales roménicas tandias, en las que los dos brazos del transepto estan particularmente alar- Masmracién I Phanea cruciforme de ba ige- sia de San Gecgocie, ex Nisea. Asia Menor. 12 - Honoeins Amgusto- dunensis (Honore de Autumn), Gemma animoe: sacramentariem. Patro- fogia latina, Migne, CENNIL. 13 = Guillaume: Durand de Mende. Rariemele divinorum officiorum. ‘Trad. firem. (Ch. Barthé- Femay. Pacis, 1854. 27 28 gados y en Jas que el coro esté prolongado por un segmento entre el abside y el wamsepto. Este desarrollo del plano de: base respondia a una nece- sidad litirgica: ofrecia espacio a um gran niime- ro de altares, donde varios padres de la comunidad mondstica podian celebrar la misa simultdnea- mente. Sin embargo, la semejanza del edificio reli- gioso con la persona del Crucifieado esta dema- siado cargada de significado como para que no se haya buscado conscientemente, aun cuando, en esa época, no era concebible el hecho de hacer explicita esta semejanza mediante una represen- tacién naturalista, en un cuadro o en um detalle anquitecténico. Tnscrito en el plano de la iglesia, el cuerpo de Cristo esté como «clawados a la cruz de los ejes del cielo: su cabeza reposa en el este, sus pies. estiin vueltas hacia el oeste y sus dos bra- Zos se extienden hacia el norte y hacia el sur. La correspondencia entre craz cardinal y craz de La Pasidn es atestiguada por la tradicién. Seguin los Padres de Ja Iglesia Jeronimo y Basilio, la cruz de los ejes celestes es la prefiguracién, en el cos- mos, de la cruz del martirio en Ja que fue cla. do ef Salvador. Hoy se diria sin duda que la si nificacién cristoligica fue transferida a posteriori del instrumento de la Pasiém a la realidad astro- ndmica; no obstante, los Padres de Ia Iglesia tie- nen razén no sélo desde ell punto de vista espiri- tual, sino también histérico: la cruz de los ejes del cielo era para el hombre antiguo la expresidn: directa de la ley césmica; aquel que por su acto se habia alzado contra esta ley debia ser clavado @una cruz de madera, a fin de restaurar de modo simbélico, asi como prictico, el equilibrio cés- mico alterado. La ley césmica se define esencialmente como un equilibrio entre opuestos que, o bien se exclu- yen, o bien se completa; y sus relaciones reci- procas pueden representarse del modo mis sen- cillo con la forma de ona cruz. En esta relacidn «en cruz» se oponen Jas manifestaciomes perma- nentes o fuerzas del mundo sensible, tales como los elementos: fuego, aire, agua, tierra; las pro- piedades fisicas: calor, frio, humedad, sequedad: las cuatro estaciones o los cuatro temperamentos. Este orden de cosas se puede transponer del plano sensible a los planos psiquico y espiritual: las cos- mologias de la Antigitedad y de la Edad Media, que veian todo cl universo de acuerdo con las leyes de la correspondencia, aplicaban a todas las cosas este esquema distintivo. Los Padres de Ja Iglesia nos ensefian que, para fa nawraleza divina de Cristo, la encarma- Dastrocicin 18. Tipo del crecifij pintado tal como fos. que podian verse colgados ex el arco de triunfo de las igiesies italianas. de fos siglos XIE y IIL Aged, la creresen sf misma an cuadro. cuya forma geomésiica necwenda el plano de ena ighesia. 30 ciém es ya un sacrificio, una limitacién volunta- ria, en cierto modo una crucifixin: en este reba- jamiento, acepté evar la cruz de un mundo hecho de oposiciones. En esta perspectiva, la cracifi- xiém efectiva mo es sino Ja consecuencia extrema de la encamacién, al tiempo que es también el cumplimiento de la ley césmica, a la vez que la superacién interior de ésta_ Cuando se efectiia la consagracidn de una igle- sia, tradiciém que se remomta a la alta Edad Media. Ja liturgia compara de forma explicita el samtuario con la Jerusalén celestial. Este parale- lismo no entra en contradicciGn con las repre- sentaciones simbdélicas que hemos evocado mis amiba, En efecto, la Jerusalén celestial representa ese estado Ultimo de existencia en el que todo lo que, en el mundo, es de naturaleza divina —por esencia indestructible— se encontrar sustraido al tiempo y «suspendido» en el Espiritu intem- poral y divino, Por esta razén la Ciudad celestial es comparada con una joya tinica, inalterable y resplandeciente: «{E] angel] me lewd en espiritu aun monte grande y alto, y me mostré la ciudad santa, Jerusalén, que descendia del cielo. de parte de Dios, que tenia Ja gloria de Dios. Su brillo era semejante a la piedra mas preciosa, como la pie- dra de jaspe pulimentado» (Apoc. XX. 10). La Ciudad celestial desciende del cielo, pues, sien- do el anquetipo de la condicién humana, esta desde siempre prefigurada en el espiritu. Ella sefiala asi- mismo el término del tiempo. Mientras que el mundo, sometido al tiempo, puede representarse mediante un circuito sin fin, la Ciudad de Dios, en su invariable perfeccidn, es comparable a un cubo: «La ciudad estaba asen- tada sobre uma base cuadrangular y su longitud ‘9a tanta como su anchuea [...| siendo iguales sw longitud, su latitad y su altura» (Apoc. XXI1, 16) TTT QO La muralla de fa ciudad, dotada de 12 puer- tas, corresponde a la trayectoria celeste del sol y a‘sus 12 signos 0 «casas»: «Tenia un muro gran- de y alto y doce puertas, y sobre las doce puer- tas, doce angeles y nombres escritos, que son bos nombres de las doce tibus de los hijos de Is- Tael» (Apoc. XXI_ 12). Asimismo, Ja ciudad tiene doce fundamentos en relacidn con los doce apds- toles. Puesto que la ciudad es igual que um cabo. el] circulo del recorrido solar —traducido en bo estdtico ¢ intemporal— aparece con la forma de un cuadrado: «De la parte de oriente tres puer- tas, de Ja parte del norte tres puertas, de la parte del mediodia tres puertas y de la parte del ponien- te tres puertas» (Apoc. MXIT, 13). La transformacidn del tiempo en un tinico presente que reposa en si mismo es atestiguada por los mimeros que menciona cl dingel: la cir- fiestraciie 19, La Jeresaléa celestial, sepin ina miniatura de on manescritn espaiiel del siglo N. La cindad se ve ‘desde scribe, com hos ras como aplaados. Ex el ‘ceairo figuae el (Cosdero & Diss, san Juan s05- teniendo el Libeo y el Angel que mide la ciedad con sa vara. Ex el smbeal de las doce poertas estén tes oor apdsinics v, om cima. de ellos, las: perias com las que la Sagrada Escritara compara las posrtas. Toda la irsagen de la ciedad se desarreila saibre mn foede parecido a ven tublera de ajedeer: de doce weoes doce casills, bo gee da el mero solar de 144, la medida de bb maralla efeciuada por ef Angel 31 eunferencia de la ciudad mide «doce mil estadios» y la altura de sus muros, wciento cuarenta y cua- tro codos» (Apoc. XXI, 16-17). Estos son dos nimeros solares, que se desprenden del cdlculo de la precesién de los equinoccios, el periodo mis grande de todos los movimientos cdsmicos: 12.960 afios, el tiempo necesario para que las estrellas fijas vuelvan a encontrar la misma posicidn en relacién con los equinoccios. Entre los persas encontrames ¢] nimero 12.000, correspondiente al «gran afios, en concordancia con los doce meses del afio solar. Ademds, 144 es un submiltiplo de 12.960. Asi, la ciudad celestial contiene, expre- sada en su espacio, toda la duracién del tiempo. La ciudad celestial esté hecha de materiales purificados de todo rastro de putrescencia, ni opa- cos ni variables, sino inalterables y como hechos de luz solidificada: «Su muro era de jaspe, y la ciudad oro pura, semejante al vidrio puro. »Las hiladas del muro de Ia ciudad eran de todo género de piedras preciosas: la primera de Jaspe, la segunda de zafiro, la tercera de calce- donia, la cuarta de esmeralda, la quinta de sar- démica, la sexta de comalina, la séptima de cri- sdlito, la octava de berilo, la movena de topacio. la décima de crisoprasa, la undécima de jacinto y la duodécima de amatista. »Las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era de una perla, y la plaza de la ciudad era de oro puro, como vidrio tans- parente. »Pero templo no vi en ella, pues el Sefior, Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo »La ciudad no habia menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba, y su lumbrera era el Cordero» (Apoc. XXI, 18-23). ek zo rod La Jerusalén celestial es la pareja del Parai- so terrenal: uno tiene lugar al principio, y el otro al final de los tiempos. El Paraiso terrenal tiene por imagen la primavera de la naturaleza, los arbo- bes en flor, los arroyos que corren, el canto de los pajaros y los animales que juegan. La Jerusalén celestial, simbolo del cumplimiento, es perfecta- mente estatica: todo en ella es mineral, oro y pie- dras preciosas. La arquitectura religiosa tomd su simbolis- mo de una y otra representacién. No sélo recuer- dan el jardin del Edén los «paraisos» de las basi- licas romanicas y carolingias y los claustros de las catedrales romdnicas, sino también los moti- wos vegetales de los capiteles. El] modelo de la ‘Ciudad celestial de cristal fue sin embargo mis importante para la construccidén del edificio reli- giose, y mas conforme a su esencia. ‘Como representacidén de la perfeecitin intem- poral de toda cosa, el simbolo de uma ciudad o de un edificio perfecto deriva de una visién tan universal y corresponde tan perfectamente al con- cepto espiritual de toda arquitectura, que debia aparecer inevitablemente fuera de la tradicidn cris- tiana. Se encuentra, en efecto, en todas las cul- turas teocréticas. En el hinduismo es domde se descubre en su forma mas clara y mis prixima al cristianismo: el plano del templo hindé repo- sa sobre um esquema geomeétrico que transpone los ciclos cdsmicos, el afio y el mes, en un cua- drado; Ios lados de éste tienen unas divisiones que corresponden a los signos del zodiaco y estan regidas por devas (al igual que la Jerosalén celes- tial bo estaba por dngeles), y su centro, concebi- do como el origen de toda luz, representa la «sede de Dios» (Brahmiisthana) “. El mismo simbolismo se: encuentra en cier- tas imdgenes de meditacidn budista (mandalas): Mastrocidn 20, Mandala de ocho weces ocho casillzs, base de ba plana de us cmap hindi 14 ~ Titus Bunckhart, Principes et méthodes de Wart saceé, op. cit (capita: «La. génesis det teesplo: hind). ag en el interior del circulo que representa el ciclo sin fin de la formacidn y la disolucién, se dis- ftingue un recinio cuadrangular, semejante a una ciudad o un palacio con sus puertas, en cuyo cen tro reina una manifestacién del Buddha. Esto nos Femite a una concepcidn cristiama, expuesta por san Agustin y otros Padres de la Iglesia, segiin la cual Ja pasidn y el pecado vagan en circulo, mien- tras que el alma del justo, compuesta por las cua- tro virtudes cardinales, es «cuadrada», como una piedra de fundamento bien tallada. Teniendo en cuenta todo lo que precede, cabe Preguntarse por qué fa iglesia nunca ha tomado Ja forma de un cubo. Se encuentran iglesias bizan- tinas cuyo edificio rectangular se aproxima al cubo y, en Etiopia, iglesias talladas en la roca que son practicamente cibicas, pero son excepciones. Pues un espacio interior de forma cibica no corres- pondia ni a la liturgia griega ni a fa liturgia lati- na; de todos modos, al estar ella misma todavia en la tierra y en el tiempo, la iglesia no tenia que asemejarse literalmente a la Ciudad celestial. Hablando en rigor, sdlo podia corresponderle el sanctasanctérum —como el sanctasanctérum del templo de Salomon, efectivamente de forma cubi- ca—. Los cristianes de la Edad Media siempre tomaron las metdforas por lo que eran, sin afe- rrarse all sentido literal, como lo expresan las innu- merables limparas roménicas cuya decoracidn e inseripeidn las designan como imagenes de la Jeru- salén celestial; el hecho de que hubiera en la ighe- sia —ella misma represemacién de la Ciudad celes- tial— un segundo simbolo con el mismo significado no incomodaba a nadie. Pero volvamos al rito de la oriemtacidin, que retine todes los esquemas de base, y por tanto todos los significados esenciales del ediftcio sagrado. Seguin fuentes. antiguas, segdn manuales indios y chinos. o segin Witrubio y las indicaciones gdti- cas tardias, la mejor manera de orientar los fun- damentos de un edificio era la siguiente: en el suelo del terreno donde se iba a construir, bien nivela- do, se plantaba una estaca vertical, alrededor de la cual. sirviéndose de unm corde] como compds, se Wazaba un circulo, una especie de reloj de sol. Tenia que ser lo bastante grande como para que Ja sombra de Ja estaca pudiera tocarlo con la punta auna hora matinal y, una segunda vez, a Ja hora vespertina correspondiente. Estos dos puntos se marcaban a su wer con pigquetes alrededor de los cuales se dibujaban dos nuevos arces. de cinculo de la misma curvatura, cuyas intersecciones dibu- jaban el «pez» que daba exactamente la direccién del mediodia, siguiendo una linea que pasaba por el centro del circulo principal. Al dibujar dos arcos de circulo a partir de las intersecciones de la linea norte-sur y del circulo, se obtenia una segunda linea, la direccidn ceste-este, y por consiguiente la cruz de los ejes, lo que permitia establecer los dngulos del edificio. ns El proceso de la onientacidm consiste esen- cialmente en deducir del circulo, que representa la ecliptica, el rectingulo del edificio sagrado, por oredio de la cruz de los epes del cielo. Si se con- sideza el circulo como la huella visible dell tiem- po, la «coagulacién» del circulo en rectangulo 13 - Vase Vierubio, Li- bm Lcap. WiC. Alhard won Drack, Des Aiinen isch, The Hinds Temple, University af Calcura, 1946; Redolf Moessel, Die Propertion ix Anti- ke wed Mfitetaiter, Mu- wick, 1925. 35 36 representa la transformacidn del tiempo en un «espacio espiritual. Esto corresponde al simbo- Jo de la Jerusalén celestial gue, al final de los tiempos, descenderd del cielo en la forma de um cubo perfecto. LAS ETAPAS PRELIMINARES SILA CATEDRAL GOTICA se puede considerar el apegeo y el término de la arquitectura medie- val —visién de las cosas sin duda parcial pero en absoluto injustificada—, el desarrollo que con- dujo a esta forma particular debidé de originarse en el momento en gue se intenté por primera vez recubrir con bévedas Ja basilica, lo que cormes- ponde al romanico primitivo. Hasta entonces la basilica paleocristiana apenas se habia modifica- do. El arte carolingio habia vuelto al modelo de la basilica constantiniana, acentuando al mismo tiempo el ejemplo romano imperial; sélo habia modificado el aspecto exterior, flanqueando la nave con torres y fortificando la fachada occidental. Y es realmente éste el aspecto que debia tener la ciudad de Dios. en ell norte de una Alemania sobre Ja que aflufan todavia las ultimas olas migrato- rias y en la que no se diferenciaba entre ciudad y plaza fuerte. Las primeras catedrales géticas acentuaron el esquema exterior de la iglesia caro- lingia, como signo del poder angélico. La sustitucién de la armadura de madera de Ja basilica por una béveda de piedra cormrespon- dié a una necesidad, pues sucedia con demasia- da frecuencia que el techo fuera pasto de las Ila- mas. Los muros de las basilicas prerrominicas estaban cubiertos de tapices: podemos imaginar con qué facilidad la llama vacilante de un cirio podia prenderles fuego y, propagandose hasta el techo, incendiar la pesada armadura. En el arie religioso medieval, que combina siempre funcién préctica y valor espiritual, la béveda, sea cual sea Su arquitectura, evoca siempre la béveda celeste, como lo atestiguan los temas de su decoracidn. 37 El desarrollo de la béweda da al arte romidni- co Su caraécter propio y su diversidad, lo que, desde el punto de vista gétioo, puede parecer una ewolu- chin fluctuante. En realidad. cada etapa, cada varian- te de la arquitectra romdnica dio lugar a obras maestras jams superadas. El arte no progresa em linea recta; para Hevar ciertas combinaciones de for mas a su perfeccién ha habido que «sacrificar otras, no menos dignas de interés. Del legado recibido, el gético eliming tanto como conservé; a condiciéa de exceptuar las ramas secundarias, se puede dis- tinguir el tronco conmin que, desde el rominico pri- mitivo. desembood en el adtico. El procedimiento mas sencillo para recubrir una nave de albafiileria era la boveda de cafidn. Esta conferia a la nave, cerrada al este por el nicha del dbside, el aspecto de una cucva, tanto mis cuanto que las paredes précticamente mo tenfan aberturas; en efecto. 2] fuerte empuje ejercido por la béveda de cafién de una sola pieza sobre los muros laterales no penmitia abrirlas. La cueva es una de las formas mas antiguas Mastracivin 2 Biveda de cabin y arcos pexpiadios de ka igbesia: ro minica de Cortera, en Ca- tala del santuario y su significado es tan universal que Ja semejanza evocada mis arriba, y que se impo- ne de entrada al visitante de las iglesias romdni- cas primitivas, no puede ser fortuita. Segin una tradicidn bien conocida en la Edad Media, Cris- to macid en una cueva; ésta fue asimilada tanto a la imagen del mundo de fas tinieblas como a la del corazén. Este es, por lo dems, el sentido de toda cueva sagrada: es el universo vuelto hacia el interior, el reino secreto del corazén o del alma, donde estan prefigurados el cielo, Ja tierra y todas las cosas, y que ilumina el divino sol del Espiri- tu. La cueva sagrada forma parte de esos simbo- los. eternos que hacen su aparicidn en cualquier parte yen cualquier momento, independientemente de toda tradicidn histérica manifiesta. Se encuentran todavia iglesias romdnicas pri- Milivas que evocan la cueva en la regidn de los. Pirineos. Se consigue reducir el empuje de la boveda de cafidn gracias a los arces perpiaiios, refuerzos. situados transversalmente por encima de fa nave y apoyados en columnas que fonman cuerpo con fos muros laterales. Los munos situados entre estas columnas, Hamadas sentregadase, quedaban asi descargados de una parte del peso y se pedian abrir ventanas en ellos. Mas tarde se mejord la boveda de cafidn rompiendo su arco para formar una ojiva. Esta forma arquitecténica, mantenida hasta el gético, se convintid entre los cistercien- Mestrociée 25, OO ses en la marca de un estilo a la vez sobrio hasta el ascetismo ¢ impregnado de: nobleza. A-veces, en lugar de una sola biveda de cafén, se decidié recubrir la nave con varias ciipulas, sopertadas por arcos penpiafios y, en los cuatro dngulos, por pilares entregados rematadios. por trom- pas. En este caso, el espacio interior del edificio, dividido en varios «ctelose, conserva sin embar- go su unidad gracias a la simplicidad del plano general. Este tipo de construccidm, que se encuen- traen la antigua Aquitania, en el sudoeste de Fran- cia, se acerca al modelo bizantino vy por ello se aparta de la corriente general del arte romdnice. También se encuentra, en basilicas tipicamente: romdnicas, una cipula inica colocada como un gigamtesce ciborio por encima del altar, en el] cen- tro del crucero del transepto. Enel caso de una béweda de caiién que cubria la nave central de uma basilica de tres maves, su presidin vertical pesaba sobre las arcadas, mien- tras. que el empuje lateral debia desviarse sobre los muros exteriores. Con este fin se remataron las naves laterales con semibévedas de cafén cuya seccién dibujaba un cuarto de circulo y que cum- plian la funcidn asignada posteriormente a los arbo- tantes, situados en el exterior de las catedrales gdti- cas. Podemos imaginar que estes dltimos hicieron su aparicién cuando la semibdveda de las naves laterales, perdiendo su techumbre, se transform en simples semiarcos perpiaiios, que permitian la abertura de wanos en la nave principal. ‘Cuando la nave principal y el wansepto estin ambos cubiertos por una bdveda de cafidn, la inter- penetracién de Jas dos bévedas da lugar a una béweda de aristas que no reparte el peso sobre los muros laterales. sino sobre los cuatro dngulos del crucero. El plano de esta béweda de aristas es un cuadrado, y cada lade, en elevacién, un arco de medio punto. Se puede recubrir la nave oon una serie de estas bévedas, y en este caso los lienzos de pared son sostenidos. transversalmente a la nave, por arcos perpiafos y, a lo largo de los muros laterales, por arcos Ilamados «formeros». Las paredes situadas por debajo de estos formers estiin particularmente liberadas del peso de la béveda Y. por tanto, se pueden abrir ventanas en ellas. Lacarga principal de la béveda reposa en los angu- los, © aristas, y arcos perpiaios y formeros se unen para apoyarse mis o menos directamente sobre los pilares de las arcadas. Cuando las naves jaterales estan también cubiertas de bévedas de aristas y a cada tramo de la nave principal le corres- ponde el vano de dos tramos laterales, la yuxta- posicién de bases cuadradas de diferentes dimen- siones (unas miden la cuarta parte de las otras) crea una altemancia ritmica de les puntos de apoyo Nstracide 26. Seeciiia transversal de: a nave de ka iglesia romaica de Nomre-Deme-da-Pont, en (Clermont-Ferrand, Las ba vedas de cuano de citoeln de fas tribunas sirven pora aparcalar la boveda de caida de laxave principal. Marsrocidin 27. Esquema ide oma Riveds de arias de hase comida 41 de las bévedas. A esta disposicidn en cuadrados se la denomina un «sistema ligado»; se ha con- siderado uma liberacitn artistica el hecho de que la béveda gdtica la abandonara en su ewolucidn. No obstante, Ia superioridad de fa arquitec- tura romdinica reside precisamente en su espiritu de unidad; séto el plano romadnico ofrece al espec- tador la posibilidad de completar en su espirim las partes del espacio anquitecténico que esca- pan a su mirada. Gracias a sus formas geometri- cas claras w bien definidas en el espacio, una igle- sia abacial roménica —incluso reducida a las dimensiones de una maqueta— da siempre una impresién de complecién y grandeza. En cambio. una catedral gdtica sébo es grande comparada con el ser humano, ante el cual se levanta como una monaia o como un bosque. Aistada de su contexto, la béveda de aristas, asentada sobre los cuatro pilares que Ja sostienen, se asemeja a um baldaquino. Se le puede unir un nuevo baldaquino por cada lado, de modo que repitiendo este médulo se puede desarrollar un espacio abovedado a voluntad —procedimiento arquitecténico que el gdaico explotdé plenamen- te—. En el romdnico se tradujo por el desarrollo de las naves laterales a lo largo del crucero del transepto y en-el perimetro del coro: gracias a las arcadas, fos muros del coro se abrieron a la luz, y el presbiterio tomd una configurachn radiante. casi concéntrica. Este plano se parece precisamente al de la ighesia del Santo Sepulcro o al de la Cipula de la Roca de Jerusalén. En ambos casos servia para canalizar [a multid de peregrimos que circulaba alrededor de Ia reliquia. A principios de la Edad Media, era en la cripta donde se acostumbraba a conservar las reliquias y a presentarlas a la vene- racidn de los fieles. En los lugares donde los pere- erinos afluian en gran ndmero se habian cons- truido galerias subterraneas, provistas de tragalu- ces desde los que se podia percibir el relicario, Entre los siglos XI y XU, cuando ta vida de fa Ighesia comenné a abrirse al exterior, en cl momen- to ep que aparecieron en las puertas y fas facha- das las primeras representaciones figurativas de ‘Cristo, el culto de Jas reliquias emergié a fa luz del dia y con él el deambutatorio. La costumbre de deambular alrededor de un samtuario es muy antigua y se remonta a tiempos precristianos, lo mismo que Ja forma arquitecté- nica que comesponde a este rito: el deambulato- rio existe ya en los primeros templos hindies. Es una de las caracteristicas de la cultura de la Edad Media el hecho de dar nueva vida a usos y a for- mas muy anteriores, asimilindolos a su visién del mundo. Mastracicin 24. Planta det corn de laigle- sia rumiaica de lusoare, en ‘Anvernia.y de fa rotoads ide fa igiesia del Santo Se- Winter te Dar. Hasraciie 29, Piaatas de la crapta de bo cauedrall de Aunerre. de es- tiles poeminice: naciense, del posadine de cireulacia {prodaiscioma) det sancta- saschirem de en temple 43 Slasiracin 30, Planta de la iglesia abacial de Chany, de estilo romi- ico tani. segiin Vole Dac. 44 Llegados a este punto, es mecesario decir unas palabras sobre el sentido de Ja veneracidn de las reliquias, cuya importancia fue tan grande en la Edad Media. Se refiere al pasaje de la Sagrada Escritura que precisa que no sélo las almas, sino también los cuerpos, resucitarin el dia del Juicio final. Por esta razén, la osamenia de un santo o de un martir representa en cierto modo una par- ticula terrenal que: participa, en potencia, de la beatitud del paraiso. Los hombres de la Edad Media que posefan una cultura teolégica no ignoraban que Ja resurreccién no se aplicaba a la materia fisica, mensurable, del cuerpo, y que el «cuerpo glorioso» del bienaventurado no estaba limitado en el espacio; slo la forma esencial del cuerpo puede ser inmortal, su «forma original», que es a imagen de Dios. Sin embargo, en el santo subsiste cierta rela~ chén entre los despojos mortales y su ser en Ja eter- midad: su cuerpo, en a tierra, no habia sido sola- mente materia opaca, e1 Soplo lo habia tocado ya, el mismo que, al final de los tiempos, transfigu- rard toda materia en su estado primero y eterno. & La basilica romanica tardia, especialmente tal como fue realizada por bos abades de Cluny, se desarrolié en las seis direcciones del espacio en una estructura tan compleja que espontameamen- te surgid [a necesidad de una disposicién que pudie- Ta imponerse en su evidente claridad. El core y su deambulatorio, el pozo de luz de la torre, los lmamseptos con sus naves laterales y sus capillas, todos estos elementos se sustraian cada vez mas a la mirada. El edificio se dividia también en su altura en miveles sucesives: por encima de las arca- das se abrian en general las galerias, que rema- taba el triforio, él mismo dominado por las ven- unas altas. Sin abandonar la organizacidin existente —ana evolucidn no puede volver a su punto de partida—, el gético restablecié la unidad del espa- cio de forma inédita: decidié emcenrar la intrin- cacidn del espacio interior en el recinto transpa- rente de una caracola de Juz. A partir de entonces, las sombras acumulladas aqui y alld se desvane- cieron, los tabiques se aligeraron y las. bévedas parecieron suspendidas en el espacio. Esta transformacién sdlo fue posible gracias al desarrollo de nuevas cipullas que ya no repo- saban mas que sobre pilares, sin recurrir a los muros de apoyo. La béveda de aristas romdnica era demasiado pesada y demasiado rigida; su debi- lidad venia del hecho de que las aristas, cuya funcidn era desviar el peso sobre los cuatro pila- res, no formaban arcos de medio punto, sino reba- jados (en efecto, si la interseccién de las dos béve- das de cafidn forma arces en semicirculo, el arco de las aristas diagonales es necesariamente mis achatado). Ademds. cuando Ia béveda, resultante de la interseccidn de semicilindros desiguales, tenia una base rectangular, la proyeccidn de las aristas sobre un plano dibujaba una curva y no una recta. Dos elementos. ef arco apuntado y la nerva- dura (uv ojiva), permitieron la aparicidn de esos bal- daquinos delicadamente tendidos en el espacio que son las bévedas gGticas. El arte gétioo no los inven- 06, pero Jos utilizd por primera wez en este con- texto. El arco apuntado penmitié elevar la clave de los arcos perpiaios y formeros y ensancharlos tanto como se deseara: si estaban bastante elevados, el arco de las ojivas, elevado él también, formaba un verdadero semicinculo. En el plano, estes arcos son. 45 Mixstraritie 31 bis. Esquema de una hiweda siiica. sepia Joba Fitchea rectas, pues —contrariamente a los arcos de aris- jas—no resultan de la interpenetracidn de dos béve- das de cafidn, sino que constitmyen curvas ideales. Estructuras lineales, las ojivas delimitan y sostie- nen bos blogares mas o menos anqueados de la bdve- da, y su utilizactén generalizada permitid la apa- Hicién de una variedad insospechada de formas arquitecténicas, que iban desde el arco de medio punto hasta el arco apuntado mas agudo. Aqui tocamos una de las diferencias esen- ciales entre los estilos gético y romanico. Para este ultimo, la linea es la simple resultante del encuentro entre dos superficies; el volumen se impone en primer lugar, la linea deriva de él, y el interior del edificio se concibe siempre como un espacio delimitado por planos, como un con- tinente. El gotico, en cambio, parte de la linea y fa tiende en el espacio. Este dltimo no es un con- tinente, sino el émbito abierto a innumerables rela- ciones, a infinitas posibilidades de tensidn, reve- Jadas por la estructura geométrica de la construcciém. La experiencia gética del espacio es de naturaleza especulativa: lineas y puntos ya no son COMponentes materiales, sino otros tantos elementos espirituales, cuyo juego absorbe el espacio sensible en el del pensamiento. Clr Valiéndose de esta concepcidén, el gético iba sambién a horadar el cuerpo compacto del edifi- cio, a transformar los muros en wentamales y a hacer surgir al exterior del edificio tos aroos que sostienen Jas bdévedas, en forma de arbotantes libres. Recubierto de su envoltura de piedra, ef santuario se protege del mundo exterior profano y mantiene la unidad espiritual de su espacio inte- rior gracias a sus muros, no agujereados sino vela- dos por la pantalla luminosa de las vidrieras. La iglesia mo tiene que parecer estar iluminada desde el exterior, sino envuelta en paredes de piedras preciosas, que difunden, como las de la Jerusa- lén celestial, su propia luz. La iglesia rominica es tierra en sus cimientos y cielo en su remate; en laiglesia gética, el propio cielo desciende, como una arquilla de luz. Mastrecivin 32 Estructara inerine de La nave central de la cxtedral de Reims, segiin ux bajo del cuademne Be Vilard de Honnecoun, asquinecn pi- cando del sigho XIIL 47 48 Wasrecidia 33. Coatrafvertes y arbotastes de la catedril de Reins, segin un dibsjo de Villacd de Homecourt ejempln elocuente de la tendencia gitica 2 escomponer Ia estructura del edificia en puntos de apoyo y lineas de tensitn. Les arborsacs no sélo costrarmestan ol empeje lateral de las bivedas. sino qoe también resisten lz presi del viemto, Aqui hacen pensar ea les cocriies de tna tieada. LA IGLESIA, LA REALEZA, EL ARTE SI EL ARTE CAROLINGIO habia encontrado su expresidn mis acabada en la forma de la copula imperial y ¢] romdnico en Ia de la iglesia abacial. el arte gético dio lugar, en su primera fase «cla- sica».a verdaderos «palacios episcopales»: em efec- to, las primezas catedrales géticas fueron cons- tuidas por obispes, que, a la vez principes temporales y espirituales, eran los pilares de un reino de Francia cuya conciencia espiritual se des- pertaba. Desde un punto de vista politico, la arqui- tectura gdtica fue un emblema de una nueva alian- za entre la Iglesia y la realeza. Considerandose la heredera legitima de Car- fomagno, la casa real de Francia se habia consti- tuido en protectora titular de la Igbesia y defen- sora de la fe. En la época gética, a causa de um interminable: conflicto con el papado, el empera- dor alemin fue perdiendo cada vez mas su cré- dito como jefe de la cristiandad. Entonces el rey de Francia se impuso a fa cabeza de las Cruza- das, liberé Espafia de la dominacién mora, favo- recid la reforma de la Iglesia reclamada por Ber- nardo de Claraval y concedié generosamente Quevas franquicias a las ciudades. La estrella de la gloria brillaba, pues, sobre la casa de Francia, que, sin poner en tela de juicio la precedencia del emperador, exploté todos los medios para ¢esta- blecer su propio poder y su imdependencia con respecto al emperador. Si el emperador, para jus- tificar su autonomia con respecto al papa, apela- ba a César —cuya funcidm habia reconocido el propio Cristo con la formula «dad al César lo que es del Césare— los defensores espirituales de la Fiesrrociiie 34, Modalinees de wna videicra de la catedral de: Chares que repeeseataa 1a Ieyeoda: de Carlomagne, segin TBA, Lassas, 49 30 corona de Francia se referian a los reves de lo Biblia, en particular a David y Salomén, consa- grados jefes y jueces del pueblo elegido por el sumo sacerdote. Siguiendo este modelo, el rey de Francia recibia la uncidn de fos santos dleos, con- servados en Reims, de manos del pontifice supre- mo de la Iglesia de las Galias. Frente a la con- cepcidén romana del imperio, Francia oponia el concepto biblico de una realeza sagrada —jpor un lado César, por el otro David!—. Las «porta- das reales» y las «galerias reales» de las cate- drales géticas son ilustracién de ello: los antepa- sados regios de Cristo, que hacen guardia ante el santuario, son al mismo tiempo los antepasados espirituales de los reyes de Francia. Si bien la realeza era sagrada. el rey, sin embargo, no bo era: los hombres. de ta Edad Media sabian hacer la distincién entre la funcidn y el que la ejercia. Siendo mds que una nocidn abs- tracta, el concepto de una realeza sagrada debia encontrar a mds o menos largo plazo su expre- sién humana perfecta. La aparicién de un san Luis —no obstante Io imponderable inherente a un ser enacido del Espiritu»x— no es concebible fuera de este marco preparatorio. Su reinado coincide de modo significativo con el apogeo del arte gdti- co, cuyo ejemplo representativo es la Sainte Cha- pelle. Lo que seguird no serd mds que decaden- cia, tanto de la realeza como del arte. Las propias dimensiones de esta decadencia, que prosigue hasta fa Revolucidn francesa y ef nacimiento del nacio- nalismo. dan la medida de ta idea de Ia que pro- cedia y a la que traiciond. El rey recibia su mandato de la Iglesia. Des- pués de ungirlo, en el nombre de Dios, con los santos Gleas, «el obispo Je quité la espada de la caballeria del siglo y lo cifié con la de la Iglesia para el castigo de los malhechores, fo corond feli- citindolo con la diadema real y be entregd con la mas viva devocidn el cetro y la mano de justicia, y con este gesto. la defemsa de las iglesias y de los pobres» '*_ La Iglesia tenia la inteligencia de no ser la Gnica en aprovecharse de esta relacidn jerdrqui- ca: en cuanto ef primado de los obispos habia ungido y coronado al rey, ponia uma rodilla en tierra y prestaba juramento de fidelidad a su sobe- rano. En efecto, en la medida en que los obispos estaban dotados de poder temporal. no eran mis que vasallos del rey. El obispo Ivo de Chartres definid estas relaciones y precisé su fundamento juridico: los pastores espirituales siempre debian ser elegidos libremente por las instancias de la Iglesia, pero después, para ejercer su poder tem- poral en un dominio mds o menos wasto, tenian que prestar juramento al rey. Asi es como se estabbecié entre el rey y los principes de la Iglesia un vinculo natural de soli- daridad. Cuando algunos sefiores presuntuosos usurpaban sus prenrogativas, los obispes encon- taban sostén en el rey; éste, a su vez, podia con- tar con su apoye (ya que los obispos mo tenfan Privilegios hereditarios que defender) en sus esfuerzos por someter a su autoridad a vasallios cuyos vinculos con Ja corona eran a veces muy débiles. La mitad del colegio de los principes, que el rey tenia la obligaciém de reunir en con- Sejo cuando habia gue tomar decisiones impor- lantes, estaba compuesto por obispos de Reims, Laon, Langres, Chilons, Beauvais y Noyon, nom- bres que hoy ya no evocan el poder politico sino Prestigiosas catedrales. La concurencia entre los dos poderes. repre- sentados por el imperio germanico y la realeza francesa, se agravé politicamente en 1107, cuan- 16 - Sugex, Vie de Louis Wile Gros, ed. y trad. H. Waguet, Les Belles Lemers, Paris, 164. 31 17 - Suger, opt eit. do, acosade por Enrique V, que le exigia que reco- nociese el derecho imperial a nombrar fos obis- pos y los abades, ef papa Pascual [ buscé refu- gio en Francia. Suger, que mas tarde se convertiria en abad de Saint-Denis, era entonces un joven clé- rigo encargado por Luis WE de acompafar al papa en sus desplazamientos por Francia; mos ha deja- do su testimonio sobre las entrevistas entre el papa y los enviados del emperador en Chalons ". Fue el obispo de Tréveris quien tomé la palabra en nombre del emperador: «He aqui —dijo— por qué moive mos envia nuestro sefor el emperador. En tiempos de nuestros predecesores y también de los santos hombres apostdlicos, como Gregorio Magno, es un hecho bien conocido que, en virtud dell dere- cho imperial, en toda eleccidn debia observarse el orden siguiente: antes de proceder em piblico a fa eleccidn, evar el nombre del candidato a oidos del emperador y, si la persona conviene, recibir su asentimiento antes de la elecciém misma; des- pudés, en una asamblea celebrada candnicamente, a peticién del pueblo, de acuerdo con la eleccién hecha por el clero, com el asentimiento del sobe- rane, proclamar al elegido: una wez consagrado éste, libremente y sin simonia, conducirlo hasta el sefior emperador para las regalias. a fin de que reciba la investidura del anillo y del baculo y pres- te juramento de fidelidad y homenaje. En esto no hay nada sorprendente: de otro modo mo se podria tomar posesidm de las ciudades. ni de los casti- llos, marcas, peajes y otras cosas que periemecen a la dignidad imperial. Que si el sefor papa admi- te estas maneras de hacer, el imperio y la Ighesia permaneceran estrechamente unidos para honor de Dios en la prosperidad y en buena paz». Después de unos instantes de reflexidn, el papa hizo responder por su portavoz. el obispo de Piacenza: «(La Igiesia ha sido redimida por la sangre preciosa de Jesucristo y constituida libre; bay que evitar a toda costa que vuelva a caer en Ja servidumbre. Si no le es posible elegir a un prelado sin consultar al emperador, se encuentra subordinada a él como un esclavo y Cristo murié en balde. La investidura por el anillo y el bacu- fo, dado que estas cosas pertenecen a los altares, es una usurpacidn de los derechos del propio Dios. El que unas manos consagradas al cuerpo y la sangre del Sefior sean colocadas, para contraer una obligacidn, bajo las manos de un laico ensan- grentadas por cl uso de la espada es una deroga- cidn del sacramento del orden y de la sagrada uncide». No se trataba de un intercambio de forma- lidades; lo que estaba en juego era toda la estruc- ura espiritual de Occidente. Luis VI y la Igle- sia de Francia permanecieron fieles al papa. En 1118, Enrique WI fue puesto al margen de la cris- tiandad, en ocasidn del sinodo convocado por el arzobispo de Vienne, el futuro papa Calixto II. Por eso, seis aiios después, durante el verano del afio 1124, el emperador intenté vengarse organi- zando una expedicién armada contra el rey de Francia. Suger, que entonces era abad de Saint- Denis, nos cuenta lo sucedido: «Mi sefior el rey Luis, habiendo tenido conocimiento del asunto Por informes de amigos intimos, efectiia con tanta valentia come audacia un levantamiento que no espera, comvoca a les mobles, les expone sus moti- wos. Diversas relaciones y experiencias reitera- das le habfan hecho saber que san Dionisio es el Patrén especial y, después de Dios, el protector Sin igual del reino. Se apresura a acudir a él [es decir, a su tamba, en Ia abadia que Neva su nom- bre, Saint-Denis], Ie urge de todo corazén, tanto TOM sus oraciones como con sus buenas accio- Nes, a que defienda su reino, salve a su perso- ES Sugez, op. cit 33 Foto 2. Parte central de la fachada occidental de la catednl de Chartres, com la gieria de los reyes sobre el gram pesetie. na y resista a los enemigos siguiendo la tradi- cién; finalmente, puesto que los framceses han recibido de él el privilegio de que, si los sibdi- tos de algiin otro reino osan invadir el suyo, las reliquias de este santo, de este admirable éefen- SOF, Seam pucstas, junto con las de sus compafic- ros, sobre su altar como para defenderlo, el rey ordena que asi se haga em su presencia con tanta solemnidad como devocidm. Por otra parte, toma del altar [y de fa mano del propio abad) el estan- darte perteneciente al condado de Wexin [que per- tenecia a la abadia de Saint-Denis], por razén del cual resulta feudatario de la iglesia; lo toma, de acuerdo con su voto, como de la mano de su senor [san Dionisio]; después, volando hacia el ene- migo a la cabeza de un pufiado de hombres para hacer frente a las circunstancias, invita a Fran- cia entera a seguirie». Asi, por primera vez, el rey, que era su vasa- fo, blande Ia oriflama contra el enemigo: sin embargo. los que lo acompaiiaron no siguieron al vasallo rebelde. sing al emisario del santo patron de Francia. aEn todas partes —escribe Suger— se lewan- ta la caballeria, se delegan fuerzas, hombres a los. que anima el recuerdo de su antiguo valor y sus pasadas victorias. Nos reunimos todos en Reims. Formamos una multitud podenosa.. No hubo confrontaciéa con el efército del emperador, que se batid-en retirada ante la noti- cia del levantamiento sibito y general de las fuer- zas francesas. La victoria no quedé empafiada por ello: «Fue similar o superior a la que habria habi- do si hubijeran triunfado en batalla campal», escri- be Suger. Pero la gloria correspondié a san Dio- nisio y 2 su sepulcro. Por una extzaia coincidencia, san Dionisio, primer obispo de Paris, muerto como mértir junto con sus dos compaifieros san Riistico y san Eleu~ terio, fue confundido con san Dionisio Areopa- gita, el gran maestro del simbolismo cristiano. La cosa es poco plausible histéricamente. pues el santo obispo que fue enterrado cerca de Paris murié pro- bablemente hacia e] aio 250, segiin Gregorio de ‘Tours: segin la tradicién medieval, Dionisio Areo- Pagita pasa por haber sido discipulo directo del apdéstol Pablo. pero una opinién mas reciente lo considera un tedlogo del siglo V. Lo cierto es que, a causa de la inmensa veneracién que habia por el «apdstol de fos frances» y de las relaciones Particulares que existian entre su sepulcro. y la corona de Francia (Pepino, primer carolingio, habia sido ungido en Saint-Denis y. a partir de los mero- vingios, la mayoria de los reyes de Francia eran enterrados alli), los escritos de Dionisio Areopa- ita sobre La Jerarguia celestial y La Jerarqaia a oH 19 - Dinnisio Areopagi- ta. Citado por Ia edicitin francesa: Denys W'Aréo- pagite, Qearres compte res: 6d. et trad. Mauri ce de Gandillac, Paris, 1983, teatado De ba Se renga celestial. 56 eclesidstica, asi como sobre Los Nombres divi- nos, tomaron el valor de verdaderos escritos apos- tlicos, Esto twvo uma importancia muy grande para la Francia de la Edad Media, particularmente en el momento en que el gético se desarrolld y se expandid mucho mis alld de sus fronteras, como un vasto movimiento que no fue sélo artistico. De hecho, los escritos de san Dionisio Areopagi- ta contenian todos los fundamentos. espirituales del arte, no s6lo com respecto al objeto, sino tam- bign a su forma, capaz de reflejar una belleza que el peasamiento por si solo no puede abarcar. Dio- nisio Areopagita no era el dinico maestro que trans- milié esta cnsefanza, pero ningiin otro ha expues- to una doctrina del simbolismo tan completa. Esta es la razdn por ta que los defensores de los ico- nos, como Juan Damasceno y Teodoro de Stu- dion, ya se refiricron a él. El arte gético, que repre- Senta en cierto sentido una respuesta a la reforma cisterciense hostil al fasto de las iglesias, encon- ré igualmente su justificacién en la doctrina del simbolo desarrollada por Dionisio Areopagita. Esta doctrina se basa en una vision espiritual que reconoce en cada grado de lo real —desde el coro de angeles mds elevado hasta la manifesta- cidn mis material— los reflejos diversamente refractados de uma tinica luz divina. «Todas las cosas —escribe Dionisio Areopagita— gue po- seen una existencia positiva, como materia o como modo, € incluso todas las que son simplemente posibles, tienen en Dios su origen, su modelo y su regla, su destino y su finalidad, En cuanto El es el Unico, no se manifiesta, y sin embargo se comunica [...J. En cuanto modelo perfecto, inra- dia de una manera imperfecta en las criaturas, imperfectamente 2 causa de la incapacidad ine- vitable de éstas y no porque Su Bomdad tenga Hi- mites» Se ha calificado a esta doctrina de neopla- pinica. por Platén, que ya habia expuesto que todas Jas cosas perecederas encuentran su comrespon- dencia en los anquetipos eternos, las Ideas; y por Plotino, su discipulo, que: transm: en sus gran- des lineas la visién de la luz divina refractada gradualmente. Esta doctrina se expresa cada vez que el espiritu contemplativo —reconociendo la esencia divina de la belleza— supera la dualidad del creador y la criatra, sin olvidar por ello la diferencia inconmensurable que los separa. «Este principio divine] pertenece a las inte- ligencias, a las almas y a los cuerpos, al cielo y ala tierra, es al mismo tiempo idéntico en lo idén- fico, en el seno del universo, alrededor del uni- verso, més alli del cielo, Supraesencial, Sol, Estrella, Fuego, Agua, Espiritu, Rocio, Nube, Roca absoluta, Piedra, en una palabra, todo lo que es y nada de lo que es» ™. El pensamiento analitico rechaza una visidn global de la realidad que a la vez unifica y frag- menta, pero ésta es conforme al ame sagrado. En realidad, en los dos casos se trata de percibir la naturaleza eterna de una forma, sin confundir ésta con sus limites exteriones: «Se ve, pues, que se puede, sin nota falsa, atribuir figuras a bos seres celestiales, aunque se saquen de las partes mas viles de la materia, puesto que esta misma mate- Ha, al haber recibido su subsistencia de Ja Belle- absoluta, comserva a través de toda su orde- naciin material algunos westigios de la belleza intelecwal, y puesto que es posible, por media- cién de esta materia, elevarse hasta los argueti- Pos inmateriales, sin olvidar, no obstante, tomar, come se ha dicho, las metdforas en su deseme- Janza misma, es decir, en lugar de considerarlas siempre de modo idéntico, tener en cuenta la dis- tancia que separa a lo inteligible de lo sensible y 2h ibid, tratado Die fos Nowsbres divinos, cap. 1 a 57T Gefinirlas del modo que conviene propiamente a cada uno de sus modos»*. Fue en Chartres donde la doctrina del Areo- pagita encontné sus intérpretes mas brillantes, pues: la Escuela de la Catedral estaba completamente imbuida de su pensamiento. En Saint-Denis, donde se suponia que el gran maestro del sim- bolismo tenia su wmba, sus escritos se leyerom sin duda con mucho celo, sobre todo a partir de: Principios del siglo XIL, cuando el encuentro com Bizancio renowd el estudio del griego y fue posi- ble referirse a otros textos ademds de las tra- ducciones Jatinas de Juan Escoto Erigena sola- mente. Dicho esto, fue el-abad Suger quien, por sus consideraciones sobre el are y Ja Titurgia. se reweld en Saint-Denis como el discipulo de Dio- nisio Areopagita. Fuera o no el constructor de ba primera iglesia gdética, Suger es en todo caso el hombre que, de muy joven, hizo del ante gdtico el emblema de [a realeza francesa y de sus aspi- raciones cuando emprendié la reconstruccidn de la abadia real de Saint-Denis. Es posible que Henri le Sanglier, obispo de Sens. constrayera en esti- lo gético anies que Suger, pero, en cuanto brazo derecho, cousejero y representame del rey, Suger desempeiié sin ninguna duda un papel mas deter- minante. La reconstruccién de Saint-Denis fue para él come el complemento arguitecténico de su obra politica: «El que la gloria del cuerpo de Cristo, a saber, de la Iglesia, consiste en ta unidad indiso- luble de la realeza y el clero, es una cosa perfec- tamente clara —escribe al obispo de Reims—, pues la gloria que sirve a uno viene asi al mismo tiem- po en ayuda del otro, puesto que es cierto que [...] la realeza terrenal no existe sino por la Iglesia de Dios y que fa Iglesia de Dios progresa gracias a la realeza terrenale. El orden de Jas cosas terrenales, como ense- fiaba san Dionisio, debe reflejar en la medida de jo posible el orden celestial, tanto en la estruc- quracién de la sociedad humana como en el arte. Es la opinidn que expone Suger, en términos extra- fiamente ambiguos, en la introduccién de su opésculo sobre la construccidn y la consagracidn de Ja nueva iglesia de Saint-Denis =: «El poder maravilloso de un solo principio superior —escri- be— concilia mediante uma afinada reunidn la oposiciém entre las cosas humanas y las cosas divinas, de modo que unas realidades aparente- mente contradictorias —de maturaleza diferente y de origen desigual— se encuentran ligadas por el acorde bienaventurado de una armonia que las superas. Suger compara aqui el universo con una mutisi- ca perfecta. en la que cada disonancia se vera finalmente resuclta; lo considera al mismo tiem- po como una construccién bien ordenada que comesponde en cada ona de sus partes a un mode- lo divino; una visidém que encontramos constan- ftemente asociada al gético y que, imegrada en el marco del pensamiento cristiano, prolonga el lega- do pitagérico. «Pero los que se esfuerzam —con- tinka Suger— por esclarecerse participando en este fundamento superior y eterno se preocupan siem- Pre por reconciliar to igual con lo desigual y de arbitrar ef antagonismo de las cosas. como si su juicio penctrante formara parte de um tribunal». Estas palabras reflejan menos la opinidn del cons- tractor que fa del hombre de estado que se esfor- zaba en reunir en un mismo orden la Iglesia y la reateza, consolidando el poder del rey (para la proteccidén de la Iglesia y de los pobres}, al tiem- po que le retiraba el agi en Ia medida en que ja naturaleza de este poder lo permitia. Utilizar el poser temporal sim trai- 23 ~ Abbor Suger On the Abbey Church of Saint-Deeis, Ed. and trand. by Erwin Panots- ky. Princeton, 1946. ‘Véase también E Gall, «Dé gothische Bae- bans» in Franireiich amd Deattschfond vol. IL Leip aig. 1925. 59 obispo de x catpdral de (Chartres; fragmento en- peesioen ef meseo de fa cionar la doctrina cristiana sélo es dado al que no sucumbe a la tentacidn; es lo que escribe Suger de los hombres que él mismo toma como mode- los: «Con Ja ayuda y la misericordia divinas, beben en la fuente de la sabiduria eterma Jos medios que les permiten resistir a la disensidn interna y a la tebelién, prefiriendo lo espiritual a lo material y fo eterno a lo temporal». Estas ultimas palabras parecen dirigirse a san Bemardo de Claraval. del que Suger era amigo y en més de un aspecto aliado. En um panto con- creto, sin embargo, era también su adversario: mientras que san Bemardo luchaba contra toda manifestacién de pompa en las comunidades mondsticas, Suger, por su parte. desarrollaba, por razones espirituales sin duda, pero también poli- ticas, todo lo que podia contribuir al esplendor de su abadia. San Bemardo escribia: «jOh vanidad de vani- dades, pero atin mas locura que vanidad! jLa igle- sia brilla por todos lados, pero el pobre tiene ham- bre! Las paredes de la iglesia estan cubiertas de oro, los hijos de la Iglesia permanecen desnudos [..]. Decidme, pues, pobres monjes —si es que sois pobres—, jqué hace el oro en el lugar santo? Para hablar claramente, es [a codicia la que hace el mal, fa codicia, esclawa de bos fdolos [...], paes Ja visiém de las vanidades suntuosas y sorpren- dentes empuja mas al hombre a dar que a rezar. Asi la riqueza atrac a la rigqueza, la plata atrae a Ja plata. Por no sé qué resorte, cuanto mas se exhibe la riqueza, mds de buen grado se da. Se deslumbra el ojo ofreciendo techos de oro para cubrir reliquias, y los joyeros se abren, se mode- lan en bellas formas los santos y las santas, tanto mas venerables cuanto con mis coler se los ha Bratificado. Los fieles van a besarios. son exci- tados a dar, mas. miran la belleza de las estatuas que honran la virtud de los santos [...]. El que reza, al verlos, olvida incluso el impulso de su plegaria» A tales amonestaciones, Suger, que por lo demas vivia en una indigencia digna de un peni- tente, replicaba: «Que cada cual siga su propia opinién. En cuanto a mi, declare que lo que sobre todo me ha parecido justo es que todo cuanto hay de mas precioso debe servir por encima de todo ala celebracién de la Santa Eucaristia. Silas copas de ono, si bos frascos de oro y los pequeiios mor- teros servian, segéin Ia palabra de Dios y la orden del profeta, para récoger la sangre de los chives o de los becerros 0 de una novilla rojiza, cuanto mas para recibir la sangre de Jesucristo hay que: disponer los vasos de oro, las piedras preciosas, y todo lo que se considera precioso en la crea- cidn [...). Los que nos. critican objetan que para esta celebracién deben bastar un alma santa, un espiritu puro y una intencidn fiel. Y, sin duda, estamos completamente de acuerdo en que esto es lo que importa verdaderamente ance todo. Pero afirmamos que hay que servir también con los. ormamentos exteriores de los vases sagrados. y en ninguna otra Cosa tanto como en el servicio del santo sacrificio, con toda pureza interior, con toda nobleza exterion= >. La exigencia de ascesis en materia de arte: religioso siempre ha conducido, en las épocas: espiritualmente fecundas, a su renovacién, lo mismo gue la poda de un rbol incrementa su fecundidad. Se tomaba conciencia de que la belle- za espiritual del arte no residia solamente en el contenido edificante de las imagenes. sino que: Ja belleza en si misma poseia un valor espiri- tual por su caricter «anagdgico», es decir, sim- bdlico, que hacia de lo terrenal el reflejo de lo ‘eterno. 24. Wéase Sait Berard, (Euvres expstigues, trad Albert Béguin, Paris, 1953 25 Abbov Sages, op. cit. 61 26 ~ foie Suger hace referencia a ello cuando, con- templando los santos copones reunidos sobre el altar, compara las piedras preciosas que los axdor- nan con las virtudes espirituales o con los dife- rentes estados del espiritu que se abre al conoci- miento de Dios; «A menudo considero por puro amor por nuestra madre Iglesia los diferentes omamenios nuevos y antionos. Cuando veo, lewan- tada sobre el altar de oro, la maravillosa cruz de san Eloy con las cruces mas pequefias y esa joya incomparable que Ilaman el “peine”, digo, con un suspino salido del fondo de mi corazém: “Toda joya es tu adorno, el sarddnice, el topacio, el jaspe, ef crisélito, el Gnice, el berilo, el zafiro, e] carbun- clo y la esmeralda”. Los que conocen las propie- dades de las piedras preciosas constatan com gran sospresa que ninguna de elas falta aqui, aparte el carbunclo, y que casi todas estan representadas en gran abundancia. Asi pues. si, en el gone que expe- Fimento ante la belleza de la casa de Dios, ¢l encan- to de las jovas multicolores me distrae de las preo- cupaciones exteriores y una digna disposicidn de espiritu me conduce, por una transposiciin de lo material a lo espiritual, a percibir las diferentes virtudes santas, entonces me parece que yo mismo Mme encuentro en una extrafia regidn del universe, como no existe otra semejante ni en el légamo de Ta tierra ni-en fa pureza del cielo, y puede ocurrir después, con fa gracia de Dios, que, de forma ana- gégica, abandone este mundo de agui abajo para acceder al de fo alto». SUGER Y LA RECONSTRUCCION DE SAINT-DENIS EN SU GPUSCULO SOBRE LA CONSAGRACION DE La 1GLESIA DE SamT-Denrs, Suger relata: «Cuando el glorioso y célebre Dagoberto, rey de los fran- cos [...], hubo encontrado refugio en el lugar la- mado Catuliiacus [que mas adelante seria Saint- Denis], para escapar de la cdlera intolerable de su padre Clotario el Grande, y cuando tuvo la seguridad, por lo que habia oido y visto, de que los martires que reposaban alli y que se le ha- bian aparecido con los rasgos de hombres rewes- tides: de magnificos hibiios blancos. como la niewe, habian solicitado sus servicios [..], orde- né [...] que se edificara una basilica com un fasta regio en honor de los santos. Adomo la iglesia, a la que babia provisio de diferentes clases de colummas de midrmol, con una cantidad inestima- bie de tesonos de oro y plata, e hizo colgar de los. mores, de Jas colummas y de las arcadas tapices ricamente tejidos de hilos de oro y de perlas, a fin. de que el edificio [...] estuviera adornado con todas las maravillas de la tierra e irradiara con la magnificencia mas preciosa. wlLa ighesia sélo tenia un defecto: no era lo bastante grande. No es que al rey le hubiera fal- tado buena voluntad: por un lado, probablemen- te no se habria encontrado en esa Epoca ninguna igkesia mis grande, ni siquiera igual de grande; por otro, el brillo del ono y el resplandor de las Piedras preciosas tenian la ventaja, en un espacio tan exiguo, de parecer mas Iuminosos y mas detei- tables para el ojo. »A. causa de la exigiiidad del lugar y del niime- To creciente de fieles que afluian para obtener la 63 intercesidn de los santos, la basilica tavo que sufrir muchas wejaciones: con frecuencia, y sobre todo los dias de fiesta, cuando la iglesia ya estaba ates- tada, habia que rechazar a una muchedumbre nume- Tosa que sé apretujaba en todas sus puertas; no sdbo se impedia el paso a los que pedian entrar, sino que Ios que estaban cn el interior no conseguian salir. A veces era curioso ver cdmo los que se empu- jaban para honrar y para besar las santas reliquias, los clavos y fa corona de espinas de Nuestro Sefior, encontraban tal resistencia por parte de esta mul- titud compacta que, apretujados por miles de per- sonas, ya no lograban ni mover un pie, como petri- ficados, y se sorprendian de poder gritar todavia, En cuanto a las mujeres, este tropel intolerable les resuliaba particularmente penoso. Apretadas. entre hombzes vigorosos, como en una prensa, presas de un miedo pdnico, perdian ef conocimiento o lan- zaban gritos terribles, come si estuvieran de parto. Varias de ellas, miserablemente pisoteadas, fueron izadas por encima de las cabezas de la gente, gra- cias a la buena voluntad de algunos hombres deci- didos, y pudieron asi caminar como por encima de un suelo. Pero muchas de ellas agonizaron en el patio de los: monjes, con desesperacitin de todas. »Incluso- los hermanos. que mostraban a la mul- titad Jos instrumentos de la Pasidm de Nuestro Seftor sufrian el empuje y la presién de la masa y a menu- do, al no encontrar otra salida, huian por las ven- tanas Hewdindose las reliquias. De todo esto of hablar cuando, todavia nifio, era escolar con los herma- nos; de adolescente, lo sufri y, Ilegado a hombre, mi tinica preocupacién fue ponerle remediow. Fue hacia 1132 cuando Suger emprendié la reconstruccién de Saint-Denis. «(Como el porche estrecho, situado en el lado norte de la fachada anterior, y que: servia de entra- da principal. estaba estrechamente situado entre dos borres que no eran ni altas ni particularmen- te majestuosas y que amenazaban com derrumbarse, empezamos con ardor nuestra tarea en ese lugar. con ¢] sostén de Dios; para construir una nave recta enmarcada por dos torres. establecimos fun- damentos muy sélidos de piedra, com un funda- mento espiritual no menos poderoso, de acuerdo con las palabras: “Pues nadie puede establecer otros fondamentos gue los que son, es decir, Jesucris- to” (f Cor TI, 11), A cierta distancia de la basilica existemte, cuya construcciGn atribuia al rey merovingio Dagober- to, pero que en realidad data de la época carolin- gia, Suger hizo construir un nuevo edificio, flan- queado por dos sélidas torres. Por las tres puertas. de entrada se accedia a um porche de tres maves, eacima del cual un segundo piso albergaba tes. capillas. Este tipo de constrwccién ya habia exis- tido en la época de los carolingios, pero la origi- nalidad de ésta residia en el hecho de que los espa- cios interiores estaban cubiertos de bivedas edticas. Dafiada durante fa Revolucida y modificada ene] transcurso del siglo XIX, la fachada de Suger era todavia completamente romdnica. No obstan- te, la triple portada cuyos arcos se lanzan de un comrafuerte al otro y la generosidad de los vanos. anuncian ya el aspecto abierto de las fachadas gdti- cas. Este edificio todavia tiene algo de obra de fortificacién —Suger precisa que las almenas Podian servir, en caso necesario, para la defensa de la iglesia—, pero es, en medida mucho mayor, una imagen del triunfador celestial. Esto es lo que subraya sobre todo el gran Tosetén, que, por primera vez, marcaba el fran- tén de una iglesia com su sello solar. Suger no bo habia inventado, no habia hecho mas que atri- buirle el papel predominante que iba a conservar Iiestraciiie 38 Vemtana germinads cone nada por un rosetia del siglo IX. Igiesia de Sax Miguel de Sille, cxrca de Naranco, Asterias. en lo sucesivo. El rosetén es un motive que, como el arco apuntado, la nervadura y la traceria (esos encajes de piedra que adornan las ventanas), pro- viene dela arquitectura islamica. Sus modelos mas préximes fueron las ventanas redondas de las iglesias mozdrabes —es decir, moro-cristianas— de Espafia, tabicadas en piedra o estuco. En la arquitectura, el rosevén adopté el papel desem- pefiado por el monograma de Cristo, que ador- naba con este mismo circulo radiante bos fronto- nes siriacos, bizantinos o roménicos y que la escultura figurativa habia apartado de ese lugar; y he aqui que regresaba como motivo arquitec- ténico, en ba forma de la vidriera en rosetén. Desde los inicios del cristianismo, todo emblema en forma de mueda asociaba um significado cristolégico al simbolo de la rueda del mundo; este doble: sen- tido iba a expresarse de ouewo en la decoracién figurativa de la rosa gética. Aparece ya en las esculturas de piedra que rodean a veces a los nose- ‘tones: unas veces son los cuatro animales del Apo- calipsis que designan el circulo luminoso de la «Majestas Domini»; otras, son figuras que ascien- den y descienden en circulo y que hacen de la rosa una rweda de la Fortuna, ta cual, ligada al destino, representa la rueda del mundo. ~Quién fue el arquitecto que ejecutd los pla- mos de Suger? Lo ignoramos, como también su libertad de accidm, pues Suger parece haberse implicado mucho tanto en las cuestiones de orden 1éenico como en la perspectiva espiritual de sa plan: «Gracias la ayuda de Dios, descubrimos una nuewa cantera tal como, en estas regtones, nunca habia existido de semejante calidad ni de tal rendimiento. Una multitud de albafiiles habi- Jes, de canteros, de escultores y de otros artesa- nos acudia, de modo que la Providencia divina nos libré de estas preocupaciones al dotamos de medios inesperados [...]. Las riguezas de Salo- moo hubiesen basiado tan poco para la edifica- cidn de su templo como las nuesiras para esta construccidn, si el mismo autor de la misma obra no hubiese asistido a sus servidores con tal gene- rosidad. Para el obrero, la unidad de Ia obra y el autor basta para su satisfaccidn». Por «autors, Suger entiende «Dios», Las jambas de Jas wes portadas, los timpa- nos y los dovelajes estaban adomados con escul- turas de las que hoy mo existen mds que copias del siglo XIX. Como en Beaulieu y Conques, el timpano central representaba el Juicio final. Las. puertas tenian batiemes de bronce dorado: «Des- pués de hacer venir a los fundidores de bromce y de elegir a los escultores. se ejecutarom las. poer- tas principales, sobre las cuales estdm representa- das la Pasién de Nuestro Sefor y su Resunrec- cida 0, mejor, su Ascensidn, con un gran desplieguc de dorados, como corresponde a una puerta tan noble». Fssa es la inseripciém que Suger hizo colo- car encima de la portada principal: «Seas quien Seas, si quieres celebrar Ja gloria de esta puerta, Ho te maravilles amie cl oro y el gasto, sino ante Ja maestria del trabajo. Este trabajo irradia noble- mente, que su noble irradiacién ilumine el espi- ritu a fin de que Hegue a la luz, a la verdadera luz cuya puerta es Cristo. Lo que es el interior, la puerta de oro woes lo anuncia; el espiritu ente- nebrecido se eleva hasta la verdad a través de las cosas sensibles y, desde el abismo, se alza hacia la tore. Estas palabras recuerdan las de Dionisio Areo- pagita: «El mundo supertor arroja su luz sobre el mundo inferior y, en las cosas perceptibles. hay como una huella de las cosas puramente espiri- tuales» (De la Jerarquia eclesidstica, Prélogo). rb Miaseracici 39. Disposicata probable deta iglesia abacial. caroingia de Saint Denis. ie. Mustraciée 0, La antigua iglesia ahacial an jo de 11-04 com ba nae va consiruccaie de Sager oes 68 (Cuando el edificio llegé a la altura de la linea de las almenas_, Suger pensé en unirlo cen Ja anti- gua nave, lo que, entre otras cosas, le obligé a prolongar Jas hileras de arcadas con sus colum- natas de varios tramos hacia el oeste: «Nos preo- cupaba sobre todo poner en anmonia el nuewo edi- ficio con el antiguo. Reflexionando, preguntando y prospectando diversas regiones alejadas, bus- camos dénde procurarnes columnas de marmol. Pero ante el fracaso de nuestra busqueda, nues- tro espiritu torturado no veia otra salida que hacer- las venir de Roma (dénde habiamos visto mag- nificas columnas en el palacio de Diocleciano y en las termas) mediante barcos seguros que pasa- ran por el mar Mediterrineo y el mar de Ingla- terra y tomaran el curso sinuoso del Sena; y esto recurriendo en gran medida a la generosidad de nuestros amigos ¢ incluso a la proteccidn de nues- tros enemigos, Jos sarracenos vecinos. Durante varios afios permanecimos perplejos, reflexio- nando ¢ informéndonos, hasta que, subitamente, el Todopoderoso, en su generosidad, se inclind sobre nuestras penas y nos hizo descubrir, por el mérito de los santos martires. lo que nadie se atre- via a esperar [...] wCerca de Pontoise. no lejos de nuestras tie- ras, S¢ encomtraba una cantera notable, en la lade- ra de un valle profundo. No habia sido excavada por In naturaleza, sino por la diligencia de los hom- bres que, desde hacia mucho tiempo, iban a ex- taer allf sus muelas de piedra. Esta cantera, hasta el momento, no habia prodwcido nada excepcional y, como creemos actualmente, conservaba sus teso- ros en provecho de este gran edificio consagrado a Dios, en cierto modo unas primicias destinadas a la vez al Creador y a sus santos martires. »Cuando se extraia una columna de] nivel inferior, la gente del lugar, asi como otras veci- nas, se ponian a trabajar humildemente. todos, nobles y villanos, atados con cuendas, como ani- males de tiro; cuando Ilegaban al camino escar- pado que atraviesa el pueblo, nuestros obreros iban a su encuentro, dejando alld sus ttiles para ayu- darles a superar las dificultades del camino [...]. wSe produjo un milagro del que nosotras mis- mos fuimos testigos [...}: un dia en que la inten- sa Huvia habia dejado una atmdsfera turbia y escu- ra, cuando los cares se acercaron a la cantera los que habitmalmente ayudaban a cargarlos se ha- bian marchado del lugar. Entonces los obreros se quedaron sin nada que hacer, y los conductores de los carros de bueyes deploraron esa pérdida de tiempo. No dejaban de quejarse, cuando unas cuan- tas personas débiles ¢ impotentes, acompafiadas de algunos muchachos —diecisiete en total, que, salve esror, iban acompafiados de un sacerdote— se dirigen apresuradamente a la cantera, toman una cuerda y la atan a una de las columnas de piedra [-..] Animado de un piadoso ardor, el pequefio grupo se pone a rezar. “San Dionisio, por fawor, ayu- dadnos, para que podamos, para vos, levantar este pilar, y no nos podréis echar la culpa si solos no bo conseguimos”. Entonces, poniendo en ello todas sus fuerzas, tiranon del peso que habitualmente 180 hombres, o al menos. 100, lewantaban con dificul- tad, y consiguieron extraerio de las profundidades del vallecito, no com sus solas fuerzas, pues esto habria sido imposible, sino por la volumtad de Dios y con Ja ayuda del santo al que habian invocado. »Cuando las arcadas y los muros de la nave se hubieron prolongado suficientemente, hubo que cubrirlos. Ahora bien, lo habimal era cons- tuir, con sdlidas vigas de una sola piera, toda la superficie del widngulo formado por la armazén del tejado, de modo que los muros exteriores que- daran sostenidos como por una enorme pinza. 70 »Para encontrar vigas, habiamos consulrado a carpinteros, tanto en nuestra regidn como en Paris, y nos habian respondido que, en su opi- nidn. con toda probabilidad, era imposible encon- trarlas en esta regiém que carecia de bosques y que habria que hacerlas venir del distrito de Auxerre. Todos eran de la misma opinidn, lo que nos abrumé al pensar en tan gran trabajo y en el largo retraso que con ello sufriria Ja obra, »Sin embargo, una noche, después del oficio de maitines, estando tendido en mi cama, me puse a reflexionar y tomé la decisién de ir yo mismo a nuestros bosques y recorrerlos en todas direccio- nes para ganar tiempo y ahorrarnmos trabajo em el ‘caso en que se pudieran encontrar los troncos aqui. »Abandonando todas las dems tareas, parti a toda prisa, por la maiiana temprano, con los car- Pinteros y lefiadores, hacia el bosque de Yveline_ Cuando llegamos a nuestras tierras del walle de Chevreuse. hicimos venir a nuestros guardabos- ques y a los que conocian bien los bosques de los alrededores y les interrogamos para saber si_ en su opinién, era posible encontrar, sin regatear esfuersos, troncos de la dimensidn deseada. »Sonrierom, Nenos de asombro, y de buena gana se habrian burlado abiertamente de nosotros si se hubiesen atrevido: como si no supiéramos que, en toda esa tierra, nada semejante podia encon- trarse porque Milon, nuestro sefior de Chevreu- se, que junto con otro habia recibido de nosowos la mitad del bosque en feudo, no habia dejado en pie mi entero un solo drbol de esas dimensiones para construir sus torres de defensa y sus bastio- nes [...]. Pero no dimos ningtin crédito a sus dis- ‘cursos y, empezando intrépidamente, y confian- do en nuestra fe, a explorar el basque. encontramos hacia la hora primera un tronco de tamafio sufi- cliente. »(Qué més pedemos decir? Hasta la hora novena © UN poce antes, para sorpresa de los que estaban presentes, en medio de la arboleda, de los matorrales de espinas y en las partes mas densas del bosque, localizamos doce woncos: era exac- tameme el nimero que necesitébames., »Los hicimos Nevar a la santa basilica y los mandanvos colocar, entre gritos de alegria. como cubierta de la nueva obra, para alabanza y gloria del Sefor Jestis, que se los habia reservado para si y sus martires sustrayéndolos a las manos de los saqueadores. Asi se manifesté la bondad divi- na que determina todas las cosas segtin el peso y la medida, que no.da ni demasiado ni demasiado poco; pues se encontré exactamente la cantidad de madera necesaria y ni un tronco de mas», En junio del afio 1140, Ja fachada fortifiea- da y el segmento que la unia con la antigua basi- lica fueron consagrados. por los tres obispos reu- nidos de Rouen, Beauvais y Senlis. Suger podia consagrarse ahora a wna nueva tarea; dejo para mas tarde la finalizacién de las torres para con- centrarse en la remodelacidn de la parte mis impor- tante de la iglesia: el coro. El coro existente fue demolido y sus piedras, que segin la leyenda ha- bian sido consagradas por el propio Cristo, se con- Sservaron como reliquias para reincorporarlas en Ja nuewa obra. Habia que elevar el techo de la cripta que se encontraba bajo ef coro, «de modo que sirviera de plataforma para los que utilizaran fos escalones de cada lado del coro. De esta mane- Fa, los relicarios de los santos, adomados con oro y¥ piedras preciosas, se ofrecian a su vista de forma destacada». Pero se planted un problema por el hecho de ‘que los pilares del coro tenian que apoyarse sobre los de la cripta y al mismo tiempo adaptarse a Wustracién 4. Laiislesin shacital de Saire- Deais con su parte cemmal antigua y fos: aiadides de Sager: le parte oeste toda- vin imacabada y of osewo com. 7 Bastraciée 4? ‘a ighesia abacial de Saise- Denis ena época de Suaez, cua los difereates pesados de consarecciin, segiin Pa- polly. 72 i COTTE B eniace ote fa marva fica Feige best = Baio deta eae oor C= Chop Be fos mame las perspectivas de la nave central y sus naves laterales. Ahora bien, si bos pilares se alineaban sobre Jos de Ja cripta, no se los distinguia desde Ja nave. «El problema se resolvid« —coomo escri- be Suger— «con la ayuda de la geometria y la aritmética», es decir, el arquitecto consiguidé redu- cir la disposicidn de bos pilares del caro y los de la nave al denominador comin de una forma geo- métrica conforme al ideal de la arquitectara medie- wal. Esta forma de base no podemos conocerla com exactitud a partir del estudio del edificio, pues éste ha sufrido ciertas modificaciones. No obs- tante, la disposicién de los pilares. del coro, que no ha variado, puede proporcionarnos informa- chin: su alineacién no se coresponde con los radios de un semicirculo perfecto, sino con la forma de un abanico doblado; més que una simetria cen- tral, esta disposicidn pudo haber tenido por obje- to hacer que la corona de capillas fuese mds visi- ble desde la nave. En cuanto el plano estuve establecida y fos fundamentos del coro preparados, Suger reunid a un gran mimero de hombres ilustres, entre bos cuwa- les habia varios obispos y abades, y rogé asimismo al rey Luis WII que fo honrara con su presencia: «El domingo anterior a los [dus de julio, organi- games una magnifica procesidn en la que se di tinguian altas personalidades. Delante dz noso- tras, los obispos y los abades Ievaban los emblemas de la Pasiin de Nuestro Sefior, el clavo y la corona de espinas, asi como el brazo del santo anciano Simedén y otras reliquias. eCon corazén humilde y sumiso. descemdi- mos asia las tumbas que se habian preparado cuan- do se construyeron los fundamentos. Imploramos la asistencia del Espiritu Santo para que Mevara a buen fin la comstraccién de la casa de Dios tan felizmente iniciada, y pusimos las primeras pie- dras, con el mortero que los obispos habian pre- parado con sus manos con el agua bendita en oca- sién de Ja dedicacién efectuada el 9 de junio: y alabamos a Dios cantando solemnemente el salmo ‘67 basta el final: Fundamenta ejus (Jerusalén tiene Sus cimientos en la montafia santa]. »Nuestro propio rey serenisimo descendid y puso una piedra con sus propias manos; también nosotros pusimos una piedra y, después, muchos otros abades y religiosos hicieron lo mismo. “Varios de ellos afiadieron piedras preciosas, por amor y por reverencia hacia Jesucristo, cantando: Lapides pretiosi omnes musi tui [“todos tus muros son piedras preciosas™]. »Daurante tres afios, tanto em verano come en invierno, sin reparar en gastos y con el concurso de numerosos obreros, desplegamos todo nuestro celo para completar la obra, a fin de que Dios mo pueda, con razéa, cemsuramos [...]. wLa parte central del edificio estaba so- brealzada, sostenida por doce columnas, por les doce apistoles, mientras que un oimero igual de columnas en las naves laterales representaba a los profetas, de acuerdo con las palabras del Apds- tol, que construyd en Espiritu: “Por tanto, ya no 74 sois extranjeros y huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los apdistobes y de los profetas. siendo piedra angular el mismo Cristo Jessis, en quien bien trabada se alza toda la edificacién para templo santo en el Seftor” (Efes. I, 19-22). El, en quien nosotros mismos debemos reunimos, “a semejanza de una morada divina por el Espirim Santo”; cuanto mas unidos estemos en ella espi- ritualmente, ods libremente y mejor comstruire- mos materialmente». El coro gético de Saint-Denis, en su dispo- sicién clara y regular, no ha sido superado. Nin- gun elemento sobra. El primer deambulatorio esta duplicado por un segundo, compuesto por siete capillas rodeadas de la concha transparente del muro exterior. El propio Suger menciona «la ele- gante corona de capillas maravillosamente con- cebida, por fa que todo el santmario est4 inunda- do de la luz magnifica e ininterrumpida de las vidrieras santisimas». Esto es expresidn de un Jeitmoriv de la arqui- tectura gotica. Al igual gue el alma humana es iansfigurada por la gracia de la luz divina, 1armn- bién el interior de la iglesia debia serio gracias a Ia Iominosidad de las vidrieras de colores. Por esto califica Suger a las vidrieras de «santisimas». Hay que recordar que este: efecto de transfi- guraciém mediante las vidrieras nunca se habria podido obtener sin la béveda gotica, que permi- ié Liberar los muros y abrir ventanas hasta la cis- pide El ante gético de la béweda consistia en esta- blecer, en un primer momento, la estructura de las arcadas y las nervaduras, antes de poner encima los cuartos de béweda. La béweda roménica, ya fuera de cafidn o de crucero, se constraia con ayuda de cimbras de madera que sostenian la mampos- teria y que se bajaban a medida que ¢sta se asen- taba al secarse. No se podia pensar en utilizar este procedimiento para abordar las muiltiples curva- turas de la béveda gética, muy compartimentada, no reducible a volimenes simples —y con mayor razdén una corona de bévedas tan compleja como la del coro de Saint-Denis—. Hubo, pues, que empezar por construir los arcos y las nervaduras por medio de andamiajes. Una vex que el esque- leto de piedra estaba acabado y la mamposteria, Dasrraciin 45. El cone de Saaat-Desis de- bido a Seger. Nasimacion #6. Esquena ox tes dimen siones e na porciin de bw de an deambatatorio ition, sega J. Fachen. 7 76 ya retirado el andamiaje, se habia asentado defi- Hitivamente, se colocaban los cuartos de béveda encima de los arcos o, mejor, entre ellos, y esto se hacia a ojos vistas, sin ayuda de cimbras. Unas cuendas tensadas y lastradas mantenian las piedras en su sitio a medida que se colocaban. Era sin duda una técnica muy nueva en la época de Suger. y no iba a tardar en ser sometida a una dura prueba: «(Cuando fa nweva obra, con sus. capi- teles y sus arcos superiores, se emcontraba edifi- cada hasta la cispide y los arcos principales esta- ban aislados pues todavia no se habian unido con el casco de la béveda, estallé de golpe una tor- menta espantosa, de una fuerza apenas. soportable. E] cielo se oscurecié, cayé la Muvia y se desenca- dend una violenta tormenta; la bormasca era tal que casas sdlidas e incluso torres de piedra y bastio- nes de madera empezaron a bambolearse. Esta tem- pestad se desencadend el dia del aniversario del glorioso rey Dagoberto fel 19 de enero], en el momento en que monsefior el obispo Geoffrey de Chartres celebraba. por la salvacién de su alma el sacrificio solemne de la misa en el altar mayor, en medio de la asamblea. Cuando la formidable poten- cia de la tormenta se abatié sobre los arcos, que no estaban sostenidos por ningin andamiaje ni aguantades por ninguna cimbra, éstos se vieron sacudidos lamentablemente y se balancearon de un lado a otro amenazando con derrumbarse. El obis- po, que se dio cuenta con espanto de que los arcos y la armazén del techo empezaban a vacilar, ten- did la mano en um gesto de bendicidn varias veces en esa direccién y levantdé el brazo de san Simedn. Para conjurar Ia tempestad, haciendo la sefial de la cruz, de modo que, con toda evidencia, no fue la fuerza de su espiritu. sino tnicamente la benevo- Jencia divina y el mérito de: Los santos los que impi- dieron que la obra se derrambara. | See prmnee be Ses ‘yetemeeperene- Scones tne ge tent Gate horde Meat meng Mxssracivie 47. Planexs de dos coms sacadlos def cuaderao de Villand de Flonascour, que grecisa: «He api ia plata di Sai-Eticene de Mem. Encima, waa iglesia ‘con doble dearhulatrio. tal como la haa enceetrada Villard de Hoeaecoon 5 Pieme de Cordier. Eizos cores, eedeados 6¢ mumermsas capilas in dada ‘Gejahen penetra mesos ixz en el interice de la iglesia que ef coro edilicado por Soger ea Saint-Denis 7 Masiracin 12 (Cimbeas: para el sents de les nerwadoras de wna hive da gitica segin J. Fitchen. 78 «Asi, la tormenta, que en numerosos lugares causd muchas desgracias al destruir sélidos edi- ficios, fue alejada gracias a una intervencidn divi- na, y los arcos recién construidos, que todavia no estaban unides entre si y oscilaban libremente en el aire, escaparon a la destrucciéne. El segundo domingo de junio del afio 1144 se consagré e] nuevo coro: «Enviamos invitaciones por medio de numerosos mensajeros, comreos y emisarios a casi todas las regiones de la Galia, Pidiendo insistemtemente a los arzobispos y a los obispos que acudieran a esa gran fiesta [...]. Nuestro sefior, el rey Luis en persona, su espo- sala reina Leonor, su madre y los pares del remo yinieron el tercer dia. Innumerables eran los sefiores y los nobles venidos de diversos paises o regiones, al igual que las tropas de caballeros y soldados. »Pero he aqui los nombres de los arzobispos y obispos que estuvieron presentes: Samson, arzo- bispo de Reims, Hugues, arzobispo de Rowen, Guy, arzobispo de Sens, Théobald. arzobispo de Canterbury, Geoffroy, obispo de Chartres, Joce- lin, obispo de Soissons, Simon, obispa de Beu- vais, Hugues, obispo de Auxerre, Alvise, obispo de Arras. Guy. obispo de Chalons, Algare. obis- po de Coutances, Rotrou, obispo de Evreux, Milon, obispa de Térouanne, Manassé, obispo de Meaux, Pierre, obispo de Senlis [...-* Esta asamblea reunia a los grandes cons- tructores de las primeras catedrales géticas: la de Sens ya estaba en obras, las de Noyon y Senlis iban a ser edificadas, poco después de 1150, por los dos obispos citados por Suger, en Chartres se trabajaba en la portada real de la fachada occi- dental: en cuanto a las catedrales de Laon. Paris, ‘Canterbury, Meaux, Soissons, Reims, Beauvais, Auxeme, Chilons, Evreux y Orleans, iban a nacer con la siguiente generacién de obispos. «Después de velar toda la noche y leer el oficio de maitines a Ja gloria de Dios, implora- mos a Jesucristo Nuestro Sefior, el Intercesor por nuestros pecados, [...] y le rogamos hurmildemente que consintiera, en su bondad, [...] inclinarse hacia nosotros y¥ participar en las santas ceremonias, 0 sdlo em potencia simo en persona. »Por eso, por la mafana temprano, los arzo- bispos y los obispas. con los arcedianos, los aba- dh, j=. Hbaseracicies 49. Disposiciéa de la ighesin shocial de Saint-Denis, facia 118 Tustraciée $0 Aspecte defiaitiwe dela iglesia abacial, tal como peobublemeate la concibidi Sager pero que oo pedo realizar emeranene. sega 5M. K. Crosty. 7

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