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Cruzó los extensos campos que renacían tras las nevadas del crudo
invierno de Montana. Todavía había nieve acumulada en las cumbres de las
montañas, pero los prados ya vestían del habitual verde deslumbrante. Era
febrero y un viento muy fresco que soplaba desde el oeste barría los campos y
se filtraba entre sus prendas, quizás insuficientes para guarecerse del frío.
Jack Bressler caminó alrededor de un kilómetro hasta que el fornido roble
cuyas hojas habían adquirido una tonalidad púrpura a lo largo del invierno,
apareció ante su vista. Ella estaba sentada sobre una manta de lana a cuadros
azules y blancos y tenía la espalda apoyada contra la gruesa corteza del roble.
Sobre sus muslos flexionados había un libro abierto, y se retiraba los largos
cabellos rubios que el soplo del viento traía a su cara.
Jack se tomó un momento y la contempló todavía en la distancia, con el
corazón henchido de emociones. Probablemente, él y Denise Grant eran la
pareja más antagónica de cuantas existían, una combinación complicada de
personalidades y estilos de vida que parecía imposible hacer encajar. Ella era
una brillante abogada y la socia de un prestigioso bufete de abogados en
Manhattan, y él no era más que un vulgar vaquero que se ocupaba del
entrenamiento de los pura sangre de los propietarios del rancho. Sin embargo,
y en contra de todo pronóstico, estaban superando las dificultades. Al menos,
la mayoría de ellas.
Ya hacía ocho meses que Denise y su amiga aterrizaron procedentes de
Nueva York en Lone Mountain, el rancho de los Smith en Montana. Celebraban
la despedida de soltera de Dana, y aunque Jack se dijo que no le convenía
intimar con una mujer como Denise, el acercamiento entre ambos fue tan
inevitable como que el sol se ponía en el oeste.
A primera vista, ella representaba todo cuanto a Jack no le gustaba en una
mujer. Le pareció altiva y desapasionada, la clase de mujer que utilizaba todos
los medios que tuviera a su alcance, incluido su espectacular físico, para lograr
sus propósitos, fueran estos cuales fueran. Pero sólo consiguió mantenerse al
margen de Denise Grant durante el primer día de su estancia en el rancho.
Jack reanudó el paso mientras rememoraba la primera vez que sus ojos se
encontraron con los de ella. Sucedió una noche, cuando Jack daba un paseo
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por el sendero que conducía hacia el lago Harwood. Ella apareció entre las
sombras, envuelta en un veraniego vestido blanco que atraía la atención sobre
cada detalle espléndido de su cuerpo. Había luna llena y la luz plateada
atravesaba las frondosas copas de los árboles para iluminarles. Jack vio el
color de sus ojos, verde esmeralda, que brillaban como dos piedras preciosas
en la noche mientras le observaban fijamente; pero también vio su inesperada
indecisión, como si hubiera planeado abordarle y ahora que le tenía enfrente no
supiera qué decirle.
Sí, Denise Grant, la mujer con aspecto de no dejarse amedrentar por nada
ni por nadie, le pareció vulnerable, y esa noche constituyó un punto de inflexión
entre los dos.
Quien dijera que el amor a primera vista no existía mentía, pues lo que
ocurrió entre ambos no podía englobarse bajo ningún otro concepto. Fue
recíproco y fulminante, y en aquella primera conversación durante el camino de
regreso al rancho nacieron emociones del todo inevitables.
Fue algo más que la evidente atracción física lo que aceleró el corazón de
Jack cuando volvió a verla al día siguiente. Era lo mismo que ahora veía en ella
mientras se acercaba lentamente al roble de las hojas púrpuras. La amaba,
desde el principio, en cuanto ella le permitió ver lo que escondía en su interior y
que estaba lejos de parecerse a la imagen frívola que, a conciencia, ella
proyectaba de sí misma.
Los cinco días de su estancia en Montana bastaron para que ella tomara la
decisión más importante de toda su existencia: Denise renunció a la que
entonces era su actual vida en Nueva York. Dejó atrás su trabajo en el bufete,
su flamante piso en Manhattan, sus amistades de siempre y el círculo selecto y
lujoso en el que ella se movía para quedarse con él en Lone Mountain.
Estableció su sede de trabajo en la capital de Montana, en Helena, y acudía a
Nueva York una vez al mes para hacerse cargo de sus clientes más
importantes.
Sin embargo, y a pesar de la indeleble seguridad que demostró tener en sus
decisiones, Jack nunca estuvo seguro de que su iniciativa funcionara, de que
Denise fuera capaz de adaptarse a un cambio de vida tan radical. Temía que el
tiempo le diera la razón.
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Sí, Montana era un trozo de cielo asentado en la tierra pero Denise siempre
sería una chica de ciudad, así que dejaba pasar el tiempo, con la esperanza de
que la desazón que la embargaba sólo fuera un estado de ánimo transitorio.
Denise se apartó de sus labios y le miró a los atractivos ojos castaños para
confirmar, una vez más, que los sentimientos entre ambos eran profundos y
sólidos. Existió una larga época en su vida en la que creyó no estar capacitada
para amar, que jamás encontraría a alguien que sacudiera su corazón como lo
hacía Jack Bressler. Se sentía inmensamente feliz por haberse equivocado,
dichosa de haberle encontrado aunque hubiera tenido que pagar un alto precio
por ello.
Con los brazos todavía aferrados en torno a su cuello, Denise le dijo:
—Deberíamos marcharnos de aquí inmediatamente, has vuelto a encender
el fuego.
Jack esbozó una sonrisa.
—Intenta mantenerlo avivado hasta la noche, ahora tengo que conducir el
ganado hacia el racho vecino antes de que se ponga el sol —la mirada de Jack
se tornó licenciosa, la de Denise acusó cierta desilusión —Tengo algo más
para ti.
Su mano grande y morena volvió a esconderse en el interior de su abrigo
bajo la atenta mirada de ella. Era San Valentín, una fecha especial para hacer
regalos que sellaban compromisos, y por ello el corazón de Denise se aceleró
aunque no supo exactamente si sintió alivio o decepción cuando Jack sacó del
bolsillo un mapa doblado.
—Ábrelo —le indicó él.
Denise dejó a un lado el libro que yacía sobre sus muslos y desplegó el
mapa cuidadosamente, extendiéndolo sobre sus piernas. Después le dirigió a
Jack una mirada cargada de intriga.
—Es un mapa del estado de Nueva York —comentó Denise, como si él no
lo supiera.
Jack asintió.
—Quiero que le eches un vistazo a esta área de aquí —Jack trazó un
círculo con el dedo índice sobre la parte sur del estado de Nueva York, en el
condado de Sullivan.
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Sucedió en Montana © Mar Carrión 2010
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a unir nuestras vidas para siempre deseo que lo compartamos todo, tanto lo
bueno como lo malo.
—Suena a matrimonio. ¿Me estás pidiendo que me case contigo? —
bromeó.
Ella bajó la mirada y sonrió con timidez.
—Eso lo hablaremos después —le imitó, y luego volvió al tema de
Phillipsport —Haremos esto juntos.
—Está bien, lo haremos juntos —Jack estrechó la cintura de Denise hasta
que sintió las cimas de sus pechos presionando contra su torso —Yo también
te quiero cariño, con toda mi alma.
Denise pasó los brazos alrededor de sus hombros volcando su peso sobre
él. Sus labios esbozaron una sonrisa radiante y luego se echó a reír mientras él
la mecía contra su cuerpo y se dejaba contagiar de su júbilo, ya expresado sin
renuencias. Al cabo de unos instantes Denise buscó sus ojos, con los brazos
todavía adheridos en torno a su cuello.
—Gracias Jack —susurró su nombre con intensa suavidad —No puedo
expresar con palabras lo feliz que soy.
—Pero puedes expresarlo con hechos —él entornó los ojos de forma
maliciosa y curvó sutilmente los labios. Denise arqueó una ceja —Puedo
pedirle a Billy que conduzca el ganado hacia Sedgwick y así no tendré que
esperar hasta la noche para comprobar cuan agradecida estás. ¿Qué te
parece?
Denise rió.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Por supuesto que quiero.
Ella recorrió su atractivo rostro con una mirada ávida y después fue en
busca de su boca, dedicando los siguientes minutos a ofrecerle un minucioso
preámbulo de lo que le aguardaba. Su beso fue carnal y tórrido, exigente y
entregado pero, a la vez, repleto del amor que sentía por él. Jack la
correspondió de igual manera, pero interrumpió el beso cuando la excitación
fue tan insoportable que creyó que terminarían desnudándose allí mismo.
—Ya me hago una idea —comentó Jack, con la voz ahogada por el deseo.
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