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cuadernopara

inve~iones

por Jezreel Salazar Escalante


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Como el anuncio de una batalla o de un dificultoso romance ¿A quién culpar? Esta vez no se trata de los malos conducto-
en ciernes, golpean a la ventana intermitentes gotas de hielo. res, la ausencia de señales o u n semáforo descompuesto. Es
Una, dos, cinco. De pronto se multiplican hasta ser inconta- simplemente el mar, cayendo sobre el asfalto. La ciudad es
bles: lo que era calma se convierte en infierno ensordecedor, un puerto cerrado y congestionado; mil barcas quieren par-
estudio de grabación ausente de silencio. Llega como oleaje, tir pero estorban sus destinos las unas a las otras. Estoy tras el
toma fuerza desde la lejanía y azota su rabia contra los vidrios, volante, atrapado en u n traje gris, escuchando las blasfemias
cuyo estruendo aquilata su fuerza y necesidad de caer. (i Oh, habituales de un locutor de noticias sordo. Junto a mí, pe-
gravedad, no cesas de retenernos aquí, en u n sólo punto de la r o a infranqueable distancia, otros cientos de conductores
tierra, atados al piso, indefensosante cualquier providencia ce- como yo piensan lo mismo: qué hago aquí, cómo salgo de
leste!) Se detiene un poco, reduce su multit~dinariaviolencia~aquí. Sobre el cofre cae el maná frío, el blanco golpeteo del
otra vez arremete con rítmico deseo, pasión no contenida que agua-piedra. El metal recuerda tambores de otras épocas,
sería capaz de codiciar. Reconozco, sí, el sonido del mar. Las estruendos que son mensajes cifrados: esomos de u n mun-
olas rompen, se forman a la distancia y se acercan al oído forta- do distinto,, <<eneste instante podrías estar en otro lugar*.
lecidas por la suma de partículas condensadas cuyo impulso no Se intensifica el latido de la lluvia mientras a los costados del
es sino la fuerza del viento. Incansablevoluntad de agua que se automóvil avanza un hermoso río blanco. Crece y engulle lo
repite una y otra vez, como el amor de una puta. En medio de la que está a su paso: hormigas, ramas secas, polvo, bolsas de
marea, veo los cristales líquidos convertidos en piedra, lanza- aluminio. No veo más. Sólo una pared de agua blanca, como
dos contra mí por mano divina o atmosférica cólera. Apuntan u n bordado en movimiento, u n rápido hilado vertical que
a mis ojos iluminados por el relámpago. Al fondo, el sonido de no cesa de fijar su camino hacia el centro de la tierra. Se ha
un avión cuyo destino no puede ser sino la huida, me habla de abierto u n hueco en la prisión. No importa nada. Ni el trád
,
otros como yo, atenidos al estado del tiempo. Esta tempestad fico, ni el claxon de los coches, n i los niños descalzos refu-
que va y viene, me mantiene prisionero en mi habitación, no giados debajo de un cartón. La escarcha es mágica y bella.
un cuarto de Las Lomas sino apenas cuatro paredes repletas de Como esos fragmentos de nieve del Popocatépetl: formaban
garabatos, sueño del pintor que no fui. Entreabro la ventana y el torso de un muñeco sobre el cofre del auto de mis padres.
el viento enfría de inmediato mi rostro, un golpe hueco que se Como los aretes de concha de una niña en Boca del Río.
mete en los huesos, a mis brazos desnudos. La calle se convierte Como el vestido al que Rebeca nunca dio vida. De pronto,
en blanca pista de patinaje, con pequeñas manchas verdes: las sí, todo se ha vuelto recuerdo, nostalgia de otro tiempo, en
hojas de los árboles rememoran la profecía; de aquí nadie sal- medio de la ciudad que es ahora, por un solo instante, un
.
drá ileso. Sin embargo, de pronto, la calma vuelve, queda la querido infierno blanco.. hasta que comienza a disminuir
llovizna, hasta la siguiente oleada cuyo rumor comienzo a oír. Y la lluvia, callan los golpeteos metálicos, los coches empiezan
en una esquina lejana, bajo el templete de un banco, una mujer a avanzar y hay que meter primera para finalmente llegar a
espera las caricias de mis manos frías. casa, donde nadie espera..

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