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Guillermo Diaz
Guillermo Diaz
voltendose al pasar, me dieron sus ojos, y yo lo mir un instante con fijeza, segn
miro lo que quiero llevarme No s el color de sus ojos criollos ni el de su piel,
que sera mestiza, color de hombre, color de intemperie chilena.
Pero su nunca lo vi, ahora ya no importa: aqu lo tengo, vivo y a mi lado, mientras lo cuento, arcngel racial, medio rojo, medio ceniza, ms recto que abatido,
mstil de vida y muerte.
Est conmigo, en el aire extranjero, en tierra de otros, y con ms razn lo ven
en todos los rincones de Chile: est en la quebrada cordillerana cerca del volcn
que le despe su muerte: lo vern este otoo en el huerto de manzanas de Angol;
hablarn de l en los cerezales de Traigun y en el ruedo de pescadores de Ancud.
En cada mancha de nios, en toda porcin de infancia chilena que huelgue o trabaje, estar con ms razn Guillermo Daz y mirar de hito al nio que lo cuenta
y luego lo llora a sollozos.
Cuando Chilln haya superado su prueba: Cuando sus calles vuelvan a ser un
cuadro de ajedrez ciudadano, despus que se hayan levantado, airosos, la iglesia, la
alcalda, el teatro; una vez servida la necesidad que hoy nos oprime y ahoga, todos
pensarn levantar en bronce andino, o en piedra de volcn, el clavel ardiendo del
nio criollo, del velador nocturno de la ciudad. En bronce lo harn, por darle ms
ardor y ser puesto a media ciudad, en la plaza de su duda y su resolucin, a fin
de que l siga siendo el corazn civil de su Chilln, el guardia desvelado de ojos
de bho.
Los hombres oirn el nombre de Guillermo Daz, el celador del fuego, con
ese calofro dulce que pone lo heroico; los adolescentes tendrn al velador como
su espejo, y cada mujer se sentir su madre, al pasar delante de l, al templo o al
mercado.
l hizo el trnsito brusco de una sola remada, de un salto, mejor de cmo lo
haremos nosotros, que poco sabemos vivir y menos todava morir. Sabe morir el
que llega sabindolo, el avisado, que decan los antiguos, el hroe puro, como
ste
Piedra andina del cataclismo, me quemas las manos al tomarte para verte bien,
piedra comn de Chile, tan oscura ayer, tan clara hoy.
Obrero con sueo de cien noches, nio de vela perfecta, de guardia estricta,
pueblo puro, carne rendida ahora, duerme, duerme. Nos has enseado un acto:
la cabal vigilia, y un adems: el brazo contra el fuego, sobre la llama, la mano
fulminada.
Mistral, Gabriela. Una crnica del terremoto: Guillermo Daz, velador nocturno. Revista de
las Indias (3), febrero de 1939.
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