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HISTORIA COMO SISTEMA (1) vase RIGA 4 CASE, La vida humana es una realidad extrafia, de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demés, ya que las demés realidades, efectivas 0 presuntas, tienen de uno u otro modo que aparecer en ella. ‘La nota mis trivial, pero a la vez la mAs importante de la vida humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en Ia existencia. La vida nos es dada, puesto que no nos la damos @ nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cémo. Pero Ia vida que nos es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cada cual Ja suya. La vida es quehacer. Y lo més grave de estos quehaceres en que Ja vida consiste no ¢s que sea preciso hacerlos, sino, en cierto modo, lo contrario —quiero decir que nos encontramos siempre forzados a hacer algo, pero ‘no nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo determinado, que no nos ¢s impuesto este 0 el otro: guehacer, como le es impuesta al astro su trayectoria 0 @ (Q) Publicado en traduccién inglesa en 1935, formando parte del yolimen Philosophy and History, dirigido por Klibansky y editado por la Oxford University Press. 10 Jost ORTEGA Y GASSET Ja piedra su gravitacidn—. Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Pero esta decisién es imposible si el hombre ‘no posee algunas convicciones sobre lo que son las cosas en su derredor, los otros hombres, é1 mismo. Sélo en vista de ellas puede preferir una accién a otra, puede, en suma, vivir. De aqui que el hombre tenga que estar siempre en al- guna creencia y que Ja estructura de su vida dependa pri- mordialmente de las creencias en que esté y que los cam- bios més decisivos en la humanidad sean los cambios de creencias, la intensificacién o debilitacién de las creencias. Bl diagndstico de una existencia humana —de un. hombre, de un pueblo, de una época— tiene que comenzar filiando el repertorio de sus conviccionees. Son éstas el suelo de nucstra vida. Por esu ve dice que en ellas el hombre esta. Las creencias son lo que verdaderamente constituye el es- tado del hombre. Las he llamado «repertorio para indicar que la pluralidad de creencias en que un hombre, un pue- blo o una época esté no posee nunca una articulacién ple- namente légica, es decir, que no forma un sistema de ideas, como lo es 0 aspira a serlo, por ejemplo, una filosofia. Las creencias que coexisten en una vida humana, que la sostienen, impulsan y dirigen son, a veces, incongruentes, contradictorias 0, por lo menos, inconexas. Nétese que to- das estas calificaciones afectan a las creencias por lo que tienen de ideas. Pero es un error definir Ja creencia como idea. La idea agota su papel y consistencia con ser pensada, y un hombre puede pensar cuanto se le antoje y aun mu- cchas cosas contra su antojo, En la mente surgen espont neamente pensamientos sin nuestra voluntad ni deliberacién y sin que produzean efecto alguno en nuestro comporta- HISTORIA COMO SISTEMA or miento, La creencia no ¢s, sin més, la idea que se piensa, sino aquella en que ademis se cree. Y el creer no es ya tuna operacién del mecanismo «intelectual», sino que es tuna funcién del viviente como tal, la funcién de orientar su conducta, su quehacer. Hecha esta advertencia, puedo retirar la expresién antes usada y decir que las creencias, mero repertorio incon- gruente en cuanto son sélo ideas, forman siempre un sis- tema ea cuanto efectivas creencias 0, lo que es igual, que, inarticuladas desde el punto de vista légico 0 propiamente intelectual, tienen siempre una articulacién vital, funcionan como creencias apoyéndose unas en otras, integrindose y combindndose. En suma, que se dan siempre como miem- bros de un organismo, de una estructura, Esto hace, entre tras cosas, que posean siempre una arquitectura y actiien en jerarquia. Hay en toda vida hummua cseencias basicas, fundamentales, radicales, Thay otras derivadas de aqué- {fas, sustentadas, sobre aquéllas y secundarias. Esta indi. cacién no puede ser mas trivial, peo go Te Gua de que, aun siendo trivial, sea de Ia mayor importancia, Pues si las creencias de que se vive careciesen de es- tructura, siendo como son en cada vida innumerables, cons- tituirfan una pululacién indécil a todo orden y, por lo mismo, ininteligible. Es decir, que seria imposible el co- nocimiento de la vida humana, El hecho de que, por el contrario, aparezcan en estruc~ tura y con jerarguia permite descubrir su orden secreto y, por tanto, entender Ia vida propia y a ajena, Ia de hoy y Ia de otro tiempo. : ‘Asi podemos decir ahora: el diagnéstico de una exis- tencia humana —Ia de un hombre, de un pueblo, de una época— tiene que comenzar filiando el sistema de sus 49 Jose ORTEGA ¥ convicciones y para ello, antes que nada, fijando su creen- cia isin o fundanenal, la decisiva, 1a que porta y vivifica tod; _Abora bien: para fijar el estado de las creencias en un cierto momento, no hay mas método que el de compara _ éste con otro u otros. Cuanto mayor sea el ntimero de los términos de comparacin, més preciso serd el’ resultad —otra advertencia banal cuyas consecuencias de alto bords emergerén siibitamente al cabo de esta meditacién, u Si comparamos el estado de creencias en que el hombre europeo se halla hoy con el reinanie hace no més de treinta fafios, nos encontramos con que ha variado profundamente, | por haberse alterado la convicciém fundamental. ‘La generacién que florecia hacia 1900 ha sido Ja tltima de un amplisimo ciclo, iniciado a fines del siglo xvi y que ce caracterizé porque sus hombres vivieron de Ia fe en la razén. gEn qué consiste esta fe? © Si abrimos el Discurso del método, que ha sido el pro- “grams clisico del tiempo nuevo, vemos que culmina en las | siguientes frases: «Las lnrgas cadenas de razones, todas - seneillas y faciles, de que acostumbran los geémetras a -servirse para llegar a sus mis dificiles demostraciones, me hhabian dado ocasién para imaginarme que todas las cosas ue pucdan caer bajo el conocimiento de los hombres se siguen las unas a las otras en esta misma manera, y que slo con cuidar de no recibir como verdadera ninguna que | no lo sea y de guardar siempre el orden en que es preciso deducirlas unas de las otras, no puede haber ninguna tan Femota que no quepa, ala postre, llegar a ella, ni tan oculta que no se la pueda descubrirs (1). @) Oeuvres, ed, Adam et Tannery, t. VI, pig. 19. a JOSE ORTEGA ¥ GASSET Estas palabras son el canto de gallo del racionalismo, la emocién de alborada que inicia toda una edad, eso que lla~ mamos Ia Edad Moderna. Esa Edad Moderna de la cual muchos piensan que hoy asistimos nada menos que a su agonfa, a su canto de cisne. Y es innegable, por lo menos, que entre el estado de es- Piritu cartesiano y el nuestro no existe floja diferencia. iQué alegria, qué tono de enérgico desafio al Universo, qué petulancia mafianera hay en esas magnificas palabras de Descartes! Ya lo han oido ustedes: aparte los misterios divinos, que por cortesfa deja a un lado, para este hombre no hay ningiin problema que no sea soluble. Este hombre nos asegura que en el Universo no hay arcanos, no hay secretos irremediables ante los cuales la humanidad tenga que detenerse aterrorizada ¢ inerme. El mundo que rodea Por todas partes al hombre, y en existir dentro del cual consiste su vida, va a hacerse transparente a la mente hu- ‘mana hasta sus tiltimos entresijos, El hombre va, por fin, a saber Ia verdad sobre todo. Basta con que no se azore ante 1a complejidad de los problemas, con que no se deje obnu- bilar la mente por las pasiones: si usa con serenidad y duefio de si el aparato de su intelecto, sobre todo si lo usa con buen orden, hallara que su facultad de pensar es ratio, raz6n, y que en Ia razén posee el hombre el poder como magico de poner claridad en todo, de convertir en cristal Jo més opaco, penetrindolo con el anilisis y haciéndolo ast Patente. El mundo de la realidad y el mundo del pensa- miento son —segiin esto— dos cosmos que s¢ corresponden, cada uno de ellos compacto y continuo, en que nada queda abrupto, aislado e inasequible, sino que de cualquiera de sus puntos podemos, sin intermisién y sin brinco, pasar @ todos los demds y contemplar su conjunto. Puede, pues, HISTORIA COMO SISTEMA 15 el hombre con su razén hundirse tranquilamente en los fondos abisales del Universo, seguro de extraer al problema més remoto y al més hermético enigma la esencia de su verdad, como el buzo de Coromandel se sumerge en las profundidades del océano para reaparecer a poco trayendo entre los dientes la perla inestimable. - En los tiltimos afios del siglo xvt y en estos primeros del xvit en que Descartes medita, cree, pues, el hombre de Occidente que el mundo posee una estructura racional, cs decir, que la realidad tiene una organizacién coincidente con la del intelecto humano, se entiende, con aquella forma del humano intelecto que es 1a més pura: con la razén matemitica. Es ésta, por tanto, una clave maravillosa que proporciona al hombre un poder, ilimitado, en principio, sobre las cosas en torno. Fue esta averiguacién una boni- sima fortuna. Porque imaginen ustedes que los europeos no hubiesen en aquella sazén conquistado esa creencia. Ba al siglo xv1, las gentes de Europa habian perdido la fe en Dios, en Ia revelacién, bien porque 1a hubiesen en absoluto perdido, bien porque hnubiese dejado en ellos de ser fe viva. Los tedlogos hacen una distincién muy perspicaz y que pudiera aclararnos no pocas cosas del presente, una distincién entre la fe viva y Ia fe incrte, Generalizando el asunto, yo formularia asi esta distincién: creemos en algo con fe viva cuando esa creencia nos basta para vivir, y ereemos en algo con fe muerta, con fe inerte, cuando, sin haberla abandonado, estando en ella todavia, no actéa efi- cazmente en nuestra vida, La arrastramos invélida a nues- tra espalda, forma atin parte de nosotros, pero yaciendo inactiva en el desvin de nuestra alma. No apoyamos mucs- tra existencia en aquel algo crefdo, no brotan ya esponti- neamente de esta fe las incitaciones y orientaciones para 16 JOS# ORTEGA Y GASSET vivir. La prueba de ello, que se nos olvida.a toda hora que atin creemos en eso, mientras que la fe viva es pre- sencia permanente y activisima de Ja entidad en que cree- mos. (De aqui cl fenémeno perfectamente natural que el mistico Hama , compuesto hacia 1921. Alli se dice: «No se comprende que la ciencia, cuyo tinico placer es conseguir una imagen certera de las cosas, pueda alimen- tarse de ilusiones.» Recuerdo que sobre mi pensamiento ejercié suma influencia un detalle, Hace muchos afios lefa yo una conferencia del fisidlogo Loeb sobre los tropismos. Es el tropismo un concepto con que se ha intentado descri- bir y aclarar Ia ley que rige los movimientos elementales de los infusorios. Mal que bien, con correcciones y afiadi- dos, este concepto sirve para comprender algunos de sos fenémenos. Pero al final de su conferencia Loeb agrega: «Llegaré el tiempo en que lo que hoy Hamamos actos mo- rales del hombre se expliquen sencillamente como tropis- 28 ‘JOSE ORTEGA Y GASsET mos.» Esta audacia me inguieté sobremanera, porque me abrié los ojos sobre otros muchos juicios de la ciencia mo- derna que, menos ostentosamente, cometen la misma falta, De modo —pensaba yo— que un concepto como el tro- pismo, capaz apenas de penetrar el secreto de fendmenos tan sencillos como los brincos de los infusorios, puede bas- tar, en un vago futuro, para explicar cosa tan misteriosa ¥ compleja como los actos éticos del hombre.

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