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Alberto Barrera Tyszka

Escuálidos

31/01/2010

Me ocurre con frecuencia.

Los miércoles, día en que debo entregar esta columna, cuando me ronda un tema o alguna
curiosidad distinta a la realidad nacional, la pantalla del computador de pronto se llena de gente.
Aparecen sin ninguna invitación, se cuelan debajo del cristal, se abren paso, desperdigando las
letras a empujones, y me miran seriamente: ¿Acaso piensas huir? El verbo huir no está mal.
Expresa la tesitura ética que envuelve el momento. La política nos ha invadido de tal manera que
pensar o hablar de otra cosa puede ser ya una forma de cobardía o de traición. Ese es otro éxito
del poder. Alisar la vida, reducirla a la única urgencia de vivir a su alrededor, pronunciándolo. Su
omnipresencia ya es una forma de dominación.

Este miércoles me disponía a escribir unas líneas sobre Tiger Woods. Había leído en tres fuentes
distintas que el golfista norteamericano se había internado en una clínica para tratar su "adicción
al sexo". La idea de someterse a una cura sexual me resultaba paradójica. En un mundo donde
todos queremos tener más sexo y menos angustias, un procedimiento de mercado llevaba al
pobre Tiger al absurdo y al ridículo de someterse a un tratamiento de desintoxicación de deseos.

Fue justo en ese momento cuando de pronto comenzó a llenarse de gente la pantalla del
computador. Lamentablemente, no eran las novias y amantes de Woods. Para nada.

Primero aparecieron los estudiantes. Indignados. Hartos de ser reprimidos con las armas y con la
descalificación oficial.

También, con cierto apuro, llegaron los empleados y los usuarios de RCTV. Luego se acercaron
los presos y los familiares de los presos de la cárcel de La Planta. La realidad comenzó a
moverse, a desordenar la libido de Tiger Woods...

Hasta el mismísimo Diosdado Cabello surgió de repente, rapidito, y me miró con complicidad,
como diciéndome: "Lánzale algo, pana. Mira cómo me trae vuelto sopita. Dile aunque sea que
eso le da mala imagen, que parece el propio patrón explotador, humillando públicamente a sus
obreros". Dudó un segundo y luego me volvió a mirar en plan de: "Eso sí. Díselo como una vaina
tuya. A mí no me metas en más líos".

Lo que más sorprende de todo es la ceguera del Gobierno.

Según su versión, casi todo lo que ocurre es producto de una fantasía conspiradora o de un plan
internacional de sabotaje. La explicación oficial de la realidad siempre está fuera de la realidad:
los estudiantes son unos burguesitos manipulados por los partidos. Las protestas son una ficción
producida por los medios. El racionamiento eléctrico es culpa del clima mundial, la devaluación
es una consecuencia directa de la crisis del capitalismo. La inseguridad es un espectáculo
importado por los paramilitares colombianos... No quieren ver el país. No pueden aceptar la
existencia de los otros.

Sorprende porque, además, con las diferencias de cada caso, se trata del mismo libreto con el que
fracasó la élite que dominaba la sociedad venezolana durante la llamada cuarta república. "No
sabían leer al país". Subestimaron, ignoraron o despreciaron a un gran sector de venezolanos.
Los humillaron. No respetaron ni sus necesidades ni sus intereses. El gobierno actual también
puede verse en ese espejo. Con el agravante de que ellos han actuado con mucha más violencia y
con mucho menos escrúpulos. Ellos han hecho de la exclusión un proyecto nacional, una forma
de vida. Han sido capaces de asfixiar los lugares de la pluralidad, de quebrar económica, política
y culturalmente cualquier espacio divergente, antes que reconocerlo, que aceptarlo. Así es la
lógica mesiánica: para salvar la patria destruyen la patria.

El 23 de enero, el Gobierno encadenó a todos los medios del país por unos pocos minutos. Lo
hizo sólo para mostrar la marcha oficial y para lanzarle una pita a quienes participaban en otra
manifestación. Es un retrato elocuente: en un acto partidista, una minoría, que dice representar a
todos, usa los espacios públicos para insultar a quienes no son como ellos, para humillar a los
demás.

El poder puede versionar la realidad, no puede borrarla.

El problema es físico. Los demás, cada vez, son más.

Cuando Chávez pide una bulla para los escuálidos, cuando juega con la ironía y con la burla, ya
no resulta gracioso. Porque los escuálidos son los rechazados, los excluidos, los decepcionados,
los traicionados... Porque los escuálidos se multiplican.

Cuidado. Quizás Alí Primera comienza ahora a cantar en otra esquina. Ellos son los adecos del
pasado, los demás somos el chiripero de hoy. La palabra escuálidos suena cada vez mejor. Cada
vez, es más peligrosa.

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