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Mariano F. Enguita
Este es todavía un campo muy poco conocido para los enseñante, especialmente en lo que concierne a su
formación inicial. Lo primero que procede, pues, es la recomendación de algunas obras introductorias. Son reco-
mendables las recopilaciones que reúnen diversos trabajos monográficos, combinando la diversidad de los temas
considerados, con la profundidad en su tratamiento. En España contamos con cuatro muy buenas: Gras (1976),
Fernández Enguita (1986c), Lerena (1987a) y Varela (1983). En inglés disponemos de la mejor de todas: Karabel
y Halsey (1977).
El análisis sociológico de la escuela y sus aledaños está surcado por corrientes de orientación muy distinta.
Cada una interpreta de manera diferente el papel de la educación, pero las relaciones entre ellas no se limitan a la
interpretación alternativa de unos mismos datos, sino que producen éstos de acuerdo con su interpretación. Ello no
se debe a que fuercen la realidad para hacerle decir lo que desean, sino a que ponen el énfasis en aspectos distintos
de la estructura y el proceso educativos. Para quien desee conocer la realidad social de la escuela, la consecuencia
de esto es que, con independencia del juicio que le merezcan, no debe prescindir de conocer las aportaciones de las
principales corrientes.
Por su posición dominante, hay que mencionar en primer lugar al enfoque funcionalista. Para éste, la educa-
ción sirve para seleccionar objetivamente a las personas más capaces y asignarles distintas funciones sociales de
acuerdo con sus capacidades o méritos. Por otra parte, la escuela se ocupa de socializar a los individuos de acuerdo
con los valores y las pautas de conducta de la vida adulta, particularmente la actividad laboral. Este enfoque
arranca de Durkheim (1975) y tiene sus máximos exponentes en Parsons (1976), Davis y Moore (1972). Un
tratamiento casi idéntico, desde el campo de la economía, es el de la teoría del capital humano, expuesta sintética-
mente por Schultz (1983). Críticas de ambas teorías pueden encontrarse en Papagiannis, Klees y Bickel (1986) y
Bowles y Gintis (1983b). Pero, a mi juicio, lo más interesante y penetrante de los funcionalistas es su análisis de las
funciones de los procesos no cognitivos o, si se prefiere, el currículum oculto, en la escuela, en especial el ya citado
de Parsons (1976) y los de Dreeben (1968, 1983) e Inkeles (1966; con Smith, 1974).
La reacción contra el funcionalismo vino principalmente de la mano de las teorías de la reproducción. Para
éstas, la función de la escuela es reproducir la sociedad existente, aunque pueden subrayarse especialmente la
reproducción de las diferencias simbólicas o legitimación (Bourdieu y Passeron, 1967, 1977; Lerena Alesón,
1986; Cancio, 1988), de la división del trabajo (Baudelot y Establet, 1976) o de las relaciones sociales de produc-
ción (Bowles y Gintis, 1981, 1983a; Fernández Enguita, 1985a, 1985b, 1987b; Sharp, 1980).
Otras corrientes se centran menos en el análisis de las relaciones estructurales en la escuela y más en las
estrategias individuales o grupales ante la educación. La llamada credencialista sostiene, aproximadamente, que lo
esencial es que individuos y grupos utilizan los títulos escolares como arma legítima (es decir, socialmente acepta-
da) para defender u obtener posiciones de privilegio. Entre sus principales exponentes están Collins (1988) y
Thurow (1983). Una visión general puede encontrarse en Medina (1986).
También prestan más atención a las estrategias individuales que a las relaciones estructurales los
interaccionistas, para los cuales lo fundamental es el análisis de los procesos de interacción y negociación en
espacios «micro», como el centro o el aula. Representantes significativas son Rist (1977) y Young (1971); véase
también Whitty y Young (1977); y Whitty (1985). Dentro de esta corriente fue particularmente fructífera la llama-
da «Nueva Sociología de la Educación» británica, encabezada por Young, sobre la que se puede alcanzar una
primera idea a partir de Forquin (1983) y Alonso Hinojal (1985).
Por último, las llamadas teorías de la resistencia tratan de conciliar el análisis de las estrategias individuales
con el de las relaciones estructurales, estudiando aquéllas en el contexto de éstas. En particular, prestan gran
atención a los determinantes de clase, género y raza sobre las actitudes ante la educación. Estudios punteros son
los de Willis (1988) y McRobbie (1978), así como Apple (1987a, b) y Giroux (1983a). Una visión y discusión
general puede encontrarse en Willis (1986), Apple (1985), Fernández Enguita (1988) y Giroux (1983b).
Los dos grandes temas más discutidos en sociología de la educación son, sin duda, la relación entre la
educación y la posición social adulta (ocupación, ingresos, estatus, etc.) y los factores del rendimiento escolar.
Pueden ser tratados por separado, pero muy a menudo lo son de manera conjunta. Es presumible que para los
enseñantes resulte más interesante el segundo que el primero, por lo que me limitaré a los autores que tratan aquél
o ambos.
Discusiones amplias sobre el tema pueden encontrarse en las obras de Boudon (1983), Jencks (1972) y, entre
nosotros, Carabaña (1983). Ceñido al tema de los factores del rendimiento escolar, no debe dejar de leerse a
Forquin (1985), que ofrece una espléndida revisión de todo tipo de investigaciones. Enfoques más concentrados
en la localización de un solo factor o grupo de factores como esenciales pueden encontrarse, por ejemplo, en
Bernstein (1971, 1985) en lo que concierne al papel del lenguaje; aunque no se debe dejar de leer la crítica de
Labov (1985), o en Bourdieu y Passeron (1967, 1977) por lo que atañe al «capital cultural», es decir, a la cultura
y su valoración en la familia de origen. En general, la importancia de la procedencia de la clase social es tratada y
sometida a interpretaciones distintas en Bourdieu y Passeron (1967, 1977), Baudelot y Establet (1976) y Bowles
y Gintis (1981).
La relación entre la educación y la economía, en general, o el empleo en particular, es bastante menos
inequívoca para la sociología que para el sentido común, pues da lugar a una interminable polémica sobre la
importancia relativa de los conocimientos, las actitudes, etc. Esta problemática es tratada, en términos generales,
con o sin análisis empíricos, por Bowles y Gintis (1981), Carnoy y Levin (1985), Carabaña (1983) y Fernández
Enguita (1987b). La relación entre la educación y el Estado, en Althusser (1977), Bowles y Gintis (1983a), Carnoy
(1985), Carnoy y Levin (1986) y Fernández Enguita (1985b, 1986d).
El análisis de las relaciones «micro» en la escuela será, quizá, lo que mejor permita a los profesores acercarse
a una dirección objetiva de su propia práctica. Son de especial interés en este terreno accionista o de la teoría de la
resistencia. Pero pueden añadirse otros estudios sugerentes, generales o centrados en aspectos específicos de la
fenomenología de la escuela, tales como Illich (1973), Kozol (1967), Rosenthal y Jacobson (1968), Bernstein
(1977) o, entre nosotros, Fernández Enguita (1985c, 1987a).
Otro terreno muy fructífero es lo que podríamos llamar la «sociología histórica» de la educación, que aporta
claves para la comprensión de los sistemas educativos actuales desde el estudio de su morfogénesis o de la elabo-
ración de su discurso. Hay que destacar, aquí, los trabajos de Lerena (1986), Foucault (1976), Archer (1979),
Callahan (1962), Querrien (1979), Varela (1983) y el todavía inédito de Viñao (1988). Pueden considerarse tam-
bién como un estudio, según los casos, de la ideología educacional o de las formas «micro» de organización del
poder en la escuela.
Los interesados e interesadas en la problemática específica de la educación de la mujer, o de la mujer en la
educación, pueden consultar a Spender (1982), Subirats (1985), Alberdi y Escario (1985) y Stanworth (1983).
Sobre el sistema educativo español hay mucha literatura, pero me limitaré a señalar como títulos de especial
interés los de Lerena (1986), Fernández de Castro (1973), Carabaña (1983) y Bosch y Díaz (1988). Sobre las
reformas en curso, véase Fernández Enguita (1983, 1986a, 1987a).
Para terminar, algunas indicaciones sobre otros temas especializados. La profesión enseñante no ha sido
explorada de manera sistemática en nuestro país, pero cabe destacar como ensayos los de Lerena (1987b) Varela
y Ortega (1984) y Elejabeitia y Redai (1983); en inglés hay tres libros excelentes: Lortie (1975), Lacey (1977) y
Apple (1986). Sobre la escuela rural, Subirats (1983) y Sánchez de Horcajo (1985). Sobre la participación en la
escuela, Viñao (1985) y Fernández Enguita (1986d).
Referencias