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Estimada Patrona,

Permítame el que comience la presente agradeciéndole. Han pasado muchos años desde
que decidí terminar mis servicios en su hogar, y precisamente son estos años los que me
han llevado a reconocer, que de no haber sido por usted, mi vida tal vez hubiese tomado
otro rumbo. ¡Imagine!, Tantos frutos obtenidos solo por perseverar y no rendirme. Cada
logro alcanzado, honor otorgado, lugar visitado y persona conocida, han dejado huellas
impresas en mi corazón; guardadas dentro de mí como prueba de que la lucha por la
igualdad y dignidad humana, pueden ser obtenidas por todo aquel que lo desee y se abra
paso ante la adversidad.

Como pasar por alto el agradecerle, hubiese sido imposible llegar tan lejos sin una
motivación justificada, sin un ideal por el cual luchar apasionadamente. Un ideal que aun
elude a muchos latinoamericanos y por el cual tantos han dado sus vidas. Pero ideal como
quiera; y por el cual será necesario perder quizás muchas vidas mas hasta lograr
alcanzarlo. Gracias, muchas gracias por forjar en mí un sentimiento enardecido de
superarme, de tocar puertas una y otra vez hasta verlas abrir, de nadar en contra de la
corriente hasta llegar a puerto seguro. Gracias.

La injusticia, el abuso, las humillaciones, la cadencia de alimento físico y espiritual


sufrido bajo su poder, engendraron la necesidad de levantarme y denunciar el sufrimiento
humano, la desigualdad y falta de amor hacia el prójimo. Inolvidable para mí es el
cuartito donde se me alojaba, los pedazos de comida viejos que se me cedían y la visión
de aquel perro gordo y saludable a quien se consideraba mayor que yo. Gracias, eternas
gracias por haberme tratado tan mal, por haberme marginado y trabajado hasta que el
cansancio me vencía solo para despertarme en medio de la noche hambrienta y
desilusionada. Esperando un amanecer en el que mi realidad no fuese lo que fue el día
de ayer.

No le culpo, somos fruto de conductas aprendidas de aquellos que nos rodean; y a pesar
de todo, la vida tiene un modo peculiar de llevar a contabilidad el mal que se hace en ella,
pagando a aquellos que lo propagan con monedas de lágrimas.

Gracias, hoy, mañana y siempre: gracias. Desde mi primer encuentro con usted pude
apreciar claramente la visión de un ser humano esclavizado por el egoísmo y
sentimientos fracasados, un ser humano que aun teniéndolo todo sufre de la más triste de
las pobrezas: la pobreza espiritual.

Atentamente,

Rigoberta Menchú

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