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, que descubri su sangre hebrea y se hizo religioso en prisin, luego de caer preso
por intentar coser a balazos a su colega P-Diddy. Incluso el cocinero que les p
reparaba la comida kosher era un femicida: en su caso, ya poda salir en libertad
condicional, pero sus propios hijos se presentaban cada ao a las autoridades para
pedir que no fuese liberado (el tipo haba estrangulado a la esposa delante de su
s nueve vstagos, pero lo especialmente imperdonable era que lo hubiese hecho dura
nte el sabat).
Luego de Malcolm X, el joven Genis sigui leyendo libros sobre distintas formas de
cautiverio: Papillon, los diarios de Albert Speer en Spandau, las experiencias
en el gulag de Solzhenitsyn y Shalamov, el panptico de Jeremy Bentham y Foucault,
los Recuerdos de la Casa de los Muertos de Dostoievski. De ah pas al problema del
bien y el mal y se sumergi en Pascal, Rousseau, Schopenhauer, Buber, Spinoza, Kafka, Fanon y biografas de todo tipo de dic
tadores. Luego encar las grandes novelas del siglo XX: Henry James, Thomas Mann,
Musil, Joyce, Proust (En busca del tiempo perdido le llev medio ao, casi todo en c
onfinamiento solitario, y cuando ms tarde ley en un libro de entrevistas a escrito
res la frase Habra que estar en la crcel para leer como se debe a Proust , solt una ri
sita ms cascada que las de su compadre Rubinitz). Cuando llevaba casi cinco aos tr
as las rejas le confes en una carta a su padre que por fin se haba decidido a leer
aquel libro del padrino que le haba dejado en su visita inicial, y agregaba: Treme
ms. Treme todos (en uno de esos libros, Dovlatov le hace decir a un personaje: No m
e cuesta nada rechazar el primer trago. Es a frenarme lo que no he aprendido. El
motor anda bien, son los frenos los que fallan ).
Desde que sali en libertad, Daniel Genis est publicando, en forma de columnas (en
el sitio web The Daily Beast), fragmentos de aquel diario de lecturas que llev en
prisin, y se anuncia su libro de memorias para el ao que viene. Ahora tiene respo
nsabilidades: no puede dedicarse nicamente a leer. Me hizo acordar a aquella conf
esin de Aira, cuando le preguntaron por qu escriba, y contest que si fuera por l se p
asara la vida leyendo, que escriba slo para disimular su vicio a los ojos de la soc
iedad productiva.