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Tráfico (Traffic)

La película coral Tráfico de Steven Soderbergh es la visión del director acerca


del mundo de las drogas que asola los Estados Unidos. La película es una adaptación de
la miniserie de televisión británica Traffik, que trata la perspectiva de los productores
paquistaníes, los traficantes alemanes y los adictos británicos. El filme de Soderbergh
hace lo propio a través de tres historias: Una primera que se relaciona con el tráfico en
México con el protagonismo de Javier Rodríguez (Benicio Del Toro); otra que se
vincula con la familia Ayala, cuya cabeza Carlos Ayala (Steven Bauer) es el
representante del cártel de Tijuana en Estados Unidos; y finalmente la tercera historia se
vincula con el juez de Ohio Robert Wakefield (Michael Douglas), tanto en su ámbito
privado como en su rol público de zar antidrogas.
La película aborda estas tres historias por medio de distintos tipos de fotografía,
que separan los relatos particulares dentro de la historia global. La historia mexicana
tiene un tono cálido sepia (por uso de filtros y sobrexposición de la película). Las
connotaciones que esta tonalidad proporciona podrían ser vinculadas con el calor
desértico de Tijuana, pero cuando avanza la película vemos que no es así, pues este tono
también aparece en las reuniones que tienen lugar en México D. F., que está lejos de ser
un desierto.

La historia del entorno de Wakefield toma un frío tono azul por un filtro. El uso
de este recurso, a diferencia del anterior, está ligado tanto a la actuación pública como
privada del juez de Ohio Wakefield. Así, vemos que se tiñen de azul su actuación en la
corte, sus entrevistas de trabajo, su hogar y el entorno de su hija, aficionada a las
drogas.
El tratamiento en sepia tiene una asimetría con la tonalidad azulada. El sepia se
aplica a una jurisdicción territorial como la de México, mientras que la otra se restringe
a los asuntos del zar Wakefield. Creemos que esta asimetría traduce una suerte de
ideología. Con sólo cruzar la frontera los colores se pierden. Todos los corruptos están
del lado mexicano. Los sicarios en territorio americano (como Francisco Flores o el que
extorsiona a la señora Ayala) son latinos, al igual que narcotraficantes como Ruiz,
Ayala u Obregón. Incluso cuando Wakefield viaja a México, pierde la tonalidad azulada
que lo acompaña y se torna sepia, como si el ambiente lo contaminara. El tratamiento en
azul es más equilibrado, pues se reserva a un grupo de seres en conflicto y no a todo el
territorio americano.
La tercera historia, la de la familia Ayala, tiene un paralelo con la del juez
Wakefield. Hay un ámbito público del negocio familiar que es desconocido por Helena
Ayala (Catherine Zeta-Jones) y una vida privada que se ve trastornada por el arresto del
marido. De manera inversa, Robert Wakefield desconoce la esfera familiar, en la que su
hija hace uso y abuso de las drogas y un ámbito público, en el que, supuestamente,
busca enfrentar este flagelo.

El arresto de la DEA del traficante Eduardo Ruiz inicia una serie de cadenas
causales que dan interés a la película. Ruiz busca cambiar su testimonio por inmunidad
y sindica a Ayala como capo de la droga. Esta situación tendrá que ser enfrentada por
una gestante señora Ayala, sin apoyo alguno, debido a que su entorno le da la espalda.
Después de todo, ¿para qué son los amigos?

En paralelo, las sucesivas caídas en el cártel de Tijuana, motivadas por el interés


del general Arturo Salazar (Tomás Milián), vinculado al cártel de Juárez, se relacionan
con los problemas de Ayala, distribuidor en Estados Unidos del cártel de Tijuana,
dominado por los hermanos Obregón, debido a las deudas que amenazan la seguridad
de su familia. A su vez, los golpes dados por Salazar a la organización de Tijuana
motivan su crecimiento político y sus vínculos con las autoridades americanas.
Desafortunadamente para el general Salazar, su cercanía con el cártel de Juárez y con un
traficante apodado el Escorpión, quien se creía muerto no pasa desapercibida a los
policías mexicanos que colaboraban con él.
La película continúa con un cambio en la actitud de la señora Ayala con respecto
al ámbito “profesional” de su marido; así como del juez Wakefield, en lo que toca a los
asuntos relacionados con su hija. En efecto, al verse sola y con una momentánea
dificultad económica, vemos que la señora Ayala está dispuesta a mantener su estatus,
llegando a negociar con traficantes y sicarios, para librar a su esposa. Cosa que
finalmente consigue, aun cuando el final de esta historia queda abierto por la acción del
agente de la DEA Montel Gordon (Don Cheadle).

Por su parte, el juez Wakefield experimenta un camino inverso, en el que va


dejando la esfera pública para dedicarse a rescatar a su hija. No sé si de manera positiva,
su éxito convierte la película en una obra con un final feliz que no es para nada brillante.
Como sea, en cada pequeña escena de la película siempre queda algo por explicar y eso
sí le da interés. En ese sentido, la edición pensó muy bien en el momento justo de
realizar los cortes. La música hecha para la película es muy acertada, pues conecta una
escena con otra, ya que con el corte de una historia a otra, permanece el audio que
proporciona una atmósfera envolvente y da continuidad a esta suma de relatos.
Particularmente, destacada es la escena del atentado contra Ruiz, en la que en vez de oír
el sonido de una explosión se reemplaza por música, dando otro cariz a esta acción.

Ahora, no solamente el corte es un recurso de la edición. Una característica de


esta narración de historias paralelas es la existencia de puntos de contacto entre los
relatos. Así, Helena Ayala cruza frente a la discoteca, donde los policías mexicanos
capturan al sicario del cártel de Tijuana. El juez Wakefield se reúne con el general
Salazar en presencia del policía Javier Rodríguez. El mismo juez Wakefield maneja su
vehículo en busca a su hija, cuando ella atraviesa una calle cercana sin ser vista. El carro
de bomberos que va a apagar el incendio del atentado contra Ruiz, pasa frente al
restaurante, donde Manolito espera dar su informe a la DEA sobre el Alacrán. Javier
Rodríguez se cruza con Helena Ayala en una calle de Tijuana y se vuelven a cruzar
cuando él reingresa a México tras su denuncia ante el FBI y ella abandona ese país,
luego de su acuerdo con Obregón.
La tercera historia del tráfico en México se resuelve como una pequeña versión
de Crimen y Castigo. Después de traicionar a su compañero, Rodríguez decide acusar al
general Salazar ante el FBI, consiguiendo la caída de éste, su ascenso y unas obras en
beneficio de su comunidad, aun cuando todos sabemos que sobre sus hombros pesa el
sino de la traición.

José Antonio Salas García


http://joseantoniosalas.blogspot.com/

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