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Felicidad en Herat

Vine aqu
como escribo estas lneas,
sin idea fija:
una mezquita azul y verde,
seis minaretes truncos,
dos o tres tumbas,
memorias de un poeta santo,
los nombres de Timur y su linaje.

Encontr al viento de los cien das.
Todas las noches las cubri de arena,
acos mi frente, me quem los prpados.
La madrugada:
dispersin de pjaros
y ese rumor de agua entre piedras
que son los pasos campesinos.
(Pero el agua saba a polvo.)
Murmullos en el llano,
apariciones
desapariciones,
ocres torbellinos
insubstanciales como mis pensamientos.
Vueltas y vueltas
en un cuarto de hotel o en las colinas:
la tierra un cementerio de camellos
y en mis cavilaciones siempre
los mismos rostros que se desmoronan.
El viento, el seor de las ruinas,
es mi nico maestro?
Erosiones:
el menos crece ms y ms.

En la tumba del santo,
hondo en el rbol seco,
clav un clavo,

no,
como los otros, contra el mal de ojo:
contra m mismo.
(Algo dije:
palabras que se lleva el viento.)

Una tarde pactaron las alturas.
Sin cambiar de lugar
caminaron los chopos.
Sol en los azulejos
sbitas primaveras.
En el Jardn de las Seoras
sub a la cpula turquesa.
Minaretes tatuados de signos:
la escritura cfica, ms all de la letra,
se volvi transparente.
No tuve la visin sin imgenes,
no vi girar las formas hasta desvanecerse
en claridad inmvil,
el ser ya sin substancia del suf.
No beb plenitud en el vaco
ni vi las treinta y dos seales
del Bodisatva cuerpo de diamante.
Vi un cielo azul y todos los azules,
del blanco al verde
todo el abanico de los lamos
y sobre el pino, ms aire que pjaro,
el mirlo blanquinegro.
Vi al mundo reposar en s mismo.
Vi las apariencias.
Y llame a esa media hora:
Perfeccin de lo Finito.

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