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TEMA 12: LA JUVENTUD ESPAÑOLA

ANALISIS SOCIOLÓGICO DE LA JUVENTUD ESPAÑOLA ACTUAL

Resumen:

La juventud es un concepto cargado de bondades pero cada vez más se configura como
posición social. La construcción de este nuevo status se debe en parte, a una proyección del
reconocimiento de los derechos del niño y en parte, a la creciente necesidad de formación de los
ciudadanos.

La complejidad de las sociedades avanzadas y la competencia entre los individuos


legitimada en el conocimiento, facilitan los argumentos que justifican la tardía incorporación de
los jóvenes a la ciudadanía de pleno derecho.

Sin trabajo, sin emancipación, los jóvenes no terminan de revelarse, en parte creemos,
porque sin proponérselo “los medios de comunicación” han hecho de este grupo de edades un
motivo de “espectáculo”. La imagen tópica del joven lo convierte en actor y espectador de su
propio protagonismo mediático.

Palabras clave: Imagen de los jóvenes. Identidad de los jóvenes. Medios de comunicación.
Estructura productiva. Función social. Integración social de los jóvenes. Manipulación.

Las imágenes sociales que se construyen desde la perspectiva de grupos de edades, son sólo eso,
constructos que en la mayoría de los casos sirven para ocultar la autentica realidad, la estructura de
clases, el conflicto social o la escasa movilidad social. Nuestra sociedad reconoce tres grupos, los
jóvenes, los adultos y los ancianos. Si buscamos qué definición social tienen estos grupos, nos
encontramos que el grupo de adultos es el único que no tiene atributos, esto es, se define por lo que
no es. No son jóvenes ni son ancianos. Estos dos grupos tienen en común categorías que se pueden
enmarcar en significados más amplios y que son reinterpretables. El ser joven tiene atributos, por
ejemplo, dinámicos, divertidos, guapos, inconscientes, etc.; al grupo de mayores o viejos le pasa lo
mismo. Estos atributos están al arbitrio de los tiempos y de los cambios de valores, de manera que
pueden atribuirse características positivas o negativas.

Ser joven es algo más que ser considerado joven. Es el grupo al que te adscriben, es una
posición social con sus expectativas conductuales. El referente biológico ha quedado desdibujado
desde el momento que nuestra cultura abandona los ritos iniciáticos y deja de estar dependiente
de la natalidad. El período de niñez y juventud se desdibujan y se confunden dentro de un marco
jurídico que define otra categoría o grupo, el de “menor”.

¿Cuándo acaba la infancia y comienza la juventud? O ¿cuándo acaba la juventud y


comienza la edad adulta?

La juventud como colectivo social es una creación reciente. La sociedad tradicional sólo
distinguía al adulto y al niño. La infancia podía extenderse hasta edades que hoy denominamos
juveniles o de la etapa infantil-juvenil se pasaba directamente a través de la emancipación del
trabajo y la creación de una familia, al colectivo de adultos. El período que va de la infancia a la
madurez, ha existido siempre, pero las más de las veces como edades de vulnerabilidad. Eran
edades de aprendiz o siervo, donde si no se tenía tierras propias, se era maduro para trabajar pero
no para ser adulto de pleno derecho. Esta vulnerabilidad era una proyección de la vulnerabilidad
de la infancia ya que ésta sólo existía bajo el amparo de la familia. La sociedad tradicional no
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contaba con una estructura compleja ni con atribuciones de protección social, con excepción de
las instituciones de beneficencia, las más de las veces religiosas o más tardíamente las obras de
los filántropos. Todas las competencias que hoy tiene la Administración, en otro tiempo venían
dadas por la familia y por las comunidades locales. Sólo cuando la sociedad empieza a demandar
la competitividad de los individuos e irrumpe una nueva ética del trabajo, la familia extensa deja
de ser viable y con ella el amparo de los más débiles. En Inglaterra, a partir del XVII se
justificaba el trabajo de los niños de los pobres, a fin de que ganaran su sustento ya que sus
familias no lo podían hacer, en ello se veía una doble función social, rescatar al menor de la calle
e inculcar en éstos los hábitos de la laboriosidad necesarios para el adulto trabajador del mañana.
De esta manera nos encontramos con sociedades en donde la infancia se achica hasta los seis años
como sucedió en Inglaterra, en donde en 1.726 se fundó en Hull una casa de beneficencia donde
trabajaban los niños mayores de seis años. Niños de entre ocho y catorce años se les consideraba
aptos para trabajar en hilanderías de seda y algodón. Y en 1.833 la Ley de Fábricas disminuyó el
trabajo de los niños menores de trece años a ocho horas diarias. Todo esto, además de demostrar
como la sensibilidad ante la infancia es un fenómeno civilizador reciente, nos muestra también
como la prevención justificaba el abuso.

Cada etapa histórica y cada modelo de sociedad ha elaborado su propio concepto de


juventud, aunque existe una misma tendencia dentro de las naciones occidentales. Hay procesos
comunes como ha sido el proceso de industrialización y la transformación de la familia o los
cambios demográficos. Pero el reconocimientos de esta etapa de juventud, como “colectividad
social a proteger” ha estado vinculado a los procesos de reconocimiento de la infancia y los
derechos del niño. Hoy podemos comprobar esta tendencia en nuestro país en distintos ámbitos
de la administración del Estado. Por ejemplo, en la asistencia sanitaria, la atención pediátrica que
hasta la década de los 70 cubría a los menores de 7 años, ha sido ampliada hasta la edad de 14.
Expertos juristas como D. Joaquín Cuello Contreras, al justificar el nuevo “Derecho penal de
menores”, en lo que atañe a la responsabilidad penal del mayor de catorce y menor de dieciocho
años, remite esta atribución de responsabilidad a la estimación del grado de madurez del menor,
reconociendo por un lado que la madurez está muy condicionada por la evolución social y por
otro que la propia Psicología Evolutiva no puede establecer para todas las personas una misma
edad de maduración psíquica . Por lo que, al considerarse que la transición a la etapa adulta tiene
unos contornos difusos, en el derecho penal de menores se aconseja una peritación y no una
datación mecánica.

Hoy se suele estar de acuerdo en reconocer desde la perspectiva temporal que la infancia
se acaba entre los 13 o 14 años. Se diferencia una segunda etapa de transición, la Adolescencia
y Pubertad que se sitúa a caballo entre la infancia y el comienza de una juventud madura, y que
estaría entre los 10 y dieciséis años. En lo que no se está tan de acuerdo es en establecer hasta
donde llega la juventud, ya que en Psicología entre los autores que lo hacen esta fecha oscila
entre los diecinueve y veinticinco años. Por todo esto y siempre de manera aproximada,
podríamos decir que se tiende a reconocer como colectivo de jóvenes a los individuos
comprendidos entre los 13 a los 24 años.

Pero este reconocimiento de la juventud como colectivo parece, en nuestros días, más una
penalización que una ventaja. Sobre todo en lo tocante a la emancipación ya que ésta depende de
la plena autonomía económica. La situación de inseguridad y precariedad del trabajo para los
jóvenes está alargando ficticiamente la etapa de juventud. Y es que un puesto de trabajo ha sido el
último y definitivo peldaño del período de juventud que justificaba todo el tiempo de preparación
de este ciclo de la vida. La protección a la infancia, hoy contrasta con la desprotección del joven.
Mientras el menor está protegido por el Estado, a través de las etapas de educación obligatoria, no
sucede lo mismo con el joven que abandona los estudios a niveles tempranos. Ni tan siquiera con
los que a mayor edad y con más formación intentan emanciparse. Según nos muestra una
tipología de los trabajadores con bajos salarios, elaborada en 1.999 por Antonio López, un
colectivo importante de estos trabajadores lo constituían los jóvenes. Hombres y mujeres con
formación baja o muy baja que viven con sus familias y dependen del apoyo y sustento familiar.

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Y jóvenes (H y M) con formación media o superior (universitarios) que acceden a trabajos de
baja cualificación, baja remuneración y alta rotación en los contratos.

El trabajo impone sus reglas. La familia de origen no puede transmitir el status adquirido
por los padres. Al tiempo asistimos, en las sociedades tecnológicas, a una demanda de formación
mayor que hace necesario superar el nivel formativo de los padres para adquirir el mismo status,
si no menor. Es por esto que entre las clases medias y medias-bajas se ha generalizado la creencia
de que la mejor herencia que se puede dejar a los hijos es la formación. El resultado es una
situación de dependencia que puede llegar hasta los 30 años (en España en 1.998 el 53% de los
jóvenes de 26-29 años vivía con sus padres). Es por tanto la familia y no las instituciones la que
asume los costes que origina la etapa de transición a la edad adulta. Y esto no siempre, como se
ha pretendido, con satisfacción plena de los afectados, ya que el 67,7% de los jóvenes españoles
entre 20 y 24 años preferiría vivir en su propia casa1.

1. Imagen de los jóvenes

La imagen de los jóvenes oscila entre dos perspectivas contradictorias. Por un lado la
identificación de joven, con la virtud de ser joven. Y por otro, la prevención ante el joven, por ser
incontrolable. La imagen de los jóvenes es siempre la mirada del adulto, como ya nos mostrara el
estudio acerca de la infancia y la adolescencia de Josune Aguinaga y Domingo Comas. En este
trabajo, los entrevistados opinaban que sus hijos no deberían trabajar hasta los 20 años y los
ajenos podrían hacerlo antes de los 16 años. Y los que no tenían hijos consideraban en mayor
medida que los niños de ahora son demasiado caprichosos, y sobrevaloraban la influencia de la
publicidad sobre el consumo de marcas, por los más jóvenes. En definitiva, el vivir con hijos o
no, condicionaba radicalmente las opiniones de los entrevistados.

Pero la imagen de ese otro “el joven”, está sujeta a múltiples estereotipos. Por ejemplo, se
ha difundido en los medios de comunicación la idea de que, la mayoría de los jóvenes que no
abandonan el hogar paterno es porque no quieren prescindir de las comodidades y ventajas que
esta situación les otorga. Este grupo de “ventajistas” hoy se estima en sólo un 9%. Y desde 1.984
los que elegían vivir con sus padres, no ha hecho sino disminuir.

Otras imágenes creadas por los medios de comunicación son las del joven “bello” o el
joven “conflictivo”. Ambos tienen un denominador común, necesario para la industria mediática,
dan espectáculo.

En Televisión los rasgos de la imagen del joven más frecuente, son las siguientes: se
prefiere a los jóvenes de género femenino. La mayoría de las mujeres tienen el cabello claro y
entre los hombres predomina el cabello oscuro. Cuando aparece una ropa deportiva es más
probable que la lleve un joven. En la publicidad se muestra preferentemente la desnudez de los
jóvenes. Sin embargo, el uso libidinoso de las cámaras actúa preferentemente sobre la mujer
azafata, cantante o invitados de la farándula. Los roles que se asignan en este medio
preferentemente a los jóvenes son los sexuales y de género, amistosos, y relativos al ocio
personal.

El joven conflictivo parece ser una creación de los medios, sobre todo la prensa, debida a la
información recabada de la administración y de los sucesos. Esto es, puesto que mayoritariamente
se habla de los casos de orden público que implican a menores, la imagen de la juventud como
colectivo termina estando representada por estos acontecimientos desafortunados. Auque estos
hechos lo cometan una minoría. La Prensa privilegia las fuentes de datos institucionales (51%) y
documentales (21%) que tienen como autores a las mismas instituciones; y la mayoría de las
instituciones están relacionadas con el control policial y judicial del comportamiento juvenil.
Como norma, la Prensa consulta una sola fuente de datos (63%)2.

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2. Identidad de los jóvenes

Se suele considerar a la adolescencia como una etapa difícil en el desarrollo humano.


Aunque la inadaptación del adolescente suele ser un fenómeno parcial y esporádico. Las más de
las veces el cambio en el adolescente es de orden valorativo, se vuelve crítico con los
convencionalismos del adulto y sobrevalora la amistad. Busca el “ideal” que puede ser una
empresa, una persona, un modo de vida. Y con respecto a la amistad, esta relación es de
confianza mutua, intercambio de ideas y sentimientos, el amigo del alma. La amistad en la
adolescencia es un sustitutivo de las relaciones paterno-filiales. Esta etapa contradictoria, suele
ser superada y la persona surge enriquecida.

Todas las posturas de rebeldía y oposición a lo establecido, suelen ir encaminado a una


afirmación de sí. En esta etapa, la identidad se construye con los materiales que están a nuestro
alcance. Es decir, necesitamos saber quienes somos. Si en la vida del adulto la profesión te define
socialmente, al joven adolescente le definirá su estilo de vida. Una etapa juvenil hiper-
desarrollada, genera individuos cuyas identidades necesitan constituirse al margen de los canales
tradicionales: el trabajo y la emancipación. Es aquí donde nuevos agentes de socialización, como
son los medios de comunicación, van a aportar estos materiales de la diferenciación con el mundo
adulto, construyendo no sólo la personalidad individual sino el creciente muro que separa cada
vez más la etapa adulta de la etapa joven. De esta manera el capricho de los niños deviene en la
juventud en consumo desaforado y hedonismo.

Parte importante de esta construcción de la identidad del joven es el cuerpo. Ya hemos


visto como los “medios” hacen del cuerpo joven, saludable, y su exhibición a través de ropas
ceñidas, un ideal que identifica físicamente al joven. El cuerpo se convierte en una expresión de
la identidad. La apariencia física otorga cualidades y estima social. Según Giddens “el cuerpo
está muy influido por nuestras experiencias sociales y por las normas y valores de los grupos a
los que pertenecemos”.

Otro factor de identidad juvenil es la música. Los mayores consumidores son varones entre
15 y 24 años. Las discotecas también son las que más interés despiertan entre los adolescentes. La
participación de la música y sus distintos géneros en la identificación juvenil ha tenido estudios
pioneros en nuestro país como el realizado por Jesús Levices, y publicado por la Comunidad de
Madrid en 1.986. Este trabajo demuestra las funciones sociales que ejerce la música como
fenómeno de masas en la población juvenil. Por un lado, la ubicación según gustos musicales,
refuerza los vínculos en los seguidores y consumidores de las distintas opciones, generando una
diferenciación no sólo con respecto al grupo de mayores sino entre grupos de jóvenes. Por otro
lado, el fenómeno musical joven es funcional al sistema social, puesto que mantiene a los jóvenes
desocupados ocupados en la música y no como consumidores pasivos. Más recientemente se ha
retomado esta línea de investigación, insistiendo esta vez en los efectos que la música de los
jóvenes tiene en la inclusión o exclusión de los individuos según gustos. El papel de la música a
la hora de condicionar la creación de amistades. “Los que muestran su gusto por los estilos
minoritarios, encuentran en el hecho diferencial que les otorga la condición de minoritarios, uno
de los elementos que refuerzan los procesos de identificación“. Estos jóvenes vanguardistas
rechazan insistentemente los estereotipos juveniles socialmente creados, aunque tienden a
reproducir y consolidar esos mismos estereotipos.

3. Manipulación de la juventud

La sociedad desarrollada, triunfadora de la enfermedad, alarga la vida y también desdibuja


los límites del paso a la vejez. La creciente longevidad de nuestras poblaciones y las bajas tasas

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de natalidad van ubicando cada año a un mayor número de personas en el furgón de cola. Pero
lejos de reivindicar socialmente la condición de mayores, se proyecta la imagen de la eterna
adultez. Los mayores, ancianos o viejos, han desaparecido porque se han transformado en
pensionistas válidos, independientes o incapacitados. Los primeros proyectan una imagen de
afortunados, se supone que tienen pensiones suficientes, y puesto que no se deben al mercado de
trabajo son libres para disponer de lo que se supone una ventaja, de todo el tiempo del mundo
para divertirse, para el ocio o lo que algunos llaman disfrutar de la vida.

Los jóvenes no acaban de ser redefinidos. La imagen de joven contestatario, rebelde de los
años 60, habita en el imaginario colectivo pero dista mucho de ser viable en el espacio social que
hoy se dispone para ellos. El joven de la protesta es hoy adulto y eso es equivalente a integración,
por tanto, tiene intereses sobre todo en mantenerse en un modelo social que selecciona a los
individuos que define o califica de interesantes, valiosos o competitivos. La selección social es
excluyente porque aunque todos son los llamados pocos serán los escogidos. Desde este principio
y por más que se construya la excelencia, no todos los seres humanos dan la talla de excelentes,
aunque se reconozca que todos tienen derecho a tener un lugar en el mundo. Los jóvenes y los
mayores tienen cada vez más en común el ser desocupados, por tanto, desde los valores
utilitaristas de la sociedad productiva se les busca otro lugar de utilidad, se les fabrica funciones
sociales y en un intento por encontrarles, si no el lugar en la estructura productiva, sí la función
social que justifique el no estar. Es por esto que sobre los excluidos se crean imágenes,
características y categorías comprensivas; cuando a los integrados sólo les define el “estar
integrado”, soy lo que hago, la profesión, la ocupación, lo que trabajo.

La disponibilidad de tiempo libre es lo que tienen en común los que están fuera del
mercado de trabajo y por tanto son susceptibles de consumir cultura de masas. En este universo
mediático, los protagonistas son los propios consumidores. Los desconocidos para el sistema
productivo, adquieren ahora más que nunca el protagonismo y la capacidad para hacer del defecto
virtud. La abundancia temática relativa a estos dos grupos jóvenes y ancianos en la televisión no
es fortuita. Los mensajes preferidos son como mantenerse joven, comer adecuadamente y sexo
en la tercera edad. Para el grupo de jóvenes, como llenar el tiempo. Los contenidos simbólicos de
estos dos grupos de edades tienen su correlato en el ámbito del consumo. Se crearán por tanto
valores compensatorios a estos grupos no generadores de riqueza. El lugar que ocupan es
funcional al sistema productivo, siempre y cuando entren como consumidores en la demanda de
mercancías y en la distribución de riqueza. La prevención que tradicionalmente se tenía a los
jóvenes no integrados, es sustituida por la creencia en que son un grupo que tiene valores
comunes, ideas, formas de hacer especiales que hay que comprender. Se les otorga primero una
unidad, basándose en supuestos problemas compartidos, para pasar después a atribuirles
cualidades misteriosas, como se ha hecho con todos los grupos a los que se define como
diferentes. Esto es, tratar de acrecentar la diferencia, hasta hacerlos extraños e irreconocibles. Por
esto necesitamos una ventana abierta a la intimidad, para ver cómo reaccionan los jóvenes, qué
hacen los jóvenes, qué piensan los jóvenes. Programas como el Gran Hermano dan tanto
satisfacción al protagonismo juvenil, como a la curiosidad del adulto.

Hoy la industria del ocio y, en concreto, la industria musical se ha visto gratamente


complacida por el incremento de ventas que ha supuesto “Operación Triunfo”. Se reconoce que
ha salvado la industria del disco español en el 2.002. La música y los jóvenes están asociados
desde hace treinta años. Sólo que hoy la música como alternativa al estancamiento del mercado
laboral es potenciada por las instituciones.

La manipulación consiste fundamentalmente en aprovechar la frustrada emancipación de


los jóvenes y la sustitución que éstos hacen de su falta de protagonismo social a través de modas,
conductas, valores y gustos, para hacer ver que esta forma de vida es natural, deseable o
envidiable. La imagen del joven es recreada, encauzada y, por último empaquetada. Todos los
deseos por hacerse significar, van a ser retomados por el marketing y escenificados en los medios
de comunicación para mayor gloria de la economía. Mientras la jaula de oro, en la que se supone

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viven los jóvenes (familias de origen, sin responsabilidad de esposa e hijos, con libertad sexual y
viajes) parece ser cada vez más jaula. La imposibilidad de vislumbrar un futuro como adulto lleva
a numerosos jóvenes a continuar con conductas propias de adolescentes lo que no auspicia un
orden social. El horizonte de la integración social de los jóvenes se nos antoja conflictivo, la
proletarización de los hijos en casa ya está generando conflictos convivenciales en el ámbito
familiar, pero en el ámbito público quizá sólo se necesita un motivo que dentro del imaginario del
colectivo de jóvenes sea lo suficientemente poderoso.

4. ARTÍCULOS DE PRENSA
1. La juventud española es cada vez más inmadura, irresponsable e indiferente

El ocio es vital para el 92% y la mayoría no se identifica con ningún partido, según el informe
anual de la Fundación Santa María El 52% de los jóvenes del Principado se consideran más
asturianos que españoles, sólo por detrás de vascos y canarios

RAFAEL HERRERO

Los jóvenes españoles se han instalado en una especie de adolescencia eterna y, en esta bruma, han
construido su estado vital. Las dificultades que les pone la vida para emanciparse han provocado que
«prolonguen la adolescencia en el tiempo». El diagnóstico es de Javier Elzo, catedrático de
Sociología y uno de los coautores del informe 'Jóvenes Españoles 2005' presentado ayer y
patrocinado por la Fundación Santa María.

Este sexto trabajo evidencia que «llueve sobre mojado». «El panorama no es excesivamente
halagüeño», admitió Elzo. Y es que según avanzan los años se percibe con mayor nitidez que la
juventud española es más inmadura e irresponsable. Hay que apuntar en su favor una cierta sabiduría
para adaptarse con lucidez a una sociedad cambiante que no les pone las cosas fáciles.

El panorama no sólo es desalentador porque lo digan los expertos. Lo admiten los propios jóvenes
-han sido consultados 4.000, con edades entre los 15 y los 24 años-, que han realizado el más «triste
autodiagnóstico» de todos los informes realizados hasta ahora. La baja autoestima que exhalan es
patente y muy preocupante, en opinión de los autores del estudio. «Los jóvenes se atribuyen en
notorio mayor grado los rasgos negativos que los positivos. Probablemente estemos ante una de las
notas más negativas de la juventud española», indican.

VALORES

«Se autoengañan»

Estamos ante una juventud que se valora poco y que tiene muy baja imagen de sí misma. Se
presentan como consumistas, egoístas, preocupados sólo por el presente y con poco sentido del deber
y del sacrificio. Como rasgos de los que carecen, también se autoinculpan: son escasamente
maduros, generosos, trabajadores, solidarios y leales en la amistad. Paradójicamente, se dicen libres
y felices, pero Elzo cree que «se autoengañan». «Ni están libres ni son tan felices como dicen; en el
fondo, están atados a la familia de origen por las dificultades que tienen para emanciparse».

Lo que quieren los jóvenes de hoy en día es vivir al día. «Y punto», remacha Elzo. No son
revolucionarios, son reformistas: se adaptan a las circunstancias. Se refugian en lo privado -la
familia, los amigos y la salud-, el ocio es su forma de escapatoria, se alejan de la política y de la
religión, las instituciones se las traen cada vez más al pairo y se sienten cada vez más localistas.
También más tolerantes y permisivos con las virtudes privadas y más exigentes con las públicas.

SENTIMIENTO DE PERTENENCIA

Lo más próximo

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Los jóvenes se identifican casi de forma mayoritaria con su ámbito geográfico más próximo: la
localidad en la que viven, en primer lugar, y luego su comunidad autónoma. Uno de cada cuatro se
siente más identificado con su comunidad autónoma que con España, porcentaje que se eleva entre
los asturianos al 52%, solo superados por vascos (60,3%) y canarios (62,5%).

Para el joven tipo, los problemas sociales más importantes son el terrorismo, la droga, el paro, la
vivienda y la violencia doméstica, por este orden. Los menos mentados son la violencia juvenil, la
corrupción política, los problemas de contaminación y medio ambiente, la pobreza o la marginación.
Lo próximo es también aquí lo que importa, en detrimento de cuestiones más generales.

Valoran cada vez menos los movimientos sociales comprometidos y están muy poco implicados con
los problemas de su sociedad. Sí demuestran confianza en las organizaciones dedicadas a temas de
voluntariado (69%), el sistema de enseñanza (60%), la Seguridad Social (54%), la Policía (51%) y la
Unión Europea (50%). Los últimos puestos son para las Fuerzas Armadas (37%), la OTAN (36%),
las grandes empresas y multinacionales (24%) y la Iglesia (21%).

MOVIMIENTOS SOCIALES

Despreocupación

En cuanto a movimientos sociales, aumenta considerablemente el apoyo de la juventud a los grupos


ecologistas y los de defensa de los derechos humanos, los movimientos pacifistas y los de gays y
lesbianas, en detrimento de los movimientos provida, los feministas, nacionalistas y de apoyo y
acogida de inmigrantes. Sin embargo, no identifican a la inmigración como uno de los grandes
problemas de la sociedad. Un 67% está de acuerdo con la entrada de éstos, siempre y cuando tengan
un contrato de trabajo. Cuatro de cada cinco mantienen que es el inmigrante el que debe adoptarse a
la sociedad receptora.

Respecto al deterioro del medio ambiente, es evidente la progresiva despreocupación juvenil. Si en


1999 era considerado un problema importante para un 21%, en 2005 la cifra cae al 13%.

FAMILIA

La institución más valorada

La familia se diversifica y es más compleja en cuanto a las formas de unión, pero los jóvenes valoran
sobremanera esta institución. Eso sí, predomina la concepción tradicional del hogar constituido por
una padre, una madre, unidos en matrimonio civil o eclesiástico, y sus hijos. De hecho, formar una
familia es uno de los proyectos vitales de los jóvenes, pero entienden que, para que sea tal, se deben
tener hijos. Valoran el matrimonio, pero lo retardan; valoran tener hijos, pero los reducen y los
tienen más mayores; tienden a ser más fieles a la pareja, a pesar de aumentar separaciones y
divorcios.

RELIGIÓN Y POLÍTICA

Cada vez más alejados

La 'descristianización' y el alejamiento de la Iglesia siguen avanzando. Hace diez años los jóvenes
que se consideraban católicos eran el 77%. Hoy, por primera vez, no llegan al 50%. De la Iglesia
critican su excesiva riqueza, su injerencia en política y su conservadurismo en materia sexual.

En política, un 46% no se decantaría por un partido concreto. Los aspectos importantes de la vida los
ocupan la familia, la salud, los amigos y conocidos, el tiempo libre y el ocio. La política se queda en
el décimo puesto, sólo por delante de la religión. La mayoría se ubican en el centro político (28%),
seguido por el centro-izquierda (26%) y la extrema izquierda (casi el 13%).

El ocio es sagrado para los jóvenes. Para un 92% es vital en su organización, funcionamiento y nivel
de vida. Los gustos y aficiones fundamentales, por este orden, son la música, ver la televisión e ir al
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cine, salir a bares y escuchar la radio. Respecto al estudio de 1999, desciende la lectura de libros, la
práctica de deportes y la asistencia a museos.

2. La juventud española es de las más felices de Europa, dice el psiquiatra Rojas


Marcos. Más de 300 personas, la mitad con edad de entre 18 y 30 años, asisten a la cuarta
edición G. MARTÍN/ELCHE
Un estudio realizado en el 2004 sobre la juventud española evidenció que los españoles entre 13 y 20
años tienen la autoestima más alta que los italianos, los franceses y los alemanes, entre otros. El
psiquiatra Luis Rojas Marcos, que fue el encargado de pronunciar la conferencia inaugural del
congreso Dinamia, ayer, sobre la creatividad como medio para una juventud gratificante, subrayó
que «los jóvenes españoles son de los más felices de Europa».

El psiquiatra pronunció su conferencia ante la totalidad de los participantes en el congreso, 312


inscritos, según informó el edil de Juventud, Alejandro Pérez. El 57% de ellos tiene edad entre los 18
y 30 años, precisó Pérez. Un 34% de ellos son estudiantes, mientras otro 29% está conformado por
técnicos de juventud y un 13% más por monitores y educadores.

Rojas Marcos, que mantuvo un diálogo continuo con el auditorio durante su conferencia, habló de la
creatividad como de «la capacidad para innovar y de descubrir verdades universales en el tiempo de
ocio». Insistió en que la sociedad ha evolucionado rápidamente y, actualmente, «cada vez se trabaja
menos y hay más tiempo para compartir con los demás». Recordó que antes «la educación era un
privilegio», una situación que ha cambiado radicalmente.

Aprovechó para señalar una diferencia radical que existe entre la juventud estadounidense y la
europea. En Estados Unidos, por la presión cultural, los jóvenes se independizan en torno a los 18
años, casi diez antes que los españoles, lo que no es forzozamente bueno, apostilló.

Idealistas y optimistas

Esta circunstancia, al igual que las malas expectativas laborales, no impiden que el joven español sea
también uno de los europeos con mayor autoestima, aseguró el psiquiatra. La razón es sencilla:
aceptan estas limitaciones y valoran otras cosas por encima de las contingencias diarias. En este
sentido Rojas Marcos dijo que en la juventud española prima en su escala de valores «la parte de la
relaciones con los demás». Añadió que son jóvenes «muy idealistas» y que, a pesar de que la
adolescencia tiene «muy mala prensa por el botellón y los casos aislados de descontrolados», lo
cierto es que los mayores olvidan, por la costumbre de generalizar conductas poco frecuentes, que
los jóvenes son «gente solidaria, bondadosa, inquieta y altruista».

Relacionó el optimismo con el ocio y la creatividad. Explicó que cuando uno se lo pasa bien, tiene
pensamientos positivos y su visión del mundo es optimista. Una persona en estas circunstancias
genera esperanza y no se desalienta a la hora de probar. Intenta una y otra vez hasta conseguir su
meta. Precisó que, estudios realizados en gemelos idénticos que vivieron separados, han evidenciado
que los genes sólo influyen en un 30% en la creación. El resto es fruto de la personalidad y de su
desarrollo.

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