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Esta es la historia de un tipo como cualquiera, cuyo nombre importa poco a los fines del

relato, así que pónganlo Uds. como mejor les plazca.

Aunque bien mirado, yo le llamaré Pedro, porque recapacitando sobre el primer párrafo,
me doy cuenta que no es bueno que una persona carezca de nombre. Sirve que lo tenga,
cómo no, para imaginarlo mejor como alguien concreto e individual y también para
facilitar la escritura.

Tendría Pedro unos treinta y tantos años cuando le pasó lo que le pasó y se intentará
aquí contar, pero antes habría que ver qué hizo esos seis lustros y pico, y qué le ocurrió
también.

Le sucedió lo que a muchos, nació en el seno de una familia, con un padre, una madre y
hermanos. Sus ojos de niño fueron descubriendo asombrados el mundo exterior que lo
circundaba, primero, reconociendo un poco más tarde que había también otros niños,
otras personas, y que él no era el centro del universo, ni cosa parecida.

Fue creciendo, y a lo largo de un largo camino se hizo y se deshizo de amigos y de


amores, de maestros y consejeros, de enemigos, de aliados, de conocidos, de malas y
buenas compañías. Todos los cuales entraron en su vida en un momento determinado y
fueron saliendo, algunos, en tanto otros se quedaron.

Y el quedarse o el irse respondió a razones relacionadas con elecciones hechas por


Pedro, un poco, y otro poco por las decisiones que hicieron los demás, mezcladas ambas
en la coctelera de la fortuna, o de la Providencia, conformando todo junto y bien batido
el trago que todos hemos de beber: La vida.

Bebida esta que ha de beberse de a sorbos, no siendo posible, ni recomendable,


zampársela de un trago, porque tiene dos condimentos ocultos que lo impiden, el tiempo
y el espacio, debiendo considerarse también la capacidad limitada del estómago que
hará de recipiente.

Así fue creciendo nuestro joven, haciendo de cada día un trago del brebaje vital,
lidiando con el problema de turno, de a uno por vez, o gozando el regalo que cada tanto
se le hacía, más esporádicamente quizás, sí, pero de las cosas buenas también había.
Mirada retrospectivamente, su vida se le presentaba como una obra teatral compuesta de
una sucesión de eventos susceptible de ser reconstruida en su magín, en la que habían
participado -y aun participaban algunos- personajes principales, secundarios y meros
extras. Obra que estaba dividida en actos y que conocía a la perfección por haberla
protagonizado con su propia existencia, a costa de cada latido de su corazón.

Recordaba también los intervalos entre acto y acto, que eran sus momentos de soledad,
cuando podía detenerse en el camarín, mirarse frente al espejo y pensar, meditar sobre la
obra y sus actos, intentando entender a su Autor y si fuera posible, hablar con El aunque
pareciera que a veces no estuviera allí para escucharle.

Fue por entonces, podría decirse en plena perfomance, que recibió lo que a primera
vista parecióle un don, aunque luego se verá si era tal, cada uno juzgará por sí al fin de
este cuento.

Despertó Pedro una mañana y vio con asombro que su vista se había agudizado a un
punto que era difícil imaginar sin pensar en que un encanto mágico lo había hechizado.
Podía ver lo que quisiera sin moverse de su sitio, desde los Alpes al himalaya, de polo a
polo, y entrar en cualquier sitio sin mover un pie. Era capaz de visitar en la China un
fumadero de opio, de entrar en la Capilla Sixtina, o en el más oscuro cabaret de Nueva
Orleans.

Podía ser testigo directo, o casi, pero en cualquier caso ver con sus propios ojos las
conductas más altas y más bajas de las que es capaz un ser humano, e incluso, obras de
Dios. Desde un milagro hasta la violación de un niño, aunque para ver el primero debía
esforzarse un poco más, porque en el mundo abundan más las bajezas que los milagros.

Podía leer lo que quisiera, lo que le viniera en ganas, desde los secretos de la magia
negra hasta el apocalipsis escrito en griego, pero griego no sabía.

-Fabuloso-, pensó Pedro para sí mientras descubría sus nuevas cualidades y las ponía a
prueba, -esto es increíble, no tiene desperdicio-.

Más no acabaron allí los descubrimientos de nuestro amigo, sino que pronto se percató
además que podía hablar con quién quisiera, oírlo o verlo, estuviere dónde estuviere el
interlocutor.
Sólo debía pensar en alguien y tenía acceso a su mundo de manera inmediata, sin
importar casi el consentimiento del abordado.

Pero resultó que la cosa no era unilateral, ni manejable a entera discreción de Pedro.
Empezó a escuchar voces en su cabeza de gente que aparentemente había recibido su
mismo don, y que le requerían su atención. Se le aparecían sus imágenes a cada instante,
todo lo cual comenzó a disgustarlo, no obstante lo tomó en principio como un pequeño
precio a pagar en contraprestación de tamaño beneficio.

Jamás imaginó Pedro que la cosa empeoraría. Diríase que comenzó a vivir múltiples
vidas paralelas, cual un monstruo de cien cabezas, percibiendo distintas realidades al
mismo tiempo y escuchando infinidad de voces que le hablaban simultáneamente.

Y no había recibido el mismo don en su inteligencia. Su mollera tenía la misma


capacidad de atención e intelección que antes, lo cual hacía que la potenciación de sus
sentidos lo estuviera volviendo loco.

Era imposible dedicarse a nada específico, si hasta cuando dormía era despertado por
alguna voz intrusa que lo alejaba del inmerecido descanso. Ni hablar de leer un libro
completo, sencillamente no era posible, las voces y las imágenes no lo dejaban en paz y
desvíaban permanentemente su atención.

Particularmente lo enardecía que le interrumpieran mientras meditaba sentado en el


water.

Si hasta su propia mujer lo acosaba constantemente a toda hora, recriminándole cosas,


las más de las veces, pidiéndole dinero, otras, y aún con declaraciones de amor, aunque
raras, eso era cierto, las que lo encontraban en la más inoportuna de las situaciones,
haciéndolo irritar lo mismo.

Su vida real y cotidiana se fue desdibujando, perdiendo su importancia las pequeñas


cosas, hasta un extremo tal que ya no sabía diferenciar el pasado del presente, como si el
público y todos los personajes de la obra hubieran irrumpido en el escenario al unísono,
desbordándolo, quitándole todo sentido y coherencia.
Viejos amores del pasado le guiñaban un ojo, amigos que no lo eran más le hablaban
como si todavía lo fueran, y, a decir verdad, empezó a entrar más seguido a los tugurios
que a la catedrales.

Hasta que su cabeza estuvo a punto de estallar.

Lo embargó un miedo helado, miedo de muerte. Al borde de la locura suplicó le


devolvieran su par de ojos de siempre, sus oídos y su lengua, pero no le fue dado así
nomás.

-Tienes que ganártelos, Pedro-, le dijo una voz como en sueños, distinta a las otras que
lo torturaban. Quizás fuera su propia voz destilando la última gota de cordura, a esa
altura no podía saberlo.

-Deja ya el teléfono celular e internet-

-¿del todo, para siempre?- preguntó Pedro.

-No lo se, pero cuánto menos los uses, mejor. La omnipresencia no es algo que le
competa a los hombres, eso sería jugar a ser Dios, y te volverías loco, a lo menos-.

-¿Pero no voy a estar muy solo, incomunicado?-

- Para eso están la familia, la taberna y los amigos-.

- ¿y el whisky?-

- Si podés aflojále un poco también, pero tranquilo, si es con amigos de veras, no hace
mal-

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