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Como Un Pescado en La Red
Como Un Pescado en La Red
Aunque bien mirado, yo le llamaré Pedro, porque recapacitando sobre el primer párrafo,
me doy cuenta que no es bueno que una persona carezca de nombre. Sirve que lo tenga,
cómo no, para imaginarlo mejor como alguien concreto e individual y también para
facilitar la escritura.
Tendría Pedro unos treinta y tantos años cuando le pasó lo que le pasó y se intentará
aquí contar, pero antes habría que ver qué hizo esos seis lustros y pico, y qué le ocurrió
también.
Le sucedió lo que a muchos, nació en el seno de una familia, con un padre, una madre y
hermanos. Sus ojos de niño fueron descubriendo asombrados el mundo exterior que lo
circundaba, primero, reconociendo un poco más tarde que había también otros niños,
otras personas, y que él no era el centro del universo, ni cosa parecida.
Así fue creciendo nuestro joven, haciendo de cada día un trago del brebaje vital,
lidiando con el problema de turno, de a uno por vez, o gozando el regalo que cada tanto
se le hacía, más esporádicamente quizás, sí, pero de las cosas buenas también había.
Mirada retrospectivamente, su vida se le presentaba como una obra teatral compuesta de
una sucesión de eventos susceptible de ser reconstruida en su magín, en la que habían
participado -y aun participaban algunos- personajes principales, secundarios y meros
extras. Obra que estaba dividida en actos y que conocía a la perfección por haberla
protagonizado con su propia existencia, a costa de cada latido de su corazón.
Recordaba también los intervalos entre acto y acto, que eran sus momentos de soledad,
cuando podía detenerse en el camarín, mirarse frente al espejo y pensar, meditar sobre la
obra y sus actos, intentando entender a su Autor y si fuera posible, hablar con El aunque
pareciera que a veces no estuviera allí para escucharle.
Fue por entonces, podría decirse en plena perfomance, que recibió lo que a primera
vista parecióle un don, aunque luego se verá si era tal, cada uno juzgará por sí al fin de
este cuento.
Despertó Pedro una mañana y vio con asombro que su vista se había agudizado a un
punto que era difícil imaginar sin pensar en que un encanto mágico lo había hechizado.
Podía ver lo que quisiera sin moverse de su sitio, desde los Alpes al himalaya, de polo a
polo, y entrar en cualquier sitio sin mover un pie. Era capaz de visitar en la China un
fumadero de opio, de entrar en la Capilla Sixtina, o en el más oscuro cabaret de Nueva
Orleans.
Podía ser testigo directo, o casi, pero en cualquier caso ver con sus propios ojos las
conductas más altas y más bajas de las que es capaz un ser humano, e incluso, obras de
Dios. Desde un milagro hasta la violación de un niño, aunque para ver el primero debía
esforzarse un poco más, porque en el mundo abundan más las bajezas que los milagros.
Podía leer lo que quisiera, lo que le viniera en ganas, desde los secretos de la magia
negra hasta el apocalipsis escrito en griego, pero griego no sabía.
-Fabuloso-, pensó Pedro para sí mientras descubría sus nuevas cualidades y las ponía a
prueba, -esto es increíble, no tiene desperdicio-.
Más no acabaron allí los descubrimientos de nuestro amigo, sino que pronto se percató
además que podía hablar con quién quisiera, oírlo o verlo, estuviere dónde estuviere el
interlocutor.
Sólo debía pensar en alguien y tenía acceso a su mundo de manera inmediata, sin
importar casi el consentimiento del abordado.
Pero resultó que la cosa no era unilateral, ni manejable a entera discreción de Pedro.
Empezó a escuchar voces en su cabeza de gente que aparentemente había recibido su
mismo don, y que le requerían su atención. Se le aparecían sus imágenes a cada instante,
todo lo cual comenzó a disgustarlo, no obstante lo tomó en principio como un pequeño
precio a pagar en contraprestación de tamaño beneficio.
Jamás imaginó Pedro que la cosa empeoraría. Diríase que comenzó a vivir múltiples
vidas paralelas, cual un monstruo de cien cabezas, percibiendo distintas realidades al
mismo tiempo y escuchando infinidad de voces que le hablaban simultáneamente.
Era imposible dedicarse a nada específico, si hasta cuando dormía era despertado por
alguna voz intrusa que lo alejaba del inmerecido descanso. Ni hablar de leer un libro
completo, sencillamente no era posible, las voces y las imágenes no lo dejaban en paz y
desvíaban permanentemente su atención.
-Tienes que ganártelos, Pedro-, le dijo una voz como en sueños, distinta a las otras que
lo torturaban. Quizás fuera su propia voz destilando la última gota de cordura, a esa
altura no podía saberlo.
-No lo se, pero cuánto menos los uses, mejor. La omnipresencia no es algo que le
competa a los hombres, eso sería jugar a ser Dios, y te volverías loco, a lo menos-.
- ¿y el whisky?-
- Si podés aflojále un poco también, pero tranquilo, si es con amigos de veras, no hace
mal-