Está en la página 1de 2

Taller - Angela Marulanda http://www.angelamarulanda.com/articulos/art26.

htm

Cuando el hijo(a) mayor es "un problema"


Por Angela Marulanda, Autora y Educadora Familiar
La condición de ser la hija o hijo mayor de la familia tiene
grandes implicaciones en su vida. Por ser el primero en
convertirnos en padres, alrededor de ellos se tejen toda suerte
de ilusiones. Es el centro de atención de la familia y sus logros,
por mínimos que sean, se celebran como grandes hazañas;
además, su ventaja cronológica sobre los hermanos hace que
durante la infancia sea el que lleve la delantera en todo.

Pero los mayores no sólo tienen ventajas. El primer hijo es


quien asume toda la inexperiencia y ansiedad de los padres, y en
quien se forjan mayores expectativas. El hecho de ser el que
primero camina, habla, lee, etc., hace que esté siempre a la
cabeza, por lo que es fácil que concluya que su valor personal
depende de su capacidad de mantenerse en el primer lugar. Y
por eso mismo, sus fracasos también son mucho más dolorosos.

El mayor es también blanco de sentimientos ambivalentes de


parte de sus hermanos, quienes lo admiran y quieren ser cómo
él, mientras que envidian sus privilegios y resienten la
preponderancia que tiene en la familia.

Todo esto alimenta en el primogénito una inmensa necesidad de


sobresalir en todo. Lo grave es que su supremacía sólo está
garantizada, en el mejor de los casos, durante su infancia. Si
por cualquier razón o dificultad del primogénito, su hermano
menor lo sobrepasa, la imagen de superioridad sobre la cual se
forja su identidad se derrumba y con ella su razón de ser. Así, el
mayor no sólo tiene que lidiar con la frustración de pasar a un
segundo lugar, sino con el dolor de verse superado por quien
siempre fue inferior a él y la vergüenza de no estar a la altura
de las expectativas de sus padres.

Esta situación tiene un efecto devastador en la imagen y estima


que el primogénito tiene de sí mismo. Su propia decepción
sumada a los reproches y evidente desilusión de sus padres,
suelen sumir al hijo en un estado de tristeza y amargura, a
menudo se convierte en un hijo malhumorado, grosero,
desafiante o agresivo, y pasa a ser el gran problema de la
familia. Como los padres no entienden las verdaderas causas de
lo que le ocurre al primogénito desplazado, lo culpan de
perezoso, desaplicado o irresponsable, mientras que señalan las
cualidades y triunfos del hermano que lo superó.

Es muy fácil querer a un hijo cuando triunfa, pero el amor de los


padres se pone a prueba precisamente cuando fallan. Un hijo
mayor relegado a un segundo lugar no se recupera a base de
críticas y sermones. No es posible llenar su corazón de
recriminaciones y esperar que surjan de éste el valor y
entusiasmo que necesita. Alentarlo significa mostrarle lo mejor,
no lo peor de él.

Restituir la confianza del hijo en sí mismo es una labor difícil,


que nos exige luchar a su lado, valorarlo y demostrarle que lo
amamos y confiamos en él, cualesquiera que sean sus
debilidades o fortalezas. Nuestra función como padres es
sostenerlos en las buenas y en las malas, en el dolor y en la
alegría, cuando prosperan y cuando fallan. Sólo en la medida
que los hijos perciban que los amamos a pesar de sus fallas y
que nuestro amor por ellos no es un premio por lo que hagan o
logren, podrán recuperar la fe en sí mismos e ir cultivando su
propio ser. Y es así como lograremos que sobresalga todo lo
bueno y lo bello que también tienen para mostrarnos.
Taller - Angela Marulanda http://www.angelamarulanda.com/articulos/art26.htm

www.angelamarulanda.com
angela@angelamarulanda.com

También podría gustarte