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6.5. La proyección exterior bajo los Reyes Católicos. Política italiana y norteafricana.

Las pretensiones francesas sobre los territorios italianos (El rey de Francia hacía valer los
derechos de la Casa de Anjou sobre el trono de Nápoles) y la posesión que de los mismos hizo la
Corona de Aragón, fueron motivo de enfrentamiento a finales del siglo XV y principios del siglo XVI.

Nápoles era gobernado por el rey Fernando I, hijo de Alfonso V el Magnánimo, de Aragón,
pero Carlos VIII de Francia, con el apoyo del duque de Milán, reclamaba el trono. El monarca
francés, antes de actuar, firmó con Fernando el Católico el Pacto de Barcelona (1493), mediante el
cual Aragón recibía Rosellón y Cerdaña a cambio de no ayudar a ningún enemigo de Francia ni a
enlazarse en matrimonio con Austria, Inglaterra o Nápoles.

Así, en 1494, el rey de Francia invadió Nápoles, sin encontrar apenas resistencia por parte
del rey de Nápoles.

Pero el juego de alianzas cambió: pronto, a instancias del Papa, el aragonés Alejandro VI,
se formó la Liga Santa (Milán, Venecia, Austria, Florencia y Aragón), que derrotará a los
franceses en Fernovo. Al frente de las tropas aliadas estará Gonzalo Fernández de Córdoba (El
Gran Capitán. Éste, partiendo de Sicilia conquistará toda la Calabria y hará retroceder a los
franceses.

Mientras, Carlos VIII había sucedido a Luis XII en el trono de Francia, pero la situación
continuó igual: el Gran Capitán, en 1503, derrotó a los franceses en Ceriñola y, poco después,
conquistó Nápoles. Ese mismo año las tropas francesas, al mando del duque de Mantua, intentarán
reconquistar el reino de Nápoles, pero serían derrotadas junto al río Garellano. Gonzalo Fernández
de Córdoba atravesó el río y conquistó la ciudad de Gaeta, obligando a los franceses a abandonar
el reino.

Luis XII, en el tratado de Lyon, abandonó sus pretensiones sobre Nápoles y cedió el trono
a Fernando el Católico.

La hostilidad hacia los estados del Norte de África obedecía a razones económicas,
ideológicas y estratégicas. Se trataba de evitar una nueva invasión e impedir que los musulmanes
que permanecían en el sur tuvieran el apoyo de los bereberes. La piratería berberisca comenzaba a
convertirse en un problema, sobre todo desde que comenzó a recibir ayuda del sultán turco. Había
que garantizar las rutas comerciales en el Mediterráneo Occidental y también en el Atlántico. Pero,
por encima de todo, continuaba el espíritu de cruzada y, para muchos de los dirigentes, era un
deber religioso extender el cristianismo entre los pueblos norteafricanos.

Entre 1497 y 1510 una serie de expediciones permitió la conquista de diversas plazas, hasta
la ciudad de Trípoli. Entre ellas estaba la ciudad de Melilla.

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