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elPeriódico

El pan nuestro...
Hugo Cardona Castillo.
Fue en los años de la infancia inolvidable, allá en la Aldea El Rancho, cuando en nuestras
diarias conversaciones con los aromáticos, añejos pinares de la Loma Larga, confesé a ellos que
deseaba algún día llegar a ser maestro... En nuestra mente de niño, tratábamos sin duda, de
emular a los ilustres maestros y maestras que en las etapas iniciales, trataron de dar forma a las
agrestes formas de nuestra personalidad y pensamiento, ya para entonces claramente
inmoldeables. Sí, fue ora en aquella casita humilde que fue nuestra escuela, o bien bajo la sombra
de los robles aledaños... Era ese un ambiente y una época de libertad... Fueron mis primeros
maestros y maestras, maestros y maestras de libertad.

Mi madre fue de lo más inclaudicable, cuando cada año surgía la pregunta si deberíamos
seguir en la Escuela o no, dado que los recursos para comprar los cuadernos y lápices eran
escasos, y además, la mano de obra para cultivar el maíz y frijol necesarios para la subsistencia,
era de suyo muy demandada. Con la imagen de los robles milenarios de la aldea, mi madre se
mantuvo firme... y seguimos adelante.

La necesidad de opciones prácticas y el talento del mayor de mis hermanos en la


búsqueda de oportunidades hizo que, cuando tenía 15 años tuviera yo que decidir entre ser
maestro o estudiar otra carrera... habiéndome decidido por otra carrera. Un año después de
graduarme de educación media, hube de regresar a la Escuela donde estudié esa educación
media a desempeñarme como profesor. Hace ya más de 25 años que eso sucedió y continúo con
esa labor...

Muchas personas que han sabido perdonar nuestras imperfecciones, nos han invitado a
participar y hemos participado como profesor en las más importantes universidades del país, y
como profesor invitado en otras universidades del mundo. Cabe decir que también hemos sido
invitados a participar como ejecutivo de importantes instituciones internacionales, empresas
privadas de mucho prestigio o como funcionario público en distintos niveles, incluyendo el
ministerial. De estas últimas invitaciones, hemos únicamente aceptado, para enfado de nuestra
familia y cercanos amigos, aquellas que han sido compatibles con nuestra vocación y compromiso
de enseñar.

Sabemos bien, y además se nos recuerda con frecuencia, que la labor docente no es
precisamente la mejor remunerada. Sabemos bien que es fundamentalmente una labor de
sacrificio, y como dicen algunos, un apostolado de pobreza. Sin embargo, más de 25 años de
hacerlo nos han enseñado que uno se acostumbra a vivir de las satisfacciones que genera esta
noble labor.

En el segundo semestre del año 2005, tuvimos la oportunidad de colaborar como profesor
en una Maestría que se estaba ofreciendo en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la
USAC. Tuvimos un selecto grupo de estudiantes, profesionales de diversas especialidades.

Pues bien, al final del curso recibimos muchas manifestaciones de gratitud y de cariño de
parte de nuestros estudiantes. Sin embargo, dos meses después de terminado el curso, recibimos
una llamada de uno de ellos, que luego de insistir con nuestra secretaria, nos llamó directamente
para que le diéramos una audiencia breve de 5 minutos. Aunque teníamos compromisos a la hora
que él podía, le atendimos. Quizá fueron menos de 5 minutos, y nos dijo que venía, únicamente, a
darnos gracias por la dedicación que le habíamos puesto al curso, por las muchas cosas que había
aprendido; y, por la nueva forma como veía al mundo después de nuestras clases. Nos confesó
elPeriódico

categóricamente que a él no le gustaría ser profesor por lo sacrificado que es y por lo mal que se
gana, pero que sentía un gran cariño y respeto por aquellos que lo hacen.

Traté de explicarle, luego de agradecerle su gesto de aprecio, que eran precisamente


cosas como la que él estaba haciendo, las que nos sirven de alimento diario para seguir adelante.
Definitivamente, los maestros y maestras deben seguir adelante...Guatemala merece la
oportunidad de la educación y nosotros debemos siempre recordar que las profundas
satisfacciones que genera el contribuir a la educación, son precisamente el pan nuestro...

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