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De la humildad nace el amor El humilde no se averguenza de s ni se entristece, no conoce complejos de culpa ni mendiga autocompasin, no se perturba ni se encoleriza, ni devuelve bien

por mal, no se busca a s mismo sino que vive vuelto a los dems, es capaz de perdonar y cierra las puertas al rencor. Un da y otro el humilde aparece ante todas las miradas vestido de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza, suavidad y vigor, madurez y serenidad. Habita permanentemente en la morada de la paz y las aguas de sus lagos interiores nunca son agitadas por las olas de los intereses, ansiedades, pasiones ni temores. Las cuerdas de su corazn cantan como melodas favoritas los verbos desaparecer, desinstalarse, desapropiarse, desinteresarse. Al humilde le encanta vivir retirado en la regin del silencio y del anonimato. El humilde respeta todo, venera todo, no hay entre sus muros actitudes posesivas ni agresivas, no juzga, no presupone, nunca invade el santuario de las intenciones y su estilo es de alta cortesa. Da y noche se dedica el humilde a cavar sucesivas profundidades en el vaco de s mismo, a apagar las llamas de las satisfacciones, a cortar las mil cabezas de la vanidad y por eso siempre duerme en el lecho de la serenidad. Slo los humildes son libres, slo los humildes son felices.

Para el humilde no existe el ridculo, nunca el temor llama a su puerta, le tienen sin cuidado las opiniones ajenas, nunca la tristeza asoma a su ventana, para l vivir es como soar. Nada desde dentro, nada desde fuera, logra perturbar la paz del humilde y mira el mundo con los ojos limpios. Desprendido de s y de sus cosas, el humilde se lanza de cabeza en el seno profundo de la libertad, por eso, vaciado de s mismo, el humilde llega a vivir libre de todo temor, en la estabilidad emocional de quien est ms all de todo cambio. Slo los pobres y humildes son libres, slo los pobres y humildes son felices.

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