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He Gel
He Gel
ENSAYO
FILOSOFIA DEL DERECHO
“HEGEL”
El reconoce que en el derecho junto con la ética y el estado, existe una verdad de
antaño que es de carácter progresivo, en la cual la libertad juega un rol fundamental en el
sentido de que el aceptar las persuasiones externas sin objeción alguna porque es
públicamente aceptado es contrario a la libertad de las personas, ya que estas buscan y
crean en su pensamiento su libertad y fundamento ético.
Sin embargo, esta libertad que el hombre posee y determina a actuar, caen en una
constante contradicción, si únicamente posee valor efectivo para la conciencia esto
debido a que para Hegel, El hombre es libre, solo en la medida que discrepe de lo que es
reconocido y aceptado, de otra forma se pasa a un estado de alineación que se expresa
en la perdida de la capacidad de critica frente a los acontecimientos que pasan frente a
mis ojos sin poder analizarlos en su verdadera dimensión y contexto.
Sin embargo, y aquí radica una de las paradojas del pensamiento hegeliano, nadie
es libre en sí y separadamente, en solitario y asiladamente. La libertad requiere la
presencia de otros individuos conscientes de sí mismos. Uno es un “agente libre si es
reconocido como tal”. La libertad se realiza mediante normas impuestas de acuerdo
mutuo y recíproco, no como meras obligaciones de unos sobre otros.
Los actos de libertad, por otra parte aunque sólo surgen de acuerdo con principios
que los agentes consideran como suyos, no brotan espontáneamente o por el hecho de
ser justo, no por otros motivos o por satisfacer ciertos impulsos o meras convenciones
sociales. La moralidad añade una nueva dimensión. El derecho formal contiene
fundamentalmente prohibiciones. La acción jurídica, hablando en sentido estricto, sólo
tiene una determinación negativa con respecto a la voluntad de los demás. La moral, por
el contrario, la determinación de la voluntad propia en relación con la voluntad de los
demás tiene una relación positiva. En la moral es necesario tener en cuenta el “bienestar
de los otros” .
Al actuar por deber, al intervenir de acuerdo con la justicia y el bien (el bien es
considerado como la unión de moralidad (virtud) y la satisfacción personal), el juicio moral
se encuentra comprometido con la relación entre un principio “universal” y un caso
“particular”. Accede, mediante este proceso y en esta situación, a la esfera de la ética. No
existen reglas generales que permitan establecer estas relaciones. No existen estas
reglas porque lo particular es cambiante y distinto en cada uno de los modos de la
particularidad. Este paso está facilitado por la conciencia, que siempre es la conciencia de
un individuo particular y que es el modo según el cual cada agente juzga si es “cierto que
las razones que inspiran sus acciones son moralmente satisfactorias”. La conciencia
limita, por una parte, con lo universal del bien; por otra, con el sujeto singular. Esta
situación lleva consigo tensiones y conflictos. Para superarlos, para recurrir con éxito a la
conciencia, cada agente moral tiene que “aprender” a conducirse por sí mismo, tiene que
entrenarse en esta auto conducción. La guía para hacerlo, la luz para lograr semejante
habilidad, está constituida por “una cierta comunidad idealizada de agentes que estén
dotados, como él, de mente y espíritu, y con los cuales debe compartir la idealización de
los criterios de juicio” . Los juicios prácticos, por consiguiente, los juicios que orientan la
conciencia, requieren entrenamientos y ejercicios en el seno de las instituciones públicas
hasta que vayamos consiguiendo una habilidad, una virtud que nos permita orientarnos
por nosotros mismos en la vida social. Este ámbito formado por instituciones y prácticas
mediante las cuales aprendemos a conducirnos por nosotros mismos es lo que constituye
la “vida ética”. La dimensión ética, por consiguiente, requiere siempre la participación del
individuo singular. La conciencia mediante la que se asumen los actos particulares y se
aplican las normas es una conciencia individualizada, capaz de participar de la
universalidad.“ En la eticidad está el individuo de un modo eterno; su ser y su hacer
empíricos son absolutamente generales; ello es así porque lo que actúa no es lo
individual, sino que es el espíritu general y absoluto el que actúa en lo individual”
Hegel reconoce que existen tres institucionalizaciones modernas de la eticidad: La
familia, la sociedad civil y el Estado constitucional. Estas instituciones forman una
“totalidad” social, un espacio común en el que los individuos se orientan y realizan. Cada
una de ellas aporta sus propios elementos capaces de ir integrándose sucesivamente en
el resto de las instituciones.
. Esta expresión significa que las cosas, cuya realidad se halla contenida
íntegramente en los conceptos (idealismo), evolucionan constantemente por el juego de
las negaciones y oposiciones, por lo cual hay que concebir las cosas (y los conceptos)
como seres con vida propia. El despliegue de esta vida o evolución de las cosas es lo
mismo que el desarrollo de sus respectivos conceptos. Por tanto, los conceptos tienen
vida real y la comprensión de esa vida o evolución es la tarea de la razón por medio de la
lógica. Racionalidad y realidad, lógica e historia se confunden. La sustancia, que es el
sustrato y objeto de los cambios y del conocimiento de esos cambios, es al mismo tiempo
sujeto, o sea, es el agente que realiza lo cambios y el sujeto que los conoce.
Pues bien, este esquema general de su filosofía lo aplica Hegel a todos los
ámbitos de la realidad: ideas, cosas naturales y seres humanos. Pero los entes en los que
mejor podemos estudiar aquella identificación entre sustancia y sujeto son los seres
humanos, tanto considerados en sí mismos como en sus relaciones mutuas y en las obras
que realizan colectivamente. Es decir, el terreno privilegiado para desarrollar su filosofía,
su concepción de la sustancia como sujeto, lo encuentra Hegel en el ámbito de la realidad
denominado "espíritu". El espíritu es, según sus palabras, "lo absoluto"; "la esencia del
espíritu es formalmente la libertad"