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Acciones colectivas de consumidores

Fernando García Sais1

En febrero pasado, el Senador Jesús Murillo Karam del PRI presentó una iniciativa de
reforma al artículo 17 constitucional, a efecto de incorporar el siguiente párrafo: “Las
leyes regularán aquellas acciones y procedimientos para la protección adecuada de
derechos e intereses colectivos, así como medidas que permitan a los individuos su
organización para la defensa de los mismos.”

La idea fundamental del proyecto es que se reconozca a nivel constitucional la


existencia de derechos e intereses colectivos, así como medios jurídicos para hacerlos
valer, todo ello incluido en un mandato al legislador secundario para que emita las leyes
que garanticen el acceso colectivo a la justicia para la defensa de tales intereses y
derechos colectivos.

La utilidad de contar con acciones colectivas (al igual que en España, Costa Rica,
Uruguay, Chile, Venezuela, entre otros) es garantizar el derecho fundamental de acceso
a la justicia.

Una de las disciplinas que encuentra asilo en las acciones colectivas es el Derecho de
los Consumidores. También, por citar algunas, la de competencia económica, ambiental,
propiedad intelectual. Inclusive, sus beneficios podrían irradiar hasta el Juicio de
Amparo, con la superación de la “fórmula Otero”. Serán los golpes redoblados de la
jurisprudencia los que vengan a señalar las materias en las que hay derechos e intereses
colectivos.

En materia de consumidores, los beneficios de las acciones judiciales colectivas se


vislumbran claramente: en lugar de que una pluralidad (sin representatividad) de
consumidores vayan a la Profeco a interponer su queja, los tribunales federales estarán a
su servicio. Será una sola la acción colectiva y todos los consumidores afectados por
una práctica comercial ilícita se comprenderán en el pleito, sin necesidad de desplegar,
todos y cada uno de ellos, actividad procesal alguna. Todos se beneficiarán de la
sentencia dictada, salvo el consumidor que no quiera y que antes del dictado de la
sentencia definitiva, ejerza su derecho de salida (opting out). ¿Para qué exigir que todos
los afectados prueben lo mismo si, jurídicamente o de facto, comparten circunstancias
comunes?

La experiencia explica que los actuales medios procesales administrativos son


inadecuados e insuficientes para garantizar “de verdad” el derecho a la justicia. Es
sabido que la generalidad de los consumidores “no litiga” ante Profeco, que los
consumidores han adolecido de una representación a través de asociaciones de
consumidores (hoy afortunadamente tenemos a “Alconsumidor” y al “Poder del
Consumidor”) y, peor aún, que en los residuales casos que los consumidores llegan a
presentar ante la Profeco, ésta se ve notoriamente rebasada por la realidad jurídico-
comercial: solamente ha interpuesto tres acciones colectivas en la historia, cuando
podrían estarse ejercitando de manera muchísimo más nutrida.
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Catedrático de Derecho de los Consumidores en la Maestría de Derecho Administrativo y de la
Regulación del ITAM. fernando@garciasais.com.mx

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No debe perderse de vista la configuración de Profeco dentro del Poder Ejecutivo
Federal, lo que hace de aquél órgano un aparato político y un actor en la política
económico-social. Tales notas son impropias del Poder Judicial de la Federación. Debe
tenerse presente la notoria asimetría en la profesionalización entre un conciliador de
Profeco y un secretario proyectista de un juzgado federal. Una seria reforma al diseño
institucional de Profeco no vendría nada mal en estos momentos, nada mal.

La Ley Federal de Protección al Consumidor ha incorporado una serie “novedosa” de


derechos sustantivos, pero carentes de pólvora para hacerlos valer. Con ello, el sistema
jurídico no hace más que tolerar las trasgresiones a dichos derechos, con las respectivas
distorsiones de índole competencial.

El ciudadano de a pie ve en los actuales mecanismos individuales de acceso a la justicia


una instancia de desconfianza, conculcándose con ello los valores supremos de nuestro
régimen constitucional, social y democrático, en el que la visión individualista del
proceso y de las acciones, ya no tiene cabida.

Los paradigmas han cambiado y el Derecho debe ser consistente con ellos.

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