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EL SURREALISMO Y LA POLÍTICA

Por NICOLE SCHUSTER

A partir de 1850, en Francia, se independizó la literatura para


constituir un campo que adoptaría una posición distante para con
las instancias de poder y la sociedad. En consecuencia de lo
anterior, se formó una clase aristocrática literaria, que, en mi
opinión, encontró su máxima expresión en la literatura de la
“Anarquía de Derecha”, conocida igualmente como “anarquismo
libertario”. Esta corriente se oponía a las normas rígidas del
pensamiento y comportamiento y tiene raíces en la clase aristócrata
del Antiguo Régimen (Ancien Régime). Uno de sus máximos
representantes fue François Ferdinand Céline, el escritor francés
(1894-1961), al que se culpa hasta ahora de haber sido
supuestamente(1) fascista(2).

Aparte del surgimiento de la aristocracia literaria, la segunda parte


del siglo XIX fue testigo del nacimiento de una nueva clase de
profesionales, los “Intelectuales”, que se colocó al margen de la
literatura y de la universidad y que nació del debate surgido a partir
del famoso artículo de Zola, J’accuse(3), (Yo acuso), publicado en
respuesta a la condenación injusta de la que fue víctima el capitán
Alfred Dreyfus. Con ello, el campo sociopolítico se estaba volviendo
el área de intervención del intelectual, pero de este proceso de
interpelación quedaba excluido el escritor(4). A esos dos elementos

1
Muchos están en desacuerdo con el condenar a Céline por fascista, ya que en su
alocución “Homenaje a Zola”, fustigó el fascismo, así como las sociedades burguesas
y marxistas.
Ver http://fr.wikipedia.org/wiki/Louis-Ferdinand_C%C3%A9line#cite_note-31
2
Ver François Richard, Les anarchistes de droite, Editions Que sais-je ? PUF, Paris,
1991, pp. 5-11.
3
Émile Zola, J’accuse, Editions Mille et une Nuits, 2003.
4
Ver Benoît Denis, Littérature et engagement, Éditions Seuil, Paris, 2000.

1
se unió otro de suma importancia que impactaría en el devenir de
la literatura y en su rol en la sociedad: la Revolución Rusa de 1917,
que apenas consumada ocasionó una polémica alrededor de la
autonomía del Arte frente a la Revolución y se convirtió en la punta
de lanza del debate sobre el compromiso de la literatura para con
la política. Al igual de muchos otros campos, la literatura se
encontró arrastrada por los eventos políticos en un dilema
simbolizado por la dicotomía derecha/izquierda o compromiso/no
compromiso que generó la posición radical de los comunistas rusos
en esa época de transición hacia el socialismo. La Revolución Rusa
ejercía una cierta fascinación sobre los franceses que veían en ella
la continuación de la Revolución francesa de 1789 y equiparaban
las figuras de Lenin y Trotsky a Robespierre, Saint Just o Danton(5).
Lo anterior se debe a que Europa carecía de ideales: en el albor del
siglo veinte, países como Francia y Alemania enfrentaban una crisis
moral e intelectual, una desilusión sin precedentes frente a la
guerra sangrienta que se tradujo en la muerte de millones de
civiles, artistas... Por lo tanto, el fenómeno ruso resultó oportuno
para muchos al brindar la esperanza de un mundo sin clases y un
anhelo de libertad.

Originado por la conjunción de los factores antes mencionados, se


creó el movimiento surrealista francés encabezado por André
Breton y Louis Aragon(6). Al inicio, fue intermediado por la corriente
Dada, fundada en Zúrich por un grupo liderado por el rumano
Tristan Tzara y que agrupaba jóvenes sedientos de un mundo
nuevo y no obstante nihilistas a la vez (“Dada contra .... Dada” era
su lema). El dadaísmo no perduró, por cuanto no supo dar el salto
cualitativo que le hubiera permitido superar la fase de

5
Ibid.
6
Ver Henri Béhar, Le surréalisme, Editions LFG, 1992.

2
provocaciones a la que había recurrido inicialmente a fin de atraer
la atención sobre su causa. Su incapacidad de instaurar un proyecto
revolucionario concreto lo llevó prontamente a la disolución.
El espíritu que reinaba en esos años de desengaño se caracterizaba
en los círculos artísticos e intelectuales por una tendencia al
Universalismo y al Internacionalismo. Un sentimiento de rebeldía
contra la sociedad burguesa y el racionalismo animaba a
numerosos grupos. Es en ese marco que los surrealistas, y
particularmente Breton, se interesaban por el Inconsciente, que iba
contra la razón y el espíritu cientista que tanto castraban la
creación artística. Breton fue notablemente influenciado por la
teoría de Freud sobre los sueños y el campo onírico devino en un
tema recurrente en las obras surrealistas.
Es conforme a este “Espíritu del tiempo” que, en su obra
“Manifiestos del surrealismo”( 7), Breton presenta a la literatura como
anti-institucional y anti-literaria. A pesar de su actitud
revolucionaria, pues los surrealistas hablaban de hacer “explotar la
escritura”, el surrealismo literario, en una primera etapa, no estaba
abierto a la dimensión política. Si bien los vanguardistas
consideraban que la literatura surrealista contenía en sí un grado
de “revolucionalidad”( 8), o sea, una cierta potencialidad
revolucionaria caracterizada por su ruptura con las formas
artísticas anteriores, no aceptaban que se transformara en una
literatura del compromiso. Paradójicamente, el concepto de
“revolucionalidad” inherente al surrealismo inducía al
establecimiento de un paralelismo entre la Revolución rusa y la
literatura surrealista. Ello dio paso a una segunda etapa que se
tradujo por el hecho que el movimiento surrealista tomara partido
por la Revolución y los comunistas en nombre de:

7
Ver André Breton, Manifestes du Surréalisme, Editions Folio, Paris, 1985.
8
En francés, “révolucionalité”

3
la homología de estructura que une la posición de ruptura
estética del artista vanguardia con la del revolucionario en
política( 9).

Los surrealistas esperaban que los comunistas les otorgaran un rol


de representación de la Revolución en la literatura sin que ésta
perdiera su autonomía. Pero para los comunistas, tal posición era
inaceptable dado que la visión totalizadora que tenían del mundo
les hacía percibir la literatura como otro medio al servicio de la
Revolución y no como un fin en sí. Por lo tanto, no aceptaron
conceder parte de la responsabilidad a un grupo que no fuera
enteramente entregado a la causa revolucionaria. Desde entonces,
los comunistas consideraron a los surrealistas como diletantes
burgueses, representantes del Arte por el Arte, mientras que los
surrealistas no concebían una participación en la Revolución que
inmolara la independencia de la literatura en el altar del Partido.
Breton se separó del Partido en 1935 a causa de esas posiciones
incompatibles. Aborrecía la idea de un arte para “las masas” y de
una literatura oficialmente sometida al Partido. Esas disputas
generaron fuertes cuestionamientos en cuanto al principio de
“revolucionalidad” de la literatura surrealista. Es Trotsky quien
dará una salida a la crisis existencial del movimiento surrealista. Su
teoría de la “revolución permanente”(10), el rol que concedía a la
actividad poética, al Arte y a los sueños y su crítica a Stalin fueron
decisivos en el giro que dio Breton para con el comunismo. Trostky
aseveró que:

9
Ver Benoît Denis, Littérature et engagement, op.cit.
10
Ver Léon Trotsky, La Révolution Permanente, Editions de Minuit, Paris, 1963.

4
“El partido no puede tener, en las cuestiones artísticas, un rol
dirigente como en la política: lo máximo que se le puede exigir
es seguir el desarrollo de las diferentes disciplinas artísticas,
velar por sus posibilidades de expresión, alentar a través de
su crítica las corrientes que le parecen ‘progresistas’ “. “El arte
debe forjar su propio camino. Sus métodos no son los métodos
del marxismo”( 11).

Trotsky ambicionaba originar un arte “abierto” que “sea exento de


las querellas de los círculos”( 12) cerrados, lo que incitó Breton a que
se adhiriese a la ideología trotskista y no apareciese como un
traidor a la causa comunista. Pero la insistencia de Breton en
guardar “la línea pura” del surrealismo llevaría sus amigos a
rechazar su intolerancia doctrinal y a apartarse progresivamente de
él. La separación más notaria fue la provocada por Aragon, que
simbolizaría el dilema entre la línea surrealista, como la que quería
perpetuar Breton, y la de los comunistas. El compromiso hacia la
revolución rusa de Aragon fue tal que este último se convirtió en
uno de los representantes de la literatura oficial del partido
comunista( 13), una opción que el Partido consideraba ventajosa
puesto que Aragon era un personaje bastante apreciado en los
círculos intelectuales. En la ola de deserción que sufrió la línea
“pura” de Breton estaba comprendido Paul Eluard, aunque, en su
caso, ser miembro del partido comunista no significó que
sometiera su escritura a la causa del comunismo, como sucedió con
Aragon. Siendo un poeta del mundo y de los hombres, en los cuales
creía a pesar de la política belicista y de la carnicería que aquella

11
Ver Pierre Broué, Trotsky, Editions Fayard, 1988. En la misma obra puesta en
Internet, se puede leer esta declaración en la página 258.
12
Ibid., p.259.
13
Ver Les engagements d'Aragon. Itinéraires et Conta, Editions L’Harmattan, Paris,
2000.

5
generó en la primera parte del siglo veinte, Eluard se realizaba más
en su poesía cuando se hacía el portavoz de la mujer, objeto de
adoración entre los surrealistas( 14), y de la vida, cuyos horizontes le
eran revelados por la mujer(15).
A diferencia de Eluard, Aragon permanecerá, con todo su talento y
la admiración que suscitaba, una persona muy controvertida en
razón del papel de escribano del Partido comunista que asumió. Su
enfrentamiento con Breton no pudo tampoco llevarlo a zanjar la
cuestión del “sentido de la literatura” y a definir el grado de
compromiso al cual ésta podía acceder sin tener que sacrificar su
autonomía. Pero sí demostró que la poesía, como se expresó en la
literatura de resistencia con Eluard, Ponce y otros, podía
comprometerse.
El movimiento surrealista, cuya existencia fue amenazada cuando
estalló la segunda guerra mundial, desapareció oficialmente en los
años sesenta. Sin embargo, su influencia todavía se hace sentir en
el campo de las artes.

14
Ver por ejemplo, Louis Aragon, Les yeux d’Elsa, Editions Seghers, Paris, 1996.
15
Ver Paul Éluard, Poésies, Editions Hatier, 1996.

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