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Premio Nacional de Crítica

DÉBOARA ARANGO, FUNDADORA DEL ARTE MODERNO EN COLOMBIA

Félix M. M.

ENSAYO LARGO

1
Sé que considerar a Débora Arango (1907-2005) la fundadora del arte moderno en nuestro

país es una apreciación arriesgada, que va a contra corriente con lo que se ha dicho y escrito

en la historia del arte colombiano. De hecho no es aventurado afirmar que se trata de una

artista para muchos inexistente. Llama la atención la constante omisión de su nombre en

libros de referencia, por ejemplo. La segunda edición del Diccionario de Artistas Plásticos

en Colombia de Carmen Ortega Ricaurte la suprimió. El libro de Casimiro Engel titulado

Crónicas del arte Colombiano la menciona sólo incidentalmente1. No fue invitada a

participar en la exposición Pintoras colombianas o Residentes en Colombia, organizada por

Marta Traba en 1959. Tampoco aparece en la Historia Abierta del Arte Colombiano

publicada por la misma Marta Traba en 1974 2. Ni siquiera se le menciona en Historia del

Arte Colombiano de Manuel Salvat, siete volúmenes que abarcan desde la prehistoria hasta

1978. En 1975 la Biblioteca Piloto de Medellín expuso cien obras suyas sin que el suceso

llamara la atención de los medios o la crítica. Casi una década después, en 1984, la

Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá organizó la muestra Débora Arango:

Retrospectiva (1937-1984). Era su primera gran exposición pero no por eso su momento de

gloria. De hecho, podemos mencionar algunas omisiones posteriores bastante significativas.

En 1995 el Ministerio de Relaciones Exteriores consideró inapropiado incluir cuadros de

1 La menciona con motivo del I Salón de Arte Femenino realizado en el Museo Nacional en 1951. Cito:

"Las organizadoras del certamen mezclaron obras de las verdaderas artistas con las de todas las
distinguidas damas residentes en Bogotá que dedican algunos momentos de su ocio a la decoración o a
la acuarela [...] Esta aparente liberalidad alejó de la exposición a varias de las artistas más serias que
militan en las diversas corrientes del arte colombiano [...] Así no hemos encontrado en el catálogo los
nombres de Alicia Cajiao, Cecilia Aya, Lucy Tejada, Sofía Urrutia, Fanny y Débora Arango".

2Traba, pesar de ser una de las mejores y más lúcidas críticas de arte latinoamericana, nunca se sintió
atraída hacia la obra de Arango.

2
Débora Arango en la muestra de pintura colombiana que fue enviada al Festival de Biarritz

en Francia. Según el Ministro, la pintura de Arango transmitía una imagen negativa del

país. La exposición Mujeres Artistas Latinoamericanas (1915-1995) itinerante por algunos

museos de Estados Unidos, tampoco tuvo en cuenta su nombre. Al año siguiente se publicó

en Madrid Arte Latinoamericano del Siglo XX de Edward Sullivan, libro que no la

menciona, y sin embargo reseña a varios de sus contemporáneos: Pedro Nel Gómez,

Ignacio Gómez Jaramillo, Luis Alberto Acuña, Alipio Jaramillo, Carlos Correa y Gonzalo

Ariza.

A pesar de que el interés por la obra de Débora Arango ha revivido en las dos

últimas décadas, aún no se le ha estudiado con el suficiente empeño. Todavía no se le

reconoce su lugar en la historia del arte latinoamericano, ni mucho menos en la historia del

desnudo en Occidente. Es pertinente señalar que son pocas las mujeres que en el pasado

tuvieron acceso al desnudo como forma de arte y que en la época de Arango sólo otras dos

mujeres en Latinoamérica lo cultivaron: la mexicana Frida Kalho (1907-1954) y la

uruguaya Ofelia Echagüe Vera (1904-1987). En Norte América pintó en esos años una

bella serie de desnudos femeninos Georgia O`keeffe (1887-1986), que serían la bese de sus

sensuales representaciones del paisaje. Pero, por lo general, las mujeres se dedicaban a lo

que se suponía era su campo: bodegones y retratos.

La carrera pública de Débora Arango comienza en la exposición organizada por el

Club Unión de Medellín en 19393. Las crónicas de la época cuentan que al evento se

3En 1937 expuso por primera vez en Medellín junto con otras seis alumnas de Pedro Nel Gómez, pero
esta muestra tuvo un cariz marcadamente local.

3
presentaron 74 obras, algunas firmadas por artistas que contaban ya con una excelente

reputación en el panorama nacional como Ignacio Gómez Jaramillo (1910-1970) y Eladio

Vélez (1897-1967), este último su antiguo maestro. En esa ocasión Arango presentó cuatro

obras a concurso, dos de ellas desnudos: La Amiga y Catarina de la Rosa. Un hecho sin

precedentes en nuestro país.

Después de mucho deliberar, el primer premio sería otorgado a Débora, y no

precisamente por un desnudo, sino todo lo contrario, por su obra Hermanas de la Caridad.

Lo que en principio parecía un fallo sin discusión pronto se convirtió en polémica. La

prensa conservadora, que representaba el pensamiento y la moral de la mayor parte del país,

no le perdonaba la osadía de haber desnudado el cuerpo de la mujer colombiana, hasta ese

momento tan púdicamente retratado. Entre los pintores tampoco fue bien recibida la

decisión de los jurados. Curiosamente uno de los participantes que se atrevió a imputar el

fallo fue su propio maestro: Eladio Vélez. A partir de entonces surgen detractores de la

artista que la acusan de inmoral e incluso de antiestética. Del episodio nos queda un

generoso archivo de notas de prensa, además del testimonio de la misma pintora una y otra

vez interrogada al respecto.

Entre más leía yo sobre la polémica que se entabló entre los periódicos

conservadores, detractores de Arango, y los periódicos liberales, claramente a favor, más

desproporcionadas me parecían las reacciones a los desnudos, incluso teniendo en cuenta

las fechas y el contexto socio-político del país: finales de los años treintas, inicios de los

cuarentas, presidencia de Eduardo Santos. Desde luego, reconozco que mi punto de vista es

el de un observador del sigo XXI acostumbrado por el cine, la televisión, la publicidad y el

4
mismo arte, a ver el cuerpo desnudo sin que resulte especialmente llamativo. En nuestro

siglo escandalizar es una tarea casi imposible para el artista en Occidente. Y aunque

sorprenda, vale la pena recordar que el más escandaloso y revolucionario testimonio de la

desnudez en el arte lo encontramos en un cuadro del siglo XIX: El origen del Mundo

(1866) de Gustave Courbet. En él vemos representado al óleo, con crudo realismo, un

acercamiento a las piernas abiertas de una mujer, su sexo velludo en primer plano,

acompañado apenas por un pedazo de tronco en el que alcanzamos a ver el seno derecho.

Por las dimensiones del cuadro (55x46cm) y el punto de vista en el que fue realizado, el

observador no puede desviar la mirada del pubis frondoso que desemboca en el clítoris y

que finalmente se pierde en la línea de las nalgas.

El Origen del Mundo permaneció en el anonimato durante más de un siglo fiel a la

intención tanto de su pintor, como de sus sucesivos propietarios (el último de ellos Jacques

Lacan), que lo consideraron una obra para la contemplación privada. Cuando en 1977 se

hizo la primera gran retrospectiva de Courbet los comisarios de la exposición prefirieron no

incluirlo en la muestra a pesar de ya estar disponible. En 1988 sería expuesto por primera

vez ante el gran público en Nueva York causando enérgicas reacciones. El cuadro de

Courbet es revolucionario por dos razones: la primera, por el sacrilegio del título que

humaniza la creación relacionándola con la biología, y la segunda, por su atrevimiento de

poner en una pintura el clítoris y el orificio de la vagina, nunca antes retratados. Desde

1995 el cuadro se encuentra colgado en el Museo de Orsay en Paris, y se le considera parte

indiscutible de la historia del arte.

5
Courbet: El Origen del Mundo. Arango: Fragmento desnudo.

Algunos de los desnudos de Arango, bastante menos académicos, coinciden con El

origen del Mundo de Courbet en la representación del bello público y la presentación

fragmentada del cuerpo que le confiera a la figura misterio y universalidad. Y aunque sus

detractores la acusaron de inspirar con sus cuadros “las más bajas pasiones”, ella negó

rotundamente que hubiese tenido alguna intención erótica al pintarlos. Fue esto lo que me

llevó a pensar que tal vez no había sido el desnudo en sí mismo lo que más había

incomodado a la conservadora nación colombiana. Quizás ni siquiera fue tan relevante el

hecho de que el autor fuera mujer.

En la antigüedad el desnudo inspiraría obras excelsas y su ejecución sería desde

siempre sinónimo de maestría en el arte. El Renacimiento está poblado de cuerpos

desnudos, el Barroco aún más, incluso en la iconografía religiosa clásica o popular se

representan cuerpos humanos al natural, sin que escandalicen a nadie. Busqué desnudos en

los movimientos y figuras más cercanos a la pintora colombiana y los encontré en

abundancia. Desde el Impresionismo hasta el Expresionismo los pintores habían recreado el

cuerpo desnudo de la mujer con deleite. Grandes nombres del siglo XX, que ya debían

6
conocerse en Colombia para entonces, lo hicieron antes que ella: Picasso y Matisse. Incluso

Pedro Nel Gómez, su maestro, había pintado desnudos en murales públicos. No olvidemos

que según el testimonio de la misma Arango fue este pintor quien siendo su maestro la

animó a incursionar en esta forma de arte. El hecho de que fuera una mujer la autora de los

desnudos ayudó a la polémica, pero no creo que haya sido el motivo principal. La clave la

encontré en una crítica publicada en el periódico El Siglo de Bogotá el 15 de enero de 1943

bajo el título de Las acuarelas infames :

“Pero los desnudos de doña Débora Arango no son artísticos, ni mucho


menos. Están hechos ex profeso para representar las más viles de las
pasiones lujuriosas. [...] Es la simple y llana verdad de una arte que se
dedica, como los afiches cinematográficos, a halagar perturbadores
instintos sexuales... en las acuarelas de la dibujante antioqueña, se
ostenta un marcado sentido lujurioso y un sentimiento de subversión
social, de los mejores valores morales.”

Según Gombrich en su libro La Historia del Arte “no existe mayor obstáculo para

gozar de las grandes obras de arte que nuestra repugnancia a despojarnos de costumbres y

prejuicios.” Y, además: “cuanto más frecuentemente hemos visto aparecer un tema en arte,

tanto más seguros estamos de que tiene que representarse siempre de manera análoga.” Por

lo tanto, condenar la obra de Arango era, por decirlo de algún modo, la forma natural de

proceder. Lo contario suponía el terrible esfuerzo de despojarse de “costumbres y

prejuicios”, y, además, apreciar una obra de arte en apariencia incorrectamente dibujada. El

reto para los contemporáneos de Débora Arango era enorme, lo sigue siendo aún hoy para

nosotros. ¿Cómo aceptar sin rechistar a una pintora que desenmascaraba la postura

hipócrita de una sociedad que insistía en hacerse de la vista gorda ante temas como la

prostitución? Y si a esta osadía le sumamos su desparpajo al renegar de las formas clásicas

7
para encontrar una expresión personal, a veces incluso con formas grotescas ¿qué puede

resultar sino un rechazo?

Existe la idea equivocada de que el cuerpo humano desnudo es en sí mismo fuente

de gozo estético. Nada más alejado de la realidad. El articulista acusa a Débora Arango de

pintar desnudos que “no son artísticos”. Por lo tanto la principal acusación, y la que me

interesa abordar por estar todavía vigente, es de orden estético. Cualquiera que haya visto el

cuerpo desnudo de otro ser humano sabe que la sola desnudes no hace que un cuerpo sea

bello, por lo tanto su transposición al lienzo no resultará en una obra necesariamente bella.

El ideal de belleza en el que nos educados dista mucho de lo que la mayoría de los seres

humanos somos físicamente. No en balde se dice que somos bellos en comparación con, y

no en nosotros mismos. Solemos ser bastante menos exigentes cuando comparamos las

representaciones de la naturaleza. Por ejemplo, un árbol de la misma especie puede ser

pintado de maneras radicalmente distintas, o en etapas diferentes de su ciclo vital: en plena

exuberancia o moribundo, y siempre nos puede resultar bello. Esto no ocurre con los

cuadros, o las fotografías, que enseñan el cuerpo humano al natural, donde preferimos las

figuras esbeltas de las jóvenes modelos a aquellas en las que se retratan muchachas

normales con sus adiposidades y curvas pronunciadas (esto sin mencionar lo incómoda que

puede resultar la contemplación de cuerpos viejos o maltratados). Es un hecho.

Interrogada en 1939 al respecto de la moral de sus cuadros la joven pintora Débora

Arango hizo la siguiente declaración: “El arte es completamente independiente de la moral:

por eso pinto paisajes de carne.” De aquí que podamos afirmar que ella, católica de misa y

rosario, nunca se propuso escandalizar a nadie.

8
La polémica alrededor de la presentación de los desnudos de Débora Arango se

mantuvo viva durante algunos años para finalmente desembocar en un silencio de décadas.

La sociedad colombiana no la comprendió. Sus colegas ni la comprendieron ni la

respaldaron. Sin embargo, estábamos ante la verdadera fundadora del arte moderno en

Colombia, una pintora sin género ni par, muy por encima de sus contemporáneos. La

historia de su condena moral me hace recordar la célebre sátira de Jonathan Swift: "Cuando

un verdadero genio aparece en el mundo, lo reconoceréis por este signo: todos los necios se

conjuran contra él".

En diciembre de 2005, después de la muerte de Débora Arango, los medio

recogieron reacciones de algunas destacadas figuras colombianas del mundo del arte. Una

de las más citadas es la del crítico e historiador Germán Rubiano: "La obra de Débora

Arango es especialmente significativa por su descarnada visión de la realidad colombiana

en un momento en que los artistas estaban interesados en los problemas sociales del país,

pero no de una forma tan crítica ni incisiva como ella. Fue una expresionista que no era

buena dibujante ni buena pintora, pero su carácter aguerrido y beligerante la salva.”

Rubiano nunca fue un detractor de la obra de Arango, por el contrario, fue organizador de

una de las primeras retrospectivas de la artista y es autor de lúcidos ensayos en los que sale

muy bien librada la pintora. En su trabajo Arte Moderno en Colombia: De Comienzos de

siglo a las Manifestaciones Más Recientes4, Rubiano afirma que a la Generación

Nacionalista, grupo al que pertenece Débora Arango, le debemos la fundación del Arte

Moderno en nuestro país. Y se detiene a poner de relieve: “los óleos y las acuarelas de

4El ensayo puede consultase en la siguiente dirección:


http://www.colombialink.com/01_INDEX/index_artes_01.html

9
Débora Arango plenamente reivindicada después de su retrospectiva de 1984 en los

que aborda algunos temas sociales y políticos que nadie en el país había presentado con

tanta crudeza: figuras y escenas prostibularias, maternidades grotescas, monjas

caricaturescas y retratos muy distorsionados de políticos conocidos.”

Pero ¿por qué afirma Rubiano que Arango no era buena dibujante ni pintora? Yo

creo que el debate que la afirmación del crítico abre tiene que ver con una lectura de la

intencionalidad en la obra de Arango. ¿Sus cuadros, acuarelas y dibujos fueron creados

intencionalmente con características que los afean o desfiguran? O ¿Arango pintaba de esa

manera tan extraña, a veces incluso grotesca, porque no era capaz de pintar de otra forma?

¿Pretendía lo bello y el resultado era poco satisfactorio? Dejemos que sea la misma pintora

quien nos responda a estas cuestiones: “Yo sentía algo que no acertaba a explicar. Quería

no solo adquirir la habilidad necesaria para reproducir fielmente un modelo o un tema

cualquiera, sino que anhelaba también crear, combinar; soñaba con realizar una obra que no

estuviese limitada a la inerte exactitud fotográfica de la escuela clásica.5”

Durante la Edad Media no existía ese problema de intencionalidad: el pintor era un

reproductor de la belleza divina y un productor como cualquier artesano. El Renacimiento

planteó otra cuestión: “Cuando la obra se iguala al conocimiento y al juicio del pintor, es un

mal signo”, sentenció Leonardo Da Vinci. Goethe arrojaría una nueva luz sobre el tema:

“Ninguna obra de genio puede ser liberada o mejorada de sus defectos”. De esta manera, el

siglo XIX abría, con su nueva forma de pensamiento, la puerta al que hoy conocemos como

5Citado en: Paganismo, denuncia y Sátira en Débora Arango, Santiago Londoño, Boletín Cultural y
Bibliográfico. Número 4. Volumen XXII, Bogotá, 1985.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti3/bol4/pagani.htm

10
Arte Moderno.

El cuadro Desnudo Azul de Henrry Matisse (1869-1954), es considerado, junto con

Las Señoritas de Avignon de Pablo Picasso (1881-1973), el punto de partida del arte

moderno del siglo XX ambos cuadros fueron pintados en 1907, y se dice que el del

español surgió como reacción al del francés. El lienzo de Matisse, antiacadémico,

pintado con trazos gruesos, que se niegan al detalle, me recuerda algunos desnudos de

Arango. La mujer representada por Matisse es sencillamente fea, lo que nos parece natural

cuando sabemos que la intención del pintor no era sólo la de repudiar el academicismo,

como también confrontar la doctrina de belleza hasta entonces aceptada. El cuadro aunque

rompe con algunos preceptos del arte del siglo XIX en el uso del color, la línea, y la

tergiversación de la figura, también encarna algunos rasgos convencionales de la pintura de

ese siglo: la mujer desnuda u “odalisca” recostada en un oasis (escenario oriental que

sugiere el harén o la prostitución)6, había sido tema recurrente de la pintura occidental

colonial. La técnica, en cambio, es tosca, casi primitiva, lo que facilita el énfasis en las

deformidades del cuerpo de la modelo. La posición incómoda, podíamos decir, imposible,

en la que es presentado el cuerpo rompe con la postura odalisca clásica. Las connotaciones

sexuales inherentes al tema pierden por completo su peso gracias a la combinación de la

técnica con la postura.

6Este tema, de matices colonialistas, era recurrente en los salones de artistas de la época. Delacroix,
Ingres, Leconte y Dinet, entre otros, también lo habían representado.

11
Matisse: Desnudo Azul.

Arango: desnudo.

El desnudo de Matisse se presentó, tres décadas antes que los de Arango, en el

“Salon des indepéndants”, de Paris en 1907, y, sin embargo, no generó ningún tipo de

polémica de carácter moral. La crítica consideró el cuadro en su aspecto estético. Louis

Vauxcelles escribió a propósito de la presentación de Desnudo Azul: “Se trata de una mujer

12
desnuda, fea, tumbada sobre una hierba oscura”. Y Matisse interrogado al respecto treinta

años después diría: “Si yo me encontrara con una mujer como esta en la calle, echaría a

correr despavorido. Yo no creo una mujer, yo hago una imagen.”7 Ante una pregunta

semejante la respuesta de Arango es directa y nada naif: “Yo creo que el pintor no es un

retratista al detalle. Cuando se pinta, hay que darle humanidad a la pintura. Si no fuera así,

estaríamos haciéndole competencia a los fotógrafos... un cuerpo puede no ser bello, pero es

natural, es humano, es real, con sus defectos y deficiencias.8Débora se sentía atraída hacia

temas que no habían sido representados en la pintura colombiana: prostitutas, borrachos,

peleas callejeras, incluso se conserva un boceto titulado Violación.

La relación entre el cuadro de Matisse y algunos desnudos de Arango pintados en la

década de los cuarentas es asombrosa. Las mujeres de Arango no suelen ser bellas, algunas

incluso son ostensiblemente feas, gordas y mayores. Un excelente ejemplo, y quizás uno de

sus cuadros más interesantes, es el titulado Desnudo Contemporáneo. En él Arango

subvierte no sólo los cánones de la belleza y la técnica, como también los de la perspectiva,

dejándonos a los espectadores ante una imagen simplemente imposible. Otra vez, como en

el Desnudo Azul de Matisse, una línea negra y gruesa define los contornos de la figura. La

mujer está recostada boca abajo, su cuerpo, es completamente deforme y asimétrico. La

posición oculta, cosa rara en la obra de Arango, la identidad de la modelo. Desde luego en

este cuadro se hace patente una de las principales características del arte moderno: la

representación voluntaria y deliberada de una realidad deformada.

7 HARRISON, Charles, Primitivismo, Cubismo y Abstracción: los primeros años del siglo XX, Ediciones Akal,
Madrid, 1998.
8 Citado en Museo de Arte Moderno de Medellín, Débora Arango, exposición retrospectiva 1937-1984.

13
Nel Gómez: Guiliana Scalaberni Frente al Espejo. Bonnard: El Aseo.

Arango: Desnudo Contenporáneo.

14
En el ámbito nacional, si comparamos, por ejemplo, Desnudo Contemporáneo, con

Guiliana Scalaberni frente al espejo, otro desnudo pintado en los años cuarentas por Pedro

Nel Gómez, no podemos dejar de notar el peso de la academia en Gómez, frente a la

libertad de expresión en Arango. Yo creo que esto se debe a que Arango no sentía

necesidad de demostrar sus dotes de dibujante, en cambio Gómez se distinguió por su

inpecable manejo de la figura y la técnica. ¿Conocía Nel Gómez El Aseo (1907) de

Bonnard? A juzgsar por las similitudes tanto en la ejecución como en el tema yo diría que

sí.

Algo similar ocurre cuando comparamos las maternidades de Débora Arango con

las de Pedro Nel Gómez. Mientras el pintor resalta el lado dulce y enternecedor a través de

su impecable factura, la pintora se decanta por figuras chocantes, representadas con trazos

enérgicos, que denuncian la violencia del parto y la indiferencia de la sociedad.9Vale la

pena resaltar aquí que el mayor aporte de Nel Gómez al arte colombiano lo hizo en su

faceta de muralista, campo en el que también fue sensurado.10

9 Madonna del silencio fue pintado después de que su autora presenciara el parto sin asistencia médica
de una mujer pobre en un albergue.
10 En 1946, con el partido Conservador en el poder, se recrudeció la censura en Colombia. Cubrieron los

murales que Pedro Nel Gómez pintó para la Alcaldía de Medellín so pretexto de su inmoralidad. Igual
suerte corrieron los trabajos murales de Ignacio Gómez Jaramillo en el Capitolio Nacional y los paneles
de Alipio Jaramillo en la Nacional.

15
Arango: Madonna del silencio. Nel Gómez: Maternidad.

En 1997 el crítico y poeta Álvaro Medina rebautizó a la generación de Débora

Arango La generación perdida, pues, según él, una combinación de hechos desafortunados

la relegó al ostracismo durante décadas. Y ante la inevitable pregunta de qué la llevó al

olvido, Álvaro Medina no vacila en responder: “su búsqueda de cambio, en un país

conservador, produjo un choque natural. Otra razón fue la crisis económica que les tocó

vivir: el mercado de arte en Colombia casi no existía y a ellos les tocó debatirse entre vivir

del arte o dedicarse a otras actividades. La tercera causa es política, en su mayoría era gente

de izquierda con planteamientos políticos y sociales claros. En 1946, con el Partido

Conservador en el poder, comenzaron a sufrir la censura. Y por último, hay que decirlo con

objetividad, la crítica de arte Marta Traba los fustigó con ahínco, lo que hizo pensar que

esta generación no valía nada.”11 Medina se refiere aquí al ensayo de Traba titulado El

11Diario El Tiempo, Apareció la Generación Perdida, sección Cultura y entretenimiento, Bogotá, 23


noviembre de 1997.

16
Descompromiso de América Latina en el que la crítica argentina arremete contra el

movimiento muralista antioqueño encabezado por Nel Gómez, acusándolo de falta de “falta

de sensibilidad, buen gusto y capacidad creadora”. Ni si quiera en esta ocasión Marta Traba

se detendría en el nombre de Débora Arango.

Arango: Montañas.

O´Keeffe: Las Montañas Nuevo México.

17
Otro aspecto que no puedo dejar de lado en mi consideración de Débora Arango

como fundadora del arte moderno colombiano es su manifiesto interés por los temas

sociales y políticos: prostitución, injusticia, desigualdad y pobreza. En esto también encarna

una ruptura radical, pues a pesar de la tradición paisajística de la pintura colombiana ella

centra su atención en la figura humana y sus circunstancias. No sin alguna ironía la artista

titula uno de sus primeros desnudos Montañas (Acuarela sobre papel, 1940).

En Montañas observamos una mujer joven colocada en formato de paisaje.

Recostada boca arriba, tiene las rodillas dobladas. Su cuerpo, como las montañas, describe

curvas de distintas alturas. La luz extinguiéndose, apenas visible entre los picos de las

montañas, le confiere a su piel blanca una tonalidad tostada. El ambiente del cuadro es de

ensoñación, recrea un mundo irreal, imaginario, onírico. La modelo no es una campesina,

no pertenece al contexto, tres elementos nos lo indican: las uñas largas y barnizadas con un

elegante rojo; el cabello peinado a la moda de las mujeres de sociedad de la época; y la

sábana blanca con almohada que casi impide por completo el contacto directo del cuerpo

con la tierra. Fijémonos en las esquinas inferiores de la acuarela. Allí el trazo cambia

radicalmente. El suelo pasa de ser representado con un trazo diluido que nos da la

impresión de terreno plano y lizo, a unas pinceladas enérgicas que en lugar de dar

continuidad a lo plano resbalan insinuando una caída. La mujer pareciera estar al borde de

una cama. La posición de los brazos, la mano derecha que se acerca a la boca, el brazo

izquierda que cae hacia atrás, nos muestran a la protagonista en el momento de despertar.

Ella regresa del sueño, se despereza, todavía no abre los ojos. El espectador es testigo de un

instante precioso, a medio camino entre el sueño y la vigilia, las montañas están a punto de

desaparecer, quizás al abrir los ojos incluso la modela esté vestida.

18
En cuadros de marcado contenido político el recurso de expresión es otro muy

distinto. A Arango no le basta con subvertir las perspectiva. La figuración adquiere matices

caricaturescos. Los seres humanos se animalizan, por decirlo de algún modo. Tal es el caso

de cuadros como Junta Militar, La República o La salida de Laureano. Tomemos por

ejemplo este último. Laureano Gómez (1899-1965) fue elegido Presidente de la República

luego de que su único detractor en las urnas, Darío Echandía, retirara su candidatura para

denunciar que no existían garantías de seguridad para él o su partido. La coyuntura política

no podía ser más delicada. El 9 de abril de 1948 asesinaron al líder político y candidato por

el partido Liberal: Jorge Eliecer Gaitán (1898-1948). Hecho que desencadenaría una

violenta reacción popular que pasó a la historia de nuestro país como El Bogotazo. Gaitán

fue un reconocido admirador y simpatizante de Débora Arango, llegándole a organizar una

exposición en Bogotá mientras era Ministro de Educación a principio de los cuarentas (ella

siempre le estuvo agradecida y después de su muerte pintó un cuadro para mostrar su

repudio y dolor). Pero las consecuencias del magnicidio de Gaitán irían a atravesar todo el

país, extendiendo los tentáculos de una violencia bipartidista hasta 1960. Tal fue el

contexto socio-político en el que subió al poder Laureano Gómez. Su gobierno, de tintes

fascistas y ultraconservador, estuvo marcado por la reiterada violación de los derechos

humanos y se relaciona con numerosos asesinatos y desapariciones de liberales y

opositores.

El Cuadro de Arango, en el que el político conservador es representado como un

animalillo moribundo que sale de escena arrastrado en una camilla, sintetiza dos episodios

importantes de su gobierno: el ataque cardiaco que sufre en 1951, obligándolo a ceder el

poder momentáneamente a Roberto Urdaneta Arbeláez, y el golpe de estado del 13 de junio

19
de 1953 liderado por el general Gustavo Rojas Pinilla, que lo envió al exilio español por

algunos años. Vemos en la esquina superior izquierda del cuadro un grupo de personas que

parecen dichosas por la salida de Laureano, en primera línea tres representantes del clero.

Algunos de estos personajes agitan las manos y gritan consignas. Después sobresalen dos

cañones, símbolos seguros de la violencia liderada por los dos únicos partidos políticos. El

hombre del fusil, en la esquina izquierda inferior debe ser Rojas Pinilla. Un grupo de

sapitos, análogos a la figura del Presidente, y, por lo tanto, de su misma clase, acompañan

al cortejo. La muerte encabeza (esquina superior derecha) una procesión que se dirige hacia

la luz, pues es allí dónde la pintora enfatiza la iluminación, transmitiendo la idea de que esa

luz hacia la que se dirige el derogado Presidente es capaz de cubrirlo todo. En la esquina

inferior derecha (en oposición con el grupo informal de la izquierda) vemos a tres militares

en posición de descanso con sus rifles mirando hacia arriba. El cuadro es una obra maestra

de la sátira política, la simultaneidad de tiempos y la composición.

Arango: La Salida de Laureano.

20
González: Una golondrina no hace verano.

Arango: Junta Militar. Arango: La República.

Como vemos, a pesar del marginamiento al que se le confinó, Arango fue una

testigo activa de su tiempo. Nos dejó, con sus casi 300 cuadros, el más desgarrador

testimonio artístico de Colombia en el sigo XX. Sin ella, la historia del arte colombiano

21
sería muy distinta, menos interesante y moderna, sin duda. Sin ella, no habría sido posible

la aparición de una artista tan singular como Beatriz González.

En 1985 Débora Arango confesó en una entrevista a Cristobal Peláez Gonzáles que

toda la vida sintió que su obra “no tenía ningún valor artístico”, que todo lo había pintado

“como a escondidas” porque la sociedad colombian no le había dado “ni una oportunidad.

Ni una.”

“Llegará el día había dicho la artista en los cincuentas, en que el medio sea

más comprensivo”. Tal vez, en los últimos años de su vida, ella alcanzó a atisbar un poco

de esa comprensión que vaticinó para sí misma. Ahora nos toca a nosotros, los nuevos

observadores de su obra, volver a pensar no sólo en su valor artístico, también en lo que

otros han dicho y escrito sobre ella, porque si el siglo XXI nos ofrece algo, es la

oportunidad de acercarnos al arte dejando de lado las máscaras de la falsa moralidad que

tuvieron que vestir nuestros antecesores.

22
BIBLIOGRAFÍA

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23
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