Está en la página 1de 2

El Pueblo, 8 de febrero de 1920.

Por “Manuel Blanco”


¡Cuando Mosca suba!
Guillermina, enero 21 de 1920 – Acabo de conocer el valor de una
esperanza humilde. Cuanta belleza y qué enorme representación
ideológica admiré en tres palabras, pronunciada en este atardecer sin
matices.

¡Cuando Mosca suba!

Por la picada, camino al corazón del monte, el silencio adquiere color y


las cosas transfiguran su aspecto. Impenetrable como conciencia en
dolor, lo inmenso ofrece su parte muerta: la exterioridad; ocultando lo
interior que es fuerza, porque celosa del hombre pretende sujetarlo en la
emoción y en el encanto.

Es verde el silencio, verde-oscuro y tira hacia arriba como labor proficua;


entusiasma su terca constancia y parece incitar a mejores propósitos.
Vete viajero idealista que llevas en las manos la prueba de tu
holgazanería y en los ojos el motivo de tu ocasional llegada.
Vete, le repiten cien mil troncos, duros como gesto desesperado; aquí el
hombre es un misterio como nosotros; contra él luchamos y nos
vencemos a la vez; me quita del medio, a golpes de hacha, incompasivo
y sin tregua; nosotros le arrancamos los pulmones, le destrozamos el
pecho, le anulamos las ideas, le robamos su derecho humano y social y
nos vamos con él rumbo a la nada, por vías distintas pero ¡ay! de igual
medida y de objeto idéntico.

El quebracho, la espina corona, el guayacán, el petiriby y otros cien


exponentes de la riqueza del norte santafesino, que quisieron negar los
insolentes y los apocados, forman en el monte una gran familia
solidaria, útil y formidable. Como escondido y en actitud de lucha,
herramienta en mano, sudoroso imposible distinguir la carne bajo la
capa de alimañas que la cubre, el hachero resopla sus movimientos, cada
hachazo es una descentralización, homicida o suicida, quien sabe, lo
cierto es que el eco se quiebra contra el tronco hachado y nadie oye ni ve
ese terrible expirar, lento y desesperante, acusador y antipatria.

Fue en medio del monte la escena breve y murmurada. El mancarrón


temblaba, impotente su cola para defenderse contra el ataque de los
bichos; los caranchos sabíanse más libres allí, donde el hombre es
prisionero. Se extendía una como larga cinta de luz, permitida por los
huecos de la arboleda. Frente a mí el peón cansado. Sus ojos eran como
dos focos de brillo rápido, parpadeaba con pereza; salía de su cuerpo un
olor acre y violento.

Apoyada en el hacha la cabeza reclinada, manso todo él y vencido por


añadidura, ¡qué diferente a los hombres que en la ciudad pasean sus
honores conquistados en horas fáciles y calculadas”

–¿Cómo va amigo?

–Ya ve señor. Trabajando.

–Un poco fuerte el trabajo, ¿verdad?

–Así es, señor.

Y ambos quedamos mudos. Él esperando algo que no sabía comprender;


yo desando expresar lo que nunca había sufrido. Al rato cuando casi me
disponía a preguntar por sus compañeros, él rompió el silencio y dijo:

–¿Viene por Mosca?

Me quedé sorprendido. ¿Cómo lo había adivinado? La intuición es una


realidad, acaso el saber tosco y prefecto comunicado por la naturaleza.
El caso es que a mi respuesta: sí, amigo; el peón del orgullo nacional
pareció cobrar aliento.

¡Cuando suba Mosca! y los ojos le brillaron más intensivos, el pecho se


infló con más libertad, se pasó la mano por la frente haciendo
desprender gruesas gotas de sudor.

–¿Le gusta que suba Mosca?

–Ya lo creo –añadió, –¡puede ser que no suframos tanto!

Y empuñó de nuevo el hacha y de nuevo el resoplar se dejó oír…

Si este peón le comunicara a sus compañeros su íntima esperanza, les


dirá que yo le abracé en medio de la imponente majestad del silencio
afiebrado de bien y de justicia, apartando el corazón y la cabeza de la
áspera jornada realizada entre pantanos e insectos, buscando un poco
de bondad para los pobres compatriotas que habitan en los montes
santafesinos.

También podría gustarte