Queridos
amigos:
hoy
es
uno
de
esos
días
marcados
en
rojo
en
el
calendario
de
nuestro
pueblo.
Es
el
día
en
el
que
celebramos
la
fiesta
de
nuestro
patrono,
san
Isidro.
Para
la
ma-‐ yoría
de
vosotros,
estas
fiestas
son
ya
una
rutina
anual;
otros,
en
cambio,
las
vivimos
con
cierta
expectación
por
ser
una
novedad.
Las
calles
de
nuestro
pueblo
presentan
desde
hace
algunos
días
un
aspecto
muy
diferente
al
acostumbrado,
inundadas
de
casetas,
puestos,
quioscos
de
todo
tipo
y
reclamos
a
la
di-‐ versión.
Una
gran
carpa,
instalada
en
la
plaza
mayor,
es
testigo
de
bailes,
verbenas,
home-‐ najes,
momentos
de
hermandad
y
encuentros
de
amistad.
Seremos
también
testigos,
por
desgracia,
de
cómo
la
fiesta
sirve
de
excusa
no
para
el
en-‐ cuentro
y
la
fraternidad,
sino
para
el
descontrol
y
los
excesos,
cuyas
víctimas
son
mayorita-‐ riamente
los
más
jóvenes,
que
tienen
menos
recursos
para
ser
críticos
ante
las
modas
im-‐ perantes
y
nadar
contra
la
corriente
de
las
mayorías.
Pero
más
allá
de
todo
esto,
me
gustaría
compartir
con
vosotros
algunas
reflexiones
de
carácter
religioso,
en
el
marco
de
esta
eucaristía.
Quisiera
tomar
como
punto
de
partida
el
subtítulo
que
el
Ayuntamiento
ha
elegido
en
el
programa
de
fiestas:
“Los
pueblos
que
tienen
memoria
progresan”.
Se
trata
de
una
frase
muy
acertada
que
nos
sitúa
como
pueblo
ante
la
encrucijada
del
pasado,
el
presente
y
el
futuro.
Si
miramos
al
pasado,
todos
los
becerrileños
nos
podemos
sentir
privilegiados
e
inmensa-‐ mente
ricos.
Nuestros
antepasados
nos
han
transmitido
una
valiosa
herencia
compuesta
no
sólo
por
los
templos
y
el
patrimonio
artístico,
sino
también
por
ese
otro
patrimonio
inma-‐ terial
que
son
las
tradiciones,
las
historias,
los
refranes,
los
valores
como
la
honradez,
el
trabajo,
el
sacrificio,
la
fe
en
Dios,
los
cantos
y
bailes
típicos…
¿Por
qué
es
importante
mantener
esta
memoria?
Porque
es
como
el
cemento
que
mantiene
unidos
los
ladrillos
que
somos
cada
uno
de
los
vecinos
de
Becerril.
Porque
nos
permiten
compartir
una
misma
identidad,
sentirnos
unidos,
mirar
hacia
la
misma
dirección,
trabajar
juntos,
reír
y
llorar
juntos,
tejer
redes
de
solidaridad
y
ayuda
mutua…
Por
el
contrario,
la
sociedad
actual
y
ciertos
movimientos
culturales
tienden
exactamente
hacia
lo
opuesto:
el
individualismo,
la
pérdida
de
referentes
éticos,
religiosos,
el
olvido
o
la
manipulación
del
pasado,
la
pérdida
de
la
memoria…
de
modo
que
cada
hombre
sea
una
isla,
se
sienta
solo
y
lleno
de
miedo
ante
el
futuro
y
sus
retos.
Y
hablando
de
memoria,
me
permito
el
atrevimiento
de
presentaros
el
gran
olvidado
de
es-‐ tos
días:
san
Isidro.
Estas
fiestas
de
Becerril
se
celebran
en
su
honor,
a
él
le
recordamos
y
es
su
nombre
quien
aparece
por
todas
partes
estos
días.
Pero
¿qué
sabemos
de
él?
¿No
será
que
san
Isidro
se
está
convirtiendo
sólo
el
pretexto
para
pasar
unos
días
de
fiesta
y
diver-‐ sión,
olvidándonos
por
completo
de
recoger
su
testimonio
de
vida
y
de
tener
en
cuenta
los
valores
que
él
nos
enseña?
Conocemos
de
san
Isidro
algunos
datos
de
su
vida,
como
su
profesión
(era
labrador),
su
origen,
madrileño,
y
el
hecho
de
que
los
ángeles
le
ayudaban
en
sus
tareas
agrícolas
la-‐ brando
con
él
las
tierras.
Permitidme
que
resalta
algunos
aspectos
de
su
vida
que
me
pare-‐ cen
todavía
interesantes
y
válidos
para
nosotros
hoy,
y
que
deberían
de
estar
más
presen-‐ tes
en
nuestra
vida
personal
y
como
miembros
de
este
pueblo:
1. San
Isidro
labrador:
La
profesión
no
es
un
dato
anecdótico
en
la
propia
biografía,
sino
que
nos
marca
y
condiciona
profundamente.
San
Isidro
trabajaba
las
tierras
de
su
señor,
Iván
de
Vargas,
y
llevaba
ese
ritmo
de
vida
que
a
tantos
de
vosotros,
agri-‐ cultores,
os
resulta
familiar.
Aunque
los
medios
técnicos
han
evolucionado
enor-‐ memente,
se
crea
aún
hoy
entre
la
tierra
y
el
agricultor
una
relación
muy
especial,
y
podríamos
decir
que
el
agricultor
no
sólo
“trabaja”
la
tierra
sino
que
también
es
“modelado”
por
ella.
Siempre
se
ha
considerado
al
hombre
del
campo
como
alguien
honesto,
llano,
trabajador,
sacrificado,
sencillo,
cumplidor
de
su
palabra;
virtudes
y
valores
que
quizá
se
están
perdiendo
y
que
deberíamos
de
recuperar.
2. Los
ángeles
ayudaban
a
san
Isidro
a
labrar
las
tierras:
Recordar
este
episodio
de
la
vida
de
san
Isidro
no
es
una
invitación
a
quedarse
en
la
cama
o
en
el
bar
y
esperar
a
que
otros
o
Dios
hagan
el
trabajo
que
sólo
a
nosotros
nos
toca
hacer.
Es,
más
bien,
una
invitación
a
la
fe
y
a
la
confianza.
San
Isidro
cultivaba
la
laboriosidad
y
el
es-‐ fuerzo,
pero
sabía
muy
bien
que
hay
una
parte
de
la
vida
que
no
está
en
nuestras
manos,
que
escapa
de
nuestro
control,
que
depende
sólo
de
Dios.
Esta
es
también
la
experiencia
de
los
que
sois
agricultores,
ya
que
la
lluvia
y
el
sol,
tan
determinantes
para
el
éxito
de
las
cosechas,
es
algo
que
no
depende
de
vosotros.
Por
eso
precisa-‐ mente
san
Isidro
era
un
hombre
tan
religioso;
porque
junto
a
su
esfuerzo
ponía
la
confianza
en
Dios,
en
un
Dios
que
sabía
que
le
protegía
y
ayudaba.
3. San
Isidro
es
el
primer
laico
(no
cura
ni
fraile)
beatificado
y
también
uno
de
los
primeros
ejemplos
de
santidad
matrimonial,
ya
que
su
mujer,
santa
María
de
la
Cabeza,
también
es
santa:
El
concilio
Vaticano
II
insistió
mucho
que
la
santi-‐ dad
no
es
algo
lejano
o
inaccesible,
sino
al
alcance
de
la
mano.
Consiste
sencillamen-‐ te
en
vivir
a
fondo
la
propia
vocación
y
estado
de
vida.
Para
san
Isidro,
la
santidad
consistió
en
ser
un
buen
labrador
y
un
buen
marido,
en
vivir
ambas
vocaciones
con
honestidad,
fe
y
amor
al
prójimo.
Algo
tan
simple
y
a
la
vez
tan
difícil.
Algo
a
lo
que
estamos
también
llamados
cada
uno
de
nosotros.
No
es
necesario
abrazar
la
vida
re-‐ ligiosa
o
hacer
grandes
proezas
para
ser
santos.
En
la
vida
sencilla,
en
los
propios
trabajos,
en
la
vida
familiar
o
matrimonial,
en
las
profesiones
que
tratan
de
mejorar
el
mundo,
es
posible
alcanzar
ese
estado
de
gracia
con
Dios
llamado
santidad.
Hoy
la
Iglesia
celebra
precisamente,
en
el
4º
domingo
de
Pascua,
el
domingo
del
Buen
Pas-‐ tor,
que
es
también
la
jornada
mundial
de
oración
por
las
Vocaciones.
El
día
dedicado
a
re-‐ zar
y
pedir
a
Dios
que
envíe
a
la
Iglesia
nuevas
vocaciones,
es
decir,
nuevos
sacerdotes,
nuevas
religiosas,
dispuestas,
como
la
hermana
Candelaria
a
la
homenajeábamos
el
viernes,
a
desgastar
toda
su
vida
en
sencillez
por
los
demás.
Pero
también
nuevas
vocaciones
a
la
vida
matrimonial,
nuevas
vocaciones
de
cristianos
comprometidos
en
la
política,
en
la
en-‐ señanza,
en
el
mundo
de
la
cultura,
en
las
asociaciones…
En
todas
las
realidades
terrenas
los
cristianos
estamos
llamados
a
ser
el
fermento
que
haga
crecer
la
masa
y
la
sal
que
dé
sabor,
la
luz
que
ilumine
y
traiga
esperanza,
para
hacer
cada
día
un
poco
más
presente
el
Reino
de
Dios
entre
nosotros.
También
nosotros,
aquí
en
Becerril,
cuando
los
feriantes
se
marchen,
cuando
se
desmonte
la
carpa
y
ya
no
haya
verbenas,
estamos
llamados,
como
san
Isidro,
a
cultivar
la
virtud
del
trabajo,
la
entrega
desinteresada,
la
confianza
en
Dios
y
en
el
prójimo,
a
lo
largo
de
todo
el
año,
para
que
nuestro
pueblo
sea
cada
vez
mejor
y
más
humano.
Así
sea,
y
que
san
Isidro
nos
bendiga
para
que
podamos
hacerlo
posible
entre
to-‐ dos.