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LA COMUNICACIÓN PARA EL DESARROLLO

EN EL SISTEMA DE LAS NACIONES UNIDAS EN EL ECUADOR

Comentarios al análisis de Alfonso Gumucio

Después de leer el excelente trabajo de Alfonso Gumucio sobre la Comunicación para el


Desarrollo en el Sistema de las Naciones Unidas en el Ecuador, quedo tan esperanzado
como preocupado y desafiado. Y es en torno a estos tres adjetivos que ordenaré mis
comentarios.

1- La esperanza

Las conclusiones de las Mesas Redondas realizadas hasta la fecha sobre el tema, así
como los mandatos de la Asamblea General y el Consenso de Roma, evidencian que las
agencias de Naciones Unidas tienen bien claro el concepto de lo que es y lo que no es la
comunicación para el desarrollo.

En la resolución 50/130 (1996) se expresa que “no hay desarrollo sin participación de los
beneficiarios y no hay participación sin comunicación en las dos direcciones y respeto de
la libertad de expresión.”

En la resolución 51/172 (1997) se insiste en “la necesidad de apoyar sistemas de


comunicación bidireccionales que faciliten el diálogo y permitan a las comunidades
fortalecer sus voces, expresar sus aspiraciones y preocupaciones, y participar en las
decisiones que se relacionan a su desarrollo”.

Disponemos, pues, al más alto nivel de Naciones Unidas, de una concepción adecuada y
moderna de la comunicación para el desarrollo.

Se sabe lo que no es:

-no es difusión de informaciones a través de los medios masivos.

-no es tampoco comunicación corporativa, propaganda institucional o relaciones


públicas de las agencias.

Se sabe lo que es:

-un proceso basado en el diálogo, participativo, orientado a la toma de decisiones y


la acción colectiva de los sectores excluidos o vulnerables de la sociedad para lograr una
transformación en su calidad de vida.

El concepto de “comunicación” se ha ampliado en las últimas Mesas Redondas. No se


trata solamente de “dar voz” a quienes fueron silenciados y marginados, como se decía
en los años 80, sino de “dar poder” a individuos y comunidades, de “empoderar” a la
ciudadanía con un enfoque de derechos humanos.

El concepto de “desarrollo” también ha superado la visión economicista que se conforma


con el aumento de la producción en un país. Porque el indicador del PIB es muy
engañoso. Si uno se come toda la pechuga y las patas, y a los otros tres les dejan las
alitas y el pescuezo, el PIB promediará un cuarto de pollo por cabeza.

Se trata de un desarrollo humano y sostenible, que implica no solamente más crecimiento


económico, sino mejor distribución de las riquezas y respeto a la Naturaleza pensando en
las futuras generaciones.

El concepto de comunicación para el desarrollo se ha vuelto todavía más interesante en el


Ecuador de hoy, una vez adoptada en su nueva Constitución y en el Plan Nacional de
Desarrollo la visión del sumak kawsay, el buen vivir.

Buen vivir, no “vivir mejor”. Porque el adjetivo “mejor” se establece con relación a otro que
vive peor, y generalmente a lo que a unos les sobra es lo que a otros les falta. Buen vivir.
Calidad de vida. Armonía con la naturaleza.

En el nuevo programa de cooperación negociado entre el Estado ecuatoriano y Naciones


Unidas (UNDAF), el concepto de “desarrollo” se enriquece con tres ejes transversales: el
enfoque de derechos humanos, la equidad de género y la interculturalidad. Con razón, en
Ecuador podemos hablar de ahora en adelante de “comunicación para el buen vivir”.

Creo que, a nivel conceptual, no hay mucho más que decir. Como el mismo Gumucio
señala en su introducción, se podría seguir afinando la definición, pero sería un ejercicio
tal vez estéril y retórico.

La concepción y los enfoques están más que claros. Y con ellos podría trabajar cualquier
organización, incluso la más revolucionaria. Porque una línea programática basada en
esta definición permite devolver al pueblo la voz, el poder y el protagonismo.

2- La preocupación

Como tantas veces sucede, del dicho al hecho es largo el trecho. A pesar de contar con
definiciones tan precisas y con mandatos tan explícitos del máximo organismo de
Naciones Unidas como es la Asamblea General, muchas agencias y programas ignoran o
descuidan las resoluciones referidas a la comunicación para el desarrollo. Esto ocurre en
la mayoría de los países de América Latina y también en Ecuador.

En la tercera parte de su análisis, Gumucio se emplea en revisar los documentos de las


diferentes agencias de Naciones Unidas instaladas en el país para constatar, con gran
preocupación, la poca o ninguna prioridad que se le concede a la comunicación en
general y a la comunicación para el desarrollo en particular.

–La comunicación es la penúltima rueda del coche –me decía hace poco un amigo
de la Unesco.

–¿La penúltima? –me extrañé–. ¿Y cuál es la última?

–La comunicación para el desarrollo.

Resulta que en la misma Evaluación Común de País (CCA), que refleja la visión del
sistema de Naciones Unidas sobre Ecuador de cara a establecer las prioridades de
desarrollo, el sector de la comunicación brilla por su ausencia. Ni una palabra se dice
sobre comunicación en este importantísimo documento. Y lo más increíble del caso, como
bien señala Gumucio, es que el CCA de Ecuador está escrito, según su introducción,
“desde una perspectiva de derechos”.

Al inicio del CCA se declara que el “desarrollo humano sostenible” promovido por
Naciones Unidas es una estrategia que abarca todos los derechos humanos. Todos. Sin
embargo, en el texto no aparece ni una sola vez el término “comunicación para el
desarrollo”. Tampoco se menciona el “derecho a la comunicación”. ¿Cómo es posible que
se hayan olvidado de este derecho, piedra angular de la democracia? ¿Cómo se explica
que no hayan vinculado este derecho fundamental con el ejercicio de la libertad de
expresión, con la necesaria desconcentración de las frecuencias radioeléctricas, con el
acceso universal a las TICs o el acceso a la información pública? ¿Cómo podría la
ciudadanía participar en las elaboración de las políticas públicas, cómo podría pedir
cuentas a sus autoridades, cómo exigiría sus derechos sin contar con medios de
comunicación libres y propios? ¿Cómo construir una democracia participativa sin una
estrategia de comunicación que alcance efectivamente a toda la ciudadanía, a todos los
pueblos y nacionalidades del Ecuador? Hoy en día, no se puede imaginar el “desarrollo
humano sostenible” sin la promoción de la comunicación para el desarrollo a todos los
niveles y sin la democratización de los medios de comunicación, tanto impresos como
audiovisuales.

Las sorpresas no se acaban. Ni una palabra en la Evaluación Común de País y ni una


palabra en el Marco de Asistencia para el Desarrollo 2010-2014 (UNDAF), documento que
acuerda las líneas prioritarias de cooperación entre el gobierno ecuatoriano y el sistema
de Naciones Unidas. Tampoco aquí se menciona el concepto “comunicación para el
desarrollo” y menos aún el “derecho a la comunicación”. Es increíble este vacío.

A continuación, Gumucio revisa con preocupación las distintas agencias de Naciones


Unidas y sus políticas internas buscando la prioridad que puedan dar a la comunicación
para el desarrollo. Su recorrido a través de la documentación sumistrada por la FAO,
UNIFEM (ONU-Mujeres), OPS, PNUD, UNFPA, UNICEF, UNCG... es igualmente
desalentador, con contadas excepciones.

En el caso de la UNESCO, que tiene el mandato específico de Naciones Unidas respecto


a la comunicación, es la agencia que ha tenido más y mejores iniciativas en cuanto a
comunicación para el desarrollo se refiere. Es curioso, sin embargo, que la UNESCO siga
esquivando el concepto “derecho a la comunicación” en la mayoría de sus escritos.

Al final de este recorrido, Gumucio concluye la poca prioridad que tiene la comunicación
para el desarrollo en las políticas y estrategias concertadas con el gobierno ecuatoriano,
así como al interior de cada organización.

Podemos y debemos preguntarnos: ¿a qué es debido esto? Del análisis de Gumucio


extraemos algunas respuestas:

Para comenzar, nos enteramos de que en el equipo de más de 60 investigadores inter-


agenciales que elaboraron la CCA y el UNDAF de Ecuador no hubo un solo especialista
en comunicación. Esto explica el vacío comunicacional en estos documentos.
Adicionalmente, en la planificación de las agencias se mezcla bajo el rubro de
“comunicación” toda una serie de actividades que nada tienen que ver con este concepto:
boletines de prensa, folletos de propaganda institucional, campañas para visibilizar la
agencia en un día especial o para recaudar fondos... retrocediendo a visiones
instrumentalistas de la comunicación ya superadas. Al confundir información con
comunicación siempre la primera juega con ventaja por su inmediatismo.

A estos problemas, se suma el hecho de que la mayoría de las agencias de Naciones


Unidas en Ecuador no cuentan con especialistas en comunicación, y menos en
comunicación para el desarrollo. Tampoco contratan especialistas externos con esa
calificación. Si disponen de un periodista, a éste le encomiendan las tareas de información
institucional.

Otro problema son los presupuestos. Las agencias en Ecuador no disponen de


presupuestos específicos para la comunicación para el desarrollo. Esto provoca que, en
sus informes finales, las iniciativas de comunicación hayan quedado reducidas a
propaganda institucional o campañas a través de los medios.

Por último, como los puestos de comunicación son, por lo general, de niveles bajos, los
pocos comunicadores o comunicadoras entran en la categoría de “servicios generales” y
no participan en las instancias de decisión de las agencias.

A pesar de lo analizado por Gumucio, éste concluye que Ecuador parece ser uno de los
países que ha tomado más en serio la temática de la comunicación para el desarrollo y
se prepara a presentar sus aportes en la doceava Mesa Redonda que tendrá lugar en
India a finales de este 2011. Este foro demuestra su apreciación.

3- Los desafíos

Comparto las recomendaciones de Gumucio. Y añado un par más, que nacen de los ejes
transversales del sumak kawsay.

La comunicación para el desarrollo en Ecuador pasa por un enfoque de derechos y de


equidad de género. Pero este enfoque está bloqueado, demasiadas veces, por una visión
religiosa que atenta contra la laicidad del Estado.

En el Artículo 1 de la Constitución 2008, se define el Estado ecuatoriano como laico. Laico


quiere decir que el Estado no privilegia a ninguna religión. La laicidad o no
confesionalidad del Estado implica una relación independiente y respetuosa con todas las
iglesias y religiones, siempre y cuando éstas respeten también la Constitución del
Ecuador y los derechos humanos. La laicidad implica también la libertad de conciencia así
como la no imposición de normas o valores morales particulares de ninguna religión.

Ahora bien, Ecuador está muy lejos todavía de ser un Estado laico. Basta ver los crucifijos
en los juzgados, los juramentos sobre la Biblia, la presencia de autoridades religiosas, a la
par de las civiles y militares, en los actos oficiales, los privilegios hacia la iglesia católica
que emanan del Modus Vivendi firmado entre la Santa Sede y el Estado ecuatoriano en
1937 y todavía vigente en el país. Y lo peor de todo, la intromisión de esta misma iglesia
en asuntos de educación y salud pública.

Durante la Constituyente en Montecristi, los obispos conservadores montaron una


campaña de descrédito hacia los asambleístas liberales para asegurarse que el nombre
de Dios aparezca en la primera línea del texto constitucional (todavía no digieren que la
Pacha Mama haya sido mencionada antes que Dios), que en Ecuador sólo se acepte “un
tipo de familia” (negando derechos civiles a los homosexuales), que el aborto sea
criminalizado en todas sus causales (incluido el aborto terapeútico). Estos
entrometimientos no deberían ser aceptados en un Estado laico.

Los testigos de Jehová no aceptan las transfusiones de sangre. Los judíos no comen
carne de chancho. Los musulmanes no beben licor. Y los católicos no aceptan los
anticonceptivos. Muy bien. Que cada quien siga con las creencias que prefiera. Pero que
no pretenda imponerlas al conjunto de la sociedad en un Estado que se define laico.

El aborto se ha convertido en una obsesión de los católicos y de algunas iglesias


evangélicas. Muy bien. Frente a este problema de salud pública, usted puede tener la
opinión que quiera y tomar las decisiones que considere correctas. Pero no las quiera
imponerlas a quienes piensan diferente. Un ejemplo. Este 10 de febrero murió en el
Carmen, Manabí, Liliana. una mujer de 42 años, minusválida, que vivía en estado
vegetativo prácticamente desde su nacimiento. Un joven, presuntamente su sobrino, la
violó y la embarazó.

Cuando la familia se dio cuenta, ya Liliana tenía ocho meses de embarazo. Era
demasiado tarde para practicarle un aborto. Nació la niña y murió la madre. Los medios
de comunicación presentaron la noticia como un “triunfo de la vida”. A pesar del “acto
terrible cometido”, la vida se abrió paso y Dios bendijo a la mujer violada y muerta con una
linda bebita. Sobre el violador, como es costumbre, poco o nada dijeron. ¿Qué hubiera
pasado si la familia se entera del embarazo a los dos meses? ¿Habría podido abortar?
¿Dónde? ¿Qué futuro les aguarda a las mujeres abusadas en la calle, a las jóvenes
incestuadas en su casa? ¿Cómo no interrumpir esos embarazos frutos de la mayor de las
violencias? Pero la iglesia católica, envuelta en infinidad de escándalos de pedofilia,
levanta una falsa bandera en defensa de la vida y se entromete en las políticas públicas
de un Estado laico.

Todo esto para decir que el enfoque de derechos y de género tiene que ir de la mano con
un enfoque de laicidad. Una ética laica. Unas políticas de educación y de salud laicas. 1 De
lo contrario, acabaremos invadidos por sectas como los mentados Heraldos del Evangelio
que se están ocupando de destruir en Sucumbíos 40 años de comunicación para el
desarrollo liderada por el obispo Gonzalo López.

La segunda recomendación tiene que ver con la interculturalidad. Ecuador se declara un


estado plurinacional e intercultural. El Plan Nacional para el Buen Vivir tiene entre sus
objetivos “afirmar la identidad nacional y fortalecer las identidades diversas y la
interculturalidad”. Resulta evidente que el cumplimiento de este objetivo pasa, en buena
medida, por una estrategia de comunicación para el desarrollo.

De hecho, la Secretaría de Pueblos ha conseguido que CONATEL asigne 14 frecuencias


de radio a 14 nacionalidades indígenas. Estas emisoras comunitarias servirán como
dinamizadoras de la cultura, las tradiciones, los idiomas, las diferentes cosmovisiones de
cada nacionalidad. Servirán, sobre todo, para que estas poblaciones se empoderen
políticamente. Esperamos y aspiramos a que estas emisoras no se vuelvan “voceras de
propaganda gubernamental”, sino auténticos espacios para ejercer la libertad de
expresión y practicar la comunicación para el desarrollo.
1
No salimos de la sorpresa respecto al reciente veto presidencial a la Ley de Educación Intercultural pretendiendo incluir clases de
religión y moral en las escuelas y colegios públicos a pedido de los padres de familia. Por suerte, la Asamblea Nacional no dio paso a
este pedido que atenta contra la libertad de cultos, dado que si la educación religiosa se decide “por mayoría” discrimina a quienes no
tienen la creencia mayoritaria.
Pero, ¿qué significan 14 frecuencias de baja potencia en un país que cuenta con más de
800 emisoras en AM y FM, más del 95% de ellas en manos privadas? El sector
comunitario que, según la Constitución, tiene derecho a acceder en igualdad de
condiciones a las frecuencias del espectro radioeléctrico, ¿se va a conformar con esa
limosna comunicacional? Y la nacionalidad quichua, extendida por todo el territorio, ¿no
tendrá derecho a un canal de radio y de televisión con cobertura nacional? ¿Y la
población negra? ¿Y la montubia? ¿Y la nacionalidad ecuatoriana, es decir, las
organizaciones y movimientos sociales, las mujeres, los jóvenes, las niñas y los niños,
ecologistas, sindicalistas, artistas, universitarios, etc, no tienen derecho a gestionar
medios de comunicación audiovisual para hacerse oír y ver, para contar con palabra e
imagen pública y propia? La comunicación para el desarrollo no se agota, ni mucho
menos, en los medios comunitarios. Pero me atrevo a afirmar que sin medios
comunitarios, sin muchos medios comunitarios, no podremos consolidar una ciudadanía
consciente de sus derechos y obligaciones ni una democracia participativa. La
comunicación para el desarrollo necesita el desarrollo de una comunicación libre y plural,
con una lógica distinta a la propagandística o a la comercial.

Es por esto que CIESPAL y varias redes de comunicación intentaron incluir en la


propuesta de Ley de Comunicación (sin éxito hasta ahora) la reserva para el sector
comunitario del 33% de todas las frecuencias de radio y televisión, tanto las actuales
analógicas como las futuras digitales. Los empresarios privados y muchos asambleístas
(algunos de ellos concesionarios) alzaron su voz de protesta y pervirtieron la exigencia
ciudadana.2 El debate parlamentario todavía está pendiente.

En la perspectiva de la comunicación para el desarrollo, la distribución de frecuencias


(mejor dicho, la redistribución porque el espectro está casi saturado) se vuelve un
imperativo para hacer realidad el eje transversal de la interculturalidad.

Un pequeño detalle. Gumucio señala que en la ley de Uruguay se distribuye el espectro


en tercios entre el sector público, el privado y el comunitario. Esto no es así. La ley
uruguaya reserva “al menos el 33%” para el sector comunitario, pero nada dice del sector
público. Igualmente, la nueva ley de medios audiovisuales de Argentina reserva el 33%
para el sector comunitario, pero no dice nada respecto al tercio que, a nuestro juicio,
debería corresponder al sector público.

Promover la laicidad del Estado y dotar a todas las nacionalidades y pueblos, al sector
comunitario en general, de frecuencias de radio y televisión son dos desafíos
indispensables para una efectiva comunicación para el desarrollo en Ecuador.

José Ignacio López Vigil


Radialistas Apasionadas y Apasionados
24 febrero 2011

2
El artículo 64 del informe de mayoría que se debatirá próximamente en la Asamblea Nacional habla de reservar para el sector
comunitario el 33% de las “frecuencias disponibles”. Con este adjetivo, se convierte en un problema técnico lo que la Constitución
garantiza como un derecho humano. Para colmo, como muy poco espectro queda ya disponible, el sector comunitario podrá quedarse
con la tercera parte de lo sobrante.

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