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La renovación del arte producida desde principios del siglo XX -cuyos logros llegan
hasta hoy- es designada con la expresión “las vanguardias artísticas”. Vanguardia es un
término de origen bélico: los que combaten en primera fila. Eso mismo ocurrió en el
arte, como una ruptura frente al gusto caduco del siglo XIX. No es casual que el término
se utilizara mucho tras la I Guerra Mundial.
Cubismo
Tuvo sus principales manifestaciones en la pintura, y recogió a su modo los cambios
que estaban produciéndose en el conocimiento científico. Trata de captar un objeto
contemplado desde varios puntos de vista, mediante formas geométricas superpuestas.
Sus creadores fueron Pablo Picasso y Georges Braque (aunque el español, por la
amplitud de su genio, no puede limitarse sólo a esta escuela). Un continuador de relieve
fue Juan Gris.
Futurismo
Lo fundó el escritor italiano F. T. Marinetti en 1909. Plasmaba el dinamismo de la vida
moderna e industrial frente a la tradición: la velocidad, la fascinación por la máquina, la
violencia. En pintura destacaron Gino Severini y Umberto Boccioni. También tuvo
notable influencia en Rusia, con el poeta Valdimir Maiakovsky.
Expresionismo
La angustia vital producida por la guerra y sus secuelas será el tema fundamental de los
escritores y los pintores expresionistas. Entre estos últimos: Edvard Munch, Oscar
Kokoschka y George Grosz.
Surrealismo
Intentó plasmar el mundo de los sueños y los deseos reprimidos, inspirándose en parte
en el psicoanálisis de Freud. Su principal teórico fue el escritor francés André Breton.
Los pintores más significativos: Max Ernst, René Magritte, Joan Miró y Salvador Dalí.
En el cine, destacó Luis Buñuel con “El perro andaluz” (1929).
Mención aparte merece la arquitectura, representada por Frank Lloyd Wright, Walter
Gropius y Le Corbusier. Gracias a una nueva forma de utilizar el acero, el vidrio y el
hormigón armado, cambian los diseños arquitectónicos y se crean los primeros
rascacielos (como el Empire State Building, en Nueva York). El estilo más
característico fue el funcionalismo o racionalismo, que despoja los edificios de sus
aspectos ornamentales, para resaltar su funcionalidad como espacios habitados.
Tras el caos que siguió a la Primera Guerra Mundial, surge un movimiento tendente a la
figuración, a la limpieza de líneas y a la forma definida que se aleja de los espacios
bidimensionales de la abstracción, las composiciones fragmentadas y los cuerpos
desintegrados propios del Cubismo, del Futurismo, del Expresionismo y de otros
movimientos de la vanguardia de comienzos del siglo xx. En respuesta a los horrores de
una guerra propia de la nueva era de la máquina, los artistas buscaron la recuperación
del cuerpo humano y su representación completa e intacta. Durante la siguiente década
y media, el discurso del arte contemporáneo estaría dominado por el clasicismo: una
vuelta al orden, a la síntesis, a la norma y a los valores perdurables, en lugar de la
innovación a cualquier precio que tan importante había sido en los años anteriores a la
guerra.
Caos y clasicismo: arte en Francia, Italia, Alemania y España, 1918-1936 realiza un
recorrido por este período de entreguerras, desde la idea mítica y poética de la
vanguardia parisina hasta el concepto político e histórico de un renovado Imperio
Romano imaginado por Benito Mussolini; hasta la elevada modernidad neoplatónica de
la Bauhaus; y, finalmente, hasta la escalofriante estética de la naciente cultura nazi. La
exposición relaciona los principales movimientos que proclamaron la claridad visual y
temática, el Purismo, el Novecento italiano y la Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad)
a través de diferentes temas muy singulares y vinculados entre sí. La presentación en el
Museo Guggenheim Bilbao incorpora importantes ejemplos del arte español que adoptó
esta vuelta al clasicismo. Pese a que España permaneció neutral durante la Primera
Guerra Mundial, no fue ajena a los cambios políticos que el conflicto bélico acarreó. En
1931 se produjo la caída de la monarquía española y cinco años más tarde estallaría la
Guerra Civil.
Así mismo, la muestra acoge pinturas de artistas como Massimo Campigli y Giorgio
Morandi; maquetas arquitectónicas y objetos de diseño, incluyendo una versión de la
Casa del Fascio en Como (Italia) de Giuseppe Terragni y porcelanas de Gio Ponti, que
demuestran la fuerza del paradigma neoclásico entre los italianos modernos de la
posguerra. La escultura, el medio clásico por excelencia, fue especialmente pujante en
la Italia de entreguerras, y así queda evidenciado en la exposición.
En Alemania, la síntesis de Mies van der Rohe de la forma clásica y la tecnología
moderna fue primordial para el etos que desafiaba al Expresionismo en la Alemania de
entreguerras: los elementos icónicos de su Pabellón de Barcelona (1929), así como La
Mañana (Der Morgen, 1925), una escultura a tamaño real de un desnudo de Georg
Kolbe, conocida gracias a las fotos originales de la estructura seminal de Van der Rohe,
que están también en la exposición. Las pinturas figurativas modernas del reconocido
profesor de la Bauhaus Oskar Schlemmer atestiguan cómo se interpretó en Alemania el
retorno al clasicismo italiano (Schlemmer estuvo profundamente influido por el arte de
Piero della Francesca, entre otros).
Muestra el impacto que causó la I Guerra Mundial en artistas como el alemán Otto Dix,
quien tras luchar en el frente pintó una serie de grabados sobre la muerte y los horrores
de la contienda.
Gladiadores Descansando
Giorgio de Chirico (1928-1929)