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CAD, DOCUMENTOS, MC, JULIO 2002

LAS DOS DERROTAS RECIENTES DEL

MOVIMIENTO POPULAR CHILENO,

1973 Y 1986;

CONSECUENCIAS, LECCIONES Y

PERSPECTIVAS

DOCUMENTOS
INVIERNO 2002

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CAD, DOCUMENTOS, MC, JULIO 2002

COLECTIVO ACCIÓN DIRECTA

LAS DOS DERROTAS RECIENTES DEL MOVIMIENTO POPULAR


CHILENO, 1973 Y 1986;
CAUSAS, LECCIONES Y PERSPECTIVAS

“Podrá ser o no el momento actual el indicado para iniciar la lucha, pero no podemos hacernos ninguna ilusión, ni
tenemos derecho a ello de lograr la libertad sin combatir. Y los combates no serán meras luchas callejeras de
piedras contra gases lacrimógenos, ni de huelgas generales pacíficas; ni será la lucha de un pueblo enfurecido que
destruya en dos o tres días el andamiaje represivo (…); será una lucha larga, cruenta”
Ché, “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”

INTRODUCCION
Se ha transformado en un lugar común asegurar que el movimiento popular de
nuestro país ha sufrido una sola y única derrota. Lo observamos y vemos en los
discursos y escritos de militantes y ex militantes de izquierda, en los análisis y
discusiones en diversas instancias, inclusive lo pudimos constatar en la reciente
Escuela de Verano de los compañeros de los Colectivos de Trabajadores (CCTT).
Un enunciado del documento de los CCTT, “Hacia una Plataforma de Lucha por
los Derechos Generales de los Trabajadores”, nos permite dar inicio a nuestra
discusión: “Hay toda una generación que está entrampada en las derrotas de la
izquierda”. Consideramos que, apuntando en una dirección correcta, el fondo de esta
cita es aún insuficiente. Se habla de una generación, ¿no podrían ser tres; ¿qué
estrategias de Izquierda fueron derrotadas?; ¿a qué izquierda nos referimos?, etc.
Sin embargo, es un adecuado punto de partida.
Lo que nos interesa demostrar no es la existencia en sí de dos derrotas,
infligidas en el espacio de dos décadas por las clases dominantes al Movimiento
Popular Chileno, las cuales son más que evidentes. Más bien, aspiramos a lograr
explicar sus causas, las lecciones que nos dejan y las perspectivas que ellas abrieron
en el enfrentamiento de clases. A este respecto, nos parece que de tales desastres
no han sido extraídas todas sus consecuencias y determinantes para las luchas
populares del presente. Sí lo intentamos ahora, es con el fin de aportar al avance por
la senda de la Revolución en Chile, sin pretender dar por finiquitadas todas las
implicancias del fenómeno, las que surgirán de un análisis y una discusión lo más
amplias posibles.

I.- LA PRIMERA DERROTA DEL MOVIMIENTO POPULAR:


11 DE SEPTIEMBRE DE 1973

1) ¿QUE FUE DERROTADO ESE DIA?


Formalmente, fue derribado un gobierno, el de la Unidad Popular –UP-. Pero,
extendamos el escenario para la representación, presentemos a sus actores y
desarrollemos el drama histórico vivido en torno a esa fecha.
La UP llegó al gobierno en plena crisis del sistema de dominación,
agudizándola y abriendo en la práctica un „Período Prerrevolucionario‟, caracterizado
por la crisis de las clases dominantes (que se expresa, en lo político, por la
presentación de dos candidaturas para las elecciones de 1970), la división de la
pequeña burguesía y el ascenso de las movilizaciones de la clase obrera y del pueblo.
Este período prerrevolucionario, que se abre al vencer la UP (04/09/70), en lo
fundamental, correspondía a un momento histórico en el cual se desarrolla un
proceso de agudización de la lucha de clases, con un ascenso de las masas, aumento
de la actividad popular y en especial con una elevación de los niveles de conciencia y
de organización de la “Clase Motriz”, ya no sólo de todas las „Clases Revolucionarias‟,
sino en especial de la Clase Motriz. La elevación de los niveles de conciencia y
orgánicos de las masas le abrieron a las fuerzas revolucionarias, que intentaban

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encarnar la Vanguardia Revolucionaria en Chile, las posibilidades objetivas de ganar


la conducción de esa clase fundamental.
La UP constituyó, centralmente, un gobierno pequeño burgués reformista de
izquierda, expresión de una alianza entre restos burgueses de un viejo bloque
histórico dominante (fracción P. Izquierda Radical del P. Radical), el reformismo
pequeñoburgués (Allende, tecnocracia y burocracia UP), el reformismo obrero (P.
Comunista) y el centrismo de izquierda (P. Socialista y el MAPU). Su base social de
apoyo la constituyó inicialmente un amplio movimiento, que incluía a importantes
sectores de la pequeña burguesía, de la clase obrera y pobres del campo y la ciudad.
El proyecto político de la UP fue, en su esencia y en la práctica, el modelo
reformista, lo que se expresaba por su celosa mantención y el respeto del orden
burgués y su reiterado intento de sostener el gobierno por medio del sellamiento de
una alianza con una fracción de la clase dominante. La UP se fue debilitando durante
el período de su ejercicio –rechazada su alianza por el conjunto de las clases
dominantes, cercada por el imperialismo y las IFI-, máxime que no pudo enfrentar
las consecuencias de su política económica. Esta fue, en su esencia, de carácter
pequeñoburgués, pues operó fundamentalmente en el consumo y no en los medios
de producción: redistribución del ingreso a favor de las capas de más bajos ingresos,
aumento del consumo, aumento de la producción basándose en la capacidad
instalada ociosa, agotamiento de esta última a mediados de 1972, etc.
La UP no sólo conquistó una de las instituciones del aparato del Estado, el
Gobierno –por la vía del voto -, manteniendo el orden burgués, sino que se afirmó en
él y lo legitimó frente a las masas, lo mismo que a las diversas instituciones del
Estado capitalista (Parlamento, Poder Judicial, Contraloría, cuerpo de oficiales de las
FFAA y a estas en su conjunto). Ya desde 1970, y como dijimos, ella intentó sellar
una alianza con una fracción burguesa, a través de su formulación prográmatica, de
sus planes económicos, intervenciones verbales o incluso intentos concretos (verano
del “71, con empresarios industriales y agrarios; junio “72 y agosto-septiembre del
“73, diálogo con la DC; octubre “72 y agosto del “73, con gabinetes UP-Generales).
Este permanente intento no se hacía gratuitamente, sino a costa de amparar a
sectores empresariales, de legitimar a partidos burgueses y oficiales reaccionarios de
alta graduación, de someter al país a las consecuencias del pago de la deuda externa
y legitimar el aparato del Estado capitalista. Todo esto llevó al gobierno a tener
constantes roces con distintas capas del pueblo y sus organizaciones, fraccionando
su base social de apoyo y también fragmentando su base política de apoyo.
Pero este proyecto político, de colaboración de clases, fracasó en su propósito
dadas las condiciones del período, las que empujaban a las masas más allá de lo que
el reformismo pudiera comprometerse a realizar. Apreciando el carácter que asumía
esa movilización popular, la clase dominante, en su conjunto, rechazó toda posible
alianza con el gobierno y desarrolló una ofensiva furiosa sobre él, lo que terminó por
debilitar cada vez más al gobierno de la UP, al restarse éste mismo, por sus
insuficiencias y vacilación, apoyo popular y al no recibir, en contrapartida, la
estabilidad que le habría dado una alianza con una fracción burguesa.
El movimiento de masas, bajo un régimen de ampliación de las libertades
democráticas que el gobierno de la UP generó, empujó más allá de las limitadas
reformas que éste se proponía y le fue imponiendo la legitimación de sus conquistas:
el movimiento campesino aceleró y profundizó la reforma agraria, por medio de la
toma de fundos; el movimiento obrero extendió el área social de propiedad de las
industrias mucho más allá de las 91 empresas que se propuso la UP y por medio de
su cada vez más fuerte y extensa movilización, ensanchó los mecanismos de
participación que el gobierno abría, etc. Punto especial de atención merece el enorme
aumento de la actividad global de las „Capas Aliadas‟, de los pobres del campo y de
la ciudad. De esta manera, la clase obrera y el pueblo hicieron fracasar todo intento
de colaboración de clases que la UP se proponía, al empezar por golpear, en los
hechos, al conjunto de las clases dominantes, sin respetar al poderoso sector
burgués con el que la UP proponía aliarse. Más aún, el gobierno, a pesar de resistir y
combatir estos avances del movimiento de masas, terminó por legitimarlos
(requisiciones, intervenciones, compras, etc.), obligado por la extensión del proceso,
la magnitud que cobraba el movimiento de la clase obrera y popular, y por la
incidencia del centrismo de izquierda en el gobierno. Pero al resistir, combatir e
incluso puntualmente reprimir policialmente la movilización popular, el gobierno no
canalizó esa enorme fortaleza de masas, no le otorgó conducción, la dispersó y
fragmentó, con lo que generó roces entre él y el movimiento de masas, no ganó
fortaleza en su seno, debilitándose como gobierno y debilitando también la
movilización popular. Se generaron, como consecuencia de ello, trizaduras y

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contradicciones entre los partidos políticos integrantes de la UP e, inclusive, al


interior de los mismos.
Tales condiciones se cruzaron con otras más en éste período y eso permitía
definirlo con precisión como un Período Prerrevolucionario, distinguiéndolo de otras
situaciones de ascenso del movimiento de masas. La situación prerrevolucionaria
abierta en Chile se caracterizaba por el ascenso de las masas y se cruzaba con otro
factor, que era la crisis de la clase dominante, expresada en muchos niveles, pero
que, en general y temporalmente, surgió cuando ninguna fracción de la clase
dominante fue capaz de imponer su hegemonía sobre las otras. Esto repercutió sobre
el sistema de dominación, haciéndolo entrar en crisis.
La crisis política general no resuelta del sistema de dominación, se veía
impulsada por la incrustación en la cúspide de la estructura del Estado de un
gobierno integrado por dos concepciones reformistas, pequeñoburguesa y obrera,
muchas veces contradictorias entre sí. No eran tiempos de actividad política y social
„normales‟. Se desarrollaba una situación cuasi revolucionaria, que se prolongaba, y
en el transcurso de la cual se desarticulaban relativamente todos los elementos de la
formación social. Se „desplegó‟ el aparato del estado, dejando virtualmente
autonomizadas a las FFAA (mientras se rehacía su vínculo con las clases dominantes)
y a otras más de sus instituciones; se produjo la apertura del „abanico de las clases‟,
sufriendo cada una lo que se denominó „crisis de representantes-representados‟, en
que ellas y sus fracciones se activan, cohesionan y organizan, cuestionando su
relación con los partidos políticos (por ejemplo, la autonomización de la pequeña
burguesía que, movilizada, lleva a la zaga a los partidos de la derecha, los que
posteriormente le dan apoyo y conducción); se abrió también el abanico de los
partidos políticos, esto quiere decir que en su interior se decantan distintas
posiciones y visiones, las que se confrontan entre sí, tanto dentro de los referentes
de la izquierda como de los partidos reaccionarios.
El movimiento de masas venía desarrollando un proceso de ascenso en sus
movilizaciones, sobre todo desde 1967, creciendo su organización e izquierdización,
las que se multiplicaron luego del acceso de la UP al gobierno, cuando las masas
vislumbran a éste como a un instrumento de sus luchas y aprovechando la
ampliación de las libertades democráticas. Las primeras capas en movilizarse
masivamente fueron los sectores pobres del campo y de la ciudad, haciéndolo la
clase obrera a un ritmo menor, sometida a una conducción casi exclusivamente
reformista y centrista y beneficiada, prioritariamente, por la redistribución del
ingreso. El gobierno contaba al comienzo con el apoyo de importantes sectores de la
pequeña burguesía, que se fue reduciendo gracias a la desenvuelta ofensiva
reaccionaria y a las debilidades y vacilaciones propias de la UP. El movimiento
popular tuvo un salto en su organización y concientización, sobre todo a partir de la
respuesta de los obreros y del pueblo a la ofensiva reaccionaria de octubre del “72.
Es en este último lapso cuando, junto con la radicalización de extensos sectores
medios y de base de la UP, cobran impulso en el movimiento de masas el desarrollo
de una serie de nuevas formas orgánicas: las JAP, los Cordones Industriales, los
Comandos Comunales, los Consejos Campesinos, Comités de Vigilancia y
Autodefensa, etc. Estas instancias se correspondían mejor con la definición de
„Gérmenes de Poder Popular‟ que de “Órganos de Poder Popular”, como se les
conoció entonces. Con todo, a pesar de que el reformismo siguió combatiéndolos y
de que gran parte del centrismo sólo los apoyaba de palabra, se generó un proceso
creciente de organización, mayor conciencia y autonomía de la clase obrera y del
pueblo. Más aun, días antes del 29 de junio del “73 (“Tancazo”), se concentró en la
Plaza de la Constitución el contingente de masas más grande visto en Santiago, que
en sus consignas exigía el desarrollo y fortalecimiento del Poder Popular.
Al producirse el triunfo de la UP, los sectores revolucionarios eran grupos
reducidos, con existencia orgánica sólo en unas pocas provincias, con un precario
enraizamiento en el movimiento de masas, fundamentalmente entre algunos
sectores estudiantiles y de pobladores, con una corta historia y conformados por
cuadros en su mayoría jóvenes y recién incorporados a la vida política. Desde esa
precariedad, se orientaron a acumular fuerzas al interior del movimiento de masas a
partir de un programa con objetivos revolucionarios y del impulso a la movilización
de estas, e intentando disputar la conducción del movimiento al reformismo. Fueron
levantando un programa más coherente con la coyuntura abierta y más completo;
formularon y practicaron el desarrollo del Poder Popular; desenvolvieron una
ofensiva en el trabajo político hacia la tropa y sub-oficialidad de las FFAA y de Orden;
levantaron la consigna del Gobierno de los Trabajadores, impulsando y obteniendo
algunos logros en la política de la reagrupación de las fuerzas políticas más

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progresistas; abrieron un combate más nítido en el terreno político e ideológico con


el reformismo, a la vez que llamaban a un grado mayor de acuerdo estratégico, en el
seno de las masas mismas, para enfrentar a las clases dominantes. Estos sectores,
frente al gobierno de la UP, levantaron la política del “apoyo crítico”, que reconocía
en el triunfo electoral de ese bloque un inmenso avance en la lucha del pueblo por
conquistar el poder y que objetivamente favorecía el desarrollo de un camino
revolucionario en Chile y, por tanto, también favorecía a la izquierda revolucionaria;
pero eran críticos, en tanto combatieron todas las medidas y acciones de la UP que
significaban objetivamente una claudicación o derrotismo frente a las clases
dominantes. En el breve lapso de este período, lograron crecer y extender su
influencia en el movimiento popular, coadyuvando a la toma de conciencia y a la
acción más decidida de las masas tras sus objetivos históricos.

2) ¿CÓMO SE LLEGÓ A ESTA DERROTA?


El Bloque Dominante, después de conocidos los resultados electorales de las
parlamentarias de marzo del “73, que al serle adversos le dificultaban desalojar a la
UP del gobierno por la vía plebiscitaria, considerando sus tres años de conspiraciones
frustradas, visto su fracaso relativo en el paro patronal de octubre del “72,
apreciando la radicalización que desarrollaba el movimiento de masas y el
crecimiento de la izquierda, además de la creciente agitación en el seno de la
suboficialidad y tropa de las FFAA, se decidió (una de sus fracciones fundamentales,
con el apoyo norteamericano) a impulsar una ofensiva total para derrocar al gobierno
de la UP y someter a los trabajadores y al conjunto del pueblo.
Ya a fines de mayo del “73, se encontraban conectados y preparando
activamente su ofensiva: la Armada, como institución, e importantes sectores de la
oficialidad media y alta de las otras ramas de las FFAA; sectores representativos de
la gran burguesía empresarial (SOFOFA, SNA, Cámara Chilena de la Construcción);
dirigentes y agitadores de los gremios de la pequeña burguesía, tales como
transporte, comerciantes, colegios profesionales, etc.; el Partido Nacional y su grupo
de choque, “Patria y Libertad”; el sector más reaccionario del PDC; con el apoyo
activo de oficiales de la marina de EE.UU. y de su embajada en Chile, además del
dinero y recursos materiales y logísticos de las agencias de inteligencia de ese
gobierno. Contaban con tres garantías a su favor: el cerco crediticio norteamericano
y de las IFI; las importantes posiciones institucionales, de comunicación de masas y
económicas que la UP les permitió conservar; la política reformista y vacilante
predominante en el gobierno.
Desarrollaron su ofensiva, implementando todas las formas de lucha posibles,
desatando el sabotaje económico, impulsando el desabastecimiento y el “Mercado
Negro”, aprovechando las alzas, sirviéndose de las contradicciones internas de la UP,
perpetrando atentados políticos (crimen del Comandante Araya Peters) y sabotajes a
algunos servicios públicos, etc. Se inscribían en esta estrategia, la amenaza y
chantaje político de algunos altos oficiales que, expresando posiciones de la
oficialidad reaccionaria, emplazaban progresivamente al gobierno para exigirle
políticas contrarias a los intereses de los trabajadores. Al mismo tiempo, los partidos
de la reacción y los gremios patronales empujaban en el mismo sentido, disparando
desde las trincheras del poder político y económico que aún conservaban, intentando
precipitar el conflicto institucional, declarando inconstitucional al gobierno de la UP.
Pero fracasaron en el intento de arrastrar a sectores obreros importantes a su
táctica, y quedaron en la estacada con el revés de la huelga que instigaron en “El
Teniente”, las enormes concentraciones convocadas por la CUT a fines de junio y el 4
de septiembre de “73 y el aplastamiento en las calles, por la movilización popular, de
los intentos de desarrollar asonadas reaccionarias en diversas ciudades.
En la mañana del 29 de junio del “73, miembros de Patria y Libertad y algunos
oficiales del Blindado N°2 de Santiago, sintiéndose avalados por la declaración de
supuesta ilegalidad del gobierno emitida por el PN, realizaron una asonada militar, el
“Tancazo”, pero sus participantes terminaron siendo aislados y anulados en el centro
cívico al mediodía de ese mismo día. Hoy sabemos, gracias al informe de la Comisión
Church del Senado de EEUU y por los documentos desclasificados recientemente por
la CIA, que lo que parecía una intentona golpista aislada se inscribía en una
estrategia más amplia, la que había sido elaborada secretamente en la Escuela de
Oficiales del Ejército por un grupo de inteligencia de esa rama desde fines de 1972, y
en torno a la cual se fue unificando a la oficialidad reaccionaria de las otras armas. El
Tancazo buscaba verificar, en la práctica, como respondería el pueblo y sus
organizaciones (por ejemplo los Cordones Industriales), además del gobierno, frente

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a un verdadero y decidido golpe militar. Asimismo, en esta estrategia se enmarcaban


los allanamientos a centros fabriles y fundos tomados por sus trabajadores y a sedes
de la CUT, que las FFAA comenzaron a practicar a partir de julio (amparados en la
ley de control de armas, que había sido aprobada en octubre del “72, sin resistencia
real por parte de la UP), que permitieron enfrentar a la tropa con los trabajadores e
incluso que les reprimieran (ejemplo, caso de Nehuentúe). Finalmente, la
planificación golpista fijaba el golpe definitivo, sin concretar fecha aún, para
septiembre (como ya habían alarmado sectores revolucionarios), puesto que en este
mes, en relación con las fiestas patrias, se concentran efectivos de las FFAA en la
capital, llegándose a duplicar su cantidad.
Esta asonada militar limitada del 29/06, sin embargo, abrió una nueva etapa
en la coyuntura política y social: el movimiento de masas generó un proceso de
movilización no visto antes, encabezado por la clase obrera. Acompañado de una
radicalización masiva de las bases de la izquierda, extensas capas del pueblo
desarrollaron grados de conciencia y organización enormes, tomándose las fábricas,
organizando Cordones Industriales y en menor grado Comandos Comunales, incluso
desarrollando formas mínimas de organización militar antigolpista. Se fue dando un
proceso de reagrupación en la base entre sectores revolucionarios del MAPU
(Garretón), el MIR, el PS, la Izquierda Cristiana (IC) e incluso, en algunos sectores
industriales, incorporando bases del PC. La agitación se extendió entre suboficiales,
clases y soldados, arrastrando también a algunos oficiales. Por otro lado, ante esa
movilización, el temor cundió entre los conspiradores, pero vista la debilidad del
gobierno y de la UP, que no tomaron medidas acordes con la gravedad de la
situación, procesando sólo a algunos de los participantes directos, no destituyendo a
altos mandos probadamente conspiradores, no apoyando y menos conduciendo la
movilización popular desencadenada, sino que, al contrario, decretando el gobierno
zonas en estado de emergencia y entregándole el control de Santiago a las FFAA, las
fracciones más poderosas de la burguesía pasaron a impulsar entonces su táctica de
ofensiva final.
En el gobierno y en la UP la contradicción y el desconcierto fueron la norma.
La línea predominante, la del reformismo pequeñoburgués, fue la de buscar un
acuerdo de “consenso” entre la UP y el PDC, cuando lo que el „Freismo’ exigía era la
capitulación. Así, impulsaron políticas fundamentalmente defensistas y permisivas,
exclusivamente orientadas a dar garantías a las FFAA de respeto a la legalidad y
medidas para palear los efectos del paro patronal. Bajo la ilusión de conseguir un
acuerdo con el PDC se constituyó el “Gabinete del Diálogo” (por segunda vez con
generales de las FFAA), que vino a reprimir a los obreros del Cordón Mackenna, a los
pobladores de Pudahuel, condenó el poder popular, inició la devolución de industrias,
agudizó las contradicciones internas de la UP, condenando a sus corrientes más
radicales, chocando por todo ello con la Comisión Política del PS y sometiendo de
paso a la IC. El PC sufría importantes problemas internos entre su base radicalizada
y sus dirigentes conciliadores, cayendo en la vacilación, pero resistiendo en los
hechos toda política de contraofensiva, combatiendo a los Comandos Comunales, a la
“ultraizquierda”, etc. El PS, cuyas bases se radicalizaron, permaneció en la
ambigüedad de proponer medidas más radicales y en definitiva se sometió al PC,
oponiéndose a las más flagrantes concesiones propuestas por Allende, pero sin
decidirse a entregar una salida alternativa.
Por su parte, los sectores de la izquierda revolucionaria promovieron un
intento de contraofensiva, buscando devolver el ánimo en las masas, con una
ofensiva de propaganda y agitación, organización de comandos, llamados a resistir la
devolución de las fábricas ocupadas, con trabajo en las bases de la UP para que se
hicieran eco de la necesaria contraofensiva, al tiempo que desarrollaban
movilizaciones en la base e impulsaban tareas de defensa material, además de
remontar en el trabajo al interior de las FFAA, con gran resultado, pero a la larga
insuficiente.
El „momento militar‟ de la lucha de la clase dominante por la restauración
plena de su poder, lo implementó no a través de sus organizaciones políticas,
gremiales o paramilitares, sino a través de una rama del aparato del Estado, las
FFAA, lo que le permitió contar con unidad de mando, una poderosa fuerza material,
adecuadamente dislocada en el territorio del país y una acabada planificación. A ello
habría que sumar que –por las condiciones políticas de entonces- contaba con la
iniciativa y pudo aún pudo agregar otro elemento militar fundamental: la sorpresa. El
apoyo norteamericano y la impunidad de su conspiración le permitieron planificar
cuidadosamente cada detalle del plan golpista y a escala nacional, movilizando
rápidamente sus tropas, copando los medios de comunicación de masas y deteniendo

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a las direcciones de los partidos de la UP. La asesoría norteamericana, a unas FFAA


no plenamente expertas en el golpismo, demostró ser muy eficaz. Contó con un
grado importante de unidad en las FFAA, gracias al retiro de la alta oficialidad
antigolpista días antes, por la represión en contra de la marinería antigolpista en el
caso de la Armada y en menor grado en la Aviación; movilizaron en las primeras
horas sólo unidades „seguras‟ y anularon e incluso eliminaron rápidamente la
resistencia interna.
El movimiento de masas, desconcertado, golpeado y fragmentado por la
política del gobierno en los últimos dos meses, pero sobre todo desde fines de
agosto, permaneció en su mayor parte pasivo, atemorizado y no desarrolló
resistencia. Los sectores de vanguardia en los Cordones Industriales, en poblaciones,
en ciertas zonas rurales y en algunas universidades, ocuparon sus lugares de trabajo
y de estudio a la espera de conducción y armamento, siendo posteriormente
desalojados, llegándose a la resistencia sólo en unos pocos centros.
La izquierda, sin mando cívico (y menos material), estaba fragmentada en, al
menos, tres sectores: el gobierno y parte de los partidos de la UP; el centrismo (PS y
MAPU) y el sector de los revolucionarios, estos últimos tratando de empujar al
centrismo hacia posiciones más radicales. Este fraccionamiento impidió una acción
coordinada y de conjunto, la que a su vez se vió agravada por la decisión de Allende
de permanecer en la Moneda, en pleno centro de Santiago, donde todo intento de
resistencia era enormemente difícil y sin perspectiva.
Los sectores revolucionarios no respondieron según lo esperado, pero
intentaron todo lo que las condiciones objetivas permitían. Tres cuestiones
debilitaron enormemente su capacidad de respuesta: el estado de ánimo de las
masas y de los sectores antigolpistas al interior de las FFAA, después de varias
semanas de capitulación del gobierno; la sorpresa; la poca resistencia del gobierno y
de la UP, todos ellos elementos que representaban el tiempo orgánico con que
contaban para constituir su fuerza. Todo esto se expresó en la lentitud para constituir
sus direcciones y sus unidades técnicas de combate, a la vez que no se logró contar
con el levantamiento de una franja armada del movimiento popular, que permitiese,
por último, un repliegue ordenado. En lo fundamental, perdieron la batalla antes del
golpe, cuando no fueron capaces de desplazar al reformismo en la conducción del
movimiento de masas. Y este, con su política, desconcertó, dividió y desarmó a la
clase obrera y al pueblo, fuerza militar fundamental de cualquier táctica
revolucionaria.

3) ¿CUÁLES SON LAS IMPLICANCIAS DE ESTA PRIMERA DERROTA PARA


EL MOVIMIENTO POPULAR?
1) El golpe militar culminó la ofensiva reaccionaria y cristalizó una victoria
estratégica para la clase dominante y una derrota para la clase obrera y el pueblo,
cerrando violentamente un período prerrevolucionario y abriendo un período de
contrarrevolución abierta, el que tuvo un saldo irreparable para nuestro pueblo;
2) La clase dominante se sacó la careta democrática, resolviendo la crisis de
representación que se abría en Chile, intentando a través de su aparato armado
resolver la crisis y restaurando el sistema de dominación y explotación capitalista
cuestionado, ahora al servicio de la fracción burguesa monopólica financiera (que
culminó su desarrollo, paradójicamente, durante el período de la UP). Se trataba de
que la dictadura, además de restaurar el sistema de dominación capitalista como tal,
a la vez impusiera un modelo político y económico de dominación ultrarreaccionario;
3) No obstante, se mantuvo la crisis estructural del capitalismo dependiente
chileno, crisis de acumulación y de la formación social, pero una y otra vez se
descargó sobre las espaldas del pueblo y los trabajadores los efectos de estas crisis;
4) Como el sistema de dominación había entrado en crisis, la clase dominante, su
fracción hegemónica, obtiene el concurso de la columna vertebral del Estado burgués
para resolverla, solucionando la crisis de dirección del aparato del Estado y
reprimiendo al movimiento de masas, a través de la implantación de un estado de
excepción. Dicho Estado de excepción corresponde al de una dictadura militar del
capital monopólico financiero aliado a las transnacionales, en donde el aparato
represor y columna vertebral del Estado, su rama más sólida y estructurada, las
FFAA (y de Orden), centraliza varias funciones de otras ramas, controlando algunas o
limitando y subordinando las funciones de otras. En Chile, a partir de la autonomía
relativa alcanzada por las FFAA respecto a las fracciones burguesas en crisis, su
cuerpo de oficiales, extraído históricamente de la alta burguesía, asumió la

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hegemonía del aparato del Estado, ligándose y realizando la política


ultrarreaccionaria requerida por la fracción burguesa monopólico-financiera;
5) La izquierda sobrestimó las contradicciones en el seno de la clase dominante y
las tradujo mecánicamente al interior de las FFAA, subvalorando fatalmente el poder
y firme centralidad de mando de estas últimas. Se esperaba que frente a una
situación de golpe se fraccionaran, pasándose una fracción mayor de ellas hacia las
posiciones populares; es decir, se desconoció su verticalidad de mando acendrada y
la política de conquista de la clase dominante y del imperialismo hacia sus sectores
claves. Pero, por sobre todo, vastos sectores de esa izquierda soslayaron el rol
determinante que cumplen las FFAA dentro de un Estado capitalista (barajando la
crisis abierta a favor de la clase dominante y reprimiendo al pueblo) y excepto los
revolucionarios, no tuvieron una política clara frente a ellas;
6) Hubo en la izquierda una subestimación grave de la injerencia del gobierno de
EEUU y de sus diversas instituciones, agencias y fundaciones subvencionadas, ya
fuere en labores de control, de desinformación y de represión, las que ejercieron en
diversos niveles y sectores de la formación. El movimiento popular y revolucionario
debe conjurar esa amenaza para enfrentar en mejor pie su lucha; debe aprender a
combatirla o en última instancia a anularla;
7) Con todas sus insuficiencias y errores, el gobierno de la UP significó el período
en que el movimiento popular y el revolucionario chilenos alcanzaron sus máximos
niveles de conciencia y organización de toda su historia. Tenemos en el transcurso de
este período una contradicción constante: el pueblo avanza pero el gobierno limita
ese avance. No obstante, la valoración popular del instrumento „gobierno‟ se ve
reflejada en las pancartas que portaban algunos pobladores y trabajadores, que
decían: “Este será un gobierno de mierda, pero es mi gobierno”. El gran avance en
conciencia y organización populares fue derrumbado por la dictadura y tales
experiencias fueron borradas de las siguientes generaciones, quizás hasta hoy;
8) Los sectores revolucionarios no fueron capaces de desplazar al reformismo en
la conducción del movimiento popular y de trabajadores. Las direcciones reformistas
desconcertaron y dividieron a la clase obrera y al pueblo, componentes de las fuerzas
materiales tácticas necesarias y protagonistas de cualquier estrategia de
enfrentamiento decidido de toma del poder y de construcción de una sociedad
socialista. Sin embargo, en esta etapa los revolucionarios contaron con un aliado
natural, el centrismo de izquierda, que decanta a posiciones más consecuentes, en
especial en un período prerrevolucionario, sí una vanguardia y su praxis les van
señalando el camino. Con todo, la Vanguardia Revolucionaria no cristalizó a tiempo.
En su cuestionado análisis sobre la revolución española del 36, Trotsky
sintetizó en tres las causas para que una revolución no triunfe: por correlación de
fuerzas desfavorable (un período prerrevolucionario que no alcanza a madurar a
situación revolucionaria); por la juventud de la vanguardia al momento de abrirse la
crisis; por errores y desviaciones de la vanguardia (reformismo, centrismo,
ultraizquierdismo). Coherente con lo anterior, Trotsky exige que la vanguardia esté
constituida como vanguardia política real de las masas antes de que la crisis
comience, como condición para que pueda cumplir el rol histórico de avanzada
durante el curso de la crisis y pueda así llevar a la victoria a la clase obrera y al
pueblo. Ello implica: madurez ideológica, política y orgánica, además de
enraizamiento real en la clase obrera y también en las capas aliadas. A la luz de
estas tesis podemos asegurar que en nuestro país se combinaron las dos primeras
causas para determinar la derrota, puesto que la inmadurez de la naciente
vanguardia (sin enraizamiento pleno en la alianza social fundamental, en donde
disputaba la conducción al reformismo y a veces al centrismo) le impidió dirigir y
enfrentar adecuadamente la lucha, en aras de revertir la desfavorable correlación de
fuerzas y avanzar a la victoria popular;
9) Por más garantías y capitulaciones que la UP brindó a la clase dominante, ellas
no impidieron el golpe y más bien lo precipitaron. Esto demuestra la necesidad de
una política popular autónoma y de un programa revolucionario de la alianza social
fundamental, que contemplen golpear en todos los planos y niveles a la burguesía y
sus aliados. La fundamental enseñanza en este ámbito, que debe ser rescatada una y
otra vez, es la de la imposibilidad del tránsito pacífico al socialismo (la tesis
reformista de los cambios graduales, los que contarían con la venía de la clase
dominante), reafirmando lo inevitable del enfrentamiento violento para conquistar el
poder por el pueblo y que este debe prepararse materialmente para ello;
10) Creemos que la definición de “Órganos de Poder Popular” para las instancias
creadas por los trabajadores y el pueblo, durante el período 70-73, es incorrecto.
Pensamos que sería más objetivo hablar de „Embriones de Órganos de Poder

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Popular‟, atendiendo a las siguientes características: 1) tales embriones fueron


implementados fundamentalmente por los trabajadores más conscientes de los
sectores productivos tradicionales, con experiencia organizativa, pero no
incorporaron a otras fracciones más atrasadas de la clase motriz y de las capas
aliadas; 2) No se integraron hacia arriba, llegando en casos puntuales al nivel
provincial; 3) Fatal fue la escasa preparación en el terreno político-material, tanto en
los aspectos táctico, técnico y logístico, como en la reducida preparación de hombres
para el efecto; 4) Las acciones reformistas y centristas les impidieron desarrollarse
como instancias de poder autónomo y alternativo al Estado burgués y sus
instituciones, donde la clase obrera y el pueblo implementasen su toma de decisiones
y de control; al contrario, los reformistas y los vacilantes las combatieron desde este
punto de vista y reducían el accionar obrero y popular sólo a los sindicatos e
instancias tradicionales, e incluso atacando el desarrollo del sindicalismo hacia
aspectos más políticos.
Con todo, se debe rescatar del olvido las experiencias de construcción de los
diversos embriones de Poder Popular que, en diversos sectores sociales y
geográficos, fueron creados en aquel intenso período;
11) En primera instancia, los revolucionarios aseguraron que lo que fue derrotado
ese día „11‟ eran la estrategia y tácticas del reformismo, las que habían llevado a las
masas a la catástrofe. Esto es correcto, pero no acertaron al señalar que ellos habían
sido eximidos de la derrota del conjunto del pueblo, ya que también les afectó
grandemente en su estrategia y sus políticas. Aún así, su máximos logros fueron el
hecho que luego de 50 años de gravitación sin contrapeso en el movimiento obrero y
popular de las concepciones y políticas del reformismo obrero y pequeñoburgués, se
desarrollara en el seno del pueblo una alternativa revolucionaria, que planteaba
todas las formas de lucha en el enfrentamiento contra la clase dominante y, además,
que alcanzara a formar un puñado de cuadros que la represión no pudo destruir y
que lideraron las acciones de resistencia antidictatorial en la etapa siguiente.

II.- LA SEGUNDA DERROTA DEL MOVIMIENTO


POPULAR CHILENO: 1986

1) ¿QUÉ FUE DERROTADO ESE AÑO 1986?


Formalmente, la estrategia y tácticas de los sectores de la izquierda más
consecuente, los que planteaban una salida democrática y revolucionaria no sólo a la
crisis nacional abierta a partir de 1983, sino al sistema de dominación y explotación
capitalista impuesto desde 1973. Ahora bien, nuestro interés se centrará en
demostrar cuán profunda y amplia fue esta segunda derrota, infligida al conjunto del
pueblo y a la izquierda solamente 13 años después que la anterior.
El proceso de consolidación del nuevo bloque dominante fue acompañado
desde sus inicios con una fuerte represión sobre el movimiento de masas y los
partidos de la izquierda, lo que produjo un profundo reflujo del movimiento popular
en su conjunto. Ello era necesario para aplastar el peligro revolucionario y además
para imponer la superexplotación del trabajo que exigía la superación de la crisis de
acumulación capitalista. La cacareada reducción de la intervención del Estado en el
mercado, no significó que este no haya seguido interviniendo (mucho más que en el
pasado) en la creación de las condiciones que incidieran en la reproducción del
capital, en especial en aquellas que tenían que ver con el trabajo. Por otra parte, el
nuevo patrón de acumulación capitalista dependiente, primario exportador con
ventajas comparativas y con una fuerte componente de tercerización, se caracteriza
porque propicia la expansión de algunos rubros de la economía (área de productos
de exportación, algunos servicios y el mercado de consumo de altos ingresos),
mientras que el resto se deprime o es desechado. La imposición del nuevo esquema
económico provocó una alta desocupación y el empobrecimiento de amplios sectores
de la sociedad. Los mismos rubros dinámicos, los que tienen ventajas para la
exportación, contemplan entre sus ventajas la tecnificación y la superexplotación del
trabajo, lo que significa que absorben poca mano de obra y pagan bajos salarios. La
implantación del nuevo modelo capitalista requirió de un régimen represivo
permanente para lograr su desenvolvimiento (hoy requiere de una democracia
restringida para su mantención), de allí que el nuevo Estado de excepción de la
burguesía monopólico-financiera dependiente chilena se caracterizara por ser
„autoritario‟.

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El autoritarismo no se limitó al asesinato, detención, tortura, exilio de los


dirigentes políticos y sociales del movimiento popular, etc. Él apuntó a algo más
profundo, a implantar una nueva forma de relación entre el Estado y la sociedad que
rompía los agrupamientos clasistas, atomizando social y políticamente a las clases y
capas populares; en suma, apuntó a la refundación del Estado capitalista en Chile.
La creencia de la izquierda en una reanimación más pronta del movimiento
popular y, por ende, de la constitución acelerada de un movimiento de resistencia
popular, tiene que ver con sus aumentadas expectativas sobre el desarrollo de las
contradicciones en la clase dominante. Efectivamente, poco después del “golpe”
comenzaron a evidenciarse estas contradicciones. La teoría marxista sobre los
Estados de excepción señala que el hecho que se cierren los espacios de negociación
interburgués (parlamento) tiende a agudizar las contradicciones entre las fracciones
burguesas, dificultándose la estabilización de estos regímenes. Sin embargo, éste
supuesto es válido para las sociedades de desarrollo capitalista más diversificado y
orgánico, lo que hace que la emergente fracción monopólico-financiera deba hacer
frente a las otras fracciones de la gran y mediana burguesía, de los sectores
industrial, agrario y comercial, que aún son fuertes. En el caso chileno, durante la UP
se produjo un importante cambio en la correlación de fuerzas dentro de la clase
dominante, que sumado a las nuevas tendencias del capitalismo mundial
favorecieron la posición de fuerza de la burguesía financiera. Ya durante el gobierno
de Frei (“64-“70), había tenido lugar un rápido desarrollo del sector más dinámico de
la burguesía industrial, la más estrechamente asociada al capital extranjero y que
ocupaba una posición cada vez más fuerte en el sector bancario, pero que aún debía
compartir la cúspide del poder con las otras fracciones burguesas: industrial,
comercial y bancaria, más tradicionales y orientadas al mercado interno. Aunque
parezca paradójico, el sector burgués menos afectado durante el período de la UP fue
aquel más dinámico y asociado al capital financiero extranjero. El proceso de
hegemonización de la burguesía monopólica, que venía desde Frei, se aprovechó de
las debilidades del período UP (especulación, traspaso a la inversión privada de
capital bancario, externalización de cuentas, etc.) y se basó en su identidad de
intereses y proyecto con los intereses del capital transnacional y la oficialidad de las
FFAA, lo que le permitió después del golpe militar imponer plenamente su posición de
poder sobre el resto de las fracciones burguesas.
Siendo así, en el contexto latinoamericano, Chile fue el país donde en forma
más acelerada y drástica una fracción burguesa monopólico-financiera, ligada a los
rubros exportadores y aliada al capital transnacional, impuso un proceso de
centralización de capitales e implementó un nuevo patrón de acumulación de capital,
proceso que se tradujo en un mayor debilitamiento de los sectores más tradicionales
de la burguesía industrial. Ello explica porque en nuestro país, aunque estos sectores
tradicionales burgueses tenían contradicciones reales y agudas con la burguesía
financiera, no tenían la fuerza para expresarse más allá de una oposición pasiva. Sí
bien una situación de franca contradicción inter-burguesa sólo vino a expresarse una
década más tarde, para la crisis económica y social nacional de 1983, también en
ésta ocasión se evidenció la debilidad de la burguesía opositora.
El movimiento popular, luego del profundo golpe recibido, desarrolló un
intenso reflujo. Este descenso no se dio sólo por la represión directa ejercida sobre
él, sino también por sus consecuencias: desarticulación, despidos, temor,
desconfianza, indiferencia política, etc. No era el momento de dar u ofrecer batallas
decisivas, tampoco de fijar objetivos inalcanzables a los trabajadores e
impracticables para ellos (tácticamente), por su grado de desarticulación, estado de
ánimo y por la represión. Algunos sectores de izquierda creyeron, erradamente, que
sí era posible lograr un proceso relativamente rápido de reanimación del movimiento
de masas y su incorporación activa a la lucha antidictatorial, confundiendo las
manifestaciones de resistencia de los sectores más avanzados de ese movimiento
(que se dieron a fines del 73 y principios del 74) con los primeros indicios de una
supuesta tendencia a la reanimación popular; esto fue sólo un reacondicionamiento
de sectores de avanzada en su reflujo posterior al golpe.
Los anteriores errores de apreciación y análisis de la izquierda, sobre todo de
aquella que resistió desde un primer momento, la llevaron a subvalorar la capacidad
represiva del nuevo Estado contrainsurgente. En la expectativa de un reflujo no tan
profundo, de que era probable una reanimación del movimiento de masas, se
propusieron pasar a la clandestinidad, rechazando el asilo por principio. Esto jugó un
papel moral y político importante, que permitió graduar la consecuencia de los
diversos sectores de la izquierda. Sin embargo, el reflujo era mayor a lo esperado e
impidió generar una retaguardia social inmediata, que soportara la inserción de los

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militantes que no se asilaron. El conjunto de situaciones en el campo popular no


brindó condiciones de seguridad como para resistir la ofensiva represiva dictatorial
en sus inicios.
En lo internacional, a partir de 1976 se inició un remontamiento de la lucha
revolucionaria en América Central, aunque, al mismo tiempo, en el Cono Sur se
extendió y profundizó la ola contrarrevolucionaria. Particularmente demoledora fue la
ofensiva represiva en Argentina, afectando también a Bolivia y al movimiento popular
y a los revolucionarios uruguayos (que sin reorganizarse, se fraccionaron). La
incipiente y débil coordinación de los revolucionarios latinoamericanos (JCR), iniciada
en el primer lustro de los “70, entró en un proceso de franca dispersión. Por el
contrario, la ofensiva represiva alcanzo gran extensión y profundidad, centralizadas
sus acciones en torno al “Plan Cóndor”, que fuera una conexión entre los aparatos
contrainsurgentes de las dictaduras militares locales, con apoyo norteamericano,
israelí y de otras potencias.
Los sectores de izquierda en Chile se logran recomponer recién a partir de
1977, gracias a la salida de presos políticos y del aumento de la ligazón con los
diferentes frentes sociales más activos. Se crean Comités de Resistencia; surgen y
comienzan a vincularse diferentes organizaciones sociales, legales y semilegales; se
reinician, ya desde el “76, las actividades de propaganda clandestina menor,
mediante rayados, volanteos, etc.; se efectúan pequeñas acciones de propaganda
armada, etc. Sólo a fines del “77 la izquierda y los revolucionarios comienzan a salir
del repliegue.
En general, los partidos de izquierda tuvieron un costoso aprendizaje en el
primer período dictatorial, “73-“77, pues se constituyeron y desarrollaron bajo la
democracia burguesa, a través de las etapas de ascenso de las luchas populares y
que fueran coronadas por un período prerrevolucionario, por tanto, sobre todo los
revolucionarios, se formaron en la práctica de la ofensiva estratégico-táctica. Se les
dificultó la adecuación a la nueva etapa y, al igual que el movimiento popular,
carecían de toda experiencia de lucha bajo un Estado dictatorial; además,
desconocían la contrainsurgencia y sus prácticas, también el arte de replegarse y
defenderse. Así, cometieron graves errores y llegaron al borde del aniquilamiento
total. No obstante, creemos que los partidos revolucionarios y algunos de la izquierda
tradicional tuvieron una gran fortaleza: la contrarrevolución no logró derrotarlos
ideológicamente. Es de sus convicciones revolucionarias que ellos obtuvieron la
fuerza para mantener permanentemente en alto la bandera de la lucha democrático
popular. Ello, sumado al heroísmo y perseverancia de sus militantes, es lo que les
permitió remontar la lucha junto al pueblo.
Entre 1978 y 1982 se desarrolló el proceso de „institucionalización‟ del Estado
contrainsurgente, coincidiendo, de otra parte, con el remontamiento de la lucha de
resistencia popular.
A partir de 1977 la economía chilena inició un proceso de recuperación
(PGB=9.9%), el que se mantuvo en altos niveles hasta 1980. Los sectores que
constituyen el eje del nuevo patrón de acumulación demostraron un gran dinamismo
y, a pesar que la inversión no creció en la misma medida, sí hubo un gran flujo de
créditos por parte de las IFI y de las potencias del centro. La burguesía monopólica
financiera había consolidado su dominio, el movimiento popular estaba derrotado y el
“boom” económico abría la expectativa al Bloque en el poder de terminar de
subordinar a la oposición burguesa y de lograr ampliar su base social de apoyo,
extendiéndola hacia la pequeña burguesía e incluso a sectores de trabajadores. Es
por ello que a mediados de 1977, y vista la correlación de fuerzas alcanzada por
dicho Bloque, Pinochet anunció el inicio de un proceso de institucionalización del
régimen, el que se materializaría en una legalidad permanente (nueva constitución,
término de la reestructuración del Estado burgués y de sus instancias, etc.).
El proyecto de institucionalización del nuevo Estado tiene como eje la
estrategia de Contrainsurgencia, la que constituye la columna vertebral del sistema
de dominación de la burguesía monopólica chilena. En éste sistema se asigna a las
FFAA un papel tutelar, se concibe la perpetuación del régimen político autoritario, se
restringen las libertades democráticas y los espacios de negociación de la oposición
burguesa y de las fuerzas populares, mediante cierta legalidad y/o con la exclusión
política directa. Además, la aplicación de la contrainsurgencia contempla una serie de
medidas institucionales estatales y más allá del Estado, que persiguen un profundo
cambio ideológico y de las relaciones sociales de la formación. En consonancia con lo
anterior y con miras a la refundación del Estado, la dictadura impulsó en esta etapa
las “siete modernizaciones”, afectando los siguientes ámbitos: las relaciones

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laborales; el sistema de salud; la educación; la previsión social; la organización de la


producción agrícola; la “modernización” del Estado; la justicia.
En su conjunto, la modernización y la institucionalización del Estado
contrainsurgente tenían como propósito fundar un nuevo sistema de dominación
burgués, diametralmente opuesto al que imperó en las décadas anteriores. En el
nuevo sistema se busca atomizar la organización y segmentar las demandas sociales,
restringiendo al máximo el rol que tuvieron anteriormente los partidos políticos como
mediadores entre las fuerzas sociales y el Estado. Se trataba de restringir la
participación ciudadana, muy mediatizada, al ámbito local, fragmentando los
movimientos sociales nacionales. Era el municipio ( a través de los CODECOS) el que
debía ejercer el control social y a la vez ser colchón a la presión social sobre el
Estado. Las „modernizaciones‟ apuntaban a un doble propósito: el imperio de la
propiedad privada y del mercado, como reguladores de la vida social y, al mismo
tiempo, se debía romper el espíritu solidario y colectivo, fomentando el
individualismo. Esto se acompañó del bombardeo ideológico permanente, que
exaltaba el progreso individual a través del trabajo, el consumismo como parámetro
del éxito personal, la propiedad y riqueza particular como base de la seguridad, la
competencia como arma de triunfo y la promesa de un futuro mejor al cual todos
pueden acceder. La institucionalización aspiraba a construir una base de apoyo social
mayor al régimen. La represión también tenía un dispositivo ideológico que la
respaldaba y que es la propuesta de construir una “nueva y estable democracia”,
capaz de protegerse del “enemigo interno”.
El proceso de institucionalización descrito, impulsado por la dictadura, chocó
con el fin del reflujo que imperaba en el movimiento popular desde el golpe. Desde
fines del “77 la lucha por los DDHH adquirió fuerza con la primera huelga de hambre
de los familiares de DD y PP, así como otras actividades de denuncia; se apreciaban
signos de reanimación en el movimiento sindical (1° de mayo del “78) y se habían
conformado muchas bolsas de cesantes, etc. A partir de entonces, se inició lenta y
tímidamente un proceso de reanimación de masas que, acompañado de una
activación de la resistencia clandestina, abrió paso una nueva etapa de
remontamiento en la lucha antidictatorial. No cambiaba el carácter
contrarrevolucionario del período, pues la dictadura, fortalecida, se propuso avanzar
en su institucionalización (conservando, como en todo el período, una favorable
correlación estratégica de fuerzas). Lo nuevo fue que el movimiento popular
comenzó lenta pero gradualmente a retomar la iniciativa, a recuperar fuerzas, a
desarrollar enfrentamientos tácticos más continuos en contra de la dictadura.
La recuperación económica y el propósito de la dictadura de avanzar a su
consolidación, fue percibido por sectores de izquierda como la “segunda derrota” del
movimiento popular. Fue justamente a partir de 1977 que la UP entró en su crisis
definitiva. La política de “Frente Antifascista”, que algunos allí levantaban y que
propiciaba una vez más una alianza con sectores, ahora opositores, de la pequeña y
mediana burguesía (la “oposición burguesa”), no logró concretarse. Surgió desde el
seno de las fuerzas de la UP una nueva corriente reformista, llamada “Convergencia
Socialista”, fuertemente influida por la socialdemocracia y el eurocomunismo, la que
ganó influencia entre intelectuales, dirigentes y sectores populares. El PS y el MAPU
sufrieron una prolongada crisis que los llevó a sucesivos fraccionamientos. El PC,
replegado, encaró también contradicciones internas. El MIR, recuperado del acoso y
del cuasi aniquilamiento anterior, se propuso implementar una Resistencia popular
más activa y centrada en la propaganda armada, enmarcando su accionar en el
denominado “Plan 78”, de carácter estratégico-táctico. Este destacamento,
apoyándose en la reactivación del movimiento de masas desde el “81, comenzó a
recomponer su inserción en diversos frentes sociales, principalmente a partir de las
franjas más activas y decididas del movimiento popular. La DC, bajo la hegemonía de
un freismo desencantado de lo que esperaban del régimen, apareció como la única
fuerza opositora más activa y con capacidad para liderar a la oposición burguesa.
En agosto de 1980, Pinochet anunció la realización de un plebiscito para el
siguiente mes, en que se sometería a consulta pública la constitución dictatorial. Esto
produjo gran activación política en el país. La DC convocó a participar en ese proceso
votando por el NO y generó la expectativa, de amplios sectores de masas, de que
con ello se infligiría una abrumadora derrota a la dictadura. Asimismo, a esta
iniciativa de la oposición burguesa, sin mayor cuestionamiento, se sumó el grueso de
la izquierda. El MIR y bases del PC y del PS, advirtieron que el plebiscito era un
fraude, que la participación en él sólo contribuiría a legitimar al régimen y realizaron
campañas de agitación a favor de la abstención y por el camino de la lucha
consecuente.

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El fraude se hizo efectivo, produciéndose un gran desánimo entre los


expectantes del cambio. La oposición burguesa, después de su fracaso, se inmovilizó
y replegó sin saber cómo encarar la nueva situación política. Sin embargo, los
sectores más avanzados del movimiento de masas no hicieron tal, al contrario, su
activación continuó. Después del plebiscito, en algunos sectores de izquierda antes
replegados, como el PC, se inició el viraje hacia una política más rupturista, de
aliento a la rebelión popular. En este proceso tuvo una importante influencia la
elevación de la resistencia armada y de masas conducida por el MIR, así como el
triunfo de la revolución Sandinista y el avance de la lucha revolucionaria en
Centroamérica. La incorporación de combatientes del PC en la lucha librada en
Nicaragua dio paso, posteriormente, al FPMR. Así, a fines de 1980 se comenzó a
producir una dinámica de convergencia entre las políticas del MIR y la nueva línea del
PC, de “Rebelión Popular de Masas”, que arrastró a bases del PS (dentro de Chile).
No obstante, las expectativas que se hicieron los partidos populares, de que el
“81 sería un año de aceleración de la movilización y agitación social, se frustran en la
práctica debido al recrudecimiento de la represión dictatorial. Esta ofensiva combinó
la acción represiva masiva (allanamientos en los Campamentos) y la selectiva, con
medidas legales y demagógicas (50 mil subsidios habitacionales), tendientes a
acentuar la división y atomización del movimiento popular. En este desalentador
cuadro, la convergencia entre los destacamentos de izquierda se rompe a principios
del “82 y sólo siguen en la brecha el PS, el PC y el MIR, aunque más de palabra,
puesto que la acción más unitaria se da recién en septiembre de 1983, con el MDP.
En la segunda mitad de 1981 se desató una violenta crisis recesiva, que redujo
la tasa de crecimiento global para ese año a 5.3% y que luego, en 1982, cayó a –
14.1%. Los grandes grupos económicos habían aprovechado la alta oferta de
créditos externos, haciendo ingentes ganancias gracias a la especulación financiera,
la compra de activos inmobiliarios, la expansión de los servicios, las importaciones y
también al crecimiento de algunos rubros de exportación. Pero la inversión
productiva fue limitada y el endeudamiento externo fue creciendo, acumulándose así
un desequilibrio financiero que hizo particularmente sensible la economía chilena a
los vaivenes de la internacional. Luego de la recesión e inflación del “81, con flujo
externo en caída y con alta tasa de interés, la recesión se hace más cruda y violenta
en 1982. El desempleo llega este año a 30.9%, según datos oficiales, que no
contemplan la cesantía disfrazada; cayó igualmente la producción industrial;
quebraron cientos de empresas; los agricultores no pudieron responder a sus
deudas. El Banco Central protegió a los bancos impagos, cerrando luego dos de ellos
e interviniendo cinco para salvar el sistema financiero. El “boom” económico se
derrumbó y la crisis golpeó a toda la economía y a los diversos sectores sociales. El
bloque dominante entró en un proceso de desarticulación, fracturándose las
relaciones de algunos de los grandes grupos económicos con el gobierno, perdiendo
éste la iniciativa y estancándose su proceso de institucionalización. La oposición
burguesa aprovechó con rapidez la nueva situación, recobrando una fuerte presencia
nacional. A pesar de que con la crisis económica el descontento social creció
enormemente, el movimiento popular no logró retomar la iniciativa sino hasta el
segundo semestre de 1982.
Entre 1983 y 1986 nuestro país vivió una etapa de aguda crisis nacional, en
todos los planos, pero, al mismo tiempo, un período de enorme ascenso de las luchas
populares antidictatoriales, en diversos niveles y con utilización de variadas formas.
Durante 1982 el Bloque en el poder se vió afectado por fuertes
contradicciones, debilitándose su base social de apoyo entre la burguesía y en la
pequeña burguesía. El régimen entró en una crisis política „por arriba‟. Los sectores
de trabajadores y de la pequeña burguesía, aunque sufrieron más duramente los
efectos sociales de la crisis económica, no se movilizaron de inmediato y hasta mayo
del “83 fueron sólo los sectores más avanzados del movimiento popular los que
manifestaron abiertamente su descontento. Con todo, desde mayo en adelante, el
descontento generalizado se transformó en la protesta activa y ofensiva de amplias
masas. La crisis política iniciada „por arriba’ pasó a profundizarse „por abajo‟,
adquiriendo el carácter de una Crisis Nacional, la que afectaba las relaciones de
todos los sectores de la sociedad.
La Crisis Nacional cerró el período contrarrevolucionario y abrió paso a uno
nuevo de la lucha de clases: un período de ascenso de las luchas populares. Esta
etapa no fue un proceso continuo y de acumulación de fuerza social antidictatorial
siempre creciente. Más bien este proceso fue por oleadas, con ciclos de ofensiva y de
repliegue populares, lo que dependía de la coyuntura y de las tomas de iniciativas

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por parte de los bloques en disputa: la dictadura, la oposición burguesa y el campo


popular y sus aliados.
Por tanto, observamos una serie de ciclos de ofensiva popular en que se
repetían, pero sobre nuevas bases cada vez, diversos factores de la coyuntura:
llamados a paros productivos, que más bien se traducían en jornadas de protesta y
de paro cívico; la conducción de la movilización social pasaba de la oposición
burguesa (Alianza Democrática) a la de los sectores populares y revolucionarios
(MDP) y viceversa; cuando la movilización del pueblo y sus aliados era muy aguda, la
dictadura llamaba al diálogo a la oposición burguesa (OB), el que constantemente
fracasaba ya que este sector no quería aparecer cediendo en toda la línea y se
proseguía el enfrentamiento; la dictadura lanzaba periódicas campañas de
reactivación económica y de medidas populistas para frenar o dividir al pueblo;
cuando se elevaba cualitativamente el nivel del enfrentamiento, la dictadura aplicaba
el estado de sitio lo que, como contrapartida, traía aparejado el reflujo popular. Por
otro lado, hubo factores que se fueron haciendo una constante: la Alianza, que
integraban la DC, el PR, ex sectores del PN y que había cooptado a la llamada
“izquierda renovada” –Bloque y Convergencia socialistas -, se fue erigiendo en
portavoz de las demandas democráticas que movilizaban al pueblo. Otra constante
fue que la actividad política de los partidos de izquierda, MDP, se fue haciendo más
abierta y cupular, no logrando generar una real unidad por la base y dando pie a que
se fracturara posteriormente, esto debido a que fueron incubando fracciones que
dieron prioridad a la lucha pública y dentro de la legalidad, que se enfrentaban a los
sectores más decididos en su interior que, contrariamente, bregaban por una franca
confrontación a la dictadura, con el uso de todas las formas de lucha.
Entendemos tres ciclos de ofensiva popular: entre mayo de 1983 y marzo de
1984; entre junio y noviembre de 1984 y entre mediados de 1985 y el tercer
trimestre de 1986.
El primer ciclo se inicia con el llamado a paro del 11 de mayo del “83, por
parte de los trabajadores del cobre que, queriendo ser productivo, se transformó en
una serie de protestas parciales, locales y sectoriales. La gran activación del período
sentó las bases para que se conformaran la Alianza Democrática (AD), el Bloque
Socialista (BS) y el MDP. En este último no todo fue muy fácil, pues en una reunión
ejecutiva en México, su Coordinación planteó un programa con insuficientes medidas
para esa etapa, las que fueron mejoradas posteriormente con el “Programa de 12
puntos” (comienzos “84), que planteaba todas las formas de lucha para acabar con la
dictadura e implantar un orden socialista. Las posiciones revolucionarias se vieron
fortalecidas con la constitución del FPMR, a fines de este año, lo que vino a
incrementar las acciones más ofensivas y armadas al régimen. La dictadura, con toda
la crisis encima, pudo generar programas de incentivo económico y llamó al primer
diálogo, fallido, a la AD, luego de las grandes protestas de agosto y septiembre. El
ciclo se agota a principios del “84, cuando la OB se impone en diversas
organizaciones sociales y políticas, logrando bajar el perfil al enfrentamiento.
El segundo ciclo, se inicia gracias a que la conducción del vasto movimiento es
recuperada por el MDP, durante la segunda parte del año “84. Surgió el MAPU
Lautaro, como escisión del tronco histórico del MAPU. El paro-protesta del 30 de
octubre alcanzó ribetes de verdadera paralización del país, con acciones de protesta
que incluyeron el sabotaje y la defensa activa de los territorios populares. El impacto
de estas jornadas llevó a EE.UU. a presionar al bloque dominante para que se
facilitara el acuerdo interburgués, pero aceptando la represión dictatorial e incluso la
imposición del estado de sitio de noviembre. Vacilaciones en la oposición, una
pequeña burguesía más cercana a la OB (que a su vez coqueteaba con la derecha,
con su fracasado Frente Cívico), junto con la declaración del estado de sitio, llevaron
a un repliegue antidictatorial transitorio hasta mediados del “85. A su vez, se
mantuvieron las contradicciones al interior del MDP y de sus partidos integrantes,
entre las posiciones de subordinación a la OB y los que planteaban el fortalecimiento
de la alternativa democrático-revolucionaria y la rebeldía antidictatorial. Cabe
destacar que la represión siempre era una constante y se expresaba de diversas
maneras, masiva o individual, sobre todo dentro de estos períodos de excepción.
El tercer y último Ciclo, desde julio del “85, se inicia con la movilización en
contra del estado de sitio conducida por el MDP y que sumó a sectores de la OB,
gremios de la pequeña burguesía, sectores de base de la Iglesia, etc. El MDP captó
bien estas dinámicas, impulsando la acción común de la oposición frente a la
situación de excepción y alentando las tendencias de la intransigencia democrática.
Desde un comienzo, esta etapa evidenció características que no tuvieron las
anteriores olas de movilización popular. Hubo una gran tendencia a la ampliación de

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la movilización de masas, donde, si bien las fuerzas sociales motrices continuaron


siendo las mismas, se activaron otros sectores, como grandes sindicatos,
importantes gremios profesionales, de comerciantes y transportistas, aparecieron
signos de reanimación en algunos sectores rurales (mapuche, forestales y
campesinos de la zona central), etc. Otra tendencia apuntó a que las masas
articularon más estrechamente la lucha reivindicativa económica con la lucha
democrática. Otra característica fue la tendencia a la unidad y coordinación social
antidictatorial. Finalmente, podemos observar una tendencia a la radicalización de la
protesta popular, que inclusive ayudó a activar las bases más avanzadas de la OB y
que se tradujo en que los sectores más consecuentemente democráticos de la AD y
la DC ganaran un mayor peso. Simultáneamente, se produjo un creciente desarrollo
de las actividades insurgentes, de autodefensa y milicianas. El FPMR intensificó el
ritmo de sus acciones, las que tuvieron una gran repercusión nacional. El PC se
propuso llevar adelante, durante 1986, una política de carácter insurreccional, que se
conoció como “Sublevación Nacional”. El MDP acordó impulsar una política que llamó
de “Levantamiento de Masas” y que apuntó a la preparación de un gran Paro
Nacional, también en el curso de 1986. A la sazón, al interior del MIR se enfrentaban
dos visiones contrapuestas: los que estaban por una lucha más abierta y política al
régimen, con carácter de ofensiva final, de un lado, y los que se planteaban la
reconstrucción clandestina de su golpeada estructura, para dar paso a una lucha
político-material, en diversos planos y de más largo aliento, por el otro. En general,
en la izquierda se generó la expectativa, sin mucho asidero, que la nueva ofensiva
popular podría llevar a la caída de Pinochet y del régimen, definiéndose 1986 como el
“Año Decisivo”.
No obstante, decayó la movilización luego del gran paro nacional, con
características de paro insurgente, del 2 y 3 de julio de 1986. Las causas fueron la
gran represión dictatorial, la derechización de la OB que, dando por terminado el
Comité Político Privado, instancia de amplia representación y convocatoria, rompió
con la izquierda y desalentó la movilización social; la DC aceptó la Constitución
dictatorial y otros puntos de la llamada “Transición Democrática”, arrastrando a sus
socios de la AD y del BS; fallaron las tácticas insurgentes del PC y de su aparato
armado (descubrimiento de las armas de Carrizal y el fallido atentado al tirano);
posterior al intento de tiranicidio se reimplantó el estado de sitio, acompañado de
muertos, detenciones y relegaciones. Dentro de la izquierda, aparte de los reveses
sufridos por el PC, el MIR se enfrentó en los hechos al accionar de dos líneas internas
contradictorias (que se habían incubado en un proceso de años): una más pública,
que se planteaba como vagón de cola de las políticas de la OB, y otra más
conspirativa, centrada en una estrategia de lucha que considerase todas las formas
de lucha, restándole a tal orgánica cualquier incidencia en las movilizaciones y
organizaciones populares. El PS decantó en dos sectores: uno dentro de las políticas
de la OB (PS Briones) y otro más cercano al centrismo (PS Almeyda), éste último de
paso por la efímera Izquierda Unida (con el PC y el MIR Renovación), de fines de los
“80.
Muy en general, las fuerzas de izquierda rápidamente expresaron esta otra
derrota a manos de la dictadura, esfumándose su capacidad de una unidad política
más ofensiva y dando fin al instrumento orgánico más avanzado del período, el MDP;
fueron derrotadas internamente sus líneas más consecuentes y rupturistas y, por
consiguiente, abortados sus proyectos y tácticas; perdieron su centralidad
estratégica y su ligazón con los frentes y el movimiento de trabajadores y popular,
cuya conducción paso, sin contrapeso, a la OB y sus aliados de la “izquierda
renovada”.
En esta segunda derrota del movimiento popular, lo que resultó vencido fue un
inmenso y valioso esfuerzo de unidad y lucha antidictatorial de la clase trabajadora y
de las capas aliadas, además de sectores de la pequeña burguesía. Todos estos
avanzaron en la conquista de sus derechos conculcados, ejerciendo diversas formas
de lucha, tanto legales, semilegales e ilegales, y con variadas formas de
organización, aprendiendo a luchar en su propio terreno contra el poder de los
aparatos represivos del Estado. Inclusive, los sectores más avanzados llegaron a
plantearse una nueva sociedad, de características socialistas, que se lograría
construir luego de que fuera derrotada la dictadura.

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2) ¿CÓMO SE LLEGÓ A ESTA SEGUNDA DERROTA?


Sí bien el año 1986 llegó a ser un culminante y combativo momento para el
campo popular, la derrota de sus sectores más avanzados significó, como
contrapartida, la recuperación de la iniciativa por parte de la dictadura y sus aliados
para su proyecto de perpetuación del Estado burgués y también del sistema de
dominación.
La base de apoyo de la dictadura estaba constituida por las FFAA, la derecha
política y la gran burguesía. Durante ese año “86, merced a la derrota del
movimiento popular más avanzado y del descalabro político-material de la izquierda
más radical, se logró reconstruir el Bloque político de Estado, sumándose a la
derecha económica aquellos sectores que desde 1983 estaban en la oposición, junto
a la OB. A dicho Bloque no le bastaba con la democracia restringida y el que las FFAA
continuaran cumpliendo su papel tutelar desde los cuarteles. Consideraban que sólo
un proceso de transición más prolongado, hacia un régimen democrático restringido
y encabezado por los militares, podría superar la crisis nacional y garantizar la
dominación del gran capital y sus intereses (posteriormente, la movilización
conducida por la OB les obligó a introducir reformas a la Constitución del “80 y a
variar parte de su itinerario institucional). Por otra parte, en 1986 se afirmó la
tendencia de recuperación económica, alcanzando el PGB un crecimiento de un 5,7%
con respecto de 1985. Asimismo, el gobierno norteamericano morigeró sus
presiones, comprendiendo que ningún sector de la burguesía era capaz de ofrecer
una alternativa viable inmediata a la dictadura militar, pasando a apoyar su
mantención hasta 1989, pero circunscribiendo éste apoyo a que la Junta Militar
presentase para el plebiscito a un candidato civil, que lograra más consenso en la
clase dominante que Pinochet. A fines del “86, la dictadura vuelve a impulsar la
“modernización” e institucionalización del Estado, reinició las privatizaciones de las
últimas empresas públicas y concluyó el „saneo‟ de los bancos y empresas
intervenidas a raíz de la crisis económica, devolviéndolos al sector privado
De otra parte, la OB y la Iglesia impulsaron, durante el “86 y el “87, una
campaña de “Conciliación Nacional”. Sin embargo, esta campaña tuvo pocos efectos
en el régimen, que no redujo la represión y se mantuvo firme en su propósito de
perpetuación. La OB, aprovechando el repliegue del movimiento popular (más
prolongado y profundo que los anteriores) y la crisis de los partidos de izquierda,
ganó la conducción de la movilización antidictatorial, imponiéndole su sello
conciliador y dócil al modelo de explotación y con reparos sólo a aspectos formales
del sistema de dominación: reformas a la Constitución del “80, elecciones con
campaña de TV, cambios superficiales a instituciones tales como el Tribunal
Constitucional, Consejo de Seguridad Nacional, etc. Esta conducción, hegemónica en
lo sucesivo, impuso un cambió ideológico vital al interior del movimiento popular,
inhibiendo toda movilización activa en contra del modelo y asentando en amplios
sectores populares y en dirigentes medios y de base el convencimiento de que se
debía esperar hasta después del “89 para recibir respuesta a sus demandas. No
obstante, luego de electo Aylwin, las elites y los partidos de la Concertación
generaran en ellos la creencia de que el aumento de la presión popular podría traer
como consecuencia el retroceso de la “Transición Política” y/o caer nuevamente en la
dictadura.
Desde septiembre del “86 y junto con el repliegue popular, al interior de los
partidos de la izquierda comenzaron a agudizarse las contradicciones entre las
corrientes más reformistas y vacilantes y las visiones revolucionarias. Ello
desembocó, finalmente, en la división del MIR, en la autonomización del FPMR
respecto del PC, el aislamiento de las fracciones más rupturistas del PS, etc. Los
sectores reformistas pasaron a agruparse en la Izquierda Unida (IU), tratando de
reconstituir la UP. De hecho, sus orientaciones programáticas y estratégicas
reeditaban los mismos lineamientos centrales de ese referente, con un camino hacia
el socialismo por etapas, reconquistando primero la democracia formal burguesa y
aspirando a un régimen democrático liberal de colaboración de clases. Luego, sus
postulados la llevaron a subordinarse a la OB sin más.
Lo que generó las condiciones para una fuerte reemergencia de las corrientes
reformistas de la izquierda, fue la derrota de la política de Sublevación Nacional y los
duros golpes sufridos por los sectores revolucionarios; es decir, la derrota de las
estrategias de aquellos que habían logrado, hasta entonces, conducir la franja más
ofensiva del movimiento popular y hegemonizar con sus políticas al MDP. En este
sentido, la reaparición del reformismo es una manifestación de derrotismo dentro del
movimiento popular, que expresa la idea de que no es posible derrocar la fuerza
militar del Estado burgués y el poder de la burguesía monopólica y que, por tanto, es

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necesario negociar con ellos. La reemergencia del reformismo era un factor nuevo
dentro del período de ascenso de las luchas populares reseñado, que dificultó el
proceso de acumulación de fuerza revolucionaria, provocando, inevitablemente
dentro de los marcos de la lucha común contra la dictadura, la intensificación de las
divergencias políticas e ideológicas. Como era natural, esta situación obligó a los
revolucionarios a readecuar su política de alianzas dentro de la izquierda.
Pero la reagrupación de los revolucionarios no fructificó. Sus principales
representantes, el FPMR y el MIR, atravesaron por situaciones de crisis internas que,
hasta hoy, no logran superar y que imposibilitaron la unidad. Y creemos que un
factor clave, en vistas a evitar el desplome de las posiciones revolucionarias en el
seno del movimiento popular, hubiese sido la convergencia entre esos
destacamentos, a los que se hubiesen sumado los otros grupos existentes entonces,
como el MAPU-L, los PS Salvador Allende, Dirección Colectiva y Unitario. No se
generó el dique que evitara el desbande popular hacia las posturas de los sectores
reformistas, que estaban por la “Salida Política” al régimen, y no se conformó la
alternativa que hubiera liderado una lucha más ofensiva y por el socialismo. El
movimiento popular fue conducido dócilmente hacia el recambio pacífico, político, de
la dictadura y se le engrilló a las vicisitudes de la “Transición”, en que la pelea se da
por arriba, entre los componentes del nuevo Bloque Político en el poder.

2) ¿CUÁLES SON LAS IMPLICANCIAS DE ESTA SEGUNDA DERROTA PARA


EL MOVIMIENTO POPULAR?
1) La dictadura logró recomponer la economía nacional y acondicionar el aparato
económico según un nuevo patrón de acumulación, a instancias y en beneficio de la
gran burguesía; subordinó a la oposición burguesa; derrotó al movimiento popular y
a los sectores que pudieran hacer cuestión de las transformaciones; en suma,
consiguió despejar todos los obstáculos para lograr el objetivo estratégico de las
clases dominantes: la refundación del Estado capitalista. Durante el período del
Estado de excepción, la dictadura llevó a cabo un proceso acelerado de
fortalecimiento del capital monopólico-financiero, ello sobre la base de una
despiadada superexplotación de los trabajadores y del desplazamiento y
sometimiento de las otras fracciones burguesas. La dictadura militar fue el
instrumento que permitió imponer las drásticas transformaciones en la economía y
en el conjunto de la formación social, abriendo paso a una nueva fase del capitalismo
chileno: la fase del capitalismo monopólico dependiente;
2) Era necesaria una fuerte represión sobre el movimiento popular para aplastar
el peligro revolucionario y para imponer la superación de la crisis de acumulación
capitalista, en beneficio de la burguesía monopólica y sus aliados. El Estado se ve
constreñido en algunas funciones, pero, más que en el pasado, seguirá interviniendo
en la creación de las condiciones que inciden en la reproducción del capital, en
especial aquellas que tienen que ver con el trabajo. Por otra parte, el nuevo patrón
de acumulación, primario exportador con ventajas comparativas, se caracteriza
porque propicia la expansión en profundidad de algunos rubros de la economía, los
que presentan conveniencias al ser exportada su producción (fundamentalmente
materias primas, de bajo valor agregado), algunos servicios y el mercado de
consumo de altos ingresos, mientras el resto se deprime o destruye. Como corolario,
esto acarrea altos niveles de desocupación y un empobrecimiento generalizado;
3) En el período comprendido entre las dos derrotas del movimiento popular
analizadas, 1973 y 1986, la economía chilena atravesó dos profundas crisis recesivas
(en 1975 y 1981-“82). En esos 13 años la economía decreció y estuvo estancada por
6 años. Estas crisis económicas coyunturales, con una ocurrencia potencial aún hoy
en día, evidencian que el actual modelo de desarrollo monopólico ha profundizado la
crisis estructural del capitalismo dependiente chileno; ha acentuado su subordinación
a los vaivenes de la economía capitalista mundial; ha profundizado su dependencia
(y explotación) del capital financiero transnacional; restringe el desarrollo productivo
a algunas ramas de la economía, produciendo el estancamiento o destrucción de
otras; intensifica la explotación del trabajo y empuja a la desocupación a vastos
contingentes sociales; acentúa la concentración de la propiedad y la riqueza,
aumentando la desigualdad social; etc. Estas crisis coyunturales son aprovechadas
por el capital financiero nacional y extranjero para intensificar su proceso de
concentración de capitales, sin que tenga lugar un desarrollo orgánico de la
economía nacional. Por el contrario, el modelo económico impuesto durante la
dictadura tendió a profundizar cada vez más la crisis estructural y empujó a que las
crisis coyunturales tuvieran relación directa con los avatares mundiales y se hicieran

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más agudas, siendo sus consecuencias sociales más desastrosas. No obstante ello,
se debe entender que estas crisis no significan perjuicios para la gran burguesía, la
más relacionada con el capital transnacional, puesto que los sacrificios que ellas
generen se descargarán sobre el resto de las clases y capas de la formación;
4) Se produjeron en la dictadura importantes cambios en las clases y capas
populares, en concordancia con las transformaciones económicas. Al desarrollo
progresivo del área productiva más dinámica (primario exportadora) y del sector
terciario no productivo, le acompaña la reducción de las ramas industriales
tradicionales. Al mismo tiempo, el Estado, con la salvedad planteada en el punto 2
supra, dejó de tener el fundamental papel directo en la producción como era hasta el
“73 y la economía se ha privatizado. Así: a) en general, la clase obrera ocupada y el
movimiento sindical han reducido su tamaño; b) al existir una alta tasa de
desocupación permanente, limita la capacidad de defensa de sus intereses; c) una
amplia faja de trabajadores fue desplazado del sector público; d) las ramas
productivas tradicionales, donde el movimiento sindical desarrolló históricamente sus
luchas (excepción hecha en la gran minería del cobre), ha perdido su anterior peso
estratégico; e) los sectores productivos ligados a lo primario exportador absorben
poca mano de obra estable y muchos tienen carácter estacional, están dispersos
geográficamente y en ellos el movimiento obrero es nuevo, sin una historia de lucha,
carecen de organización o ésta es muy débil; f) la organización y condiciones
laborales en el sector terciario tienen las mismas características anteriores; g) en su
conjunto, el movimiento de los trabajadores tiene las restricciones y limitaciones
impuestas por las leyes laborales dictatoriales, con arreglos cosméticos recientes que
no cambian su esencia, que restringen al mínimo sus posibilidades de presión legal;
las industrias y organizaciones interunidades productivas han dejado de ser espacios
eficaces de lucha; h) a todo lo anterior cabe agregar la ruptura de la unidad sindical
(CUT) que, aparte de su burocracia intrínseca, se transformó en caja de resonancia
de las posturas continuistas de los que integran la Concertación y el gobierno;
además, observamos la tendencia a consolidarse de los grupos sindicales ideológicos
que dividen al movimiento obrero;
5) El decrecimiento relativo de la clase obrera ocupada se acompaña del aumento
de sectores urbanos “marginales” (aparentemente renovados, con ausencia de las
anteriormente conocidas “callampas”), que agrupan a desocupados y al sector
„informal‟ de la economía (que expresa a la desocupación disfrazada de los sectores
proletarios). Esta masa marginal se caracteriza por su atomización organizativa, débil
capacidad de presión económica, insidioso incremento del lumpen y de la droga, en
donde el barrio es el espacio de agrupación y de expresión populares;
6) En el campo las transformaciones han sido igualmente profundas: a) los
obreros agrícolas permanentes han disminuido enormemente, debilitándose su
organización sindical y su capacidad de presión; b) en cambio, han aumentado
grandemente los sectores subproletarios que están formados por desocupados,
trabajadores temporales, minifundistas que deben salir a buscar trabajo, etc.; esto
ha generado un nuevo fenómeno en el campo: el surgimiento de poblados rurales
donde se concentra esta masa marginal del agro y que plantea el problema de
nuevas formas de organización; c) también, observamos el fenómeno de la
„campesinización‟ de un sector de trabajadores que, mediante la Reforma Agraria,
accedieron a la tierra y que vinieron a sumarse al campesinado tradicional de las
áreas de pequeña propiedad y al campesinado mapuche. En general, el campesinado
quedó más desprotegido, sin asistencia técnica y crediticia, las cooperativas casi
desaparecieron y los campesinos constituyen un sector sin ningún peso estratégico
en la economía nacional;
7) La modernización y la institucionalización del nuevo Estado de seguridad
nacional logró fundar un nuevo sistema de dominación burgués, diametralmente
distinto al que imperó en las décadas anteriores. En este sistema se atomiza la
organización y se segmentan las demandas sociales, limitando el importante peso
que tenían los partidos políticos como mediadores entre las fuerzas sociales y el
Estado. Se trata de restringir la participación ciudadana, muy mediatizada y
circunscrita, al ámbito local, fragmentando los movimientos sociales nacionales;
ahora es el congreso y la actividad política cupular (de acuerdos) los que deciden por
las grandes mayorías, ya no son las masas y sus partidos de vanguardia los que
luchan e intentan imponer sus intereses. Bajo la anterior forma de dominación
burguesa (ámbitos económicos, político-institucional, político-social, espacios legales
de organización y presión social, etc.), el movimiento popular pudo llevar a cabo un
proceso más o menos gradual de acumulación de fuerza y pudo construir posiciones
de defensa institucionales estables. Hoy en día, luego de la institucionalización del

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refundado Estado capitalista, el proceso de acumulación de fuerza social (incluido el


movimiento sindical) ve muy restringidos esos espacios. Por ello, las probables
fuerzas de avanzada del movimiento popular se verán obligados a desarrollar otras
formas de organización y de lucha, evitando apoyarse sólo en las formas
organizativas vanguardistas, a las cuales, por su carácter, sólo puedan acceder los
sectores más conscientes o radicalizados del movimiento popular. Cobran
importancia los espacios geográficos-sociales, la organización y lucha locales y la
estructuración social y política que aproveche todos los niveles para su lucha
(clandestinos, semilegales y abiertos);
8) Durante la dictadura y gracias a la represión, al autoritarismo, al bombardeo
ideológico permanente, se quebraron en nuestra población el espíritu de solidaridad,
de organización, de defensa de sus intereses y al contrario, se fortalecieron los
antivalores del individualismo, del „arribismo‟, del consumismo devenido en religión,
de la propiedad y riqueza particulares, de la competencia y se entronizó la creencia
de un futuro mejor, al cual todos, por su cuenta y riesgo, pueden acceder. En
especial, el autoritarismo, que se internalizó en todos los niveles de la formación, se
implantó como una nueva forma de relación entre el Estado y la sociedad, incluso
entre los miembros de las clases y capas, rompiéndose los agrupamientos de clase y
atomizando social y políticamente a las clases y capas populares;
9) Para los sectores consecuentes, recobra vigencia el que su inserción comienza
siempre en los sectores más avanzados del movimiento de masas, desarrollando
desde ellos las formas de lucha y organización más radicales y rupturistas (en todos
los frentes). Deben avanzar en la acumulación de fuerza social y revolucionaria,
como espacio fundamental, desde las organizaciones de base o „naturales‟ y al
mismo tiempo ir desarrollando instancias que, en general, no sean aparatosas,
autolimitadas, que se comporten como instancias superestructurales y que pretendan
intermediar el accionar popular o apurarlo. En resumen, deben tener en cuenta que
el proceso de reanimación y ascenso del movimiento de masas también tiene
características distintas en el actual sistema de dominación;
10) Los sectores vacilantes y reformistas, que siempre rechazarán el desarrollo de
las formas de lucha popular más ofensivas, señalan la imposibilidad de comenzar una
lucha rupturista desde las franjas de vanguardia; siguen apuntando a la gradualidad
de la lucha consecuente, de la organización y de la unidad, no atendiendo a los
cambios fundamentales producidos en estas pasadas décadas dentro del sistema
burgués; también, conciben el enfrentamiento mayor sin combatir la represión
adecuadamente, aparatosamente, dejando en la pasividad a las masas. En general,
estos sectores no asumen que la construcción de la fuerza social transformadora se
logra a través de su praxis subversora y conducida por una vanguardia o instrumento
político, surgido al fragor de la pelea. Lo que algunos no comprendieron en este
período es que las masas elevan su organización, desarrollan su conciencia
revolucionaria, radicalizan sus formas de lucha, sólo sobre la base de la lucha
práctica, del enfrentamiento concreto y extenso en contra del Estado burgués;
11) Los trabajadores, en general y salvo excepciones, participaron más a través
de la franja activa de pobladores, cesantes, subocupados, que como tales, en la
lucha antidictatorial, demostrando que desde estos planos también pueden actuar
como fuerzas motrices de un proceso revolucionario. Estos sectores buscaron la
unidad política y social como una necesidad, como algo vital para coordinar sus
luchas reivindicativas y sectoriales, extendiéndolas local, regional y nacionalmente;
12) La crisis nacional abierta en 1983 no tuvo el carácter de una crisis del sistema
de dominación, como fuera la del período “70-“73, puesto que nunca la dictadura y
las clases dominantes tuvieron una correlación de fuerzas desfavorable. Todas las
crisis sociales y políticas pueden ser potencialmente una amenaza para el sistema de
dominación, pero el actual, implantado por la dictadura y posteriormente aplicado
por los gobiernos concertacionistas, está mejor preparado para resistirlas. No
obstante, tales crisis serán más recurrentes, porque el capitalismo dependiente
chileno, su patrón de acumulación y la forma súper-excluyente del sistema de
dominación, las provocan. Cabe resaltar la vigencia del acierto propuesto por Engels,
acerca de que estos períodos de convulsión son verdaderas escuelas de educación
política popular; en este aspecto, la lucha antidictatorial fue una excelente escuela,
cuyas enseñanzas aún esperan un merecido estudio en profundidad;
13) En Chile, durante 1986, triunfó el modelo de transición política pacífica y
estable desde una dictadura militar hacia un régimen de democracia restringida. Fue
la salida inter-burguesa a la crisis nacional, avalada por EEUU, la Iglesia oficial y por
diversos organismos internacionales imperialistas y aceptado por la oposición

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burguesa y sus aliados de la izquierda renovada, previos retoques cosméticos,


realizados con el fin de lograr el acuerdo final;
14) El autoritarismo, la restricción de las libertades democráticas, la represión,
pasaron a ser lo normal y legítimo en nuestra sociedad. Son las formas de
dominación y de relación permanentes, tanto entre los ciudadanos como en su
relación con el Estado. Lo anterior se debe fundamentalmente al carácter súper-
excluyente que adquiere el capital en la actualidad, en su fase monopólico-financiera
(como señalamos en el punto 12, supra) y la estructura sociopolítica y jurídica que
ello conlleva. Se hacen evidentes la exclusión, las dificultades en generar amplias
bases de apoyo social y en la construcción de consensos mayores;
15) Si bien 1986 marca la derrota de los sectores de la izquierda consecuente, de
sus estrategias y tácticas, las que buscaban dar una salida revolucionaria a la crisis
nacional de los ochenta y romper el sistema de opresión y explotación, en realidad
podemos decir que también lo fue para amplios sectores populares, adscritos a la
opción socialdemócrata y al populismo de la mediana y pequeña burguesía, pues
esta conducción no ha hecho más que operar sobre las bases que le legara la
dictadura y que sostienen al modelo de superexplotación y marginación. El modelo
sigue existiendo al servicio de los dueños de este país: la gran burguesía, aliada al
capital transnacionalizado, sus aliados y servidores;
16) Como el movimiento popular y revolucionario sufriera una profunda derrota y
desarticulación, el régimen de dominación excluyente actual no se ha visto
enfrentado a conflictos sociales que lo cuestionen en su conjunto (sólo asistimos a
movilizaciones locales o sectoriales parciales). Entonces, dialécticamente,
considerando el alto grado de dificultad en lograr remontar la crisis de organización y
dirección actual del movimiento popular, es evidente la facilidad con que aparecerán
las grietas en tal régimen de darse una situación de convergencia de las luchas
aisladas y su inserción dentro de una estrategia rupturista de contrapoder;
17) Los dispositivos y contenidos ideológicos de apaciguamiento de la lucha de
clases, impuestos al pueblo, al movimiento popular más organizado, a sus dirigentes
de base y de nivel medio, por los intelectuales de la concertación y sus asesores, por
la Iglesia oficial, por las diversas instituciones del Estado (las más ligadas al
gobierno), en un proceso en el cual coadyuva la derecha política y económica, a
través de su inmenso poder e influencias, han operado en apoyo a la desarticulación
y debilidad de las luchas populares en estos años de Concertación. Esta lamentable
situación se retroalimenta con la derrota ideológica que sufrieron las organizaciones
políticas de la izquierda tradicional y vemos que este desarme y atomización van más
allá de lo que explicaría la teoría del “Modelo de Transición”, planteada por algunos
intelectuales de esos sectores (T. Moulian). Por otro lado, está por verse aún si los
sectores de la izquierda revolucionaria han llegado a este nivel de derrota, la más
definitiva, la derrota ideológica.

¡QUE LA HISTORIA NOS ACLARE EL PENSAMIENTO!

COLECTIVO ACCIÓN DIRECTA


Invierno, julio de 2002

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