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CANTUÑA Cantuña pudiera llamarse la Capilla Sixtina del arte quiteño. Dada por los franciscanos a
la cofradía de escultores y pintores, los cofrades se encapricharon en convertirla en
auténtico relicario de joyas únicas. Su puerta se abre sobre el atrio de San Francisco,
hacia el sur, casi al final.
Cantuña dice una tradición recogida por el proto-historiador del Reino de Quito, el padre
Juan de Velasco, fue hijo de Hualca, que ayudó a Rumiñahui a esconder los tesoros de
Quito para librarlos de la codicia hispana. Para acudir a la extrema necesidad de su amo,
Cantuña le condujo hasta el tesoro, y el amo, al morir, dejó al indio de único heredero.
Urgido alguna vez para que revelase el secreto de bienes que gastaba con prodigalidad,
Cantuña dijo que había hecho pacto con el diablo. Acaso para redimirse de tal pacto,
Cantuña erigió a sus expensas la capilla que hasta hoy lleva su nombre. Con el paso
del tiempo se la destinó a la cofradía de escultores y pintores, y se entronizó
en ella la hermosa talla de San Lucas del Padre Carlos la más hermosa madera
policromada de la imaginería quiteña, que aún puede verse en su altar.