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El primer hogar de todos los seres

humanos
Por J.D. Raycliff
Soy una bolsa muscular de color rosado y estoy
suspendida por ligamentos
en la parte baja del abdomen. Tengo poco más o menos
la forma de una pera y peso unos 60g.. Compararme con
una amplia cámara será la manera más fácil de
describirme, pero esa comparación no refleja mi realidad,
pues cumplo la maravilla quizá, suprema del universo;
ser la nodriza de un cúmulo de células, diminuto y
apenas visible que se
transforma dentro de mi en un ser humano con un
conjunto orgánico de
billones de células.
La tarea de procurar casa para una nueva vida parecerá muy
sencilla, pero es en realidad, extremadamente compleja…y motivo
de continuos desencantos para mi. Un mes tras otro, desde la
pubertad hasta la menopausia, cumplo el complicado ritual de
prepararme para el embarazo, esto me sucede más de
cuatrocientas veces. Sin embargo, María solo ha tenido dos
embarazos. Es algo así como preparar complicados banquetes
para comensales que rara vez acuden. De 400 invitados ¡ venir
solo dos!.
Estos preparativos mensuales suponen una serie deslumbrante de
transformaciones; la construcción de una intrincada red de
nuevos vasos sanguíneos, de nuevas glándulas y de tejidos
nuevos. Por estímulo del estrógeno, que es una hormona de los
ovarios de María, se engrosa mi revestimiento interno (el
endometrio, rojo como la sangre y suave como el terciopelo) y
crecen mis glándulas para nutrir con sus elementos esenciales
una nueva vida.
Y a la mitad del ciclo se presenta otro suceso clínico de
la mayor importancia. Recordemos que soy un órgano
musculoso y hueco, (en mi interior cabe una cucharadita
de líquido)
Ahora bien, mis músculos se contraen con regularidad,
pero estas contracciones serian mortíferas para un huevo
fertilizado. Para relajar mis músculos, los ovarios de María
comienzan a producir a la mitad del ciclo, una hormona
que se llama progesterona.
Tengo tres aberturas: dos conductos o trompas de Falopio,
abren en mi parte superior para dar paso al óvulo que cada
mes se desprende de los ovarios de María, mi tercera
abertura es un túnel del grueso de una paja de sorber que
atraviesa mi cuello o cervix. Es la vía de entrada para el
esperma masculino y la de salida para el niño. Cuando el
ovario de María esta soltando su óvulo, mi cuello acelera la
secreción de sus glándulas mucosas para producir una
corriente contra la cual puedan nadar los espermatozoides
hacia el óvulo.
Ahora ya estoy preparada para recibir al óvulo
fertilizado y seguir adelante con mi tarea de
nutrir una nueva vida. Pero cuando ese óvulo
fertilizado no llega, tengo que descartar todos
los tejidos, glándulas y vasos sanguíneos que he
formado especialmente para la ocasión..el orden
se restablece al tener María su período
menstrual.
Mi gran momento fue el primer embarazo de María, pues
entonces pude demostrar mi virtuosismo. Aquella vez el
óvulo había sido fertilizado y ya había empezado la división
celular. Las células en reproducción solo pueden nutrirse
durante su lento viaje por la trompa de Falopio, a expensas
de la yema del huevo, y esa yema estaba casi agotada
cuando el huevo llegó a mi. Así pues, si no encontraba
pronto una fuente segura de alimento, las probabilidades
de supervivencia para el diminuto germen vital eran
escasas.
Sin embargo, como tantas otras veces, yo estaba lista..Ante la
perspectiva de muerte inminente, el huevo despegó pequeños
filamentos con los cuales se
fijó a mi endometrio, y así tuvo un hogar tibio, seguro y nutricio.
Para alimentar a mi exigente y nuevo huésped (una tarea que
continuó durante nueve meses), 24 horas al día),me ayudó uno de
los tejidos más complejos y milagrosos, mi placenta..al principio
era diminuta, pero luego creció hasta formar una especie de torta
rojiza de cerca de un kilo de peso y casi 20cm de diámetro.
Aunque no era bonita hizo el papel de pulmones, hígado, riñones y
tubo digestivo del hijo de María, mientras estuvo en el seno
materno.
El conducto de la vida del niño era su cordón
umbilical que mide desde 12 a 13 cm. hasta 1.20m. de
largo… ese cordón tenia dos arterias y una vena, las
arterias llevaban los deshechos del niño a la placenta
donde se difundían por la corriente sanguínea de
María para que los eliminaran el hígado, los riñones y
los pulmones.La vena traía sustancias nutritivas de la
sangre materna; vitaminas, oxígeno, minerales,
carbohidratos, amino ácidos.
El sistema de filtración por sutiles membranas
permitía estos complejísimos intercambios a la vez
que mantenía completamente separadas, la sangre de
María y la del hijo eran de tipos incompatible y, si se
hubieran mezclado habría ocurrido un desastre..
A medida que crecía el niño de María (al completarse
el primer mes mi inquilino era 10.000 veces más
grande que el huevo original), mi capacidad
aumentaba hasta que llegó a ser 500 veces mayor
que en un principio. Mi forma cambiaba también: de
pera a globo, a ovoide..
Lo mas importante, talvez. Es que mi fuerza
crecía enormemente.
Mis fibras musculares aumentaron
asombrosamente de tamaño y peso. si no
hubiera sido por se crecimiento, yo habría
estallado con el tamaño cada vez mayor de la
criatura, especialmente cuando aprendió a
sacudirse y a patalear. También me iba a hacer
falta es a fuerza adicional cuando llegara la
hora del parto (esfuerzo continuo que agotaría
Hasta cerca del séptimo mes, el hijo de María cambiaba de
posición con frecuencia, pero luego dominó la fuerza de
gravedad. La cabeza era ya desproporcionadamente
grande y pesada, por lo que el niño, como ocurre en el 96%
de los casos, se colocó cabeza abajo que es la mejor
postura para el nacimiento. a medida que mi huésped
aumentaba de tamaño y fuerza, yo simplemente
empujaba a los lados todo cuanto me estorbaba. oprimí la
vejiga de María, provocándole la necesidad de ir al baño
con frecuencia. Al desplazarle el estómago y los intestinos
hice que sufriera también trastornos digestivos.
Al noveno mes, yo ya ocupaba una gran parte
de la cavidad abdominal. Mi trabajo estaba casi
completo; había convertido a un microscópico
organismo acuático en un niño de 3kilos, capaz
de vida independiente.
Una tarde, por razones no bien conocidas, quiso
el destino que me despertara de mi letargo de
nueve meses y comenzó el trabajo de expulsar
a mi huésped. Quedé lista para participar en el
acto conmovedor del nacimiento.
El objetivo primero y laborioso era ensanchar la
abertura de mi cuello. Dilatándolo desde el
tamaño de la yema de un dedo hasta unos
10cm de diámetro para permitir la salida de la
cabeza de la criatura. Fue una obra tediosa y
prolongada, pero aumenté gradualmente la
frecuencia de mis contracciones, hasta tenerla
a intervalos de dos a tres minutos y cada una
con duración de 1 minuto.
Durante todo este tiempo use la cabeza del
niño como una cuña para agrandar la abertura.
Mis músculos desarrollaron un empuje de 6
kilos, pero no era suficiente, se necesitaba un
empuje de 11 kilos. Entonces los músculos
abdominales y el diafragma de María vinieron
en mi auxilio. Finalmente, el niño salió.
Me quedaba una buena tarea de limpieza.
como ya no necesitaba mi placenta, la expulsé.
Luego tuve que aplicar presión sobre los vasos
sanguíneos expuestos, para cerrarlos y evitar
que se produjeran hemorragias.
Al principio del embarazo yo pesaba
aproximadamente unos 60 gramos. Mi peso había
aumentado unas 16 veces, pues pesaba después
alrededor de 1 kilo., durante uno a dos meses
tendría que ejercitarme para volver a mi peso
normal. María tiene ahora 42 años y se acerca a la
menopausia. Para entonces se terminará mi
función y me encogeré al tamaño que tenia
cuando María era niña.
Durante la mayor parte de mi vida, causaré
molestias de diferentes clases a María. Creo que,
El trastorno más común es la dismenorrea, los
calambres dolorosos que a veces acompañan
ala menstruación. Otro de mis padecimientos
son los crecimientos fibroides, blanquecinos, de
tamaño variado que a veces se desarrollan en
mis paredes musculares. Como otras muchas
mujeres, María piensa que los crecimientos
fibroides pueden ser cánceres, pero su temor es
en gran parte infundado, los fibroides solo
degeneran en cáncer menos de una vez en 200
casos.
Cuando mi revestimiento no crece o no se
desprende cada mes, como es debido, resulta un
sangrado excesivo o irregular. A veces hay que
corregir eso con una de las operaciones más
comunes: la dilatación y el legrado o legradura, en
que se usan instrumentos para dilatar mi túnel
cervical y poder introducir una legra o especie de
cucharilla. Una vez que se raspa el exceso de tejido,
el trastorno desaparece por regla general.
Después del seno, soy el más común asiento del
cáncer. Afortunadamente mis dos tipos de cáncer,
el del cuello uterino y el del endometrio o
revestimiento mucoso, son generalmente fáciles
de diagnosticar, y si se los trata oportunamente
son curables en el 90% de los casos.
El sangrado anormal, sobre todo después de los
40 años, es el signo mas frecuente del cáncer de
mi revestimiento mucoso. Este sangrado puede
obedecer a otras causas, pero si se presenta seria
muy prudente que María consultara
inmediatamente con su médico.
Por otra parte, como es una mujer bien
informada, María se hace anualmente la
prueba del Papanicolau para descubrir un
posible cáncer cervical... Es una lastima que la
mayoría de las mujeres solo ven en mi una
fuente de problemas y no de grandes bienes
que puedo proporcionarle. Les estaría muy
agradecida si recordaran que, de no ser por
Nosotras, no estarían ellos aquí, y desde luego
no estaría nadie.

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