es la esperanza del soldado de Jesucristo y, con la sonrisa en los labios y la dicha en el alma, le ven llegar todos los que sufren; da valor en el vencimiento propio, y constancia en la lucha. Este don de fortaleza ¿en donde está escondido?. En la oración. En el Huerto de los Olivos, Jesús quiso descubrir el don de fortaleza al mundo cuando, estando en oración, recibió la divina fortaleza; tres veces la buscó para enseñarnos a pedirla. María poseyó este don en toda su plenitud, y al pie de la Cruz brilló en Ella de una manera admirable. Es tan rico este don de fortaleza, que alcanza para quién se sacrifica la perseverancia final y el cielo. Feliz quién posee este don, no lo conmueven ni las pasiones, ni los enemigos; es inquebrantable, por la fuerza sobrenatural que lo sostiene, la fuerza divina del Espíritu Santo. A este don lo acompañan siempre las virtudes teologales, que comunican sus cualidades y efectos a quien lo posee. ¡Es incomprensible a la inteligencia humana este don de fortaleza! ¡Dánoslo, Espíritu Divino, que necesitamos de tu fortaleza; te prometemos vencernos a nosotros mismos, extirpar los vicios del corazón y estar dispuestos siempre a luchar después de cada tormenta. “Los que ponen en Ti su confianza, jamás serán confundidos” Sal 22,6. ¡Me negaré a mí mismo y tomaré mi Cruz con amor! CVf. Mat 10, 38. ¡qué todo lo puedo en Aquel que me conforta! Cf. Flp 4, 13. Amén. ¡Oh Espíritu Santo, benigno y consolador que te complaces en aliviar nuestros males! ¡Oh Fuego celestial que fecundizas cuanto tocas!, ¡Ven a extender por todo el mundo el amor a la Cruz! Derrama sobre nosotros tu suave unción; suscita vocaciones de laicos, religiosos y sacerdotes. Presérvanos de todo mal y llénanos de celestiales riquezas. Amén Jaculatoria: Crea en mí, ¡Dios mío!, un corazón puro y renuévame por dentro con espíritu firme.