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2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES

"PACO ESPINOLA"
© cada uno de los autores S EGUNDO C ONCURSO NACIONAL DE C UENTOS
© Yaugurú

ISBN: 978-9974-8033-3-6

YAUGURÚ | 71
Colección dirigida por
Gustavo Wojciechowski
macadg@internet.com.uy

Primera edición: setiembre del año 2008


Se editaron 500 ejemplares numerados. Héctor Chilibroste / Marcos Ibarra / Magdalena Miller /
Laura Alonso / Norma Blanco / Camilo Baráibar /
Diseño: Maca Daniel Campodónico / Federico de los Santos / Natalia Guido /
Puesta en página realizada en QXPress 4.1, Lilián Hirigoyen / Juan Carlos Mántaras / Vivián Montero /
utilizando las tipografías Sabon y Optima. Antonio Moreira / Germán Ríos / Gonzalo Rodríguez /
Corrección: Pablo Silva Olazábal Violeta Rodríguez Arregui / Alberto Sequeira / Elena Solís /
Fotomecánica: Typeworks. Manuel Soriano / Wellington Viola Alles
Impresión: Tradinco [Minas 1367]
Depósito legal: 345.939

Es una apuesta a la cultura de Tradinco


ACTA DEL JURADO

Convocan: 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA"

ACTA DEL JURADO

1 - Reunidas las integrantes del jurado Malí Guzmán, Mirtha Villa y


Mercedes Rosende deciden otorgar los 3 premios, sin distinción de jerar-
quía, a los cuentos y autores que se mencionan a continuación:
Organiza: Auspicia: Patrocinan:
Chilibroste, Héctor, cuento Monsieur Mauvais
Ibarra, Marcos, cuento Maldito Gómez
Miller, Magdalena, cuento Fue Julia

Y menciones especiales a los siguientes cuentos:

Alonso, Laura, cuento Desvío


Baraibar, Oscar Camilo, cuento Infidelidad
Apoyan: Blanco, Norma, cuento Wanda
Campodónico, Daniel, cuento Política deportiva
Intendencia Municipal de Colonia, Maldonado, San José y Salto. Chilibroste, Héctor, cuento La vida de un viajante
de los Santos, Federico, cuento Ana Cuarella: pintada al óleo
Guido, Natalia, cuentos Soy Amanda Niedman y El abismo
Hirigoyen, Lilían, cuento La mirada en la espalda
Ibarra, Marcos, cuento Así son las cosas
8 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA"

Mántaras, Juan Carlos, cuento Alegrías con historia 2° CONCURSO NACIONAL


Montero, Vivian, cuento La mujer del cuadro DE CUENTOS BREVES
Moreira, Antonio, cuento Aplastada "PACO ESPINOLA"
Ríos, Germán, cuento De América y del mundo
Rodríguez, Gonzalo, cuento La niebla
Rodríguez, Violeta, cuento El primo Ramón
Sequeira , Alberto, cuento El bocina
Solís, Elena, cuento Clara Convocan:
Soriano, Manuel, cuento Cordón roto Biblioteca Nacional y Radiodifusión Nacional del SODRE
Viola, Wellington, cuento El sobreviviente Radio Uruguay 1050 AM

Montevideo, 27 de agosto de 2008 Organiza:


Sopa de Letras 1050 AM

Patrocinan:
Tradinco y Editorial Yaugurú

Auspician:
Casa de los Escritores, Intendencias Municipales de San José,
Colonia, Maldonado y Salto

Objetivos

a) Dar cuenta de la diversidad creativa literaria en el territorio nacional.


b) Fomentar la creación literaria y la lectura de obras de autores nacionales.
c) Promover emprendimientos que permitan la publicación y difusión de
la literatura nacional.

Premios

1) Se asegura la publicación de 500 ejemplares del libro, que contendrá


los tres mejores cuentos y las menciones que el jurado estime pertinentes
(no más de 20). La distribución del libro se realizará por tres canales: a) la
Biblioteca Nacional asegurará la distribución de 100 ejemplares en todas las
10 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA"

bibliotecas públicas del país; b) cada autor premiado recibirá 10 ejemplares PREMIO
del libro y c) el resto se distribuirá en librerías de todo el país a precios acce-
sibles. Para este concurso los organizadores cuentan con la participación de MONSIEUR MAUVAIS
la Editorial Yaugurú, prestigiada por la originalidad gráfica de sus libros, y de
la imprenta Tradinco, reconocida dentro de la industria gráfica por sus altos Héctor Chilibroste
parámetros de calidad.

2) Los tres mejores cuentos serán grabados para integrar el Museo de la


Palabra del SODRE.

3) Cada autor premiado recibirá un diploma de los convocantes del 2°


Concurso Nacional de Cuentos Premio Paco Espínola que se entregará en La vida, filosofaba Monsieur Mauvais cuando llegué al bar, es como
ceremonia pública. un cuadro torcido. Cuando lo mirás de lejos, te das cuenta para dónde
hay que correrlo para que quede derechito. Entonces te acercás y lo
4) Los 3 autores galardonados optarán, además, por uno de estos pre- movés un cachito para la izquierda, y te parece que quedó fenómeno;
mios: un fin de semana para dos personas en Punta del Este, Termas del pero cuando te alejás ves que ahora está torcido para el otro lado y tenés
Arapey o la ciudad de Colonia. que tratar de acomodarlo de nuevo... A uno le pasa lo mismo. Si mirás
las cosas desde cierta distancia te das cuenta para dónde tenés ladeado
el cuadro de tu vida y tratás de enderezarlo. Pero para ello debés acer-
cártele otra vez, es decir meterte de nuevo en la chiquita de todos los
días, y entonces puede ser peor la enmienda que el soneto, como quien
dice. Por eso necesitamos tener siempre a nuestro lado a alguien que nos
observe con cierta perspectiva, y nos diga exactamente para qué lado lo
tenemos que mover.
Al viejo le gustaban esas disquisiciones y nosotros lo escuchábamos
con simpatía, era alguien que venía a romper la rutina. Empezó a ir por
el bar una tardecita. Hace poco que me jubilé como cronista policial de
un diario de la tarde, nos dijo pocos días después. A nosotros nos entre-
tenía escucharlo discurrir mientras tomaba vino blanco y comía maníes,
que aparentemente eran su único alimento.
Lo menos que podía decirse de Monsieur Mauvais era que se trata-
ba de un personaje pintoresco. No mediría más de un metro sesenta, y
vestía un traje negro que en algún tiempo –un tiempo muy remoto–
había sido nuevo. Ahora tenía un brillo parejo, acentuado en la espal-
12 / H ÉCTOR C HILIBROSTE 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 13

da, los codos y las asentaderas. Andaba siempre de cuello duro y con texto, hasta que el viejo se avivaba de que estaba hablando con la jarra
una corbata de lazo muy finita, también negra. Nunca lo vimos des- y los maníes, y se quedaba callado, reviviendo para sí, pensábamos, no
arreglado; peinaba con mucha gomina su pelo gris, aún abundante, y hechos reales, sino las frondosas creaciones de su imaginación.
estaba siempre perfectamente afeitado y oliendo ligeramente a lavanda. Después de varios meses de cero falta, una tarde no apareció por el
Al promediar la segunda jarrita de vino comenzaba a contarnos sus boliche. Ese día no nos inquietamos. Pero cuando pasó una semana sin
experiencias periodísticas y a enumerar todos los casos que él había que supiéramos nada de él, nos empezamos a preocupar.
resuelto, que si uno le hacía caso superaban a los de todos los investiga- Sabíamos que vivía en una pensión de la calle Maldonado, pero
dores del mundo. Usaba una jerga anacrónica, que se refería a una rea- nadie conocía su dirección exacta. Hicimos averiguaciones en la policía,
lidad muy distinta a la actual, y sus personajes eran alternativamente en el diario en que decía haber trabajado, en el BPS, en la asociación de
scruchantes, descuidistas, llaveros – los expertos en llaves – madruguis- la prensa y en cuanto lugar se nos ocurrió, pero no obtuvimos noticia
tas, – los que actuaban de mañana muy temprano – mecheras, cafishios, alguna del anciano, a quien parecía que la tierra se lo hubiera tragado.
cuenteros del tío, punguistas, fulleros y otros especímenes por el estilo. Leíamos en los diarios la lista completa de los finados del día, pero
En mis tiempos no se hablaba de secuestros, decía, ni de copamientos o nunca lo encontramos en ella.
salideras, ni de robo de autos o desarmaderos, ni de ninguna de las otras Con el tiempo nos fuimos olvidando de Monsieur Mauvais y de sus
formas violentas del delito que hoy nos asolan. Era una delincuencia rijosas aventuras, requeridos por otros temas de mayor actualidad como
como quien diría más amateur, comentaba con cierta nostalgia, que si el aumento del precio del café, el campeonato apertura o la reunión del
bien te podía dejar de pronto sin un peso en el bolsillo no encerraba un próximo domingo en Maroñas.
verdadero peligro físico para la víctima, simplemente la bronca de Hasta que un viernes a última hora de la tarde paró frente al bar
haberte dejado engrupir y de encontrarte con que te habían birlado los un automóvil de esos imponentes, como de diez metros de largo, que
pocos mangos que tenías. era como un certificado de riqueza y bacanismo. Cuando vimos que el
Los días en que se animaba a una tercera jarrita, que debo reconocer chofer ayudaba a bajar de él a nuestro perdido Monsieur Mauvais,
no eran muchos, le daba por contarnos sus hazañas amorosas. Se volvía casi nos caímos de las sillas. Había abandonado su viejo traje negro y
entonces totalmente patético. He tenido oportunidad de alternar con estaba vestido a la última moda, sin ostentación pero con una elegan-
gente de la más alta alcurnia, comentaba. Eran muy pocas las grandes cia que denunciaba de lejos el traje hecho a medida. Traía un clavel
damas que se resistían a mi seducción. En esas oportunidades nos expli- rojo en el ojal, el pelo más engominado que nunca, y el perfume a
caba que no en vano su apellido era Mauvais, que quiere decir “malo” lavanda se sintió desde que cruzó la puerta. Nosotros no podíamos
en francés. Y lo peor era que se complacía en darnos los detalles más creer lo que estábamos viendo. Nos saludó dándonos la mano a todos
escabrosos, como sacados de un libro de pornografía barata, a pesar de y cada uno de una manera casi solemne, y cuando lo invitamos a sen-
que pienso que sabía perfectamente que no le creíamos ni una sola pala- tarse accedió de inmediato.
bra. Esas detalladas descripciones de sus hazañas nos daban al mismo Una jarrita de vino blanco y un platito de maníes, José, le pidió al
tiempo un poco de asco y mucha pena. Nosotros tratábamos de apar- mozo. Luego, mirándonos alternativamente a todos, comenzó a hablar:
tarlo del tema, pero cuando agarraba el camino de los amores licencio- veo que están sorprendidos, muchachos, dijo, pero ya les dije que la vida
sos no había quien lo desviara. Nos daba lástima dejarlo solo, pero a es así. Hace unos días me encontré en el super con la señora de Regules,
pesar de ello íbamos abandonando la mesa de a uno, con cualquier pre- a quien hace muchos años ayudé a recuperar una valiosa colección de
14 / H ÉCTOR C HILIBROSTE

joyas, y con quien, de paso, viví uno de los episodios más lujuriosos de
mi vida. Creo que alguna vez se los he relatado. La cuestión es que ella PREMIO
es ahora una viuda con mucha plata, sola y aburrida, y cuando nos
encontramos, y nos reconocimos a pesar del mucho tiempo transcurri- MALDITO GÓMEZ
do, los dos sentimos una especie de clic, no sé si en la cabeza, en el
corazón o en las ingles. Y bueno, pasó lo que tenía que pasar. Me llevó (DE LAS AVENTURAS
a su casa, revivimos lo mejor que pudimos aquellos viejos tiempos, y
desde entonces no me ha dejado que la abandone. Así que ya ven, DE GERMÁN VILLEMEL, EXPERTO EN
muchachos, que cuando menos lo esperamos encontramos quien nos
endereza el cuadro.
FENÓMENOS PARANORMALES)
Lo felicitamos con sinceridad, al tiempo que sentíamos hacia él un
nuevo respeto. Por supuesto que no le dejamos pagar el vino y los maní-
es, y aunque prometió volver en cualquier momento, nunca más lo hizo.
Marcos Ibarra
Tal vez tenía miedo de que el cuadro se le volviera a torcer.

Todo lo que pase de acá en más, será responsabilidad de Gómez.


Desde un conflicto en Sudan con crímenes terribles, o el desborde des-
controlado del río Orinoco, o la brisa cálida derritiendo las cumbres del
Himalaya, hasta esa caída de cabello prematura en Rita, acá en América
del Sur.
Naturalmente, todos creerán en otras causas, ya sean de tipo apoca-
líptico o industrial y probablemente solo yo sepa todo el tiempo, que fue
la torpeza involuntaria de Gómez la que ha cambiado el curso natural
de las cosas.

En mi registro del Códice de Borgia aparecía el Ludo de Marsán


como el único instrumento mágico que habría ingresado en el anonima-
to del mundo de los objetos comunes. Primero robado y vendido a colec-
16 / M ARCOS I BARRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 17

cionistas, luego otra sucesión de destinos que figuraban en una serie de Gómez me miró un rato con los ojos claros, espontáneos enfocados
datos –cartas, fichas de aduana, registros policiales y otros, que había hacia los míos, y luego me propuso que regresara al día siguiente.
acopiado con esmero durante largo tiempo– terminaban por indicarme
que el objeto preciado estaría acá, en Pando, en una casa de antigüeda- *
des para nada famosa que era patrimonio de Don Félix Gómez, anti-
cuario. LUDO DE MARSÁN, sabios de la antigüedad jugaban a encontrar
* el equilibrio adecuado de los cuatro elementos -agua, fuego, aire y tie-
rra- en una grilla de origen desconocido y cuyo material era de un papel
Germán Villemel… Experto en… ¿fenómenos paranormales? - pre- raro que representaba el mapa energético del Universo; completaban el
guntó Don Gómez sin quitar la vista de mi tarjeta de presentación. set unas delgadas agujas de metal precioso, posiblemente oro, que ofi-
- Sí, suena raro… pero así es… ciaban de fichas y cuyas minúsculas puntas debían pinchar un punto
-¿Ud. es algo de los Villamil de Zapará? exacto de la grilla de papel y quedar prendidas en forma perpendicular
- No, no… yo soy Villemel… a ella. El último encuentro de los sabios del que se tiene registro, se llevó
- Ah!... buena gente los Villamil, y ¿en qué lo puedo ayudar? a cabo en el Monte Marsán hace 1987 años, y donde se habrían dis-
Sin entrar en los detalles mágicos, manifesté mi deseo de adquirir un puesto las fichas de manera de significar un equilibrio casi perfecto que
objeto que según mi abuelo, el anticuario tenía en su acervo: el Ludo de aseguraría la vida armónica de la Tierra. Una serie de rituales que se lle-
Marsán; mostré un dibujo del ludo: una valijita no muy grande en cuyo varon a cabo en el Templo Mayor, conectaron esas posiciones del ludo
interior había una grilla de papel y cuatro fichas similares a agujas de con las energías madre del Universo. Quien modifique la posición de las
acupuntura incrustadas en lugares precisos. Contrariamente a lo que fichas, modifica el pacto. Solamente los sabios pueden intervenir en este
temía, el Sr.Gómez no inició una cadena interminable de preguntas, sino ludo y solamente el rito en el Templo Mayor sella el pacto que los sabios
que buscó de inmediato un libro gordo, con tapas de cuero marrón muy establezcan, no obstante, cualquier persona, sabio o pagano, puede
gastadas y que era el inventario de objetos de la tienda. modificar este estado de cosas, ya sea destruyendo el Ludo, o simple-
–Hay un detalle importante -indiqué a Gómez- las cuatro fichas están mente alterando las posiciones de las acu-fichas. El ludo fue ocultado
encastradas en la grilla en posiciones del juego equivalente a lo que sería entre vasijas, collares y otros objetos menores en el Templo Mayor para
un Jaque Mate en ajedrez… el valor de la pieza depende de que las fichas que pasara desapercibido. Una vez desmontado el Templo Mayor, los
estén en el lugar indicado; son agujillas muy delgadas que están pin- objetos se fueron diseminando entre familias poderosas, anticuarios y
chando el papel. traficantes de diversas partes del mundo. El Ludo llegó a Pando en
-–¿De veras? -Gómez me miraba con el ceño fruncido y su cabeza manos de un contrabandista de objetos antiguos quien lo vendió a la
levemente inclinada hacia mí como a quien, costándole entender, le cues- Casa Gómez. Hasta aquí llegaba el escueto resumen del Ludo de
ta ver- veamos…, el precio en el inventario está sin actualizar… pero no Marsán y su destino, que había logrado anotar en mis registros. En el
dice nada de lo que Ud. habla. Colectivo de Expertos en Temas Paranormales (CETPA), teníamos como
–Don Gómez, créame que el valor del ludo depende de lo que le he uno de los objetos de trabajo, investigar y descubrir este Ludo. Gracias
dicho; con las fichas en su sitio estoy dispuesto a pagarle U$S 1500, de a la tecnología avanzada y el estudio preciso de materiales del ritual,
lo contrario el valor es cero… estábamos en condiciones de analizar un nuevo movimiento en las fichas
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que restablecería las condiciones ideales de vida en la Tierra por varios Don Gómez encontró el ludo en un baúl arrumbado en un rincón del
milenios más. Un mal movimiento de las fichas o un error en el ritual, depósito que estaba en un sótano debajo de la tienda. Sopló para qui-
traería aparejada la gradual destrucción a partir del clima, movimientos tarle el polvo y luego pasó la palma de su mano. Era roble con incrus-
telúricos, pestes y disturbios en la psiquis humana que llevarían a la taciones en marfil negro que más que adornar, perecían signos de cierta
especie a su autodestrucción de maneras atroces y raras. Éramos los nue- escritura rara. El viejo abrió la caja y vio cuatro agujas muy delgadas y
vos sabios, sofisticados programas de computación garantizaban el de un metal que parecía ser oro, clavadas en un soporte de papel en el
siguiente movimiento de las fichas en la grilla; con la guía de los manua- que estaba dibujado un complejo ramal de líneas, puntos y signos. Una
les que fueran actualizados por expertos, estaban aseguradas las condi- rara seducción mantuvo a Gómez observando el objeto mientras lo lle-
ciones de forma, días, horarios, temperatura y lugar donde se haría el vaba hasta arriba, hacia el mostrador. Ni bien emerge del sótano, tro-
ritual que completaría el juego. pieza con su nieta Rita que lo esperaba comiendo una manzana. La caji-
Mi hallazgo del Ludo, había sido la mejor noticia para nuestro grupo ta se desparramó por el piso y las agujas se desprendieron. El viejo y la
de estudios y ya todos estábamos preparándonos para iniciar nuestra niña buscaron afanosamente de rodillas hasta encontrar una a una las
anónima salvación del planeta. agujas. Luego el viejo las instaló más o menos donde recordaba haber-
las visto, dispuso todo otra vez dentro de la valijita, la cerró y la dejó en
* el mostrador, donde estaba cuando la vi.

El cabello de Rita se desprendía en mechones amarillos mientras la A la madrugada la niña despertó con sus ataques, un olor pestilente
niña berreaba en un ataque de histeria. El repentino disturbio emocio- se instaló en la tienda y jamás pudo ser quitado ni tampoco se supo de
nal de la nieta de Félix Gómez, retuvo al viejo en su casa ubicada en los dónde provenía. El Ludo ya no servía.
altos del anticuario y donde vivían cuatro generaciones de los Gómez.
Mientras esperaba en la puerta, percibí un olor rancio que provenía,
indudablemente, de la tienda. Gómez apareció con llave en mano y me
explicó brevemente el malestar de su nieta mientras abría la tienda y el
olor rancio se hacía más intenso. Sobre el mostrador estaba la valijita
que de inmediato reconocí como el Ludo de Marsán.
–Mire –comenzó a decir Gómez apoyando una mano sobre la valiji-
ta– llévese esta porquería lo más pronto posible… ¡no sé qué es ni quie-
ro saber nada! –y rompió a llorar con estertores. Traté de calmarlo, de
entender, miraba la valijita luego al viejo, luego alrededor, el olor se tor-
naba pestilente y el viejo no dejaba de llorar, ahora ahogándose en
lamentos. Luego, cayó fulminado por un paro cardíaco.

*
PREMIO

FUE JULIA
Magdalena Miller

“Al este y al oeste,


llueve y lloverá
una flor y otra flor celeste
del jacarandá.”

Aprovechó la hora del almuerzo para escapar de la oficina y visitar


a su amante. Celina vivía en una casita acogedora de una calle tranqui-
la y florecida. Las veredas estaban regadas de flores violeta pálido, flo-
res pegajosas que volaban desde los jacarandaes y aterrizaban en el
cemento. La calle entera se volvía lila, excepto por algunos parches acá
y allá que despejaban las escobas de los vecinos. El pedacito de vereda
de Celina siempre era uno de los más limpios.
Por eso le extrañó ver que los pétalos manchaban la entradita a la
casa. También le extrañó que el portón verde estuviera abierto. Tal vez
Celina se había sentido mal y no había barrido ese día. O podría haber
salido. A veces tenía que hacer algunos viajes a conferencias de labora-
torios por su trabajo de farmacéutica. Pero era raro que no le hubiera
avisado.
Sacó la llave que Celina le había dado y la introdujo en la cerradura.
Descubrió que la puerta no estaba trancada y lo aguijoneó la intranqui-
lidad. Entró a la casa. No parecía haber nadie, pero el aire estaba pesa-
22 / M AGDALENA M ILLER 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 23

do con una presencia inquietante. Llamó a Celina y sólo le contestó el Caminó por la ciudad con el horror en el rostro, hasta cerca de las
silencio. Recorrió la sala y se dirigió a la cocina, con el pulso cada vez seis. Siempre volvía a su casa a las seis.
más agitado. Ahí estaba Celina. Trató de esconder la pena y la culpa tras una pálida fachada. Su
Le costó entender que estaba muerta. Parado en el umbral de la puer- mujer le preguntó cómo había estado el trabajo, achacando su pesa-
ta la contempló durante unos segundos en los que se olvidó de respirar. dumbre a las complicadas jornadas de oficina, moneda corriente de su
No se le acercó, sólo la miró envuelto en un asombro terrible, golpeado irritación y mal humor cuando llegaba a la casa. Le preparó una cena
a la vez por el desconcierto y la repulsión. exquisita que él tragó como un autómata. Ella se desvivió en atenciones,
Celina tenía los ojos abiertos, secos, que miraban sin ver hacia el cie- como siempre lo hacía, pero sin lograr arrancarle más que un solo “gra-
lorraso. Los ojos perdidos que buscaban a Julia, que la llamaban para cias” escondido en un murmullo ausente.
acusarla. Los dedos, inertes y torcidos, querían enderezarse para señalar Apenas acabaron de cenar trató de lavar la repugnancia y el espanto
a Julia. Tenía la boca abierta, los labios habían perdido la humedad, la en una ducha eterna que apenas le empañó un poco el alma de falsa
lengua no podía moverse para gritar: “¡Fue Julia!”. Del pecho se le insensibilidad. Todavía no había empezado a preguntarse de quién había
había desparramado la vida, que ahora corría en rojo líquido por entre sido la bala que le había perforado el pecho a Celina, ni porqué, ni si él
las baldosas del piso, la bala enterrada en el corazón que había dispara- tenía que temer un final parecido. Seguía aletargado por la pavorosa
do el gatillo de Julia, el dedo de Julia, los macabros celos de Julia. Celina imagen de Celina tirada con el alma volcada en charcos sobre el piso frío
era sólo un resto de alguien, era un cuerpo alguna vez hermoso que de la cocina, Celina con el tórax abierto en sangre, Celina con la piel
ahora delataba a Julia. Celina era un cadáver, y aunque quisiera procla- transparente y helada, Celina con los brazos lánguidos que nunca más
mar con todos sus gestos de víctima que su asesina era Julia, él no podía acariciarían a nadie, que nunca más lo abrazarían a él.
adivinarlo porque la muerte la había enmudecido para siempre. Resignado a la pesadilla, se metió en la cama. Su mujer ya estaba ahí,
Cuando hubo asimilado la triste escena de la cocina salió despavori- con una novela como preámbulo del sueño, calentando las sábanas que
do de la casa, lleno de dudas y de miedo y de dolor. Dejó la puerta abier- le parecieron de hielo. Apagó la lámpara, cerró los ojos y otra vez Celina
ta para que alguien más la encontrara y se alejó lo más que pudo de esa muerta, otra vez Celina mojándose el pelo en sus propios glóbulos rojos,
casa teñida de sangre, de esa calle violeta en la que moría Celina, moría otra vez su cara triste y blanca y llena de una paz irreal envuelta en la
su amante, moría su idilio. Pensó en lo que había sido Celina, en sus confusión de ver acercarse su muerte a la velocidad fugaz de una pizca
años ya no jóvenes, en su amor ya no joven, en su fidelidad a pesar de de plomo certero.
las injusticias que cometió con ella, a pesar de estar casado, a pesar de Se alivió cuando despertó y las pestañas se le separaron y se encon-
verla sólo dos o tres almuerzos por semana. Se le hinchó el pecho de tró en ese cuarto tan conocido, lejos de lo que ya no era Celina, sin-
lágrimas que no podía soltar y se atoró con el nudo que le ahogaba la tiendo el roce suave de las piernas de su mujer que seguía abstraída
garganta. Se odió por mantenerla en secreto tantos años, por prometer- en el libro. Reconoció los pesados muebles, su ropa sobre el sillón,
le tantas cosas que nunca cumplió, por jugar con su absoluta devoción doblada con una prolijidad obsesiva, la de su mujer desperdigada por
y dejarla marchitarse sola mientras esperaba sus visitas cada vez más la habitación, el vestido hecho un revoltijo en la silla, las joyas espar-
esporádicas. Celina había sido hermosa y todavía lo era, a pesar de sus cidas en la cómoda y el estante, el pañuelo colorado colgando descui-
años. Merecía mucho más que lo poco que él le había dado y sin duda dadamente del espejo, los zapatos desparejos donde cayeron sobre la
no merecía esa despedida ensangrentada. alfombra.
24 / M AGDALENA M ILLER

Su mujer apagó la luz y se recostó contra su espalda, abrazándolo MENCIÓN


desde atrás y susurrándole buenas noches. Él percibió que un escalofrío
le recorría la piel, mientras recordaba el zapato rojo y sentía esas manos DESVÍO
que lo acariciaban, ese cuerpo que se le pegaba, y pensaba en el calzado
de su mujer, en ese taco aguja rojo escarlata con la flor clavada en la Laura Alonso
punta, la flor pringosa, de un celeste violáceo, que le llamó la atención
mientras observaba el cuarto, y los dedos de su mujer se le enroscaron
en el pelo, haciéndole caricias sutiles, y él veía en su cabeza cómo los
dedos de Julia se enroscaban en el arma, y no tuvo que abrir el cajón de
la mesa de luz para saber que faltaba una bala, para descubrir que había
sido su propia pistola la que disparó contra Celina, para entender que
esos dedos de su mujer, esos dedos de Julia, habían oprimido el gatillo, Entró a la mansión sin saber muy bien porqué. Los postigos des-
esos zapatos de su mujer, de Julia, habían caminado por la calle lila, y membrados lo llamaron. El silbido del viento canturreaba en la lengua
esas mismas manos de Julia que lo abrazaban ahora estaban manchadas del diablo.
con la vida de su amante. Y la verdad se hizo nítida, contundente, acu- No había sol. Nunca había sol. La mansión tenía la vocación de un
sadora, se le despejó la razón de toda duda y se le paralizaron los lati- gris caído del mismo cielo. El hombre fue atrapado en el camino, entre
dos cuando imaginó el cartucho de la sexta bala vacío, cuando esos la puerta trastornada y la verja oxidada por humedades añejas.
dedos asesinos reptaron por su espalda, cuando volvió a pensar en la Miró a los cuatro puntos cardinales y no preguntó nada. Más bien
flor de jacarandá pegada al stiletto, la prueba simple y delatora, ese calló más fuerte que otras veces.
minúsculo manojo de pétalos violetas que hizo que el pensamiento esta- Los pájaros estaban ausentes de risa. El jardín era bruma de muer-
llara en su cerebro como una frase categórica: “Fue Julia”. tos, aquellos habitantes invisibles de la mansión.
Miró la puerta. La siguió.
La oscuridad del hall, alguna vez vestido con jarrón de flores, le cegó
la soledad doblemente. Viento, todo viento. Madera a punto de morir.
Cáscaras de cielorraso.
Él estaba ahí, viviendo su muerte anticipada. Recordó algo sobre
otro hombre igual a él que peregrinaba por pasillos de conventillos bus-
cando una baldosa rota como chiste del Universo.
Sin embargo, aquí no hay nada. –Y sin embargo estoy–, pensó.
Caminó dudando por la gran sala de estar. El empapelado había
hecho su propia obra de arte entre grietas y colgajos. Un enorme azogue
embadurnado de mugre lo reflejó en negro.
Allí la escalera, allí las habitaciones de servicio. Tal vez, la vieja coci-
na con restos de pan agusanado.
26 / L AURA A LONSO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 27

Alguna vez, fiestas de gala entraron, dejaron sus abrigos. Imaginó Piensa que se hace tarde, que tiene que salir de allí. Que lo espera en
una corrida de niños o una siesta sin pasos. Un palimpsesto dibujado en casa su gato, junto a la estufa. Cierra los ojos y los vuelve a invocar.
la decadencia de los muros. El hombre recogía, cosechaba posibilidades. Entra en el pasillo jugando con las puertas. La más importante. Esa
Salón y puntillas. Un piano negro–blanco abandonado por la músi- habitación matrimonial que tuvo su existencia. Estudia la angostura
ca, arrinconado contra una pared. Las manos de una adolescente desar- para arribar a alguna conclusión.
mando a Mozart. Manos de años donde el tiempo parece no pasar. Un Seguro, de frente. Allí, al fondo, donde yacen las cosas. Se acuerda
día, se cierra violentamente. El piano no recibe más amor. Está en aban- del cementerio. Delante, la entrada. Atrás los tubularios, los anónimos.
dono hasta que el hombre lo observa. Se quita los guantes rápidamente Seguro que los niños duermen. Están en paz. Tienen toda la vida por
y quiere saber. Toca, toca hasta ver. La señora callaba en una enfureci- delante, dice la gente.
da sinfonía. Se sometía hacia adelante inundando las teclas con el busto. El primer dormitorio tiene los postigos con pocas averías. Sólo haces
El hombre se apoderó e interpretó la música posible. Salta una nube de de luz. No hay casi viento. El camastro es un colgajo sin patas. El niño
polvo en los entresijos del elefante quejumbroso. Corría una sirvienta sueña con planos inclinados. Se desliza. Ríe. –¿Le apetece un puré?–.
con un vasito de agua –¡La señora se ahoga!–. Mira para atrás. Otra vez a jugar a los dados con el pasillo. Dos, tres,
El hombre tose de tanta mugre, pero no alcanza a tomar líquido nin- fondo.
guno. Dicen que esa noche el señor ingirió veneno. Los niños se habían El baño principal tiene olor a rata. El óxido lo come todo. Secretos y
quedado solos. discreciones. Lo más mundano. Es igual que cualquier baño. Todos
Mira hacia la pared y ve caídas. somos reales.
Sube porque los escalones provocan. El pasamano alguna vez había Gotea el grifo quién sabe cómo. El hombre imprime ese ritmo raro
sido lustrado por una muchacha joven que había venido del campo tra- en su cabeza. Piensa en aparatos. Mecánica y fluidos. Una forma de
ída desde la estancia. Bastarda hija de bastarda, de ojos con horizonte tiempo líquida. Direcciones atravesadas y discordantes. El baño marca
línea. Se le llenaron los dedos de más rastros de pelusas y bolitas oscu- la persistencia de las horas. Una especie de igualdad efímera. ¿Una uto-
ras. pía? En la bañera el lecho del hombre, pensando en su fortuna. El de la
Intuye el desván. El señor colgado de una viga. Tensó la cuerda al mujer bañada en su desnudez estrenada con cada ritual matinal.
aire, tiró con un nudo para darle peso. Cuando la tuvo del otro lado hizo Supo que allí poco importaba. Allí era igual que afuera, igual que
el lazo. El hombre se toca el cuello. –Una incipiente contractura–, dice siempre.
en voz baja En la habitación principal yace un lecho de hierro con un colchón
La señora llorando de negro. Más atrás, niños en enaguas. Tiempo y manchado y hediondo. El hombre se acuesta en él. Cierra los ojos. Trata
polillas. de descifrar como fueron los hechos. Abre sus narinas e inhala tiempo.
El hombre se quita el sombrero, la saluda con cara pertinente. Algo Piensa en la señora. En su juventud de gasas y perfumes. En la noche que
subvierte los sonidos. dejó el charquito de sangre y supo de la locura y el nirvana. Todos los
Advierte: el señor, tal vez, no se ahorcó. Mató a la mujer y allí niños empezados allí. Tres. Uno muerto a los cuatro días. Uno Caín y
comenzó el fin de la mansión. Quizás perdió todo en noches de casino. otro Abel. Una enorme andanada de casos siniestros.
O simplemente se fueron un día, sin ninguna explicación. Tomaron sus –Muerte por lujuria, muerte por castidad– ¡Muerte, muerte! No hay
valijas y baúles con la ropa y los enseres, y huyeron. un lugar así y sin embargo el cuarto exige.
28 / L AURA A LONSO

El señor le inventa cosas a la mujer. Ella hace lo mismo. La gente no MENCIÓN


habla. Los periódicos trastocan y divierten. El hombre se calla.
Es el dormitorio, el amatorio, el odiador. Aquí todo es intensidad. INFIDELIDAD
Bichos de la jungla.
Una certeza se cae, se vuelve a caer, se vuelve a caer. Camilo Baráibar
Ellos se penetran. El hombre siente una erección involuntaria. Le
excitan los pechos de una rubia que ha visto de tanto en tanto. Ellos se
quejan, se discuten, se incineran. El hombre no puede evitar masturbar-
se. El señor le besa los pezones. Ella babea. El hombre mancha de blan-
co el colchón marrón de variaciones. Siente cansancio.
Comienza a dormirse. Las dimensiones de la casa lo arrullan. El
señor duerme pesado. La señora, a veces, toma pastillas. Los niños duer-
men en paz. La casa duerme en paz.
Cae y sueña… Ahora mismo muestra el culo adrede y se lo manosean con la mira-
Miró a los cuatro puntos cardinales y no preguntó nada. Detrás, algo da. El que se la está chamullando ansía sus tetas y le hace una propues-
quiebra la hojarasca. Tal vez una rata o una liebre. Sigue andando, sin ta, indirecta primero, como zonceando, para ver hasta dónde va, hasta
interrogarse. Ya nada vale la pena. dónde puede cinchar de la cuerda del coqueteo.
El tiro de gracia llegó por la espalda. La mansión se vino abajo. Van tomando vino o algo rojo adentro de un vaso, que se supone
tiene alcohol o querosene o lo que sea mientras sirva para sacarse la ver-
güenza de lo que uno es, lo que sea mientras sirva como excusa para
hacer estupideces, distintas a las estúpidas cosas que se hacen en la ruti-
na estúpida.
Ella aclara que tiene novio, dice mirá que tengo novio y marca el
límite, pero a la vez lo desmarca con otra broma con doble sentido, aga-
rrando otro comentario para el lado de los tomates, o con esa mano que
toca el torso confianzuda. Ella le está diciendo que no pero le dice que
sí sin saberlo.
Él ni parpadea por ver cuán borracha está, por ver otra insinuación,
otra palabra patinada, otra manito en su pecho. Piensa en encajarle un
beso de sopetón. Ahora no pierde de vista sus labios, acerca la cara, ella
se aleja un poco y en seguida toma otro trago de esa sustancia colorada.
Todo parece más penumbroso ¿es que caminaron a la oscuridad sin
darse cuenta? ¿Alguien habrá bajado las luces? ¿O será que por verse
tanto ellos ya no pueden ver con nitidez el resto del baile?
30 / CAMILO B ARÁIBAR 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 31

Ella lo mira. Sus ojos, sin que ella los mande, se fijan en las piernas Ella no supo decir no en el momento adecuado, así que tampoco lo
de él, en su entrepierna hecha una carpa; imaginan esa espalda transpi- dirá ahora. O lo dirá sí. Pero serán no sin volumen, sin importancia, sin
rando, ese culito amasado por sus manos. Ella siente la humedad entre autoridad para negar nada, sin calidad de no, sin dignidad, serán sí dis-
las piernas. Esa humedad. No entiende cómo la está sintiendo tan rápi- frazados, serán eufemismos de sí, serán nuevos sí, más combustible para
do, justo con él, justo ahora. Él es lindo, hay que decirlo: esa boca, ese el motor de la aventura.
pechito, esas piernas, ese péndulo erecto, esa bragueta que salta como Vamos a otro lado dice él, ella dice no, o sea sí, se van, ya se fueron.
un perro por su comida. Pero no se puede, aunque las ganas digan que Los dedos violan los límites de la vestimenta como latifundistas enlo-
sí es no. No hay que dejar que se acerque más, pero ¿cómo evitarlo? quecidos por desalambrar sus campos. Las lenguas son babosas veloces
¿Para qué? ¿Por qué negarse al placer de tenerlo a sus pies? como ratas por los cuellos. Él es un guía turístico que le hace recorrer el
Él apoya un brazo contra la pared enjaulándola desde un costado, se monumento a la sangre electrificada, el obelisco del calor púrpura.
arrima, la tiene casi cercada; con la excusa del ruido ella también acer- Como Batman y Robin por el batitubo, así bajan los pantalones por
ca a su cara. Cuando se cruzan las palabras las bocas se cruzan. sus piernas, las de él, por sus piernas, las de ella. Susurra una adverten-
Él tiene más alcohol y se lo dona. ¡Qué caballero! Se va a emborra- cia ella. Obedece él. Oportuna profilaxis de bolsillo.
char, por eso va a ceder, va a ponerse dócil, manoseable como la arcilla. Entonces ella retoma su estado de inconsciencia consiente, su licen-
Las amigas no están. Los amigos se fueron. No queda otra que seguir cia a la neurosis compartida, a la frustración hecha semen, a las charlas
charlando. Tus amigas se deben estar divirtiendo de lo lindo, dice él, amargas de culpa de dos plazas, a la dictadura del pensamiento hostil,
acerca la cara, la boca entreabierta. Ella sonríe levemente, mira a los obstaculizante, castrador.
costados. Voy al baño, dice, va a huir por el costado libre pero el otro Ahora sus labios succionan al extranjero engomado. Resoplan a dúo,
brazo de él se interpone, la encierra. sufren a dúo el placer, sudan a dos tintas por todos los remiendos de la
No, no vayas, dice él y le encaja un beso de sopapa. piel. Anulan toda sinapsis, todo recuerdo de la moral burguesa, de la
¬¿Qué hacés, estúpido? Tengo novio. Hice lo que los dos deseábamos monogamia imbécil, del delito inventado; anulan todo recuerdo de ese
hacer, argumenta él, guardando esa lengua de pegaláctico. Le acerca otro laberinto que los atrapó y que construyeron, que odian pero que reci-
vaso de ese loco líquido rojo. Ella lo toma para tener la boca ocupada y clan, de ese veneno que maldicen pero que comen en cada refuerzo. De
evitar otra arremetida o para borrar las evidencias de la infidelidad. no matarlos, de no avasallarlos de placer, esos pensamientos se levanta-
Me voy, me voy, intenta ella. Él le abrocha la cintura con esas manos rán como palomas engreídas, como momias de los roperos, como ara-
ladronas de todo lo que tocan. Otro beso con su complicidad. Y otro. Y ñas que fingen la muerte propia para matar al homicida que falló; se
ya que se está en el baile... Y otro. Total, el mal ya está hecho. Y otro. harán sentir como astillas en el gozar, como dolor en pequeños sacos,
Y otro. Y otro. como acidez en el fondo de la boca.
Él baja la mano, acaricia el melón fofo y excitante. Él es diplomado Pero ellos anulan esos pensamientos. Él la introduce con lenta dulzu-
en dar caricias. Máster en seducir princesas y dejarlas sapos. Es el prín- ra. Con la lenta dulzura que puede tener un mamífero frente a la hembra
cipe hecho rey. Ya la tiene. Las palmas de sus manos impondrán el siempre ansiada, semidesnuda, regados de alcohol, en un rincón oscuro de
rumbo de la lujuria de la noche. Y ahora tocan, son taxis circulando en un baile de facultad; con la lenta dulzura de que es capaz cuando la tiene
la autopista de su cuerpo. Estacionan, desvían, recorren piernas como para él solo, cuando la tiene para él solo y su miembro, cuando la tiene
bulevares, semáforos en verde, en amarillo, en rojo. para su miembro; cuando la está por tener pero hay ruidos y voces.
32 / CAMILO B ARÁIBAR

Ella pega un gritito, gimen ambos. Un guardia los descubre a cien MENCIÓN
grados de temperatura. Los hace vestir. No los mira. No toca el pezón
que se asoma. No apaga un cigarrillo en la nalga de él. No se burla. No WANDA
hace un comentario sarcástico. No es estúpido. Simplemente los hace
vestir y se queda callado. Norma Blanco
Les hace sentir que su lujuria no quedará impune. Que hay ojos y
bocas que juzgan y pueden publicar lo visto. Que hay un par de ojos que
los está mirando. Esos ojos les ven su ridiculez, su arrepentimiento esté-
ril, su calentura inconclusa, sus pieles prostitutas; esos ojos los ven infie-
les, cobardes, escondidos de sí mismos, otra vez en el laberinto, traicio-
nando la vida anterior a ese instante, cagándose en todo lo dicho y pen-
sado antes, haciendo trizas todos los proyectos, todas las promesas,
todas las caricias con dulce de leche. Braulio abrió la puerta del apartamento. La casa lo recibió con el duro
Esos ojos los están mirando. Esos ojos los ven. Esos ojos son sus pro- silencio que agobiaba las habitaciones desde lo de Esmeralda. Separó ape-
pios ojos. nas los labios y respiró un poco más profundo, como si con la llegada de
Esos ojos no son los míos. Yo era el guardia. Yo era el novio. Pero yo mayor cantidad de aire a los pulmnones, adquiriera la convicción que
no los vi. necesitaba para entrar. Cerró la hoja de madera reseca, soltó de golpe el
picaporte y cuando sacó el llavero del bolsillo, notó que en el ambiente
había algo distinto. Puso la llave prestando atención a un sonido discon-
22 de diciembre de 2005 tinuo que le llegaba desde el corredor junto a la cocina.
–¡Claro! ¡por Dios! Es la alarma del contestador automático– se dijo
mientras apoyaba la bolsa de la compra diaria en el piso de parqué des-
lucido.
Con la boina en una mano y sin siquiera sacarse la gabardina, dirigió
sus pasos hacia la repisa desde donde el teléfono lo atraía como un imán.
Se detuvo indeciso frente al aparato con la mirada perdida en el núme-
ro que titilaba en rojo. Entornó los párpados tratando de buscar algo de
coraje dentro de sí. Sin embargo, dio medio vuelta y entró en la cocina dis-
puesto a servirse un café.
Distraído, casi con torpeza, escanció el líquido oscuro en una tacita
diminuta. Dos medidas de azúcar y revolver... revolver... revolver siguien-
do con la mirada los giros de la cucharita y la certidumbre rondándole en
la cabeza de que la llamada no podía ser más que de Wanda. El hubiera
preferido que ella viniera personalmente a arreglar lo del nuevo semestre.
34 / N ORMA B LANCO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 35

Pero... bueno... si la joven deseaba hacerlo por teléfono, al fin de cuentas, algúna “pizzicato”, él se sentía flotar ingrávido en el aire; olvidaba enton-
él no tenía por qué alarmarse de esa manera. La cobardía nunca había ces la falta de calefacción en los días crudos de invierno, las paredes des-
sido una característica de su temperamento. Solo que... ahora los años, cascaradas, el vientre otrora estéril de Esmeralda y hasta la angustia que
tantos años como tenía, le pesaban mucho. le producía la certeza de que jamás podría “levantar” la hipoteca que
Wanda había estallado en su vida quieta con la fuerza con que se abre pesaba sobre su apartamento.
la semilla esparcida cuando la entibia el sol, después de la lluvia. Braulio sorbió otro poquito del líquido caliente, lo sintió bajar por su
Wanda, que se presentó una tarde a su puerta diciéndole de buenas a pecho y se le ocurrió pensar : “que si fuera capaz de leer el futuro en la
primeras: borra del café, no necesitaría atreverse a pulsar el botón del contestador”.
–Maestro, quiero tomar lecciones de música. Era raro sentir tal prevención frente a un aparato tan inocente; pero su
Y, desde ese mismo instante su vida había adquirido por arte de magia temor iba más allá, calaba más profundo.
el matiz brillante y el olor dulzón de la primavera. Una tímida presión ejercida por el dedo índice le trajo la vocecita de
Wanda, que era el último reducto de su larga docencia musical. Esa Wanda:
graciosa jovencita de “jeans” ajustados y “suéters” estrechos que forman- – Maestro, decidí no tomar más lecciones. Dice el Beto, mi compañe-
do parte de una generación fanática, casi por entero, a los instrumentos ro, que si tengo tanto oído musical como usted asegura, estoy perdiendo
eléctricos, expresara con simpleza: el tiempo con esas antiguallas. Que me compre un teclado que es facilísi-
–Quiero aprender a tocar la viola. mo de tocar. Un día de éstos paso a saludarlo. Adiós.
La viola... adorada criatura, el instrumento de menor categoría de las El hombre casi no escuchó las últimas palabras porque un deseo
cuerdas; era imposible que una joven se interesara en su ejecución, ¿quién irreflenable de escapar se había apoderado de su cuerpo. El galope vio-
dice imposible?, no ¡era maravilloso! Desde todo punto de vista maravi- lento que sentía en el pecho y le martillaba en las sienes no le dejó oir,
lloso, porque para ello había que desprenderse del más mínimo afán de cuando pasó frente al dormitorio, que Esmeralda “barritaba” para lla-
lucimiento. La viola es un instrumento apagado que nunca podría tener el mar su atención.
protagonismo de un violín, la dulzura de un violonchelo o la majestuosi- Afuera el atardecer había borrado el sol y un viento de origen incierto
dad del imponente contrabajo. se arremolinaba en la calle. Hojas secas y bolsas de nailon arañaban la
Y ahí estuvo Wanda en el último año, tres veces a la semana apren- vereda y dejaban surcos oxidados en su propio corazón.
diendo con ahínco a ejecutar la viola, en un antiguo ejemplar heredado de Cuando sintió la cara mojada, cayó en la cuenta de que no traía para-
su bisabuelo milanés y haciendo que para él se hubieran abierto las puer- guas y que, ni siquiera, se había puesto la boina.
tas del paraíso. La humedad de las mejillas le bajó hacia la comisura de los labios y
Esas clases semanales sirvieron para que dejara de pensar a toda hora notó que, extrañamente, esta vez, la lluvia tenía un fuerte sabor a sal.
en la última crisis cerebral de su mujer que la había convertido en un mon-
toncito de huesos depositados sobre la cama.
Si hasta parecía que se habían reducido los cuatro años de su solitaria
dedicación al cuidado de Esmeralda.
Cuando los dedos esbeltos y largos de la joven que asemejaban una
prolongación del arco, pulsaban las cuerdas con destreza y picardía en
MENCIÓN

POLÍTICA DEPORTIVA
Daniel Campodónico

(Recupera la pelota en su campo y sale a toda velocidad, elude a uno


a dos y sigue cruza la mitad de la cancha le sale un marcador ¡opa, que
cañito! se aproxima al área le sale el golero y…) ¡Gooool! Corre el niño
festejando, con los brazos abiertos la frente en alto y los ojos cerrados;
por un momento olvida que está solo, conmigo y un monumento, en
esta plaza de Kiev, como único espectador.
De reojo miré al juez de línea que tiene la bandera baja, tomo aire y
!priiiiiip!, sueno mi silbato señalando el medio campo, validando el gol.
Mientras corre el jugador festejando, con los brazos abiertos la frente en
alto y los ojos cerrados; yo saco mi libreta y apunto: Dinamo de Kiev 1,
Selección Alemana 0. Y doy la orden de reanudar el partido.
–¡Te lo juro Dimitri, yo grité aquel gol como nadie en ese estadio!
Imagináte, era la Segunda Guerra Mundial y los nazis habían tomado
esta ciudad. Quince días después organizaron el clásico partido:
Selección Alemana contra el campeón local, mi cuadrito. ¡Y los alema-
nes tenían que ganar! Aquello de la raza superior y que sé yo, además ni
te digo de qué calabozo sacaron a varios de los jugadores. Con ese 1 a
0 les metimos el dedo en culo, y no veas que malos se pusieron, hubo
que aguantar la andanada: pelotas en el palo, el defensa en la línea, el
golero al corner pero al final, terminó el primer tiempo y mi Dinamo
ganaba 1 a 0.
(¿Cómo se lo digo a mis colegas?) pensé mientras abría la puerta del
vestuario de jueces, con las palabras bien frescas de aquel capitán al
38 / DANIEL CAMPODÓNICO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 39

frente de la ocupación: ¡Colabore con el régimen o los fusilamos a –Y el juez nos dejó con uno menos, pero no importó. Ese partido se
todos! jugó a muerte y mi cuadrito ganó 2 a 1. Ni bien termino el partido, los
No comenté nada con los líneas; no pude. Y así doy inicio al segun- nazis pararon a los jugadores del Dinamo en el centro de la cancha, y
do tiempo, sospechando que a los jugadores del Dinamo los habrían con todo el estadio mirando, menos yo que me tape los ojos, los fusila-
amenazado como a mí. ron con las camisetas puestas.
–Podés creer, Dimitri; que el desgraciado del juez, ni bien comenzó el No aguanto más el frío y no me explico como este niño, puede seguir
segundo tiempo, inventa un penal que no existió. Pasó hace treinta años jugando, solo, frente a un monumento de once tipos con una placa deba-
o más, pero lo recuerdo clarito, todo el estadio abucheaba y el ale- jo, que no sé qué dice en ruso.
mán…. la clavó contra el palo. Fue el 1 a 1 por regalo del juez.
Comienza a nevar; pero el niño parece no notarlo y sigue jugando,
solo, con su pelota en la plaza. La toma con ambas manos y la apoya en
el suelo, cinco pasos de carrera y remata una suerte de tiro libre. Como
el arco está en su imaginación, no se si lo metió o lo erró, pero lo cierto
es que a pesar del frío, tajeante, se saca la camiseta y la revolea feste-
jando el gol.
(Maldición, me traiciona la costumbre y pito una falta al borde del
área en favor del Dinamo; igual si lo mete se lo hago patear de vuelta)
pensé mientras observo al jugador colocar con ambas manos la pelota
en el suelo, tomar 5 pasos de carrera y rematar el tiro libre. La cuelga de
un ángulo.
–¡Priiiiiiip! –Hice sonar mi silbato. Todo el Dinamo me reclama. El
estadio me insulta…
–Y el vendido del juez anuló ese golazo; si no lo mataban los nazis,
lo íbamos a matar nosotros. Para colmo de males, comenzó a nevar.
Pero, ¡mirá Dimitri!, aquel jugador volvió a tomar la pelota con ambas
manos y la colocó de nuevo, en el mismo lugar. La barrera se ubicó a la
misma distancia, tomó sus cinco pasos de carrera y volvió a rematar el
exacto y mismo tiro libre. Ese jugador, podía meterlo veinte veces más
de ser necesario, y el juez no tuvo otro remedio que cobrarlo.
–¡Priiiiiip! –soné mi silbato validando, ahora si, el tanto, y a pesar del
frío, tajeante, el jugador se quita la camiseta y la revolea festejando el
gol. En un intento por calmar a los alemanes, le muestro la tarjeta roja
por festejo indebido. Saco mi libreta y anoto: Dinamo de Kiev 2 –
Selección alemana 1; expulsado el nº 7 del Dinamo.
MENCIÓN

LA VIDA DE UN VIAJANTE
Héctor Chilibroste

A pesar de que ya casi había anochecido, el calor seguía siendo abru-


mador; de regreso al hotel, Pereyra se sentó a una mesa en la vereda del
bar La Calandria, dispuesto a tomarse una cerveza bien fría y a hacer un
balance de la actividad del día. Odiaba los viajes al norte en pleno vera-
no. Estaba convencido de que la semana que elegía para hacerlos coin-
cidía siempre con la de mayores temperaturas del año.
Había pasado toda la tarde en La Coruñesa, que era uno de los alma-
cenes más grandes de la ciudad, y uno de sus mejores clientes. Con don
Matías Oroviejo, el dueño, habían recorrido la voluminosa lista de pre-
cios, desde el aceite hasta los zapallos en almíbar. Sonrió al recordar la
dificultad que había tenido para explicarle al viejo gallego el tema de las
docenas de quince unidades, esa novedad que el flamante gerente comer-
cial había incorporado para incentivar las alicaídas ventas de algunos artí-
culos. Con irrefutable lógica, don Matías sostenía que si eran quince no
eran una docena, sino una quincena o como coños se llamase, y fue inútil
que Pereyra tratara de explicarle cómo funcionaba la cosa haciéndole ver
que era muy sencillo, que se facturaban doce pero se entregaban quince, a
lo que don Matías le respondía que, en ese caso, lo que le estaba ofre-
ciendo era cobrarle quince al precio de doce pero de ninguna manera
docenas de quince unidades, que no existían ni aquí ni en la China.
Esta pequeña diferencia, en todo caso, no había impedido que don
Matías le hiciera un pedido importante que le reportaría una buena
42 / H ÉTOR C HILIBROSTE 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 43

comisión, la que se entretuvo en calcular a ojo mientras recorría el talo- clasificó como uno de esos personajes anacrónicos que se creen pintones
nario de pedidos. Después de un rato, sin embargo, decidió no pensar y dedican mucho tiempo a cuidar su apariencia, que oscila entre la de un
más en el laburo, ni en los doscientos kilómetros que lo esperaban al día compadrito de sainete y un empleado de tienda.
siguiente. Pero siempre lo habían tratado muy bien en ese hotel, y no podía
Cuando llegó al hotel Universal y fue a retirar la llave de su habita- negarse a lo que le pedía ahora el anciano. Tratando de disimular su dis-
ción, lo sorprendió la ausencia del empleado de la recepción. Después de gusto, pronunció un hipócrita pero sí, encantado. El conserje hizo una
esperar un momento golpeó las manos repetidas veces, hasta que final- seña a Ferrari, y éste entró a la habitación. Se sucedieron las presenta-
mente vino a atenderle una persona a la que no conocía. Era un ancia- ciones de rigor y los agradecimientos por parte del recién llegado, cuya
no de una palidez enfermiza y aspecto cansado, que se desplazaba con manera de hablar, engolada y solemne, condecía con su apariencia.
lentitud. Mientras Ferrari ordenaba sus cosas, Pereyra se dedicó a preparar el
–La llave de la veintiuno, por favor –dijo Pereyra. informe que tenía que enviar a la casa central con la cobranza y los pedi-
El hombre lo observó con una expresión casi hostil. Luego le alargó dos del día. Discutieron con cordialidad quién sería el primero en usar
la llave, con mano temblorosa y sin pronunciar una sola palabra. Sus el baño, honor que por fin le correspondió a Pereyra. Cuando le llegó su
ojos permanecían fijos en los de Pereyra con tal intensidad que éste se turno, y antes de entrar a ducharse, dijo Ferrari:
sintió levemente molesto. El recuerdo de esa mirada lo acompañó mien- –¿Qué te parece si comemos juntos esta noche?
tras subía, intrigado, hasta la habitación. A Pereyra le disgustó la idea, así como ese tuteo que su actitud hasta
No había terminado de acomodar sus papeles cuando golpearon a la ese momento le parecía que no justificaba. No encontró una excusa vale-
puerta. Al abrir se encontró con el anciano quien, con voz sorprenden- dera para negarse, sin embargo, y quedaron de acuerdo en que espera-
temente juvenil que contrastaba con su aspecto, le dijo: ría a Ferrari en el hall dentro de una media hora.
–Señor Pereyra, como viejo cliente del hotel tenemos que pedirle un Pereyra bajó y aprovechó el rato de espera para interrogar al ancia-
pequeño favor. no acerca de su nuevo compañero de pieza. Supo así que era también
–¿Sí?– preguntó Pereyra. viajante, representante de un importador de artículos de bazar, y que
–Bueno, usted verá. El hotel está lleno esta noche, y tenemos otro asi- aparecía por la ciudad una vez cada dos meses. Según el conserje era un
duo parroquiano, el señor Ferrari, a quien no podremos alojar a menos hombre tranquilo al que todo le venía bien. No recordaba que hubiera
que usted acepte compartir con él su habitación. Sería sólo por esta presentado jamás alguna queja acerca del servicio del hotel.
noche, mañana se desocuparán varias piezas y habremos superado el Ferrari bajó vestido ahora con lo que Pereyra imaginó que sería para
problema. El hecho será considerado, por supuesto, en la tarifa de alo- él un “sport elegante”: saco marrón, pantalón de un gris verdoso, cami-
jamiento. sa amarilla con el cuello abierto por sobre las solapas del saco y, por fin,
–¿Dónde está el señor Ferrari?– preguntó Pereyra. unos zapatos bicolores como Pereyra no había visto en los últimos trein-
El otro hizo una seña con la cabeza hacia el pasillo. Se encontraba ta años.
allí un hombre de unos cuarenta años. Pereyra lo observó por un ins- Fueron a comer a un restaurante que estaba a escasas dos cuadras del
tante, y su primera impresión fue de desagrado. A pesar del calor lucía hotel. Durante la cena Ferrari monopolizó la conversación, en un tedio-
muy formal: traje azul, camisa celeste, corbata multicolor, jopo engomi- so detalle de las increíbles ventas que había realizado esa tarde. Luego,
nado y un bigotito que parecía una línea trazada con lápiz. Pereyra lo tal como Pereyra lo preveía y temía, el tema derivó hacia las mujeres.
44 / H ÉTOR C HILIBROSTE 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 45

–Y Pereyra deschavate, ¿Cuántas minas tenés? Pereyra esperó hasta que Ferrari terminara de comer su postre. Ya en
–¿Minas? Ninguna, Ferrari, ninguna. Mi mujer y gracias. el hotel, se desearon las buenas noches y se acostaron.
–¿Ninguna? No te puedo creer. Si una de las cosas más lindas de A la otra mañana, Pereyra madrugó. Tenía un largo viaje por delan-
nuestra profesión es la libertad que te da. Yo tengo el instinto del caza- te y quería aprovechar el fresco de las primeras horas. Se vistió sin hacer
dor. Una en cada puerto, como los marineros, y cada una mejor que la ruido, procurando no despertar a Ferrari para no tener que aguantar
otra. Chiquilinas, casadas, viudas, divorciadas, todo me viene bien y otra vez su cháchara insoportable. Cuando estaba por salir de la habi-
todas me dan pelota. A mí no me vas a hacer creer que sos un angelito, tación notó que su compañero había colocado un portarretratos sobre
a menos que seas maricón. la mesa de luz. Curioso, se acercó a mirarlo. Desde una fotografía que
–No soy un angelito ni soy maricón, Ferrari. Pero quiero a mi mujer resaltaba toda su belleza Graciela lo miraba, curvados sus labios en una
y trato de no engañarla –respondió Pereyra con una sonrisa. dulce sonrisa. Con una caligrafía que Pereyra conocía muy bien, la dedi-
Mientras el otro seguía enumerando sus conquistas, Pereyra recor- catoria decía: “Con todo mi amor, Graciela”.
daba a Graciela. Cómo le voy a hablar a este chanta de ella, pensó. Sería Pereyra dejó el cuadro en su lugar. Observó al hombre con una mez-
como profanar algo sagrado. Graciela, que tan bien lo comprendía, que cla de ira e incredulidad. Luego tomó de la mesa de noche el velador de
lo esperaba incondicional al final de cada viaje y le hacía olvidar las hierro fundido, y con una furia incontenible comenzó a descargarlo con
complicaciones del trabajo, las bajas ventas o las pobres comisiones. todas sus fuerzas sobre la cabeza del dormido Ferrari.
Graciela que era lo mejor que le había sucedido en la vida. Sintió un
poco de pena por Ferrari, que vivía de sus hazañas reales o imaginarias
y que jamás conocería un amor verdadero como el de ellos.
Se habían conocido en un bar de 18 de Julio una tarde de invierno.
Ella estaba sentada frente a él en una mesa contigua y sus miradas se
cruzaron varias veces, hasta que Pereyra, juntando coraje, se levantó y
le hizo la clásica pregunta:
–Perdone, ¿no nos conocemos del algún lado?
–No creo –respondió ella–. Pero no me disgustaría que nos conociéramos.
Alentado por la respuesta, Pereyra se sentó a la misma mesa y tras-
lado a ella el café que estaba tomando. Estuvieron casi dos horas con-
versando, y terminaron tomados de las manos, mirándose a los ojos
como dos adolescentes y ansiosos por terminar ese encuentro en un
hotel cercano. A los pocos meses de convivencia decidieron casarse.
A partir de ese día Pereyra esperaba ávido el final de sus giras.
Graciela le había contado muy poco de su vida. Sólo que había esta-
do casada y que ese casamiento había sido la infeliz consecuencia de un
embarazo accidental cuando tenía diecisiete años. Hacía dos años que
estaba divorciada.
MENCIÓN

ANA CUARELLA:
PINTADA AL ÓLEO
Federico de los Santos

Ana Cuarella fue, probablemente, una de las pintoras más geniales


del siglo XX, y probablemente de la historia. Su talento la destacó por
encima de sus colegas, tal vez debido a la mediocridad imperante en el
medio de las artes plásticas. Entre tantos pintores renombrados que
dibujaban una o dos líneas escudándose en la etiqueta de arte minima-
lista, Cuarella se esmeró en que sus cuadros no fuesen solo cuadros, lo
que le marcó una carrera muy criticada por la prensa especializada en
arte –tanto en el arte plástico como en el arte mismo de criticar–.
Su método era el del arte más puro: el automatismo psíquico.
Cuarella pintaba desde el alma. Cuando tomaba el pincel, entraba en
una especie de trance hipnótico y al despertar el cuadro ya estaba listo.
Nunca recordaba el proceso de creación. Algunos de sus detractores
argumentaron que eso explicaba el hecho de que sus obras fueran
incomprensibles, a lo que ella respondió asegurando que nadie com-
prende cómo se llega a crear una obra artística, ni siquiera el propio
autor. “El hecho de no comprender qué nos lleva a crear es, quizás, el
mayor atractivo del arte”, explicó en varias declaraciones. “Y además el
arte no se entiende. Se siente, joder”.
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Sus primeras exposiciones apuntaron a la libre interpretación. En sus Durante veinte años continuó sorprendiendo al público con su crea-
retratos, cada persona podía ver imágenes diferentes, irrepetibles y hasta tividad. La exposición “Conócete a ti mismo” estaba compuesta por
opuestas. Donde alguien veía un atardecer, otro veía una luna. Donde cuadros donde cada observador veía su propia imagen reflejada.
alguien distinguía el cuerpo de una mujer desnuda, otro aseguraba ver Muchos de sus detractores trataron de explicar estas obras según algún
una ciudad vista desde arriba. Donde alguien reconocía un conjunto de tipo de truco: espejos escondidos detrás de los lienzos, proyectores,
niños saliendo de la escuela otros veían una estampida de elefantes, aun- cámaras ocultas, hipnotismo, magia negra o incluso hierbas alucinóge-
que estaban los que afirmaban que en éste último caso, la diferencia no nas entre las plantas del museo, todos intentos infructíferos. La anécdo-
era tanta. ta más conocida es la del crítico de arte César Brunikov, que en el brin-
Más tarde se dedicó a pintar sensaciones, con resultados fantásticos, dis de cierre de la exposición bebió algún cóctel de más y empezó a
algunos de ellos contraproducentes. Los lienzos parecían encantados por increpar a gritos a la pintora y a los presentes, exigiendo una explicación
alguna clase de magia (y quizás lo estaban), ya que los sentimientos racional. Las respuestas sobre la magia del arte y la libre interpretación
parecían reflejarse con tanta armonía y perfección que se transportaban que hace que cada uno vea en la obra lo que quiere ver no le bastaron,
a las almas de los presentes. así que se enfureció aún más. Revisó las oficinas, los estantes y hasta los
El cuadro titulado “El Odio”, por ejemplo, no le gustó a nadie, baños, seguido por un séquito de curiosos. Marchó hacia el depósito, y
excepto a los críticos. El de la Indiferencia pasó desapercibido. Los de la le ordenó al Director que le abriera una caja fuerte. El hombre se negó,
Belleza y el Poder fueron adquiridos por un millonario excéntrico por pero Brunikov amenazó con demandar al museo por estafa, fraude y
millones de dólares (versiones no confirmadas aseguran que pretendió hasta secuestro. El Director accedió y el periodista extrajo un paquete.
adquirir también el de la Inteligencia, pero no estaba en venta). El cua- Enorme fue su sorpresa al ver que adentro estaba el cuadro del Fracaso,
dro del Amor fue visto por escasas personas, debido a que casi todo el que había quedado guardado desde la exposición anterior.
tiempo la vista estaba obstruida por parejas que se besaban apasiona- Tal vez su obra más famosa sea “La Nada”. Era una habitación pin-
damente frente a él. El del Olvido fue de los más populares ya que les tada enteramente de negro y sin luces, por lo que la oscuridad era abso-
gustó a todos, pero a la salida ya nadie recordaba cómo era. Cuentan las luta. Es cierto que los visitantes no veían demasiada demostración de lo
crónicas que este cuadro también generó discusiones en la sala. Los inte- que es arte, pero seguramente sí de lo que es la nada. Sus críticos afir-
lectuales que asistían contraponían dos posturas: si las personas olvida- maron que en la muestra se veía la oscuridad que en sí era algo, por lo
ban el cuadro precisamente porque les gustaba tanto, o si les gustaba que no podía ser una manifestación de la nada. Acostumbrados al deba-
por el afán del hombre de encontrar el olvido. Sin embargo, las disputas te público, esperaron la respuesta de la artista en la prensa del día
nunca llegaban a su fin porque al pasar frente al retrato los transeúntes siguiente, pero no la encontraron. Tampoco en los diarios de la semana
se olvidaban de lo que estaban discutiendo. posterior, ni en las revistas mensuales. Ella, haciéndole honor a la obra
La mezcla de colores y matices era casi perfecta. El de la Tristeza era que estaba exponiendo en el momento, respondió absolutamente nada.
en tonos de gris. El de la Paz era predominantemente blanco, casi lumi- En sus últimos años realizó presentaciones esporádicas, entre ellas la
noso. El de la Alegría mostraba muchos colores brillantes, y el de la memorable “Exposición”; un cuadro gigante que representaba una
Verdad era transparente. Cuarella dijo haber pintado el de la Muerte y exposición de cuadros, vista desde un ángulo de la sala.
el de la Felicidad, pero al salir del trance hipnótico los ocultó en el sóta- Falleció a sus 75 años. Su representante, Carlos Solari, en el afán de
no sin ver cómo eran. Jamás se los mostró a nadie y nunca los conoció. que la memoria de la pintora no muriera (y quizás queriendo evitar que
50 / F EDERICO DE LOS S ANTOS

los ingresos monetarios tampoco), editó poco tiempo después el libro MENCIÓN
“Ana Cuarella: Pintada al óleo”, una minuciosa biografía de la artista.
Meses más tarde y tras una extensa disputa legal con los hijos de EL ABISMO
Cuarella logró adquirir los derechos de todas sus pinturas y para con-
memorar los dos años de su muerte decidió exponer varios cuadros Natalia Guido
inéditos, entre ellos los dos que ni ella misma había visto.
Lamentablemente, Solari falleció en circunstancias misteriosas, poco
antes de la exposición. Se encontraba en el sótano de la vieja casa de la
artista revisando los cuadros, cuando se topó sin querer con el de la
Muerte. Probablemente haya visto el de la Felicidad antes, lo que expli-
caría la sonrisa en su difunto rostro.
Los hijos Cuarella, quienes recibieron finalmente los derechos, orga-
nizaron una muestra especial para presentar el cuadro de la Felicidad. El hombre cayó al abismo sorpresivamente, la amplia maleza había
Era un autorretrato que mostraba a Ana vista desde atrás en su taller, tapado el risco donde se desmoronó, pero por suerte pudo sostenerse
trazando líneas de colores sobre un lienzo. Se rumorea que el cuadro de aforrándose a una pequeña grieta con su sola mano izquierda, y soste-
la Muerte es todo negro pero, por supuesto, nadie que lo haya visto niendo con la derecha, la delicada mano de Elide.
sobrevivió para contarlo. No sabía cuánto tiempo podría seguir así, la grieta podría desgra-
narse en cualquier instante o sus fuerzas podrían fallarle. No era un
hombre muy robusto, pero Elide era sumamente delgada, y eso era
bueno en ese entonces, y también lo había sido antes, pues era parte de
la belleza de ella, de esa extrema belleza que sólo había percibido en ella.
Habían decido ir a almorzar al campo hacía ya semanas, pero su
duro trabajo no se lo había permitido antes. Al fin consiguió el espera-
do día libre y pusieron todo en marcha en el auto nuevo, prepararon el
picnic y, por suerte, antes de comer decidieron dar un paseo, por suerte
antes y no después, ya que él acostumbraba comer mucho, y Elide a
pesar de su complexión, también. ¿Cuánto peso podría aguantar una
sola mano y por cuánto tiempo?
Era verano, uno de los días más calurosos sus manos comenzaban a
sudar, y eso podía significar que cayeran o que dejara caer a Elide, ni
siquiera podía permitirse pensar en ello… lo bueno, sí, debía pensar en
lo bueno, era que la ropa era sumamente liviana. Él apenas llevaba una
bermuda y una remera, mientras que Elide, bajó la vista para observar-
la un instante: …estaba desmayada, o quizás simplemente temiera abrir
52 / N ATALIA G UIDO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 53

los ojos, aunque sea como fuese lo estaba agarrando muy fuerte. Intentó salir de su garganta, ni el más leve murmullo, ni un zumbido… Quizás
hablarle, pero no le salieron palabras. Recién ahora lo notaba, tenía un hubiese sido mejor que Elide se despertara y gritara por auxilio, pero
fuerte nudo en la garganta que le impedía emitir sonido alguno. Sí, Elide, pobre Elide, no despiertes, querida mía, no veas.
no abras los ojos, no veas lo que está pasando. Pobre, pobre de su que- ¿Hacía cuánto que estaba allí? ¿Horas, minutos? Quizás apenas unos
ridísima Elide. Tan bondadosa y delicada. segundos… ¿cómo saberlo? El sol seguía rajando a sus espaldas y él no
¡Había estado esperando con tanto entusiasmo ese día…! Había aguantaba más. Sus brazos clamaban por liberarse, si tan solo lograra
aguantado tantas horas internado en su trabajo; no era que no le gusta- deshacerse de un poco de peso… ¿Cuánto pesaría su billetera? No, no
ra, le encantaba ese prestigio que poseía y en especial lo bien pagado que podía… era el fruto de un mes increíblemente agotador, tantas horas
era… Sí, y esa excelentísima paga estaba en ese mismo momento en su extras… tanto sacrificio… y de todos modos, ¿cómo iba a lograr tirar-
bolsillo, todo en billetes de cien, pues le gustaba que fueran muchos, la, si tenía ambas manos tan ocupadas?
parecía así que valía más de lo que realmente era. ¿Cuánto pesaría su Pobre, Elide, si fuera conciente de lo que sucedía… la amaba tanto,
bolsillo? Una billetera de cuero y un inmenso fajo de billetes… ¿podría era tan hermosa, un poco burda, sí, pero tan gentil e inocente. Pobre,
costarle la vida? Elide, no veas, no despiertes, querida mía.
Volvió a mirar a Elide, seguía con los ojos cerrados, pero aún le aga- ¡De repente todo se iluminó! Una sombra apareció tapándolo
rraba la mano y él la agarraba a ella, como instinto natural. Se veía tan momentáneamente y a continuación otra, dos gauchos caminaban
débil tendida al vacío, tan débil y hermosa, con la cabeza colgando y el hablando a pocos pasos de él… ¿No lo habían visto? No, no lo habí-
largo cabello castaño volando en el abismo. Pobre Elide, no abras los an visto. Pero estaban ahí, tan cerca, tan prontos a la esperanza.
ojos, querida mía, pensaba, no veas. Quiso pedir ayuda, pero otra vez nada salió de su boca, volvió a
¿Cuánto peso estaría sosteniendo con una sola mano? ¿Cuánto intentarlo y nada… tenía que lograrlo antes de que ellos se alejaran
podría aguantar esa grieta? ¿Cuánto él? Elide apenas debía pesar 50 demasiado… lo intentó… apenas un débil sonido salió de él…
kilos con su vestido blanco incluido. Había comprado ese vestido en la ¿Habría sido suficiente?
feria, pobre Elide, a pesar de todo seguía comprando en la feria. –¿Qué hará un búho a esta hora de la tarde? –preguntó una voz leja-
Su mano estaba tambaleando, el calambre era cada vez más doloro- na que se marchaba.
so. Si tan sólo pudiera gritar y pedir ayuda… pero no, ni una sola pala- Ya era tarde, no había otra salida, sólo dependía de él.
bra le salía de la boca. Intentó gritar pero el sonido se ahogó en su gar- ¿Qué iba a hacer? Estaba tan cansado, tan dejado, tan tendido al
ganta. Era como intentar hablar bajo el agua. ¿Cuánto más podría resis- vacío. De repente comenzó a sentir como los pequeños músculos de
tir? Si tan sólo la carga fuera más liviana, pero de qué podría librarse… sus dedos luchaban por aflojarse. No había salida, debía liberarse de
¿sus zapatos? No, eran necesarios para cuando alguien viniera a ayu- algún peso… pero su billetera… su preciado tesoro ganado con tanto
darlo y tuviera que escalar… esfuerzo y merito… uno de sus dedos dejó de funcionar… Bueno…
Su billetera… quizás…pero no... debía darle una recompensa a quién quizá pudiera ir a buscarla al fondo del abismo cuando saliera de allí,
lo ayudara… ¿Y si nadie lo ayudaba? Motivado por ese pensamiento por algún medio...
intentó escalar, pero sin una sola mano en libertad era imposible, y los Incluso así, cómo iba a deshacerse de ella… comenzó a balancearse
pies solos no se bastaban. Era totalmente necesario que alguien los res- lentamente, a mover su cadera, casi como si intentara bailar, para que la
catara, nuevamente intentó hablar, pero no… ni una sola palabra podía hermosa billetera de cuero se deslizara de su bolsillo y cayera a ese pro-
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fundo abismo… ¿De cuántos metros? ¿Diez, veinte, cien? Poco a poco, MENCIÓN
la billetera iba huyendo de él, de su posesión, ya casi estaba por
caer…volvió a balancear su cadera, y la cartera masculina se deslizó SOY AMANDA NIEDMAN
fuera de su bolsillo, fue una milésima de segundo, o menos, pero no
pudo, no podía, no podría dejarla caer; en ese mínimo instante apresu- Natalia Guido
ró su mano derecha que tomó la billetera justo a tiempo, sin darse cuen-
ta entonces que dejaba caer a Elide.
El hombre ahora con una mano libre, logró trepar y desde la cumbre
del abismo, con su dinero a salvo en su bolsillo, contempló el cuerpo de
Elide en fondo del pozo y pensó que por ella sí lo ayudarían a bajar, para
buscarla.

Soy Amanda Niedman, es todo lo que sé de mí, no conozco nada


más. Ignoro que me gusta comer, o cómo me visto. No sé mi edad y tam-
poco cómo es mi rostro, si soy rubia o si soy morocha, tampoco sé
dónde nací y no sé quién me conoció.
Digamos que se podría decir que soy un nombre, lo cual no es poco.
Puedo asegurar que soy mujer y sé sólo con saber cómo me llamo que
tengo ascendencia alemana, ya que Niedman es una palabra en alemán.
Amanda es un bonito nombre según mi parecer, puedo concluir enton-
ces que a mis padres les agradaba, por lo que ellos debieron tener buen
gusto. Incluso me atrevería a decir que Amanda Niedman, es el nombre
de una mujer atractiva, así me suena y así debe ser.
Sin embargo no me conformo con andar vagando por el mundo
sabiendo tan poco de mí, y sólo especulando. Así que siempre he tenido
la clara idea de investigar quién soy. El problema sucede, por supuesto,
que al ser apenas un nombre, no puedo abrir una guía telefónica y ave-
riguar si estoy en ella. Por esto pasé tantos años sabiendo únicamente
que era Amanda Niedman.
Fue un día sin embargo, que oí a unas personas sentadas en la mesa
de un bar mencionarme.
–¿...rir a Amanda Niedman? –decía una muchacho.
No tardé un segundo en meterme en su cabeza, practicante me
arrojé a ella, pero al entrar ya había cambiado el tema. Sus pensa-
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mientos eran confusos, no había nada de mí en ellos por el momento. Me metí en su cabeza de inmediato, fue una enorme sorpresa para
En ese instante sólo aparecía el recuerdo de un extraño y sin sentido mí: había estado segura de que esa tipa estaba pensando en Amanda
examen de matemática. Números y signos se paseaban de aquí para Niedman, pero sus pensamientos eran sobre una mujer un poco más
allá. Supe enseguida, que el recuerdo no era agradable y estaba algo gordita, de cabellos más desarreglados y rasgos menos delicados que los
embarrado. que Nicolás había recordado. De hecho la mujer que se paseaba dentro
No importaba, iba a quedarme allí hasta que aquel hombre recorda- de la cabeza de esa mujer de nombre Estela, parecía ser bastante prepo-
ra algo sobre mí. Y para mi suerte ya en la primera noche, sucedió. Una tente y maleducada, algo inmadura y quizás hasta catalogada de no ser
hermosísima mujer apareció en su mente, con el nombre de Amanda una muy buena persona.
Niedman. Era muy joven, no tendría más de veinte años. Le hablaba Tardé bastante tiempo en darme cuenta que esa mujer también era
simpática a un muchacho llamado Nicolás (el dueño de esos pensa- Amanda Niedman, y que la dulce muchacha que la acompañaba era la
mientos), parecía ser que Amanda era una mujer generosa, inteligente y dueña de la cabeza en dónde me encontraba. Aparentemente, Amanda y
por de más atractiva. Me sentí muy feliz por ser ella. Estela habían sido buenas amigas, por algún motivo confuso Amanda se
Pero quise saber más de Amanda Niedman, por lo que me quedé en había encontrado, hacía unos cuantos años, mal por algo que le había
la mente de Nicolás durante mucho tiempo, y pude comprobar que mi hecho a Nicolás. Curioso, pensé. Ese confuso motivo había llevado a
nombre era invocado todas las noches y aparecían encantadores recuer- una discusión que no se sabía dónde había empezado, ni cómo había ter-
dos como respuesta a tal súplica. Me conocí entonces a través de Nicolás minado. Pero era evidente que Estela no estaba para nada de acuerdo
durante mucho tiempo, y pronto pude descubrir que él estaba arrepen- con lo que le había hecho a Nicolás. Curioso, pensé.
tido por haberme menospreciado. Supongo que estuve enamorada de Salí de la mente de Estela antes de que terminara el funeral, no dese-
Nicolás, aunque a mi parecer, el chico que se veía en recuerdos no era aba seguir escuchando esas cosas espantosas sobre mí.
para nada atractivo, pero sí bastante cruel. Pensé durante mucho tiem- –Dicen que fue por Amanda que se mató –sentí comentar a una
po cómo una persona malvada, podía sentirse tan mal por otra. Estaba mujer.
dispuesta a seguir averiguándolo, hasta que una noche, entre una enor- –Por lo que le hizo...
me avalancha de recuerdos sobre Amanda y otras cosas que no llegué a De forma veloz entré en la cabeza de la mujer, era la madrina de
comprender, todo se oscureció. Nicolás, llamada Ana. Pero los recuerdos de Amanda eran tan confusos,
Me sentí expulsada de repente de aquel hoyo negro dónde me había borrosos y mezclados que me salí enseguida.
visto por primera vez, y al salir pude observar que Nicolás se había sui- Alguien se había unido a la conversación de Ana, era un hombre.
cidado. –...Amanda hacía grandes donaciones a un orfanato, ¿no recuerdas?
–Curioso –pensé–. Viéndolo desde afuera se ve muy apuesto. Curioso –¡Para esquivar impuestos, querido!
–volví a pensar. –¿Cómo se te ocurre pensar eso de Amanda Niedman?
Para mi suerte, mis averiguaciones no quedaron tendidas al vacío. –Por culpa de ella, Nicolás se suicidó. Por lo que le hizo.
Cinco horas más tarde, en el funeral de Nicolás, volví a oír el nombre –Por lo que él le hizo a ella. La culpa no lo dejaba dormir.
de Amanda. Mis esperanzas caídas (porque la dueña de mi nombre no –El dolor no lo dejaba dormir.
había asistido al entierro) se levantaron al descubrir que una pequeña Ya cinco personas se encontraban discutiendo quién era Amanda
mujer, me conocía. Niedman. Buscarme me había hecho perderme más aún. No sabía quie-
58 / N ATALIA G UIDO

nes mentían y quienes decían la verdad. La confusión era tan grande que MENCIÓN
comencé a retroceder paso a paso. Hasta que, ya lo bastante lejos, para
no oírlo, pero no lo suficiente para no recordar a esas decenas de perso- LA MIRADA EN LA ESPALDA
nas hablando de mí, me di cuenta que estaba en medio del cementerio.
Una tumba se erguía, más bella que entre todas al menos en mis recuer- Lilian Hirigoyen
dos, con el nombre de Amanda Niedman en ella. No sé por qué murió,
ni si era una gran mujer o la más malvada de todas.
Yo sólo soy su nombre. Sólo un nombre y con él cargo no sólo un
rostro, sino varios: uno por cada quién que me conoció. Dice esa tumba
que morí, pero no es cierto. Vivo cada instante en cada recuerdo, y cam-
bia mi rostro y mi corazón según quién que me recuerda. No soy la del
cuerpo que está enterrado ahora: Soy Amanda Niedman, un nombre.
Ahora se le hacía patente el recuerdo de su niñez y su primera juven-
tud, el caminar angustioso que lo delataba y el presentimiento tenaz e
inequívoco de que era espiado. Nada jamás lo sacó de su certeza, a pesar
de que nunca pudo comprobarlo cuando miraba repetidamente a su
alrededor para cerciorarse con aire fingidamente ausente. No era recon-
fortante imaginarse recorrido de arriba abajo por una mirada vacía de
rostro. Nunca comentó con nadie su sospecha. Al contrario, con sus
padres y amigos se mostró siempre encantador y dicharachero.
Pero él se sentía así, observado a distancia, como si alguien o algo
oculto y mimetizado con los alrededores le siguiera los pasos. Cuando
se reunía con los niños de la cuadra y corría nervioso jugando a las
escondidas, le parecía que tras los árboles del parque o a la vuelta de
alguna esquina le aguardaba agazapado lo que tanto temía encontrar.
No pocas noches había trancado las ventanas de su dormitorio a
pesar del agobiante calor del verano; no pocas, también, había encendi-
do las luces, inquieto y desvelado.
El despertar de la adolescencia no le cambió los temores. Los deli-
ciosos cuerpos femeninos solían ocultarle otros que tampoco manejaba.
Temblaba ante la sonrisa cómplice de alguna jovencita o ante la tenta-
ción de acariciar una piel tersa. Pero tras el encanto inicial, lo invadía
otra vez el miedo de ser espiado hasta en sus más profundos pensa-
mientos y, vuelto hacia la delicada muchacha que en un principio le des-
pertara atracción, volcaba sobre ella la sospecha de su paranoia.
60 / L ILIAN H IRIGOYEN 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 61

Finalmente llegó la juventud plena, la edad en que ya se es enteramen- no vino, tampoco intentaron buscarlo.
te libre para deambular por la vida sin pedir permiso a los progenitores. Sin dar explicación alguna, una noche de tormenta armó un dormi-
El deseo hacia el sexo opuesto se hizo más fuerte, más perentorio. torio improvisado en la biblioteca, donde se instaló definitivamente
Entre todas las jóvenes de su edad hubo una, tímida y de cálidos ojos junto a la blanca seguridad de sus papeles.
negros, que le colmó las ensoñaciones.
Fue ese enamoramiento intenso el que le arrebató la sensación de El trayecto hacia el trabajo también era una tortura. Se sentía obser-
ser perseguido. El rostro amado ocupaba sus pensamientos. No había vado, atravesado por esos ojos negros. La mirada resbaladiza y oscura
lugar para los temores. Vago y difuso, el asedio desconocido se per- que le cubría la espalda lo perseguía aún entre el bullicio callejero. Sentía
dió en algún recoveco de su memoria. Durante el romance sólo exis- como si pretendiera abrirle las costillas para llegar hasta su corazón con
tía su cuerpo y el de la elegida. La mirada que antaño llevara clavada sus punzadas de fuego negro. Cuando el desasosiego era más fuerte que
en su espalda ya no tenía el fuego de un dardo encendido, sustituida él, se daba vuelta en seco, para ver si la descubría entre la multitud y tenía
por el amor. una excusa válida para recriminarle esa persecución silenciosa. Pero no,
Llegó la boda. A pesar de que era reacio a los gastos innecesarios, ella era astuta, se anticipaba siempre a su movimiento y seguramente se
organizó una gran fiesta para sellar la ansiada necesidad de tener a su refugiaba tras alguna esquina o algún transeúnte desprevenido.
enamorada siempre consigo y de consumar la unión en su vientre con la
prolongación de la vida. Sólo en el trabajo encontraba la ansiada paz. El trato con el público
y sus compañeros eran un remanso. A veces, como al descuido, se fija-
Pasaron los años. El desgaste de la rutina los fue arrastrando. No ba en su compañera de oficina. Una joven bonita de mirada tibia y azul.
vinieron hijos, aunque ambos eran todavía jóvenes. Entonces sentía que su proximidad lo calmaba y que todos sus temores
Con el susurro helado del hastío volvieron a renacer los miedos. La quedaban tapados por una oleada de ternura. La serenidad de esos ojos
necesidad de trancar la ventana a pesar del agobio estival. La lamparilla color cielo lo reconfortaba y más de una vez imaginó el contacto de esa
encendida cuando el sueño clamaba por la oscuridad. El diálogo entre piel dulce y los besos de los labios finos y deseados.
ambos se fue espaciando. La noche los sorprendía distantes y bostezan- Pero cuando se aproximaba a su casa la cosa cambiaba, la mirada oscu-
do ante un libro o en la cocina mientras cenaban. El tiempo les hizo per- ra y obsesiva que lo perseguía se le hacía precisa y letal. Evitaba todo cuan-
catarse que tenían pocas cosas en común. Cuando regresaba del empleo to podía a su esposa y a sus ojos negros, se refugiaba en su dormitorio
su lugar favorito era la biblioteca, entre sus papeles. Sólo escuchaba los improvisado, leía sus apuntes, escuchaba música y por sobre todas las cosas
pasos apenas audibles de ella en el dormitorio o en el comedor. Llegó un recordaba a la joven de mirada azul. Recién entonces volvía a ser dueño de
punto en que solamente compartían el “Hola”. sí mismo y se sumergía en las mágicas ensoñaciones de un amor perfecto.
Muchas veces, le parecía percibir la mirada negra y brillante de su
esposa deslizarse sobre sus hombros y su espalda, como una caricia asfi- El miedo a esa mirada oscura y penetrante se fue desdibujando gra-
xiante. Otras tantas en el dormitorio, cuando fingía dormir, presentía los cias a las caricias de la otra, delicada y azul. No tenía más espacio en su
ojos negros y encendidos fijos en él, disecándolo. Sus temores, entonces, mente que para la figura amada.
pasaron a tener unos ojos profundos y conocidos. El objeto de su miedo Finalmente, una fría mañana de invierno, cuando regresaba del tra-
abandonó el exterior para convivir con él bajo el mismo techo. El hijo bajo todavía arrobado por la proximidad de su bella compañera, notó
62 / L ILIAN H IRIGOYEN 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 63

el desarreglo de la casa. La puerta abierta, las ventanas cerradas, los pla- ban. Pensaría en su cuerpo mientras la miraba a los ojos. La invitaría a
cares vacíos le anunciaron la buena nueva. Ella se había marchado, lo caminar por la rambla. Demoraría lo más posible el regreso a su casa, el
había abandonado. Su felicidad no tuvo límites. encuentro con esos ojos azules y ardientes que lo atormentaban.
Ya no dormía con su esposa. Había improvisado un dormitorio en la
Esta vez la boda fue sencilla. Sólo la ceremonia civil. Eso les bastaba. biblioteca, lejos de su azulado contacto. Sin embargo, sabía que lo
Tenían amor de sobra para festejarse hasta el cansancio. Buscarían un observaba, que cuando leía, comía o fumaba el puñal acerado y azul de
hijo, perpetuarían en otra vida toda la pasión que los unía. Vivían jun- aquellos ojos se hundía en su espalda.
tos, trabajaban juntos. Inseparables. No tenían intersticios. Pero el hijo Ahora estaba enamorado, profundamente enamorado y no temía.
no llegó aunque lo buscaron incansablemente. Casi se le hacían vagos los pensamientos antiguos de miedo. El amor
tenía esa virtud. Era magia.
La felicidad los fue colmando. Se fue esparciendo en cada parte de Caminaron largo rato por la rambla riendo y bromeando. El fuego
sus cuerpos, en cada recoveco que no cubrían, en cada amigo que com- de la espalda lentamente se le fue transformando en una deliciosa tibie-
partían, en cada palabra que pronunciaban, en cada silencio que se ins- za. Ni una vez se dio vuelta para ver si era espiado, ni una sola vez
talaba. Como un líquido espumoso y dulce fue llenando todos los espa- siquiera tuvo la tentación de hacerlo.
cios volviendo pegajosos los días que se sucedían exactamente unos Ante la hermosa puesta de sol rió plácidamente junto al amor de su
iguales a los otros. Sin darse cuenta esa misma felicidad que los había vida. Mientras el último rayo se reflejaba en sus ojos esperanzados, ella,
unido se les hizo empalagosa. unos pasos más atrás fijó su mirada verde agua en la espalda del hom-
Como un contacto molesto, áspero e imperceptible se fue instalando bre. Sólo por ese instante y sin que él se percatara, la negrura de una
el hastío. Y la mirada azul y delicada que tanto lo había cautivado noche agazapada en los ojos verdes y chispeantes oscureció el semblan-
comenzó a tener para él otra intensidad… te pecoso y juvenil hasta volverlo irreconocible.

Los pocillos de café recién servido humeaban sobre la mesa del bar.
Frente él, la joven reía con su rostro pecoso y simpático. Volvió a la rea-
lidad, dejando de lado los recuerdos. Se sintió embelesado. La chispean-
te mirada de esos ojos verdes lo hacía suspirar. Por un instante sólo exis-
tió para ella.
Como al descuido y disimulando su excitación, se dio vuelta. Quería
descubrirla en la multitud de la calle, agazapada y silenciosa, espiándo-
los. Los ojos verdes y chispeantes volvieron a arrobarlo. La charla con-
tinuó animadamente. Sin embargo, su espalda acusaba el fuego. La sabía
detrás, oculta en una esquina, observándolo. El ardor azul de esa mira-
da inquietante lo perforaba. Como si estuviera dispuesta a abrirlo sen-
tía el fuego en los omóplatos y en la cintura. Pero se contuvo. Disfrutaría
de la mujer que tenía delante. Soñaría con sus besos mientras conversa-
MENCIÓN

ASÍ SON LAS COSAS


Marcos Ibarra

Justo antes de enfrentarme al monstruo, recordé a todos los que


negaban que el monstruo existiera. No que este monstruo existiera, sino
los monstruos en general o los fenómenos paranormales o los fantasmas.
Y además, concentré a todos esos negadores porfiados en una persona,
acaso con la que mayor cantidad de veces experimenté la desazón de no
ser creíble. Vi un OVNI – decía yo – y a pesar de mi solidez intelectual
y mi comportamiento ordenado, a pesar de mi familia constituida y de
mi profesión, de inmediato venía un gesto desde la cara de Ariel, que
comenzaba con un apretar los labios desde la comisura, un girar los ojos
hacia abajo y hacia la derecha, un levísimo movimiento de la cabeza que
se repetía como una pelota que pivota sobre un resorte. Luego una
importante aspiración de aire por la nariz y junto con la exhalación de
ese aire por la boca, aparecían las primeras sílabas de los próximos vein-
te minutos de explicaciones científicas para incorporar la figura de la
ilusión óptica o del espejismo, en lugar de mi OVNI. El proceso de ese
discurso de Ariel, se mantenía siempre igual para estos casos y cada vez
que se producía, me hacía pensar en alguien que saca un paquete que
guardaba celosamente para la ocasión y comienza a desenvolverlo en
forma lenta pero decidida.

*
66 / M ARCOS I BARRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 67

Como en una película de David Lynch, apareció en mi camino y entre dez de criterio, o más bien con un criterio que impedía en sí mismo
unos pastos una oreja humana (yo me dirigía por el parquecito de los entender lo ridículo como ley.
jazmines hacia el colegio Etrusco a recoger a mi hija menor). En reali- El primer zarpazo me hizo retroceder un paso; ahora recuerdo la
dad la pisé, y sentí bajo la suela del zapato una discontinuidad del terre- brisa semicircular que recorrió desde mi cabeza a los pies, pero en aquel
no que no era piedra ni montículo, y retiré el pie casi inmediatamente a instante lo más sobresaliente fue la pestilencia. No era una pestilencia
haber pisado, y descubrí la oreja. Súbito miré alrededor, con seguridad como otras, era nueva a los sentidos y si bien era captada en lo inme-
buscando más datos, a la vez que volví a mirar la oreja para constatar diato por el olfato, comprometía toda la compostura corporal, provo-
que fuera real, que no fuera de niña… pero la constatación duró unos caba estertores y nauseas, sí, pero también una sordera repentina, simi-
segundos apenas porque, cuando había vuelto la mirada hacia la oreja, lar a un aturdimiento. A la vez que logré correr, advertí que el monstruo
ya mi vista había captado otro elemento cuya imagen retenida acompa- no tenía una buena definición de las distancias ya que era imposible que
ñó ese recorrido y que me hizo regresar el foco visual hacia allí rápida- hubiera errado ese zarpazo. Acompañando los golpes secos de mi cora-
mente. Era la sección de una mano con la palma y tres dedos, y casi ense- zón que se juntaba en la garganta, percibía en el oído y en cierto movi-
guida pude ver otras partes de cuerpo humano, algunas con ropa y todas miento del terreno los pasos del monstruo, fuertes, firmes, cercanos.
seccionadas y ensangrentadas. No tuve tiempo de concretar una emo- Tropecé y caí de cara contra el camino de tierra y pasto fresco, giré
ción frente a tal espectáculo, porque de inmediato apareció en mi campo medio cuerpo ágilmente para ver el bicho amenazante que estaba tras de
visual el monstruo que asomaba detrás del grueso tronco de un ombú. mi, a muy pocos metros.

* *

En realidad no me molestaba tanto la incredulidad científica de mi Verde, enorme, con dientes afilados dispuestos en hileras diversas y
amigo Ariel, como el hecho de que ese orden de las cosas permitiera a tres ojos; piel de serpiente o pez y crestas en pico que recorrían el lomo
mi amigo y a todos los negadores de eventos inusuales, convivir cómo- hasta la punta de una cola gruesa como de un dinosaurio. Sin embargo
damente con otras circunstancias de lo que se sobreentiende como “la los rasgos de la cara eran similares a lo humano; excepto los tres ojos,
realidad”, y la cual es avalada por la concepción científica del universo la nariz, los pómulos y los labios eran de formas humanoides, incluso el
y sus fenómenos. Así, unas teorías complejas que eran capaces de des- gesto postural del monstruo era el de un homo sapiens. Hubo un rugi-
montar fenómenos raros, también eran capaces de acompañar lo ñoño, do, otra vez una pestilencia penetrante emergió esta vez del interior de
lo inverosímil, lo molesto, sin necesidad de pronunciarse. Un niño la boca que se abría grande y se mostraba como un túnel extenso y lúgu-
comiendo en cuclillas en un basural, por ejemplo, era enteramente abar- bre. El otro zarpazo pasó cerca de mis piernas que arrollé instintiva-
cado por la idea científica de “lo posible”, “lo normal”, en fin, lo cier- mente y consecutivamente me incorporé y corrí, no muchos metros ya
to y aceptable como tal. No digo que mi amigo Ariel y los otros nega- que caí en un pozo bastante profundo; casi enseguida cayó sobre la boca
dores no se sensibilizaran ante hechos de la miseria humana, solamente del pozo un tronco de eucaliptus derribado, con seguridad, por el mons-
pensé en aquel instante previo a enfrentarme al monstruo, que la falta truo. Pensé en David y Goliat y reparé en que no solo no tenía ningún
de armonía en la necesidad de recordar las leyes científicas, hacía que arma sino que no habría sabido manejarla; David tenía oficio con su
viera a Ariel y a todos los escépticos científicos como personas sin soli- honda así que ahora comprendía que las diferencias físicas entre él y
68 / M ARCOS I BARRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 69

Goliat eran relativas. Pero otro episodio bíblico pareció re–expresarse el rastro de la mancha con la expectativa de encontrar el cuerpo vencido
esta vez: Daniel en el foso de los leones salvado por un ángel. Allí esta- del monstruo. La mancha desaparece en un claro del parque, pero no hay
ba yo también en un foso y la bestia asomaba su cabezota y trataba de monstruo caído, ni otro tipo de rastro o información, nada.
introducir uno de sus miembros con garras que ahora veía más clara-
mente, eran gruesas, negras y filosas. Pero baja el ángel, en este caso, *
suena el celular; el monstruo inmediatamente se incorpora y desde el
fondo del pozo lo veo erguido como una torre bastante alta, está para- Ariel me decía ”la cosa es así: cuando estás estresado y este estado se
do sobre sus patas traseras y ha quedado inmóvil y en postura defensi- mantiene por mucho tiempo, podés hasta ver fantasmas o tener visiones
va, su vientre brillante y de color amarillo pálido me hizo pensar que el terribles; es solamente falta de descanso, falta de serotonina, nada que
engendro no comería carne humana o de otro tipo, que habría destro- el prozac no pueda resolver y unas buenas vacaciones, claro”.
zado a estas gentes por considerarlas monstruos amenazantes.
–¡Amor! Fuiste a buscar a la nena – oigo preguntar a mi esposa en *
una frecuencia no muy buena. El silencio aplasta el parque y los cuerpos desmembrados, ahora
–Eh, sí… en eso estoy, te llamo luego, estoy sin baterías. abundantes. Recuerdo a mi hija y corro hacia la escuela con esperanza
No solamente absurdo sino torpe hubiera sido tratar de explicarle mi de verla sana y salva.
situación.
Hago timbrar el celular para mantener al monstruo en su postura de
defensa y confusión. Llamo al 911 y pido auxilio, que vengan ya mismo
al parquecito de los jazmines, que me están atacando y repito esas fra-
ses sin permitir que me hablen y me pregunten nada.

Cuando siento el ulular de los coches policiales, veo que el monstruo


desaparece de mi pantalla de boca de pozo con tronco atravesado y se
retira, posiblemente, hacia el sonido o huyendo de él.
No veo más que un círculo celeste y una franja negra que lo atraviesa;
pienso en una bandera, siento movimientos, rugidos, gritos, ruidos, dis-
paros de armas. Trepo como puedo hasta la superficie y veo al ras del
terreno más amontonamiento de partes de cuerpos; no sé cómo, ya estoy
afuera, el parque es un campo de batalla al final de la batalla, me asalta la
frase “partes de cuerpos del cuerpo policial” y casi de inmediato otra espe-
cie de voz interior censurando esa frase en este momento. Descubro una
mancha de líquido negro viscoso, ¡le dieron! me digo, y sin pensarlo sigo
MENCIÓN

ALEGRÍAS CON HISTORIA


Juan Carlos Mántaras

Confieso con mucha alegría que la aspiración más grande de mi vida,


era haber vivido en el pasado o poder retornar a él. Tal vez influencia-
do en la niñez por Trucutú, aquel personaje de historietas que regresaba
al presente.
Imaginaba como sería yo viviendo en la prehistoria. Fantaseaba que
con las aptitudes que tengo para el dibujo, sería pintor de cavernas.
Estaría todo el tiempo imaginando en las paredes ficciones de caza para
que se hicieran realidad, tal como lo hacían los primitivos.
Pero pienso también que no hay mejor forma de volver al pasado que
practicar la prehistoria en el presente.
Prehistoria charrúa, que a pesar de haber pocos conocimientos de esa
etnia, todos sabemos que tenían mucha garra y que eran muy atrasados.
Tal vez, es con la que mejor me puedo identificar por vivir en el Uruguay
y estar separado unos pocos siglos de esa época.
Un día me decidí, fui al patio de mi casa, tomé dos palitos de la leña
del parrillero y los empecé a frotar. Al principio lo hice como quien raya
una zanahoria, pero ni si quiera se calentaban. Después recordé que si
se colocaba uno en el piso y se ponía otro de punta tomándolo entre las
palmas de las manos frotándolo, como cuando uno piensa que un nego-
cio le va a salir bien, en un momento se pondría rojo el punto de roce e
iba a comenzar la ignición. Pero se me empezaron a poner rojas las pal-
72 / J UAN CARLOS M ÁNTARAS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 73

mas y una sensación de calor se propagaba por los brazos hasta la cabe- Pasaban los días y yo no dejaba entrar a nadie al patio, poco tiempo
za. Como de una cañería agujereada brotaba la transpiración en la fren- antes, amigos y vecinos admiraban ese contorno de jardineras repletas
te, para luego caer en gotas que intentaban apagar el posible foco. Y así, de plantas y cubiertas por macizos de alegrías, perfectamente organiza-
se me quemaron las manos y la ilusión de hacer fuego con ellas. das por grupos de colores.
No hay dudas que cuando a uno le pasan estas cosas es preciso regre- Ese espacio ahora no se lo podía mostrar a nadie, es muy difícil com-
sar a las fuentes serias del conocimiento: revisé mi biblioteca y allí estaba partir un mundo de ilusiones creado con las manos y el pensamiento,
“Prehistoria y Oriente”, de Oscar Secco Ellauri y Pedro Daniel Baridón. cada cual debe erigir el suyo para vivirlo con plenitud. Pero es sabido,
Poco recordaba del texto liceal y lo leí con tanta devoción, que parecían que esa plenitud sólo se logra si la imaginación se corresponde con la
los ancianos de la tribu que me transmitían sus enseñanzas. realidad sin incongruencias.
Imaginado como charrúa tuve problemas de inserción histórica, por- Día a día las paredes se fueron llenando de bisontes, me gustaba ver-
que quería cazar con la tecnología correspondiente a flechas y boleado- los como algunos pastaban a lo lejos.
ras, pero resulta que las puntas de flechas talladas en piedras eran de la Dibujé tantos bisontes que de noche la manada no me dejaba dormir
etapa paleolítica, correspondiente al período que va desde la aparición con los mugidos. Entonces pensé que iba a tener problemas en el barrio.
del hombre, hasta 10.000 a 8.000 años antes de Cristo y las boleadoras Al otro día salí a tomar mate a la vereda y le pregunto con disimulo
pulidas eran neolíticas. La época neolítica, según el libro, recién empie- a uno de mis vecinos:
za por esos años. No supe como resolver el problema. –¡Qué noche! Yo no pude dormir con los mugidos.
Los charrúas eran tan salvajes y desordenados que no respetaban ni –¡Maullidos querrás decir! Los gatos estaban insoportables.
los períodos históricos, usaban las dos cosas al mismo tiempo. Al no –Sí, sí, claro – le contesté al ignorante que no sabía diferenciar gatos
poderme ubicar en la historia, la confusión me turbó de tal modo que de bisontes.
abandoné la idea de rehacer los instrumentos de caza. –Cada vez hay mas gatos en el barrio.
Ante tanto fracaso no perdí la alegría inicial. Comprendí que la idea –Cierto, tendremos que tomar alguna medida – contesté cortando el
primaria era la correcta, aprovechar mis condiciones naturales y dibujar diálogo, me despedí y entré corriendo hacia el patio.
bisontes en las paredes del patio de mi casa. Pensé que fueran tigres y me hubieran comido algún bisonte. Pero
Había pensado que la práctica de la caza sugiere las formas que los no, los conté y estaban todos.
hombres dibujaban y desde la época de las cavernas descubrieron que apro- Me adelanté un poco en tiempo y les dibujé un corral, con portera y
piándose de las imágenes, se generan fuerzas para apropiarse de la realidad. todo, como quien dice fui haciéndome sedentario, recorriendo pausada-
Tomé un tizón del parrillero y con rápidos trazos lo deslizaba por las mente los mismos pasos de la historia. Y allí encerrados pastaban todo
altas paredes del patio, dibujando bisontes que parecían huir previendo el el día. Iban engordando lindo los animales.
ataque que luego les realizaba, acompañando el festejo con una espasmódi- Les dibujé un arroyito y de tardecita se juntaban a tomar agua.
ca danza ritual que terminaba golpeando los animales con el palo. Ante cada Encorralados se habían empezado a reproducir y había tanto animal
criatura engendrada, mi imaginación tomaba fuerzas para creerlas reales. que el campo se empezó a quedar pelado y yo meta pintura verde
Tenía con el patio y sus paredes una relación amigable y de mucha haciendo pradera artificial, pero no daba abasto. Los animales con ham-
confianza, consecuencia de la cantidad de horas que le dedicaba a su cui- bre se estaban poniendo un poco inquietos.
dado, se sentían alegres con mi presencia. Un día salgo a tomar mate en el fondo y veo un bisonte que sacaba
74 / J UAN CARLOS M ÁNTARAS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 75

la cabeza por arriba de la portera y me estaba comiendo una mata de El perro, que en todo este entrevero no lo había visto, olfateaba por
alegrías. Le pegué un palazo en la cabeza y el animal retrocedió asusta- debajo de la puerta del patio emitiendo un ladrido confuso.
do y armó un desbande en el grupo más cercano. – Hay que volver a las fuentes– me dije – acá algo anda mal, posi-
Fue ahí que me di cuenta que la cosa se podía poner fea y una crisis blemente alguna contradicción histórica que hace entrar en crisis la rea-
de alimentos no la iba a poder dominar fácilmente. lidad instaurada.
Al otro día cuando salgo al patio, en los cuatro costados se amonto- Tomé los libros de historia y leí hasta muy entrada la noche, en un
naban bisontes y bisontitos hambrientos, el arroyo completamente seco momento mi mente se iluminó, había descubierto la causa del error his-
y el poco suelo que se veía estaba totalmente pelado. Empezaban a empu- tórico que producía el antagonismo entre pensamiento y realidad.
jar el cerco que les había hecho, entonces comprendí que en realidad los Había dibujado bisontes, rumiantes del norte americano y yo pensa-
animales estaban libres y yo encerrado. Hice conciencia del cambio de ba todavía con mentalidad charrúa, indígenas del sur.
situación que me acorraló. Los bichos me miraban con esa indiferencia Para subsanar el problema debía tomar medidas urgentes.
con que uno mira animales en un zoológico, pero a las alegrías las obser- Esa noche salí sigiloso al patio, con la linterna en una mano, y con
vaban y disfrutaban como si estuvieran en la vidriera de una confitería. un paño de piso embebido en detergente en la otra. Pasé toda la noche
Estaba en esos pensamientos cuando me pareció que por la calle borrándole la melena y esa protuberancia a manera de giba que tienen
pasaba una comparsa haciendo un toque de tambores de esos que hacen los bisontes, transformándolos en toros, vacas y terneros. Cuando ama-
vibrar al barrio, temí que se produjera una estampida de película, que necía terminé de arreglar el corral, que había quedado deshecho en la
destruyeran la barrera y me aplastaran. Cientos de bisontes corriendo estampida, lo reparé cuidadosamente como para que no se escapara nin-
enloquecidos en la pradera pelada, levantando una densa nube de polvo gún animal. Como toque final les agregué algunas pinceladas vacunas al
y pisando mi cuerpo. cuero de los animales.
Por suerte pude reaccionar a tiempo, entré corriendo por la puerta Estaba muy cansado, pero la historia se había ordenado, era impresio-
del patio, me guarecí en la casa cerrando la reja en el momento justo del nante como aquellos animales traídos por Hernandarias en 1611 se habí-
estruendo que producía la estampida. an reproducido. Hay historiadores que dicen que mucho antes lo introdu-
Creí que la puerta y la reja del living no iban a poder resistir y salí jeron los indios guaraníes desde las Misiones, cruzando en las bajantes el
corriendo a la calle, donde dos chiquilines sentados al cordón de la vere- río Uruguay en Salto Grande. De todos modos con ganado vacuno la geo-
da, tocaban tambores apaciblemente. El barrio estaba tranquilo, los grafía se organizó, ya que de bisontes nunca se supo en estos pagos.
vecinos sentados en sus sillas tomaban mate con bizcochos. Quedaron Me fui a dormir con la conciencia tranquila, si bien ya no estaba radi-
un poco sorprendidos de verme salir tan agitado. cado en la prehistoria, me trasladé a una historia sin contradicciones.
Crucé hasta la vereda de enfrente y quedé simulando mirar la facha- Dormí casi todo el día, tuve unos sueños perversos que me persi-
da, como quien busca una mancha de humedad en la pared, pero espe- guieron en el descanso. Soñé que era estanciero, latifundista, las preo-
rando atento el embate enloquecido de algún animal que no salió. cupaciones ahora eran otras, mi ganado se estaba vendiendo bien,
Al comprobar que todo estaba sosegado, regresé temeroso hasta el podía pagar la deuda con el banco y las cuotas de la camioneta 4X4, ese
living donde constaté que estaba lleno de polvo, pero tranquilo y en año iba a veranear en Punta del Este.
silencio. Las puertas con los postigos cerrados no me permitían ver lo Me desperté tranquilo, en armonía con esa realidad que concordaba
que yo tampoco deseaba mirar. con la bronca social de tanta gente desposeída.
76 / J UAN CARLOS M ÁNTARAS

Bajaba la escalera de la planta alta pausando cada escalón, me que- MENCIÓN


daban muy pocas de aquellas alegrías iniciales que impulsaron el desea-
do viaje al pasado, hasta prefería suponer que lo sucedido en el patio era LA MUJER DEL CUADRO
parte del sueño. Pero la tozuda realidad se fue afirmando, cuando vi los
libros de historia llenos de polvo al costado de los sillones, los postigos Vivián Montero
cerrados y el perro todavía nervioso ladrando hacia la puerta.
Un temblor me recorrió el cuerpo, un poco angustiado abro la puerta
lentamente y veo una vaca que gira lentamente su cabeza y sin sacarme los
ojos de encima continúa indiferente comiéndose mis últimas alegrías.

acá estás de nuevo tres de la mañana sentada en el comedor cami-


nando por el pasillo preparando un té en la cocina volviendo a caminar
por el pasillo hojeando un libro encendiendo la radio y apagándola de
nuevo acostándote y levantándote otra vez acá estás de nuevo con tu
problemita diría tu madre y te aconsejaría tilo y leche tibia con tus tras-
tornos del sueño derivados del stress diría tu médico y te recetaría una
licencia tranquilidad y algunas pastillitas con los picos de ansiedad
incontrolable diría tu psicólogo y aumentaría tus sesiones de una a dos
veces por semana con uno de los tantos síntomas que demuestran que
vos no podés estar bien y ser feliz diría Juanjo y metería sus cosas en
cajas y valijas y se las llevaría una mañana dejando la llave sobre la mesa
y un sobrecito con dinero que cubriría la mitad de los gastos del mes en
el cajón del escritorio
acá estás de nuevo después de casi un año en el que habías llegado a
pensar que tus noches por fin se habían hecho para dormir y no para andar
vagando como un fantasma cansado y ojeroso después de casi un año en el
que habías pensado adiós y para siempre al cuerpo dolorido en las maña-
nas a la cama fatigada de vueltas para un lado y para el otro a las sábanas
como acordeones húmedos de desvelos sudorosos a los quejidos nocturnos
de las cañerías y los suelos a las películas aptas sólo para espectadores
insomnes siempre con protagonistas deformes que cobran vida de repente
y van llenando de intranquilidades las paredes del dormitorio hasta que los
primeros rayos del sol los devuelven a su quietismo como a vampiros heri-
78 / V IVIÁN M ONTERO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 79

dos a sus oscuros resguardos para no ser más que inofensivas sombras y y sabés que es inútil acostarte y mucho peor intentar dormir y te
amistosas manchas de humedad conocidos habitantes diurnos de la vieja acordás de Juanjo y te das cuenta cuánto hacía que no pensabas en él
casa que como vos tampoco duermen por las noches pero claro que es mucho más fácil no acordarse cuando uno duerme por
acá estás de nuevo y no debería sorprenderte sentada tres y media de las noches como dormiste vos durante casi un año hasta que de nuevo
la mañana ensayando viejos trucos con los mismos viejos resultados o acá sentada qué habrá pasado para que de nuevo acá sentada pero sabés
sea ninguno pero qué importa porque igual qué otra cosa vas a hacer si bien que no pasó nada como tampoco pasó nada para que casi un año
dormir no podés y la noche es tan lenta y afuera llueve y hace tanto frío antes una mañana te sorprendieras despertando y después otra y después
y todo el mundo duerme menos vos y entonces te ponés otro saco enci- otra más hasta que de a poco se te fue el asombro y empezó a ser nor-
ma del que ya tenés arriba del pijama de franela gruesa y das una vuel- mal despertarte como la gente normal y hasta soñar algunas noches cosa
ta entera por la casa y prendés y apagás luces y abrís la heladera pero no que ya ni sabías lo que era salvo esas alucinaciones atormentadas y tor-
te apetece nada así que volvés a cerrarla y agarrás una hoja en blanco y mentosas de la vigilia constante salvo esas pesadillas que invadían tu
una lapicera y pensás en hacer la lista de la compra pero te quedás realidad porque no podían invadir tus sueños y que te hacían sobresal-
mirando la hoja sin saber qué escribir porque te cansa sólo pensarlo y tar y temblar en cualquier lado en la calle en la oficina en el ómnibus en
además para qué si seguro que después dejás la lista olvidada encima de cualquier lado porque el mundo se había vuelto un lugar tan inseguro
la mesa de la cocina y terminás paseando largo rato por el supermerca- tan movedizo y curvo que parecía que nada ni las paredes ni los pisos ni
do como siempre metiendo en el carrito lo que vas descubriendo al azar los edificios ni los árboles ni ninguna otra cosa respetaba las leyes de la
entre las góndolas llenas de ofertas que no precisás así que dejás la lapi- física y todo se transformaba a su antojo y nunca sabías dónde apoyar
cera y volvés a calentar agua para un té esta vez de manzanilla y cuan- los pies porque nada era rígido y nada era quieto y nada era recto
do está pronto lo llevás al comedor y te sentás a la mesa y mirás el humo y así que como nada sucedió entonces para que empezaras a desper-
que sube del líquido amarilloverdoso y rodeás la taza con las manos tarte en las mañanas nada sucedió tampoco ahora para que estés acá
para sentir todo el calor que va subiendo por tus palmas y la acercás a sentada tomando un té de manzanilla que ya está frío y acordándote de
tu cara y soplás un poco y la columnita de humo se deshace por unos Juanjo después de tanto tiempo quizás sólo tuviste algo así como unas
segundos y aprovechás y tomás el primer sorbo que te calienta los labios vacaciones pero de las vacaciones siempre se vuelve por más que sean
y la boca y baja despacio hasta tu estómago y después dejás la taza sobre largas por más que duren casi un año casi un año durmiendo y ahora a
la mesa y vas hasta la biblioteca y empezás a buscar un libro uno abu- quedarse despierta quizás un año más de última si lo pensás bien tal vez
rrido que te haga cerrar los ojos o uno interesante y entretenido que te sólo sea que tus días y tus noches son mucho muchísimo más largos que
haga olvidar el insomnio y los ruidos nocturnos de la casa y las horas los de los demás muchísimo más largos que los de Juanjo por ejemplo
que no pasan pero te cuesta elegir así que agarrás cuatro o cinco y los que un día se fue y se llevó sus cosas y entre sus cosas se llevó todos los
llevas contigo hasta la mesa y volvés a sentarte y a tomar el té sin deci- cuadros porque todos los cuadros eran suyos así como todos los libros
dirte a abrirlos porque ya sabés lo inquietas que se ponen las letras en eran tuyos y la casa quedó desnuda durante bastante tiempo hasta que
noches como ésta y cuánto cuesta que se queden inmóviles y juiciosas en una mañana cuando vos ya despertabas y estabas contenta y tenías ener-
la palabra que les tocó en suerte en vez de inventar danzas frenéticas y gía y ganas porque habías dormido bien miraste las paredes y descu-
andar saltando de renglón en renglón como si estuvieran en medio de un briste que estaban muy vacías y saliste y volviste con un cuadro y lo col-
aquelarre en un bosque con luna llena gaste en la pared sobre el sillón justo encima de la marca que había deja-
80 / V IVIÁN M ONTERO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 81

do otro cuadro que ya no estaba allí y que por más que lo intentabas no alzado sino que te muestra su perfil que se dibuja en la parte inferior de
lograbas recordar y ahora lo mirás y pensás en esa mañana en que lo ele- lo que antes era su rostro de frente mientras en la mitad superior apare-
giste no porque era una reproducción de un cuadro de Picasso aunque ce algo otra cosa una sombra más oscura un símbolo fálico y vos la
siempre te gustó Picasso sino porque el nombre The Dream y lo que mirás y la mirás y ya no hay nada del rostro que dormía de frente sólo
representaba era una forma de celebrar tu propio sueño recobrado y el perfil y el símbolo fálico y pensás en Juanjo no no mentira mejor dejé-
seguro que no pensaste entonces que una noche fría y larga como esta la monos de eufemismos si siempre odiaste los eufemismos y lo que apare-
estarías mirando a ella a la mujer del cuadro vos mujer insomne espian- ce en el cuadro en la mitad superior del rostro partido de la mujer que
do y envidiando el sueño de una mujer durmiendo en un cuadro de se dio vuelta durmiendo no es un símbolo fálico sino un pene así sin más
Picasso colgado encima del sillón en el mismo lugar donde antes hubo un verdadero miembro de hombre perfectamente dibujado sobre y den-
otro cuadro que ahora ya no está tro del rostro de la mujer del cuadro y vos no pensás en Juanjo sino en
ella la mujer del cuadro con su rostro plácidamente recostado sobre sexo que no es lo mismo que no es lo mismo y también pensás Picasso
el hombro derecho un poco alzado los brazos rebosantes de carnes las pícaro Picasso pintaste no sólo a la mujer dormida sino también al sueño
manos entrelazadas en su regazo los ojos cerrados y un pecho redondi- de la mujer que duerme que duerme un sueño que ya no es tan inocen-
to que las sombras ocres y sutiles dejaron salirse del vestido con otro te que ya no es tan redondelito chiquitito de pezón ingenuo y no podés
redondelito mucho más pequeño como un pezón ingenuo y vos la mujer evitar pensar que a tu vida le falta sueño y que quizás también le falte
despierta fuera del cuadro la mirás y la envidiás mientras cruzás los bra- sexo y pensás cómo puede dormir así esta mujer si yo la estoy mirando
zos delante de tu cuerpo no para evitar que se escape un pecho sino para cómo puede ella la mujer del cuadro soñar sin vergüenzas su sueño
cerrarte más el saco porque el aire está helado aunque todo está cerra- voluptuoso si yo estoy acá viéndola desde este lado yo acá sentada cua-
do y casi no sentís los pies e imaginás tus orejas pálidas de frío y cuan- tro de la mañana secándome en el frío de esta noche lluviosa de esta
to más la mirás dormir a ella a la mujer del cuadro más despierta estás noche eterna yo mujer fantasma insomne mirándola a ella mujer del cua-
vos como una maldición igual que te pasaba cuando mirabas dormir a dro que duerme y sueña llena y pensás qué no daría yo por ser ella aun-
Juanjo y sentías esa especie de rencor que sabías infundado tonto injus- que más no fuera por una sola de estas noches largas aunque más no
to e infantil pero que no por eso dejabas de sentir como tampoco deja- fuera por uno sólo de esos sueños de ella y pensás por qué no cerrar los
bas de pensar cómo puede dormir así mientras yo vago por la casa mien- ojos e intentarlo si total qué puedo perder si total dormir no puedo si
tras paso las noches como un fantasma desmayado cómo diablos puede total hace tanto frío y llueve y las horas que no pasan cerrar los ojos con
dormir así sin darse cuenta que no estoy que mi cuerpo no está ahí ten- fuerza y quizás quién sabe de repente hasta dure un año cerrar los ojos
dido cálido a su lado cómo puede irse tan lejos y dejarme tan sola y tan no ser más yo la mujer insomne la que mira atravesar el vidrio entrar
despierta y no importarle y mientras pensabas no apartabas la vista de dentro del marco yo mujer que duerme mujer que sueña ocupar ese
su cuerpo dormido y lo veías moverse y darse vueltas buscando la posi- sillón abandonar suavemente las manos en el regazo apoyar plácida-
ción más cómoda en la cama lo veías estirar los brazos y las piernas sin mente la cabeza sobre el hombro derecho un poco alzado yo la mujer del
notar tu ausencia y no dejabas de mirarlo como no dejás de mirarla cuadro vestirme de marrones y de sensuales dorados yo sólo mujer tra-
ahora a ella a la mujer del cuadro que también se ha movido en su sueño zos sólo posibilidades en el pincel de Picasso
tranquilo porque de repente su rostro parece haberse escindido en dos y
ya no descansa la cabeza suavemente sobre el hombro derecho un poco
MENCIÓN

APLASTADA
Antonio Moreira

Corrí detrás de ti, tropecé en tus libros y caí por el balcón. La pri-
mera bocanada de aire estuvo llena de miedo y estupor, pero en el
siguiente cuarto de segundo me inflé de seguridad y decidí que estallaría
reventándome allá abajo. A partir de esta decisión volaría loca y triun-
fante porque dominaba mi futuro. Caía y caía mi rostro oliendo la
madrugada y yo peinándome el pelo hacia el oeste. Mientras me succio-
naba la gravedad, en las ventanas veía amores, televisores, soledad...
Una mujer quiso unirse a mi viaje, me lo gritó... le dije que no, porque
esta era mi caída, ¡era mía! Mirá si al día siguiente los peatones comen-
taran que habíamos decidido poner fin a un sufrimiento común... No
podría soportar la idea de tener algo común con la del 402. Por algunos
segundos supe saborear algo de arrepentimiento porque sin darme cuen-
ta estaba usando un vestido rojo horroroso que tenía, y eso le aportaría
a la situación un dramatismo totalmente innecesario. “Soy una mujer
grande”– me dije a mi misma, reprochándome haber descuidado el ves-
tuario para la ocasión, ¡era como casarme vestida de payaso!, podría
haber usado una solerita blanca que me regalaste en mi cumpleaños,
tenia unos enormes floripondios turquesas, cosa que yo aborrecía total-
mente, que quedarían hermosos manchados de sangre. Pero de todas
formas nada podía hacer ahora. Uno de mis zapatos se desprendió de mi
cuerpo, cayendo en la terraza de Doña Carmen. Ya puedo imaginarme
que en la mañana siguiente (antes de enterarse de mi descenso)
84 / A NTONIO M OREIRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 85

trataría de encontrar un significado místico y mágico para la apari- podía creer lo que hice! Todos los que me declaraban loca y descontro-
ción de esa sandalia en su casa. ¿Qué mensaje apocalíptico traería encu- lada se doblegarían ante mí. Y aunque les cueste creer, esa fue la verdad,
bierto aquel objeto? Se preguntaría la mujer, mientras acaricia a su gato no me arrepiento de nada y gracias a mi nueva forma de ser me contro-
y desayuna. lé todo lo que pude, pero eso sí, me di vuelta, me saqué el vestido rojo
y seguí desnuda delante de todos! Al día siguiente todos los vecinos
Doy vuelta mi cuerpo para observar el tránsito, y me doy cuenta del comentaban lo que había pasado en la noche anterior, y se decía “UNA
estorbo en que se volverá mi cuerpo en algunos minutos y eso me MUJER CON HIJOS CHIQUITOS ... QUE SE TIRE POR LA VENTA-
molesta. Mientras pienso en la vida y miro hacia abajo, te veo salir del NA PUEDE SER... PERO... ¿ANDAR DESNUDA POR AHI?”
edificio, y tal como lo sospechaba, ella te esperaba en la puerta. Veo
que se besan y hago fuerza con mi cuerpo para caer más rápido, pero
no logro alterar la velocidad en la que voy... es como si empujara un
tren en marcha...

Entonces grito. Y grito tan fuerte que podría rajar los vidrios y las
columnas del edificio y todo esa impotencia me llena de odio, y me doy
cuenta de que así sí caigo mas rápido, porque el odio pesa, y pesa
mucho.. Entonces cuando ya me imaginaba a ella aplastada bajo mi
cuerpo tu miras para arriba. Tu estupor al verme me llena de vergüen-
za y debo confesar que casi doy marcha atrás, porque no me gusta sen-
tirme así, humillada, y nunca quise que me vieras como una mujer des-
esperada y suicida. Luego de mirarme, bajas la cabeza y la agarras a
ella, la abrazas y las besas como si no hubiera mas nada en el mundo.
Como si morir con ella a tu lado fuera la gloria, y yo aplastándolos
completaría el cuadro que se titularía ”PAREJA ENAMORADA
APLASTADA POR SUICIDA VENGATIVA DE BUEN GUSTO CUES-
TIONABLE”...

Entonces eso sí que no, ¡encima con ese vestido rojo! En poquísimos
segundos me tranquilicé y decidí que seguiría mi vida sin vos y que ade-
más te daría una buena lección. Fui aminorando la velocidad, me arre-
glé el cabello, sequé mis lágrimas y ya para el primer entrepiso estaba
decentemente prolija. Me bajé tranquilamente entre los dos, los saludé
con cordialidad y seguí caminando por la acera. ¡Ella no podía creer lo
que acababa de ver! ¡No podía creer de lo que era capaz yo! ¡Nadie
MENCIÓN

DE AMÉRICA Y DEL MUNDO


Germán Ríos

El volante derecho escapó por la punta, acelerando la corrida y esca-


pando en velocidad de su marcador; setenta mil personas se levantaron de
sus asientos en el estadio y otros millones en sus casas, en bares y pizzerías
de todo el territorio nacional, o en clubes de uruguayos en el extranjero;
muchos frente al televisor, ya fuera grande, pequeño, mediano, propio o
ajeno, se viese bien o mal; otros tantos con la oreja pegada a la radio donde
el benemérito relator de turno triplicaba las acciones del player charrúa que
se acercaba al área pelota en pie, al tiempo que se levantaba también del
corazón a la garganta del pueblo entero el grito desgarrador de gol, que
chocaba en un gran número de casos con los genitales que como es obvio
también habían trepado de la entrepierna a la laringe y el fainá no los baja-
ba, por ser genitales gigantes y aguerridos como caracterizaba a todos los
hombres oriundos de aquella tierra hermosa y gentil como ninguna, orien-
tales de ley y de sangre caliente, al decir del benemérito y ya enronquecido
relator; levantó también, aunque apenas unos centímetros la cabeza el
volante derecho, y viendo venir a dos compañeros junto a él, picando hacia
el corazón del área, levantó, ya no la cabeza sino el centro de la muerte, la
última pelota, la definitiva, la que tenía que ser gol porque iba a haber tres
millones de almas empujándola a las redes; voló el centro infartante, inaca-
bable, levantado en el tiempo y el espacio justos, sobre todo el tiempo, que
se iba, y que no acompañó al zaguero rival que llegó un segundo tarde para
88 / G ERMÁN R ÍOS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 89

obstruir la jugada y tirar la pelota al corner, yendo acto seguido a poner la do nueve y todos los integrantes femeninos de su familia causando un albo-
bañadera en el arco para evitar la conquista celeste, pero esto no ocurrió, roto tal que apenas se alcanzó a escuchar el pitazo del árbitro que marca-
claro, porque un segundo antes y con cara interna del pie el volante la ba el final del cotejo y señalaba que Uruguay volvía a quedar fuera de un
mandó por aire siendo que eran muchos ya los que la estaban esperando; mundial; ha de haber sido eso o que nadie logró distinguir aquel sonido
el centro eterno y fatídico se elevó con gracia cruzando el área de lado a entre la silbatina generalizada que ya se había extendido no solamente al
lado con incontables ojos clavados, incluyendo los del atemorizado guar- pobre nueve que desconsolado seguía tomándose la cabeza con ambas
dameta que también clavado se quedó, pero a la línea de cal, irresoluto, sin manos sino a la decena de pataduras que lo acompañaban, y que lo habí-
poder salir a despejar con los puños ni a cortar el disparo en mitad del tra- an ayudado en la tarea de hundir y mancillar el ya de por sí devaluado
yecto, razón por la cual el mismo llegó con precisión milimétrica al once, balompié de nuestro país; pero obviamente nadie irá a creer que en un con-
que venía por izquierda con la camiseta henchida por el viento, ese mismí- glomerado de tres millones de seres humanos no hubo ningún cristiano sen-
simo viento que hacía ondular el pabellón patrio, y de sólo pensarlo al tipo sato con la mente lo bastante fría y lúcida como para poder razonar con
se le inflamó el pecho, los ojos se abrieron como nunca, las mandíbulas calma, por supuesto que lo hubo, y fue por ese motivo que más de uno tuvo
chocaron con la fuerza de dos locomotoras, el sudor fluyó a borbotones el buen tino de hacerle ver a la gente que si el infeliz ese había estado en la
sobre la cara desfigurada por el esfuerzo y el once acomodó el cuerpo para cancha para errar el gol y eliminarlos otra vez de la Copa del Mundo era
llenarse el botín, para reventar el balón de cuero; los contrincantes lo advir- porque alguien lo había puesto allí, y que si la selección era un compilado
tieron: uno de los defensas se tiró con todo a tratar de interceptar el rema- de horrorosos que no le podían ganar a nadie era porque alguien había
te pues ya la patria sabría recompensarle la entrega con gloria y antiinfla- convocado a dichos horrorosos, y así muchos se fueron contagiando de ese
matorios, y el arquero, por su parte, voló en palomita hacia donde pensó pensamiento por lo cual el entrenador tampoco se salvó, ni su madre ni su
que saldría impulsado el cañonazo pero en ese preciso instante nació con hermana, sino que recibieron por igual los insultos y los reclamos puesto
su haz de luz esa solidaridad noble y altruista que siempre fue distintiva de que los dos o tres sensatos que contagiaban al resto siguieron dando mani-
los hijos de este suelo como nunca existieron dos, y el filántropo once mató ja al recordar que el apátrida nueve había estado en el campo de juego para
la pelota con el pie, enajenando el heroísmo y cediéndoselo por completo cometer aquel horror mientras que Menecucho, el verdadero crac, el que
y desinteresadamente al nueve, que avanzó solito, sin marcas hacia el punto de seguro jamás hubiese fallado en esa jugada, el que sí sabía hacer goles,
del penal, a donde había ido a rodar mansamente el esférico frente al arco el único y legítimo prócer de ese seleccionado había visto con impotencia
desprotegido, con el golero ya caído para cualquier lado y el defensa que la caída del equipo y lo que es peor comiendo banco como un gil y todo
se había comido el amague, reventala dijeron todos y el nueve sabiendo por culpa del cornudo del técnico que lo había dejado afuera, y en el eco
cumplir la reventó nomás, poniendo el alma y la vida en el puntazo; desde empezaron a sonar todos los nombres de los genios futbolísticos a quienes
el talud hasta la platea, como un maremoto, la gente gritó instintivamente el susodicho no había tenido en cuenta a la hora de armar el cuadro; así fue
gol y se abrazó emocionada, excepto en el anillo superior a donde fue a ter- que siguieron las manifestaciones de desprecio por parte del público a las
minar la pelota luego de pasar doscientos treinta centímetros por encima que se sumaron otros sensatos aún más sensatos que a voz en cuello denun-
del travesaño, ante lo cual se acallaron las voces y desde la platea al talud ciaron el hecho evidente de que el problema venía de más arriba, y no pre-
el estadio se derrumbó fúnebremente entre susurros de lo erró, aunque cisamente en referencia a la pelota que había ido a parar a la estratósfera
aquello no duró más que un segundo porque enseguida desde las tribunas sino a la tropilla de corruptos y cagatintas que conformaban la dirigencia
empezaron a llover torrencialmente los improperios sobre el desafortuna- del fútbol, todo un cáncer de la nación y reflejo de la realidad que en todos
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los aspectos, no sólo en el deporte, aquejaban la vida del país ya acostum- de esa manera se negaban a hacerse trampas al solitario, ardiendo en cam-
brado a los fracasos y la mediocridad; a todo ese tumulto se sumaron los bio en el caldero del conformismo, un caldero lleno de dignidad eso sí, y
memoriosos, quienes impulsaron una nueva danza de nombres de los cau- sin mentiras porque nadie puede negar que jugamos espantosamente mal;
dillos de antaño, aquellos que forjaron las glorias pasadas en tiempos en a ese pensamiento se sumaron los que, envestidos en gorro, camiseta y ban-
que los hombres eran hombres y al fúbol se jugaba por amor a la camise- dera nacional a modo de capa, pintadas las caras de celeste y portando cor-
ta, cuando los chorros tenían códigos y si a uno le injuriaban a la madre neta sonreían a quienes se les cruzara diciendo bien hecho que perdimos,
había que pelearse o pelearse porque si uno no se peleaba era maula, que somos un desastre, yo dije que íbamos a quedar afuera, por lo menos ahora
el respeto se imponía como materia obligada che, cuando comprarte un echan a toda esta manga de perros, que eran los mismos perros que habí-
auto te salía tres mil quinientos pesos y la nafta estaba en veintiún centési- an fracasado cuatro años atrás y volverían a hacerlo luego, siempre apo-
mos, y la juventud que en ese entonces era sana podía salir tranquilamen- yados por los mismos que auguraban y reclamaban su despido deshonro-
te a cabecear dragonas y a convidarlas con Bidú bajo la atenta y cercana so por la puerta de atrás cada vez que perdían, y que nadie entendía enton-
mirada de la madre, y había afilador y leche en botella y cines barriales y ces qué era lo que hacían ahí pintados y cantando soy celeste, a qué habí-
corsos y quintas y tranvías que luego fueron troles y anarcos a los tiros por an ido al estadio y si lo que buscaban con sus palabras era convencer a los
la calle y un amplio etcétera canejo, y mientras tanto en las radios, que demás o autoconvencerse de que el resultado adverso lejos de amargarlos
dicho sea de paso en tiempos de Walter Gómez eran unos terribles arma- los llenaba de alegría y regocijo; los sabios, los verdaderos sabios, cabeza
tostes, se escuchaba al indignado comentarista de turno haciendo las mis- gacha y expresión triste, optaron por el silencio siendo evidente minoría
mas evocaciones y reivindicaciones, la Suiza de América, Maracaná, se contra la clase predominante que venía como una turba cortando cabezas
deben estar revolcando en la tumba, con la única salvedad de que omitía el a diestra y siniestra, defenestrando todo y a todos y acrecentando el mal
canejo y todos los estertores que seguían recayendo sobre el villano nueve humor reinante a lo largo y ancho de toda la república, mal humor que se
a quien una y mil veces acusaron de tener un miembro viril en el pie, en la hizo sentir en los bares donde los mozos no vieron un peso de propina ni
cabeza, o incluso de ser de los pies a la cabeza un miembro viril al igual que siquiera de los que decían estar saltando de contentos por la derrota, y
sus compañeros, engendrados todos por señoras que ofrecían favores tuvieron encima que bancarse en varias ocasiones algún tono de voz dema-
sexuales a cambio de dinero; el torbellino siguió y los sensatos, los queri- siado elevado o alguna palabra fuerte de los clientes que se iban echando
dos sensatos reaparecieron con su raciocinio superior a repartir equitativa- humo por las orejas de la bronca; muchos mozos sintieron el deseo de con-
mente las culpas e impartir justicia como no había sabido hacerlo el cuer- testarles bueno imbécil yo no tengo la culpa, yo también soy uruguayo y
vo del árbitro, de quien vale decir que su madre no era más puritana que estoy caliente como vos y me la tengo que aguantar, pero efectivamente se
la del nueve o la de cualquiera de los otros jugadores, secundado por los aguantaron por miedo a que el patrón fuese un poco más sofisticado o
asistentes porque al cinco lo agarraron de la casaca adentro del área en un cruel que el oriental promedio y no satisfecho con insultar y echar culpas
corner y no cobró nada, era penal y roja, y el offside con que anularon el canalizara la rabia dándole calle a un empleado; en el estadio la gente se
gol del siete lo vio sólo el línea, un afane, estaba habilitado, pero un país amasijó, se golpeó, se apretó, se empujó y se agravió mutuamente porque
chiquito, de tres millones de habitantes qué querés, se avivan y nos joden la calentura era grande y la salida pequeña, y la tromba enfurecida quería
siempre; tres millones de excusas encontraba la gente salvo por aquellos abandonar lo más pronto posible el escenario deportivo para dejar atrás el
realistas que llenos de resignación pero con los pies en la tierra concienti- trago amargo de la derrota, olvidarlo por completo, como fuera, generán-
zaban a sus compatriotas, somos horribles che, vamo' a decir la verdad, y dose por tanto gigantescas aglomeraciones ya que poco importaba que
92 / G ERMÁN R ÍOS

hubiera que pasar por arriba de otras personas reventándolas a codazos MENCIÓN
para salir, y más insignificante aún era que dichas personas fuesen prójimo,
es decir, compañeros iguales a uno con los que existía un vínculo fraternal LA NIEBLA
de odio común y compartido que seguramente en otras circunstancias los
hubiese llevado a andar, no codo con codo o codo con cara como ahora lo Gonzalo Rodríguez
hacían, pero sí hombro con hombro y antorcha con antorcha a prenderle
fuego todos juntos y mancomunados como una gran familia a la casa del
nueve y de todos los traidores a la casaca; muy por el contrario el gol erra-
do y la clasificación perdida dividieron al pueblo en tres millones de indi-
vidualidades, cada una de ellas con dos millones novecientos noventa y
nueve mil novecientos noventa y nueve enemigos sin distinción de sangre
pues la sangre sólo importaba cuando brotaba de una nariz ajena provo-
cando un dolor que instaba al damnificado a abrir el paso; de esto por
Llevaban varias horas de viaje y el sol se había puesto minutos antes,
siempre daría fe aquel niño a quien su propio padre, que había querido
insinuándose ya una noche tan fría y húmeda, como oscura. Había luna
compartir con su único hijo la emoción de ver a la celeste entrando en un
nueva.
mundial y ahora iba con los ojos desorbitados largando espuma por la
–¿Pensaste cuánto se van a sorprender? – dijo Raúl de improviso, con
boca mientras magullaba y era magullado, tomó con brutal fuerza y nin-
un entusiasmo casi infantil.
guna delicadeza de la frágil muñeca ya enrojecida por la presión de los
–Debiéramos haberles avisado... No me parece correcto... – Él la
dedos que le quedarían marcados en la posteridad y rematada en una mani-
interrumpió –: Te digo que estés tranquila, los conozco muy bien y sé
to azul violácea por la falta de circulación, para arrastrarlo violentamente
cómo nos quieren.
entre la gente pese a los desesperados alaridos de dolor que emitía; ese
Martha también quería a los tíos de Raúl. Había aprendido a hacer-
mismo niño estrenó ese día el fracaso, puesto que era la primera vez que
lo en los quince años que llevaba junto a él.
iba al estadio a ver a la selección, máxime en un partido tan decisivo, y en
–No te preocupes – continuó Raúl –, en menos de dos horas llegamos
consecuencia, lleno de inocencia y candidez, y desacostumbrado a seme-
y todos contentos... ¡Hace cinco años...!
jante desbarajuste popular, a tal desamor paternal y al vocabulario escato-
Los árboles a los bordes de la carretera no eran más que irregulares
lógico que oía por doquier a su alrededor, no hacía otra cosa sino pregun-
muros negros flanqueando el automóvil. En pocos minutos, no se dis-
tarse, al escuchar los comentarios que hacía la gente, cómo era posible que
tinguirían de la creciente negrura del cielo.
en un conglomerado de tres millones de personas que de seguro hubiesen
–¡Tanto tiempo! Eso fue cuando lo de tus padres... Bueno... No quise
convertido ese gol, la pelota hubiera ido a parar justo a los pies de aquel
recordarlo ahora... Fue impulsivo...
nueve mala leche.
Martha entristeció al decirlo. Guzmán y Alicia eran la única familia
que quedaba a Raúl. Él guardó silencio un instante, pero se animó ense-
guida.
–Sabes, veo a mi padre en Guzmán, se parecen tanto... Me hace pen-
sar que papá vive aún...
94 / G ONZALO R ODRÍGUEZ 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 95

Ambos callaron. La senda que tenían delante no era más que dos – Ya sé. Pero, no hay tránsito en ésta dirección, no se ven luces en la
líneas blancas a los costados, deslucidas por falta de mantenimiento, y carretera...
una amarilla al centro, intermitente y no mejor que las otras, todo sobre Como una respuesta, surgió de la negrura un enorme camión que pasó
un fondo gris oscuro. El cielo y el follaje ya eran un solo color, salvo al lado de ellos en dirección contraria. – ¡Te lo dije! – Raúl no contestó.
donde los focos daban indirectamente a ambos lados. No transcurrió Unos instantes después, la niebla casi había desaparecido. Ante la
mucho tiempo, cuando un banco de niebla apareció de improviso. monótona marcha del auto que los acompañaba, él se dispuso a sobre-
Instintivamente, Martha disminuyó la velocidad. pasarlo, esta vez agudizando su vista. La oscuridad era tal que no cabía
–No puedo con esto... Me da miedo... No me siento segura... la posibilidad de encontrarse con algún vehículo en sentido contrario sin
Bastó detenerse brevemente, para que Raúl tomara el volante y ella ver primero sus luces a la distancia. Aceleró. Martha se puso tensa pero
ocupara el asiento a su lado. Reiniciaron la marcha. La niebla no retro- no dijo nada. Pasó junto al coche cuyo verde claro resplandeció a la
cedía; antes bien, su espesura y humedad obligaron a Raúl a accionar los derecha. Por un breve instante, vieron el techo blanco de la cabina, y los
limpia parabrisas. El agua que se acumulaba en el cristal delantero y la brillantes vidrios de las ventanas.
nube que los tragaba, no les permitían ver más allá de pocos metros. Pero pronto se persuadieron de que la maniobra no había mejorado
Para colmo, el tramo que restaba para llegar al poblado de sus tíos era las cosas: el espeso banco volvió a abrazarlos.
sinuoso y estaba mal señalizado. –¿Qué pasa? ¡La niebla otra vez!
Inesperadamente, de lo profundo de la niebla frente a ellos, surgie- –Más despacio, Raúl. ¡Esto no termina nunca!
ron con nitidez dos pares de luces rojas. Eran como cuatro ojos flotan- La visibilidad era casi nula, y la carretera no mostraba ya líneas que
do en la bruma. A medida que se acercaban, se iban posando sobre el pudieran guiarlos por la senda correcta. Las curvas eran imprevisibles.
brillante metal de la parte posterior de un coche, que rodaba sin prisa. El gran auto verde les seguía, pegado a ellos. Por el espejo retrovisor, vie-
Por algún motivo sintieron un cierto alivio. Quizá por no estar tan solos ron que hacía guiños con sus focos frontales. Enseguida pasó por la
ahora. izquierda. El grave y sordo sonido del poderoso motor a su lado les pro-
–No te acerques mucho... vocó una mezcla de admiración y escalofrío. En silencio ambos, vieron
–Tranquila, no soy imprudente... Es un auto grande... que nuevamente estaba delante de ellos. Esa presencia les daba seguri-
Marchaba con calma, con cierta arrogancia frente a ellos. Sus par- dad. La señal intermitente de aquel coche los instaba a no pasar, lo que
tes cromadas devolvían destellos chispeantes. No se distinguían deta- esta vez no dudaron. Enseguida, en una curva que ni siquiera habrían
lles, salvo que era de color claro, quizá verde. A través del parabrisas intuido a no ser porque su guía viraba levemente, llevándolos con él, un
trasero, el contraste de luces dejó ver una silueta al volante. Lo siguie- vehículo pasó a su lado en la dirección contraria.
ron unos minutos, hasta que la irregular neblina cedió levemente. Raúl
esperó un instante, pero su escolta no aumentaba la velocidad. Él esta- –Pero, ¡qué vista tiene, sea quien sea que esté allí!
ba más seguro ahora e intentaba adelantarlo, cuando aquel auto –Déjalo, no adelantes, estoy más tranquila así... Solo lo seguimos y
encendió la señal intermitente izquierda. Dudó un momento y pensó ya está. No podemos ir más rápido.
que, según códigos de la carretera qué él conocía, estaría recibiendo un Aceptaron la situación con naturalidad. Durante media hora mar-
mensaje. charon en silencio. De improviso, Martha comentó:
–¡Dice que no lo adelantes! – exclamó de pronto Martha. –¿Viste bien ese auto?
96 / G ONZALO R ODRÍGUEZ 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 97

–Estaba pensando en eso–. Callaron unos instantes. Era un auto anti- centro de la calzada, seguro de su imponente presencia, reinando en ella.
guo. Un Packard. Guzmán tenía uno en su garaje desde hacía muchos La calle estaba bien iluminada, y el camino que seguía era inconfundi-
años. Les pareció absurda la fugaz idea que pasó por sus mentes. Él no ble: iba en dirección a la casa de los tíos.
podía caminar desde que un ataque le paralizó las piernas, mucho tiem- –¡Martha... Mira la matrícula!
po atrás. La pareja quedó paralizada por unos instantes. Habían atravesado el
El hermoso Packard ostentaba sus formas y su porte delante de ellos, umbral de lo posible. Pero cuando eso pasa, se encuentran explicaciones
como un gran escudo protector. Podían ver en su gran cola el timón cro- para todo, por más absurdo que parezca. ¿Le habían oído alguna vez,
mado sobre la tapa, las brillantes letras de la palabra “Clipper”, las her- hablar de operaciones o tratamientos? Quizá; en cinco años pasan
mosas luces traseras y el también reluciente paragolpes. No apreciaban cosas...
bien los números o letras de la oscura matrícula. Delante del vehículo Con miles de preguntas en sus mentes prosiguieron, mecánicamente.
nada podía distinguirse por la niebla. Raúl no pensó más en rebasarlo. En pocos minutos vieron la casa, con el jardín siempre poblado, sugi-
Las curvas y la desigualdad de la carretera lo desalentaban, amén de la riendo colores a la mortecina luz de un bajo farol. Del lado izquierdo, el
visibilidad tan escasa. portón de madera del garaje, blanco como la puerta principal y las ven-
Se hallaban como en un sopor que les daba una inexplicable tran- tanas. El techo tejado, con dos ventanitas de buhardilla, descansaba
quilidad en esa noche tan cerrada. El auto que tenían delante era sober- sobre muros de ladrillo y piedra. La chimenea fumaba su leña, exhalan-
bio. Brillaba su verde y sus plateados. Su marcha segura los arrastraba do una leve nube.
a ellos en forma irresistible. Estaban como bajo hipnosis. En las dos amplias ventanas de la sala, se veía una luz amarillen-
–Martha... dirás que estoy loco... Pero me gusta imaginarlo... ¿Y si el ta, atravesando finas cortinas blancas, cuyos pliegues deformaban las
tío Guzmán estuviera allí, en su Packard, llevándonos a casa?... formas.
–No pudo conducir nunca más desde que tuvo aquel ataque... Las El portón blanco se abrió como una gran boca, que se tragó el auto
piernas no le responden desde hace veinte años. Y su edad... ¡Qué de Guzmán. Raúl dejó el suyo frente al jardín, detrás de otros dos que
locura! estaban estacionados junto a la acera. Seguido por Martha, fue de inme-
–¡Ya lo sé! Es bueno soñar. ¡Cómo quiere él su auto! Es igual... diato detrás de su tío, que debió haber entrado a la casa con prisa, pues-
¡Cuando se lo cuente no lo va a creer, un Packard como el suyo aquí!... to que ya no estaba en el garaje. Raúl se adelantó con ansiedad, al tiem-
Raúl pensaba en las escasas posibilidades de que ello sucediera. po que Martha observó que el Packard estaba cerrado y seco, y notó que
Hacía años ya que los mejores autos se pudrían en museos extranjeros, no había calor en el capó.
para solaz de algún mezquino coleccionista, que tuvo impunidad para –¡Entremos a la casa, Martha! – La sacó súbitamente de sus pensa-
llevárselos. mientos.
La carretera siguió serpenteando peligrosamente en una oscuridad La pequeña puerta que atravesaron comunicaba el garaje con la cocina.
casi total, hasta que las primeras luminarias del pueblo se insinuaron, Allí estaba el fogón y su calor familiar. Más allá, otra puerta. Tenía vidrios
sacándolos del éxtasis en que venían sumergidos. Pronto estuvieron en biselados y daba a la sala, donde estaba Alicia en un sillón, en silencio. Se
los suburbios, el oasis que los recibía luego de atravesar un negro des- sorprendieron al ver a tres personas con ella, que la escasa iluminación no
ierto. La noche había vaciado las calles del pequeño pueblo. Ahora veían les permitió reconocer. Permanecieron en el vano, indecisos. Los visitantes
bien el auto que estaba a la vanguardia. El Packard avanzaba casi por el clavaron sus ojos en ellos. Alicia se les acercó y tomó sus manos.
98 / G ONZALO R ODRÍGUEZ

–Yo sabía que iban a venir, aun sin llamarlos... Él también... MENCIÓN
Siguieron la mirada de Alicia, que se dirigió hacia el extremo de la
sala, donde un gran arco enmarcado en brillante madera, indicaba el EL PRIMO RAMÓN
límite entre ella y una repartición secundaria. En el centro de esta, flan-
queado por farolas de opaca luz, se alzaba un hermoso féretro de cedro. Violeta Rodríguez

Cuando sonó el teléfono el hombre de ojos claros y abundante pelo


rubio no se inmutó. Terminaba de apretar el vendaje oclusivo, que cubría
toda su mano derecha, con la venda que la mano izquierda mantenía
tensa y lisa. Sus ojos escudriñaron la mesa sobre la que se apoyaba con
ambos codos y ubicó la tijera, que asomaba debajo del paquete de algo-
dón. Sujetó con los dientes una esquina de la punta de la venda y tanteó
la tijera con la izquierda, torpe y lenta, mientras mantenía cuidadosa-
mente la mano derecha en alto, inmóvil y vertical.
El teléfono volvió a sonar.
Deslizó la tijera con la punta de los dedos hasta el borde de la mesa,
la empuñó y la acercó a su boca para hacer un pequeño tajo en el ancho
de la cinta que tensaba con los dientes.
El teléfono repiqueteó por tercera vez mientras rasgaba, con un rápi-
do tirón, un palmo de la venda que mantenía firme y tirante. Soltó la
delgada cinta, ahora dividida, que quedó como una pierna diminuta col-
gando frente a su boca que aún sostenía, firme, la otra mitad, levantó
el auricular y lo colocó contra su mejilla, apretándolo allí con el hom-
bro izquierdo.
–¿Sí?– preguntó entre dientes, quitando de ellos la punta de la venda
que tensó, alerta.
–¡Hola! ¿Ramón? ¿Te desperté?– la voz lejana, pero acuciante, lo
inquietó. Sujetó ahora con la mano izquierda las dos puntas de la venda,
tirante y firme, y con la boca ya liberada y casi pegada al teléfono, pre-
guntó:
100 / V IOLETA R ODRÍGUEZ 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 101

–¿Quién es? ¿Nicolás? aquí. Pero yo tengo mis dudas y por eso te llamo para que me ayudes
–Sí, primo, soy yo ¿Te desperté?–insistió la voz aguda y nerviosa. ...¿Me oyes? ¡Hola!
–No... todavía no me acosté. Estoy ocupado …– tartamudeó. – Sí..sí – susurró con esfuerzo el hombre rubio mientras daba un últi-
–¿Te acuerdas que ayer te dije que hoy tendría una reunión muy larga mo tirón a la cinta que sujetaba con los dientes, afirmando el doble
en la empresa?– prosiguió el otro frenético y atropellado– ¿Qué no nudo que había conseguido atar; dejó caer la punta, húmeda de saliva y
sabía a qué hora nos soltarían? ¿Sabes cuánto tiempo estuvimos ence- se disculpó– Estoy asombrado con todo eso que me cuentas pero...no
rrados discutiendo ? – y sin esperar respuesta espetó– ¡ Cinco horas ! ¡Y creo que pueda ayudarte… – titubeó sin quitar los ojos de su mano ven-
no solucionamos nada !– casi gritaba – ¡ Pero eso no es lo peor !! Lo dada.
peor fue que cuando llegué a casa, hace más de una hora, encontré mi –¡Sí, puedes! –afirmó vivamente el otro– Cuando pasaste esos tres
escritorio hecho un desastre ! ¡La caja fuerte estaba caída en el suelo, días conmigo, acá la semana pasada; cuando entre los dos movimos
frente al armario! ¿Te acuerdas que la tenía escondida dentro de un cielo y tierra buscando un trabajo para tí, sin suerte alguna, lo reconoz-
armario, en el rincón? ¡Pues el ladrón sabía que estaba en ese armario y co, tuviste tiempo de conocer a esta gente ¡Estuviste con ellos! Por eso
lo abrió con la llave! ¿Puedes creer que también sabía que la llave del te pregunto ¿te parece que Humberto, tan serio y eficiente sea el
armario estaba colgada en la pared, atrás de la puerta ? ¡Hola! ¿ Me ladrón?¿y Doña Irene con casi cincuenta años?... Aunque la policía dice
estás oyendo ?¡¡Ramón!!– apremió la voz alterada . que pudo pasarle información a algún pariente o amigo... ¿Y Francisco
–Sí. Estoy aquí. Te oigo.. – susurró persuasivo mientras con la torpe con esa pinta de….¡Oye ! –se interrumpió de pronto– ¿Por qué no vie-
mano izquierda pasaba, en torno a su abultada mano derecha, una de nes a pasar unos días conmigo? Te confieso que con todo esto no me
las delgadas puntas, recién rasgada, de la venda siempre tensa y tirante. queda ánimo ni coraje para estar solo... ¿Por qué no te vienes ahora
–¡Lo único bueno es que no pudieron abrir la caja! El o los , como mismo?– apuró ansioso.
dice los policías que acudieron cuando los llamé, no pudieron robar –No, no puedo –murmuró el hombre rubio, observando fijamente
nada porque no llegaron a romper la pared interior de la caja con los la roja mancha de sangre que se extendía, lenta, implacable, en el
hachazos que le descargaron encima ¿Sabías que entre una pared y grueso vendaje de su mano derecha siempre en alto, siempre quieta–
otra de la caja fuerte hay arena? ¡Está desparramada y mezclada con Te juro que no puedo... –empuñó el teléfono, lo afirmó frente a su
trozos de metal y de baldosas! ¡Porque hasta las baldosas del piso rom- boca y aclaró con voz segura y los ojos fijos en la pared de enfrente–
pieron con tantos golpes! Agujerearon la pared de metal exterior de la Te dije que estaba ocupado, Nicolás. Estoy haciendo mis maletas. Un
caja pero no pudieron perforar la interior; tal vez porque tuvieron que amigo que tengo en Paysandú me consiguió un empleo en la empre-
huir apresurados, como opina la policía. Tal vez me oyeron llegar, sa donde trabaja. Tengo que viajar esta noche porque si no estoy allá
dicen, aunque yo no ví ni oí nada hasta que entré al escritorio. Los mañana, sin falta, alguien va a ocupar esa vacante antes que yo. –
policías estuvieron aquí, revisando todo por más de una hora, pero la bajó la voz – Y es muy difícil ahora conseguir trabajo... Siento mucho
única pista que tienen es la sangre ¡Hay sangre por todos lados! Parece no poder acompañarte…
que uno de ellos, si eran más de uno, se lastimó con los golpes o al tirar –Sí, primo, te comprendo perfectamente y me alegro por ti... – afir-
la caja al suelo, ¡o vaya a saberse cómo! Lo cierto es que hay un ladrón mó el otro– ¡Vamos, hombre! ¡Es una buena noticia...– soltó una risita
lastimado y la policía sospecha del personal que trabaja para mí acá, forzada– ¡después de todo esto!... –y luego de una breve pausa – ¡Te
en mi casa. Sospechan de Humberto porque como es mi secretario y deseo un buen viaje y mucha suerte en Paysandú!
siempre está en el escritorio, sabe dónde estaba la caja y la llave del –Gracias por todo, Nicolás –miró su mano ensangrentada– Y no te
armario; lo mismo dicen de doña Irene, la limpiadora y de Francisco preocupes por el robo frustrado: la policía te protege y ese ladrón fra-
el jardinero, que también me hace los mandados y siempre anda por casado no lo volverá a intentar.¡Suerte!
102 / V IOLETA R ODRÍGUEZ

Y sin vacilar, depositó el teléfono en la horquilla, levantó el tubo, MENCIÓN


marcó un número y preguntó:
–¿Es el 408 81 20 ? ¿Buquebús? ¿Puede informarme a qué hora sale EL BOCINA
el próximo viaje a Buenos Aires ?
Alberto Sequeira

El Bocina se ganó el apodo en buena ley. Nadie le regaló nada. No


importaban nunca las circunstancias o el contexto. Le era indiferente
que los compañeros recomendaran perfil bajo, no hacer olas. El Bocina
sacaba la tuba.
Son las siete de la mañana. Como todos los domingos, la red de alto-
parlantes del Penal regala la inconfundible voz del Mago. Como en una
suerte de ritual pagano, acodados en el alféizar de la ventana, los presos
están rumiando sus cosas.
El silencio es de rigor, apenas alterado por el ruido de algún mate.
Ahora canta “Volver”. Los versos se van sucediendo: “Con la frente
marchita, las nieves del tiempo…”. Hasta que llega aquel que dice “que
veinte años no es nada…”.
El vozarrón del Bocina sorprende al silencio:”¡Carlitos…la puta ma-
dre que te parió!”.
MENCIÓN

CLARA
Elena Solís

Todas las mañanas me levanto como a las 7.30. Entro a trabajar a las
10, pero mi hija debe estar en el colegio a las 8.15. Mi esposo, quiero
decir, mi ex esposo, la retira de casa los miércoles y viernes y la lleva al
colegio. No es algo que aporte mucho al funcionamiento de nuestra
familia, quiero decir de nuestra ex familia, pero lo hacemos así para que
Elisa vea a su padre.
Además de Elisa está Clara. Es una niña que vive, que vivía en mi
placar. Desde que me divorcié tengo un pequeño departamento en el
Cordón. Tiene un estar, un baño, una pequeña cocina y dos dormitorios.
Uno es para Elisa y el otro para mí y Clara. La relación que existe entre
Clara y yo, aunque ésta no es de mi propia sangre, es mucho más pro-
funda e íntima que la que tengo con Elisa.
Es que Clara ha estado a mi lado durante toda mi vida.
La ocasión en que apareció por primera vez fue hace muchos años.
Yo y mi hermana volvíamos de la escuela.Apenas traspasado el umbral
sentimos una fuerza descomunal que nos tomaba del pelo. Nos sacudió
las cabezas a un lado y otro, y como éramos muy pequeñas, también
nuestros cuerpos. Una de nosotras cayó (no recuerdo si yo o mi herma-
na). Entonces recibió una patada. Ya caídas en el piso, supimos que la
paliza se debía a haber jugado rin raje. La tarde anterior, habíamos esta-
do tocando el timbre de la vecina. En cuanto ésta se asomaba a ver quién
era salíamos corriendo. Era muy divertido. Una de las veces una de
106 / E LENA S OLÍS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 107

nosotras dobló la esquina demasiado tarde. Fue descubierta. Al parecer, ver a dónde se dirigía. Se detuvo frente al edifico de mi esposo, de mi ex
la mujer había ido a quejarse con mi madre. Ésta, a los efectos de ase- esposo. La chicharra le dio paso.
gurarse que no volviéramos a hacerlo, nos propinó aquella paliza. Cuando llegué a casa vi que me quedaba salsa de tomate Cica en la
Esa noche abrí la puerta del placar. Entonces fue la primera vez que heladera. La olí. Me pareció que estaba en buen estado. Entonces pre-
la vi. Se agazapó. Se tapó el rostro. Comenzó a temblar. Se hamacaba a paré unos fideos Adria con una salsa de tomate. Colé los fideos, los puse
un lado y otro. Pero fue muy paciente. Le conté todo lo que había suce- sobre una fuente de vidrio. Luego retiré la salsa del fuego. La dejé caer
dido. Ella me comprendió. sobre los fideos. Revolví un poco. En ese momento sonó el teléfono. Me
Cuando vivíamos en la casona del Prado, ella estaba en el ropero. Se dirigí al estar. Atendí. Era él una vez más. Quería insistir y precisar bien
quedaba allí sentada abrazándose las rodillas, apoyando el mentón el asunto de nuestros horarios. Mientras hablaba oí un ruido que pro-
sobre las mismas. Se hamacaba adelante y atrás. Temblaba. Eso es lo que venía de la cocina.
sigue haciendo ahora, treinta años después. —Se cayó … —comenzó a decir Elisa, con una manopla puesta, titu-
En ocasiones, se asusta demasiado. Si abro la puerta y ella está entre- beando, con esa mano extendida— Quería ayudar, pero …
dormida, con el rostro tapado apoyado en las rodillas, se despierta Todo el contenido de la fuente estaba sobre el suelo. Por el rabillo del
sobresaltada y me golpea. A veces tengo que detenerla con fuerza y yo ojo me vi reflejada en el cristal oscuro de la ventana. Algún efecto ópti-
misma siento mucho miedo pues en verdad parece que quisiera lasti- co hacía que me viera en éste borrosa pero gigante. Mi mano se levantó
marme. Sin embargo, siempre me limito a frenar su violencia. Jamás la con fuerza, luego, como llevada por un impulso tremendo, fue descar-
he golpeado, ni la he calumniado, ni lastimado de ninguna forma. gada sobre ella. Elisa, por su estatura, no se reflejaba en el cristal. Oí el
Cuando yo era pequeña mi madre hacía eso conmigo y siempre juré por sonido de su cuerpo cayendo. Sentí calor e hinchazón en mi mano agre-
Dios que yo jamás lo haría con Elisa, ¿por qué iba a hacerlo con Clara? sora. Quedó sobre los tallarines y la salsa de tomate. Su uniforme azul
Ahora me divorcié y me mudé al departamento. Estoy bastante tris- se ensució de aquel líquido rojo espeso.
te. Suelo pasarme las noches hablando con la pobre Clara. Quizás abuso No dije nada y ella tampoco. Se levantó. Corrió hacia su dormito-
de su paciencia de pobre niña temblorosa. Pero ¿qué puedo hacer? rio. Restos de tallarines y salsa de tomate fueron alineándose como la
Esta tarde, cuando regresé de trabajar en el 121 tuve muchos inconve- huella de Hansel y Grettel. Dio un portazo.
nientes. El ómnibus se detuvo a la altura de 18 y Magallanes por una ave- Me senté en la cocina. Comí unas galletas. No tenía fuerzas para lim-
ría. Todos los pasajeros salimos del vehículo a esperar el siguiente. Pasó piar. Quizás dejara todo así hasta el día siguiente. En ese caso tendría
uno que no se detuvo porque estaba demasiado cargado de pasajeros. que limpiar antes de ir a trabajar. Luego me dirigí a mi dormitorio.
Luego pasó otro que tampoco se detuvo por la misma razón. Recién a las Abrí la puerta del placar maquinalmente. Comencé a hablar. Dije
veinte pude abordar el definitivo.Manoteé mi celular para avisarle a mi todo lo que había hecho mi mano. Juré que no iba a volver a suceder.
esposo, a mi ex esposo que llegaría tarde a recogerla. Pero no tenía carga. Pero cuando lo hice, cuando juré, me di cuenta que ya había jurado
Cuando llegué a su departamento me dijo que estaba harto de mis antes y que no había cumplido.
demoras, que debía buscar el modo de llegar a tiempo pues él tenía cosas Entonces miré con detalle entre los sacos. Las piernas de Clara no
que hacer. estaban. Sigilosa, por miedo a que ella estuviera agazapada y dispuesta
Me di vuelta de la mano de Elisa para dirigirme a la parada del ómni- a agredirme, me acerqué. No estaba allí. Abrí la puerta del lado de los
bus. Crucé mi mirada con una mujer de mi edad. Volteé la cabeza para estantes. Tampoco la vi. En ese momento oí la voz de mi hija.
108 / E LENA S OLÍS

Me paré en el hall de distribución. Vi la luz encendida por debajo de MENCIÓN


la puerta. Me acerqué, puse la oreja contra la madera. Oí el chirriar de
su placar abriéndose. Entre sollozos, Elisa comenzó el relato de los CORDÓN ROTO
hechos.
Entré sin anunciarme. Mi hija estaba sentada en la cama. Su rostro y Manuel Soriano
su cabello cubiertos de un líquido rojo espeso. El placar tenía entrea-
bierta una de sus puertas. Dentro estaban sus sacos y sus pantalones y
una pollera que usa para los cumpleaños de sus compañeras de colegio.
Como todos son muy cortos, pude ver claramente la parte inferior del
mueble. Allí estaba Clara. Tenía el rostro hundido entra sus manos.
Estaba hecha un ovillo sobre unos viejos championes. Se hamacaba a un Los jazmines están a medio morir. Boquean, sobre la vereda de la
lado y otro. Temblaba. Se oía el golpeteo rítmico de su maxilar. calle Guayabo, como pescados en la arena. Igual los compro. Veinte
Comprendí que me había abandonado. pesos la docena. “Veinte pesos es poco”, pienso. Está bien. Los jazmines
no dicen perdón.
Hay cinco cuadras entre el puesto de flores y nuestra casa; la mía y
de mi mujer. Ahora somos dos nomás. Mi mujer es una conchudita. El
tiempo la ha convertido en un desgraciado caballo. Es un viaje incómo-
do el mío. Un hombre camina raro con flores en la mano. Me siento
observado, a cada paso, como recién salido de la peluquería. Las muje-
res me miran con curiosidad o envidia. Las viejas lo hacen con ternura,
con una mueca nostálgica en la boca. Nadie le regala flores a una vieja.
Ellas lo saben. Sólo les queda la corona final.
Doblo a la derecha por Gaboto para evitar a los muchachos del esta-
cionamiento. No estoy de humor para cargadas. A mano derecha, antes
de llegar a Rodó, hay una viejita en una ventana. Digo “hay” porque su
presencia es una certeza, se da por descartada, como si fuese una puer-
ta o un poste de luz. La ventana está en la planta baja y no tiene corti-
nas ni persianas. Si se recorre su vereda, es casi imposible no verla.
La cara blanca, atemporal, pegada al vidrio hasta casi tocarlo. Podría
confundirse con un espectro de no ser por los ojos. Sus ojos parecen de
otra persona, como si se los hubiese arrancado a un niño inquieto. Su
mirada persigue al que pasa durante todo el tiempo que le lleva la ven-
tana, como una Gioconda venida a menos.
Durante los dos últimos años, repetimos todas las mañanas nuestra
pequeña escena. Ella me mira pasar y yo la saludo, le sonrío y hasta a
110 / M ANUEL S ORIANO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 111

veces le saco la lengua. Luego del cruce, mientras sigo mi camino al tra- fesores y alumnos, hasta que un silbato de guardia termina de echarla.
bajo, suelo meditar sobre nuestra relación. ¿Será que ella me recuerda? Entonces se levanta y se acomoda, por lo que queda del día, en el calle-
¿Será que espera ansiosa las siete de la mañana para verme invadir el jón que está a la vuelta. No da mucho trabajo la mudanza. Su vida le
marco derecho de su ventana? A veces pienso que no, que su alegría es cabe en una bolsita de nylon negro. Ahí la veo todas las mañanas.
fingida, que da lo mismo que sea yo, el carnicero, o una mula, mientras Sentada prolijamente en un banco de madera, con su rodete gris y su
pase un bulto que entretenga su mañana. No hubiese sido difícil sacar- cara descubierta y serena. A su alrededor los niños se hamacan y rebo-
me la duda. Era cuestión de detenerme y mirar, pero como muchos ena- tan pelotas contra la pared. A Pepito le gustaba la hamaca amarilla. Con
morados, preferí la ceguera al desengaño. esa llegaba bien alto. Hasta tocar el cielo, decía él. Amanda no pide
A veces intento meterme en sus zapatos. Imagino su vida como una dinero ni le da de comer a las palomas. Tan solo toma mate, fuma y se
serie infinita de cortometrajes, el que sigue borrando en su memoria al cuida las uñas. Pasa horas mirándose las uñas, limando, limpiando, dán-
anterior. Las historias son similares pero nunca iguales: algo entra en la doles brillo, esmalte o pintura. Parece absurda tanta coquetería. ¿De qué
lente de su ventana, permanece allí un tiempo, y luego se va. A veces sirven las uñas para una vida así? Ojalá mi mujer la copiara un poco. A
pienso que nuestra relación no es justa, que ella hace trampa y me des- cada rato se levanta y va hasta la puerta de la Facultad. Luego vuelve a
cubre todos los días, mientras que para mí ya no hay sorpresa posible. su banco y a sus uñas. Una noche de invierno me agarró la empatía. Me
Lo bueno del Alzheimer es que rompe la rutina. le acerqué y le dije:
Por eso no le voy a regalar ni una flor. Tan solo se las muestro, —Hace frío. ¿Por qué no va a un refugio, señora?
pegando los pétalos amarillentos contra el vidrio de la ventana. La vieja —No puedo, mijo. Quedé en encontrarme con mi abogado en la
sonríe y huele, a pesar del cristal. Cincha el perfume desde sus adentros, puerta de la Facultad. Debe estar por llegar.
hasta el pecho, como si fuese el humo de un último cigarro. Sigo mi Linda historia la de Amanda. Se ve que en esta panadería le tiran
camino y la vieja parece romper en llanto. No importa. Ya lo olvidará. alguna sobra para que mastique un rato. Elijo el mejor jazmín y se lo
Ojala pudiera convidarme con un poquito de su enfermedad. regalo. Se lo merece. Ella me da las gracias con su sonrisa elegante. Si se
Llego al boliche de la esquina. Antes era El Portal y ahora es El nuevo lo acomodara detrás de la oreja como una andaluza…
Portal, pero los clientes son los mismos; viejos, cansados, vencidos por Del que no me voy a salvar es del nenito que pide a la salida del
la caña y el tiempo. Un veterano con pinta de tanguero me clava sus ojos super. Se llama Federico. Ése no es nombre para pedir limosna. Ya viene
desde la puerta. Mira mi ropa y mis flores, con desprecio. Me mira como corriendo hacia mí. Es de la altura de una mesa. Tiene rulos y mugre.
a un traidor. Me gustaría contarle, pero no tengo tiempo. Apenas escon- Sería rubio si no pidiera en la calle. Le regalé una pelota de fútbol para
do un poco las flores entre el diario y el portafolios. Doblo a la izquier- navidad. Tengo demasiadas cosas para regalarle. Debería desecharlas
da por Rodó y encaro el tramo final de mi viaje. Ya puedo ver la punta antes de que me desechen a mí. Ahora Federico me saluda todos los días.
de mi edificio. Puedo ver la ominosa ventana de nuestro dormitorio. Me dice que la pelota se le pinchó, que cuándo le voy a traer una nueva,
Por suerte está Amanda sentada sobre el zócalo de la panadería. El que quiere una con los colores de Brasil. La madre me pide una mone-
nombre se lo puse yo, en mi cabeza. Amanda. Le sienta bien. Se ve que da desde el suelo. Namoneda. Amamanta a un bebé y se puede notar que
alguna vez fue hermosa. Su belleza resiste a las arrugas y la alienación. tiene a otro en camino. ¿Díganme si no es una postal dickensiana? El
Amanda duerme desde hace quince años en las escalinatas de la Facultad viejo Charles se haría un picnic con este tipo de musas. No le doy nin-
de Derecho. Se despierta todos los días con los apurados pasos de pro- guna moneda. A veces pienso en matarla y quedarme con sus hijos.
112 / M ANUEL SORIANO

Nadie lo notaría. Ni siquiera ellos. Le pregunto a Federico si quiere un MENCIÓN


jazmín. De qué sirve eso, me dice. Para conseguir novia, le contesto,
aunque yo esté planeando lo contrario. Me lo acepta. Le sonrío y le EL SOBREVIVIENTE
remuevo los rulos cariñosamente. Eso es. Así manda el manual del buen
compasivo. Wellington Viola
Por fin llego a mi edificio. “Familia Lamelas – Vidal”, anuncia exa-
geradamente nuestro timbre. El portero me abre la puerta fingiendo el
interés de siempre. Fútbol y meteorología, de eso hablamos. Mi mano
suda y aprieta las flores en silencio. Subo catorce pisos de ascensor, repa-
sando lo que voy a decir. Le doy la espalda al espejo. Aflojo el nudo de
mi corbata y confirmo el contorno de la llave en el bolsillo de mi saco.
Igual toco timbre. La puerta de entrada le sienta bien a nuestra pequeña
escena. Mi mujer me abre al cabo de unos minutos. Lo hace sin ganas,
casi sin mirarme a la cara. No siempre fue así. No era así cuando Pepito Cuando me enteré de la existencia de aquel personaje que habitaba
vivía. austeramente la vieja casona de piedra a unos cuantos kilómetros del
Por fin me mira a los ojos. Esos jazmines están muertos, me dice. pueblo de Media Cruz, tuve la certeza de que debía visitarlo.
Pero eso ya lo sabíamos hacía tiempo. Así fue que decidí solicitarle una entrevista por intermedio de un
amigo que lo conocía.
–Yo no iría a verlo– me advirtió mi amigo– ese viejo no está en sus
cabales.
–Con hablar no pierdo nada. A lo mejor puede hacer algún aporte valioso.
Yo me hallaba preparando un estudio sobre la destrucción del VI
Ejército alemán y por lo que sabía Erik Pieverling había sido protago-
nista de esas acciones. A pesar de su avanzada edad decían que conser-
vaba una lucidez asombrosa y enfrentaba el tema con pasión.
Cuando divisé la casa desde una loma por donde serpenteaba el
camino de tierra roja, pude apreciar la figurita azul del viejo que traba-
jaba con un escardillo, con la calma propia de los que no están determi-
nados por el futuro.
Dejé deslizar el automóvil por la pendiente, escuchando solamente el
murmullo de los neumáticos aplastando las piedras del camino, hasta
que lo detuve a unos veinte metros de Erik.
Su mameluco se incorporó y su cabeza quedó en el cielo como una
pequeña nube. Me miró sin asombro (creo que hasta con alegría) y
levantó la herramienta en señal de bienvenida.
114 / W ELLINGTON V IOLA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 115

Caminé hacia él y antes de lograr presentarme, dijo en un casi per- –Para analizar la destrucción del VI Ejército alemán, basta con con-
fecto español: sultar un par de volúmenes que le van a brindar fechas, nombres, esta-
–Buenos días, amigo periodista. dísticas sobre cantidad de muertos, prisioneros, armas utilizadas, etc.
Sentí en mi mano la presión de sus dedos, como si estuviera estre- pero lo esencial, la infinidad de eventos que componen un aconteci-
chando una raíz. miento, no figuran en la historia porque se experimentan individual-
–Los yuyos le quitan fuerza a mis frutales. Tengo que combatirlos mente y, por ende, son intransferibles.
continuamente. Y comenzó a caminar delante de mí usando el escardi- –¿Sería válido, acaso, trasmitirle a sus lectores que si al Cabo Evahart
llo a manera de báculo. Müler no se le hubiera escapado un tiro al tropezar con una rama, toda
El ámbito fresco de la casa de piedra fue como un bálsamo en aque- una compañía enemiga hubiese caído en nuestras manos?
lla mañana calurosa de enero. Porque quizás, de no habérsele ocurrido a la naturaleza colocar una rama
El viejo se sentó en un cómodo sillón lanzando un suspiro de alivio y me en ese preciso lugar, el curso de los acontecimientos habría sido diferente.
invitó con una seña a hacer lo mismo en el que estaba más próximo al suyo. –Justamente para eso he venido –acoté– para que me ilustre sobre esa
–Estoy algo sordo. Hable en voz alta – ordenó esta vez con un claro clase de sucesos.
acento alemán. –No nos alcanzaría toda una vida, porque hay algo aun más profun-
Mostró sus dientes en una sonrisa inverosímil. do, sobre lo que no estoy muy seguro que usted quiera hablar. Es más,
–Usted dirá– dijo apoyando ambas manos en las rodillas. ni siquiera creo que pueda llegar a comprenderlo.
–Señor Pieverling... –Me gustaría saber de qué se trata –contesté airado.
–Erik –corrigió el viejo. Entonces Erik Pieverling entrecerró los ojos; tomó un instrumento
–Erik –rectifiqué– Seguramente usted ya conoce el motivo de mi visi- de metal y escarbó en la pipa un largo rato.
ta; yo no soy periodista, sino que tengo pretensiones de historiador. Luego, como despertando de un sueño, dijo:
Estoy abocado al estudio de las batallas que libró el VI Ejército en el –¿Usted quiere saber realmente quien es Erik Pieverling? –y sin espe-
frente ruso, y como usted fue protagonista de los hechos, quisiera que rar mi respuesta, prosiguió con vehemencia
me sacara algunas dudas. –El tema primordial, la sustancia medular de toda la historia de la
El viejo miró detenidamente haciendo un gesto afirmativo con la cabe- humanidad, es el miedo. (Escríbalo con mayúscula, por favor).
za, mientras armaba diestramente una pipa. La encendió, se recostó en el Hizo brillar nuevamente su sonrisa, que a esa altura de los aconteci-
sillón y estuvo entretenido mirando las volutas de humo que acariciaban mientos pareció una mueca de espanto.
los viejos tirantes de madera negra que sostenían el techo de la habitación. –El miedo es la sensación, si así se le puede llamar, más intransferi-
Luego de un lapso desalentadoramente extenso, habló clavándome ble, egoísta e inalienable que existe. Conoce a alguien que pueda com-
sus ojos transparentes. prender el miedo ajeno?
–Cuando escriba su estudio, el humo que sale de esta pipa va a for- Y levantando una mano, como para evitar cualquier interrupción,
mar parte de su historia, pero no va a ser mencionado en ella, porque continuó:
para usted carece de importancia. Con esto le quiero decir que la histo- –Cuando vi rodar por el suelo la cabeza de Ludwig Buthner con los
ria no se puede contar, porque está compuesta de infinitos hechos que ojos girando desaforadamente y con la mandíbula emulando un acto de
por razones de espacio y tiempo se hace imposible detallar. masticación furiosa, yo sentí su terror.
116 / W ELLINGTON V IOLA

También capté el espanto de Rudolf (mi amigo), hasta en sus más


mínimos detalles, cuando aquellos dedos enguantados con gusto a cuero DATOS DE LOS AUTORES
podrido, se le metieron en la boca produciéndole feroces arcadas que
cesaron después que el cuchillo entró varias veces en su vientre.
Yo absorbí todo el pánico de mi amigo, hasta que dejó de respirar.
Comprendí que a esta altura el viejo Erik no podría dejar de hablar.
Sus gestos habían perdido la calma habitual y la tensión en las manos le
hacía brillar la piel.
–Y yo, –continuó– paralizado en medio de aquel caos, con mi arma
ya inservible, veía pasar soldados rusos a mi lado corriendo y supuesta-
mente maldiciendo, hasta que uno de ellos se detuvo frente a mí, que ya
no tenía el fusil en mis manos, y amagó varias veces hundirme la bayo- Héctor Chilibroste (Buenos Aires, Argentina, 1934)
neta que parecía no querer tomar contacto con mi cuerpo inmutable. Nací en la Argentina pero resido en el Uruguay, donde soy ciudadano
legal.Comencé a escribir desde muy joven, pero un agudo sentido de la
Y allí, atónito, fue que pude recepcionar también la pavura de aquel
autocrítica hizo que el material que he descartado sea capaz de llenar varias
hombre que no podía concretar lo que su cerebro le ordenaba.
volquetas. Comencé a hacerlo con más empeño después de jubilarme, y en
Pero no me llegó mi propio miedo. 1999 obtuve una mención en el Concurso de Cuentos para Nuestros Nietos
Después los vi desaparecer a él y a todos dando gritos de victoria y de la Fundación Lolita Rubial. He asistido a varios talleres literarios, tanto en
lo último que recuerdo es ver girar las ramas secas de un arbusto sobre la ciudad de Mercedes donde viví hasta el 2005, como a partir de esa fecha
mí, mientras la nieve del suelo me llenaba de frío la espalda. en que me mudé a Montevideo. En 2006 publiqué el libro de relatos "Eden
En ese momento, Erik dio muestras de un gran agotamiento. Hotel y otros cuentos" (ed. Abrelabios).
Deduje que había vuelto a vivir las angustias de la guerra y le sugerí
que descansara. Marcos Ibarra (Tacuarembó, 1958)
–Usted no comprende. No estoy cansado; estoy aterrorizado. Estos son los primeros cuentos que escribo con intención de presentar a una
Yo represento el miedo ajeno, y por causa de ello estoy vivo (o no). opinión (en este caso, un concurso y su jurado). No tengo formación en
De ahí que no se si soy realmente Erik Pieverling; Ludwig Buthner; talleres literarios. Publiqué el libro de historietas “Los Mutantes” en 2006 y
“Odiario” en 2008, ambos en Editorial Yaugurú. Mi interés al escribirlos es
Rudolf o el soldado ruso, que no logró matarme.
abordar cierto absurdo–posible, des–solemnizar los hechos narrados, dejar
Por ese motivo me he aislado en este lugar. Para no tener que cono-
fluir cierto humor para descontracturar la historia. Mi preocupación central
cer gente que me trasmita su miedo. es cómo contar la historia elegida. En mi imaginario narrativo, ese “cómo
El que le indujo a que viniese a hacerme esta entrevista, o bien es un contar la historia”, podría lograr identidades más asertivas que el tema en sí.
ingenuo, o un asesino, porque cuando usted salga de esta casa y mis En esto, mi actividad como artista plástico y visual, ha sido buena escuela.
dogos traten de despedazarlo antes de que llegue a su automóvil, yo
estaré asimilando todo su terror y no sabré si soy Erik Pieverling o usted. Magdalena Miller (Montevideo, 1986)
Estudiante de Periodismo en la Universidad Católica, escribe desde muy
chica, sobre todo cuentos. Ha obtenido menciones en varios concursos: en
2005 en un concurso de cuentos organizado por la Intendencia de Durazno;
118 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 119

en el 2007, en la 1era. edición del Concurso Nacional de Cuentos Breves Natalia Guido (Montevideo, 1989)
“Paco Espínola”. Soy estudiante de psicología de la Universidad Católica. Escribo desde los
doce años con dedicación, aunque siempre me gustaron las letras. Desde
Laura Alonso (Montevideo, 1970) 2006 concurro al taller literario dictado por Isabel de la Fuente. En 2004
Cursó Arquitectura faltándole una materia para recibirse. Escribe prosa y gané una mención en el concurso de cuentos “Mi ciudad, Mi casa”, en 2005
poesía. Obtuvo un 2do premio en el concurso de cuentos Eróticamente del otra en el concurso de “Pre–escritores” del PRE/U –también por un cuento–,
Semanario la República de las Mujeres (1998). Estuvo entre los 100 mejores y en 2007 una mención en el concurso Sueñapalabra de poesía, y el primer
mini cuentos por SMS en el certamen “T cuento Q” organizado por la premio en el concurso Sputnik de cuentos de ciencia ficción.
Biblioteca Nacional, Sopa de Letras, Radio Uruguay 1050 AM y la
Cooperativa Bancaria (2007). En el 2007, publicó por Artefato editores su Lilián Hirigoyen (Montevideo, 1957)
primer libro de cuentos: “Tres Tristes Trinidades (y otros plagios)”. Ha leído Concurre al Taller coordinado por el Prof. Lauro Marauda. Ha publicado un
su poesía en distintos ciclos y eventos de la ciudad de Montevideo. libro de poesía “La simetría de Urano” y participado en varias publicacio-
nes colectivas. Tuvo mención por su nouvelle “Axis Mundi” en el “Premio
Norma Blanco (Montevideo, 1939) anual de literatura” del año 2004 y mención en el concurso literario “Grecia
Participa o participó de los siguientes talleres literarios: Profesora Helena cuna de civilización y cultura” 2005, Fundación María Tsakos.
Corbellini ( Taller A.E.U.) Milton Schinca ( de 1993 a la fecha) y Nela Calo
(en A.P.L.E.R.). Ha ganado los siguientes premios: 3er. Premio año 1997 en Juan Carlos Mántaras (Montevideo, 1940)
concurso de cuento Bolboreta, en Santiago de Compostela, y ganador del Arquitecto. Vivió su niñez y juventud en Treinta y Tres. De recuerdos de esa
concurso Cuentos de Boliche organizado por Editorial Trilce. época surge la temática de sus relatos. Empezó a escribir hace cinco años.
En 2006 publicó tres cuentos en un compendio de Luis Neira, “Cuentos de
Camilo Baráibar (Montevideo, 1985) Lobisones”. El “Paco Espínola” es el primer concurso en que participa.
El cuento Infidelidad fue dado a conocer en recitales literarios realizados en
Ciudad de la Costa. En 2008 Camilo publicó su primera novela “Médanos” Vivián Montero (Montevideo, 1967)
en Ediciones Trilce. Por comentarios: camilobaraibar@gmail.com. Soy Licenciada en Sociología y también cursé estudios de Literatura en el
Instituto de Profesores Artigas (que no culminé). Desde hace unos seis años
Daniel Campodónico (Montevideo, 1975) empecé a escribir y a asistir al taller literario de Roberto Appratto. En el año
Actualmente participa de dos talleres literarios en curso, Escritura Creativa “La 2003 obtuve una mención en la categoría cuentos en el II Concurso de
Tribu”, coordinado por Alberto Gallo y el Taller de lectura Centro Comunal Cuentos y Poesía organizado por la Facultad de Derecho. Durante algunos
Zonal nº 5. Ha publicado en las revistas “Tranvía 35” y “La Gaceta”. meses participé en los talleres de Rafael Courtoisie y Carlos Rehermann.
Actualmente concurro al taller coordinado por Dina Díaz.
Federico de los Santos (Montevideo,1985)
Dice estudiar Comunicación aunque se le ha visto por los pasillos de la Antonio Moreira (Rio de Janeiro, Brasil, 1975)
Facultad de Psicología. Escribe narrativa desde hace no mucho tiempo. En Ciudadano legal uruguayo. Este es mi primer cuento enviado a un concur-
2007 editó un libro de cuentos titulado "Nada por aquí" (ed. Artefato)y cola- so, escribí la obra de teatro “Pocas palabras” que durante el 2007 estuvo en
bora con una columna en el periódico mensual El Boulevard. Además de cartelera en el Teatro Victoria y en el 2008 en el Museo Pedagógico.
escribir es un amante consumado de la música y dice haber incursionado
en la pintura con nefastos resultados.
120 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 121

Germán Ríos (Artigas,1988) Manuel Soriano (Buenos Aires, Argentina, 1977)


Fue alumno de la Escuela nº 32 Simón Bolívar, y posteriormente de los liceos Se recibió de abogado pero ejerció poco la profesión. Desde 2005 reside
Congreso de Tres Cruces y el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, donde a ins- en Montevideo, donde asiste al Taller Literario de Lauro Marauda y cursa
tancias de un taller literario comenzó a escribir regularmente cuentos y poe- desordenadamente la carrera de Letras. Ha recibido un segundo premio en
mas, desde 2005. Actualmente es alumno de la Escuela de Comunicación el Concurso de Narrativa de Editorial Nuevo Ser, 2004. Participó en la
Social de UTU y del Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes. publicación colectiva “Voces en las manos”. Publicó en 2007 el libro de
cuentos: “La caricia como método de tortura.”
Gonzalo Rodríguez (Montevideo, 1955)
Estudios secundarios y de UTU, y estudios musicales (profesorado de piano) Wellington Viola Alles (Montevideo 30/6/42–Montevideo 5/6/08)
Desde chico, practico todo tipo de manualidades (dibujo, historietas, cerá- Wellington Viola falleció en junio de este año. “El último sobreviviente” es
mica, madera) Apasionado por la buena música, los automóviles clásicos, por tanto un cuento póstumo. Sus familiares agregan esta nota sobre
aficionado a la cocina y, tardíamente, a la lectura y la escritura, así como al Wellington: “Para Leticia...sin la cual no! Artista nato sin pretender serlo,fue
conocimiento en general. Tengo tres hijos; trabajo actualmente en un Ente pintor,escultor y escritor. Cuanto mas se oscureció su universo mas luz
del Estado (Ancap). emanó.”

Violeta Rodríguez Arregui (Artigas, 1940)


Maestra y Profesora de Pedagogía del Instituto Normal de Artigas. Publica en
1993 su libro de cuentos 'Ajenjo'; obtuvo una Mención Honorífica en el
Concurso Literario Municipal, año 1998, en el Género Narrativa por su obra
“El Precio del Milagro”. Realizó numerosas exposiciones de sus pinturas al
óleo en Brasil y Uruguay: en Quaraì, Artigas, San José de Mayo y en
Montevideo. Actualmente asiste a la Facultad de Humanidades y Ciencias
en Montevideo, cursando la opción Letras y al Taller Literario 'Puro Cuento'.

Alberto Sequeira (Montevideo, 1951)


Estuvo recluido nueve años en el Penal de Libertad durante la última dicta-
dura militar. En el año 2007 participa y obtiene una mención en el 1er
Concurso Nacional de cuentos breves por SMS "T Cuento Q" organizado por
Sopa de Letras, Radio Uruguay 1050 AM.

Elena Solís (Montevideo, 1968)


La valentía de intentar hacerme un lugarcito en la literatura me vino en los
últimos 10 años. En el 2000 obtuve una mención en el concurso del MEC
por un libro de cuentos que, con algunas modificaciones posteriores, edité
en 2004: “Babosas y Fósforos”. Mi última obra terminada es una novela.
Tengo muchos cuentos entrañables en el disco duro de mi máquina. “Clara”
es uno de ellos. Me alegra de que encuentre su canal de luz.
INDICE

7 Acta del Jurado


11 Monsieur Mauvais / Héctor Chilibroste
15 Maldito Gómez / Marcos Ibarra
21 Fue Julia / Magdalena Miller
25 Desvío / Laura Alonso
29 Infidelidad / Oscar Camilo Baraibar
33 Wanda / Norma Blanco
37 Política deportiva / Daniel Campodónico
41 La vida de un viajante / Héctor Chilibroste
47 Ana Cuarella: pintada al óleo / Federico de los Santos
51 El abismo / Natalia Guido
55 Soy Amanda Niedman / Natalia Guido
59 La mirada en la espalda / Lilián Hirigoyen
65 Así son las cosas / Marcos Ibarra
71 Alegrías con historia / Juan Carlso Mántaras
77 La mujer del cuadro / Vivian Montero
83 Aplastada / Antonio Moreira
87 De América y del mundo / Germán Ríos
93 La niebla / Gonzalo Rodríguez
99 El primo Ramón / Violeta Rodríguez
103 El bocina / Alberto Sequeira
105 Clara / Elena Solís
109 Cordón roto / Manuel Soriano
113 El sobreviviente / Wellington Viola

117 Datos de los autores


CATÁLOGO YAUGURÚ

6 | yo a éste lo ablando hablando. Libro de calambures de Santiago Tavella.


Incluye ilustraciones del autor. Invierno 2004.
13 | O (cabalga la madrugada por el lomo del sueño). CD (audio + multimedia)
de Fernando Goicoechea (música) y Gustavo Wojciechowski (textículos).
Coedición con Perro Andaluz Records. Invierno 2004.
2667 | otras cartas/ pasajes. Libro (volumen doble) de poesía, de Inés Trabal.
Coedición con Civiles iletrados. Otoño 2005.
7 | p(M)atrias (poesía). CD y DVD (volumen doble) de Agamenón Castrillón
& aparcería: Abel García, Héctor Numa Moraes, Charles Dos Santos Cruz,
Circe Maia, Washington Benavides, Walter Ortiz y Ayala,
Gustavo Wojciechowski, Álex de Álava, Luis Ravizza, Helena Arismendi
y Juan C. Oreggia. Otoño-invierno 2005.
28 | RIGOR MORTIS. Libro de poesía/prosa de Nelson Díaz. Invierno 2005.
53 | El alma del mundo. Novela de Felipe Polleri. Invierno 2005.
5 | anuario 2005. Librito de maca diseño gráfico. Verano 2006.
2 | DOBLETTE. Taller Tipografía. Libro de tipografía de varios autores.
Otoño 2006.
3 | Migraña. Novela de Alfredo Fonticelli. Primavera 2006.
11 | Los Mutantes. Historietas de Marcos Ibarra. Al finalizar 2006.
17 | Entrar en el juego. Narraciones de Pablo Silva Olazábal. Al finalizar 2006.
56 | anuario 2006. Librito de maca diseño gráfico. Verano 2007.
63 | Palabras en el reloj. Libro de poemas de Carlos Cipriani. Otoño 2007.
73 | Primer Concurso Nacional de Cuentos Premio Paco Espínola.
Varios autores. 2007.
93 | alloiosis. Libro de poemas de Inés Trabal. Otoño 2007.
23 | DOBLETT3. Taller Tipografía. Libro de tipografía de varios autores.
Invierno 2007.
12 | 0 varios / toda la noche. Libros de poemas de Ana Cheveski. Invierno 2007.
110 | Alicia: ¿quién lo soñó? (Escenas de la vida posmoderna). Teatro de
Raquel Diana. Ilustraciones de Marcos Ibarra. Invierno 2007.
24 | Cuenta conmigo (de como Maite y su abuela se cuentan cuentos).
Raquel Zieleniec & Maite Echartea. Ilustraciones de Cantela Echartea.
Primavera 2007.
64 | Como si nada. Libro de poemas de Carlos Cipriani. Primavera 2007.
29 | Corporación Medusa. Novela de Nelson Díaz. Primavera 2007.
52 | anuario 2007. Librito de maca diseño gráfico. Verano 2008.
77 | Versión de Medea. Libro de poesía de elbio chitaro. Otoño 2008.
207| (aquí debería ir el título) Caja con postales (de poesía visual) de Colección RESCATE
Gustavo Wojciechowski (maca). Otoño 2008. (la poesía no tiene fecha de vencimiento)
4 | Odiario. Libro de Marcos Ibarra. Invierno 2008.
9 | Hojas de China. Libro de Gabriel Vieira. Invierno 2008. Primer Serie
20 | 20 x 20. Libro de poesía y diseño. 20 poetas argentinos interpretados por Premio PRIMERA CONVOCATORIA A PREMIOS EDITORIALES
20 diseñadores uruguayos / 20 poetas uruguayos interpretados por 20 dise- del Centro Cultural de España 2008
ñadores argentinos. Coedición con Editorial Argonauta (Buenos Aires).
Invierno 2008. 1 | Zafarranco solo de Cristina Carneiro
73 | Segundo Concurso Nacional de Cuentos Premio Paco Espínola. (epílogo de Gustavo Wojciechowski). Primavera 2008.
Varios autores. 2007. 2 | Paracaídas de Enrique Ricardo Garet
(epílogo de Luis Bravo). Primavera 2008.
3 | Estructuras de Ernesto Cristiani
(epílogo de Clemente Padín). Primavera 2008.
4 | Las anticipaciones del ángel amargo (Obra completa) de Pedro Picatto
(epílogo de Agamenón Castrillón). Primavera 2008

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