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Ismael Berroeta
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- Aunque les cueste creerlo, soy virgen -, les dije a las que me rodeaban.
- ¿Quién va a dar crédito a esa tremenda mentira? -, comentó la Pity con la cara
llena de risa.
hablar.
- ¡Oigan! -, les repliqué. - He afirmado que soy virgen pero no he dicho que me
disgusta el pene…
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estás en la galería.
risas y carcajadas, bien dispuestas por los tragos de vodka ingeridos en medio
de la conversación.
pensar que me lo puedan introducir, tanto o más que fuesen a inyectarme con
groseramente la Kika.
- Bueno, depende de lo que se entienda por eso. Mejor, escuchen mi relato y que
-o-
las herramientas. Ejerció, desde la primera vez que lo vi, una atracción imposible de
es decir, en cada uno de sus extremos se destacaba una cabeza similar al glande de
una verga de macho humano. Esto ocurría allá por los años sesenta, por lo cual debo
haber tenido los doce cumplidos. En esa época era muy amiga de la Rayén, una chica
vecina de la misma edad, con la cual compartíamos los juegos y, además, la curiosidad
por las cosas del sexo, que comenzaba a bullir en nuestro interior como una fuerza
inevitable. Varias veces nos habíamos observado mutuamente los genitales y nos
habíamos acariciado esas partes de manera espontánea, sin tener ni por asomo el
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debajo de unas matas de zarza en un lugar del fondo de la huerta y, en la medida que
me fui interesando más por el sexo, no tardé en asimilar su imagen en forma no muy
diferente a lo que podría haberlo hecho una mujer adulta. Recuerdo que la primera vez
vientre y comenzó a descender como una vibrante oleada por mi pubis y mi vulva,
siguiendo por la zona interna de los muslos, hasta perderse en la parte inferior de las
y que nutrió de humedad los labios, mojando mi ropa interior. Asegurándome de no ser
escondite y recuperé el objeto cristalino, el cual brilló ante mis ojos como la joya más
preciada. Aquél día hacía calor y, en forma espontánea, el vidrio se había entibiado. Lo
abundantemente con saliva. Luego, lo acerqué a mi pubis hasta tocar mi vulva con una
de las esféricas cabezas. La tibieza del objeto me produjo un agrado que me recorrió
escondida entre las zarzas, con las piernas abiertas pero recogidas, con los pies
frente a mis genitales. Desde esta postura podía ver las manipulaciones y así me
excitaba aún más. Con lentitud, al comienzo, más rápido, después, fui frotando los
labios y el clítoris, órganos que mi ignorancia era incapaz de identificar en esa época.
De pronto, me invadió una sensación indescriptible aunque tan placentera como - hasta
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ese momento - jamás la había experimentado. ¿Sería el primer orgasmo?. Hoy, adulta,
“Poco tiempo después que había iniciado la agradable costumbre de masturbarme con
existencia. Era un mocetón que con seguridad me doblaba la edad, moreno oscuro, de
pocas palabras, de grandes y blancos dientes y sonrisa fácil, que iluminaba su rostro
quejarse del calor imperante, le dije: “- Refrésquese pues, Lito” y le lancé agua con un
jarro que había sobre el antepecho de una ventana. Salí corriendo hacia el fondo de la
huerta y él, detrás de mí para alcanzarme. De esta forma, estuvimos unos minutos
jugando y corriendo hasta que, al final, me atrapó - o me dejé atrapar - cerca del
miraba hacia uno y otro lado. Pensé que iba a besarme - era lo que yo quería - pero se
rostro, pecho con pecho. “- ¿Qué esperará para besarme? “ -, pensaba. Sin embargo,
no lo hizo, y, en cambio, sentí que algo me pegaba en la vulva, entre las piernas, las
cuales me habían quedado abiertas, cruzadas por encima de las suyas. Una y otra vez
sentía el golpetear y refregar de una cosa indefinida contra mis partes, hasta que
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diría que eres virgen”. La frase me iluminó como un relámpago y, al poner los ojos en
morado que, a mis ojos casi infantiles, pareció tan descomunal como el de un equino.
Me encogí, lancé patadas en cualquier dirección y salí gateando con desesperación por
debajo del Lito. El moreno se apartó, cogió con la mano su aparato con el rostro
contraído de dolor y, al darse cuenta que yo corría hacia la casa, optó a su vez por
En este momento del relato, la atención prestada por la audiencia se interrumpió por
a patadas.
- Todos esos campesinos son unos animales -, comentó la Gorda Alejandra. - Son
violadores en potencia por la fuerte represión a que los obliga su medio social.
Pity.
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“El incidente vivido con el Lito - continué - me marcó para toda la vida. No quise saber
más del pene ni de los hombres. De ahí en adelante, pensé que cualquiera de ellos, a la
caso omiso del sufrimiento físico ligado a la temida operación. ¿Quién podría venirme
con cuentos si había visto a las perras y gatas quedar heladas de espanto y de dolor
con el primer coito?. A pesar de esto, no estaba dispuesta a renunciar al placer, el cual
con tanto agrado disfruté con el artefacto de vidrio. Aunque, ¡oh, sorpresa!, este
último se perdió sin saber cómo ni dónde. Por muchos meses no me había atrevido a
volver a mi lugar secreto y, cuando tuve ánimo suficiente, pude constatar que se había
esfumado sin dejar rastro. ¿Quién se lo había llevado?. ¿Un niño, un animal?. No
Lito, tuve valor para tantearme con los dedos. Nada más. El tiempo pasó. Mis padres
Estaba más grande, quinceañera. Allí, tuve que hacer frente a responsabilidades de
mujer adulta y me correspondió trabajar como ayudante en la cocina del negocio. Este
no me cupo duda que era lo que necesitaba para mis urgencias. La lavé cuidadosamente,
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sola, cogí la zanahoria con mano trémula y la acuné junto a mis pechos y mi cuello,
hasta que cobró la tibieza de mi cuerpo. La lamí y chupé con ansia, con lujuria, hasta
dejarla mojada. Enseguida, comencé a frotarla por el centro del nítido y tierno canal
que formaban los labios de mi vulva. Pequeños espasmos de placer me agitaban cuando
sentía que toda esa zona se dilataba y me invadía un calor extraño y excitante. Esta
vez, me instalé de costado, apoyada sobre el codo izquierdo, con la rodilla derecha
levantada, haciendo un triángulo con esta pierna con base en la superficie de la cama.
Mi mano derecha la apretaba con firmeza, como algo propio, que no soltaría bajo
ningún pretexto ni amenaza. Se extendían los segundos, los minutos, y la raíz pulía,
hacia adelante y hacia atrás, dispuesta con el extremo más delgado hacia mi ombligo
y con el otro hacia mis nalgas, en tanto mis líquidos la lubricaban y permitían que se
deslizara tan bien como un tren sobre los rieles. De pronto, me detuve. La separé de
mi piel, apunté su extremo redondeado hacia el centro del orificio vaginal y la apoyé
contra él, penetrando no más allá de un centímetro. Hacer esto y sentir que venía el
orgasmo ocurrió casi al mismo tiempo. La agitada respiración bajo las sábanas me hacía
sofocar, mezclándose con el placer, y emitir roncos ronroneos como una enorme gata
en celo.”
“Todo iba muy bien con mi dulce y amorosa Zanahoria hasta que sucedió lo imprevisto.
Me encontraba preparando las verduras para hacer una ensalada. Primero, comencé a
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lavar las lechugas y los tomates. Enseguida, las zanahorias. Había cogido una de éstas
con ambas manos y la fregaba con entusiasmo bajo el chorro de agua del lavaplatos, en
un movimiento de giro de ambos puños en sentido contrario uno de otro, cuando la raíz
el otro saltó, rodando por el suelo. Este pequeño incidente, que en circunstancias
soportar la vergüenza de que se enteraran que me masturbaba con un vegetal, con una
raíz?. Sin dejar pasar un minuto más, me dirigí al dormitorio, saqué a Zanahoria de su
escondite y regresé con ella hasta depositarla con cuidado en el pote de basura.”
silencio a mi alrededor. Todas me miraban. ¿Qué sucedía?. ¿Qué pasaría por sus
mentes?. ¿Es que ellas, secretamente, se introducían zanahorias y las invadía en ese
instante el terror de que un fragmento se les quedara retenido cerca del útero?.
- Bueno, no se pongan así, nadie ha ido al hospital -, les dije. - Dejen que les
cuente quien fue mi siguiente amigo -, momento en que un gesto de alivio aclaró
una zanahoria grande, más grueso, menos rígido y, por lo mismo, resistente a
quebrarse. Su color era verde oscuro y presentaba una ligera curva a lo largo de su
variedad Mongolia, esos de piel lisa, más suave que la más refinada de las zanahorias.
Mentalmente, me increpé yo misma. ¿Cómo podía ser tan imbécil y no haber reparado
antes en su existencia, siendo que centenares de pepinos habían pasado por mis manos
durante aquellos meses de ayudante de cocina?. Sin embargo, todo castigo debe tener
por sucesora una recompensa. Aquella precisa noche me acosté con Pepino, a quien
toda su rolliza circunferencia con una crema de manos. ¡Fue tan rico sentir como se
deslizaba por la vulva!. Me había acostado de espaldas, desnuda sobre la cama, con las
piernas un poco abiertas, teniendo cogido a Pepino con las dos manos, como quien toma
vez en cuando, me erguía un poco a mirar el excitante trabajo de pulido que realizaba
la herramienta sobre mi clítoris, hasta que, rendida por el orgasmo, dejé caer mis
brazos y la solté, exangüe. Tanto me gustó el trato de Pepino que repetí la operación
dos veces más. Entre una y otra, a la vez descanso y estimulante preparación, juntaba
inferior del pubis, entre los muslos. Por su mayor diámetro, forma y suavidad, la acción
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superficie mayor y rozaba todas mis cosas de ahí abajo de manera simultánea,
constatar que no había pepinos a la venta. ¿Creerán ustedes que casi se me partió
el corazón de pena?. ¡Qué angustia, Dios mío!. Si parecía que me faltaba el oxígeno.
Les pregunté a los vendedores. “- Se acabó la temporada, señorita, pero esta semana
comienza a llegar la variedad Siberia. Le puedo reservar las primeras cajas”. El tipo
cumplió su palabra. Ese fin de semana adquirí el nuevo producto, haciendo en primer
término mi reserva personal. Pepino Dos era extraordinario. Tenía unos cuarenta
centímetros de largo. De grosor, algo más delgado que el difunto. De cuerpo flexible y
extensión curva, insinuaba una mayor adaptabilidad a los huecos y sinuosidades del
cuerpo humano. Y tenía una virtud que lo caracterizaba aún más: la superficie era
suave pero de textura rugosa o estriada. Igual que de costumbre, tuve que esperar la
caída de la noche antes de lograr la absoluta intimidad con mi nuevo amigo. Lo preparé
entre el pecho y las manos. Después, sobre mi vientre. Le agregué una buena dosis de
crema. Siempre desnuda, me arrodillé sobre la cama y deje las piernas ligeramente
abiertas. Lo pasé por entre mis muslos, apegado a mi sexo, dejando sobresalir un
extremo por el lado del pubis y el otro, por detrás, entre los glúteos, manteniendo
cogida cada punta con una mano diferente. Lo que sigue, ya se lo imaginan. Inicié un
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atrás, al comienzo lento y luego más rápido. La acción duró poco. Me fui a los pocos
masturbatorio.”
“Pasaba el tiempo. La relación con mis tíos comenzó a deteriorarse. Los viejos me
obligaban a trabajar duro y me pagaban poco. Por esos días, estaba bastante crecida y
me había transformado en una mujer adulta que empezó a tomar conciencia de sus
del trabajador. Las cosas tomaron su rumbo más lógico. Simplemente, gracias a la
amistad con una chica que se desempeñaba en el barrio como mesera, conseguí empleo
en el mismo restorán, siempre como cocinera, pero con un sueldo mejor, un contrato
en regla y horarios de trabajo establecidos claramente. El local era casi nuevo, limpio
y con tecnología más moderna. Quedé de una pieza cuando caí en la cuenta que existía
un horno que funcionaba con electricidad y que calentaba los alimentos en cosa de
paja. El último de mis pepinos debí depositarlo en el tacho de desperdicios por cuanto
de estos frutos había terminado ese año. Comencé a pasar días muy malos. Mejor
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dicho, noches muy malas. Necesitaba a Pepino con desesperación y su falta me tenía
completamente desorientada. ¿Se sentirá así una viuda joven?. ¿Que la vida y los
deseos recorren su vientre, sus piernas, su carne toda y ya no está más el que era
capaz de aplacarlos?. ¿Qué hacer, Dios santo?. Por el día, me embargaba una tristeza,
un fatalismo, una desazón que impedía concentrarme en el trabajo. Por la noche, antes
de dormir, no pocas lágrimas derramaba sobre las sábanas. Como suele ocurrir muchas
hermoso color amarillo y su cuerpo lucía la curvatura y el diámetro ideales para tan
sagrados menesteres. Además, Banano ganó una cualidad que a ninguno de mis amantes
lograba entibiarlo en el punto justo y preciso para que su contacto con mis partes
fuese el más placentero que hubiera sentido hasta ese momento. Al anochecer, me
daba una ducha, me envolvía en mi bata y, después, relajada, ponía a Banano a punto
para la sesión de amor. ¿Para qué voy a describirles los detalles que ustedes ya
conocen?. Aunque si tuviese que expresarles de alguna forma esta nueva experiencia
Pepino con nota cinco, ¡a Banano tendría que ponerle un siete!. Lo malo para mi querido
platanito era que cada aventura terminaba mal para él. Me comportaba como una
abeja reina. Al acabar, mi furia sexual lo dañaba para siempre, la pulpa de la banana
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reventada en mi mano escurría entre mis dedos como si fuese el semen de un falo
recién eyaculado.”
de sus mejillas y sus miradas fijas en mis labios daban cuenta del marcado interés que
- Hay que reconocer que esta huevona cartucha lo ha pasado bien, aunque casi se
- No seas mal hablada, Kika, ella tiene derecho a contar sus experiencias y
nosotras tenemos la obligación de oírla con respeto, quizás con curiosidad, pero
sin dar esas opiniones que pueden hacerla arrepentirse de la franqueza que ha
- ¡Oye!, ¡machista!, ¿yo?. Si soy la más feminista de todas. ¡Machista!. Si soy más
por ese lado. Miren, yo tengo una pregunta a la relatora -, terció la Pity.
cualquier cosa. Hasta que la gorda Alejandra llenó el silencio con sus comentarios.
- Tengo una amiga que en su casa, en la sala de estar, estando yo de visita, tenía
tamaño, nada de extraordinario. Era como del porte común y corriente. Pero, de
textura, una maravilla. ¡Si era igual a los de verdad!. Estaba hecho de una
- ¿Si lo usaba?, desde luego, chica. Esta comadre es más o menos promiscua, le
gustan las orgías, o sea, las experiencias colectivas, como se dice ahora. A
veces, se junta con varias amigas y, si la ocasión les brinda pocos machos o
La gorda se cortó un poco, pero se recuperó en cosa de segundos y continuó con voz
firme.
- La verdad es que… sí. No vayan a creer que fue en una de esas bacanales… No
y me compré uno, encargándolo por teléfono. Los vendedores son super amables
y completamente discretos…
- ¿Por qué tienes que ser tan vulgar?. No es necesario que te expreses así para
Todas reímos, excitadas por los temas procaces y desinhibidas por el alcohol. Para mis
poner nota a este último, si nunca habló de haber usado el primero. Bueno, no lo sé,
silencio. La Kika, que era la que había bebido más, comenzó a presentar un aire mas
bien triste, agachó la cabeza, suspiró, volvió a levantarla con los ojos lacrimosos y
- Puchas, es cierto que con la paja se pasa bien en el momento pero, al final, es
pura mierda.
- Verdad -, agregó la Pity. - Al finalizar, es sólo eso, pura paja, algo vano, sin
sustancia…
anhela ser besada y acariciada por un hombre, y esto, ¿qué es? : solamente un
pedazo de plástico reforzado por las fantasías mentales de las pajeras. Cuando
- Y eso no es todo -, intervino la menuda Kika. - Con todas las huevadas que los
eres una cochina, qué sé yo, hasta una puta. ¡Qué mundo!. ¡Qué no pueda una
Sentí que las mejillas me ardían, por efecto que todas quedaron mirándome
estupefactas. Y continué:
- No es por llevar la contraria pero, no opino lo mismo. Para mí, ha sido una
mucho. Han sido mis verdaderos amantes. Por ahora, no pido más, ni tampoco
quiero menos. No usaría un consolador, una cosa artificial, muerta. Prefiero algo
vivo, que tenga células y tejidos vitales, sin importar su origen vegetal… Y nunca
- Chicas - dijo la gorda Alejandra - levantemos esta noche por última vez
-o-