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ARQUITECTURA NOVELADA:

BAELO CLAVDIA.

COMPOSICIÓN ARQUITECTÓNICA.
PABLO ÁLVAREZ FUNES. 3º A E. T. S. A. S.
ÍNDICE

Prólogo Pág. 3
La fundación Pág. 5
Los salazones Pág. 25
El crepúsculo Pág. 34
Aclaraciones Pág. 38
Glosario de términos. Pág. 40
Bibliografía Pág. 41

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PLANTA DE LA CIUDAD DE BAELO CLAUDIA

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PRÓLOGO.

El conocimiento de la arquitectura no se consigue sólo a base de planos y fotografías.


Necesita un soporte oral ó escrito para poder ser comprendida, siendo éste tan importante ó más
que la propia forma del edificio.
La descripción escrita de un lugar, construido ó no, permite hacernos una imagen en
nuestra mente del mismo, sobre todo tal emplazamiento ya no existe.
Se hace necesario cultivar las habilidades literarias además de las plásticas, pues como
hombre que es, el arquitecto necesita un lenguaje para expresarse, el cual sólo surge de la continua
lectura, no sólo de libros especializados, sino de novelas, artículos de periódico... En una época ante
todo de información visual y de cultura de la imagen y brillantes gestos estéticos, se está perdiendo
el gusto por la lectura y al escritura. Y esa pérdida, lejos de llevarnos a un nuevo concepto de
cultura y espacio, está dando lugar a un atrofiamiento de las capacidades del hombre, que en
muchos casos sólo se mueve al son de los gestos brillantes y las parafernalias estéticas de lo medios
de comunicación, sin pararse a reflexionar de lo que hace ó dice, pues sólo sigue los impulsos de
una moda.
El presente trabajo pretende ser un ejercicio de cómo la literatura es capaz de evocarnos
lugares, arquitectónicos ó naturales, acompañados de un soporte gráfico a modo de ayuda para la
reconstrucción mental de estos lugares. Pero las imágenes ofrecen momentos estáticos: son
incapaces por sí mismas de crear una trama argumental que nos hable cómo viven quienes habitan
en tales escenas. Deben por ello ir acompañadas de un texto que dinamice el proceso, que de vida y
movimiento a la imagen. Quizá podamos considerar el cine como un elemento que une en sí
literatura e imagen para crear una trama visual dinámica, pero el cine, por obvias razones de tiempo
y presupuesto, no puede mostrar con todo detalle la totalidad de un texto, pues hay aspectos que se
le escapan, como los ademanes ocultos, los olores...
El teatro y la ópera, sin embargo, sí son capaces de dinamizar mediante la imagen un texto,
pero por los recursos escénicos a los que puede recurrir y que en el cine resultan incongruentes, del
mismo modo que el cine tiene recursos que el teatro no puede emplear ni por asomo. Sirvan de
ejemplo los pensamientos en voz alta que los personajes de las obras teatrales u operísticas realizan
siempre de espaldas a los demás, que se retiran de la escena ó pasan a un papel secundario. Pero
esto no es sino un código configurado por la tradición y que es necesario conocer para comprender
la obra escénica.
Así, presentamos esta pequeña serie de relatos con la que queremos evocar la sociedad
romana, una sociedad que se valía mucho de la imagen monumental y estática para mostrarse a sí
misma como dueña y señora del mundo. Pero más allá de los grandes monumentos, esta
civilización fue también capaz de crear pequeños espacios acogedores y sobre todo lugares de
relación pública. Es por tanto nuestra intención, más que un estudio de modos de vida y

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costumbres, mostrar un cuadro dinámico de los pensamientos y sensaciones de las gentes de hace
dos mil años y que sentaron las bases de nuestra cultura.

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LA FUNDACIÓN.

42 d. C.

El emperador permanecía desde el inicio de la mañana encerrado en su despacho, con su


gabinete de técnicos. Era una sala espaciosa y bien iluminada acondicionada en el Palacio de su
predecesor Tiberio, que comunicada con un jardincito por una esbelta columnata. Éste poseía una
exedra con fuente al fondo y sus paredes estaban cubiertas por enredaderas, confiriendo un entorno
agradable y alejado del ruido del Foro. Las paredes interiores contenían anaqueles atestados de
pergaminos y había varias mesas repletas de planos y pequeñas maquetas. Pues si algo realmente
divertía a Tiberio Claudio Nerón Germánico, princeps del Senado Romano, era proyectar grandes
obras públicas. Se mantenían enfrascados en la construcción de un nuevo acueducto, que llevaría el
nombre de su creador: Aqua Claudia. Sus arcadas uniformes recorrerían varios kilómetros desde
Roma, ascendiendo hasta alcanzar los valles del río Anio. La labor tardaría unos años, pero era
necesario para las nuevas termas y fuentes que requería la ciudad en constante aumento de
población. Por eso habían diseñado los arcos para que resistiesen un doble canal que duplicara el
caudal sin necesidad de recurrir a nuevas y costosas construcciones. Sería una obra memorable

digna del intelecto de su autor y del imperio que gobernaba, pues a Roma no le arrendraban
minucias como colinas ó valles, campos ó bosques, ya que es capaz de superarlos siempre que le
parezca. Así, esta elegante y funcional construcción hidráulica sería capaz de rivalizar con otras
grandes estructuras del mundo, quizá más bellas e impresionantes, pero del todo inútiles, como las

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pirámides, meras tumbas sobre las que generaciones de trabajadores sudaron y maldijeron a sus
locos faraones. Pues la locura de un gobernante era capaz de acabar con su pueblo; o asó podría
preguntársele en el Hades a su sobrino Calígula.
Pero de él no diría lo mismo el Senado. Cierto es que sus condiciones físicas le habían
invalidado para el servicio militar y que su figura era visible a distancia: alto, barrigudo y con las
piernas renqueantes, todavía recordaba cuando los pretorianos lo llevaron a la Curia para hacerle
proclamar emperador.
- Ya sé que me consideráis un pobre necio - había dicho. Pero no lo soy. He fingido serlo.
Y por eso estoy aquí.
Esas palabras impresionaron al Senado, que posteriormente tuvo que admitir que ese
cincuentón sobrino de Tiberio era un buen administrador y un hombre con sentido común y visión
de futuro. Sin embargo, quienes estaban más a disgusto eran los pretorianos; pendientes de hacerse
con el control del imperio tras asesinar a Calígula, se encontraron con un supuesto necio que, si
bien les había gratificado generosamente, había mandado exterminar a los asesinos del emperador;
así pretendía instaurar, dijo tras decretar la orden, el principio de que no se debe asesinar a los
emperadores.

Intentó olvidarse de ello y concentrarse en el acueducto; ya estaba bien de intrigas, pues


sólo lograría con ello igualarse a los senadores, semejantes a un cubil de víboras dispuestos a
morder. Una vez estudiado el perfil del terreno y el recorrido que debía seguir, se procedía a
construir las arcadas sobre grandes pilones. Para mantener la pendiente constante los canales
transcurrirían sobre los arcos a una distancia considerable y con cierta inclinación, protegiendo el
agua de contaminaciones ó sustracciones. Para ello era necesario cuidar los cimientos, pues debían
soportar mucha carga: los pilones de bloques de piedra y hormigón, las arcadas y el doble canal con
un flujo continuo de agua, que también pesaba. Además, había que dejar bocas de salida cada cierta
distancia para el mantenimiento, pues con el tiempo se formaban depósitos de caliza que
obstruirían los canales. Aqua Claudia serviría de modelo para otros grandes acueductos del imperio.
Era necesario reordenar los territorios conquistados por sus predecesores. La división de
Octavio Augusto en provincias senatoriales e imperiales permitía una rápida y provisional
organización de las últimas, territorios recientemente conquistados que ocupaban las legiones. Éstas
se encargarían de establecer un sistema de carreteras y postas, además de transformar
paulatinamente su castra en ciudades en las que romanizar a los nativos. Muchos de estos territorios
estaban ya en condiciones de pasar al siguiente estado de civilización: redistribuir tierras, fundar
nuevas ciudades, y lo que él consideraba más importante, mejorar las infraestructuras, tanto urbanas
(termas, teatros, basílicas, acueductos...) como provinciales (calzadas, puentes, latifundios...). En
definitiva, lo indispensable para llamar a una provincia civilizada, como lo estaban siendo las
senatoriales, que ya contaban con pujantes ciudades y daban al imperio multitud de productos. Las
provincias imperiales al principio tenían muchos problemas con los nativos, y no era hasta pasada

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una generación cuando empezaba a considerarse el lugar como romano, pues sus habitantes ya
nacían bajo su dominio y se daban cuenta de las ventajas de pertenecer al estado más poderoso del
mundo.

-Princeps, es hora del prandium.


Le avisaba su secretario, Marco Aulio Atinio, liberto que Claudio había escogido para
resolver los asuntos comerciales de la Urbe con el resto del imperio. No en vano, Marco era
miembro de una sociedad de mercaderes y distribuidores de productos hispánicos, con almacenes
en varias ciudades del imperio. Dado su carácter emprendedor, con sólo veintitrés años poseía una
inmensa fortuna y Claudio se había propuesto elevarlo al rango senatorial y así ir renovando a los
anquilosados republicanos de la Curia. Algo después, comenzaría una campaña que demostrara sus
capacidades como estratego: la conquista de Britania. Marco le había puesto en contacto con varios
mercaderes, y se había empapado hasta la saciedad de los textos de Estrabón y César.
Britania era rica sobre todo en estaño, oro y plomo, y aunque el estaño ya se obtenía en
grandes cantidades de Hispania, el plomo y el oro le serían muy útiles. Sin embargo, residía el
problema de los druidas, quienes desde la isla arengaban a los galos a ofrecer resistencia al imperio y
constituía un grave problema. Además practicaban sacrificios humanos, algo totalmente bárbaro y
carente de sentido para cualquier romano civilizado. La conquista había de ser sencilla; había
elegido él mismo a los generales, todos hombres disciplinados que llevarían el mando romano a la
isla con rapidez. Él mismo supervisaría la campaña, y tras la conquista mandaría a Marco como
prefecto cuestor para organizar la provincia y sacarle el máximo partido a los recursos sin oprimir a
la población.
- Si tú lo dices... – dijo levantándose y arrastrando los pies hacia la clepsidra griega situada
en una esquina del aposento. Era un bello recipiente de vidrio con diversas marcas en oro que
indicaban las horas; el agua salía por un orificio en forma de boca y caía en un ánfora, para poder
ser reutilizada al día siguiente en el mismo cometido de marcar el inexorable tiempo. El emperador,
en su desconfianza, gustaba de comprobar personalmente cuanto se hacía ó comentaba en su
despacho, haciendo lo propio con la palabra de su secretario.
- Es verdad. Dime Marco, hombre previsor, ¿qué me has traído hoy?
Entre las funciones que incluía el secretariado de Marco estaba la de chambelán o
mayordomo de la pequeña corte de técnicos que el emperador se había creado. Era él quién decidía
qué proyectos se realizaban con prioridad y quien marcaba los ritmos de vida en aquel ala del
palacio. Hacía poco que había dado el descanso al resto de los técnicos, quienes se habían ido a las
proximidades del Foro a comer. Éste, tan ruidoso en la mañana, era ya un lugar desierto y
contribuía a dar mayor serenidad aún a la estancia en la que se encontraban.
- Señor, un exquisito plato del jardín de las Hespérides, magnífica cornucopia de manjares
con la que la Abundancia obsequia a quienes se acercan a comprobar la generosidad de sus tierras y

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habitantes. Mis mercaderes hubieron de hacer escala allí durante un temporal y comieron el manjar
que hoy traigo: garum belis.
- Bien es cierto que el garum es manjar de dioses; pero, ¿qué tiene éste de especial para que
así me lo pintes?
- No es el garum gaditanum corriente; proviene de unas factorías indígenas cercanas a
Carteya, un lugar llamado Belo.
- ¿Baelo?
- Se pronuncia más ó menos de ese modo. Podría pensarse que es igual que el carteyano,
pero éste es más nutritivo y suave al paladar.
- ¿Y a qué se debe el supuestamente exquisito sabor?
- Lo desconozco, pero es un producto excelente y adquirido a muy bajo precio... Una
lástima que no esté explotado.
Este último comentario de Marco no fue gratuito, pues tenía planes para con ese garum. En
primer lugar vendería la partida que consiguieran sus comerciantes a un precio infinitamente mayor;
la calidad era inigualable y si al emperador le gustaba, sus clientes y aduladores no dudarían en pagar
lo que fuese por servir en sus mesas un plato al gusto del emperador, bien conocido por su buen
yantar. Después, confiando en el seguro éxito, recomendaría al emperador la sustitución del enclave
indígena por un municipio de ciudadanía y derecho romano, para organizar la explotación a gran
escala del producto. Quién mejor que su sociedad, diría al emperador, para realizar tal cometido,
con lo que tendría una inversión a la larga muy lucrativa; adquirirían terrenos en la zona y se
retiraría allí a formar una familia, dirigiendo la producción desde una villa cercana que se construiría
al más puro estilo voluptuoso de Pompeya.
- Sí, una auténtica lástima... Pero probémoslo que ya me impaciento y las tripas suenan.
Hoy hace un buen día; comeremos en el patio.
Claudio se encaminó hacia allí, sentándose en la exedra; Marco trajo una mesita y un plato
con setas cocidas, la comida favorita del emperador. Sacó un frasco de vidrio y vertió sobre ellas el
negruzco contenido de la salsa de atún.

El plato resultó exquisito, pues Marco había mezclado sabiamente el garum con miel y vino
provenientes de la misma Belo, pues sus comerciantes, además de comprar este preciado
producto, también habían indagado en sus posibilidades; pues casi nadie tomaba el garum tal
como salía del ánfora, sino que se mezclaba con otros ingredientes para hacer salsas. Pero en
Roma sólo se mezclaba con demasiada agua ó vino, resultando más bien una bebida para abrir el
apetito que aderezo de una comida consistente. Mas todo eso pronto iba a cambiar, con sus
cambios en el mercado...
- Marco, ha sido el mejor garum que he comido - dijo Claudio mientras terminaba de rebañar
con pan el plato. No es como otras veces que aparece casi agua sucia y tiene un sabor fuerte.
Realmente espléndido, mejor que el néctar y la ambrosía.
Tras el primer plato de setas con garum vino una gran ensalada, completo muestrario de la
horticultura romana y por último un poco de jamón y costillas rescatados de la opípara cena que
el emperador había dado la noche anterior, todo ello regado con buen vino de la Campania. Y

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como colofón, dátiles e higos secos hasta la saciedad, servidos en cuencos de cerámica vidriada
con escenas rurales. Claudio era un gran comilón, por lo que el almuerzo duró largo rato y
cuando terminó todos los técnicos estaban nuevamente en la sala, confiriéndole su habitual
ruido de fondo a base de voces y estilos que rasgaban la cera y el pergamino.
Con un paso lento y renqueante, el emperador se dirigió hacia su mesa de trabajo, cogió unos
papeles y mandó llamar a Marco, quien estaba realizando una rápida inspección por las mesas.
Cuando terminó, fue dirigido a una gran sala abovedada en la que había un gran mapa del
mundo conocido, diferenciando claramente las partes integrantes del imperio de la barbarie. De
ésta última sólo se incluía su contorno, estando el interior cubierto por un trozo de cuero
ennegrecido; en contraposición, el imperio estaba muy bien descrito, indicando las principales
ciudades y su mejores productos con pequeñas miniaturas.
Junto al emperador había un militar de unos treinta años, probablemente un alto cargo a juzgar
por su indumentaria. Miraba a éste entre sorprendido y divertido, a la vez que lanzaba furtivas
miradas al mapa.
- Marco, te presento a Tito Flavio Vespasiano, uno de mis mejores generales. Viene de

Germania, donde ha realizado una brillante campaña que ha contribuido a ensanchar nuestras
fronteras. Gracias a gente como él, pronto todo éste mapa indicará los dominios de Roma, y
extenderemos nuestros límites hasta el fin del mundo...
“Y es por eso por lo que te he hecho llamar. He decidido que el Senado debe reconocerme no
sólo como un ratón de biblioteca que escribe tratados de geometría, construye acueductos y
deseca lagos, sino como un gran conquistador, al estilo de César. Así pues, me he decidido a
emprender una grandiosa campaña militar para la conquista de Britania.

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Mientras decía esto había retirado el trozo de cuero ennegrecido que ocupaba la isla, mostrando
un mapa similar al del resto del imperio, con pequeños puntos a modo de ciudades y largas
líneas de calzada que cosían todo el territorio. Incluso estaban marcados los productos que daría
la isla. Vespasiano y Marco miraban con curiosidad el mapa; Claudio debía haber realizado todo
ello en secreto y ahora miraba con satisfacción su obra; y si bien Marco todavía estaba algo
confundido, en Vespasiano era ya posible advertir una expresión triunfante.
- No me negaréis que la organización es perfecta.- El emperador hablaba animadamente.
“He pasado varios años, desde que mi sobrino Calígula me hizo senador, estudiando la
posibilidad, consultando a comerciantes y leyendo los textos de dos autoridades, Estrabón y
César, quienes estuvieron en la isla y ensalzan sus recursos.
- Desde luego...- Marco se mostraba inseguro.
- No pareces muy convencido... Mira Marco, si te he mandado llamar es porque tengo grandes
planes para ti. Has demostrado ser muy eficiente en tu cometido público, y nadie duda de tus
cualidades de inversor en el campo privado. Necesito alguien como tú para organizar la nueva
provincia; sabes que tengo razón y que las posibilidades que se te abrirían tras tu misión en
Britania te llevarían a adquirir el rango senatorial...
- Pero princeps, yo no quiero el rango senatorial; a lo máximo que aspiro es a formar parte del ordo
de Claudiópolis.
- ¿Cómo? - dijeron a la vez Vespasiano y Claudio, el primero entre risitas y el segundo
sorprendido. Ambos ojearon rápidamente el inmenso mapa ¿Dónde está esa ciudad?
- Aquí –dijo señalando en el mapa un punto en el sur de Hispania -, en el lado hispano de las
Columnas de Hércules, entre Carteya y Gades. Actualmente es un villorrio dedicado a la
producción de garum a pequeña escala; producen tan poco que a duras penas pueden exportar.
Allí fue de donde traje el garum que habéis comido en el prandium. Su calidad, como pudisteis
comprobar, es excelente, y sólo con la pequeña partida que adquirí, puedo triplicar la inversión
inicial. Soy capaz de convertir esa ciudad en un emporio de tal envergadura que eclipse a los
demás de Hispania, pues la zona es rica en todas las materias: buena piedra para esculpir, caza,
ganado, tierra para cultivo, y sus gentes son pacíficas, algo tacañas y desconfiadas, pero nada que
no se pueda mitigar con elementos de nuestra civilización. Dame un puñado de esclavos
estatales para organizar unas factorías y antes que volváis de vuestra campaña la ciudad de
Claudiópolis habrá dado al imperio ingentes cantidades de dinero.
- Pero jovencito... ¿Vas a compararme ser miembro de una curia local con formar parte
influyente dentro del gobierno del imperio?- Claudio intentaba hacerle entrar en razón; no podía
permitirse perderle. Vespasiano ó él podrían sucederle en el poder y continuar con su política de
reestructuración.
- Ya estoy harto de vivir en una ciudad en la que puedes morir a manos de cualquier asesino por
cualquier absurda razón. Deseo formar una familia y dedicarme al comercio desde allí. Yo
también me he informado y he estado un tiempo pensándolo. Hacedme cuestor ó pretor
extraordinario; convertiré la ciudad en una nueva Roma.
- Lo siento mucho pero no puedo prescindir de ti en Britania. Después de la campaña, si no
quieres ser senador, te daré todo lo necesario para que te retires a la Bética y fundes esa ciudad.
Le otorgaremos el rango de municipio de ciudadanía y derecho romano y serás duunviro. Y ya
no quiero hablar más, hay mucho que hacer y quiero comunicar cuanto antes la noticia al
Senado. Vespasiano y tú podéis tomaros el resto de la tarde libre: id a las termas, charlad un rato
y haceos amigos, que vais a tener que hacer mucho juntos próximamente.

Marco abandonó la sala acompañado de Vespasiano, quien resultó ser una persona muy
interesante: con sólo treinta y dos años ya tenía una brillantísima carrera: tribuno militar en
Tracia, cuestor en Creta y Cirenaica, edil, pretor y por último, comandante de la legión en
Germania. Tenía un carácter muy jovial y nada altanero, aunque a veces se dirigía a él como si

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fuera un adolescente, no en vano era casi diez años más joven que el militar; pero enseguida se
hicieron amigos. Marco se quedó admirado de ese tipo tan corpulento que le sacaba por lo
menos una cabeza en altura y que armaba un estruendo enorme cuando reía, cosa bastante
frecuente. Con todo, esa apariencia jovial y bonachona encerraba una persona disciplinada y un
tanto severa, un auténtico modelo de virtudes en aquella Roma corrupta.
Vespasiano terminó de contar a Marco los pormenores de la campaña, y sus verdaderas causas:
- En realidad – dijo con una amplia sonrisa-, los recursos, si bien abundantes a juzgar por los
testimonios, son un aspecto secundario. Claudio quería acabar con los druidas celtas britanos,
que desde la isla arengaban a sus consanguíneos galos para rebelarse contra el imperio; además,
realizan sacrificios humanos, cosa totalmente intolerable para una mente civilizada como la
nuestra. Si acabamos con toda la presencia druídica tendremos a nuestra disposición una
provincia de rango imperial, en la que con una adecuada organización podremos hacernos ricos
y dar al imperio una gloria que supere a la de la misma Grecia. ¿No te atrae la idea, chico?
- Me atrae la idea de dar gloria a Roma y de enriquecerme con ello, pero no volver aquí a esta
ciudad. Tú no la conoces, y has hecho bien: es cierto lo que le dije al emperador antes, que
cualquier ambicioso que te tenga tirria puede hacerte asesinar por cualquier tontería. Es una
ciudad dominada por la corrupción, la sangre y los banquetes orgiásticos. No me gusta, y por
eso quiero irme de aquí, retirarme a alguna provincia con mi pequeña fortuna, construirme una
villa y casarme con alguna nativa virtuosa que me dé muchos hijos que sean consuelo en mi
vejez.
- Bueno, no te preocupes. Recuerdo que cuando fui tribuno militar en Tracia se me vino el alma
al suelo; pensaba que iba a morir allí, y los asesinuchos de Roma no son nada comparado con
los feroces tracios. Pero mírame ahora, después de Tracia vinieron años felices en Creta y
Cirenaica, y ahora la gloria me espera en Britania y donde el servicio al imperio lo mande. He
visto cosas fascinantes y más bellas aún espero ver. Servir a Roma es un gran honor, y siempre
serás recordado por ello. Y cuando seas anciano en tu villa de las Columnas de Hércules, podrás
contarle a tus nietos y a quien quiera escucharte tus aventuras. Créeme, merece la pena; además,
irás con el séquito del emperador, y Claudio sólo es capaz de entablar batalla contra una legión
de ensaladas de setas.
Vespasiano dijo esto último entre carcajadas, que fueron acompañadas también por las de
Marco; el comandante le había convencido y además le inspiraba confianza.
“Espero pasar bastante tiempo con él – pensaba; será muy divertido tenerle a la mesa. Nos
contará muchas cosas y se nos hará más corta la estancia”.

Durante los días siguientes Claudio se reunió varias veces con Marco y Vespasiano, siempre en
la sala donde se encontraba el mapa, y cuidando que nadie les molestara. Tenían que preparar los
argumentos a dar al Senado y organizar las tropas; mientras Vespasiano se encargaba de esto
último, Claudio y Marco preparaban el discurso y las respuestas a posibles preguntas que
pudieran hacerles los senadores.
Hasta los idus de octubre el emperador no se decidió a exponer al senado su propuesta. No es
que no le faltaran ganas, pero era necesario dejarlo todo en orden en el Gabinete de técnicos;
nombró un nuevo chambelán, dio las pautas a seguir en la ejecución de Aqua Claudia y dictó
varios decretos que otorgaban total libertad de actuación al Gabinete en su ausencia. Terminado
esto, nombró a Marco tribuno militar, y encargó trajes militares de gala para los tres. Claudio
estaba muy ilusionado y se puso a diseñar los trajes, tomado como referencia antiguas estatuas,
por lo que se recorría Roma entera tomando nota de los modelos acompañado de Marco y
Vespasiano, quienes sin embargo no se mostraban muy entusiasmados. El joven comerciante se
había tomado empero muy en serio su condición de militar, por lo que estaba siempre
preguntando a Vespasiano sobre sus campañas militares. Éste sin embargo se mostraba
preocupado, pues sus dos compañeros se comportaban como niños ante un inminente viaje de
placer por el Adriático, cuando en verdad iban a una campaña militar en la que tendrían que
luchar contra duros enemigos. Debía hacerles ver que no estaban jugando, pero cuando veía los

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diseños de Claudio para su armadura, ó las preguntas que le hacía Marco y la imitación que hacía
de sus movimientos, no podía evitar soltar una estruendosa carcajada, dejando al emperador y al
nuevo tribuno con una mirada de asombro.
Por fin llegó el día, y los tres se encaminaron al foro. Claudio vestía un sobrio traje militar con
pocos pero elegantes ornamentos en oro que Vespasiano diseñó para él, pues los diseños del
emperador parecían más una cornucopia que una armadura para la guerra. Marco llevaba el
antiguo atuendo de Vespasiano, que éste arregló y limpió para regalárselo a su compañero tras
su mucha insistencia.
Cuando entraron en la Curia hubo un murmullo y algunas risitas: el emperador vestido para la
guerra tenía un aspecto curioso: un hombre de su edad y con tan mala salud... Los senadores
estaban acostumbrados a un Claudio togado, que entraba renqueando en la sala para sentarse
pesadamente en su puesto y emitir discursos con su voz tartajosa y escupiendo las palabras. El
hecho de ver al emperador esforzándose por parecer un gran general suscitaba la admiración ó
el sarcasmo; ahora su paso parecía más firme y decidido. Definitivamente llevaba un tiempo
planeando aquella “incursión”, pero ¿para qué?
Las voces se calmaron con la entrada de Marco y Vespasiano, que ofrecían un aspecto
impresionante con sus brillantes corazas y su yelmo bajo el brazo. Se colocaron a ambos lados
del emperador, quien presidía la Curia. Era un edificio bastante amplio y bastante alto con las

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paredes decoradas con estuco; presidía el centro de la sala una copia de la loba capitolina y bajo
el asiento del emperador, una victoria alada que su predecesor Augusto donó al Senado. Había
varias filas de escaños a los lados, que ese día, por haber convocado Claudio audiencia, estaban
atestados de senadores. Los hijos de éstos asomaban desde las puertas en espera del discurso del
emperador.
- Seguramente os preguntaréis por qué he venido hoy vestido de un modo que ya no
corresponde a mi edad ni a la vida que hasta ahora he llevado. Pero viendo que, no sé por qué,
me despreciáis por daros acueductos, puentes, calzadas, termas, una saneada administración,
etcétera, he decidido hacer una campaña digna de un Augusto ó un César, pues tengo pensado
emprender la próxima primavera una campaña de conquista contra Britania.
Una carcajada general invadió la sala. ¿Claudio conquistador? Si a duras penas puede seducir a
Mesalina, su mujer. ¿Se habrá vuelto loco como su sobrino Calígula? Todos reían; seguramente
huiría en la primera batalla y se lo encontrarían en algún camino temblando de miedo y con un
ataque de nervios.
Más risas. Claudio estaba rojo de indignación, ira y vergüenza. Parecía a punto de llorar, pero la
serenidad que Vespasiano y Marco imponían le calmó. Éstos se plantaron muy serios a ambos
lados del emperador como si fuesen sus guardaespaldas. Las espadas les brillaban en el cinto y
fue eso lo que hizo calmar al Senado. Quizá fuesen pretorianos y tal vez hubiese más fuera
dispuestos a una carnicería si fuera necesario. Mejor andarse con cuidado y escuchar al
emperador, a lo mejor decía ahora algo sensato...

La elocuencia de Claudio acabó convenciendo al Senado; aprobada campaña, ésta se inició en la


primavera del año 796 de la era romana. La marcha era rápida y en mayo ya estaban cruzando el
Canal de la Mancha. El emperador estaba encantado con el viaje, al igual que Marco; Vespasiano
poco a poco les iba advirtiendo de lo que se avecinaba, recomendando al emperador y a Marco
mantenerse alejado del frente. Si bien el primero se mostró conforme con la sugerencia, el
segundo prefirió acompañar a Vespasiano en todo momento.
- Si he venido aquí es porque el emperador me ha encargado hacer una organización provisional
de la provincia, cosa que no puedo hacer sin conocerla. Con Vespasiano estaré seguro y podré
conocer a fondo el territorio para cumplir cuanto ante mi cometido.
El emperador y el general sonrieron ante la valentía y decisión del chico. “Lástima que después
se retire a esa nueva ciudad. Podría llegar muy lejos a Roma”, pensaron a la vez ambos
personajes mientras divisaban los blancos acantilados de la costa de Britania.

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45 d. C.

Marco se encaminó hacia la residencia que el emperador se había habilitado en


Londinium, un edificio grande y sobrio situado en el centro de la ciudad. Situado en uno de los
lados del pequeño foro en construcción, estaba distribuido en torno a un patio central al que se
accedía por un arco de ladrillo. La planta baja estaba llena de pequeñas oficinas que recordaban
al gabinete de técnicos que Claudio tenía en Roma, y en el lado que daba al foro una segunda
planta albergaba las dependencias del emperador.
Una vez allí, pidió audiencia con el emperador para comentarle los informes de la
conquista:
- Princeps, todo el suroeste de la isla está bajo dominio romano. Una vez sojuzgados los
Durotriges, la conquista del noroeste es cuestión de tiempo. Las calzadas avanzan en esa
dirección, haciendo de frontera. Las líneas generales de la organización provincial están
marcadas; el sistema de postas mantiene comunicadas las ciudades de Calleva Atrebatum y
Londinium, y pronto comenzaremos a explotar las minas.
Claudio miró al joven tribuno; había cambiado mucho en esos tres años. Ahora era más
maduro y en compañía de Vespasiano había recorrido toda la provincia y supervisado la
construcción de nuevas infraestructuras; de hecho, el trazado de Calleva era obra suya. El
emperador se preguntaba si continuaba con sus planes en las columnas de Hércules.
- Bien hecho, Marco. Supongo que nuestra labor aquí ya ha terminado. Hemos trabajado
duro estos tres años y en Roma nos echarán de menos; se dice incluso que he muerto, y que el
pueblo está de luto y congoja. ¡Quién me lo iba a decir! Yo, Claudio, el emperador tonto, el
hazmerreír del Senado, llorado por Roma. Me resulta curioso.
El emperador se reía con una risita nerviosa que pronto contagió a Marco. Era realmente
extraño que un emperador tan poco admirado se convirtiera así, de sopetón, en un ser querido
hasta tal punto. Pero quizá todo fueran rumores y sería mejor volver a Roma para poner orden a
una posible usurpación del trono por parte de algún senador demasiado listo.
- Mandaré llamar a Vespasiano. Ha demostrado ser un brillante general y hay que
condecorarlo, al igual que a ti.
- Pero princeps, ¿no sigue en pie la promesa? ¿No podré retirarme a Claudiópolis? - El tono
de Marco era casi suplicante.
- Ah, Claudiópolis... ¿No te parece un nombre un tanto ridículo? – Claudio sonreía; al final
el comerciante se saldría con la suya. Era una lástima perderlo.
Tendremos que cambiarle el nombre... ¿Cómo dijiste que era su nombre indígena?
¿Algo así como Baelo? Sí, Baelo Claudia es un nombre correcto. A los iberos les gusta que el
nombre de la ciudad en la que viven les recuerde sus orígenes. Al fin y al cabo nosotros nos
limitamos a concederle estatutos, y así mi nombre quedará ligado a su entrada en la civilización.
Roma siempre cumple su palabra con los que le son fieles. Marco, si ese es tu deseo, te
será concedido. Pero tienes que venir a Roma para que partas con el nuevo procónsul y no
tengas problemas. Nos iremos pronto, con el próximo barco que salga hacia las Galias; la
humedad de aquí es fatal para mi reuma.
El semblante de Marco estaba ahora iluminado. Su sueño por fin se veía cumplido.
“Aunque echaré de menos a Claudio y a Vespasiano - pensaba, volveré a ver a mis
viejos amigos comerciantes. Prometieron ayudarme en mi empresa y estarán encantados con
venir conmigo a romanizar la ciudad. Nos haremos ricos”.
Vespasiano se reunió con ellos varios días después, tras haber incorporado a los
dominios del imperio varias tribus especialmente belicosas. Claudio organizó un gran banquete
al que invitó a todos los generales, a quienes instó a ampliar el territorio romano por toda la isla.
Al día siguiente, y ante la vista de todas las legiones, el emperador embarcó hacia las Galias, no

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sin antes haberles dirigido un discurso arengándoles a llevar la gloria de Roma hasta el fin del
mundo.

El viaje transcurrió sin ningún incidente grave. La marcha era rápida, y casi todas las
noches dormían en la villa de algún rico hacendado galo, que se mostraba encantado de poder
atender a tan grandes personajes. Claudio examinaba cuidadosamente cada uno de sus
anfitriones, en busca de nuevos aspirantes para el Senado, al que había que limpiar de tanta
corrupción y decadencia. Mientras, Marco y Vespasiano hacían las delicias de mujeres y niños de
la casa contándoles sus aventuras en Britania, que exageraban hasta tal punto que todos
acababan muertos de risa. Al terminar estas veladas, cuando ya iban a acostarse, Marco siempre
decía lo mismo al general:
- Esta es la vida que quiero llevar. Cuando esté asentado en Baelo Claudia, ven a verme
que siempre serás bien recibido.

La llegada a Roma supuso un gran acontecimiento, siendo recibidos con gran júbilo por
parte del pueblo. El Senado le esperaba al pie del Capitolio, y Británico, el hijito de Claudio,
entregó una corona de oro a su padre en nombre del Senado. Tras los obligados días de festejos
y exhibición de los esclavos, trofeos y un amplio muestrario de productos britanos, Claudio y
Marco comparecieron en la Curia. Era la época del nombramiento de los magistrados para el
gobierno, y el emperador quería asegurarse alguien de confianza para la Bética. Aunque la
administración de esta provincia dependiera del Senado, Claudio pretendía que los beneficios de
la ciudad fueran a parar directamente a su bolsillo. La producción de garum estaría asegurada
por el empleo de esclavos estatales supervisados por los nativos y el gobierno de la ciudad
recaería sobre Marco, quien se encargaría de formar el ordo. Le convenía por tanto un procónsul
que no molestara mucho a su joven comerciante en su cometido de fundación de una ciudad.
Aunque Marco estaba muy nervioso, todo salió bastante bien. El procónsul de la Bética,
Cneo Pomponio Maso, era un buen amigo del emperador que no puso objeción alguna al
proyecto de la nueva ciudad. Cneo era ya mayor y había sido procónsul otras dos veces, en
Sicilia y en Cirenaica, por lo que se ofreció como asesor; Marco, sin embargo, rehusó
educadamente su ofrecimiento, ante el pasmo del procónsul y el agrado del emperador.
- He rehusado su ayuda – dijo a Claudio en su última audiencia antes de partir-, porque
si en Britania fui capaz de organizar una provincia, en las Columnas de Hércules seré capaz de
construir una ciudad y hacerla productiva.
Claudio se limitó a sonreír y a darle sus mejores deseos, pues sabía que no volvería a
verle jamás. Ambos se despidieron con lágrimas en los ojos, pues tras cuatro años tenían fuertes
vínculos de amistad.
- Que los dioses te sean propicios, joven Marco. Ve con mis mejores deseos y funda una
ciudad digna de llamarse romana.

Marco llegó a Carteya, el puerto más cercano a Baelo, en la primavera del año 799 de
Roma. Allí le esperaban sus antiguos amigos de la sociedad de comerciantes, Decio Druso
Cecilio, y Cayo Nonio Ómulo, quienes durante esos tres años habían estudiado el territorio y sus
posibilidades. Eran un poco mayores que Marco, de la edad de Vespasiano e igual de joviales.
Decio era un hombre bajito, rollizo, rubicundo y sonrosado, con una amplia sonrisa en la boca y
los ojos siempre entornados. Cayo, sin embargo, era muy alto, delgado y más serio, aunque en el
fondo era el mejor contando chistes y gastando bromas.
La zona de las columnas de Hércules estaba compuesta de un conglomerado de
asentamientos, romanos o no, casi especializados en determinadas funciones. Todos estaban
bien comunicados por la vía Heraclea ó por caminos tradicionales que se conectaban al trazado
de la calzada. Calpe, construida sobre un escarpado promontorio, era una plaza fuerte desde la

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que se divisaba todo el estrecho y la bahía a la que daba su nombre. Carteia, la antigua colonia
republicana, tenía unas buenas instalaciones para la fabricación de garum y unos astilleros. Junto
con Portus Albus eran las dos ciudades de la zona que hasta el reinado de Claudio poseían una
ceca; esta última ciudad tenía sobre todo muchos hornos de ánforas y ladrillos, que abastecían
sobre todo a la vecina Carteya y algunos núcleos del interior como la ciudad de Oba. Pasado
Portus Albus se llegaba a Catearia, pequeño poblado de pescadores que vendían sus productos
en Carteya. Más allá seguía un terreno muy escarpado y cubierto de bosques tan espesos que el
recorrido hacia la siguiente ciudad, Julia Transducta, había de hacerse bordeando el litoral. Esta
ciudad fundada por Augusto era el punto de embarque hacia la Mauritania. Pasada esta venía
Mellaria, pequeña aldea rodeada de colmenas de las que se extraía una deliciosa miel; el siguiente
enclave era Belo, que en realidad englobaba tres poblados: el mayor, situado en la costa, donde
se fabricaban los salazones con los que Marco deleitó al emperador, otro cercano Mellaria cuyos
habitantes vivían en cuevas, y por último un asentamiento casi tan grande como el costero
situado en una montaña cercana. Al parecer era un antiguo poblado en el que se refugió el
general Sertorio durante la guerra civil, habitado por varias familias de pastores que también
mantenían un santuario a una deidad local.

En su primer verano en Hispania Marco procuró entrar en contacto con el terreno. Sin
duda lo que más le llamó la atención fueron los enérgicos vientos que predominaban en la zona,
sobre todo los de Levante. También era curioso las diferencias climáticas existentes entre la
ensenada de Baelo y la aldea de Mellaria, y la bahía de Calpe, pues una podía estar metida en un
violento temporal y la otra disfrutar de un tiempo tranquilo.
Todo ello daba unas peculiares características
a los edificios de la zona, que no eran tan abiertos
como las ciudades de Italia. Las viviendas se
construían cerradas en torno a patios y con pocas
aberturas, para evitar la entrada de las fuertes
corrientes de aire. Incluso algunas tenían las cubiertas
bien atadas a los muros y al suelo para evitar que el
viento se las llevara.
Las gentes del lugar también vivían adaptadas
al viento, protegiéndose del mismo con capas y
gruesas ropas, sobre todo las mujeres, quienes se
envolvían en mantos oscuros dejando solamente a la
vista el rostro. Esto les daba un aire muy introvertido:

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eran personas muy calladas y serias cuando estaban en público, pero dentro de sus casas se
volvían hospitalarias, y muy charlatanas, deseosas de comentar hasta el más mínimo
acontecimiento del lugar.
Así, varios días después de llegar Marco a Carteya, estaba en boca de todo el mundo en
la bahía de Calpe que había llegado un joven prefecto del procónsul. Lo que no sabían era lo que
había venido a hacer, por lo que las autoridades invitaron repetidas veces a Marco a banquetes y
recepciones a fin de sonsacarle algo. Pero no pusieron buena cara al saber que Baelo iba a ser un
municipio romano, pues veían en el asentamiento un posible rival comercial. En un principio se
mostraron reacios a prestarle ayuda, mas cuando Marco les enseñó los decretos imperiales no
pusieron ninguna objeción. Al fin y al cabo estaban muy bien siendo una colonia, y por esa
deslealtad el emperador podría quitarles sus privilegios y reducirlos a una civitas stipendiaria.

Una vez que las autoridades de la colonia se mostraron dispuestas a ayudarles en lo que
hiciera falta, mediante la colaboración de los ediles y constructores locales en el levantamiento
de la ciudad, Marco se encaminó hacia Baelo acompañado por Decio y Cayo. Habían salido de
Carteya muy temprano en una mañana de fines de verano, cogiendo la calzada costera que
pasaba por Portus Albus y Caetaria, de donde los pescadores salían a faenar. Iban montados en
fuertes burros y se protegían del fuerte sol del mediodía con parasoles.
- ¿Cuánto tiempo crees que tardaremos en poder llamar a este pueblucho un municipio
romano?, preguntó Decio riéndose a Marco cuando se aproximaban a Baelo.
- Poco, pues ya está casi todo hecho. Sólo hay que darle un cierto toque de civilización
romana: calles pavimentadas, un foro con tiendas, unas termas...
- Y una muralla. No te olvides de las defensas contra los mauritanos. –Puntualizó Cayo.
- Sí Cayo, y una muralla con bellas puertas que nos inviten a entrar y degustar la
especialidad culinaria local: el garum Aulius. - Bromeó Decio haciendo exagerados ademanes de
camarero. Los tres rompieron a reír.

Cneo los estaba esperando allí. Ya había hablado con el cabecilla local, un tal Luxinio,
quien se había mostrado ante la idea de ver su aldea convertida en toda una ciudad romana. Los
habitantes de Baelo estaban muy romanizados y todos hablaban latín, por lo que no hubo
problemas para entenderse.
- Honorables romanos - dijo el cabecilla en un latín bastante pulcro y con varias
reverencias-, mi pueblo se siente halagado por la bondad del emperador.
Acto seguido les mostró el asentamiento, un rectángulo protegido por una pequeña
muralla de piedra dentro del cual discurrían varias calles rectas de tierra apisonada. Las casas
eran todas de piedra, del tipo de las de Carteya, cerradas en torno a patios y con sus techumbres
de pasto bien atadas a los muros. Fuera del pueblo, pegados a la playa, las “factorías”, dos largos
barracones de madera, uno para el proceso de fabricación del garum, con una larga mesa de
piedra en el centro, y otro para su almacenamiento.
Terminada la visita los invitó a comer a su casa, un edificio situado en el centro de la aldea,
un poco mayor que los demás, y que como distintivo tenía todo su perímetro e interior
pavimentado con una piedra azulada y muy brillante. Allí les presentó a su mujer, Turibriga, y su
hija, Tursina. La madre era muy alta y gruesa, toda ella envuelta en un inmenso manto que sólo
le dejaba a la vista su rechoncha y alegre cara. Su hija era mucho más menuda y el manto sólo le
dejaba a la vista sus ojos verdes, que no apartaba de Marco.
- Fíjate en la mujer, Decio, es tu versión femenina. – Bromeó en voz baja Cayo.
- Sí, ¿cuántas ovejas habrán tenido que esquilar para tejerle ese inmenso manto?, ¿y el tinte?
¿cuántas ánforas habrán sido necesarias?
Mientras ellos cuchicheaban, Cneo y Marco exponían el programa urbanístico a Luxinio.

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- En primer lugar – empezó Cneo-, comenzaremos por el trazado de la muralla y las calles,
reservando los terrenos para obras públicas y loteando el resto. Pronto llegará una partida de
soldados para participar en la construcción de la ciudad, aunque el grueso de la mano de obra
habrá de ser local.
El cabecilla y su mujer asentían con amplias sonrisas. Por las ventanas se veían las
cabezas de los habitantes intentando captar la conversación.
- Por tanto – continuó Marco-, será necesario expropiar casi todas las viviendas, que
serán correspondientemente reubicadas en las parcelas resultantes del loteo. El perímetro
amurallado casi triplica al actual asentamiento, pues será necesario alojar a las cuadrillas de
esclavos estatales encargados de las nuevas factorías.
- Y no olvidéis los temporeros –les interrumpió Luxinio. En tiempos de pesca nuestra
población se duplica y hasta ahora se habilitaban viviendas provisionales de madera que después
se desmontaban y utilizaban como combustible.
Marco hizo una mueca. No había contado con ello, pero obviamente era un aspecto
importante a tener en cuenta.
Cneo por su parte no hizo intento de intervención. Estaba todavía un poco resentido
por la réplica de Marco ante el emperador y quería saber hasta qué punto el comerciante era
capaz de solucionar ese tipo de problemas.
- Ese es un factor que no habíamos tenido en cuenta, pero lo solucionaremos
construyendo viviendas financiadas por el municipio que después alquilaremos a los temporeros.
Será una forma sencilla de recaudar impuestos que nos proporcionará unos saneados ingresos
para el ornato de la ciudad.
Se había expresado de un modo elocuente y previsor, como buen hombre de negocios,
y dejó a todos perplejos y satisfechos con su contestación. Desde entonces el procónsul confió
plenamente en Marco y le prestaría total ayuda y colaboración.

El resto invierno lo pasaron proyectando el trazado de la ciudad. Ésta era una cuadrado
dividido en cuatro partes por las dos calles principales, el cardo máximo y el decumano máximo;
ésta última coincidía con el trazado de la Vía Heraclea, por lo que sería más ancha que las
demás. El cardo máximo unía la el foro y sus tiendas con el puerto y las factorías de salazones.
En el lado de la costa no había muralla, y para guarecer el puerto prolongaron varios metros
hacia dentro los brazos de la muralla, curvándolos ligeramente hacia dentro para protegerlo. La
muralla portuaria terminaba en dos fuertes torres cuadrangulares a modo de faros.
- ¡Por todos mis antepasados! – exclamó impresionado Luxinio cuando vio el plano-
pero si todo el pueblo cabe en el foro.
Había exagerado un poco, pero bien era verdad que el asentamiento era mucho mayor
que la población de Belo.
- No te preocupes, pronto se llenará. Una ciudad próspera como la que esta va a ser
atrae grandes cantidades de población. Incluso puede ser necesario ampliar la muralla.
Marco estaba muy ilusionado con su proyecto, pero a Luxinio le brillaban los ojos, pues
se veía como un gran gobernante recibiendo honores de sus habitantes y del mismo emperador.

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Una vez terminado el trazado general de la muralla y de las calles, se procedió al loteo
de parcelas. A cada habitante de Belo le correspondía una parcela el doble de grande que su
pequeña choza original. Decidieron adaptar la tipología edificatoria local a la romana, obligando
a realizar todas las cubiertas de teja y a organizar todas las viviendas en torno a un patio lo
suficientemente grande para dar luz y ventilación a todas las estancias.
Los nativos no conocían el uso de esta técnica, por lo que hubo que contratar a unos
especialistas de Portus Albus para que les enseñaran a techar con tégulas romanas. Pronto

vieron Decio y Cayo las posibilidades de la industria alfarera y se apresuraron a examinar los
hornos de esta ciudad.
- La producción cerámica en Portus Albus está poco desarrollada y no tiene
organización alguna. – Explicaron ambos comerciantes a Marco tras su inspección-. Hemos
decidido trasladarnos allí, ir adquiriendo los hornos y montar una industria en condiciones que
suministre ánforas y materiales de construcción a la ciudad.
- Es una idea excelente, que os reportará grandes beneficios. Hay que llevar la
organización romana a esta zona, hacerla una pequeña Roma.
Marco sonreía a sus amigos mientras en Luxinio era posible ver una expresión de
éxtasis, pues ahora veía su ciudad como una estación de descanso al estilo de Itálica.

El primer problema con el que se encontraron fue el de la piedra. No porque no


hubiera, sino porque no había canteras debidamente explotadas. Luxinio enseñó a Marco los
lugares donde habían extraído la piedra azulada del pavimento de su casa, una colina cercana a la
ciudad, al pie de una inmensa peña boscosa.
- La extracción aquí es fácil, pues esta piedra se presenta en láminas. – Le explicó
Luxinio. Pero no es buena para construir, sólo para suelos.

19
- ¿Y dónde encontrar piedra para los edificios?
- Cerca de la calzada hay unas rocas inmensas que ahora mismo están cubiertas por la
arena. Mis antepasados extrajeron de ahí el material necesario para construir el pueblo.
El cabecilla le llevó entonces al lugar, una alta duna de la que sobresalía una loma rocosa
redondeada. La piedra era muy porosa y blanda, pero valdría para el relleno de los muros; para
revestimiento emplearían piedra arenisca procedente de la sierra. Al fin y al cabo no importaba si
el material era estético, pues de no serlo se revestirían los muros de capas de estuco imitando
mármol.
A Marco le gustó al sierra; era un espeso bosque de chaparros del que sobresalían
algunas enormes rocas, como si de una costa rocosa se tratara.
“Una vez esté asentado – pensaba-, me construiré una villa aquí. Tiene unas vistas
espléndidas hacia la Mauritania. Pienso pedirle a Luxinio la mano de Tursina. Aunque lo único
que conozco de ella son su nombre y sus ojos, me he enamorado de ella. Sí, seguro que el jefe
accede a que un ciudadano romano se case con ella, y así sus nietos sean romanos de sangre y
ciudadanía.”

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Un año después de su llegada a las Columnas de Hércules, y comenzando el noveno
siglo Roma, el asentamiento turdetano de Belo pasó a ser el municipio romano de Baelo
Claudia. Fue una solemne ceremonia celebrada a las afueras del pueblo; Cneo ofició de
sacerdote cumpliendo con el antiquísimo rito de fundación de una ciudad: con un arado que
tiraban una vaca blanca y un toro, trazó un surco alrededor de la superficie elegida. Sobre este
surco se regirían las murallas de la ciudad y dentro del mismo la protección de los dioses
quedaba asegurada. Sólo se levantó el arado en los puntos donde se colocarían las puertas de la
muralla.

Al día siguiente llegaron los agrimensores y comenzaron a nivelar el terreno donde se


construiría la ciudad. Con ellos allí se empezó a plantear el recorrido de los acueductos, pues si
bien Marco había propuesto al construcción de una cisterna en un promontorio pegado a la
ciudad, no había tenido en cuenta el trazado de los acueductos. A decir verdad, pensaba en una
solemne obra como Aqua Claudia, pero tras consultar con los ingenieros, tuvo que conformarse
con el trazado de tres pequeños acueductos que conectaran al ciudad con tres manantiales
situados en las sierras que enmarcaban la ciudad. La realización no fue difícil, pues Marco estaba
acostumbrado a las obras del gabinete de Claudio y en seguida se puso a dar órdenes para
completar la construcción cuanto antes posible, pues el agua era necesaria para las inmensas
instalaciones de salazón de atún que se estaban construyendo en los solares ocupados por las
barracas. Ocupaban toda la parte baja de la ciudad y eran varios edificios alargados de dos
plantas. En la planta baja se situaban las mesas para trocear el atún y unas piletas de varios
metros de profundidad donde éste se salaba, además de una serie de fuentes y canales para
facilitar la limpieza del recinto; la primera era un almacén.
Tras las factorías, se comenzó a pavimentar las calles y a construir el foro, el cual
ocupaba un gran rectángulo en la intersección del cardo y el decumano, correspondiente al
perímetro del primer asentamiento. Así evitaban posibles rencillas entre los primitivos
habitantes a cuenta de la permanencia de uno u otro en el antiguo recinto. Por otro lado, venía a
simbolizar la supremacía de Roma sobre las estructuras indígenas, aunque de esto último sólo se
daba cuenta Marco.

Cuatro años después de iniciar las obras de la ciudad, ésta tenía sus principales
estructuras construidas. El foro ofrecía un aspecto monumental, con los edificios público y las
tiendas situados a ambos lados del eje que configuraban la basílica y los templos de la Tríada
Capitolina, Júpiter, Juno y Minerva.

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FORO
TEMPLOS DE LA TRIADA CAPITOLINA

CARDO MAXIMO
ROSTRA

TEMPLO DEL CULTO IMPERIAL

TIENDAS
CURIA

TABULARIUM

BASILICA

DECUMANO MAXIMO

Las parcelas estaban en su práctica totalidad ocupadas con las casas de tipología híbrida,
y aunque la mitad de ellas estaban destinadas a los temporeros, fueron pronto repartidas entre
los nuevos habitantes que llegaban a la ciudad, la mayoría procedentes sobre todo de los dos
pueblos cercanos a Baelo y los núcleos del interior.
Mientras tanto, Marco se había construido una villa cerca de las canteras, en un lugar
muy resguardado del viento por un tupido bosque de chaparros y pinos. La construcción era
bien sencilla: ocho habitaciones en torno a un patio cuadrado, con pequeñas ventanas hacia el
exterior, con la excepción de una pieza situada al este, el tablinum, que se abría mediante un
pórtico para disfrutar las vistas de la Mauritania. Pero pronto se dio cuenta de la inadecuado de
esa resolución, debido a los fuertes vientos, por lo que decidió encargar una celosía vidriada a
Italia, aprovechando para mandar una carta Claudio y Vespasiano, pues no recibía noticias de
ellos desde hacía cinco años. El emperador se pondría contento con la inmensa ánfora de garum
que le mandaba, además de varios regalos de Luxinio y otros habitantes de Baelo, sobre todo
artísticas esteras y botes de miel de Mellaria.

22
TABLINVM

ATRIVM

VESTIBVLUVM

El día de salida del barco desde el puerto de Baelo, Marco se encontró con Turibriga y
Tursina en las tiendas del foro, que gracias al incipiente comercio ofrecían de todo. Madre e hija
llevaban sus espesos mantos y se acercaron apresuradamente al comerciante, cogiéndole de los
brazos y casi arrastrándolo a la nueva casa del cabecilla. Cuando entraron ambas se descubrieron
los rostros. Marco ya conocía la rubicunda cara de Turibriga, pero por primera vez pudo ver a la
bella Tursina, con sus ojos verdes, su pelo trigueño y su armoniosa sonrisa de estatua clásica.
- Te hemos traído aquí – le dijo la madre con su habitual sonrisa- para que le pidas a mi
esposo la mano de mi hija. Ya se le pasa la edad de casarse y sólo tiene ojos para ti. Pero como
nunca te veía no podíamos decirte nada. Por eso te hemos hecho venir.

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- Quiero que sepas que me enamoré de ti desde el primer momento... - Tursina se
acercó lentamente a Marco y dio un leve beso en los labios, acariciando la barba recortada que se
había dejado el comerciante desde su llegada a Hispania.
Marco no sabía como reaccionar, pues si bien él también se sentía atraído por Tursina,
le resultaba muy violenta la escena que se estaba desarrollando. Pero ante la gesticulación de
Turibriga, Marco no pudo menos que abrazar a su hija y devolverle un apasionado beso, con el
que dejó claro que él también la amaba.
Luxinio observaba satisfecho escondido tras unas cortinas; aunque habían obtenido la
ciudadanía romana por parte del emperador, no sería bajo ningún concepto un mal partido el
casamiento de su hija con un ciudadano romano de pura cepa.
Al día siguiente, Marco fue a pedir al cabecilla la mano de su hija, todo un gran
acontecimiento en la ciudad, que pocos días después celebró su boda. La fiesta duró varios días,
donde hasta los esclavos danzaron y comieron hasta la saciedad. Terminada ésta, los esposos se
retiraron a la villa cercana a las canteras para comenzar allí su boda conyugal.

52 d. C.

En el puerto había un gran revuelo, pues una galera imperial estaba atracada en el
muelle. El legado andaba buscando a los miembros del ordo, pues el emperador les mandaba sus
saludos y les hacía varios regalos. La oligarquía local, con Marco y Luxinio al frente, se reunió en
la curia para oír el mensaje del César.
- Ciudadanos de Baelo –comenzaba la carta, majestuosamente entonada por el legado-,
Roma se siente orgullosa de teneros en su seno. La labor aquí realizada debe servir de modelo a
otras ciudades, por la diligencia y efectividad con que se han llevado a cabo las
transformaciones. Por ello yo, Tiberio Claudio Nerón Germánico, princeps del Senado Romano,
agradezco al ordo, y en particular a Marco Aulio Atinio, su colaboración con el gobierno de
Roma, a la vez que os felicito por vuestro nuevo estatus. Y para conmemorar tan solemne acto,
se os dona una estatua del emperador y el dinero necesario para erigir un arco conmemorativo a
mi reinado.
La pequeña aristocracia empezó a aplaudir apasionadamente y se encaminó hacia el
puerto con Marco a la cabeza. Emocionado, rindió los honores necesarios a la estatua y la
acompañó hasta la basílica, donde fue colocada en uno de los extremos.

En otoño recibieron la visita de Vespasiano, ahora cónsul sufecto. Venía acompañado


de su esposa Domitila y su hijo Tito, un niño encantador que en seguida hizo las delicias de la
villa de Marco por su capacidad para recitar poemas y tocar la lira. Turibriga pasó esa temporada
en la villa, pues al igual que su hija, gustaba de pasar largas horas conversando con Domitila,
mujer sencilla y afable que les hablaba de la moda en Italia y las maravillas que había visto con su
esposo. De cuando en cuando, Tito entraba en la sala y les contaba algún cuentecillo que se
había inventado, ó se acercaba para ver al hijo recién nacido de Tursina, Claudio.
A su vez Marco daba largos paseos con Vespasiano mostrándole las canteras y la
ciudad, todo lo que él había hecho.
- Ves – le dijo con una sonrisa tras enseñarle la ciudad-, ya te dije que algún día llevaría
una vida tranquila en mi villa con una mujer virtuosa y encantadora.
- Y con una suegra parlanchina y pegajosa – contestó Vespasiano con una carcajada.
- Sí, si no fuera por Turibriga y el viento de levante esta zona sería un auténtico paraíso.

24
LOS SALAZONES

125 d. C.

El mercado de Baelo estaba muy agitado esa mañana; todo aquel que pasara por el
decumano máximo no podría evitar girar la vista hacia la pequeña y elegante construcción de la que
salía una tremenda voz de mujer, como de una discusión. Esa voz constituían uno de los grandes
atractivos de la ciudad, y la mayor fuente de chismes de la misma: Atinia Calpurnia.
Descendiente de Marco y Tursina, era una de las mujeres más ricas e influyentes de la
ciudad; hija única, había recibido por dote todos los negocios de la familia: la explotación de la
cantera, uno de los edificios para la fabricación de salazones y todas las colmenas de Mellaria. Poco
antes de la muerte de sus padres se había casado con Domicio Paulino, ambicioso gaditano que veía
en la dote de Calpurnia una vida fácil. Haciéndose pasar por una galán, convenció a sus padres para
casarse con ella, lo que le permitiría entrar en el ordo. Tras eso, a dejar pasar el resto de los días con
alguna esclava oriental y con su mujer recluida en la villa de la sierra.
Pero le había salido mal la jugada: la turdetana, como buena descendiente de comerciantes
captaba las posibilidades de cada negocio antes que su marido, por lo que podía decirse que aunque
la fortuna estuviera en manos de Domicio, era Calpurnia quien la administraba y aumentaba. De ahí
las frecuentes discusiones entre marido y mujer a cuenta de cómo administrar el dinero y dónde
invertir.
Calpurnia amaba el ambiente de la ciudad, y se negó rotundamente a retirarse a la villa, la
cual puso en alquiler, no porque necesitara el dinero, sino para tenerla ocupada y con alguien que la
mantuviese. Acto seguido compró varios solares frente a las factorías y se construyó una amplia
domus con amplio atrio y peristilo columnado. Era una mujer muy apreciada en la ciudad, e incluso
tenía una pequeña “clientela”, entre las mujeres menos pudientes de Baelo, a quienes ayudaba con
generosidad.
Pero a su marido no le gustaba el excesivo protagonismo de su mujer, que si bien en una
ciudad mayor hubiera pasado más desapercibido, en el pequeño municipio de las Columnas de
Hércules era la orden del día. Así, siempre que podía se hacía imponer en público sobre su mujer,
aunque toda la ciudad sabía que era ella quien mandaba en casa y en el arca del dinero.
Ese día la corpulenta mujer, vivo retrato de Turibriga, había decidido adquirir un puesto en
el mercado, para vender los excedentes de miel y salazón que producían y que eran incapaces de
exportar. Ya estaba terminando el trato con el antiguo propietario cuando llegó su marido
indignado:
- ¿Cómo se te ocurre – le increpaba- ir por la ciudad haciendo negocios sin tener en cuenta
a tu esposo, a quien debes todo respeto? ¿Te parece eso virtuoso?

25
Domicio tenía un particular concepto de la virtud: “todo lo que se hace para que la gente
no hable mal de ti es virtuoso”, pensaba. Por ello el hecho de que su mujer se comportara de un
modo tan independiente, por otro lado cosa poco usual en la sociedad romana, le hacían montar en
cólera, no tanto por lo impropio de la situación sino por las habladurías.
Si el transeúnte fortuito hubiera decidido entrar en el patio del mercado se habría
encontrado a media ciudad concentrada alrededor de la pareja, situada a los pies del templete de
Mercurio, en el centro del mercado. Domicio estaba rojo de ira y con los puños cerrados, mientras
que Calpurnia mostraba una postura serena y una ligera sonrisa. Ella era en todos los aspectos una
copia de la turdetana; aunque tenía un poco más de mal genio que su antepasada, lo hacía todo
graciosa parsimonia. Por ello todos los allí presentes rompieron a reír cuando tras soltarle Domicio
una serie de improperios, le propinó una sonora bofetada que le tiró al suelo.
- Esposo mío – comenzó irónicamente y con ridículos ademanes-, tu concepto de la virtud
no es nada virtuoso. (Más risas en el mercado). Sé que lo único que amas de mí es mi dote, y por
mucho que yo he intentado facilitar nuestra convivencia, tú has pensado siempre en el qué dirán de
mí, sin preocuparte por saber que eres el hazmerreír de Baelo Claudia. Quizá deba plantearme
solicitar el divorcio y quitarme de encima a un patán y parásito como tú...
La gente reía a mandíbula batiente, mientras Domicio, todavía en el suelo, rojo de ira y
vergüenza, miraba a su esposa que con los brazos en jarra le devolvía la mirada desafiante.
Calpurnia sabía que su esposo debería ceder, no en vano era gracias a ella por lo que había llegado a
ser lo que era.
Sin embargo Domicio se levantó y con el poco orgullo y amor propio que le quedaba
amonestó a su esposa por lo ocurrido:
- Querida – su tono era altivo y severo, y muchos curiosos estaban ya sentados en el suelo
con las manos en la barriga de tanto reír-, después en casa hablaremos, pues la población no tiene
por qué enterarse de nuestros pequeños deslices.
Abandonó el mercado con paso lento y majestuoso, mientras Calpurnia reía con los demás
la estupidez de su marido.
- Ese sinvergüenza se va a enterar de quien es Atinia Calpurnia.

En los setenta y ocho años transcurridos desde la entrada de Baelo en el orbe


administrativo romano, la ciudad ha crecido y prosperado considerablemente. Las expectativas de
Marco pronto se vieron cumplidas, y poco antes de su muerte la muralla se amplió, aunque
siguiendo un trazado más sinuoso para adaptarse mejor a la topografía; hubo que remodelar
muchas casas y construirlas de dos pisos para albergar más inquilinos, y muchos de los primitivos
habitantes se retiraron a villas en las afueras. Baelo había desplazado a Julia Transducta en cuanto el
punto de embarque hacia la Mauritania, pues ofrecía un lugar más resguardado contra los fuertes
vientos. Además, el puerto de Carteya se había cegado por sucesivas crecidas y que todo el

26
comercio del sur de la Bética y el Norte de la Mauritania debía forzosamente pasar por Baelo
Claudia.
Aunque no sobrepasaría los tres mil habitantes era un municipio cosmopolita. Los barcos
llevaban el garum por todo el imperio, y volvían cargados de una gran variedad de productos, y no
sólo de primera necesidad, sino todo tipo de lujos procedente de Oriente: sedas, tapices, muebles,
joyas... Pocos romanos eran los que no conocían los salazones de Baelo, haciéndoseles la boca agua
cada vez que pensaban en ellos.
Así, las tiendas del foro pronto se vieron incapaces de albergar tanto volumen de comercio,
además de hacer intransitable el centro de la vida pública de la ciudad. Por ello se construyó un
mercado anexo al conjunto del foro. Pero éste se quedó también pequeño, y los comercios
invadieron también los solares del decumano máximo, creando una importante calle comercial,
auténtico muestrario de la variedad del imperio romano.

También se construyó un teatro, en la falda de la colina donde se situaba la ampliación de la


ciudad. Era un edificio de pequeño pero bien proporcionado, siempre ofreciendo funciones, ya de
obras clásicas, ya de mimos y pantomimas que hacían las delicias de todos menos de aquellos a
quienes imitaban.

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Pero la expansión no sólo era material, sino también espiritual. Junto con las sedas y joyas
orientales, también entraban los cultos mistéricos, cobrando gran importancia el de la diosa Isis.

Tanta que a mediados del siglo noveno de Roma se construyó un templo regido por tres sacerdotes
venidos de Egipto, uno de los cuales aún vivía en tiempos de Calpurnia y estaba iniciando en el
sacerdocio a dos jóvenes.

Y en medio de este panorama de prosperidad, varios días después de la discusión entre


Domicio y su esposa, se recibió la noticia de la visita del emperador Publio Elio Adriano, quien
pasaría por la ciudad en primavera. Era por todos sabido que el emperador dejaba fondos para
obras públicas en todas las ciudades por las que pasaba, así que el ordo local decidió engalanar la
ciudad para dar la mejor impresión a Adriano y sacarle un buen pellizco para construir unas termas
y una biblioteca. Publicarían para tal fin un edicto instando a todos los habitantes a encalar las
fachadas de sus casas y cuidar el trozo de vía pública frente a su vivienda, además de participar en el
ornato de las vías principales con la colocación, los días de la visita imperial, de guirnaldas y otros
adornos.
Tras una elegante recepción, pasarían a enseñar al emperador la ciudad, sobre todo la
factoría de salazones, orgullo de la misma. Estaban decidiendo los pormenores del banquete que
después ofrecerían en la villa de Domicio, cuando Calpurnia irrumpió en la curia.
- Honorables caballeros, vengo a solicitar el divorcio con el gandul de mi marido.

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Aunque se oyeron algunas risitas, nadie intervino. Domicio, que ya se lo veía venir, había
comprado el favor de los miembros del ordo. La corpulenta mujer estaba montando en cólera, pues
comprendía la jugada de su marido.
“Muy bien – pensó en esos momentos-, si quieren la guerra, la tendrán. El pueblo está
conmigo, y si los magistrados de aquí se niegan a concederme el divorcio, el emperador, clemente y
comprensivo, me lo dará. Los hechos hablan por sí solos”.
- Esperando mi solicitud sea tenida en cuenta - dijo con una profunda reverencia-, se retira
la humilde servidora de Roma.
Toda la curia se quedó estupefacta, pues esperaban un ataque de ira de Calpurnia, quien sin
embargo se colocaba tranquilamente el manto y se retiraba a paso tranquilo. Domicio estaba
exultante, pues pensaba que por fin se había impuesto a su mujer.
Tras salir de la Curia, habló con varias de sus “clientas” para que le acompañaran a la villa
de la sierra, a donde se dirigieron después de aparejar varios mulos con todas las pertenencias de la
domus y llevarse a los esclavos más fornidos para que le hicieran de escolta.
- Pienso apelar al emperador cuando pase por Mellaria, y al volver a Baelo, será como una
mujer soltera.

Calpurnia pasó el invierno encerrada en su villa, negándose a recibir cualquier visita que no
fueran sus “clientas”, quienes le mantenían informada de la situación de la ciudad: su esposo había
comprado una esclava siria y la había tomado como concubina, pero estaba endeudado hasta la
médula, pues el arcón del dinero estaba en la villa protegido por los esclavos.
Pasaba los días en el tablinum redactando su apelación, que enviaría al emperador nada más
éste llegara a Carteya:

“De Atinia Calpurnia, noble dama de Baelo Claudia, al Siempre Augusto Publio Elio Adriano,
Emperador de todas las Naciones y Pueblos Civilizados, salud.
Me dirijo a Su Divina Clemencia apelando una solicitud de divorcio que me fue negada por los magistrados de
la ciudad que me vio nacer. Descendiente de romanos de pura cepa y jefes turdetanos, me veo ahora con mi dote
despilfarrada por un marido sin escrúpulos que sólo piensa en sus concubinas, y que ni siquiera se ha dignado a hacerme un
hijo.
Ahora estoy recluida en una villa, donde he podido llevarme lo poco que quedaba de la que un día fue una
fortuna que iguala a la de muchos senadores, pues mi familia siempre ha sido ahorradora, aunque generosa para con los
demás. No hay monumento en Baelo que no lleve el nombre de los Atinios, y si se pregunta a cualquiera por este apellido,
todo serán lisonjas y parabienes.

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Vea su Clemencia que no pido tanto por mí como por el bienestar de mi ciudad y de mis descendientes, si es que
los llego a tener.
Esperando recibir pronta y sensata contestación, se despide la humilde servidora del Imperio:
Atinia Calpurnia.”

Nada más redactarla, envió a uno de los esclavos a Carteya, donde vivía su prima Aulia
Fabiola, casada con mejor suerte con un miembro del Senado de la Colonia, Julio Nonio Ómulo,
que casualmente iba a ser elegido duunviro el año siguiente, por lo que podría influir positivamente
en su apelación.

Llegó la primavera del año 879 de la era de Roma, y con ella la galera imperial que venía de
Mauritania; antes de entrar en Baelo el emperador prefirió (con gran suerte para Calpurnia) visitar la
que fue primera colonia latina fuera de Italia. Allí fue recibido por el ordo, quien le mostró la ciudad
incidiendo sobre todo en los problemas del puerto, que el emperador resolvió decretando la
construcción de un nuevo puerto y el drenaje del antiguo. Adriano siempre iba acompañado de
ingenieros que resolvieran esos pequeños problemas de las ciudades de su inmenso imperio.
Durante su breve estancia, unos días a modo de breve escala, fue puesto al corriente por Julio.
Una vez enterado de la situación, pensó que mejor sería visitar personalmente a esa mujer y
que ésta le aclarara la situación. Se había creado una buena imagen de Calpurnia, y tenía pensado
ensayar un experimento político que su madre adoptiva, Plotina, había planteado varias veces a su
padre adoptivo, el emperador Trajano: un senado femenino. Pues si muchos senadores y políticos
consultaban a sus esposas qué hacer ante tal o cuál acontecimiento, las mujeres podrían formar un
órgano consultivo, pues muchas estaban mejor puestas en política y economía que los más
escrupulosos senadores y funcionarios.

Calpurnia miraba melancólica la costa Mauritania desde el pórtico; continuamente le daba


vueltas a la cabeza pensando qué decirle al emperador. Por eso no reparó cuando una de sus
“clientas” entró para avisarle de la llegada de un emisario imperial. Su menudita amiga tuvo que
ponerse frente a ella para que le echara cuenta.
- Dime Faustina, ¿otra vez el pesado de mi marido viene a pedirme dinero?
- No, Domina, un emisario del emperador espera en el vestibulum.
Como si un insecto le hubiera picado, la corpulenta mujer saltó de la silla y corrió hacia el
vestíbulo a la vez que se colocaba el manto. Un chico joven la esperaba de pie, haciéndole saber,
con una rubicunda sonrisa que el emperador deseaba verla.

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- Como veréis, Divina Clemencia, el honor de mi familia peligra. Por ello pido que se me
tenga en cuenta y poder empezar de nuevo mi vida como si ese truhán nunca hubiera existido. No
llego a los veinticinco años, por lo que todavía puedo formar una familia.
Calpurnia se había reunido con Adriano en Mellaria, donde le había mostrado sus colmenas
y le había dado a probar los dulces de miel que hacían famosa la aldea en todo el sur de la Bética.
Durante la visita le había contado su caso, y se había mostrado muy comprensivo, ofreciéndose a
ayudarla, a la vez que ponía a prueba la integridad del ordo. Sin embargo, no quiso contarle todavía

nada de su experimento político.


Al día siguiente el séquito imperial entró en Baelo. Calpurnia iba oculta en una litera, tal
como habían convenido. El pueblo entero les estaba esperando en la puerta Este, decorada como
un arco triunfal, ofreciéndole una calurosa bienvenida con aplausos y cantos. Los miembros de la
oligarquía de Baelo, de pie bajo el arco, se acercaron solemnemente al emperador, y tras besarle el
manto, le mostraron la ciudad, mostrando especial énfasis en la falta de una biblioteca y unas
termas. Después, en el foro, con el emperador sentado en un trono a las puertas del templo de
Júpiter, todo el que quiso ofreció un generoso regalo, destacando de entre todos el de Domicio.
Su esposa, que miraba a través de los cortinajes de la litera, rabiaba. El granuja debía haber
empeñado la casa para regalarle ese traje enjoyado. Cuando le ponga las manos encima....
Estaba a punto de salir de la litera cuando el emperador comenzó a hablar:

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- Honorables ciudadanos, en verdad tengo que agradecer los regalos que me hacéis, pero de
sobra sé que muchas de estas pequeñas maravillas ha costado lo necesario para mejorar las
instalaciones de la ciudad. No se por qué os quejáis si además de haber esquilmado el erario
público, muchos de vosotros habéis despilfarrado la dote de vuestras esposas, ¿verdad, Domicio
Paulino?
El gaditano, que en esos momentos acababa de hacer el regalo al emperador, se quedó
helado, al igual que muchos otros aristócratas, pues se habían dado cuenta, demasiado tarde ya, de
lo que había estado haciendo Calpurnia en esos meses. La gente de la ciudad, aburrida ya de tanta
ceremonia, vio en este comentario una oportunidad de divertirse, pues desde la marcha de la
turdetana la ciudad ya no tenía chismes jugosos que comentar. No faltó quien realizara a viva voz
algún que otro comentario acerca de la ineptitud de Domicio, que fue recogida por una coro
general de carcajadas.
- Sí Domicio, tu actitud te delata, al igual que la de tus compañeros oligarcas, que han
demostrado tener pocos escrúpulos ante una situación injusta, colaborando con el ladrón. Pues eso
es lo que eres, y por ello deberás devolver hasta el último sestercio a la que hasta el día de hoy era tu
mujer.
Calpurnia aprovechó para salir de la litera, pues era la señal convenida. Su esposo sudaba a
mares, y el pueblo aplaudía encantado con la aparición de su heroína, quien se encaminó hacia el
trono y con una reverencia y el protocolario saludo expuso al emperador su petición de divorcio.
- Por todo lo expuesto – dijo tras exponer su queja-, te pido, Divina Clemencia, que seas
compasivo con el que pronto dejará de ser mi esposo. Creo que podrá pagar los años de amargura
que me ha dado trabajando en el mercado ó en los salazones.
- Bien, Atinia Calpurnia, has sido escuchada y tu petición concedida. Desde el día de hoy
eres de nuevo mujer soltera, estando libre de elegir nuevo marido y empezar de nuevo.
Calpurnia sonreía, y toda la ciudad aclamaba la clemencia del emperador y el buen fin de la
mejor de sus ciudadanas. Pero parecía que el emperador no había terminado, pues tras un toque de
trompeta se puso en pie. Silencio en el foro; con lo de Calpurnia se habían olvidado del emperador,
quien, como en todos los viajes, iba a dirigir unas palabras acerca del fin del imperio y el papel de la
ciudad en el mismo.
- Quiero que ahora me escuchéis. De sobra sabéis que mejoro cada ciudad por la que paso,
y esta no va a ser menos. Pero las reformas no son sólo materiales, sino también morales. Así, este
municipio será el primero en tener un Senado femenino, a cuya cabeza tendréis a esta mujer que ha
demostrado no temer nada si con ello consigue no tanto su bienestar como el de su familia y su
pueblo.
Más aplausos. A pesar de ser una sociedad eminentemente masculina, a nadie en Baelo le
importaba tener como dirigente a una mujer tan excepcional como Calpurnia.

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La estancia del emperador duró más tiempo de lo previsto, pues fue necesario establecer
los estatutos del nuevo senado, a la vez que trazar los planos de las nuevas construcciones civiles: la
biblioteca y las termas; la primera pudo acondicionarse en el foro ampliando el tabularium, mientras
que los baños hubieron de adaptarse a un estrecho solar cercano a la puerta de Gades. Para
celebrarlo se organizaron fiestas, juegos en una improvisada arena construida en la playa y un
concurso de teatro, dónde se representaron pantomimas de la visita del emperador que gustaron a
todos menos a Domicio y sus amigos.
Calpurnia fue nombrada edil honoraria del municipio, además de presidenta del senado
femenino, cargo que ocuparía hasta su muerte, cuarenta años después. El senado femenino, con
sede en su domus frente a las factorías, actuaba como órgano consultivo del ordo.
Un año después de la visita del emperador, Calpurnia se casó con un soldado, Sexto Pupio
Genitivo, un centurión maduro pero con la vitalidad de un adolescente, que le dio felicidad y sus
ansiados hijos, que fueron la alegría de su madurez.
La heroína de Baelo murió un ventoso día de verano, el mayor temporal que todos
pudieran recordar. Calpurnia salía de la Curia, de una reunión para concretar las fiestas para el
jubileo de Isis, pues casi toda la población practicaba ese culto y era necesario incluir sus
celebraciones en los actos oficiales. Antaño alta y corpulenta, ahora iba encorvada y de lejos parecía
una forma negra que se arrastraba por las calles, siempre acompañada de algún sirviente. Ese día se
sentía más cansada que de costumbre, y debieron hacer un descanso al salir del foro. En ese
momento vino una fuerte ráfaga de viento que la echó al suelo para no volverla a levantar más.
Aunque su hijos azotaran al sirviente por inepto, este juraba y perjuraba que la anciana ya
estaba muerta cuando sopló el viento, por lo que quedó la leyenda que el viento se llevó el alma de
la más virtuosa mujer que hubiera visto jamás el imperio romano. La ciudad guardó luto durante
varias semanas, y de todos los pueblos de las Columnas de Hércules vino gente a llorar su pérdida.
Con ella terminó el senado femenino, pues ninguna mujer, ni siquiera sus hijas, se consideraban
adecuadas para sustituirla. Con todo, su último acto como tal fue proponerle al ordo la colocación de
una estatua suya en el foro y la construcción de un mausoleo en su memoria.
El lugar elegido era una colina a medio camino entre Baelo y Mellaria, cerca de las cuevas
que sirvieron de hogar a los primitivos habitantes. Decía así:

Dedicado a los dioses Manes de Atinia Calpurnia. Aunque humillada en su juventud por un matrimonio
infructuoso, se vio recompensada por el Divino Adriano, siendo la única mujer edil que conoce la historia.
Casóse de nuevo y Juno le dio cuatro hijos: Adriano, Cornelio, Livia y Octavia. Llevó con diligencia los
asuntos de su casa y la ciudad, siendo querida por todos los habitantes de Baelo. El viento se llevó su alma,
pero sus hijos y la ciudad le dedicaron este monumento para que su memoria permaneciera en el siglo.
Caminante, quien quiera que seas, di por ella:
séale la tierra leve.

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EL OCASO.
471 d. C.

Mi nombre es Aulia Pulcaria y soy la última de mi estirpe, aquélla iniciada por un comerciante al
servicio del emperador Claudio a principios de la era de Cristo: los Aulio Atinio.
Bien es verdad que di a luz un hijo, Avito, y una hija, Clodia; pero el primero quiso servir a
Roma entrando en el ejército, y la muerte se lo llevó hace ya veinte años en los Campos
Catalaúnicos, donde combatió como un auténtico romano contra los hunos de Atila. La llama
del amor divino prendió en el corazón de mi hija poco después, exigiéndole la entrega total de
su existencia al servicio de Dios. Por suerte ella se retiró al cenobio de Santa Maria Egeriana,
muy cercano a mi villa y suele visitarme a menudo.
Pero no me encuentro sola; viven conmigo varias chicas y chicos y dos eunucos. A todos los
recogí muy niños poco antes de la decisión de mi hija, quizá en previsión del vacío que me iba a
dejar, quizá para hacer una obra de misericordia, pues eran hijos de los últimos habitantes de
Baelo...
Aún recuerdo el tiempo en que la ciudad permanecía activa. Ya no era ni mucho menos lo que
fue en tiempos de mis ancestros Marco ó Calpurnia, pero hacía el esfuerzo por seguir siendo
romana... La situación era dura: varios terremotos habían asolado la ciudad, y sólo los edificios
habitados permanecían en pie, aunque todos transformados. Yo misma tenía mi vivienda
acondicionada en lo que en su día fueron las termas de Adriano, y el mercado se había
convertido en un pequeño cuartel, cuya milicia mantenía el dominado ó la asamblea de nobles de
la ciudad: mi familia, los Pupio Genetivo, los Atio Fabiano... El teatro lo habíamos fortificado y
era un pequeña ciudadela inexpugnable dentro del recinto amurallado, inmenso ahora para los
quinientos ó seiscientos habitantes de entonces. Seguíamos exportando el garum, pero a
pequeña escala, sobre todo a Hispalis. El puerto estaba en ruinas y habíamos construido sobre
los escombros un pequeño muelle de madera.
Si nos comparamos con los romanos de Adriano ó Claudio, vivíamos míseramente, pero en
comparación con nuestros vecinos de Gades ó Carteya (ahora simples villorrios en ruinas),
éramos prósperos y opulentos.

Y llegó la desgracia: la invasión de los moros mauritanos. Nos dimos cuenta cuando ya cruzaban
el Estrecho en sus trirremes robadas, por lo que no tuvimos tiempo de hacer una evacuación en
condiciones. Mi hijo, a quien le faltaba poco para enrolarse, nos llevó a mi familia y a los Atio
Fabiano a la sierra argéntea, mientras que el resto de la población prefirió acuartelarse en el
teatro y dejar pasar el saqueo. Mas las defensas resultaron ineficaces los moros hicieron una
matanza. Sólo se libraron algunos niños y dos jóvenes eunucos, que se escondieron en el
hipocausto de mi casa.
Los moros más que saquear la ciudad, casi la demuelen. Nunca vi gente tan bruta, excepto quizá
lo que haya podido oír de los hunos por la única carta que me mandó mi hijo y que guardo
como un tesoro. Bajamos cuando vimos que sus naves estaban cerca de la costa de África, y el
panorama era desolador: por doquier estaban los cuerpos descuartizados de nuestros paisanos, a
quienes habían arrancado huesos y cabelleras, quién sabe para qué diabólico fin.
Los edificios habían sido incendiados y destruidos, y sólo quedaban en pie la basílica y el antiguo
templo de Isis. En la basílica habían tumbado la estatua de Claudio que era el orgullo de la
ciudad, pero nuestra curiosidad se centró sobre todo en el templo de Isis, que durante un siglo
había estado tapiado y nadie que conociéramos había entado allí, pues desde la llegada de la
nueva Fe de Cristo los cultos paganos desaparecieron, y el templo fue cerrado, sin que nadie se

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atreviera a entrar allí ya que los últimos sacerdotes habían echado una maldición al que lo
profanase.
Pero nosotros no lo habíamos profanado, pues la maldición se la habían llevado los moros, por
lo que la curiosidad nos picó a Clodia y a mí a entrar. El interior también había ardido, pero era
posible ver restos de pintura al fresco con imágenes de los ritos de la diosa. Lo que más nos
sorprendió fue ver la imagen de la misma, una escultura de pórfido de medio metro de altura
que representaba la divinidad con su hijo Horus.
- Mira mamá – me dijo Clodia señalándome la escultura en una hornacina-, parece la Virgen
María con el niño Jesús. ¡Qué bonito!
Era en verdad una imagen preciosa, bajo el complejo tocado, una mujer sonriente sostenía un
niño rubicundo, ambos en posición frontal, otorgando a al escultura una imagen solemne.
Entonces se me ocurrió una idea.
- Nos la llevaremos al monte Argénteo y le construiremos un altar.
- Pero mamá, si es una imagen pagana...
- Que nos recuerda un dogma cristiano hija, la virginidad de María, que por obra del Espíritu
Santo se encarnó en una mujer que no conocía varón, permaneciendo virgen antes, durante y
después del parto, como la diosa pagana que representa esta imagen. ¿No te he contado nunca el
mito de Isis? Viene relatado en uno de los libros del tablinum.
- No..., sabes que no me gustan las cosas de los paganos.
- ¡Ay!... ¿Qué dirían de ti nuestros antepasados?
- Nada, porque están en el infierno, quemándose por su paganismo y por perseguir a los
cristianos, como algún día lo estarán esos moros malos.
Mi hija comenzaba a impacientarme; siempre ha sido una niña muy obstinada, aunque admiro la
entereza de su fe. Con todo, logré convencerla de que nuestros antepasados, personas
honorables y queridas por todos (como probaban la cantidad de Mausoleos construidos en su
honor), estaban en las praderas del limbo, pues la muerte les había visitado antes de conocer la
fe verdadera, lo que en cierto modo les exoneraba de los terribles castigos eternos.
- Bien, pero sigo sin entender por qué crees ver a la Virgen en esa escultura.
- El arte, ya sea cristiano ó pagano, es bello, y como toda la belleza, procede de Dios. Dios
quiere la belleza para el hombre, pues de no ser así, no le habría dado habilidad para esculpir,
pintar ó escribir.
“Además el hecho de que los moros no hayan tocado esta imagen es una señal. Es casi lo único
que ha quedado en pie en la ciudad; hasta la colosal estatua de Claudio ha caído, signo verdadero
del fin del imperio y de los tiempos. Que el Altísimo nos libre de conocer esa época de tinieblas.
“ Dios quiere que con esta imagen honremos a su madre y esposa, la siempre Virgen María. ¿Me
entiendes ahora, hija?
- Sí, mamá.
Salíamos del templo cuando llegaban mi hijo y Cneo, mi esposo, acompañados de los niños.
Ellos mismos nos contaron lo que habían hecho para sobrevivir: una vez dentro del teatro y
viendo que toda esperanza de vida era imposible, uno de los mayores levantó una losa en la
Escena, de un tamaño tal que sólo personas delgadas ó niños podían pasar.
Entre los llantos de los padres, los niños fueron entrando uno a uno en las cloacas. Una anciana
tenía a su servicio dos eunucos adolescentes, lo suficientemente delgados como para pasar por la
ranura. A ellos se les encomendó el cuidado de los niños; debían permanecer allí por lo menos
dos días y salir por los desagües de la playa cuando todo hubiera pasado.
Todos nos pusimos muy contentos, pues aunque desamparados, nos teníamos los unos a los
otros. En un principio decidimos trasladarnos al monte Argénteo, pues todavía permanecían en

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pie muchas construcciones de los primitivos turdetanos, pero los Atio Fabiano decidieron
trasladarse a su villa de Barbésula, cerca de Calpe y Carteya, donde estarían más protegidos. Nos
invitaron a ir con ellos, pero me negué: era incapaz de abandonar el lugar que me vio nacer, por
mucho que este hubiera desaparecido. Además tanto si me quedaba en mi villa del monte de las
palomas como en el monte argénteo, estaría bien protegida.
Los siguientes días fueron tristes jornadas de inspección de la ciudad en busca de todo lo
reutilizable: alimentos, muebles, ropas... Tras el saqueo de los moros, los mismos romanos
terminábamos de saquear nuestra ciudad. Pudimos recuperar bastante alimento: pan, higos, y
todo el garum en salazón, pues los invasores, en su búsqueda de materiales preciosos, no se
habían molestado ni siquiera en destapar las piletas. Los Fabiano se portaron muy bien con
nosotros, pues nos cedieron las escasas pertenencias que habían salvado: algunos muebles y
ropas y un cofrecillo con monedas que tenían escondido en uno de los muros, además de sus
mejores esclavos, tres fornidos godos bonachones y muy trabajadores.
- Nosotros tendremos más facilidades en la bahía de Calpe – nos dijo el paterfamilias al regalarnos
los esclavos -. Vosotros necesitaréis más ayuda aquí: fortifica tu villa de tal modo que quepan
campos de cultivo dentro. Mis esclavos te ayudarán, pues ya hicieron lo mismo con mi
residencia de Barbésula.
De eso hace ahora más de veinte años. Mi esposo murió ese mismo invierno de fiebres, y en
primavera mi hijo partió a Hispalis para entrar en el ejército. Admiraba al general Aecio y quería
ser uno de sus hombres.
- No te preocupes mamá – me dijo el día que se fue -, siéntete orgullosa del valor de tu hijo y
guarda la esperanza de que algún día vendré acompañado del gran Aecio para restituir a la zona
su esplendor.
Nos despedimos con lágrimas en los ojos. Los dos sabíamos que quizá no volveríamos a ver
nuestros rostros hasta el día del juicio final, por ello le acompañé andando desde al villa hasta
más allá de las ruinas de Baelo.

Al trasladarnos a la antigua villa que Marco levantara, tuvimos que hacer algunos cambios.
Construimos otra casa de patio central idéntica a la primitiva y pegada a ésta; además se
añadieron varias piezas de dos plantas empotradas libremente a lo largo de toda la estructura y
una pequeña torre vigía. Dejamos diez metros libres rodeando a la nueva villa para los cultivos, y
comenzamos a construir la muralla, un muro de cuatro metros de alto por dos de ancho que
configuraban un rectángulo protegido por ocho torres cuadradas.
Poco a poco fueron viniendo gentes de la campiña en busca de la seguridad que imponía nuestra
villa. Ante la imposibilidad de tenerlos a todos dentro de la muralla, acotamos un recito para que
construyeran sus viviendas y lo protegimos por una empalizada. A cambio de nuestra
protección, ellos se comprometían a participar en el cultivo de nuestros campos y en el
mantenimiento y defensa del asentamiento.
Empleamos cinco años en terminar todas las obras, pero al final la Villa Pulcariana se convirtió
en una pequeña réplica de lo que fue Belo Claudia, con sus calles perpendiculares y una plaza
central a modo de foro y mercado donde levantamos una pequeña iglesia a imitación de las
basílicas de otras ciudades.

Fue por esa época cuando llegó a nuestro pueblo una curiosa mujer, ya avanzada en años, pero
con mucha vitalidad. Varias damas la acompañaban, todas vestidas con una túnica oscura y un
manto cogido con un sencillo broche. La anciana dama decía llamarse Egeria, y había viajado
por el África Romana y Asia Menor, para conocer los Santos Lugares y las primeras ciudades a
donde llegaron los cristianos.
No vino para quedarse, sino para preguntarnos por un sitio donde fundar un cenobio, pues
quería retirarse allí con todas aquellas damas que quisieran seguirle en su búsqueda de la unión

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con Dios. Yo le ofrecí permanecer en nuestra villa, pero rehusó alegando que preferían un lugar
apartado de la vida mundana.
Entonces mi hija se ofreció para enseñarles el poblado del Monte Argénteo; rehusaron la
compañía de los esclavos godos a modo de escolta y juntas se encaminaron hacia allí.
No volví a saber nada más de ellas hasta varios días después, cuando una de las mujeres que
acompañaban a Egeria me comunicó la decisión de Clodia, además de pedirme ayuda para
reformar el antiguo asentamiento.
Aunque no me parecía bien la vocación de mi hija, pues ya había recibido la noticia de la muerte
de mi hijo y no quería verme sola. Pero de todas formas fui acompañada por varios campesinos
para las labores de reconstrucción.
Egeria no tenía grandes planes para su cenobio, por lo que la transformación fue rápida:
reconstruimos las viviendas más cercanas a la cima y limpiamos el profundo pozo que en su día
construyeran los antiguos turdetanos. Pocos días después ya habíamos reconstruido cinco casitas
para que las habitaran estas mujeres, dos ó tres por vivienda, que en sí no eran más que dos
piezas: una de estancia y otra de dormitorio, con simples tablas como camas. Aunque me ofrecí
a darles mantas, telas y adornos para alegrar el lugar, Egeria se negó rotundamente:
- Es mediante el despegue de los placeres mundanos como se alcanza la plena unión con Dios –
me contestó sentenciosamente.
Aunque esas palabras me impresionaron, no dudé en sugerirle la colocación de la estatua de Isis,
que todavía estaba en Baelo. Su respuesta me dejó estupefacta:
- Los paganos, sobre todo los orientales, recibieron muchas señales de la llegada de Cristo
Nuestro Señor, por lo que en sus mitos ya anunciaban la verdadera esencia de la Iglesia. En
Egipto también han transformado muchas estatuas de Isis en representaciones de la Virgen. Los
antiguos, como si conociesen el futuro, anticiparon muchos acontecimientos adaptándolos a sus
ideas; es normal que veas a la Virgen en esa escultura. La traeremos aquí y le construiremos una
pequeña capilla.
Así, la olvidada estatua de Isis se transformó en una bella imagen de la Virgen María y su hijo
Jesucristo.

Esta es, a grandes rasgos, la historia de mi vida, la vida de una mujer que ha intentado conservar
la semilla de Roma en un imperio que de romano sólo tiene el nombre.
Ahora estamos dominados por los godos arrianos, cuyo rey, Eurico, quiere independizarse del
Imperio. Si eso ocurre, será el fin de Roma en Hispania, y del mundo que todos conocemos y os
afanamos por conservar.
En esta nostalgia me muevo últimamente; mando llamar a alguien que me lleve en silla de mano
a los Mausoleos de mis ancestros, y paso las horas muerta leyendo sus inscripciones. Aunque ya
no me aterra la muerte, a la que espero con tranquilidad, sí me aterra la idea de que Roma muera
antes que yo. No me resisto a la idea de la desaparición de un imperio que ha calado tan hondo
en nuestro ser, hasta tal punto de que aun cuando la cabeza del mundo no es sino un pozo de
conspiraciones, nos sentimos orgullosos de estar gobernados por ella.
El crepúsculo de mi vida coincide con el crepúsculo de una civilización, y tras él vendrán las
tinieblas, la noche oscura y sin luna donde una se pierde entre las sombras. Pero como todas las
noches, habrá estrellas que nos indiquen la dirección y el camino a seguir, aunque muchos se
perderán en el intento.

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ACLARACIONES

En la redacción de los relatos me he visto obligado a tomarme ciertas libertades para que
encajara la trama de la novela, libertades resultado de alterar fechas y acontecimientos, pero
procurando siempre ser fiel a la historia.
Con respecto a las edificaciones, carácter e indumentaria de las gentes de la zona, me he
basado en la tradición local. El manto con el que las mujeres se cubren era parte integrante de la
indumentaria femenina tarifeña y vejeriega hasta la Guerra Civil Española, y contra la creencia
popular, su uso no es originario de época mora, sino que es común a los pueblos del Mediterráneo
en la Antigüedad.

Capítulo Primero.
Obviamente los personajes son fruto de mi invención (a excepción de Claudio y
Vespasiano), aunque los coloco como los hipotéticos antepasados de familias poderosas conocidas
en la zona. Con respecto a Vespasiano, no estuvo nunca en Roma antes de ser emperador, por lo
que el encuentro entre Marco y él es enteramente fortuito, necesario para dar viveza a la trama
Sabemos muy poco sobre la organización de Baelo antes de ser ciudad romana, y menos de
su urbanismo, por lo que ahí me he tomado una serie de libertades. Con respecto a la trama
romana, he visto adecuado marcar dos etapas en al construcción de la ciudad, para señalar en el
relato la prosperidad de Baelo.
La villa de Marco, si bien en cuanto a tipología es una invención, aunque es sabida la
existencia de un asentamiento romano en el actual paraje de Betijuelos (Mons columbarum en el
mapa adjunto), dada la presencia de tégulas y ladrillos en los alrededores.

Capítulo Segundo.
Publio Elio Adriano, el segundo emperador hispano, realizó viajes por todo el imperio
durante dieciocho años. Nos parece adecuado hacerle una escala en Baelo como telón de fondo al
progreso de la ciudad y la sociedad de la misma.
Aunque el papel de la mujer romana era en teoría secundario, la realidad nos muestra una
sociedad romana en la que la mujer tenía un papel activo, al menos en las sombras.
En ningún momento Plotina, virtuosa mujer del emperador Trajano, planteó la idea de
crear un senado femenino, aunque el emperador Heliogábalo creó uno en Roma en el siglo III d. C.

Capítulo Tercero.
Con toda seguridad podemos admitir el uso del Mons argenteum como monasterio regido
según al regla de san Fructuoso, así como que la monja Egeria pasara una temporada allí. El hecho
de que la estatuilla de Isis se reutilice como imagen de la Virgen es una costumbre de la Alta Edad

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Media, sobre todo en Francia, de reutilización de imágenes paganas ante falta de técnica y medios
para crear un nuevo programa iconográfico. También se ha querido representar con esto un debate
muy habitual en la Antigüedad Tardía (sobre todo tras el Edicto de Tesalónica del emperador
Teodosio en 392), que se preguntaba qué hacer con las imágenes paganas.

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GLOSARIO DE TÉRMINOS:

Atrium: en la casa romana, patio central


Castra: campamento militar
Civitas Stipendiaria: asentamiento indígena que por haberse opuesto a la dominación
romana, debía pagar un tributo (Stipendium) como castigo
Colonia: asentamiento fundado por emigrantes romanos ó soldados.
Cuestor: encargado de la administración provincial
Curia: edificio para las reuniones del senado.
Edil: encargado del mantenimiento de las infraestructuras de la ciudad y el ornato de la
misma.
Foro: centro neurálgico de toda ciudad romana, donde se desenvolvía la vida política y
económica de la misma, pues muchos foros incluían mercados en su conjunto.
Garum: salsa hecha con los desperdicios del atún y otros peces que se dejaba macerar y se
utilizaba como condimento en la cocina antigua.
Municipio: ciudad principal y libre que se gobernaba por sus propias leyes y cuyos vecinos
podían gozar de los derechos de la ciudadanía romana.
Ordo: asamblea de la oligarquía local; senado en miniatura que regía la vida de las ciudades
romanas.
Prandium: almuerzo
Pretor: magistrado que ejercía su jurisdicción en Roma ó en las provincias
Princeps: título dado a los emperadores desde Augusto a Marco Aurelio, confiriendo el
sistema conocido como principado.
Procónsul: cónsul que, después de haber ejercido su magistratura de una año en Roma, iba
a gobernar una provincia echada a suertes.
Tablinum: en la casa romana, estancia destinada a despacho y biblioteca; generalmente se
situaba en el eje Vestibulum-atrium.
Tabularium: en al ciudad romana, archivo ó biblioteca.
Tégula: tipo de teja plana típicamente romano.
Tribuno militar: representante de los soldados ante las altas esferas del ejército romano.
Vestibulum: en la casa romana, el vestíbulo.

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BIBLIOGRAFÍA.

He considerado procedente incluir las diversas novelas históricas de ambientación clásica,


tardoantigua y altomedieval que he leído, pues han constituido una muy útil fuente de inspiración.

Almoraima, revista de estudios campogibraltareños (varios números). Ed. Mancomunidad


de Municipios del Campo de Gibraltar. Algeciras.
Bradshaw, Gillian. Teodora, emperatriz de Bizancio. Ed. Emecé. Barcelona, 1996.
Bradshaw, Gillian. Púrpura imperial. Ed. Emecé. Barcelona, 1999.
Bradshaw, Gillian. El faro de Alejandría. Ed. Emecé, 1997.
Cardenal Wiseman. Fabiola. Ed. Rodegar. Barcelona, 1950.
Cebrián, Jose Antonio. La aventura de los godos. Ed. Esfera. Madrid, 2002.
Connolly, Peter. La Ciudad Antigua. La vida en la Atenas y Roma clásicas. Ed. Acento.
Madrid, 1998.
Davis, Lindsey. La venus de Cobre. Ed. Edhasa. Barcelona, 1993.
Davis, Lindsey. ¡A los leones!. Ed. Planeta Agostini. Barcelona, 2000.
De Wohl, Louis. Atila, el azote de Dios. Ed. Palabra. Madrid, 1987.
Enciclopedia Gran Larousse Universal. Ed. Plaza & Janés. Barcelona, 1979.
Enciclopedia Universal Ilustrada. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1968.
Fernández Vega, Pedro Ángel. La casa romana. Ed Akal. Mardid, 1999.
García y Bellido, Antonio. Veinticinco estampas de la España Antigua. Ed. Espasa Calpe.
Madrid, 1967.
García y Bellido, Antonio. España y los Españoles hace dos mil años. Ed. Espasa Calpe.
Madrid 1968.
Historia de España (tomos 1 y 2). Ed.Plaza & Janés. Barcelona 1985.
Lawhead. Stephen. Bizancio. Ed. Círculo de Lectores. Barcelona, 1996.
Macaulay, David. Nacimiento de una ciudad antigua. Ed. Timun Mas. Barcelona, 1978.
Montanelli. Indro. Historia de Roma. Ed Círculod de Lectores. Barcelona, 1996.
Orlandis, Jose. Semblanzas Visigodas. Ed. Rialp. Madrid, 1992.
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Waugh, Evelyn. Elena Ed Edhsa. Barcelona, 1990.
Wilder, Thornton. Los idus de marzo. Ed. Edhasa. Madrid, 1985.

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