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Capítulo 2
La topología de lo social

2 .1 . L a e c o n o m ía , lo e c o n ó m ic o , la p o lític a y lo p o lític o
2.1.1. La economía y lo económico
2.1.1.1. Economía formal y economía sustantiva...
2.1.1.2. ...o economía de lo económico y economía de lo político
2.1.2. La economía y la política
2.1.2.1. Unidad y disociación...
2.1.2.2. ... en el seno de cada orden de prácticas con alguna finalidad
2.1.3. Primeros elementos de topología de lo social
2.1.3.1. Lo político y lo económico...
2.1.3.2. ...y los lugares respectivos de la economía y la política
2.1.3.3. Autosuficiencia e interdependencia de lo económico y de lo político

2 .2 . L a s im b o lo g ía , la m o n e d a y e l d e r e c h o
2.2.1. El derecho y la moneda como mediaciones funcionales entre la
economía y la política
2.2.1.1. El nivel simbólico
2.2.1.2. Capitalización y descapitalización simbólicas
2.2.1.3. De la moneda al derecho
2.2.1.4. Riesgos de desvalorización
2.2.2. El derecho y la moneda como formas no funcionales de regulación
2.2.2.1. Ambivalencia de la moneda y discrecionalidad monetaria
2.2.2.2. Ambivalencia del derecho y discrecionalidad jurídica
2.2.2.3. El espacio simbólico mixto
2.2.3. El derecho y la moneda como mediaciones competitivas
2.2.3.1. La autonomía de los diversos regímenes
2.2.3.2. Relaciones internas entre la moneda y el derecho

2 .3 . L o d o m é s tic o , la p o b la c ió n y e l s u e lo
2.3.1. La pequeña producción para el mercado y el orden doméstico
2.3.1.1. El orden doméstico como fundamento último de la sociedad
2.3.1.2. El régimen sociodemográfico
2.3.2. El suelo y el hombre, materias primas de lo político y de lo económico
2.3.2.1. El régimen de la tierra
2.3.2.2. La heterogeneidad de las “mercancías ficticias”

La sociología y la “ciencia de las finanzas” paretianas consideran que si “el


mecanismo fundamental de las relaciones políticas ya no es el intercambio, sino la
fuerza o el consentimiento y, con frecuencia, una dosificación de ambas”, esto
1
implica un carácter no lógico de las acciones llevadas a cabo en el ámbito público .
Sin embargo, este punto de vista es recusado por la sociología histórica que,
siguiendo a Max Weber, pone en evidencia la lógica específica que gobierna las
estrategias de los actores políticos. Se admitirá entonces, por un lado, que los
agentes sociales que se encuentran en posición de actualizar sus deseos en el

1
Véase Dehove (1949), p. 30.
2

Estado son una minoría de “gobernantes” que construyen un orden de actividades


particulares regidas por algunas formas de racionalidad individual; y, por otro, que
estas formas de racionalidad, que pueden parecen no económicas e incluso
antieconómicas, cuando se las observa desde el mercado no impiden que el orden
político sea también un espacio económico, en el sentido de que existe una
“economía” regulada por principios de economicidad, un espacio de adquisición y
destrucción de riquezas dotado de reglas de gestión racionales, en la lógica de las
2
prácticas constitutivas de este orden social .

Hablar de comportamientos económicamente racionales (en un sentido), pero


que se actualizan en el marco de actividades no económicas (en otro sentido),
puede parecer paradójico porque se supone que las reglas económicas reaccionan
a prácticas no orientadas por lo económico. Sin embargo, esta paradoja se
disuelve a partir del momento en que se reemplaza el concepto de interés utilitario
por el de deseo que, como hemos visto, abre la reflexión sobre la noción de
interés, donde puede distinguirse un interés vinculado a “valores de finalidad” y
otro vinculado a “valores de rendimiento”, dos sistemas de valores que sólo en el
ethos burgués se reducen el primero al segundo. En efecto, se pueden aislar en la
racionalidad esos dos mismos niveles del rendimiento y de la finalidad, y concebir
una racionalidad de tipo económico, que no encuentra su fin en sí misma sino en el
marco de un sistema de valorización puramente político.

Estas consideraciones tienen consecuencias inmediatas sobre la concepción


que podemos tener sobre el lugar del Estado y de su economía en la sociedad. La
ampliación de la noción de economía a sistemas de prácticas económicas no
productivas – especialmente la economía de los procesos de consumo, y también la
economía de la donación y del tributo, por ejemplo- requiere en primer lugar una
redefinición de la noción de economía, ahora diferenciada de lo económico, lo que
correlativamente también conduce a separar los conceptos de la política y de lo
político. Estas redefiniciones llevan a distinguir niveles y órdenes de prácticas
económicas y políticas en lo que denominamos una topología de lo social,
representación que permite, por un lado, asignar lugares específicos y simétricos a
las prácticas simbólicas monetarias y jurídicas y, por otro, hacer del orden
doméstico el centro de un espacio simbólico en el cual los demás órdenes
encuentran sus recursos monetarios y jurídicos, comunes al fundamento de sus
lógicas de acumulación.

2 .1 . L a e c o n o m ía , lo e c o n ó m ic o , la p o lític a y lo p o lític o
Norbert Elias ha mostrado en escritos decisivos la existencia de racionalidades
económicas plurales:
Lo que es “razonable” o “racional” depende esencialmente de las estructuras de la
sociedad. Lo que nosotros denominamos, por una preocupación de objetivación, la
“razón”, no es otra cosa que nuestro esfuerzo para adaptarnos a una sociedad
dada, mantenernos en ella por medio de cálculos y medidas de precaución, lo que
logramos dominando provisoriamente nuestras reacciones afectivas inmediatas. La

2
Lo que no impide considerar que, tanto en el Estado como en la economía capitalista, los
comportamientos individuales pueden muy bien ser “irracionales” desde el punto de vista
de su lógica global de reproducción, y ser el origen de contradicciones en el proceso de su
extensión. Pero esta “irracionalidad” no tiene nada que ver con la usualmente así
calificada por los economistas. Se trata de una “irracionalidad” inmanente a la lógica del
sistema y no microeconómica, un efecto contradictorio especialmente de las prácticas
3

previsión cuantitativa o racionalidad no es más que un caso particular de un


fenómeno más general. Max Weber ha mostrado en sus estudios sobre la
sociología religiosa que la racionalidad no es un rasgo exclusivo del burgués
profesional occidental. En cambio, no se ha insistido bastante en el hecho de que
ha habido –y hay todavía- en Occidente, al lado de la racionalidad burguesa
profesional, otros tipos de racionalidad nacidos de otros imperativos sociales (...),
tipos de racionalidad no burguesa (Elias [1985], p. 106; las marcas son nuestras).
En el tipo de control burgués-profesional –dada su racionalidad propia- el cálculo
de las ganancias y pérdidas de las oportunidades monetarias tiene un papel
primordial; en el tipo aristocrático lo tiene el cálculo de las oportunidades de poder
por medio del prestigio y del estatus. Hemos visto que los ámbitos cortesanos han
aceptado a veces una pérdida de oportunidades financieras para garantizar un
crecimiento de sus oportunidades de prestigio y de estatus. Esto, que en la
mentalidad cortesana se presentaba como “racional” y “realista”, era considerado
en la perspectiva de la burguesía profesional como “irracional” y “no realista”.
Tanto unos como otros reglaban su comportamiento en función de las
oportunidades de poder que esperaban garantizarse, oportunidades que cada uno
interpretaba a su manera, conforme a la posición social de los individuos (ibid.,
pp. 81-82). La racionalidad burguesa-industrial tiene su origen en las restricciones
de las interdependencias económicas. Sirve en primer lugar para calcular las
oportunidades de poder basadas en el capital privado o público. La racionalidad de
la corte tiene su origen en las restricciones de la interdependencia social y
mundana de las elites. Sirve en primer lugar para calcular las relaciones humanas
y las oportunidades de prestigio consideradas como instrumentos de poder (ibid.,
p. 108, las marcas son nuestras).

Así, sólo un punto de vista restrictivo basado en el ethos del mercado puede
justificar la asimilación de la racionalidad económica exclusivamente al ajuste
calculado de los fines a los medios monetarios. El comportamiento inverso, que
consiste en ajustar, también por el cálculo, los medios monetarios a los fines es
también económicamente racional cuando las condiciones de este tipo de ajuste
son inmanentes a las relaciones sociales que exigen ese tipo de racionalidad. En
otros términos, es “económicamente” racional regular los recursos monetarios
según los objetivos perseguidos cuando se tienen los medios para tal actitud, es
decir, por ejemplo, cuando se está legitimado para operar gravámenes sin
contrapartida. Entonces puede admitirse que en el orden (de lo) político se ejerce
un cierto tipo de racionalidad económica adaptada a ese orden de prácticas. Ni el
concepto de racionalidad, ni el de economía se oponen a tal formulación.

Sin embargo, en lo que se refiere a la noción de economía y a la extensión de


su alcance, no disponemos de reflexiones tan decisivas como las de Elias sobre la
racionalidad. En particular, la economía nunca se distingue verdaderamente de lo
económico, noción en sí misma ambigua, cuya discusión se hunde en un “laberinto
3
oscuro” . Tratemos entonces de echar algo de luz partiendo de la crítica del
economicismo de Polanyi.

2.1.1. La economía y lo económico

Para Karl Polanyi el error del economicismo “consiste en plantear una


equivalencia entre la economía humana en general y su forma de mercado” cuando,
4
en ese caso, se trata de una “identificación lógicamente falaz” .

individuales de competencia que son concretamente el motor del cambio y la fuente de la


necesidad de regulaciones.
3
Godelier (1971), tomo 2, p. 134.
4
Polanyi (1986), pp. 12 y 15.
4

Enfocar lo económico en términos exclusivamente de mercado equivale a borrar


del paisaje la mayor parte de la historia humana. Por otro lado, extender
desmesuradamente la definición del concepto de mercado hasta el punto de que
absorba todos los fenómenos económicos equivale a atribuir a estos últimos
características que solo pertenecen a los fenómenos de mercado (Polanyi [1986],
pp. 12 y 15).

2.1.1.1. Economía formal y economía sustantiva...


Polanyi distingue, en consecuencia, una “economía sustantiva” y una
“economía formal”, cuya confusión en el lenguaje corriente, retomada por el
economicismo, sería el origen de las ambigüedades de la noción de economía.
El sentido sustantivo proviene del hecho de que el hombre es manifiestamente
dependiente de la naturaleza y de los demás hombres para su existencia material.
Subsiste en virtud de una interacción institucionalizada entre él mismo y su
entorno natural. Ese proceso es la economía; ella le ofrece los medios para
satisfacer sus necesidades. (...) El sentido formal tiene (en cambio) un origen
enteramente diferente. Como proviene de la relación de los medios con los fines,
es un universal cuyos referentes no están restringidos a ningún campo particular
de los intereses humanos. (...) Este sentido sobreentiende el del verbo
“maximizar”, e incluso la acepción popular de “economizar”, o también (...) de
“hacer lo mejor posible con los medios de que se dispone” (Polanyi [1986], p. 21).

Para Polanyi, entonces, la economía formal es un principio general de


racionalidad, un ajuste racional entre los medios y los fines. Puede muy bien no
haber nada de económico, en el sentido sustantivo del término, en esta “economía
formal” que, sin embargo, corresponde a la definición cuasi oficial de la ciencia
5
económica . Puede estar más bien en el “principio de las prácticas de investigación
operativa, en realizar la mejor combinación de medios limitados para alcanzar un
objetivo cuantificable”, prácticas matemáticas cuyos procedimientos “son
‘indiferentes’ a los ‘objetos’ que manipulan, ya que la lógica del cálculo es en todas
6
partes la misma” . La economía formal es entonces lo que podemos llamar un
principio de economicidad, dando por supuesto que, teniendo en cuenta lo que
acabamos de decir sobre la racionalidad económica, no hay un solo principio de
este tipo, sino por lo menos dos, a saber, la adaptación de los fines a los medios y
la adaptación de los medios a los fines.

La economía sustantiva es, para Polanyi, un “proceso de interacción entre el


hombre y su medio, constituido por dos tipos de movimientos, los de ‘cambios de
7
lugar’ y los ‘movimientos de apropiación’ o ‘cambios de poseedores’” . Este
proceso de interacción está recubierto de un “revestimiento institucional” de
“importancia trascendente” ya que es quien le da al proceso económico su unidad,
su estabilidad y su función en la sociedad. Si se sigue a Gérard Berthoud, hay en
Polanyi, una vez despejada la economía formal como algo que no tiene
verdaderamente que ver con la economía, una doble definición “material” e
“institucional” de la economía. El componente material “es propio del conjunto de la
humanidad” y permite “plantear la unidad del género humano”, mientras que el

5
“Ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios
escasos que tienen usos alternativos”, según la formulación tradicional de Lionel Robbins
(1935).
6
Godelier (1971), tomo 2, p. 137.
7
Berthoud (1986), p. 79. La dimensión de los cambios de lugar es la de la producción y
transporte de cosas, mientras la de los movimientos de apropiación está referida a “las
personas o a los grupos de personas poseedoras de derechos diversos sobre las cosas”
(ibid, p. 81).
5

componente institucional “permite calificar las totalidades sociales y establecer así


8
las similitudes y las diversidades entre las sociedades” .
Aunque está de acuerdo con Polanyi sobre la condición de la economía formal,
Maurice Godelier criticó su enfoque precisamente en el nivel de esta definición
material, por considerar que “reducir la actividad económica a la producción, la
distribución y el consumo de bienes es amputarle el inmenso campo de la
9
producción e intercambio de servicios” . Godelier propone ampliarla, sin incluir
toda la producción pero, por lo menos, “algún aspecto de los servicios”:
Así, con la condición de no reducir el significado y la función de un servicio a su
aspecto económico, o deducir ese significado y esa función de este aspecto, lo
económico puede ser definido, sin riesgo de tautología, como la producción, la
distribución y el consumo de los bienes y servicios (Godelier [1971], tomo 2, p.
139).

¿Pero esto no equivale a volver a caer en el formalismo consistente en admitir


la existencia de una dimensión económica universal incluso en las relaciones entre
los hombres? No habría que ver más bien, con Louis Dumont (1977), en la eventual
dimensión económica de un servicio el efecto históricamente contingente de una
“absorción de las relaciones sociales por los bienes” y “un ejemplo de
subordinación de las relaciones entre hombres (los servicios) a las relaciones entre
10
los hombres y las cosas (los bienes)” , es decir, finalmente, un elemento de la
dimensión institucional y no material de la economía, según Polanyi.

En realidad, la dificultad esencial del análisis de Polanyi no está referida a los


servicios, y se la vuelve a encontrar en Godelier. Reside más bien en la idea de
fundar un concepto de economía que no esté diferenciado del de lo económico y
que sería, en consecuencia, relativo a una instancia específica, unificada y
estabilizada de toda sociedad. Para Polanyi, la cuestión es “tratar a la economía
principalmente como un asunto de organización y definir la organización en función
11
de las operaciones propias a la marcha de las instituciones” . Dicho de otra
manera, su punto de vista está limitado porque busca encontrar exclusivamente el
12
equivalente de la economía de mercado en sociedades desprovistas de mercado .
Equipado, por otra parte, con una concepción del Estado como instancia de
protección y regulación de la sociedad, fue llevado a descuidar todo lo que
corresponde a la economía de lo político, aun cuando está dispuesto a reconocer
que “tributo e imposición son (...) también campos de apropiación” internos al
proceso económico. Para él,

8
Berthoud (1986), p. 89.
9
Godelier (1971), tomo 2, p. 134.
10
Berthoud (1986), p. 76.
11
Ibid, p. 86. Para Godelier, “lo económico se presenta como un campo particular de
relaciones sociales, a la vez externo a los otros elementos de la vida social, e interno, es
decir, como la parte de un todo que sería al mismo tiempo externa e interna a las otras
partes, como la parte de un Todo orgánico” ([1971], p. 140).
12
Polanyi observa, sin embargo, en un cierto momento de su definición de la economía
sustantiva, que si el proceso económico le ofrece al hombre “los medios para satisfacer
sus necesidades materiales, este último enunciado no debe ser interpretado como
significando que las necesidades que trata de satisfacer sean exclusivamente necesidades
físicas, como la alimentación y la vivienda, por más esenciales que sean para la
supervivencia, pues esto restringiría de manera absurda el campo de la economía. Son los
medios, no los fines, los que son materiales. Poco importa que los objetos útiles sean
necesarios para objetivos de educación, militares o religiosos. Mientras las necesidades
dependan de objetos materiales para su satisfacción, la referencia es económica” (Polanyi
[1986], p. 21).
6

el campo de la economía parece circunscribirse a la producción, la distribución y


la circulación. La condición teórica del consumo, incluso de la “consumación” o del
exceso, en la perspectiva de Bataille y, más ampliamente todavía, del uso de las
riquezas, es inexistente. Estos aspectos de la vida y de la cultura parecen fuera
del alcance del concepto de economía elaborado por Polanyi, quien tiene razón en
reinsertar al hombre en las necesidades de la vida. Pero se equivoca al ver en la
vida ese único aspecto. La desmesura pertenece tanto al ámbito de lo vivo como
las exigencias de supervivencia (...) (Berthoud [1986], p. 82).

Esta observación tiene, por otra parte, un alcance más amplio, porque afecta
también a la propia separación de la economía sustantiva de la economía formal y
muestra que, en resumidas cuentas, Polanyi también es víctima del economicismo
que trata de superar. En efecto, se puede considerar que al plantear como único y
universal el principio de economicidad constitutivo de la economía formal y al
definir simultáneamente una instancia económica también única y universal, vuelve
a caer en el defecto economicista. Al considerar que los dos sentidos de la palabra
13
economía, “el sentido formal y el sentido sustantivo, no tienen nada en común” ,
Polanyi no ve que la economía formal, tal como él la define, no es más que un
elemento de la dimensión institucional de su economía sustantiva. En cambio,
combinando las nociones de economía y de económico, es posible al mismo tiempo
conservar las dimensiones de la dependencia del hombre respecto a las cosas que
conforman sus recursos, y evitar el doble escollo que consiste, por un lado, en
considerar la unicidad de las actividades económicas y, por otro, en exportar hacia
los otros campos de actividad el paradigma de un principio de economicidad
universal, extraído de la observación de una esfera de actividades económicas
14
particulares de un cierto tipo de sociedad .

2.1.1.2. ...o economía de lo económico y economía de lo político

En resumen, hay al menos dos economías en las cuales la “dimensión material”


reviste “dimensiones institucionales” diferentes, simultáneamente, y no solo de
manera sucesiva en el tiempo. Hay una economía en la cual los “movimientos de
apropiación” están orientados de manera que la cantidad de bienes materiales
disponibles y apropiables se incremente, y hay otra economía en la cual esos
movimientos tienen como finalidad, por el contrario, el uso destructivo de las
cosas. Hay una economía y una economicidad de lo económico, de la producción
sin fin, y de las fuerzas productivas; y hay una economía y una economicidad de lo
político, de la consumación, de las fuerzas destructivas. La noción de economía
sólo tiene sentido por el atributo que se le adosa, atributo que significa que toda
economía, en tanto proceso de interacción entre el hombre y sus recursos
materiales, no tiene forzosamente ni el mismo contenido (la misma sustancia) -
porque los recursos apropiados no son necesariamente los mismos o porque se los
emplea en usos diferentes-, ni la misma “economía formal”, es decir, la misma
racionalidad relacional entre los medios y los fines. La economía no existe en tanto
tal, solo existe como un nivel, más o menos separado institucionalmente, de los
diversos órdenes de prácticas sociales. Es el nivel de las relaciones entre los
hombres y los objetos inanimados constitutivos de sus recursos materiales, según

13
Polanyi (1986), p. 21.
14
“Lo que equivale a reconocer que no hay una, sino varias economías. La que se describe
con preferencia a las otras es la economía llamada de mercado (...). Sobre esas
realidades claras, “transparentes” incluso, y sobre los procesos fáciles de captar que las
animan es donde comenzó el discurso constitutivo de la ciencia económica. Así la
economía se ha encerrado, desde el inicio, en un espectáculo privilegiado, excluyendo los
otros” (Braudel [1979], tomo 1, p. 8).
7

diversas finalidades. De lo que se desprende que cualquier práctica social no


puede ser reducida a su dimensión económica, ya que la economía no puede ser
definida en tanto tal sino solo en su relación con esta otra forma de interacción
entre el hombre y su medio, que es la política.

2.1.2. La economía y la política

En efecto, no son únicamente los recursos materiales los que condicionan la


existencia de los hombres en sociedad; éstos disponen también de los recursos
constituidos por las relaciones que mantienen entre sí, relaciones sociales que,
otra vez con Louis Dumont (1977), podemos calificar como correspondientes a la
política. La socialización de los hombres pasa por dos niveles de relaciones, las
relaciones políticas mediante las cuales administran sus relaciones recíprocas, y
las relaciones económicas con las cuales administran sus relaciones con los
recursos materiales.

2.1.2.1. Unidad y disociación...

Se puede ilustrar esta dicotomía conceptual diciendo que un hombre que no


tuviera ninguna relación directa con recursos materiales y que solo viviera de su
relación directa con otro hombre, por la vía de la prestación de “servicios”, tiene
una práctica exclusivamente política (el “loco” del rey, por ejemplo), mientras que
el individuo aislado, que solo vive de su relación directa con la naturaleza, tiene
una práctica exclusivamente económica (Robinson, por ejemplo). Pero la distinción
no vale tanto para los individuos como para los grupos sociales, y para caracterizar
la división social según órdenes de prácticas regidas por lógicas de reproducción
específicas. A estos órdenes les corresponde una doble lectura, económica y
política, una lectura de su economía y de la política que rige en ella las relaciones
entre los hombres. El Estado, por ejemplo, no es sólo la relación política a la cual
se lo reduce la mayoría de la veces, sobre todo cuando se lo confunde con el
gobierno, y no puede oponerse estrictamente, desde este punto de vista, a la
relación puramente económica que sería, por su lado, el capital. De la misma
manera que el capital es indisolublemente una relación económica, que permite la
acumulación de un excedente, y una relación política, que hace posible el dominio
de quienes controlan esta acumulación, el Estado es indisolublemente una relación
económica de apropiación de ese mismo excedente y una relación política de
dominación sobre los individuos.

Deben distinguirse las relaciones entre los hombres y las relaciones de los
hombres con las cosas desde el momento en que, en la práctica, se ha operado
una “disociación del sujeto y del objeto”, un distanciamiento entre subjetividad y
objetividad, que simultáneamente hace aparecer el deseo como pura subjetividad
15
creada por la distancia con los objetos . Pero, sin embargo, estos niveles de
relaciones no pueden ser considerados como independientes los unos de los otros.
En efecto, la idea misma de un objeto sólo es posible en su correlación con un
sujeto, y es su interdependencia funcional la que especifica el nivel, a la vez
supra-objetivo (en el sentido de supra-individual) e infra-objetivo (en el sentido de
que ya no se trata de “calidad” o de “realidad fáctica inherente a la cosa”) donde
16
aparece el “valor” . Para decirlo de otra manera, las relaciones sociales políticas
expresan siempre, por su propia definición, relaciones de apropiación-expropiación

15
Simmel (1987), pp. 27 y 31.
16
Ibid, pp. 33 y 47.
8

de cosas por los hombres, y sólo se separan de las relaciones económicas cuando
esas relaciones de apropiación se dividen a su vez en relaciones de propiedad y
relaciones de posesión, es decir, cuando los derechos de propiedad sobre las
cosas se separan de esas cosas por el juego de una mediación simbólica,
adquiriendo así una vida autónoma en una esfera particular de actividades. En este
caso, la economía en tanto nivel de las relaciones de posesión (relaciones directas
de los hombres con las cosas) accede también a la autonomía y adquiere su
17
aspecto puramente formal y técnico .

El carácter indisociable de las dimensiones económica y política de las


relaciones sociales matriciales de una sociedad no debe confundirse con la
imposibilidad de una separación institucionalizada de las prácticas
correspondientes. Por el contrario, esta indisociabilidad sitúa un nivel
suplementario de prácticas dentro de cada orden de finalidad, el de la gestión de
las interdependencias funcionales entre las esferas de la economía y de la política,
lugar donde se va a operar con doble sentido la transformación de los derechos de
propiedad ideales-formales en derechos de posesión de recursos reales. En este
espacio se instituyen las mediaciones funcionales entre la economía y la política,
mediaciones que corresponden a prácticas simbólicas de representación, sobre las
cuales vamos a volver.

2.1.2.2. ...en el seno de cada orden de prácticas con alguna finalidad

Pasa con la política y con la economía; estas nociones siguen siendo


abstractas y sin contenido preciso mientras no se sumergen en los órdenes de
prácticas sociales con alguna finalidad, único lugar donde (se concretan) se
18
efectúa la réellisation de sus contenidos y se diferencian sus formas . Así, ha
sido por la disolución de las formas patrimoniales del capitalismo y del Estado
como se ha producido la emergencia de instituciones políticas y económicas en las
cuales la política y la economía remiten a prácticas especializadas. Entonces, la
gestión de los recursos económicos se especializa y la administración de los
procesos de acumulación material se profesionaliza; y, por otro lado, aparecen
“formaciones” políticas específicas en las cuales se administran los derechos de
propiedad que circulan en forma de títulos, independientes de la posesión real de
los recursos que representan. Tanto del lado del capital, con el desarrollo de las
sociedades anónimas, de las bolsas de valores y de los holdings financieros que
confirman la superación del capitalismo patrimonial, como del lado del Estado, con
la “desincorporación” del poder real, la separación de los poderes, el
parlamentarismo y la democracia que registran la separación del Estado
administrativo y de las finanzas del Estado político, hemos visto desarrollarse
sociedades políticas en las cuales las relaciones entre los hombres no son

17
Sobre la distinción precisa entre la propiedad como control de un recurso y la posesión
como uso directo de ese recurso, véase Bettelheim(1971).
18
Por eso, contrariamente a los conceptos de económico y de político como términos de
una separación de lo social, la economía y la política no remiten ineluctablemente a
relaciones de dominación y de acumulación, ya que todo depende en esta materia de las
lógicas sociales en las cuales están insertas. Sin embargo, no podríamos asimilar la
política a la democracia, como tiende a hacerlo Moses Finley, que de alguna manera hace
de ella la antítesis de la dominación y de la opresión. En efecto, este autor restringe la
política a las actividades de discusión y de votación seguidas de tomas de decisiones
obligatorias en los Estados verdaderamente dotados de un poder para obligar (1985, p.
87). Se trata en este caso de una concepción híper-empirista estructurada por el tipo ideal
de la democracia y que constituye el aspecto de la asimilación por los economistas de la
economía y de lo económico. Esta concepción no deja lugar a las otras formas de la
9

mediatizadas por cosas “reales” sino donde, por el contrario, son las relaciones de
los hombres con las cosas las que son mediatizadas por otros hombres.

2.1.3. Primeros elementos de topología de lo social

El punto esencial que surge de lo que antecede es que la separación de lo


social en dos órdenes diferenciados, el económico y el político, no es en ningún
caso asimilable a una concentración de toda la economía por un lado, y a una
condensación de toda la política por otro. No hay orden económico sin política
interna, ni orden político sin economía interna. Admitir la confusión de la economía
y de lo económico, así como la de la política y de lo político, equivale a aceptar la
v i s i ó n d e u n e s p a c i o e c o n ó m i c o d o n d e l o s h o m b r e s s e o c up a r a n ú n i c a m e n t e d e l o s
bienes escasos, porque sus problemas de interrelación serían solucionados en lo
político, como lugar exclusivo de la política: tenemos entonces por un lado, el
gobierno de las cosas esclarecido por la ciencia económica y, por otro, el de los
19
hombres, esclarecido por la sociología . Esta representación reductora de lo social
hace abstracción de la naturaleza real de las relaciones que estructuran tanto lo
económico como lo político, y que sólo la doble distinción economía/económico y
política/político permite aprehender. Sin embargo, esta representación puede
parecer legítima, pero es porque está anclada en realidades parciales, ya que la
economía y la política aunque igualmente presentes en lo político y en lo
económico adoptan, sin embargo, allí formas diferenciadas y más o menos
disimuladas.

2.1.3.1. Lo político y lo económico...


La separación de lo político y de lo económico surge cuando se ha desprendido
un espacio social donde la acumulación de riqueza no está destinada a auto-
sostenerse, porque la dominación del hombre por el hombre no está allí
acompañada de una extorsión directa de excedente económico, lo que hace
aparecer al mismo tiempo un espacio (de lo) económico donde, por el contrario, la
dominación se moviliza para hacer posible esta extorsión y donde la acumulación
del excedente está endogeneizada. Según el tipo de sociedad donde aparece este
tipo de separación, corresponde a una escisión con relación a una situación donde
la extorsión del excedente es inseparablemente político y económico (sociedad
tributaria centralizada), o a la aparición de prácticas de acumulación económica en
una sociedad donde el excedente constituía hasta ese momento un tesoro
destinado a prácticas puramente políticas. Sin embargo, en general se admite que
“el atesoramiento y el uso económicamente improductivo de la sobreproducción son
20
históricamente la norma, siendo la utilización productiva la excepción” . Es
entonces más bien lo económico lo que se ha separado aislando como contragolpe

política en los Estados bien estructurados, ni a las prácticas de discusión y de votación


fuera del Estado, en lo económico, por ejemplo.
19
Acerca de esta “distinción entre ciencia económica y sociología, tan simple que parece
irresistible” para la mayoría de los economistas, pero también para los sociólogos, incluyo
a aquellos que se interesan en la sociedad como un todo (Parsons, Habermas, o Luhman,
por ejemplo), véase Ganβmann (1988), p. 286. En ese libro, compartimos con el autor “la
utopía” que plantea que la economía (como disciplina) y la sociología se “encuentren en la
exploración de un nuevo paradigma de interacción objetivamente mediatizada, donde ya no
se trataría de analizar puras relaciones hombre-materia, ni puras relaciones hombre-
hombre, sino una mezcla de ambas. Haciendo esto, los economistas podrían encontrar la
clave de la dimensión social y los sociólogos la de la dimensión material de sus objetos
respectivos de investigación” (ibid, p. 287).
20
Weber (1985), p. 88.
10

un orden propiamente político. Pero poco importa aquí el origen del proceso. Más
importante para nuestro objeto es el hecho de que esa separación requiere una (o
varias) mediaciones que aíslen la práctica política de dominación de la práctica
económica de explotación, y que la existencia de tales mediaciones implique a su
vez que el orden político separado sea, en el nivel económico, el espacio de una
economía mediata, dependiente económicamente del orden económico propiamente
dicho –lugar de la economía inmediata- precisamente mediante esas mediaciones.

La economía de las prácticas de acumulación política es una economía mediata


porque es una “economía del gasto” en la cual se “sacrifican” a corto plazo los
bienes y los haberes, que no son más que medios para adquirir los títulos de
reconocimiento social necesarios para participar en la gestión del stock de
hombres. Se opone en eso a la economía inmediata de las prácticas de
acumulación económica, que es una “economía del adelanto”, en la cual se
“sacrifican” a corto plazo los hombres y los seres para reforzar su propiedad sobre
el stock de bienes. Así
tenemos por un lado el ethos social de la burguesía profesional. Sus normas
obligan a cada familia a que los gastos estén de acuerdo con los ingresos y a
mantener, en la medida de lo posible, el consumo por debajo del nivel de ingresos,
con lo cual la diferencia puede ser invertida con vistas a aumentar los ingresos
futuros. En tal sistema, la consolidación de la posición de la familia y, más
todavía, el éxito social, el acceso a una posición más elevada y más considerada,
dependen de la estrategia a largo plazo en materia de gastos e ingresos, y de los
esfuerzos de los individuos con vistas a subordinar la satisfacción de sus
necesidades inmediatas a la necesidad de ahorrar para garantizar las ganancias
futuras (...). Estas reglas de conducta de la burguesía profesional son
incompatibles con la noción de consumo de prestigio. En las sociedades donde
predomina el ethos del consumo en función de la posición social (...), la única
salvaguarda de la posición social de la familia y, más todavía, el incremento de
prestigio y el éxito social, dependen de la voluntad de poner de acuerdo los gastos
del hogar y el consumo en general antes que cualquier otra cosa con el rango
social, la posición y el prestigio que posee o que ansía tener (Elias [1985], pp. 47-
48).

2.1.3.2. ...y los lugares respectivos de la economía y la política

Lo económico es entonces inmediatamente económico; lo que predomina allí


son las relaciones de los hombres con las cosas, y la política está funcionalmente
sometida a una lógica de gestión de la economía. Esta política de lo económico es,
en este caso, mediata en el sentido de que es negada como política “legítima” y es
“políticamente” dependiente de lo que aparece como “inmediatamente” político, a
saber, la política interna del orden de lo político propiamente dicho. A la inversa, lo
político es inmediatamente político y la economía de lo político es sólo el medio de
la política, funcionalmente dependiente de ella.

Esta relación inversa de la política con la economía en ambos órdenes aparece


muy claramente en el nivel de las relaciones de “servicios”. El servicio, en el
21
sentido propio de una prestación de un individuo a otro que la incorpora , es una

21
Y no el valor de uso de un bien durable consumido a crédito –como en el caso del
“servicio de vivienda”- o el trabajo incorporado a un bien material pero sin dejar trazas,
como los servicios de transporte, de comercialización y de mantenimiento de bienes (que
abarcan una gran parte de los “servicios a los hogares” de la contabilidad nacional, como
los talleres, por ejemplo), todos servicios perfectamente objetivados en las cosas. La
definición restrictiva de servicio, aquí adoptada, remite a la relación de “intercambio social
de servicios” que Erbing Goffman opone a la relación de “intercambio económico” (1968,
pp. 328-329), antes que a la “relación de servicio” propiamente dicha, que este autor
11

relación política por excelencia, porque implica una relación entre hombres
difícilmente objetivable, ya que el valor de uso del servicio está estrechamente
ligado tanto a la persona de su “productor” como a la de su “consumidor”. Sin
embargo, en lo económico el servicio tendrá relación (más o menos directamente)
con la producción de cosas, lo que requiere su objetivación por una forma u otra de
“fetichismo”. Por la mediación del pago monetario, el servicio suministrado por un
hombre a otro aparecerá como valor de uso de un capital ficticio (simbólico)
perteneciente al prestador del servicio, quien cede el uso al que lo recibe. Este
proceso de evaluación monetaria de las relaciones entre individuos, proceso en el
cual la salarización de las “relaciones sociales de intercambio” que pasan por el
trabajo es el arquetipo contemporáneo, es la marca de la sumisión de la política a
la economía en lo económico. Por el contrario, el carácter no de mercado de la
producción de servicios personales en el orden político da cuenta de la relación
inversa que allí prevalece entre la política y la economía. Mientras que allí los
servicios no son más que medios de la producción de los bienes y son evaluados a
partir de las normas de esta producción, aquí son los bienes los que son vistos
solo como medios de la producción de servicios y son evaluados a partir de ellos
según normas políticas, ya que el servicio es, por ejemplo, gratuito para aquellos
que tienen “derecho” a él. La forma “natural” del servicio en el Estado es la forma
jurídica –ya que es por la mediación del derecho que se evalúan allí las relaciones
entre hombres- y esta forma “natural” se extiende a las relaciones de los hombres
con las cosas. Así, tanto se trate de un gravamen o de un gasto, el valor social de
estas operaciones económicas es evaluado jurídicamente y no monetariamente; lo
que importa es su legitimidad y su inscripción en un código y una ley de finanzas, y
no su costo monetario. Por eso, por ejemplo, el gravamen tiende a estar
representado en el impuesto directo como una relación judicializada de servicio,
22
mientras que sustantivamente es una relación de los hombres con el producto .

En lo económico entonces, las relaciones entre hombres están monetizadas y


convertidas en relaciones de los hombres con las cosas, siendo los servicios
asimilados a bienes. En lo político, las relaciones económicas están, a la inversa,
judicializadas y convertidas en relaciones políticas, ya que la producción no de
mercado de bienes es considerada como una producción de servicios. Mientras en
lo económico, para poseer hay que tener dinero (y, en el límite, se puede poseer
sin tener derecho, desde el momento en que se tiene el dinero), en lo político hay
que tener el derecho (y, en el límite, se puede poseer sin tener el dinero si se tiene
el derecho).

2.1.3.3. Autosuficiencia e interdependencia de lo económico y de lo político

Sin embargo, las respectivas prácticas económicas y políticas de lo económico


y de lo político no están jerarquizadas solo de manera diferente. También son

adopta y que está más generalmente referida a cualquier actividad de mantenimiento,


tanto si se trata de reparar bienes, cuerpos o cerebros humanos (ibid, pp.377 y ss.). Pero
hay que precisar que Goffman no privilegia en su concepto de intercambio social el
aspecto intersubjetivo del intercambio, sino el aspecto de equivalencia, y que agrega un
tercer “mecanismo” de socialización del individuo, como es la “restricción individual” (ibid,
p. 347). El servicio, como nivel específico de relación entre los hombres, según el enfoque
de Dumont, comprende al mismo tiempo “el intercambio social” y la restricción individual a
la Goffman.
22
Y esto, desde el origen, porque la separación de la sociedad del Antiguo Régimen en
tres órdenes obtenía su legitimidad de una representación donde la nobleza estaba
investida de los servicios de protección armada, el clero de los de rogar a Dios, y el tercer
estado, confinado a las tareas económicas, de los servicios de mantener por medio del
12

autosuficientes en el sentido de que contienen dentro de sus órdenes de


realización sus propios fines, su teleología o, dicho de otra manera, sus propias
“satisfacciones” y virtualidades a actualizar, susceptibles de fundamentar el deseo
humano. En esto, no son funcionales de un orden a otro, las unas para las otras.
Sin embargo, no por ello son independientes unas de otras porque los órdenes
donde valen no contienen en sí mismos la totalidad de los medios para su ejercicio.

En efecto, lo económico es lo que posee los recursos materiales de lo político;


como no se puede consumar eternamente la naturaleza, es necesario producir los
soportes de la acumulación política, producción que es, por la propia lógica de lo
político, necesariamente exterior. Por eso lo político recauda en lo económico. De
manera recíproca, lo económico no contiene en sí mismo todas las condiciones de
su reproducción, porque está lógicamente orientado hacia la producción de los
recursos internos para su desarrollo, es decir, recursos de intercambio, de
producción y de reproducción de los productores. En esta economía inmediata,
donde todo debe ser adelantos recuperables, debe evitarse la producción de
medios de “destrucción” y de bienes de consumación; como símbolo de la
“pérdida”, es extraña a la lógica económica y su actualización viene
23
necesariamente de estímulos exógenos, es decir, del orden político . La existencia
del orden económico como entidad separada es también dependiente de lo político,
especialmente en lo referido a la producción y utilización de los medios de la
violencia.

En consecuencia, no cualquier práctica de acumulación económica puede


aparecer como autónoma respecto a las prácticas de acumulación política. Solo
pueden ser constitutivas de un orden social específicamente económico las
prácticas que excluyen toda producción endógena y todo uso directo de recursos
no estrictamente económicos –es decir, no reinvertibles inmediatamente en la
acumulación de activos- y que hacen de esos medios de reproducción –
considerados como despilfarros fundamentalmente contradictorios con la lógica del
orden- una restricción externa. Por eso la importancia esencial del desarrollo de
las prácticas de mercado y de la institucionalización de la moneda como
equivalente general, que permite de manera tendencial la expulsión de la violencia
fuera del intercambio y la producción. La violencia puede entonces quedar
concentrada en instituciones específicas que no son directamente movilizadas para
acaparar el excedente, pero que, sin embargo, están dotadas de una capacidad
para imponer contribuciones a la instancia económica con la finalidad de su propia
reproducción. De manera correlativa, el gravamen puro adopta una forma
mediatizada y ya no directa. Por un lado, con la objetivación de su base tributaria,
va a tender a no cargar al productor directo en tanto tal, sino a los propietarios de

impuesto directo a los dos primeros órdenes, exonerados por estar “especializados” en la
producción de esos servicios políticos (véase Duby, 1978).
23
Evidentemente, aquí estamos razonando en el nivel del capital en general. Así, el hecho
de que la producción de armas pueda ser un ámbito particularmente fructífero para la
acumulación capitalista resulta no de una lógica propia del capital, porque éste no puede
acumular tales recursos, sino de la articulación entre su propia dinámica y la de la
acumulación política en el sistema de los Estados. Por otra parte, está claro que la
orientación que se da así a la producción capitalista no es la más propicia
estructuralmente para su desarrollo. Para darse cuenta de ello basta la constatación de
que los países que más acumularon en el período reciente, como Japón y Alemania, son
precisamente los que vieron políticamente limitada su producción de armas después de la
segunda guerra mundial. A la inversa, los casos estadounidense y soviético muestran, a
pesar de las implicancias tecnológicas de la industria militar, los problemas económicos
planteados por tal “extraversión” de la producción capitalista.
13

las cosas, o las propias cosas; por otro, con la institucionalización de sus límites,
24
su nivel va a ser negociado entre intereses económicos y políticos separados .
De esas modalidades particulares de la separación del orden político y del
orden económico, se desprende finalmente la forma esencial adoptada por la
política dentro de esos órdenes. En efecto, de la misma manera que existe la
tendencia a que la producción directa de bienes sea excluida de la economía de lo
político, en su calidad de economía de puro gasto y de recaudación, de la política
en lo económico tienden a excluirse las relaciones de violencia física. La política
en el orden económico no puede estar basada más que en la violencia simbólica,
en este caso, la de la moneda.

Finalmente, la separación de lo económico y de lo político implica, por un lado,


una economía monetizada basada en la producción de bienes, y vinculada a una
política doblemente obligada por las necesidades de reproducción de esta
economía y por la imposibilidad de recurrir legítimamente a la fuerza física; y por
otro, una política judicializada basada en la violencia física, y vinculada a una
economía doblemente obligada por la necesidad de reproducir las condiciones de
esta política y por la imposibilidad de recurrir legítimamente al monopolio de los
medios de producción. De esto se desprende la topología de las prácticas
socioeconómicas representada en el esquema 2.1, donde cuatro esferas están
distribuidas en dos órdenes dentro de los cuales prevalecen respectivamente las
25
formas monetaria y jurídica de evaluación de las prácticas . Según esta topología,
todo individuo normalmente socializado debe insertarse en esas cuatro esferas
recortadas por los procesos de división de las actividades económica y política y
por la aparición de una lógica separada de acumulación económica. Para eso debe
disponer de los cuatro tipos de recursos que valen en esas esferas, según
racionalidades diferentes, a saber, dos flujos monetarios –ingresos obtenidos de la
producción de mercado y de la distribución estatal- y dos stocks –derechos de
mercado de propiedad privada y capital simbólico de derechos sobre el Estado. A
partir de la distribución diferencial y polarizada de estos recursos se forman las
clases y grupos sociales.

24
Tenemos allí la fuente de una contradicción intrínseca de los sistemas fiscales –desafío
permanente de las reformas fiscales- entre imposición directa e indirecta, ya que la lógica
propia de lo político pretende una imposición directa, y su dependencia con respecto a lo
económico, la imposición indirecta.
25
Hablamos de topología porque tratamos aquí con estructuras sociales de “geometría
variable”, de continuidad, de discontinuidad y de límites entre los órdenes sociales. “Como
la topología se ocupa especialmente de las estructuras deformables, es a ella a la que
debemos recurrir y no (...) imponer un marco rígido a estructuras que no lo son” (Rybak
[1968], p. 36). También se podría hablar de un “lugar” en el cual “se podría disponer” de
“universales” organizados en “redes” y susceptibles de entrar en diversas “combinaciones”
(Veyne [1974], p. 67). Para un enfoque cercano en antropología, véase Amselle (1985).
14

Esquema 2.1. Definición de las prácticas económicas y políticas a partir del


carácter material o no del sustrato de las relaciones sociales y de su
orientación fines/medios

Orientación de
las prácticas
ORDEN ECONÓMICO ORDEN POLÍTICO
Tipos de
relaciones M M
O O
L Posesión H
N N
O
A E E
M
D D
B
ECONOMÍA DE A A ECONOMÍA DE
E R
LOS INTERCAMBIOS S S LA DONACIÓN Y
E
C RELA- S DE MERCADO DEL COBRO
O M DEL
CIONES
N C E
O R P
O
M C R
S
Í
Bienes A A I
A N N
S
C C
Derechos de propiedad Derechos sociales
I I
LA SIMBOLOGÍA A P
S E

Capital financiero Capital simbólico del Estado


D D
Servicios
E E
L E SISTEMAS SISTEMA
R R
A N
POLÍTICOS POLÍTICO
E E
T
PRIVADOS PÚBLICO
C C
P R
H H
O E
RELA- O O
L
CIONES S S
Í H
T O
C C
I M ORGANIZACIÓN DE
I I ORGANIZACIÓN DE
C B LOS RERECHOS DE
V V LOS DERECHOS D
A R PROPIEDAD SOBRE LOS
I I PROPIEDAD SOBRE LOS
E MEDIOS DE ACUMULACIÓN
Propiedad L C MEDIOS DE ACUMULACIÓN
S ECONÓMICA
E O POLÍTICA

S S

MEDIACIÓN JURÍDICA MEDIACIÓN MONETARIA

2 .2 . L a s im b o lo g ía , la m o n e d a y e l d e r e c h o
La topologización de lo social formaliza la idea de que la sociedad es “una
26
estratificación de sistemas fragmentados y heterogéneos” . Se plantea entonces
inmediatamente el problema de las mediaciones entre las diferentes esferas

26
De Certau, en L’Arc (1978), p. 82.
15

distinguidas, mediaciones que son las únicas en condiciones de garantizar la


unidad de lo social y del individuo. Este problema se subdivide a su vez en tres
cuestiones: la ya vislumbrada de las modalidades de conversión de la economía en
política y recíprocamente, dentro de cada orden; la de las mediaciones que
aseguran la articulación entre los órdenes en cada uno de sus niveles por la
institución de referenciales comunes; y, finalmente, la conjunción de las dos
anteriores, la gestión de formas mediadoras que son entonces simultáneamente
formas funcionales internas a los órdenes y formas no funcionales de comunicación
entre ellos.

2.2.1. El derecho y la moneda como mediaciones funcionales entre la


economía y la política
¿De qué manera los derechos de posesión sobre las cosas, es decir, las
posiciones en la distribución socioeconómica de los recursos materiales (o,
recíprocamente, de los derechos de propiedad) pueden dar lugar a derechos de
propiedad separados de esas cosas, es decir, a posiciones sociopolíticas en la
distribución de los estatus (o recíprocamente, de los derechos de posesión)? Dicho
de otra manera, ¿cómo a partir de “tener” se puede “ser”, y cómo por el hecho de
ser alguien, ese alguien puede tener algo? Este es el problema cuya solución
requiere la intervención de mediaciones funcionales dentro de un mismo orden
entre su nivel económico y su nivel político, y que resuelve la introducción de las
categorías moneda y derecho como relaciones respectivas de lo económico y de lo
político.

2.2.1.1. El nivel simbólico

En efecto, para que las relaciones hombres-cosas sean equivalentes u


homogéneas a las relaciones entre hombres, es necesario que haya operadores y
actividades específicas de representación simbólica de las cosas y/o de los
hombres que garanticen la homogeneización requerida. Para que una relación
económica se transforme en relación política, de manera que valga también en
cuanto tal, es necesaria la conceptualización (idéellisation), la representación
según la cual la cosa equivale al hombre, la cosa “significa” al hombre, y éste
27
“encarna” a la cosa . La cosa va a simbolizar al hombre, va a ser un signo
representativo del hombre; poseer la cosa será ser el hombre portador de la cosa;
tener valdrá por ser. A la inversa, para que un relación política valga también en la
economía, es necesario que uno de los dos hombres en relación pueda ser
considerado como una cosa, su propia cosa, que puede de esa manera sustituir a
su ser para alienarlo al otro, por ejemplo; pero también puede ser directamente la
cosa del otro. Desde el momento que se pone en juego esta operación de
objetivación, de cosificación del hombre, ser es tener, es representar una cosa, es
transformarse de ser significante en tener con significado.

Toda relación social que estructure un orden y que, al mismo tiempo, se


reproduzca como relación económica y como relación política pasará
necesariamente por una forma intermedia simbólica que “funciona” como un doble

27
También se puede hablar de “incorporación” o, mejor, de “abstracción real” para
caracterizar esta operación de simbolización que hace existir a la cosa como
representante del hombre. También se podría hablar de ficción si esto no indujera,
simultáneamente, la idea de representación, la de imaginario, cuando lo que corresponde
al ámbito de lo simbólico es tan real como imaginario, ya que precisamente la función de
16

representante, representante político de su forma económica y representante


económico de su forma política. El nivel simbólico de un orden es, en
consecuencia, el espacio fronterizo que garantiza la homogeneización conforme a
28
su teleología de las prácticas económicas y políticas en su interior . Expresado de
otra manera, se pasa de lo real de las relaciones económicas a lo imaginario de las
relaciones políticas por una transformación simbólica, un intercambio de un tipo
muy particular que, por una producción propia de signos o por la reinterpretación
de símbolos prestados, permite la puesta en forma-valor común de las cosas y de
29
los hombres, de los seres y de los haberes .

Pero gracias a los trabajos de Jean Piaget se sabe que la función simbólica es
una “función específica y característica de la especie humana”, función tan real
30
como la función de nutrición o de reproducción en los seres vivos . Desde
comienzos del siglo XX, por otra parte, Georg Simmel, en su Philosophie de
31
l’argent, consideraba también a esta función como propia del espíritu humano :
La conciencia de ser un sujeto constituye ya en sí una objetivación. Yace allí el
fenómeno original de la forma personalizada del espíritu; que podamos mirarnos,
reconocernos, juzgarnos a nosotros mismos como a cualquier “objeto”, que
podamos descomponer el yo experimentado como unidad en un yo sujeto, fuente
de representación, y en un yo objeto representado, sin que pierda su unidad o,
mejor aún, de manera que tome verdaderamente conciencia, ésta es la prestación
fundamental de nuestro espíritu que determina el conjunto de su estructuración
(Simmel [1987], p. 28).

Entonces hay que considerar que, a pesar de lo que puede hacer pensar la
reconstrucción aquí operada, en que la función simbólica se agrega a una
economía y a una política previamente disociadas con el fin de asegurar su unión,
esta función es, por el contrario, el vector esencial de su disociación que,
simultáneamente, limita, garantizando su aproximación. Entonces se pueden
considerar las interfaces entre los tres niveles distinguidos de la manera siguiente:

lo simbólico es asegurar la mediación entre lo real (en este caso la economía) y lo


imaginario (en este caso la política).
28
“Finalmente el (nivel) simbólico plantea una relación necesaria entre dos términos cuya
relación no es ni evidente, ni posible de pensar ni de experimentar. Vincula lo que debe
“quedar junto” sin que se pueda experimentar o probar esta necesidad” (de Certeau, L’ARC
[1978], p. 83). El espacio simbólico es ese “reino ideal que no reside en nosotros y que
tampoco adhiere a los objetos de la evaluación como una de sus cualidades propias;
porque todo está más bien en la significación que esos objetos poseen para nosotros como
sujetos en la planificación del trabajo del reino ideal en cuestión” (Simmel [1987], p. 34).
29
Se debe a Bernard Guibert (1986) el haber formalizado la teoría marxista del valor,
formulando de manera matemática la transformación simbólica que, en las relaciones de
intercambio de mercancías, permite pasar del conjunto económico de sus valores de uso
(Ω) al conjunto “político” de sus valores de intercambio (L) definiendo el conjunto (Σ) de
las formas simbólicas (o metamorfosis) del valor que aseguran las equivalencias entre las
dimensiones reales (relación de posesión) e imaginarias (relación de propiedad) de las
mercancías. Este autor pone bien en evidencia la estructura ternaria que está en el
fundamento de la unidad de las relaciones sociales invariantes. Nuestro enfoque converge
en muchos punto con el suyo.
30
Molino (1978), p. 22.
31
Esta noción fundamenta, recordémoslo, toda su teoría del valor: “El valor que aparece al
mismo tiempo que el yo que desea, como su correlato dentro de un solo y único proceso
de diferenciación, tiene que ver además con otra categoría; (...) los contenidos que se
realizan en el mundo objetivo y que, por otra parte, viven en nosotros como
representaciones subjetivas, poseen todavía, por eso mismo, una dignidad ideal
específica. (...) Manifiestamente, semejante categoría se sitúa más allá del controvertido
problema de la subjetividad o de la objetividad del valor (...); constituye un tercer
elemento ideal, que se integra a esta dualidad sin disolverse” (Simmel [1987], pp. 32-33).
17

Relación hombres/cosas Relación cosas/cosas Relación hombres/hombres

(economía) (1) (simbolismo) (2) (político)

Hay así dos etapas de la simbolización que podemos denominar


respectivamente etapa (1) de (←des)cosificación→ donde la realidad del hombre
en su relación con las cosas está simbolizada en la forma de una cosa-signo que lo
representa como de la misma naturaleza que cualquier otra cosa, y luego una
etapa (2) de (←des)personificación→ por la cual los hombres aparecen en su
propio imaginario, si se conforman a la lógica del orden, como los representantes
de cosas, sean éstas cosas reales o puros símbolos (cosas-signos).

Ilustremos esta doble operación con el ejemplo de la fuerza de trabajo y la


relación capitalista desarrollada bajo la forma salarial. La fuerza de trabajo
(mercancía ficticia) no es ni puramente real, ni puramente imaginaria: no es
realmente una cosa porque no es separable de su soporte que es el ser humano;
tampoco es la persona que la sostiene, y tampoco puede considerarse que la
relación de una persona con su fuerza de trabajo sea una relación política que esa
persona mantiene consigo misma. Sólo en la relación salarial aparece con una
32
existencia supra-individual y objetivada bajo la forma del salario ; es entonces el
resultado de la operación simbólica que la ha construido como cosa-signo en su
relación con esta otra cosa que es el dinero contenido en el salario. Sólo esta
operación le permite ahora al trabajador asalariado estar socialmente situado al
mismo tiempo como ser político en tanto propietario de sí mismo y como haber
33
económico del “hombre con escudos” . Dicho de otra manera, la categoría de
fuerza de trabajo sólo existe por el salario que la representa monetariamente y que
hace de ella una mercancía conmensurable con las otras; representa al individuo
disociado de su capacidad de trabajo, que puede así alienar su independencia real
en el nivel de la economía al mismo tiempo que se imagina libre en el nivel de la
política. Esta concepción de la fuerza de trabajo como símbolo disuelve entonces
lo que suele pensarse como contradicción lógica de la teoría marxista del sistema
salarial. Además, muestra que no es posible pensar un “intercambio simbólico” que
asegure la compatibilidad entre una práctica económica y una práctica política
contradictorias, sin que exista previamente un medio de intercambio que permita
homogeneizar el conjunto de los valores en el orden dentro del cual él mismo
“vale”, medio que, en este caso, es la moneda.

2.2.1.2. Capitalización y descapitalización simbólicas

Sin embargo, no habría que reducir, como lo ha señalado Heiner Ganβmann


(1988), el signo de referencia así privilegiado a un simple medio generalizado de
comunicación. Sería olvidar que ese símbolo, de un valor único en todos los
niveles de un orden, es una cosa-signo que toma él mismo un valor a causa de su
capacidad para representar simultáneamente cosas y hombres y, por lo tanto, de
ser un medio dual de objetivación y de personificación. Como el medio está dotado

32
La energía del esclavo o del siervo no aparecen como fuerza de trabajo disociada del
trabajador y la idea de cantidad de trabajo incorporada al producto, o de costo de trabajo
por unidad de tiempo era imposible.
33
En efecto, en la relación capitalista/asalariado es el “hombre con escudos (con dinero)”,
y no el trabajador, quien es descosificado (subjetivado) y ejerce el poder sobre las cosas
durante el paso (etapa 1) del contrato de trabajo (operación simbólica que crea la fuerza
de trabajo) a la producción material. En ese paso hacia la economía, los “escudos” del
18

de una doble función de puesta en circulación (comunicación) y de puesta en


reserva (incorporación y/o institucionalización) de los valores, es un operador no
sólo de cambio sino también de capitalización. Dicho de otra manera, el paso de
las cosas a los hombres, gracias a la mediación simbólica, es una operación que
transforma flujos en stocks, ingresos en patrimonios personales y en “cualidades”
sociales reconocidas, productos evanescentes en estatus permanentes, una
operación que se inscribe en la duración de la vida humana y en la estabilidad de
las relaciones inter-individuales, las relaciones a priori fugaces de los hombres con
los objetos.

En el orden económico, esta capitalización simbólica se produce con la


transformación de la moneda en “capital ficticio” (financiero, territorial y “humano”),
el cual garantiza que las relaciones económicas valgan también como relaciones de
propiedad y estructuren la esfera política del orden económico. Gracias a su
f u n c i ó n d e r e s e r v a d e v a l o r l a m o n e d a p u e d e t r a n s f o r m a r s e e n c a p i t a l- d i n e r o y
volverse la expresión de los derechos de propiedad. Por eso mismo hace posible la
transformación de las relaciones de competencia entre productores de mercado
referidas a cosas, en relaciones de tipo político entre acreedores y deudores, en
relaciones “imaginarias” cargadas de inter-subjetividad.
La moneda le da a las “rivalidades de la competencia de mercado” la forma de
déficits a financiar y de excedentes representados por encajes monetarios no
reabsorbidos por la circulación. (...) La diversidad cualitativa de los actos de
producción y de consumo es transformada por el principio monetario en
particularidades de los ciclos individuales de crédito. El capital financiero, es decir
el encastre de las relaciones de créditos y deudas particulares, pretende
homogeneizar los ritmos privados gracias a la convertibilidad de los activos, es
decir, de las promesas de pago futuro. (...) La moneda deviene un objeto de
acaparamiento, fuente de un poder privado que hace del dinero algo
absolutamente deseable, ya que es portador de una esperanza de autonomía total,
de la ilusión de sustraerse a la regla monetaria (Aglietta [1984], p. 163).

El hecho de que la moneda, como medio de la circulación simple de mercado,


se vuelva ella misma una mercancía ficticia, con el capital financiero representado
por títulos de crédito, puros signos de derechos de propiedad independientes de
aquello a lo que se refieren, y que circulan de manera autónoma frente a las
relaciones de mercado de producción e intercambio de bienes, es un elemento
esencial del proceso de institucionalización de la separación de la política y de la
economía en el orden económico. Sin duda, “la práctica de la transferencia de
deuda por simple endoso”, la emisión de un “derecho de crédito que circula fuera
34
del campo de las transacciones de su emisor” es el primer invento que origina ese
proceso de autonomía de una esfera política de crédito inter-personal propia de un
orden económico separado de lo político. En efecto, la transferencia de deuda ha
tenido
el efecto de transformar el signo monetario en circulación, en firma privada. (...)
(Y) la calidad de la firma privada, es decir, la creencia que tienen los otros en la
capacidad de honrar las deudas emitidas o que han tomado a su cargo, deviene el
instrumento de un poder privado (Aglietta y Orléan [1982], p. 164.

De todas maneras, el operador monetario de la capitalización simbólica juega


también para el suelo y la población, para lo que va a llegar a ser el “capital de los

hombre hacen de él “el hombre con escudos” que posee legítimamente la cosa del
asalariado, a saber, su fuerza real de trabajo.
34
Aglietta y Orléan (1982), p. 166. Véase también Boyer-Xambeu, Deleplace y Gillard
(1986).
19

bienes raíces” y el “capital (cuasi) humano” que es la fuerza de trabajo. Sometidos


a las relaciones de producción capitalistas, los recursos naturales como la tierra y
el hombre terminan también por experimentar la separación de su valorización
socioeconómica entre los niveles económico y político. En su calidad de fuerzas
productivas se inscriben en la economía de mercado; en su calidad de irreductibles
a tales fuerzas se inscriben también en la esfera política de lo económico. Pero allí
solo valen en función de los ingresos que las fuerzas productivas que llevan en sí
–naturalmente o a causa de un capital adicional incorporado- son capaces de
reportarles en la economía de mercado. La capitalización simbólica de esos
ingresos le da a las tierras y a los hombres un valor económico, un valor que
puede circular en el modo de mercado como si se tratara de simples cosas
reproducibles en el propio seno de lo económico: por eso el modelo del “precio del
suelo” como capitalización de la renta inmobiliaria y el del “capital humano” como
capitalización del salario-renta; por eso también el modelo del seguro del “precio
de la vida humana” en las transacciones políticas privadas realizadas cuando se
trata de transferir el valor de un individuo a otro (en ocasión de una muerte
accidental, por ejemplo); por eso también el valor de las “clientelas” en las
relaciones de servicios puestas en valor por las profesiones liberales.

2.2.1.3. De la moneda al derecho

La moneda, como símbolo del valor económico, asegura el funcionamiento de la


interfaz entre la producción de mercado propiamente dicha y las “formaciones”
políticas de lo económico (grupos financieros, corporaciones, organizaciones
patronales, sindicatos obreros, “cámaras” y “órdenes” diversos, etc.). En un
sentido, permite la conversión de los ingresos monetarios en derechos “políticos”
de propiedad y en representaciones de sí mismo y de los otros. En sentido inverso,
autoriza la transformación de los patrimonios “imaginarios”, es decir, de esos
derechos y representaciones, en recursos materiales.

Entonces es posible generalizar la idea de que es la relación lo que permite


hacer conmensurables las prácticas que tienen que ver con el nivel determinante
de un orden (el nivel económico para el orden económico, por ejemplo), que va a
servir de “medio simbólicamente generalizado” en el conjunto del orden. Así, si
miramos ahora del lado de lo político, la puesta en forma jurídica aparece en el
sistema estatal como el equivalente de la monetización de las relaciones sociales
en el orden capitalista. Sin embargo, como en lo político, es la política la que
domina a la economía, en cuyo caso más vale hablar de un primer movimiento de
descapitalización simbólica, o de puesta en valor económico de los derechos
políticos mediante los ingresos de gravámenes correspondientes. La estructura de
los derechos políticos abstractos-formales equivale, en efecto, a una cierta
estructura de la “deuda” real del Estado, es decir a una distribución del “capital
simbólico del Estado” entre los poseedores de esos derechos que, a su vez,
equivale, por el juego de su transformación en derechos concretos sobre ingresos
positivamente –gastos- y negativamente distribuidos –“gastos fiscales”-, a una
cierta estructura de las relaciones de los hombres con las cosas, que pasa por el
sistema fiscal y los gastos públicos. Es por ese lado que la política fija algunas
reglas de juego del Estado fiscal-financiero, lo que solo es posible porque el
derecho es, como la moneda, apto para conservar en el tiempo las huellas de las
evaluaciones políticas de los hombres inscriptas en su condición y en sus títulos.
Por las formas simbólicas del Estado pasan entonces las interdependencias
funcionales entre su política y su economía. En la interfaz entre el sistema fiscal y
el sistema político público, hay una conversión de un cierto tipo de derechos
20

políticos –que podemos llamar derechos públicos subjetivos- en derechos


individuales sobre los ingresos por gravámenes, y una transformación correlativa
de los recursos materiales del Estado en recursos políticos.

2.2.1.4. Riesgos de desvalorización


Pero no podemos contentarnos con elucidar el alcance funcional de las
conversiones simbólicas que movilizan la moneda y el derecho. La dualidad de
funciones de esos medios es, en efecto, fuente de una primera forma de
ambivalencia, que es portadora de contradicciones. La moneda es el medio para la
circulación de los bienes en la economía de mercado y, en consecuencia, el medio
para la reproducción del ciclo de acumulación del capital productivo. Pero como
también es reserva de valor y, en consecuencia, medio del atesoramiento, es decir,
de una acumulación de signos del valor económico en los sitios y lugares de una
verdadera acumulación material, puede resultar una crisis monetaria de “esta
contradicción que aparece en un momento dado entre la evolución de las
relaciones de producción y la estructuración de las relaciones de propiedad que
35
instituye el arbitraje monetario” .

Lo mismo ocurre con el derecho, que vale doblemente en la acumulación


estatal, como elemento del crecimiento fiscal-financiero, y como elemento de un
puro desarrollo político. Los derechos políticos tienen, al mismo tiempo, una
función interna a la esfera política de lo político (participación en la soberanía) y
una “función de reserva” de derechos sobre los ingresos del Estado. La
acumulación de “stocks” de derechos sobre los ingresos provenientes de
gravámentes por algunos grupos sociales puede ir en contra de la emisión de
nuevos derechos necesarios para el desarrollo político propiamente dicho, como
ocurrió con los rentistas de la deuda pública hostiles al desarrollo democrático
antes de ser hostiles al seguro social. Por eso hay una contradicción entre esas
dos formas de acumulación política, con el riesgo correlativo de desvalorización de
algunos derechos, ya que la forma económica (fiscal-financiera) puede adquirir una
cierta autonomía por la masa de derechos adquiridos y venir así a trabar la forma
propiamente política de acumulación de poder. Limitar el juego de este tipo de
contradicciones, efectos de la ambivalencia funcional del derecho y de la moneda,
son las funciones de las reglas constitutivas de los sistemas monetario y jurídico.

2.2.2. El derecho y la moneda como formas no funcionales de regulación

Los sistemas monetario y jurídico no están, sin embargo, únicamente


estructurados a partir de sus funciones internas en lo económico y en lo político.
En efecto, derecho y moneda no son más que mediaciones internas de esos
órdenes, que también les permiten comunicarse entre sí, porque la moneda
asegura la articulación entre la economía productiva y la economía administrativa,
y el derecho la articulación entre la “sociedad civil” y la “sociedad política”. Como
vectores de las interdependencias no funcionales por medio de las cuales las
lógicas de lo económico y de lo político se confrontan continuamente, derecho y
moneda constituyen las estructuras básicas del modo de regulación social por
medio de las cuales se institucionalizan los compromisos fundamentales entre
actores estatales y actores capitalistas.

35
Orléan (1982), pp. 97-98.
21

En el nivel de la regulación de conjunto de la sociedad, se tienen entonces


formas monetarias y jurídicas específicas, formas reguladoras y ya no funcionales,
que articulan emisiones de mercado y emisiones estatales de moneda y de
derecho, emisiones contractuales y emisiones forzosas. Estas formas contienen,
esencialmente, los procedimientos de fijación de la unidad de cuenta monetaria y
de la norma jurídica central que ponen en relación los derechos de posesión y de
propiedad, respectivamente de origen público y privado. Como estas normas de
36
evaluación tienen que ver a priori con un “arbitrio cultural” , las formas monetaria
y jurídica correspondientes son autónomas respecto a las que sostienen
respectivamente las relaciones acreedores/deudores y las relaciones entre las
diversas categorías de quienes tienen derechos en el Estado. Así, “la equivalencia
de la moneda bancaria como unidad de cuenta no depende de las condiciones de
37
equilibrio de los excedentes y déficits de los agentes privados de la economía” .
La primera función tiene que ver con el carácter público de la moneda y la segunda
con el uso privado que se hace de ella. En lo que se refiere al derecho, la
autonomía de sus diversas formas aparece con la división fundamental (summa
divisio) de la “ciencia del derecho”, es decir, la distinción derecho privado/derecho
público, que remite a la del “hombre como individuo burgués privado” y al “hombre
38
como ciudadano del Estado” .

Moneda y derecho funcionan también como primeras restricciones de la


reproducción concomitante del Estado y del capital. Pertenecen así al núcleo duro
del espacio social “mixto”, donde se construye y trata de reproducirse el modo de
regulación social. Entonces es importante considerar, en su particularidad, las
instituciones que, como la moneda y el derecho, asignan límites a la expresión de
las contradicciones entre las lógicas sociales competitivas de lo económico y de lo
político. Estas instituciones que aseguran interdependencias sociales no
f u n c i o n a l e s y q u e , p o r e s o m i s m o , e n c a r n a n d e e n t r a d a u n a d i s c r e ci o n a l i d a d d e
orden cultural, expresan una segunda forma de ambivalencia de los vínculos
sociales.

2.2.2.1. Ambivalencia de la moneda y discrecionalidad monetaria

Varios autores han insistido ya en la ambivalencia y el carácter mixto


39
público/privado del sistema monetario . Recordemos que la moneda es
irreductiblemente ambivalente; es al mismo tiempo bien público y objeto de todos
los deseos del acaparamiento privado. Esta ambivalencia nunca puede ser
eliminada; sólo puede ser administrada por instituciones reunidas en una
organización monetaria. Los dos términos de la ambivalencia de la moneda, forma
general y liquidez privada, pueden traducirse en los modos de organización con la
forma de tendencias estructurales: la centralización y el fraccionamiento. Toda
organización monetaria concreta es un arreglo que trata de estabilizar la
coexistencia de esas tendencias contradictorias, sin que nunca sea posible definir
criterios de óptimo (Aglietta [1984], pp.164-165).

36
“En los asuntos de los hombres, hay en el signo social algo discrecional con relación a
las motivaciones, que encuentra (...) su origen en el célebre principio de Saussure de lo
arbitrario del signo” (Sahlins [1980b]. P. 36).
37
Aglietta (1984), p. 164.
38
Pasukanis (1926), p. 91 y Miaille (1976), p. 183.
39
Véase especialmente Aglietta y Orléan (1982), Orléan (1982), Aglietta (1984 y 1988),
Boyer-Xambeu, Deleplace y Gillard (1986), y Servet (1988).
22

Mario Dehove, por su parte, atrajo particularmente la atención hacia el “arbitrio


monetari” inherente a la unidad de cuenta – “la forma más general y más abstracta
de la moneda”- que el Estado impone al orden del mercado.
Así, desde el momento en que se adopta la concepción más general de la moneda,
la de unidad de cuenta –en la cual el valor ya no se expresa como cantidades del
patrón sino en cantidad de unidades de cuenta- independientemente de la
existencia del crédito y del dinero bancario, pues éste es otro problema, surgen
con el carácter arbitrario de esta unidad de cuenta dos cuestiones: las condiciones
de su imposición, de donde se desprende la necesidad de un sistema monetario, y
la de su definición, es decir de las relaciones entre el sistema monetario y las
condiciones de reproducción del capital y, tal vez más generalmente, de la
reproducción social (Dechervois [1982], p. 72).

Este arbitrio de la moneda de cuenta proviene de que la moneda no es solo un


medio de cambio y una reserva de valor, sino también un medio de recaudación.
Manipular la unidad de cuenta es simplemente un medio de crear (o destruir)
moneda (la otra forma es abrir créditos) y, al hacerlo, simultáneamente se grava a
40
algunos y se redistribuye a otros . El monopolio estatal de esta función de
acuñación de moneda es necesario para la extensión discrecional de los
gravámenes fiscales, porque es una condición de reproducción del Estado desde el
momento en que éste se articula con una producción de mercado. Sin embargo, el
gravamen monetario puede adoptar dos formas: o bien el Estado emite moneda
para pagar sus compras y luego la deja en circulación; o bien emite, compra, y
41
luego recupera mediante los gravámenes fiscales la moneda emitida . En el primer
caso, hay una imposición por la fuerza de una moneda que no es verdaderamente
reconocida en la circulación de mercado, no sólo porque aparece directamente
como un gravamen ilegítimo, sino también porque instantáneamente se acumula en
42
el circuito de mercado desvalorizándose con rapidez . En el segundo caso, la
moneda del Estado no es más que intermediaria de la recaudación fiscal –su
“vehículo”- y puede circular en la economía de mercado y mezclarse con las otras
monedas sin perder su legitimidad. Recaudar legítimamente por el señoreaje
(derecho de acuñación de moneda) o emitiendo un excedente de moneda mediante

40
Véase lo que dicen Aglietta y Orléan (1982, p. 160) de las reformas monetarias en
Grecia. Debemos considerar que lo mismo ocurre con las políticas keynesianas de
reactivación por medio del déficit presupuestario, aunque en general sus efectos solo se
aprecian globalmente y no en términos de gravámenes para algunos y de redistribución
para otros.
41
Desde el origen del Estado territorial “está permitido concretamente creer que la función
principal de la moneda es la de canalizar los intercambios que se desarrollan alrededor de
la persona real. Las piezas de moneda (...) ¿no sirven en primer lugar para vehicular los
favores que emanan del palacio? ¿y luego para llevar hacia el rey lo que sus agentes
recaudan de los convoyes de mercancías a lo largo de las rutas y los ríos, el monto de los
tributos impuestos a las poblaciones sometidas, el producto de las multas impuestas en
los tribunales públicos? (...) Entre todas las transferencias de riquezas, hay algunas en las
cuales no es posible evitar recurrir al instrumento monetario, lo que determina el impuesto
en todas sus formas. (...) Por su munificencia, el rey distribuye a su alrededor fragmentos
de oro, marcados con el signo de su poder personal; fragmentos que le vuelven por medio
del régimen tributario. Se organiza así un circuito, limitado y casi enteramente cerrado
sobre sí mismo, del cual el palacio constituye el pivote” (Duby [1973], p. 79. Jean Michel
Servet observa en el mismo sentido “que las prácticas monetarias antiguas se desarrollan
no solo en el intercambio, sino también en la codificación y estandarización necesarias
para las relaciones de alianzas internas y externas de las comunidades, matrimoniales,
políticas, culturales, etc. (...)” (1988, p. 51).
42
Esto se produce cuando el Estado está imposibilitado de organizar la recaudación fiscal,
como ocurrió en Francia durante el “episodio de los assignats (papel moneda emitido
durante la Revolución que estaba garantizado con los ‘bienes nacionales’)”, o como en el
caso actual de los países que sufren hiperinflaciones.
23

déficit presupuestario es posible si la recaudación monetaria es escasa con


relación al gravamen fiscal y en relación con el producto en circulación.
El monopolio estatal de acuñación de moneda hace de ésta no sólo un bien
público que permite la generalización de los intercambios económicos, sino
también un medio de recaudación o de gravamen, es decir un medio de
acumulación política que compite con el uso de la moneda como medio de
acumulación económica. Dentro del sistema monetario se gestionan entonces “los
43
conflictos entre los circuitos monetarios privados y públicos” , utilizando la
articulación entre la moneda como vehículo de recaudación y la moneda como
vehículo del intercambio de mercado.

2.2.2.2. Ambivalencia del derecho y discrecionalidad jurídica

Se debe a Evgeny Pasukanis (1926) el haber mostrado que el mismo tipo de


ambivalencia prevalecía por el lado del derecho. Sin embargo, este autor,
principalmente preocupado de recusar las concepciones dominantes puramente
normativas del derecho, que hacen de él un simple instrumento del Estado,
confundiendo derecho y norma, ha tenido, a la inversa, tendencia a descuidar la
naturaleza propia de la emisión pública del derecho (la ley). Su punto de partida es
que la relación jurídica no se desprende de una prescripción imperativa que adopta
la forma de una norma objetiva, sino que “no es más que la inversa de la relación
44
entre esos productos del trabajo que se han vuelto mercancías” . Para Pasukanis,
la verdadera fuente de la relación jurídica es el contrato basado en el intercambio
de mercancías, y es en lo económico y no en lo político donde se fundamenta lo
que él llama la “superestructura jurídica”.
Las relaciones de propiedad (...) que constituyen la capa fundamental más
profunda de la superestructura jurídica, se encuentran en contacto tan estrecho
con la base que aparecen como las “mismas relaciones de producción” de las
cuales son “la expresión jurídica” (Pasukanis [1926], p. 80).

Más precisamente, Pasukanis considera que, en tanto tal,


la obligación no puede agotar el contenido lógico de la forma jurídica en la medida
en que no es difícil probar que la idea de la sumisión incondicional a una autoridad
normativa externa no tiene la menor relación con la forma jurídica, ya que cuanto
más se aplica de manera consecuente el principio de la reglamentación autoritaria,
que excluye toda referencia a una voluntad autónoma particular, más se restringe
el campo de aplicación de la categoría de derecho (ibid., pp. 89-90-91).

De lo cual deduce que “el desarrollo del derecho como sistema no fue
engendrado por las exigencias de las relaciones de dominación sino por las
exigencias de los intercambios comerciales (...)” y que “el Estado no es una
45
superestructura jurídica sino que solo puede ser pensado en tanto tal” . Una de
sus consecuencias sería que “el derecho público no puede existir más que como
reflejo de la forma jurídica privada en la esfera de la organización política o, de lo
46
contrario, deja de manera general de ser un derecho” . Esta concepción tiene el
mérito principal de evitar la reducción del derecho a la norma estatal y de recordar
que hay una producción privada de relaciones jurídicas, una emisión privada de
derechos. Muestra, por un lado, que el derecho desarrollado como mediación
encuentra su fuente en el desarrollo de la producción de mercado y, por otro, que

43
Aglieta y Orléan (1982), p. 168.
44
Pasukanis (1926), p. 75.
45
Ibid., pp. 84 y 92.
46
Ibid., pp. 92-93.
24

lo político no puede deducirse del intercambio de mercado como simple cierre del
sistema jurídico a través de la norma que obliga a respetar los contratos, ya que el
Estado no es un simple “instrumento de derechos”. Pasukanis pone así en escena
una “profunda contradicción” o una “extraña dualidad” del concepto de derecho
que, en los términos de Léon Duguit, son
dos aspectos, aunque ubicados en diferentes niveles, que se condicionan
recíprocamente, a saber: por un lado el derecho como forma de la reglamentación
autoritaria externa y, por otro, el derecho como forma de la autonomía privada
subjetiva. En un caso lo fundamental es la característica de la obligación absoluta,
de la restricción externa pura y simple; y en el otro la característica de la libertad
garantizada y reconocida dentro de ciertos límites. (...) En un caso el derecho está
basado, por así decirlo, en la autoridad externa; mientras en el otro se opone
47
totalmente a cualquier autoridad externa que no lo reconozca (ibid., p.86) .

Sin embargo Pasukanis, por una concepción superestructural del Estado que lo
reduce a una “organización de la dominación política de clase (que) nace en el
48
terreno de las relaciones de producción y de propiedad dadas” , no extrae todas
las consecuencias teóricas de esta dualidad. Así, por un lado, sólo concibe la
forma jurídica en el nivel de la conversión de la economía en política dentro de lo
económico, oponiendo entonces directamente la economía a lo jurídico sin dar
lugar a la mediación monetaria ni a la política en cuanto tal. Y, por otro lado, él no
ve que la deducción del derecho de la economía de mercado deje abierta la
cuestión de la discrecionalidad jurídica, es decir de “la unidad de cuenta” jurídica
que sirve para definir la igualdad de quienes intercambian (norma de equivalencia
entre los sujetos jurídicos), que no está dada en el intercambio, como lo muestra la
recurrencia de los debates de filosofía política alrededor de esta idea de igualdad,
sobre la cual ni siquiera los pensadores liberales pueden ponerse de acuerdo.

Por el contrario, al dar un lugar a la política en lo económico, puede verse que


la idea de Pasukanis de separación del nivel jurídico a partir del nivel económico
de la producción de mercado corresponde más bien a lo que hemos tratado antes
como separación de la política respecto de la economía por el juego de la
simbología. La personificación de las cosas es un proceso de politización antes de
traducirse en una puesta en forma jurídica; y Pasukanis, olvidando esta
politización, no hace diferencias entre una relación entre hombres y una relación
49
entre sujetos jurídicos . En realidad, del intercambio de mercado solo puede

47
Es esta misma dualidad la que se traduce en la oposición dogmática de las doctrinas
normativas que también se encuentran en el ámbito monetario con, por un lado, “el
nominalismo (o chartalismo) (...) que considera a la moneda como una creación del
Estado, como un puro símbolo, una ficción establecida por el orden jurídico. Y, por otro, el
metalismo puro (...), para el cual la posibilidad de la moneda de ejercer sus funciones
monetarias se apoya en su valor sustancial, metálico”. Y “entre esas dos posiciones
extremas, se encuentra la de los protagonistas de una teoría del valor funcional de la
moneda (...) (que) mantendría al mismo tiempo el valor sustancial de la moneda, sin por
eso vincularla al oro, pretendiendo por el contrario que las funciones monetarias podrían
ser aseguradas por una moneda de valor mínimo” (Haesler [1986], pp. 118-119). Al ver la
hegemonía de las corrientes que hacen remontar la moneda exclusivamente a las prácticas
de mercado (Servet [1988]), resulta sorprendente constatar la polarización simétrica de los
economistas y de los juristas en su reducción de la moneda y del derecho; para el
capitalismo la moneda, y toda la moneda (símbolo de la libertad), para el Estado el
derecho, y todo el derecho (símbolo de la autoridad).
48
Pasukanis (1926), p. 80. “Las relaciones de producción y su expresión jurídica forman lo
que Marx denominaba, siguiendo a Hegel, la sociedad civil. La superestructura política y
especialmente la vida política estatal oficial es un momento secundario y derivado” (ibid.,
p. 80).
49
Así, para Pasukanis, “al mismo tiempo que el producto del trabajo reviste las
propiedades de la mercancía y se torna portador de valor, el hombre se vuelve sujeto
25

deducirse que el hombre aparece como dotado de una voluntad autónoma y


teniendo derechos. El derecho de propiedad económica fundamenta una relación
política pero, en tanto relación política, no implica de entrada la forma jurídica, y
menos todavía una forma jurídica desprovista de discrecionalidad. Las relaciones
jurídicas no emanan directamente de las relaciones de producción, que pueden no
traducirse más que en “contratos implícitos” en moneda, ya que la forma jurídica
solo es la forma adoptada por las relaciones políticas de mercado cuando hay un
cuestionamiento del valor de los derechos de propiedad. Como lo observa el propio
Pasukanis,
la relación económica, en su movimiento real, no es más que la fuente de la
relación jurídica que sólo nace en el momento del diferendo. Es precisamente el
litigio, la oposición de intereses, lo que produce la forma jurídica, la
superestructura jurídica. El tribunal representa, incluso en su forma más primitiva,
la superestructura jurídica por excelencia. Mediante el proceso judicial el momento
jurídico se separa del momento económico y aparece como un momento autónomo
(ibid., p.83).

La puesta en forma jurídica es, entonces, lo que permite la circulación y la


valorización de los derechos políticos en todo el espacio de lo político, el paso de
la “voluntad del sujeto político” al ejercicio de esta voluntad por el sujeto
j u d i c i a l i z a d o , y l a t r a n s f o r m a c i ó n d e d e r e c h o s t o d a v í a i n t e r- s u b j e t i v o s e n d e r e c h o s
objetivos dotados de un valor comprobado en la comunicación política. Olvidar esta
función del derecho como puesta en forma general de la política de mercado y
hacer de él una simple expresión de la economía de mercado, es un poco como
considerar que la moneda basta para definir a la economía de mercado, ya que
ésta se reduce a un mercado abstracto en el cual se intercambiarían
exclusivamente derechos monetarios.

De este planteamiento se desprende que aun cuando la judicialización de los


derechos de propiedad implica un momento judicial, este momento funciona como
un tercero en los intercambios políticos privados e introduce necesariamente un
elemento discrecional en esos intercambios, el de la regla de juicio, el de la norma
jurídica. Esta discrecionalidad remite, en primer lugar, a la necesidad de referirse a
un principio de evaluación incontestable en la esfera de los derechos subjetivos
que son cuestionados y, por lo tanto, a un proceso de elección-exclusión de un
derecho subjetivo encargado de poner en relación a todos los otros. Esa
discrecionalidad se vincula luego al hecho de que esta norma jurídica debe valer
también en el seno de lo político, lo que le da un carácter ajeno a la lógica
económica. En efecto, el derecho objetivo debe aplicarse también en el orden
político, validando derechos subjetivos vinculados a condiciones o títulos que no
50
tienen necesariamente que ver con lo económico .

jurídico y portador de derechos. (...) Al mismo tiempo la vida social se disloca, por un lado
en una totalidad de relaciones cosificadas que nacen espontáneamente (...), es decir de
relaciones en las que los hombres no tienen otro significado que el de cosas; y, por otro
lado, en una totalidad de relaciones donde el hombre sólo es determinado en la medida en
que se opone a una cosa, es decir, es definido como sujeto. Esta es precisamente la
relación jurídica. (...) El vínculo social arraigado en la producción se presenta
simultáneamente en dos formas absurdas, por un lado como valor de mercado y por otro
como capacidad del hombre para ser sujeto de derecho” (1928, pp. 102-103).
50
Pasukanis reconoce implícitamente este punto cuando, a propósito del derecho feudal,
observa que “la forma habitual para establecer una regla o una norma general es el
reconocimiento de cualidades jurídicas a un ámbito territorial determinado o a una parte
de la población” (1926, p. 109). Pero considera que el derecho no reviste entonces un
carácter abstracto y universal. Para él, finalmente sólo hay derecho en la igualdad formal
de los individuos como sujetos jurídicos, posición tan reductora como la que consiste en
asimilar la política a la democracia.
26

Para valer en el espacio público y ser transferible y oponible a terceros que no


han participado en la emisión original, un derecho privado debe conformarse a una
regla de juicio aceptada por esos terceros y que determine su valor en una
jurisdicción con autoridad en todo el espacio de circulación deseado para ese
derecho. Y, en lugar de ser asimilado a una simple imposición autoritaria,
la norma jurídica debe ser comprendida en otro sentido, ya que un sistema
normativo como el derecho es, antes que nada, un sistema de medición; es un
sistema de relaciones y de comunicación (...) que permite la cohesión de los
diferentes participantes y que, para eso, supone la necesidad de un orden, de una
programación, es decir, de un conjunto de normas que establezcan la medida de
esas relaciones sociales. (...) En otras palabras, antes de ser una obligación, la
norma jurídica es un instrumento de medición y las prácticas jurídicas son
específicas en el sentido de que están referidas a objetos no jurídicos, pero que,
por la calificación que el derecho les otorga, permiten llegar a resultados jurídicos
que determinan el valor de las acciones sociales (Miaille [1976], pp. 103, 105 y
115).

Dicho de otra manera, la existencia de una norma central no impide las


emisiones puramente privadas de derechos en circuitos más restringidos de
comunicación y de intercambio, pero la validación social de los derechos de
propiedad y de los créditos y deudas en la totalidad del territorio nacional supone
que esas emisiones se hagan según esta norma. Considerar que en el derecho
positivo hay una regla fundamental de juicio, un principio estatal que sirve de
referencia a todos los otros –de la misma manera que la moneda central es
soberana y sirve de referente y de sanción a posteriori para las emisiones
descentralizadas de moneda-, no impide admitir que una gran parte de las
prácticas jurídicas son privadas, descentralizadas, y que resultan de prácticas de
mercado. Estas emisiones privadas de derechos son, de alguna manera,
autovalidadas, se las supone a priori válidas y en la mayor parte de los casos,
como consecuencia del cierre de los circuitos relacionales privados, no están
sometidas a una sanción-validación social por confrontación con la norma central.
Puede incluso existir un verdadero mercado del derecho donde una producción
privada de servicios jurídicos (incluso de reglas) dé lugar a transacciones
monetarias, siendo entonces el sistema jurídico tanto un campo de producción de
servicios jurídicos de mercado como un campo de imposición de normas jurídicas
estatales. En este sistema se fijan principalmente las reglas que se imponen a los
protagonistas en la definición de la discrecionalidad jurídica, definición que
circunscribe los modos posibles entre lo público y lo privado de creación del
derecho, y que comprende correlativamente a las reglas que presiden la
transformación de los derechos subjetivos en derechos objetivos, tanto en la
política de lo económico como en la política de lo político, y la conversión de los
derechos objetivados de una esfera política a otra.
Que el Estado trate de controlar esta discrecionalidad con el objeto de utilizarla
para sus propios fines y que con la justicia pase lo mismo que con la emisión de
51
moneda resulta entonces totalmente lógico. Para el Estado, en efecto, expresar el
derecho es como emitir moneda ya que es poner también en funcionamiento un
52
vehículo esencial del gravamen y del gasto público . Al emitir su propio derecho,
el Estado va a poder utilizar lo jurídico como medio directo de dominación o, de
manera más legítima, como intermediario de esta dominación política, ya que su

51
Duby (1973), p. 77.
52
Sobre el papel “económico” de los derechos de justicia y de las multas en la época de la
acumulación estatal primitiva, véase Strayer (1979).
27

derecho, en la medida en que fija normas generales y se constituye en la última


instancia, aparece como un bien público legítimo que el servicio público de Justicia
53
tiene la carga de gestionar .

2.2.2.3. El espacio simbólico mixto


De los desarrollos anteriores surge una doble ambivalencia de la moneda y del
derecho: la relativa a su valor simultáneo en lo económico y en lo político, y la
relativa a la dualidad de sus funciones en los niveles económico y político de esos
órdenes. Ahora bien, esas dobles posiciones ocupadas por las mediaciones
monetarias y jurídicas no son a priori compatibles, pues en un caso se trata de
articulaciones no funcionales entre finalidades contradictorias mientras que en el
otro nos encontramos ante interdependencias funcionales. En consecuencia, como
lo muestra el esquema 2.1, la correspondencia entre las diversas formas
funcionales y reguladoras de la moneda y del derecho es solo mediata; y esas
formas son entonces susceptibles de aparecer como instituciones separadas. Si se
especifican, a falta de algo mejor, las funciones simbólicas internas de los órdenes
con el calificativo general de financiero, que da cuenta de la capitalización
simbólica y del cambio de forma que sufren los contenidos de las mediaciones
monetaria y jurídica en este nivel, es posible considerar como autónomos a priori,
al régimen monetario propiamente dicho (en el cual se fijan la unidad de cuenta,
los modos de creación monetaria y el dispositivo de las instituciones monetarias);
al régimen monetario-financiero, un régimen jurídico propiamente dicho (en el cual
se fijan los modos de emisión del derecho objetivo, la regla de juicio y el
54
dispositivo de las instituciones judiciales); y al régimen jurídico-financiero . Ese a
priori permite mantener como pregunta la cohesión de las formas funcionales y
reguladoras respectivas de la moneda y del derecho, es decir, la formación de
sistemas monetarios y jurídicos totalmente unificados.

Además, como los regímenes monetarios y jurídicos “puros” –es decir, aislados
de las funciones financieras correspondientes- tienen que ver al mismo tiempo con
lo político y lo económico sin poder adquirir autonomía en su seno, se los debe
situar en el espacio simbólico “mixto” donde esos dos órdenes cohabitan según
relaciones no funcionales y donde el arbitrio cultural juega plenamente. Lo
arbitrario de los signos monetarios y de las representaciones jurídicas que sirven
de referenciales ocupa en este espacio un lugar primordial, lo que lleva a
preguntarse cómo se determina la elección de los símbolos “elegidos”. Está claro
que no hay una respuesta para esta pregunta en el nivel de lo social tal como ha
sido implícitamente definido hasta ahora, es decir como articulación de lo
económico y de lo político. La respuesta hay que buscarla en otro orden, del lado
de los profesionales de la representación del mundo, en el seno de un orden
simbólico donde la actividad simbólica es un fin en sí mismo, con la acumulación

53
Sobre este punto, véase Bourdieu (1986).
54
Un régimen monetario-financiero puro sólo será objetivado en “instituciones financieras
no monetarias” (Dechervois [1982], p. 74). En el derecho, la distinción tiene que ver con la
oposición “significativa” del derecho público (que concierne al funcionamiento de lo
político) y del derecho privado (que concierne al funcionamiento de lo económico en su
relación con lo político), distinción que los juristas consideran, sin embargo, como cada
vez menos precisa, dado el desarrollo de formas jurídicas mixtas. Se ubica en el derecho
público el “derecho constitucional, el derecho administrativo y el derecho de las finanzas
públicas o derecho financiero. Pero sólo con reticencia se ubica también allí el derecho
penal y el derecho judicial ‘privado’” (Miaille [1976], p. 179). A causa del paralelismo con
la moneda, se puede considerar que el derecho penal, en tanto arquetipo del derecho
represivo y, por lo tanto, de la imposición de la norma jurídica central, forma parte del
mismo conjunto que el derecho privado, del cual sería la contrapartida estatal directa.
28

de signos, de representaciones y de imágenes constituyendo un sentido en sí


55
mismo . Es en este orden donde se surten los tenedores de los demás órdenes
para satisfacer sus propias necesidades de mediaciones simbólicas.

Sin duda las interdependencias (no funcionales) entre lo simbólico y los demás
órdenes sociales van más allá de estas relaciones de producción y de puesta en
circulación de puros símbolos. Especialmente por la vía del espacio simbólico
mixto, donde se confrontan directamente sus teleologías, el juego de las prácticas
económicas y políticas internas al orden simbólico implica otros tipos de
interdependencias que se traducen en una posible puesta en valor en lo económico
y/o en lo político, de los diversos “productos” del mundo del arte, de la ciencia, de
la literatura, de la filosofía, de la religión, de las ideologías, etc. Dicho de otra
manera, lo económico y lo político no obtienen de lo simbólico sólo las
mediaciones simbólicas, sino también, eventualmente, recursos económicos y
políticos para poner en valor según sus propias lógicas (mercado del arte,
industrias o instituciones de propaganda culturales, inversión política e incluso
económica en la religión y en la ciencia). Sin embargo, aquí nos limitaremos a
considerar que el orden simbólico solo tiene un papel en el nivel de las
mediaciones no funcionales entre los órdenes económico y político.

2.2.3. El derecho y la moneda como mediaciones competitivas

En esta etapa del análisis, y limitándonos a un espacio social considerado


como sometido a un arbitrio cultural externo, la representación topológica lleva a
definir el modo de regulación social como un conjunto de regulaciones económicas
y políticas vinculadas por cuatro regímenes de mediación monetarias y/o jurídicas.
Pueden así concebirse con más facilidad las relaciones que mantiene el sistema de
las finanzas públicas con, por el lado del Estado, lo que usualmente se denomina
el régimen político y el régimen jurídico; y, por el lado del capital, el régimen de
acumulación y los regímenes monetarios y financieros. Pero avanzar en este
sentido supone precisar dos puntos relativos a la autonomía de los regímenes
propios de cada una de las esferas de prácticas disociadas, y a la superposición de
las mediaciones en las esferas que tienen entre sí fronteras heterogéneas.

2.2.3.1. La autonomía de los diversos regímenes


En la modelización topológica no hay relación directa entre las regulaciones de
las diversas esferas económicas y políticas; así se plantea la posible autonomía
del régimen fiscal-financiero respecto no solo del régimen (político) de la propiedad
económica, sino también de la regulación de la economía productiva y de la
política político-administrativa. Esto no excluye relaciones indirectas, que también
están jerarquizadas, porque algunas son mediaciones funcionales y otras
mediaciones “mixtas”; más otras, que son combinaciones de ambas. Así, la
intervención gubernamental en la producción adoptará formas sucesivamente
“jurídico-financieras”, fiscal-financieras y luego monetarias, o bien pasará por el
sistema jurídico, el sistema de la propiedad económica y el sistema “monetario-
financiero” o, incluso, por ambas vías al mismo tiempo (véase el esquema 2.1).
Otro ejemplo: la relación del sistema político de propiedad privada con el sistema
fiscal-financiero pasará por la mediación del sistema jurídico, del sistema político-
administrativo y el sistema “jurídico-financiero”; o bien por la del sistema

55
Se podría definir así fácilmente lo cultural como el conjunto de lo social y de lo
simbólico.
29

“monetario-financiero”, del sistema productivo y del sistema monetario. El interés


del modelo es entonces permitir pensar que la transformación del poder económico
en poder político no es algo evidente, y que no hay una equivalencia entre
monopolio de los medios de producción y monopolio del poder político, ya que el
dinero no se transforma en poder hegemónico sin mediaciones y, por lo tanto, sin
dificultades y contradicciones.

Pero el modelo deja también abierta la posibilidad de una conversión que haga
corto circuito con alguna de las cuatro esferas, a causa del carácter común
monetario o jurídico de los regímenes de mediación. Es el caso, por ejemplo, de la
relación de endeudamiento público, que puede evitar la mediación por la
producción gracias a la ambivalencia del dinero, que es común al régimen
monetario-financiero y al régimen monetario, en una configuración de regímenes
donde, por ejemplo, la producción puede ser relativamente independiente de la
propiedad capitalista y de la circulación de los créditos y las deudas. Esto también
ocurrirá en la relación entre la producción de servicios no de mercado y la esfera
de los derechos de propiedad privada, que puede evitar la mediación del sistema
político público gracias a la ambivalencia del derecho, fundamento común del
régimen jurídico-financiero y del régimen jurídico, en una configuración donde el
sistema político público es relativamente independiente del sistema fiscal-
financiero.

2.2.3.2. Relaciones internas entre la moneda y el derecho

Subsiste, sin embargo, una dificultad teórica relativa al sistema fiscal-


financiero y al sistema de la propiedad económica, dificultad que se debe al
carácter no homogéneo, en términos de mediaciones, de sus fronteras. Mientras la
esfera política estatal está aislada del (unida al) resto de lo social por mediaciones
uniformemente jurídicas, y la esfera económica capitalista lo está por una frontera
monetaria, la economía de lo político y la política de lo económico tienen fronteras
cuyas formas son, al mismo tiempo, jurídicas y monetarias. Así es como
especialmente el sistema fiscal-financiero grava y redistribuye simultáneamente
por intermedio de la moneda y del derecho, por lo cual una mejor comprensión de
las finanzas públicas debe pasar por la comprensión de la articulación entre
derecho y moneda en su seno.
Por un lado, el derecho a un ingreso monetario en el Estado no es de origen
monetario –y, por lo tanto, autorreferenciado- sino de fuente jurídica; la legitimidad
del ingreso monetario no tiene que ver con el intercambio monetario (un contrato
particular referido a un intercambio de cosas) sino con el derecho (una regla
referida a relaciones entre hombres). El ingreso es, en primer lugar, de derecho y
no en moneda. La moneda no es la forma inmediata del ingreso, porque el derecho
habiente tiene “el derecho” de exigir el ingreso, pero no de exigirlo en moneda;
podría recibirlo “en especie”. La moneda del Estado, vehículo y/o sustituto del
impuesto es, entonces, fundamentalmente diferente de la moneda del mercado.
Está especialmente despojada de su fetichismo, porque no puede servir
directamente para una capitalización financiera, sino solo para una acumulación
política que tiene forma jurídica. Como lo político es el orden social en el cual los
derechos se convierten en dinero, a la inversa de lo económico donde el dinero se
convierte en derechos, el derecho es allí inmediato. En lo económico, de manera
contraria pero según el mismo modelo, aun cuando la política tome la forma
jurídica del contrato, éste es el medio para establecer una relación monetaria y el
derecho es mediato, mientras la moneda está primero; la moneda es el contenido
del derecho.
30

Por otro lado, la moneda es también el “vehículo” de la lógica de mercado y los


derecho habientes (clientes) y los deudores (contribuyentes) están en su mayoría
insertos en relaciones monetarias de mercado. Y de la misma manera que el
derecho del Estado interfiere con la moneda en la esfera política de la propiedad
económica, la moneda del Estado, al mezclarse con la de los comerciantes, va a
ser un vector de penetración de la economicidad capitalista de mercado en el seno
del Estado de finanzas. Dicho de otra manera, si bien la moneda es, en el sistema
fiscal-financiero, una moneda particular ya que su emisión no es más que una
forma necesaria del derecho estatal de imponer –y no una posibilidad abierta por
una acumulación previa de crédito monetario-, eso no impide que la circulación de
esta moneda en lo económico le confiera una forma general que no deja de tener
un efecto retroactivo sobre la fuente misma –jurídica- de su emisión. Por eso, en el
sistema fiscal-financiero las relaciones con las cosas están particularmente
mercantilizadas y se tiene siempre una combinación de venta y de gratuidad, de
limitaciones monetarias y jurídicas en el acceso a los servicios. También por eso,
se observa allí el conflicto entre la lógica económica del “rendimiento” (los
impuestos indirectos como recursos económicos de los fines políticos) y una lógica
p o l í t i c a d e l a “ f i n a l i d a d ” ( l o s i m p u e s t o s d i r e c t o s c o m o i n s t r u m e n t o s p o l ít i c o s e n s í
mismos). Por eso, finalmente, es necesaria una regulación que garantice el
equilibrio de las tensiones entre las lógicas prácticas vehiculizadas por la moneda
y las basadas en el derecho, no porque el derecho y la moneda se opongan entre
sí –ya que sólo son, en cuanto tales, formas sociales vacías de contenido-, sino
porque por intermedio del régimen monetario que le permite a la unidad de cuenta
estatal circular en la producción de mercado, la moneda del Estado pierde su
carácter puro de medio del derecho para volverse un medio de sí misma, un
instrumento de la acumulación económica y ya no sólo de la acumulación política.

En resumen, en lo político domina la mediación jurídica pero, sin embargo, se


integra con la mediación monetaria, y el régimen fiscal-financiero es, en parte, el
modo de esa integración. Mediante la transformación del derecho en moneda, que
fundamenta el nivel específico de la economía en la acumulación política, se opera
así una articulación esencial entre la producción y el sistema fiscal-financiero.

2 .3 . L o d o m é s tic o , la p o b la c ió n y e l s u e lo
La presentación de la topología de lo social no estaría completa si no se le
diera un lugar a la pequeña producción para el mercado, esa gran olvidada del
análisis de las relaciones entre el Estado moderno y el capitalismo que, sin
embargo, como hemos visto en el capítulo anterior, era el centro de sus
respectivos desarrollos.

2.3.1. La pequeña producción para el mercado y el orden doméstico

Fernand Braudel ha señalado, a propósito del período anterior al siglo XIX, que
la ciencia económica, polarizada entre las realidades evidentes del mercado, se
encontraba en un estancamiento casi total sobre la “actividad elemental básica que
se encuentra en todas partes y que tiene un volumen simplemente fantástico”, una
“zona espesa, a ras del suelo” que este autor denomina “a falta de algo mejor, la
vida material o la civilización material”, una “infra-economía (...) de la
autosuficiencia, del trueque de los productos y de los servicios en un radio muy
31

56
corto” que habría que designar con una “etiqueta más adecuada” . Ahora bien,
mediante algunas especificaciones, este juicio sigue siendo válido en el período
posterior. Asimilando esta infra-economía a la economía doméstica y considerando
simultáneamente que esta economía doméstica es el nivel económico del orden de
las prácticas de la pequeña producción para el mercado (en un sentido más amplio
que el usual) es posible considerar que la ciencia económica olvida siempre incluir
en su campo de análisis una economía de volumen considerable, ya que la
economía doméstica representaba en Francia en 1975 alrededor del 54% de la
cantidad total de horas de trabajo y, según diferentes valoraciones monetarias,
57
entre el 32% y el 77% del Producto Interno Bruto de mercado .

2.3.1.1. El orden doméstico como fundamento último de la sociedad

La pequeña producción para el mercado no puede, sin embargo, reducirse a


una economía. Si se enfoca el orden doméstico como un orden específico de
prácticas que no se confunde con el orden económico capitalista, ni con el orden
político estatal, y se distinguen también allí los niveles económico y político, la
pequeña producción para el mercado –y la familia nuclear moderna que es su forma
institucional básica- puede ser vista como el concepto de un tercer invariante de
las sociedades capitalistas-estatales. Surge entonces que cuando el orden
doméstico está estructurado por la pequeña producción para el mercado, en el
sentido clásico de producción de verdaderas mercancías, su reproducción depende
esencialmente del nivel económico; cuando, en cambio, está estructurado por una
pequeña producción para el mercado reducida a la producción de la “mercancía”
fuerza de trabajo, su reproducción depende, en primer lugar, de la política.

Hemos podido definir la economía de mercado simple como la “sociedad


imaginaria donde la mercancía sería el principio exclusivo del intercambio, pero
donde todo se desarrollaría en la armonía del contrato analagmático”, una sociedad
donde “no habría más que comerciantes autónomos, sujetos privados, pero
vinculados unos con otros por la equivalencia universal. En resumen,
58
¡comerciantes desprovistos de toda voluntad de acaparamiento!” . Pero el
concepto de economía de mercado simple ¿es adecuado para explicar a la pequeña
producción para el mercado? Como el capitalismo es confundido, con demasiada
frecuencia, con el simple mercado, ¿hay que considerar, a la inversa, que no
pueden existir prácticas de mercado donde “la voluntad de acaparamiento” no
pueda estructuralmente actualizarse? ¿Podemos “simplemente” olvidar a la
pequeña producción para el mercado, reduciendo en consecuencia el mercado al
capitalismo? Evidentemente no, porque como hemos visto en el capítulo anterior,
puede haber un orden de mercado impuesto por el Estado, en el cual una pequeña
producción para el mercado –conjunto de productores (y no de comerciantes)
independientes- comercia una parte de su producción. Además, esta pequeña
producción para el mercado no es simple sino compleja, porque se encuentran
articulados en ella tres tipos de relaciones, a saber: la donación (dentro de la
familia), el tributo (que obliga a la pequeña producción a someterse en parte a la
monetización del mercado), y el acaparamiento privado (realizado por los

56
Braudel (1979), tomo 1, p. 8.
57
Chadeau y Fouquet (1981), pp. 38 y 53.
58
Aglietta y Orléan (1982), p. 176. La definición del orden de mercado en Aglietta y Orléan
plantea en realidad el mismo tipo de problema que el de la economía en Polanyi: el de su
hipóstasis y de la consideración a priori de su unidad. Por eso la dificultad de pensar la
coexistencia de varias formas de vínculos sociales en el espacio en lugar de su sucesión
32

comerciantes propiamente dichos que intervienen en este caso). La misma


complejidad caracteriza a esta “pequeña producción para el mercado”
contemporánea que puede servir como “último recurso para caracterizar la relación
del proletario con su fuerza de trabajo”, según una combinación de tres relaciones,
una “servidumbre familiar”, una “esclavitud del Estado” y una relación de mercado
59
salarial .

Esta articulación compleja ubica muy exactamente el núcleo de las


interdependencias que vinculan el orden doméstico con los órdenes político y
económico, con lo que la institución familiar puede ser considerada entonces como
la verdadera infraestructura de la sociedad capitalista-estatal, infraestructura en el
sentido de que los demás órdenes se levantan basándose en ella. Y si bien el
orden doméstico constituye así la infra-economía y la infra-política, generalizando
la terminología de Braudel, es un orden que se distingue por el carácter limitado,
de alguna manera por construcción, de toda acumulación (política o económica) en
su seno, y donde el modo de regulación social puede ser concebido como un
compromiso de largo plazo, entre el capitalismo y el Estado, construido “sobre las
espaldas” de la pequeña producción para el mercado. Puede parecer paradójico
considerar que el orden doméstico es un espacio social que no está regido por una
lógica de acumulación económica ni por una lógica de acumulación política, cuando
esas lógicas, en sus formas originarias de tipo patrimonial, surgieron precisamente
en el seno de las familias (burguesas y aristocráticas). Pero si no se lo mira como
el espacio natural de la familia en general, sino solo como un orden tan particular
de la sociedad moderna como los estructurados por el capitalismo y el Estado, y
cuyo nacimiento es concomitante al suyo, puede ser considerado como tal.
Entonces es legítimo definirlo como el orden (complejo) de la reproducción simple
a partir del momento en que el excedente allí producido es “exportado”, no
pudiendo ser capitalizado dentro de él, tanto si se trata de un excedente de cosas
con valor económico, como de un excedente de hombres con valor político.

Esto implica considerar que las familias y los individuos que acceden a la
acumulación salen del orden doméstico y se encuentran en posiciones dominantes
(como dependientes o independientes) en el orden político y/o económico;
pertenecen desde ese momento a esos órdenes donde se reproducen, mientras que
las familias del orden doméstico solo están insertadas allí en posición dominada y
no se reproducen. El orden doméstico separado incluye entonces solo a las
familias nucleares encasilladas en una reproducción simple, que ven sus
posibilidades de capitalización fuertemente limitadas a causa de su reducción a
simples instrumentos de las acumulaciones económica y política; son las familias
donde, a causa de la red de interdependencias en la cual están atrapadas, los
diversos recursos para valer más y mejor en los órdenes económico y político son
insuficientes y donde la inversión ya no puede hacerse como ampliación de la
60
familia . Esta limitación de la acumulación no está dada de una vez para siempre;
dadas las posibilidades de acumulación económica y política, biológica y
culturalmente inherentes a la estructura familiar, la acumulación depende de la
regulación de sus relaciones con los otros órdenes. Esta regulación, que traduce

en el tiempo, y el decreto de la victoria definitiva de uno, el que aparentemente domina en


el período estudiado, sobre todos los otros.
59
Véase Guibert (1982 y 1986).
60
Esto no significa que no pueda haber acumulación individual, sino sólo que la familia ya
no es el marco de esa acumulación individual; la familia “libera” así al individuo
acumulador.
33

las reglas de sometimiento de la familia nuclear a las lógicas económica y política,


es lo que puede llamarse el régimen sociodemográfico.

2.3.1.2. El régimen sociodemográfico

La mayoría de los economistas han abandonado la idea de que pueda haber


61
una relación importante a tomar en cuenta entre economía y demografía . Sin
embargo, a la luz de los trabajos de los historiadores y de los sociólogos, aparece
claramente que se trata de una limitación perjudicial del análisis económico. La
importancia de la demografía resulta transparente en el Antiguo Régimen, con los
problemas planteados por un “mundo pleno” confrontado a una economía de
producción muy dependiente de los riesgos climáticos y sometida a gravámenes de
orden político, a su vez variables y aleatorios. Por eso, la regulación malthusiana
se impone como elemento central de una configuración de interdependencias entre
población, producción, desarrollo del capital de mercado, gravámenes fiscales,
62
expansión territorial del Estado, guerras y aumento del armamento . El “largo”
siglo XIX ha sido también, hasta los años 1930, una época en la cual la variable
sociodemográfica regulada según un modelo “Ariès-Goubert” o un modelo “Shorter”
es un desafío central de las relaciones entre las pequeñas producciones para el
63
mercado de bienes y de fuerza de trabajo asalariada, el capitalismo y el Estado .
Sin duda, el impacto del régimen sociodemográfico es hoy menos inmediato y, por
lo tanto, más difícil de detectar, pero no es menor el interés por investigarlo, como
lo prueba, evidentemente, su relación con los actuales problemas financieros del
64
Estado de bienestar .

El hombre, en efecto, es más que nunca el factor esencial de producción; y su


cantidad pesa directa e indirectamente en el mercado de trabajo; también sigue
pareciendo pertinente suponer que las condiciones económicas y políticas de
existencia retroactúan sobre el régimen de la reproducción biológica. El neo-
maulthusianismo demográfico y la transformación de las relaciones internas en la
familia mantienen todavía, aunque más no sea como restricción externa,
necesarias relaciones directas y/o indirectas, de orden cuantitativo y cualitativo,
con la dinámica de acumulación económica. Por el lado de lo político ocurre lo
mismo. Cuando el reparto del mundo está estabilizado, o se torna difícil para un
Estado desarrollar una estrategia de conquistas territoriales, la acumulación
política no puede más que dirigirse hacia la puesta en valor de los recursos
internos, entre los cuales se encuentra en primer lugar la población. Ahora bien,
las posibilidades de inversión política en el hombre dependen, evidentemente, de
la cantidad disponible en el territorio controlado por el Estado. La fuerza del
número, es decir las fuerzas demográficas, son una variable clave de la

61
“Cuando no ponen decididamente en duda la existencia de una relación causal entre las
restricciones económicas y el control de los nacimientos, los economistas y los
demógrafos objetan la longitud y la complejidad de las mediaciones de todo tipo,
económicas, ideológicas, religiosas e incluso políticas, psicológicas, psicoanalíticas,
sociológicas, etc., cuyo secreto habría que descubrir cada vez antes de pensar en estudiar
seriamente tal hipótesis” (Guibert [1982], p. 137). Sólo en los modelos de crecimiento
donde, a veces, el régimen de población aparece bajo la forma de una tendencia autónoma
de la población activa. Pero que el modo de crecimiento de la producción de los bienes
pueda a su vez influenciar profundamente el ritmo de crecimiento de la población, que
haya una correlación entre ambos, es una idea cuyo examen ha sido abandonado desde
hace mucho (desde los clásicos) en el campo de la ciencia económica. Véase, sin
embargo, Lecaillon (1990).
62
Véase Ariès (1979) y Wrigley (1984).
63
Véase Shorter (1977) y Ariès (1979).
64
Véase por ejemplo Deleeck (1987) (ed.), pp. 5-58.
34

acumulación política y del régimen fiscal-financiero. Así, dependen cada vez más
del hombre, en cantidad y calidad, directa o indirectamente, los recursos del
Estado: el hombre le suministra al Estado recursos económicos, pero también es
fuerza militar y clientela, fuente de gastos. ¿Hace falta más para interrogarse
sobre la relación entre demografía y régimen fiscal-financiero, y para tratar de
integrar totalmente al régimen sociodemográfico en la constelación constitutiva del
modo de regulación social?

Se definirá entonces la regulación sociodemográfica como el régimen interno al


orden doméstico que regla en él las relaciones de alianza y de descendencia en el
seno de la familia, en función de la red de interdependencias externas en las
cuales está atrapada la pequeña producción para el mercado. La familia, como toda
institución, está constituida al mismo tiempo por relaciones internas de definición y
atrapada en relaciones externas que modelan su forma histórica. En el plano
interno
las relaciones sociales de la familia articulan las relaciones de alianza y de
descendencia. Las primeras son modalidades por medio de las cuales se eligen los
cónyuges, ocasión para la cual se combinan los aportes materiales (dotes,
prestaciones en especie y en trabajo, obligaciones, cuidados, protección, hábitat,
etc.) y simbólicas (nombres, rangos y honores, “sentimientos”, etc.) de las dos
líneas que se alían a través de la unión. Las relaciones de descendencia, por su
parte, tratan de administrar las relaciones con la muerte y, más particularmente,
con la herencia de bienes, de denominación y de educación de los niños, de
ceremonias, etc. (Guibert [1988], p. 3).

En cuanto a las relaciones externas, definen el sometimiento de la familia del


orden doméstico a los órdenes económico y político. Están, por un lado, las
relaciones de mercado por las cuales la “producción” familiar debe pasar para
reproducirse (mercado de bienes, mercado de trabajo) y, por otro, la tutela política
estatal que se ejerce sobre las relaciones internas de alianza y de descendencia.
Por medio de estas relaciones el excedente familiar –plusvalía económica y/o
plusvalía de poder- se acumula en instituciones externas.

2.3.2. El suelo y el hombre, materias primas de lo político y de lo económico

Poner el acento sobre el lugar de la pequeña producción para el mercado en la


topología de lo social y sobre el papel de la población en el modo de regulación
requiere a su vez algunas precisiones sobre esta otra materia prima de lo político y
de lo económico que es el suelo. El suelo y el hombre son, en efecto, los dos
stocks naturales en los cuales, hasta ahora, los procesos de monopolización
constitutivos de las sociedades estatales-capitalistas han encontrado sus materias
primas. Son el “terreno” y el “territorio” sobre los cuales, y gracias a los cuales, se
erigen los diversos órdenes sociales. Valen en todas las esferas económicas y
políticas, teniendo un papel en la economía como fuerzas productivas y bases
imponibles, interviniendo en la política como recursos de poder y valores
apropiables. Así, en particular, el suelo está en la base de la extensión del poder
estatal territorial, siendo el hombre la fuente de su intensificación. Estando el
mundo lleno y siendo poderosas las fuerzas demográficas, el espacio restringido
del Estado tiende “naturalmente” a extenderse. Un espacio relativamente vacío y
rico será objeto de codicia y deberá ser más ásperamente defendido por los
hombres que lo ocupan.
35

2.3.2.1. El régimen de la tierra

Pero suelos y hombres ven como, por esa vía, se les asignan valores
interdependientes en el espacio social, con la tierra valiendo sólo por el trabajo del
hombre o, a la inversa, el hombre valiendo sólo por la propiedad de una tierra. Un
análisis del régimen sociodemográfico requiere también el análisis del régimen de
la tierra, es decir, del régimen interno en el sistema de las relaciones del hombre
con la tierra, que pauta la reproducción del suelo como recurso natural
(esencialmente las reglas de propiedad y de posesión que garantizan o no la
reproducción del territorio en cantidad y calidad). Los regímenes
sociodemográficos y de la tierra tienen, por otra parte, una posición teórica
idéntica desde el punto de vista topológico: ambos están situados entre lo político
y lo económico y pertenecen por ello al espacio simbólico común donde ya
habíamos colocado a la moneda y el derecho.

El sistema de la tierra obtiene su ambivalencia de la dualidad del uso social del


suelo. Este uso es objeto de una doble apropiación –propiedad de mercado de la
tierra y propiedad eminente del Estado- en la medida que es, por un lado, el
soporte obligado de todas las producciones y circulaciones de mercado y el
elemento esencial de algunas de ellas –agricultura, construcción, transporte-; y,
por otro, el de la soberanía nacional y, por lo tanto, de la inscripción territorial del
poder del Estado. Esta relación con el suelo es dialéctica ya que la propiedad
burguesa del suelo –y la reducción correlativa de la renta de la tierra a una
categoría de la circulación- permite y es permitida, al mismo tiempo, por la
apropiación del espacio geográfico por el Estado, bajo la forma de un territorio con
65
catastrado y cartografiado . La mercantilización del suelo es una condición de la
separación de lo económico y de lo político, de la formación del vínculo salarial y
del vínculo administrativo. Al romper la atadura del hombre a la gleba, al suelo
concreto, esa mercantilización permite, por un lado, la institución de su
dependencia abstracta respecto del mercado y la monetización de su relación con
sus medios materiales de existencia; y por otro, la objetivación de su pertenencia a
la Nación bajo la forma de la ciudadanía territorial, porque los hombre ya no están
ahora vinculados a un suelo abstracto que se confunde con el Estado. Por la
abstracción de la violencia de las relaciones de propiedad de la tierra y su
monopolización, el Estado reproduce el territorio como norma central y única de
pertenencia que cubre las apropiaciones descentralizadas y en pedazos del suelo
mercantilizado. La propiedad mercantil de la tierra está garantizada por el Estado
y, desde este punto de vista, la propiedad eminente del Estado sobre el suelo
nacional permite la mercantilización del suelo, que sólo puede desarrollarse si los
derechos diferenciados sobre los hombres, tradicionalmente unidos a la propiedad
de la tierra, son abstractos. El suelo finalmente, ya lo hemos visto, por ser
irreductible a una verdadera mercancía, sólo tiene valor económico por convención,
porque el derecho individual de propiedad de la tierra es reconocido como
socialmente legítimo, estando el alcance de ese derecho limitado a una
valorización de mercado compatible con la condición política del suelo como
territorio nacional. El régimen de la tierra que regula los usos sociales de mercado
y estatales del suelo, que hace compatible su valor político y su valor económico
es, entonces, bien intrínsecamente un régimen simbólico mixto, irreductible a un
régimen funcional de lo económico o de lo político.

Hay que volver ahora por un momento al régimen sociodemográfico, no tanto


para precisar su irreductible carácter mixto, evidente cuando se admite que la

65
Sobre este punto, véase Alliès (1980).
36

población es al mismo tiempo un recurso de lo económico y de lo político, sino


para poner el acento sobre la relación que lo vincula al régimen de la tierra en la
propia reproducción de la pequeña producción para el mercado. Desde el inicio, en
las relaciones de alianza y de descendencia, la relación con el suelo y los
correspondientes regímenes de derechos de propiedad y de uso tienen un papel
central. Cuando el orden doméstico está separado de sus ataduras con la tierra y
se ha llevado a cabo la mercantilización de la fuerza de trabajo, la pequeña
producción para el mercado se ve separada de sus recursos domésticos de
reproducción (sus recursos ambivalentes de producción de bienes y de
reproducción de los hombres), y la monopolización capitalista de los medios de
producción libera, de contragolpe, un espacio de acumulación política (el de los
medios de reproducción ahora separados de los medios de producción) que puede
monopolizar el Estado. Es, otra vez, el nuevo régimen de la tierra lo que
fundamenta el sentimiento de pertenencia a la nación, con lo todo lo que eso
incluye de “domesticación” de la clase obrera y de nuevos derechos políticos y
sociales que participan en la reproducción demográfica, en el marco del “bio-
66
poder” .

2.3.2.2. La heterogeneidad de las “mercancías ficticias”

Dicho esto, el contenido del espacio simbólico mixto situado en el centro de la


topología de lo social, se amplia (véase el esquema 2.2.). El espacio que, en la
lógica de lo económico, es el lugar de despliegue de las mercancías ficticias, y
donde hemos ubicado antes el derecho y la moneda, incluye también el suelo y la
población porque tienen la misma posición teórica. Sin embargo, estas dos
categorías de recursos no son asimilables. En la lógica de lo político son
heterogéneas, ya que la tierra y el hombre mantienen, desde este ángulo, un
carácter específico. En efecto, no son, como la moneda y el derecho, simples
“arbitrios”, puras “convenciones”, sino datos del territorio sobre el cual se reconoce
el monopolio legítimo de la violencia física. En otros términos, el Estado no puede
“emitir” (crear) discrecionalmente tierra y hombres, aunque el capitalismo estuviera
en perfecto acuerdo con él sobre este punto. Mientras el derecho y la moneda no
son más que mediaciones de los órdenes político y económico, el suelo y la
población son sus materiales básicos, las “materias primas”, sus formas en el
espacio mixto –formas que tienen que ver con un arbitrio cultural- siendo solo su
“manera” de valer simultáneamente en lo económico y en lo político. Los intentos
para reducirlos hasta el extremo, por la vía de los fetichismos monetario y/o
jurídico, en simples mediaciones de la acumulación, no pueden más que chocar
inevitablemente, en un cierto plazo, con las reglas específicas, de la tierra y
demográficas, de su reproducción ecológica y biológica.

66
Véase Foucault (1976).
37

Esquema 2.2. La configuración topológica

ORDEN ECONÓMICO

CAPITAL
Régimen monetario
Forma Forma
ESFERA
de acti- Siste- ESPACIO SIMBÓLICO Sistema fiscal 1
vidad 1 ECONÓ-
ma MIXTO ESFERA fiscal
produc- MICA
ECONÓMI Forma
tivo CA fiscal n
Forma Orden doméstico
de acti- PEQUEÑA
vidad n PRODUCCIÓN PARA
EL MERCADO

Sector 1 Siste- Sector 1


ma Mediación Régimen Mediación Sistema
jurídico monetario- sociodemográfico jurídico- financie-
finan- financiera financiera ro de
ciero Régimen de Sector p
propiedad de la tierra gasto
Sector p
Sistema
organizacio Sistema
-nal administrativo
ESFERA Régimen jurídico ESFERA
POLÍTICA POLÍTICA Sistema político
Sistema de
competen-
cia ESTADO
Orden político

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