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THERET La Topologia de Lo Social
THERET La Topologia de Lo Social
Capítulo 2
La topología de lo social
2 .1 . L a e c o n o m ía , lo e c o n ó m ic o , la p o lític a y lo p o lític o
2.1.1. La economía y lo económico
2.1.1.1. Economía formal y economía sustantiva...
2.1.1.2. ...o economía de lo económico y economía de lo político
2.1.2. La economía y la política
2.1.2.1. Unidad y disociación...
2.1.2.2. ... en el seno de cada orden de prácticas con alguna finalidad
2.1.3. Primeros elementos de topología de lo social
2.1.3.1. Lo político y lo económico...
2.1.3.2. ...y los lugares respectivos de la economía y la política
2.1.3.3. Autosuficiencia e interdependencia de lo económico y de lo político
2 .2 . L a s im b o lo g ía , la m o n e d a y e l d e r e c h o
2.2.1. El derecho y la moneda como mediaciones funcionales entre la
economía y la política
2.2.1.1. El nivel simbólico
2.2.1.2. Capitalización y descapitalización simbólicas
2.2.1.3. De la moneda al derecho
2.2.1.4. Riesgos de desvalorización
2.2.2. El derecho y la moneda como formas no funcionales de regulación
2.2.2.1. Ambivalencia de la moneda y discrecionalidad monetaria
2.2.2.2. Ambivalencia del derecho y discrecionalidad jurídica
2.2.2.3. El espacio simbólico mixto
2.2.3. El derecho y la moneda como mediaciones competitivas
2.2.3.1. La autonomía de los diversos regímenes
2.2.3.2. Relaciones internas entre la moneda y el derecho
2 .3 . L o d o m é s tic o , la p o b la c ió n y e l s u e lo
2.3.1. La pequeña producción para el mercado y el orden doméstico
2.3.1.1. El orden doméstico como fundamento último de la sociedad
2.3.1.2. El régimen sociodemográfico
2.3.2. El suelo y el hombre, materias primas de lo político y de lo económico
2.3.2.1. El régimen de la tierra
2.3.2.2. La heterogeneidad de las “mercancías ficticias”
1
Véase Dehove (1949), p. 30.
2
2 .1 . L a e c o n o m ía , lo e c o n ó m ic o , la p o lític a y lo p o lític o
Norbert Elias ha mostrado en escritos decisivos la existencia de racionalidades
económicas plurales:
Lo que es “razonable” o “racional” depende esencialmente de las estructuras de la
sociedad. Lo que nosotros denominamos, por una preocupación de objetivación, la
“razón”, no es otra cosa que nuestro esfuerzo para adaptarnos a una sociedad
dada, mantenernos en ella por medio de cálculos y medidas de precaución, lo que
logramos dominando provisoriamente nuestras reacciones afectivas inmediatas. La
2
Lo que no impide considerar que, tanto en el Estado como en la economía capitalista, los
comportamientos individuales pueden muy bien ser “irracionales” desde el punto de vista
de su lógica global de reproducción, y ser el origen de contradicciones en el proceso de su
extensión. Pero esta “irracionalidad” no tiene nada que ver con la usualmente así
calificada por los economistas. Se trata de una “irracionalidad” inmanente a la lógica del
sistema y no microeconómica, un efecto contradictorio especialmente de las prácticas
3
Así, sólo un punto de vista restrictivo basado en el ethos del mercado puede
justificar la asimilación de la racionalidad económica exclusivamente al ajuste
calculado de los fines a los medios monetarios. El comportamiento inverso, que
consiste en ajustar, también por el cálculo, los medios monetarios a los fines es
también económicamente racional cuando las condiciones de este tipo de ajuste
son inmanentes a las relaciones sociales que exigen ese tipo de racionalidad. En
otros términos, es “económicamente” racional regular los recursos monetarios
según los objetivos perseguidos cuando se tienen los medios para tal actitud, es
decir, por ejemplo, cuando se está legitimado para operar gravámenes sin
contrapartida. Entonces puede admitirse que en el orden (de lo) político se ejerce
un cierto tipo de racionalidad económica adaptada a ese orden de prácticas. Ni el
concepto de racionalidad, ni el de economía se oponen a tal formulación.
5
“Ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre fines y medios
escasos que tienen usos alternativos”, según la formulación tradicional de Lionel Robbins
(1935).
6
Godelier (1971), tomo 2, p. 137.
7
Berthoud (1986), p. 79. La dimensión de los cambios de lugar es la de la producción y
transporte de cosas, mientras la de los movimientos de apropiación está referida a “las
personas o a los grupos de personas poseedoras de derechos diversos sobre las cosas”
(ibid, p. 81).
5
8
Berthoud (1986), p. 89.
9
Godelier (1971), tomo 2, p. 134.
10
Berthoud (1986), p. 76.
11
Ibid, p. 86. Para Godelier, “lo económico se presenta como un campo particular de
relaciones sociales, a la vez externo a los otros elementos de la vida social, e interno, es
decir, como la parte de un todo que sería al mismo tiempo externa e interna a las otras
partes, como la parte de un Todo orgánico” ([1971], p. 140).
12
Polanyi observa, sin embargo, en un cierto momento de su definición de la economía
sustantiva, que si el proceso económico le ofrece al hombre “los medios para satisfacer
sus necesidades materiales, este último enunciado no debe ser interpretado como
significando que las necesidades que trata de satisfacer sean exclusivamente necesidades
físicas, como la alimentación y la vivienda, por más esenciales que sean para la
supervivencia, pues esto restringiría de manera absurda el campo de la economía. Son los
medios, no los fines, los que son materiales. Poco importa que los objetos útiles sean
necesarios para objetivos de educación, militares o religiosos. Mientras las necesidades
dependan de objetos materiales para su satisfacción, la referencia es económica” (Polanyi
[1986], p. 21).
6
Esta observación tiene, por otra parte, un alcance más amplio, porque afecta
también a la propia separación de la economía sustantiva de la economía formal y
muestra que, en resumidas cuentas, Polanyi también es víctima del economicismo
que trata de superar. En efecto, se puede considerar que al plantear como único y
universal el principio de economicidad constitutivo de la economía formal y al
definir simultáneamente una instancia económica también única y universal, vuelve
a caer en el defecto economicista. Al considerar que los dos sentidos de la palabra
13
economía, “el sentido formal y el sentido sustantivo, no tienen nada en común” ,
Polanyi no ve que la economía formal, tal como él la define, no es más que un
elemento de la dimensión institucional de su economía sustantiva. En cambio,
combinando las nociones de economía y de económico, es posible al mismo tiempo
conservar las dimensiones de la dependencia del hombre respecto a las cosas que
conforman sus recursos, y evitar el doble escollo que consiste, por un lado, en
considerar la unicidad de las actividades económicas y, por otro, en exportar hacia
los otros campos de actividad el paradigma de un principio de economicidad
universal, extraído de la observación de una esfera de actividades económicas
14
particulares de un cierto tipo de sociedad .
13
Polanyi (1986), p. 21.
14
“Lo que equivale a reconocer que no hay una, sino varias economías. La que se describe
con preferencia a las otras es la economía llamada de mercado (...). Sobre esas
realidades claras, “transparentes” incluso, y sobre los procesos fáciles de captar que las
animan es donde comenzó el discurso constitutivo de la ciencia económica. Así la
economía se ha encerrado, desde el inicio, en un espectáculo privilegiado, excluyendo los
otros” (Braudel [1979], tomo 1, p. 8).
7
Deben distinguirse las relaciones entre los hombres y las relaciones de los
hombres con las cosas desde el momento en que, en la práctica, se ha operado
una “disociación del sujeto y del objeto”, un distanciamiento entre subjetividad y
objetividad, que simultáneamente hace aparecer el deseo como pura subjetividad
15
creada por la distancia con los objetos . Pero, sin embargo, estos niveles de
relaciones no pueden ser considerados como independientes los unos de los otros.
En efecto, la idea misma de un objeto sólo es posible en su correlación con un
sujeto, y es su interdependencia funcional la que especifica el nivel, a la vez
supra-objetivo (en el sentido de supra-individual) e infra-objetivo (en el sentido de
que ya no se trata de “calidad” o de “realidad fáctica inherente a la cosa”) donde
16
aparece el “valor” . Para decirlo de otra manera, las relaciones sociales políticas
expresan siempre, por su propia definición, relaciones de apropiación-expropiación
15
Simmel (1987), pp. 27 y 31.
16
Ibid, pp. 33 y 47.
8
de cosas por los hombres, y sólo se separan de las relaciones económicas cuando
esas relaciones de apropiación se dividen a su vez en relaciones de propiedad y
relaciones de posesión, es decir, cuando los derechos de propiedad sobre las
cosas se separan de esas cosas por el juego de una mediación simbólica,
adquiriendo así una vida autónoma en una esfera particular de actividades. En este
caso, la economía en tanto nivel de las relaciones de posesión (relaciones directas
de los hombres con las cosas) accede también a la autonomía y adquiere su
17
aspecto puramente formal y técnico .
17
Sobre la distinción precisa entre la propiedad como control de un recurso y la posesión
como uso directo de ese recurso, véase Bettelheim(1971).
18
Por eso, contrariamente a los conceptos de económico y de político como términos de
una separación de lo social, la economía y la política no remiten ineluctablemente a
relaciones de dominación y de acumulación, ya que todo depende en esta materia de las
lógicas sociales en las cuales están insertas. Sin embargo, no podríamos asimilar la
política a la democracia, como tiende a hacerlo Moses Finley, que de alguna manera hace
de ella la antítesis de la dominación y de la opresión. En efecto, este autor restringe la
política a las actividades de discusión y de votación seguidas de tomas de decisiones
obligatorias en los Estados verdaderamente dotados de un poder para obligar (1985, p.
87). Se trata en este caso de una concepción híper-empirista estructurada por el tipo ideal
de la democracia y que constituye el aspecto de la asimilación por los economistas de la
economía y de lo económico. Esta concepción no deja lugar a las otras formas de la
9
mediatizadas por cosas “reales” sino donde, por el contrario, son las relaciones de
los hombres con las cosas las que son mediatizadas por otros hombres.
un orden propiamente político. Pero poco importa aquí el origen del proceso. Más
importante para nuestro objeto es el hecho de que esa separación requiere una (o
varias) mediaciones que aíslen la práctica política de dominación de la práctica
económica de explotación, y que la existencia de tales mediaciones implique a su
vez que el orden político separado sea, en el nivel económico, el espacio de una
economía mediata, dependiente económicamente del orden económico propiamente
dicho –lugar de la economía inmediata- precisamente mediante esas mediaciones.
21
Y no el valor de uso de un bien durable consumido a crédito –como en el caso del
“servicio de vivienda”- o el trabajo incorporado a un bien material pero sin dejar trazas,
como los servicios de transporte, de comercialización y de mantenimiento de bienes (que
abarcan una gran parte de los “servicios a los hogares” de la contabilidad nacional, como
los talleres, por ejemplo), todos servicios perfectamente objetivados en las cosas. La
definición restrictiva de servicio, aquí adoptada, remite a la relación de “intercambio social
de servicios” que Erbing Goffman opone a la relación de “intercambio económico” (1968,
pp. 328-329), antes que a la “relación de servicio” propiamente dicha, que este autor
11
relación política por excelencia, porque implica una relación entre hombres
difícilmente objetivable, ya que el valor de uso del servicio está estrechamente
ligado tanto a la persona de su “productor” como a la de su “consumidor”. Sin
embargo, en lo económico el servicio tendrá relación (más o menos directamente)
con la producción de cosas, lo que requiere su objetivación por una forma u otra de
“fetichismo”. Por la mediación del pago monetario, el servicio suministrado por un
hombre a otro aparecerá como valor de uso de un capital ficticio (simbólico)
perteneciente al prestador del servicio, quien cede el uso al que lo recibe. Este
proceso de evaluación monetaria de las relaciones entre individuos, proceso en el
cual la salarización de las “relaciones sociales de intercambio” que pasan por el
trabajo es el arquetipo contemporáneo, es la marca de la sumisión de la política a
la economía en lo económico. Por el contrario, el carácter no de mercado de la
producción de servicios personales en el orden político da cuenta de la relación
inversa que allí prevalece entre la política y la economía. Mientras que allí los
servicios no son más que medios de la producción de los bienes y son evaluados a
partir de las normas de esta producción, aquí son los bienes los que son vistos
solo como medios de la producción de servicios y son evaluados a partir de ellos
según normas políticas, ya que el servicio es, por ejemplo, gratuito para aquellos
que tienen “derecho” a él. La forma “natural” del servicio en el Estado es la forma
jurídica –ya que es por la mediación del derecho que se evalúan allí las relaciones
entre hombres- y esta forma “natural” se extiende a las relaciones de los hombres
con las cosas. Así, tanto se trate de un gravamen o de un gasto, el valor social de
estas operaciones económicas es evaluado jurídicamente y no monetariamente; lo
que importa es su legitimidad y su inscripción en un código y una ley de finanzas, y
no su costo monetario. Por eso, por ejemplo, el gravamen tiende a estar
representado en el impuesto directo como una relación judicializada de servicio,
22
mientras que sustantivamente es una relación de los hombres con el producto .
impuesto directo a los dos primeros órdenes, exonerados por estar “especializados” en la
producción de esos servicios políticos (véase Duby, 1978).
23
Evidentemente, aquí estamos razonando en el nivel del capital en general. Así, el hecho
de que la producción de armas pueda ser un ámbito particularmente fructífero para la
acumulación capitalista resulta no de una lógica propia del capital, porque éste no puede
acumular tales recursos, sino de la articulación entre su propia dinámica y la de la
acumulación política en el sistema de los Estados. Por otra parte, está claro que la
orientación que se da así a la producción capitalista no es la más propicia
estructuralmente para su desarrollo. Para darse cuenta de ello basta la constatación de
que los países que más acumularon en el período reciente, como Japón y Alemania, son
precisamente los que vieron políticamente limitada su producción de armas después de la
segunda guerra mundial. A la inversa, los casos estadounidense y soviético muestran, a
pesar de las implicancias tecnológicas de la industria militar, los problemas económicos
planteados por tal “extraversión” de la producción capitalista.
13
las cosas, o las propias cosas; por otro, con la institucionalización de sus límites,
24
su nivel va a ser negociado entre intereses económicos y políticos separados .
De esas modalidades particulares de la separación del orden político y del
orden económico, se desprende finalmente la forma esencial adoptada por la
política dentro de esos órdenes. En efecto, de la misma manera que existe la
tendencia a que la producción directa de bienes sea excluida de la economía de lo
político, en su calidad de economía de puro gasto y de recaudación, de la política
en lo económico tienden a excluirse las relaciones de violencia física. La política
en el orden económico no puede estar basada más que en la violencia simbólica,
en este caso, la de la moneda.
24
Tenemos allí la fuente de una contradicción intrínseca de los sistemas fiscales –desafío
permanente de las reformas fiscales- entre imposición directa e indirecta, ya que la lógica
propia de lo político pretende una imposición directa, y su dependencia con respecto a lo
económico, la imposición indirecta.
25
Hablamos de topología porque tratamos aquí con estructuras sociales de “geometría
variable”, de continuidad, de discontinuidad y de límites entre los órdenes sociales. “Como
la topología se ocupa especialmente de las estructuras deformables, es a ella a la que
debemos recurrir y no (...) imponer un marco rígido a estructuras que no lo son” (Rybak
[1968], p. 36). También se podría hablar de un “lugar” en el cual “se podría disponer” de
“universales” organizados en “redes” y susceptibles de entrar en diversas “combinaciones”
(Veyne [1974], p. 67). Para un enfoque cercano en antropología, véase Amselle (1985).
14
Orientación de
las prácticas
ORDEN ECONÓMICO ORDEN POLÍTICO
Tipos de
relaciones M M
O O
L Posesión H
N N
O
A E E
M
D D
B
ECONOMÍA DE A A ECONOMÍA DE
E R
LOS INTERCAMBIOS S S LA DONACIÓN Y
E
C RELA- S DE MERCADO DEL COBRO
O M DEL
CIONES
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O R P
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Bienes A A I
A N N
S
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Derechos de propiedad Derechos sociales
I I
LA SIMBOLOGÍA A P
S E
S S
2 .2 . L a s im b o lo g ía , la m o n e d a y e l d e r e c h o
La topologización de lo social formaliza la idea de que la sociedad es “una
26
estratificación de sistemas fragmentados y heterogéneos” . Se plantea entonces
inmediatamente el problema de las mediaciones entre las diferentes esferas
26
De Certau, en L’Arc (1978), p. 82.
15
27
También se puede hablar de “incorporación” o, mejor, de “abstracción real” para
caracterizar esta operación de simbolización que hace existir a la cosa como
representante del hombre. También se podría hablar de ficción si esto no indujera,
simultáneamente, la idea de representación, la de imaginario, cuando lo que corresponde
al ámbito de lo simbólico es tan real como imaginario, ya que precisamente la función de
16
Pero gracias a los trabajos de Jean Piaget se sabe que la función simbólica es
una “función específica y característica de la especie humana”, función tan real
30
como la función de nutrición o de reproducción en los seres vivos . Desde
comienzos del siglo XX, por otra parte, Georg Simmel, en su Philosophie de
31
l’argent, consideraba también a esta función como propia del espíritu humano :
La conciencia de ser un sujeto constituye ya en sí una objetivación. Yace allí el
fenómeno original de la forma personalizada del espíritu; que podamos mirarnos,
reconocernos, juzgarnos a nosotros mismos como a cualquier “objeto”, que
podamos descomponer el yo experimentado como unidad en un yo sujeto, fuente
de representación, y en un yo objeto representado, sin que pierda su unidad o,
mejor aún, de manera que tome verdaderamente conciencia, ésta es la prestación
fundamental de nuestro espíritu que determina el conjunto de su estructuración
(Simmel [1987], p. 28).
Entonces hay que considerar que, a pesar de lo que puede hacer pensar la
reconstrucción aquí operada, en que la función simbólica se agrega a una
economía y a una política previamente disociadas con el fin de asegurar su unión,
esta función es, por el contrario, el vector esencial de su disociación que,
simultáneamente, limita, garantizando su aproximación. Entonces se pueden
considerar las interfaces entre los tres niveles distinguidos de la manera siguiente:
32
La energía del esclavo o del siervo no aparecen como fuerza de trabajo disociada del
trabajador y la idea de cantidad de trabajo incorporada al producto, o de costo de trabajo
por unidad de tiempo era imposible.
33
En efecto, en la relación capitalista/asalariado es el “hombre con escudos (con dinero)”,
y no el trabajador, quien es descosificado (subjetivado) y ejerce el poder sobre las cosas
durante el paso (etapa 1) del contrato de trabajo (operación simbólica que crea la fuerza
de trabajo) a la producción material. En ese paso hacia la economía, los “escudos” del
18
hombre hacen de él “el hombre con escudos” que posee legítimamente la cosa del
asalariado, a saber, su fuerza real de trabajo.
34
Aglietta y Orléan (1982), p. 166. Véase también Boyer-Xambeu, Deleplace y Gillard
(1986).
19
35
Orléan (1982), pp. 97-98.
21
36
“En los asuntos de los hombres, hay en el signo social algo discrecional con relación a
las motivaciones, que encuentra (...) su origen en el célebre principio de Saussure de lo
arbitrario del signo” (Sahlins [1980b]. P. 36).
37
Aglietta (1984), p. 164.
38
Pasukanis (1926), p. 91 y Miaille (1976), p. 183.
39
Véase especialmente Aglietta y Orléan (1982), Orléan (1982), Aglietta (1984 y 1988),
Boyer-Xambeu, Deleplace y Gillard (1986), y Servet (1988).
22
40
Véase lo que dicen Aglietta y Orléan (1982, p. 160) de las reformas monetarias en
Grecia. Debemos considerar que lo mismo ocurre con las políticas keynesianas de
reactivación por medio del déficit presupuestario, aunque en general sus efectos solo se
aprecian globalmente y no en términos de gravámenes para algunos y de redistribución
para otros.
41
Desde el origen del Estado territorial “está permitido concretamente creer que la función
principal de la moneda es la de canalizar los intercambios que se desarrollan alrededor de
la persona real. Las piezas de moneda (...) ¿no sirven en primer lugar para vehicular los
favores que emanan del palacio? ¿y luego para llevar hacia el rey lo que sus agentes
recaudan de los convoyes de mercancías a lo largo de las rutas y los ríos, el monto de los
tributos impuestos a las poblaciones sometidas, el producto de las multas impuestas en
los tribunales públicos? (...) Entre todas las transferencias de riquezas, hay algunas en las
cuales no es posible evitar recurrir al instrumento monetario, lo que determina el impuesto
en todas sus formas. (...) Por su munificencia, el rey distribuye a su alrededor fragmentos
de oro, marcados con el signo de su poder personal; fragmentos que le vuelven por medio
del régimen tributario. Se organiza así un circuito, limitado y casi enteramente cerrado
sobre sí mismo, del cual el palacio constituye el pivote” (Duby [1973], p. 79. Jean Michel
Servet observa en el mismo sentido “que las prácticas monetarias antiguas se desarrollan
no solo en el intercambio, sino también en la codificación y estandarización necesarias
para las relaciones de alianzas internas y externas de las comunidades, matrimoniales,
políticas, culturales, etc. (...)” (1988, p. 51).
42
Esto se produce cuando el Estado está imposibilitado de organizar la recaudación fiscal,
como ocurrió en Francia durante el “episodio de los assignats (papel moneda emitido
durante la Revolución que estaba garantizado con los ‘bienes nacionales’)”, o como en el
caso actual de los países que sufren hiperinflaciones.
23
De lo cual deduce que “el desarrollo del derecho como sistema no fue
engendrado por las exigencias de las relaciones de dominación sino por las
exigencias de los intercambios comerciales (...)” y que “el Estado no es una
45
superestructura jurídica sino que solo puede ser pensado en tanto tal” . Una de
sus consecuencias sería que “el derecho público no puede existir más que como
reflejo de la forma jurídica privada en la esfera de la organización política o, de lo
46
contrario, deja de manera general de ser un derecho” . Esta concepción tiene el
mérito principal de evitar la reducción del derecho a la norma estatal y de recordar
que hay una producción privada de relaciones jurídicas, una emisión privada de
derechos. Muestra, por un lado, que el derecho desarrollado como mediación
encuentra su fuente en el desarrollo de la producción de mercado y, por otro, que
43
Aglieta y Orléan (1982), p. 168.
44
Pasukanis (1926), p. 75.
45
Ibid., pp. 84 y 92.
46
Ibid., pp. 92-93.
24
lo político no puede deducirse del intercambio de mercado como simple cierre del
sistema jurídico a través de la norma que obliga a respetar los contratos, ya que el
Estado no es un simple “instrumento de derechos”. Pasukanis pone así en escena
una “profunda contradicción” o una “extraña dualidad” del concepto de derecho
que, en los términos de Léon Duguit, son
dos aspectos, aunque ubicados en diferentes niveles, que se condicionan
recíprocamente, a saber: por un lado el derecho como forma de la reglamentación
autoritaria externa y, por otro, el derecho como forma de la autonomía privada
subjetiva. En un caso lo fundamental es la característica de la obligación absoluta,
de la restricción externa pura y simple; y en el otro la característica de la libertad
garantizada y reconocida dentro de ciertos límites. (...) En un caso el derecho está
basado, por así decirlo, en la autoridad externa; mientras en el otro se opone
47
totalmente a cualquier autoridad externa que no lo reconozca (ibid., p.86) .
Sin embargo Pasukanis, por una concepción superestructural del Estado que lo
reduce a una “organización de la dominación política de clase (que) nace en el
48
terreno de las relaciones de producción y de propiedad dadas” , no extrae todas
las consecuencias teóricas de esta dualidad. Así, por un lado, sólo concibe la
forma jurídica en el nivel de la conversión de la economía en política dentro de lo
económico, oponiendo entonces directamente la economía a lo jurídico sin dar
lugar a la mediación monetaria ni a la política en cuanto tal. Y, por otro lado, él no
ve que la deducción del derecho de la economía de mercado deje abierta la
cuestión de la discrecionalidad jurídica, es decir de “la unidad de cuenta” jurídica
que sirve para definir la igualdad de quienes intercambian (norma de equivalencia
entre los sujetos jurídicos), que no está dada en el intercambio, como lo muestra la
recurrencia de los debates de filosofía política alrededor de esta idea de igualdad,
sobre la cual ni siquiera los pensadores liberales pueden ponerse de acuerdo.
47
Es esta misma dualidad la que se traduce en la oposición dogmática de las doctrinas
normativas que también se encuentran en el ámbito monetario con, por un lado, “el
nominalismo (o chartalismo) (...) que considera a la moneda como una creación del
Estado, como un puro símbolo, una ficción establecida por el orden jurídico. Y, por otro, el
metalismo puro (...), para el cual la posibilidad de la moneda de ejercer sus funciones
monetarias se apoya en su valor sustancial, metálico”. Y “entre esas dos posiciones
extremas, se encuentra la de los protagonistas de una teoría del valor funcional de la
moneda (...) (que) mantendría al mismo tiempo el valor sustancial de la moneda, sin por
eso vincularla al oro, pretendiendo por el contrario que las funciones monetarias podrían
ser aseguradas por una moneda de valor mínimo” (Haesler [1986], pp. 118-119). Al ver la
hegemonía de las corrientes que hacen remontar la moneda exclusivamente a las prácticas
de mercado (Servet [1988]), resulta sorprendente constatar la polarización simétrica de los
economistas y de los juristas en su reducción de la moneda y del derecho; para el
capitalismo la moneda, y toda la moneda (símbolo de la libertad), para el Estado el
derecho, y todo el derecho (símbolo de la autoridad).
48
Pasukanis (1926), p. 80. “Las relaciones de producción y su expresión jurídica forman lo
que Marx denominaba, siguiendo a Hegel, la sociedad civil. La superestructura política y
especialmente la vida política estatal oficial es un momento secundario y derivado” (ibid.,
p. 80).
49
Así, para Pasukanis, “al mismo tiempo que el producto del trabajo reviste las
propiedades de la mercancía y se torna portador de valor, el hombre se vuelve sujeto
25
jurídico y portador de derechos. (...) Al mismo tiempo la vida social se disloca, por un lado
en una totalidad de relaciones cosificadas que nacen espontáneamente (...), es decir de
relaciones en las que los hombres no tienen otro significado que el de cosas; y, por otro
lado, en una totalidad de relaciones donde el hombre sólo es determinado en la medida en
que se opone a una cosa, es decir, es definido como sujeto. Esta es precisamente la
relación jurídica. (...) El vínculo social arraigado en la producción se presenta
simultáneamente en dos formas absurdas, por un lado como valor de mercado y por otro
como capacidad del hombre para ser sujeto de derecho” (1928, pp. 102-103).
50
Pasukanis reconoce implícitamente este punto cuando, a propósito del derecho feudal,
observa que “la forma habitual para establecer una regla o una norma general es el
reconocimiento de cualidades jurídicas a un ámbito territorial determinado o a una parte
de la población” (1926, p. 109). Pero considera que el derecho no reviste entonces un
carácter abstracto y universal. Para él, finalmente sólo hay derecho en la igualdad formal
de los individuos como sujetos jurídicos, posición tan reductora como la que consiste en
asimilar la política a la democracia.
26
51
Duby (1973), p. 77.
52
Sobre el papel “económico” de los derechos de justicia y de las multas en la época de la
acumulación estatal primitiva, véase Strayer (1979).
27
Además, como los regímenes monetarios y jurídicos “puros” –es decir, aislados
de las funciones financieras correspondientes- tienen que ver al mismo tiempo con
lo político y lo económico sin poder adquirir autonomía en su seno, se los debe
situar en el espacio simbólico “mixto” donde esos dos órdenes cohabitan según
relaciones no funcionales y donde el arbitrio cultural juega plenamente. Lo
arbitrario de los signos monetarios y de las representaciones jurídicas que sirven
de referenciales ocupa en este espacio un lugar primordial, lo que lleva a
preguntarse cómo se determina la elección de los símbolos “elegidos”. Está claro
que no hay una respuesta para esta pregunta en el nivel de lo social tal como ha
sido implícitamente definido hasta ahora, es decir como articulación de lo
económico y de lo político. La respuesta hay que buscarla en otro orden, del lado
de los profesionales de la representación del mundo, en el seno de un orden
simbólico donde la actividad simbólica es un fin en sí mismo, con la acumulación
53
Sobre este punto, véase Bourdieu (1986).
54
Un régimen monetario-financiero puro sólo será objetivado en “instituciones financieras
no monetarias” (Dechervois [1982], p. 74). En el derecho, la distinción tiene que ver con la
oposición “significativa” del derecho público (que concierne al funcionamiento de lo
político) y del derecho privado (que concierne al funcionamiento de lo económico en su
relación con lo político), distinción que los juristas consideran, sin embargo, como cada
vez menos precisa, dado el desarrollo de formas jurídicas mixtas. Se ubica en el derecho
público el “derecho constitucional, el derecho administrativo y el derecho de las finanzas
públicas o derecho financiero. Pero sólo con reticencia se ubica también allí el derecho
penal y el derecho judicial ‘privado’” (Miaille [1976], p. 179). A causa del paralelismo con
la moneda, se puede considerar que el derecho penal, en tanto arquetipo del derecho
represivo y, por lo tanto, de la imposición de la norma jurídica central, forma parte del
mismo conjunto que el derecho privado, del cual sería la contrapartida estatal directa.
28
Sin duda las interdependencias (no funcionales) entre lo simbólico y los demás
órdenes sociales van más allá de estas relaciones de producción y de puesta en
circulación de puros símbolos. Especialmente por la vía del espacio simbólico
mixto, donde se confrontan directamente sus teleologías, el juego de las prácticas
económicas y políticas internas al orden simbólico implica otros tipos de
interdependencias que se traducen en una posible puesta en valor en lo económico
y/o en lo político, de los diversos “productos” del mundo del arte, de la ciencia, de
la literatura, de la filosofía, de la religión, de las ideologías, etc. Dicho de otra
manera, lo económico y lo político no obtienen de lo simbólico sólo las
mediaciones simbólicas, sino también, eventualmente, recursos económicos y
políticos para poner en valor según sus propias lógicas (mercado del arte,
industrias o instituciones de propaganda culturales, inversión política e incluso
económica en la religión y en la ciencia). Sin embargo, aquí nos limitaremos a
considerar que el orden simbólico solo tiene un papel en el nivel de las
mediaciones no funcionales entre los órdenes económico y político.
55
Se podría definir así fácilmente lo cultural como el conjunto de lo social y de lo
simbólico.
29
Pero el modelo deja también abierta la posibilidad de una conversión que haga
corto circuito con alguna de las cuatro esferas, a causa del carácter común
monetario o jurídico de los regímenes de mediación. Es el caso, por ejemplo, de la
relación de endeudamiento público, que puede evitar la mediación por la
producción gracias a la ambivalencia del dinero, que es común al régimen
monetario-financiero y al régimen monetario, en una configuración de regímenes
donde, por ejemplo, la producción puede ser relativamente independiente de la
propiedad capitalista y de la circulación de los créditos y las deudas. Esto también
ocurrirá en la relación entre la producción de servicios no de mercado y la esfera
de los derechos de propiedad privada, que puede evitar la mediación del sistema
político público gracias a la ambivalencia del derecho, fundamento común del
régimen jurídico-financiero y del régimen jurídico, en una configuración donde el
sistema político público es relativamente independiente del sistema fiscal-
financiero.
2 .3 . L o d o m é s tic o , la p o b la c ió n y e l s u e lo
La presentación de la topología de lo social no estaría completa si no se le
diera un lugar a la pequeña producción para el mercado, esa gran olvidada del
análisis de las relaciones entre el Estado moderno y el capitalismo que, sin
embargo, como hemos visto en el capítulo anterior, era el centro de sus
respectivos desarrollos.
Fernand Braudel ha señalado, a propósito del período anterior al siglo XIX, que
la ciencia económica, polarizada entre las realidades evidentes del mercado, se
encontraba en un estancamiento casi total sobre la “actividad elemental básica que
se encuentra en todas partes y que tiene un volumen simplemente fantástico”, una
“zona espesa, a ras del suelo” que este autor denomina “a falta de algo mejor, la
vida material o la civilización material”, una “infra-economía (...) de la
autosuficiencia, del trueque de los productos y de los servicios en un radio muy
31
56
corto” que habría que designar con una “etiqueta más adecuada” . Ahora bien,
mediante algunas especificaciones, este juicio sigue siendo válido en el período
posterior. Asimilando esta infra-economía a la economía doméstica y considerando
simultáneamente que esta economía doméstica es el nivel económico del orden de
las prácticas de la pequeña producción para el mercado (en un sentido más amplio
que el usual) es posible considerar que la ciencia económica olvida siempre incluir
en su campo de análisis una economía de volumen considerable, ya que la
economía doméstica representaba en Francia en 1975 alrededor del 54% de la
cantidad total de horas de trabajo y, según diferentes valoraciones monetarias,
57
entre el 32% y el 77% del Producto Interno Bruto de mercado .
56
Braudel (1979), tomo 1, p. 8.
57
Chadeau y Fouquet (1981), pp. 38 y 53.
58
Aglietta y Orléan (1982), p. 176. La definición del orden de mercado en Aglietta y Orléan
plantea en realidad el mismo tipo de problema que el de la economía en Polanyi: el de su
hipóstasis y de la consideración a priori de su unidad. Por eso la dificultad de pensar la
coexistencia de varias formas de vínculos sociales en el espacio en lugar de su sucesión
32
Esto implica considerar que las familias y los individuos que acceden a la
acumulación salen del orden doméstico y se encuentran en posiciones dominantes
(como dependientes o independientes) en el orden político y/o económico;
pertenecen desde ese momento a esos órdenes donde se reproducen, mientras que
las familias del orden doméstico solo están insertadas allí en posición dominada y
no se reproducen. El orden doméstico separado incluye entonces solo a las
familias nucleares encasilladas en una reproducción simple, que ven sus
posibilidades de capitalización fuertemente limitadas a causa de su reducción a
simples instrumentos de las acumulaciones económica y política; son las familias
donde, a causa de la red de interdependencias en la cual están atrapadas, los
diversos recursos para valer más y mejor en los órdenes económico y político son
insuficientes y donde la inversión ya no puede hacerse como ampliación de la
60
familia . Esta limitación de la acumulación no está dada de una vez para siempre;
dadas las posibilidades de acumulación económica y política, biológica y
culturalmente inherentes a la estructura familiar, la acumulación depende de la
regulación de sus relaciones con los otros órdenes. Esta regulación, que traduce
61
“Cuando no ponen decididamente en duda la existencia de una relación causal entre las
restricciones económicas y el control de los nacimientos, los economistas y los
demógrafos objetan la longitud y la complejidad de las mediaciones de todo tipo,
económicas, ideológicas, religiosas e incluso políticas, psicológicas, psicoanalíticas,
sociológicas, etc., cuyo secreto habría que descubrir cada vez antes de pensar en estudiar
seriamente tal hipótesis” (Guibert [1982], p. 137). Sólo en los modelos de crecimiento
donde, a veces, el régimen de población aparece bajo la forma de una tendencia autónoma
de la población activa. Pero que el modo de crecimiento de la producción de los bienes
pueda a su vez influenciar profundamente el ritmo de crecimiento de la población, que
haya una correlación entre ambos, es una idea cuyo examen ha sido abandonado desde
hace mucho (desde los clásicos) en el campo de la ciencia económica. Véase, sin
embargo, Lecaillon (1990).
62
Véase Ariès (1979) y Wrigley (1984).
63
Véase Shorter (1977) y Ariès (1979).
64
Véase por ejemplo Deleeck (1987) (ed.), pp. 5-58.
34
acumulación política y del régimen fiscal-financiero. Así, dependen cada vez más
del hombre, en cantidad y calidad, directa o indirectamente, los recursos del
Estado: el hombre le suministra al Estado recursos económicos, pero también es
fuerza militar y clientela, fuente de gastos. ¿Hace falta más para interrogarse
sobre la relación entre demografía y régimen fiscal-financiero, y para tratar de
integrar totalmente al régimen sociodemográfico en la constelación constitutiva del
modo de regulación social?
Pero suelos y hombres ven como, por esa vía, se les asignan valores
interdependientes en el espacio social, con la tierra valiendo sólo por el trabajo del
hombre o, a la inversa, el hombre valiendo sólo por la propiedad de una tierra. Un
análisis del régimen sociodemográfico requiere también el análisis del régimen de
la tierra, es decir, del régimen interno en el sistema de las relaciones del hombre
con la tierra, que pauta la reproducción del suelo como recurso natural
(esencialmente las reglas de propiedad y de posesión que garantizan o no la
reproducción del territorio en cantidad y calidad). Los regímenes
sociodemográficos y de la tierra tienen, por otra parte, una posición teórica
idéntica desde el punto de vista topológico: ambos están situados entre lo político
y lo económico y pertenecen por ello al espacio simbólico común donde ya
habíamos colocado a la moneda y el derecho.
65
Sobre este punto, véase Alliès (1980).
36
66
Véase Foucault (1976).
37
ORDEN ECONÓMICO
CAPITAL
Régimen monetario
Forma Forma
ESFERA
de acti- Siste- ESPACIO SIMBÓLICO Sistema fiscal 1
vidad 1 ECONÓ-
ma MIXTO ESFERA fiscal
produc- MICA
ECONÓMI Forma
tivo CA fiscal n
Forma Orden doméstico
de acti- PEQUEÑA
vidad n PRODUCCIÓN PARA
EL MERCADO