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Había una vez en un reino muy lejano, enclavado entre montañas cubiertas de nieve y

bosques frondosos, un joven llamado Elio. Elio vivía en un pequeño pueblo llamado
Arboleda Verde, donde las casas estaban hechas de madera tallada y los caminos
estaban bordeados de flores silvestres.

Desde muy pequeño, Elio había sentido una profunda conexión con la naturaleza que
lo rodeaba. Pasaba horas explorando los senderos del bosque, trepando árboles y
observando a los animales que habitaban en él. Su mayor deseo era convertirse en un
guardián del bosque, alguien que protegiera y preservara su belleza y equilibrio.

Un día, mientras exploraba una parte poco frecuentada del bosque, Elio descubrió
una antigua senda oculta tras unas zarzas. Decidió seguirla, guiado por la
curiosidad y el susurro del viento entre las hojas. A medida que avanzaba, el
bosque parecía volverse más oscuro y silencioso, como si estuviera sumergiéndose en
un mundo diferente.

Después de caminar un largo trecho, Elio llegó a un claro donde se alzaba un


majestuoso árbol, cuya copa se perdía entre las nubes. En el centro del claro,
había una piedra circular grabada con extraños símbolos. Intrigado, Elio se acercó
y tocó la piedra con la punta de los dedos.

En ese momento, un resplandor dorado envolvió al joven, y una voz suave pero
poderosa resonó en su mente. Era la voz del Espíritu del Bosque, el guardián
ancestral de aquel lugar sagrado. El Espíritu le habló a Elio de una antigua
profecía que hablaba de un elegido destinado a restaurar el equilibrio entre la
naturaleza y los seres humanos.

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