Está en la página 1de 4

“Fractalidad fáctica”

-¡Aaaaaaaaaaah!-,restalló como un latigazo el grito visceral, casi demencial, rebotando en

las infamantes paredes desnudas de la sórdida prisión, para convertirse en mil alaridos de

dolor. Rápidas como saetas mortales, las burlas, protestas e insultos de los demás reos que

compartían el irónico privilegio de pertenecer al panteón de los “Doce del patíbulo”, no se

hicieron esperar. Tal galimatías sólo sirvió para subir unos grados más la ya de por sí alta

temperatura del lugar-como si se hallaran en...

Kabil Arralibak se había incorporado a medias en la litera de cemento de su celda; como

una máscara hueca miraba sin ver hacia el vacío; en su rostro el espanto había dibujado un

rictus digno de algún personaje sacado del infierno del Dante. Aún luchaba vaya uno a saber

contra qué fantasmas; tensos los músculos a punto de reventar, perlados de sanguinolento y

frío sudor (como si los fluidos corporales se hubiesen trasegado por ósmosis), mientras se

afanaba dificultosamente por encontrar el aire que le faltaba-hecho curioso si los hay, es que

ante tamaña agitación su corazón se hallaba calmo, muy calmo.

Un ruido proveniente de la puerta, le indicó que el guardia se había llegado hasta su celda

para comprobar el origen de semejante alteración del orden y sirvió asimismo para sacarlo del

estupor en que le había sumido ese negro trance. Instintivamente, con suma lentitud, se

inspeccionó a sí mismo, como comprobando su integridad física-o quizá para asegurarse de

que aún permanecía allí- y notó en su piel un tono más pálido que lo normal(o creyó notarlo).

Los sonidos que le llegaban desde el exterior pugnaban por perforar sus tímpanos-parecíanle

como los producidos al golpear con algún objeto metálico sobre un yunque, ¿...?, además sus

fosas nasales eran violadas por el pútrido y nauseabundo olor (a huevo podrido) del azufre,

traídos por la brisa desde la vecina planta, productora de ácido sulfúrico; todo ello, mezclado

con los gritos-de los que pensó, tenían una escalofriante semejanza con lamentaciones-, no

hacía sino crear un marco de irrealidad onírica, si se quiere.


Al súbito retorno desde su nocturnal tránsito, le siguió una fuerte sensación de alteridad al

sentirse envuelto en una vorágine que lo retrotrajo al principio de sus desgracias. Hecho

sugestivamente extraño, por más que se esforzaba no podía recordar nada que fuera anterior a

su decimoctavo año de vida, los intentos de evocación resultaban infructuosos-como si no

hubiera tenido infancia-, y precisamente en ese aciago período de su vida sucedió...Su

hermano Abel (quien contaba con la prerrogativa paterna), se hallaba en la bañera, tan

relajado y alejado de la inquina que provocaba ser, él, objeto de dilección paternal. Nadie

supo a ciencia cierta cuál fue la realidad de los hechos, lo cierto es que, junto a su cuerpo

exánime, fue hallada sumergida la pequeña radio eléctrica que tanto apreciaba.

En un principio la causa se caratuló “Muerte por electrocución accidental”; luego, el

hermano grande, presentó ante la corte la grabación filmada por una cámara de seguridad

doméstica, donde se veía a Kabil en plena ejecución de su acto fratricida. La contundencia de

la prueba no dejó lugar a dudas a la hora de dictar la sentencia: “Pena de muerte”, declaró el

jurado por unanimidad.

En tiempos históricos donde la ausencia del cumplimiento de los roles por parte de las

autoridades habían sumergido a la sociedad en un Armagedón, ésta, pidió a gritos el cambio y

el cambio sobrevino. Ahora, fruto de esa transformación, Kabil, se hallaba en una prisión

(creada a tal efecto en las instalaciones abandonadas de una planta frente al dock y cuyo

aspecto era más bien de “casa Usher”, que de lugar de detención), en la cual permanecían los

condenados a la espera de su tránsito a la eternidad.

El vórtice memorial lo depositó nuevamente en su celda; para su asombro el guardia de

seguridad se hallaba parado frente a él: “Para conducirlo ante la presencia de la Alcaldesa”, le

dijo. Entonces recordó que ese día era el señalado para su ejecución y que con anterioridad y

como último recurso había recurrido al gobernador para que le otorgase el perdón-quizá fuera

por ello que le conducían al despacho del “jefe”, quizás...


Salió de la celda escoltado por el guardia; ambos caminaron a lo largo del pasillo y al llegar

al final del mismo descendieron por las escaleras hasta la planta baja, torcieron hacia la

derecha y por fin se detuvieron ante la puerta del despacho, la cual ostentaba un desmesurado

cartel “L.S. de CANCERBERO”-Alcaldesa- ¡Los malos hábitos te hacen su prisionero!”.

L.S. se hallaba de espaldas a la entrada, contemplando el puerto (en cuyo punto de fuga se

desdibujaba el paisaje en una eterna bruma plateada), a través del gran ventanal situado

encima del enorme portal de hierro de la entrada. Sin siquiera darse vuelta pronunció: “El

gobernador se lavó las manos, la voz de la múltiple hidra se hizo sentir más fuerte que la voz

de su conciencia, la ejecución se llevará a cabo como estaba prevista a las 23,55 horas” y con

un gesto displicente de la mano dio por terminada la reunión.

Mientras regresaba al pabellón, su mente trabajaba febrilmente-“Ya estaba hecho, él, el hijo

abyecto de la Ciudad de los inmigrantes, tenía que emigrar hacia un lugar más allá del que

provenían sus ancestros y como ironía del destino lo haría eléctricamente”- se dijo.

El día transcurrió si mayores sobresaltos; no probó alimento alguno de los que trajeran (no

sentía apetito), no rezó pues no recordaba como hacerlo; tampoco realizó ninguna actividad,

sólo permaneció. Al anochecer recibió la visita del capellán de la prisión: “El bueno del padre

Caronte, viene a prepararme para el postrero viaje”, meditó sin sentimiento alguno.

A la hora señalada, lo llevaron hasta la sala de ejecución. Allí se hallaban reunidas

numerosas personas, entre ellos pudo reconocer al doctor Elmer Van Hess, quien, le pareció,

esgrimía una sonrisa mefistofélica, a la Alcaldesa L.S. y a un periodista famoso, un tal

Enrique... Lo sentaron en la silla bajo la mirada vigilante de un enorme gato negro que se

hallaba ventajosamente ubicado en un rincón y de cuyos ambarinos ojos le pareció recibir un

guiño de complicidad-esto lo inquietó un tanto-; entonces la señal fue dada y un torrente de

energía eléctrica le recorrió todo el cuerpo encendiéndolo como a un gran bombillo; luego se

hizo la oscuridad más absoluta...


-¡Aaaaaaaaaaah!-, restalló como latigazo un grito visceral, casi demencial, rebotando en las

infamantes paredes desnudas de la sórdida prisión, convirtiéndose en mil alaridos de dolor.

Kabil Arralibak se había incorporado a medias en la litera de cemento de su celda; como una

máscara hueca miraba sin ver hacia el vacío. Un ruido proveniente de la puerta, le indicó que

el guardia se había llegado hasta su celda para comprobar el origen de semejante alteración

del orden. Los sonidos que le llegaban desde el exterior pugnaban por perforar sus tímpanos.

Al súbito retorno desde su nocturnal tránsito, le siguió una fuerte sensación de alteridad. El

vórtice memorial lo depositó nuevamente en su celda. Al anochecer recibió la visita del

capellán de la prisión: “El bueno del padre Caronte, viene a prepararme para el postrero

viaje”. A la hora señalada, lo llevaron hasta la sala de ejecución. Un torrente de energía

eléctrica le recorrió todo el cuerpo encendiéndolo como a un gran bombillo, luego se hizo la

oscuridad más absoluta...

-¡Aaaaaaaaaaah!-, restalló como un latigazo un grito visceral, casi demencial...

Mortensen

También podría gustarte