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las infamantes paredes desnudas de la sórdida prisión, para convertirse en mil alaridos de
dolor. Rápidas como saetas mortales, las burlas, protestas e insultos de los demás reos que
hicieron esperar. Tal galimatías sólo sirvió para subir unos grados más la ya de por sí alta
una máscara hueca miraba sin ver hacia el vacío; en su rostro el espanto había dibujado un
rictus digno de algún personaje sacado del infierno del Dante. Aún luchaba vaya uno a saber
contra qué fantasmas; tensos los músculos a punto de reventar, perlados de sanguinolento y
frío sudor (como si los fluidos corporales se hubiesen trasegado por ósmosis), mientras se
afanaba dificultosamente por encontrar el aire que le faltaba-hecho curioso si los hay, es que
Un ruido proveniente de la puerta, le indicó que el guardia se había llegado hasta su celda
para comprobar el origen de semejante alteración del orden y sirvió asimismo para sacarlo del
estupor en que le había sumido ese negro trance. Instintivamente, con suma lentitud, se
que aún permanecía allí- y notó en su piel un tono más pálido que lo normal(o creyó notarlo).
Los sonidos que le llegaban desde el exterior pugnaban por perforar sus tímpanos-parecíanle
como los producidos al golpear con algún objeto metálico sobre un yunque, ¿...?, además sus
fosas nasales eran violadas por el pútrido y nauseabundo olor (a huevo podrido) del azufre,
traídos por la brisa desde la vecina planta, productora de ácido sulfúrico; todo ello, mezclado
con los gritos-de los que pensó, tenían una escalofriante semejanza con lamentaciones-, no
sentirse envuelto en una vorágine que lo retrotrajo al principio de sus desgracias. Hecho
sugestivamente extraño, por más que se esforzaba no podía recordar nada que fuera anterior a
hermano Abel (quien contaba con la prerrogativa paterna), se hallaba en la bañera, tan
relajado y alejado de la inquina que provocaba ser, él, objeto de dilección paternal. Nadie
supo a ciencia cierta cuál fue la realidad de los hechos, lo cierto es que, junto a su cuerpo
exánime, fue hallada sumergida la pequeña radio eléctrica que tanto apreciaba.
hermano grande, presentó ante la corte la grabación filmada por una cámara de seguridad
la prueba no dejó lugar a dudas a la hora de dictar la sentencia: “Pena de muerte”, declaró el
En tiempos históricos donde la ausencia del cumplimiento de los roles por parte de las
el cambio sobrevino. Ahora, fruto de esa transformación, Kabil, se hallaba en una prisión
(creada a tal efecto en las instalaciones abandonadas de una planta frente al dock y cuyo
aspecto era más bien de “casa Usher”, que de lugar de detención), en la cual permanecían los
seguridad se hallaba parado frente a él: “Para conducirlo ante la presencia de la Alcaldesa”, le
dijo. Entonces recordó que ese día era el señalado para su ejecución y que con anterioridad y
como último recurso había recurrido al gobernador para que le otorgase el perdón-quizá fuera
al final del mismo descendieron por las escaleras hasta la planta baja, torcieron hacia la
derecha y por fin se detuvieron ante la puerta del despacho, la cual ostentaba un desmesurado
L.S. se hallaba de espaldas a la entrada, contemplando el puerto (en cuyo punto de fuga se
desdibujaba el paisaje en una eterna bruma plateada), a través del gran ventanal situado
encima del enorme portal de hierro de la entrada. Sin siquiera darse vuelta pronunció: “El
gobernador se lavó las manos, la voz de la múltiple hidra se hizo sentir más fuerte que la voz
de su conciencia, la ejecución se llevará a cabo como estaba prevista a las 23,55 horas” y con
Mientras regresaba al pabellón, su mente trabajaba febrilmente-“Ya estaba hecho, él, el hijo
abyecto de la Ciudad de los inmigrantes, tenía que emigrar hacia un lugar más allá del que
provenían sus ancestros y como ironía del destino lo haría eléctricamente”- se dijo.
El día transcurrió si mayores sobresaltos; no probó alimento alguno de los que trajeran (no
sentía apetito), no rezó pues no recordaba como hacerlo; tampoco realizó ninguna actividad,
sólo permaneció. Al anochecer recibió la visita del capellán de la prisión: “El bueno del padre
Caronte, viene a prepararme para el postrero viaje”, meditó sin sentimiento alguno.
numerosas personas, entre ellos pudo reconocer al doctor Elmer Van Hess, quien, le pareció,
Enrique... Lo sentaron en la silla bajo la mirada vigilante de un enorme gato negro que se
energía eléctrica le recorrió todo el cuerpo encendiéndolo como a un gran bombillo; luego se
Kabil Arralibak se había incorporado a medias en la litera de cemento de su celda; como una
máscara hueca miraba sin ver hacia el vacío. Un ruido proveniente de la puerta, le indicó que
el guardia se había llegado hasta su celda para comprobar el origen de semejante alteración
del orden. Los sonidos que le llegaban desde el exterior pugnaban por perforar sus tímpanos.
Al súbito retorno desde su nocturnal tránsito, le siguió una fuerte sensación de alteridad. El
capellán de la prisión: “El bueno del padre Caronte, viene a prepararme para el postrero
eléctrica le recorrió todo el cuerpo encendiéndolo como a un gran bombillo, luego se hizo la
Mortensen