Cuentan que había un maestro oriental que vivía a las afueras de un
pueblo. El maestro vivía una vida muy humilde y se dedicaba a meditar gran parte del día. Un día una chica de 18 años del pueblo salió embarazada. Cuando su familia le preguntó quién era el padre de la criatura, la niña contó que el maestro la había violado. Una delegación del pueblo, con mucha ira, fue a la casa del maestro a verificar si era cierto. Pero antes de que pudieran hablar, el maestro salió de su casa y dijo que él era el padre de la criatura y se haría cargo de ella. Al ver que él asumía su responsabilidad, se quedaron todos más tranquilos. Pero cada vez que caminaba el maestro por el pueblo, la mayoría le gritaba violador, corrupto, entre otros insultos. Pasaron 10 años y la joven confesó quién era realmente el padre de la criatura y liberó al maestro de toda responsabilidad. Nuevamente la delegación del pueblo fue a buscar al maestro y le pidió disculpas por lo ocurrido. Además le preguntaron ¿por qué había asumido la culpa, si él no tenía la responsabilidad? El maestro respondió:
Las personas necesitan culpar a otros de sus problemas cuando no
quieren ver la verdad y admitir sus propios errores. Es como si necesitaran una bolsa de arena para dar sus golpes de rabia para evitar golpearse a sí mismos con el dolor y el remordimiento. Al ver a la joven tan frágil y en pánico, decidí ayudarla con amor y ser la bolsa de arena para ella y para todo el pueblo.
El maestro de la historia era un ser iluminado, que había logrado tal
desapego que su bolsa de arena era transparente y los golpes no le afectaban. La mayoría de personas en recursos humanos no tienen ese nivel de elevación, sin embargo reciben golpes de culpa de toda la organización.
“El mal clima es por un mal trabajo de recursos humanos”, “Que no
tengamos una buena cultura, es problema de recursos humanos”, “Hay mucha rotación, es un problema de recursos humanos”.