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de primavera

La primavera ha llegado a estos campos, mustios y pardos, y los recorre al


despuntar el día. La primavera sonríe, su sonrisa, llena de luz, da nueva vida a
la tierra.

Volando sobre el campo, la


primavera descubre un
capullo, oscuro y grueso, que
cuelga de la rama de un árbol,
y que, con la brisa matinal, se
mece como si fuera una
campanita.

No era nada bonito el


gusano que tejió ese capullo
en otoño, y que desde
entonces se metió allí para
dormir.

Ahora la primavera siente


compasión por el gusano, pues piensa que no ha visto la tierra engalanada con
el verdor de las hojas y el variado color de las flores. Por eso va diciendo a las
semillas:

—Semillita, buena semillita, despierta; hay que hermosear la tierra para que
el gusano, ¡pobrecito!, la conozca engalanada y se alegre. ¿Me quieres
ayudar?

—Sí, sí —responden las semillitas—. Ya hemos dormido demasiado,


nuestras casitas están calientes y la lluvia ligera que tú trajiste las ha
humedecido. Queremos salir, la frescura de la brisa nos acariciará.

Y las semillas, rompiendo su vestidura, echan hacia fuera sus nuevas


hojitas.

Con ellas se empieza el adorno de los campos. Así una alfombra tiñe de
verde el llano y las colinas, y los perfuma. Pero el gusano sigue durmiendo.

Si duerme más, si no rompe su capullo a tiempo, morirá —dice la primavera


—. Arroyo, arroyito saltarín, ¿quieres ayudarme a despertar al gusano?

—Sí, te ayudaré, aunque no me gustan los gusanos, sino las libélulas y las
mariposas —responde el arroyo y, haciendo un gran esfuerzo, rompe el hielo
que lo aprisiona aún, y sus aguas corren y cantan. Pero el gusano sigue
durmiendo.

La primavera, ansiosa, dice a los árboles y a las plantas.


—Árbol, echa brotes nuevos; planta, cúbrete de hojas. De este modo los
pájaros volverán y nos ayudarán a despertar al gusano.

Las plantas, la hierba y los árboles, presurosos, se visten de hojitas tiernas,


y los pájaros que habían emigrado, huyendo del invierno, vuelven.

Un pajarito que todavía no sabe nada de las cosas del mundo, vuela y
vuela. Travieso y feliz, y así descubre el capullo que cuelga de la rama de un
árbol.

—¿Qué será? —se pregunta y curioso, se acerca y lo golpea con el pico:


toc, toc, toc… pero enseguida temeroso se aleja.

El gusano despierta, se mueve dentro de su estrecha morada, se estira y


advierte que durante su largo sueño ha estrenado un nuevo vestido. ¡Hay que
salir para que todos vean el traje nuevo!

El capullo se rompe, y cuando el pajarito vuelve, lo encuentra vacío. ¿Quién


habitaba allí?

Cerca, prendida en una rama, una bellísima mariposa, con movimientos


lentos, suaves, delicados, empieza a extender sus alas finas como la seda y
pronto se echa a volar. Los pájaros, las plantas, la hierba, los árboles y el
arroyo la contemplaron con admiración.

—¡Qué hermosa!, ¡qué hermosa¡ —exclaman una y otra vez—. ¿De dónde
ha venido esta belleza?

—¿Nadie la conoce?—pregunta la primavera—, es el gusano que estaba en


el capullo oscuro y entre todos hemos logrado despertar.

Si todos saben que ayudaron a sacar de su escondite aquella hermosura y


contentos sienten por eso una honda felicidad.

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