Mujer sin días ni noches ni semanas ni términos. Ermitaña máscara lánguida enhebrando presentes perpetuos, emboscando identidades como hojas de un cuaderno en blanco, como hojas de un gris almanaque.
Polichinela gris, reloj cucú que no se queja.
Fulana.
Los canales de Venecia se vuelven venas líquidas.
Fluir: esa palabra que tanto te esclaviza. Seiscientas sesenta y seis góndolas adornadas con cintas de colores (todos los colores menos el gris que no es color, reías) deslizándose y llevando consigo nuestros deseos susurrados, luces de farolas, destellos de misterios grises, aroma de flores podridas y extravagancia. Tu extravagancia de versos suntuosos como un disfraz. Tu disfraz de amante de Pannonica de Koenigswarter que era mi disfraz de condesa del bebop (por interpósita persona fuimos amantes, reías, por aquel hombre con nombre de trompetista de jazz). Tu pelo teñido de efímero y celebración. Tu pelo extravagante, colorido. Tu pelo que es verso suntuoso. Tu pelo que es tambores y melodías y sinfonías y calendario gris y un escenario-umbral de tetas blancas.
Polluela: ¿te dije que la máscara purulenta y trasnochada se vuelve gris solo cuando se percibe?