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Ediciones
El cadáver más bello del mundo
Ricardo Chávez Castañeda
ISBN:
Ilustracioones:
Diseño, diagramación y preprensa digital: Difundir Ltda.
Carrera 16 Nº 57-57 • Tel: 345 18 08 - 346 62 40
Las niñas y los niños que forman una hilera a lo largo del
escenario no miran hacia la izquierda y hacia la derecha
porque saben que allí únicamente están ellos. Se han visto
como uno se contempla en un espejo. No se parecen ni en
estatura ni en matiz de piel ni en color de pelo. Su semejanza
es más profunda. Todos están pálidos, todos están desnudos
debajo de la ropa que llevan puesta, y esa desnudez tiembla
atacada por fríos que provienen de su interior. Quince niñas
y quince niños hechos de miedo. Ese fue el único requisito.
No niños hechos de felicidad, no niños hechos de hastío, no
niños hechos de tristeza, no niños hechos de curiosidad. De
miedo, sólo niños hechos de miedo.
- …Los demás tendrán que marcharse de aquí y nunca más
volver.
La voz, que no parece ser ni de mujer ni de hombre, tiene
que estar surgiendo de algún sitio del oscuro auditorio que los
niños tienen ante sí. El auditorio convertido en una oscuridad
perfecta como si se hubieran quedado ciegos.
- ¿Están listos?
Y las niñas y los niños, que no parecen tener más de diez
años, giran sobre sus talones y encuentran a su espalda, bien
aposentados en el suelo, los treinta ataúdes abiertos.
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Si el teatro estuviera lleno, la gente sentada en el auditorio podría ver el exterior de los ataúdes
pero, por causa de la perspectiva, no podría ver lo que está adentro.
Treinta ataúdes negros, con la tapa abierta, con el forro rojo.
- ¿Y dónde están los actores?- se preguntaría parte del público.
- ¿Y cuándo empieza la obra?- se diría la otra mitad de los espectadores.
Sin saber que la muerte ya está actuando.
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La madera se usa para hacer mesas, para hacer sillas, para hacer armarios y mecedoras y camas.
Todas esas maderas aprenden a sonar cuando los muebles se abren, se cierran, se comban bajo
el peso, se balancean. La única madera que no está hecha para sonar es la de los ataúdes. Es lo
que se espera. Una madera muda para siempre, por los siglos de los siglos… Y sin embargo,
de estos treinta ataúdes que están enfilados a lo largo del proscenio, brota de vez en cuando un
crujido sordo, un leve chirrido, un casi inaudible y maderoso lamento.
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Lo que se deja
escuchar entonces
en el teatro vacío
son los esporádicos
crujidos de esta
madera que no
debería sonar nunca,
aquella respiración
grave y jadeante que
proviene de algún
sitio del penumbroso
auditorio, y el sonoro
tic tac de un reloj.
Una historia bastante
parca como podrán
notar.
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Tic tac
Tic tac
Tic tac
Tic tac
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- Tres horas es el tiempo que va a durar la obra El cadáver más bello del mundo- dice de
inmediato la voz que para hablar deja de respirar-. En el fondo del escenario hay treinta
bacinillas, hay agua aunque no les recomiendo beber, hay una puerta de salida.
María parpadea pero la luz de los treinta reflectores la deslumbra, así que cierra los ojos otra
vez y a ciegas sale del ataúd; siente que otros niños caminan vacilantes junto a ella, desabotona
su pantalón pero le cuesta trabajo porque tiene entumecido el brazo que estuvo comprimido
entre su cuerpo y la pared del ataúd, escucha el sonido de su propia orina sin sentir vergüenza
porque hay tantos sonidos similares resonando en su alrededor que parece el rumor de una
buena lluvia.
Cuando al fin está consiguiendo entreabrir sus encandilados ojos, escucha el mandato de la
voz como si la voz estuviera muy cerca de ella y le susurrara al oído.
- Es hora de volver.
María abre los ojos asustada; mira hacia la izquierda y mira hacia la derecha, pero sólo
encuentra a otros niños y a otras niñas tan pálidas y desconcertadas como ella.
Al recostarse de nuevo en su ataúd, descubre que dos de los treinta reflectores que penden
sobre el escenario se han apagado.
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Tic tac
Tic tac
Tic tac
23
Tic tac
Aaaagggghhhh……
Aaaaagggghhhh….
Aaaahhhhgggg…..
Pum, pum, pum, pum,
pum
Antes no le apretaba.
María da un paso hacia el interior de su ataúd - Por favor- dice el niño. Y aunque él forcejea
y se queda otra vez erguida entre la vida y la por abrir la tapa cerrada de su ataúd, no lo
muerte, porque a su derecha, un poco más consigue.
allá, hay un niño que está perplejamente de
pie. Catorce círculos de luz y dieciséis círculos de
oscuridad en lo alto del escenario es lo último
María la mira con el rabillo del ojo, mientras que ve María antes de cerrar sus párpados.
él, estupefacto, observa el ataúd y luego
levanta la vista hacia la densa negrura del
auditorio.
“Tic tac”
“Tic tac”
“Tic tac”
“Tic tac”
Tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic
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¿Cansada de morir?
¿Ustedes se han cansado?
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Y, de pronto, en la cabeza de María se dispara “¿Y si la muerte llega cuando encuentra algo
una idea como un estallido de luz negra en como un tapete que dice Bienvenida?”
una noche blanca.
Recostada dentro del ataúd y quieta como un
“¿Y si no es cansancio?” tapete, aguza los sentidos para tratar de sentir
“¿Y si no me estoy durmiendo?” si los pies de la muerte aceptan su Bienvenida.
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“Como un sombrero
enfermo donde no se debe
meter la cabeza”
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La disputa entre los dos niños termina con dos lunas que se apagan
en lo alto como si también hubieran empezado a actuar la muerte.
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“Mamá”
“Papá”
“Papá”
“Mamá”
Como si su corazón se hubiera convertido en un nuevo reloj.
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Tic tac
Aaaaagggghhhhh
Pum pum pum pum
“No voy a poder”
Tic tac
Aaaagggghhhh
Pum pum pum pum
“No voy a poder”
Tic tac
Aaaaaagggghhhh
Pum pum pum pum
“No voy a poder”
Mamá
Papá
Papá
Mamá
Papá
Mamá
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No perder.
“No sé”, se escucha pensar y, en ese momento, María advierte por primera vez el aroma de la
madera que ha debido de estar allí todo el tiempo.
Y escucha por primera vez el bisbeo de una mosca que habrá estado en el teatro desde que la
puerta del fondo se abrió para el primer niño descalificado
Y descubre por primera vez, en el interior de su boca, un levísimo regusto de mermelada de
arándano que se comió por la mañana.
En todos estos indicios de vida que están colándose lentamente dentro del ataúd y dentro de
su cuerpo, María presiente que perderá.
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Olvidar
Ese es uno de los “Sí” de la muerte.
Olvidar su casa, olvidar incluso del cadáver más hermoso del
mundo… olvidarse de todo por culpa de lo que acaba de sentir.
“Unos ojos”
Eso es lo que sintió. Unos ojos grandes como negros agujeros que la
miran sin parpadear.
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En todas las páginas del reglamento de la competencia se repetía que sólo puede sacrificarse
una vida por una muerte.
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