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El cadáver más

bello del mundo


Ricardo Chávez Castañeda
El cadáver más bello del mundo
Ricardo Chávez Castañeda

Ediciones
El cadáver más bello del mundo
Ricardo Chávez Castañeda

Edición Colombia, julio 2010


Ediciones desde abajo
Bogotá, D.C. - Colombia

ISBN:

Ilustracioones:
Diseño, diagramación y preprensa digital: Difundir Ltda.
Carrera 16 Nº 57-57 • Tel: 345 18 08 - 346 62 40

El conocimiento es un bien de la humanidad.


Todos los seres humanos deben acceder al saber.
Cultivarlo es responsabilidad de todos.
U no de ustedes se oye claramente en todo el teatro.

Las niñas y los niños que forman una hilera a lo largo del
escenario no miran hacia la izquierda y hacia la derecha
porque saben que allí únicamente están ellos. Se han visto
como uno se contempla en un espejo. No se parecen ni en
estatura ni en matiz de piel ni en color de pelo. Su semejanza
es más profunda. Todos están pálidos, todos están desnudos
debajo de la ropa que llevan puesta, y esa desnudez tiembla
atacada por fríos que provienen de su interior. Quince niñas
y quince niños hechos de miedo. Ese fue el único requisito.
No niños hechos de felicidad, no niños hechos de hastío, no
niños hechos de tristeza, no niños hechos de curiosidad. De
miedo, sólo niños hechos de miedo.
- …Los demás tendrán que marcharse de aquí y nunca más
volver.
La voz, que no parece ser ni de mujer ni de hombre, tiene
que estar surgiendo de algún sitio del oscuro auditorio que los
niños tienen ante sí. El auditorio convertido en una oscuridad
perfecta como si se hubieran quedado ciegos.
- ¿Están listos?
Y las niñas y los niños, que no parecen tener más de diez
años, giran sobre sus talones y encuentran a su espalda, bien
aposentados en el suelo, los treinta ataúdes abiertos.
6

- Actuar la muerte… Ya lo saben… Es por eso que están aquí.


7

Todos los seres humanos aprendemos a sentarnos en sillas, a recostarnos en camas, a


mecernos en columpios. Lo que nunca nadie nos enseñó es a meternos vivos en un ataúd.
La mayoría de los niños permanecen inmóviles. Poco a poco, algunos se hincan en el suelo de
duela y luego se introducen en la caja por partes… las manos… los brazos… el torso… como
si el ataúd fuera una piscina y el agua helada les estuviera llenando de pausas la voluntad de
sumergirse. Otros lo hacen mal; en cuclillas, quieren girar de costado en el aire para adentrarse
de espaldas. La niña que es María y que no sabe si hay otras Marías entre las niñas, da un paso
hacia el interior de su ataúd. Por un momento permanece así, erguida entre la vida y la muerte.
Es decir, con un pie apoyado en el suelo del escenario y con el otro pie apoyado en la base
forrada con paño rojo del ataúd.
- Ya saben- dice la voz entonces-, fingir la muerte hasta que únicamente quede uno.
Y María mete los dos pies.
Y María se sienta.
Y María se recuesta muy lentamente sobre su sombra.
8

Aprender a respirar como si el aire fuera


un gigantesco tejido y hubiera que irlo
destejiendo en breves y delgados hilos. Hilos
de aire entrando y saliendo por la nariz para
respirar en silencio.
Treinta respiraciones silenciosas en el
escenario. Y en algún punto del oscuro
auditorio, como ceguera la gruesa y jadeante
respiración de quien permanecerá allí hasta
que veintinueve niños hayan perdido.
9

Existen maratones de baile


donde la gente danza durante
un día completo. Es posible
imaginar una carrera donde
lo importante sea correr y
correr hasta que no reste
nadie más en la pista que
un único, triste y agotado
corredor. Son verosímiles
incluso concursos por
conseguir el beso más largo
del mundo y por leer sin
interrupción un libro tras
otro de una biblioteca. En
todas estas competiciones
–reales o posibles- lo
importante es perdurar
haciendo algo: en baile, en
carrera, en beso, en lectura.
Sucede, sin embargo, que en
este teatro enorme donde
están las quince niñas y los
quince niños lo importante
es no hacer nada. Una
competencia no por estar en
la nada sino por ser, aunque
sea por unas horas, la nada.
10

Haciendo algo contra haciendo nada. ¿No es


esa la diferencia entre la vida y la muerte?
Y entonces ¿cómo se hace la nada?
11

Cuando los treinta niños se


aquietan en sus respectivos
ataúdes, se apagan las luces
generales del escenario
y se encienden treinta
reflectores que dejan caer sus
treinta luces blancas desde
el techo como si fueran
treinta descomunales patas
fosforescentes de un animal
que se ha quedado parado
encima de ellos.
12

La luz es entonces el inicio de la competencia.


13

Si el teatro estuviera lleno, la gente sentada en el auditorio podría ver el exterior de los ataúdes
pero, por causa de la perspectiva, no podría ver lo que está adentro.
Treinta ataúdes negros, con la tapa abierta, con el forro rojo.
- ¿Y dónde están los actores?- se preguntaría parte del público.
- ¿Y cuándo empieza la obra?- se diría la otra mitad de los espectadores.
Sin saber que la muerte ya está actuando.
14

El teatro está vacío.


O está lleno de butacas vacías.
O la luz está representando una obra para la oscuridad que ha colmado el auditorio.
O es la oscuridad la que actúa para los treinta niños que la escuchan respirar.
15

La madera se usa para hacer mesas, para hacer sillas, para hacer armarios y mecedoras y camas.
Todas esas maderas aprenden a sonar cuando los muebles se abren, se cierran, se comban bajo
el peso, se balancean. La única madera que no está hecha para sonar es la de los ataúdes. Es lo
que se espera. Una madera muda para siempre, por los siglos de los siglos… Y sin embargo,
de estos treinta ataúdes que están enfilados a lo largo del proscenio, brota de vez en cuando un
crujido sordo, un leve chirrido, un casi inaudible y maderoso lamento.
16

Lo que se deja
escuchar entonces
en el teatro vacío
son los esporádicos
crujidos de esta
madera que no
debería sonar nunca,
aquella respiración
grave y jadeante que
proviene de algún
sitio del penumbroso
auditorio, y el sonoro
tic tac de un reloj.
Una historia bastante
parca como podrán
notar.
17

La primera y más difícil párpados, hace ya un buen


decisión que ha tomado rato, fue la luz que caía desde
María ha sido resolver qué su reflector. Un túnel de
hacer con sus ojos. Actuar la blanca luminosidad como
muerte con los ojos abiertos su vaso favorito. Días antes
o actuar la muerte con los del concurso, ella usó el vaso
ojos cerrados. de vidrio para las moscas.
Una de las reglas permite Cuando las moscas paraban
parpadear sólo si se ha el vuelo y descansaban en
decidido morir con los ojos la mesa de la cocina, María
abiertos. les ponía encima el vaso
Otra de las reglas prohíbe invertido, y luego miraba e
mirar si se ha optado por intentaba aprender así todas
cerrar los ojos al morir. sus tácticas y estrategias para
Lo último que vio María morir.
antes de dejar caer sus
18

María, en su ataúd, no se mueve, no se rasca a pesar de que tiene


comezón en la oreja, no reacomoda su brazo izquierdo que quedó
demasiado apretado entre su cuerpo y la pared de
madera.
Y sin embargo, eso es lo fácil de fingir.
Los “no” de la muerte.
No mover.
No rascar.
No reacomodar.
No ver.
No dormirse.
No hablar.
No llorar.
No sentir hambre.
No tener sed.

María se sabe de memoria todas las
reglas de la competencia.

No tener miedo.
No morirse de verdad.
19

En las reglas de la competencia


no hay ningún “Sí”.

Parece que eso es lo que tienen


que aprender los treinta niños
que están actuando en el
escenario.

El frío, por ejemplo, al advertir


que los pies empiezan a
enfriarse poco a poco.

La soledad, por ejemplo, al


descubrir que, aunque quieran,
nadie más podrá recostarse al
lado suyo dentro de la estrecha
caja negra forrada de rojo.

Las ganas de resucitar, por


ejemplo.

Resucitar y acabar con esto


porque la muerte, aunque sea
de a mentiras, asusta.
20

Tic tac
Tic tac
Tic tac
Tic tac
21

Justo a las tres horas suena el timbre.

- Tres horas es el tiempo que va a durar la obra El cadáver más bello del mundo- dice de
inmediato la voz que para hablar deja de respirar-. En el fondo del escenario hay treinta
bacinillas, hay agua aunque no les recomiendo beber, hay una puerta de salida.

María parpadea pero la luz de los treinta reflectores la deslumbra, así que cierra los ojos otra
vez y a ciegas sale del ataúd; siente que otros niños caminan vacilantes junto a ella, desabotona
su pantalón pero le cuesta trabajo porque tiene entumecido el brazo que estuvo comprimido
entre su cuerpo y la pared del ataúd, escucha el sonido de su propia orina sin sentir vergüenza
porque hay tantos sonidos similares resonando en su alrededor que parece el rumor de una
buena lluvia.

Cuando al fin está consiguiendo entreabrir sus encandilados ojos, escucha el mandato de la
voz como si la voz estuviera muy cerca de ella y le susurrara al oído.

- Es hora de volver.

María abre los ojos asustada; mira hacia la izquierda y mira hacia la derecha, pero sólo
encuentra a otros niños y a otras niñas tan pálidas y desconcertadas como ella.

Al recostarse de nuevo en su ataúd, descubre que dos de los treinta reflectores que penden
sobre el escenario se han apagado.
22

Tic tac
Tic tac
Tic tac
23

María está rígida.

Y ella piensa que los demás


están rígidos también.
“Como bloques de hielo”
“Como estatuas”
“Como…”

María piensa que los demás


también están pensando en
sus propios padres.

“¿Por qué no vinieron mamá


y papá?”
“¿Por qué no han llegado?”
“¿Cuándo vendrán?”
24

Está el tic tac, la


respiración grave y
jadeante que proviene de
algún sitio del tenebroso
auditorio, su propio latido
que suena dentro de ella
y que nadie más puede
escuchar.

Tic tac
Aaaagggghhhh……
Aaaaagggghhhh….
Aaaahhhhgggg…..
Pum, pum, pum, pum,
pum

María escucha todos estos


sonidos como si fueran
los peldaños de una
escalera interminable que
ella debe subir hasta llegar
al último escalón que será
el nuevo timbrazo.
25

“Tú no tienes que actuar la muerte”, se sorprende pensando.


Y sabe que es ella hablándole a su corazón.
26

María siente que, por debajo, el


ataúd le aprieta la planta de los pies;
que por los costados le comprime la cadera
y los hombros; que por encima le lastima la
parte más alta de su cabeza.

Antes no le apretaba.

“¿Pueden descalificarme por crecer?”, piensa.


Y luego piensa otra vez:
“¿Y si el ataúd se está empequeñeciendo?”
Y después le dice a su pensamiento que se
calle porque no le está ayudando a resistir.

Su pensamiento se queda también muy


apretado dentro de su cabeza y cierra la boca.
27

“¿Se puede asfixiar el


cerebro?”
- ¡Sssssssshhhhhhh!
28

Durante tanto tiempo Maria ha estado


esperando el sonido del timbre y, sin
embargo, cuando al fin suena, María no lo
escucha.

Ella comienza a moverse hasta que la voz fea


que no es voz de mujer ni es voz de hombre
la hace reaccionar.

- Cinco horas… En ocasiones así de larga


será la obra…O a veces más, no tres horas
ni cinco horas de duración sino muchas más
horas más... ¿Cómo saberlo?
29

Lo que hace María, sentada están. ¿De verdad había


en la bacinilla, mientras una niña de pelo corto?
escucha el rumoroso sonido ¿Existía un niño con tantas
de la buena lluvia saliendo de pecas en la cara como si
ella, es mirar hacia arriba y su rostro fuera una playa?
contar de nuevo las luces del ¿Y aquel otro niño que
techo. tenía vergüenza de orinar
y no orinó? ¿Y la niña que
Repasa las lámparas empezó a llorar tan bajo que
encendidas y luego repasa las su llanto se parecía el tic tac
lámparas apagadas porque de del reloj y a la fea respiración
pronto da lo mismo contar lo que provenía del auditorio
uno que lo otro. y al rechinido del ataúd
y al propio latido de su
Allá arriba hay quince luces y corazón?
quince oscuridades. Sólo quedan quince
niños que todavía
Acá abajo quince niños se pueden ser el cadáver
han marchado para nunca más hermoso del
más volver, y María quiere mundo.
recordarlos ahora que no
30

María da un paso hacia el interior de su ataúd - Por favor- dice el niño. Y aunque él forcejea
y se queda otra vez erguida entre la vida y la por abrir la tapa cerrada de su ataúd, no lo
muerte, porque a su derecha, un poco más consigue.
allá, hay un niño que está perplejamente de
pie. Catorce círculos de luz y dieciséis círculos de
oscuridad en lo alto del escenario es lo último
María la mira con el rabillo del ojo, mientras que ve María antes de cerrar sus párpados.
él, estupefacto, observa el ataúd y luego
levanta la vista hacia la densa negrura del
auditorio.

- ¡No hice trampa!- grita- ¡Yo no he hecho


trampa!
Del auditorio no se deja oír réplica alguna.
Sólo se oye la grave y jadeante respiración.
31

“¿En qué momento


desaparecieron los niños
descalificados?”, piensa
María, “No es posible que no
los haya oído marcharse…
¿Y cómo les habrán avisado
que perdieron?”
María imagina una mano.
Una mano sin uñas largas,
sin venas sobresalientes
ni tortuosas cicatrices, sin
mutilar. Una mano como
cualquier otra, como la suya.
Pero María sabe que si una
mano así se posara en su
hombro para indicarle que ha
perdido, ella no podría parar
de gritar.
32

Una muerta que grita.

El cadáver más bello del mundo


prorrumpiendo a gritos en medio de la
representación.

María piensa “¡Cállate! ¡Cállate!” porque la


risa quiere ganarle la boca por culpa de su
tonta imaginación y luego piensa “¡Cállate!
¡Cállate!” porque las lágrimas están a punto
de ganarle los ojos por culpa de su memoria.

Cuando murió su mamá, ella permaneció


horas mirando el ataúd, esperando
que se abriera, rogando que se abriera,
sacrificándose porque se abriera.

Si revives, mamá, te daré todas mis muñecas,


te daré un pedazo de mi piel para que cubras
tus heridas, te daré la mitad de mi corazón y
la mitad de mi alma.
33

“Tic tac”
“Tic tac”
“Tic tac”

“Tic tac”

Eso es lo que piensa María para no pensar.

Tic tac hace su cabeza.

Tac tic hace el reloj.

Hasta que su cabeza y su reloj se juntan como dos caballos de


carreras.

Tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic
34

“¿Por qué duele un cuerpo que no hace otra


cosa que permanecer inmóvil?”
María está sintiendo crecer el dolor bajo su
nuca, alrededor de su cuello, a lo largo de la
espalda.

Ella cree que si su dolor sigue extendiéndose


va a terminar por desbordarse como cascada
fuera del ataúd y la van a descalificar, así
que sin abrir la boca, separa levemente los
dientes, cuela por allí la punta de la lengua y
muerde con cuidado.

Quiere que todos los demás dolores giren la


cabeza como lobos y vengan a su boca para
comer.
35

Cada una de las moscas que en el ataúd o bien rodarse


María asfixió con su vaso por completo hasta acabar
de vidrio terminó muriendo completamente boca abajo,
patas arriba. extendida desde su frente
hasta la punta de sus pies en
Ahora mismo ella también la base roja de la madera.
está boca arriba.
Fingir la muerte de cara a la
“¿Es la única manera de muerte y no de cara a la vida.
morir?”
“¿Es la única manera de “¿Alguno de los treinta niños
actuar la muerte?” se habrá metido así desde
María se sorprende pensando el principio para ver a sus
que le gustaría ladearse hasta papás?”
quedar recostada de lado
36

“¿Y por qué nunca se entierra así a los muertos?”


Con la frente abajo…Con la nariz abajo…Con el pecho abajo…
“¿Corazón abajo?”
“¿El corazón tiene “abajo” allí metido en medio del cuerpo?”
37

Calambres dolorosos, entumecimientos molestos, la sed, el


hambre, incluso la duda de si tanta muerte fingida vale la
pena…
María creyó que cualquiera de estas variantes de la rendición
sería el enemigo.

Lo que nunca imaginó fue una invasión de cansancio.


“Tengo sueño, tengo mucho sueño”.

¿La rendición es cerrar los ojos?


¿Pero, entonces, cómo se cierran los ojos que ya están
cerrados?
38

¿Cansada de morir?
¿Ustedes se han cansado?
39

María no quiere recordar


pero recuerda que cuando su
mamá se murió, su papá se
cansó de vivir.

“A lo mejor por eso quiero


ser el cadáver más bello del
mundo”, piensa.
40

Y, de pronto, en la cabeza de María se dispara “¿Y si la muerte llega cuando encuentra algo
una idea como un estallido de luz negra en como un tapete que dice Bienvenida?”
una noche blanca.
Recostada dentro del ataúd y quieta como un
“¿Y si no es cansancio?” tapete, aguza los sentidos para tratar de sentir
“¿Y si no me estoy durmiendo?” si los pies de la muerte aceptan su Bienvenida.
41

No morirse es la regla principal.


42

María separa las mandíbulas otra vez y, sin


que sus labios se abran, mete la punta de la
lengua entre los dientes.

Morderse la lengua para despertar.

Morderse la lengua para no cansarse de vivir.


43

Suena por tercera vez el timbre.


44

María no cree en lo que oye porque no ha


transcurrido ni siquiera una hora desde el
último descanso.
“Estoy segura”
Y una voz le da la razón.
- En ocasiones será así… ¿Cómo saberlo?...
La obra puede durar una hora o menos…
mucho menos…Como un milagro… De
pronto el cadáver más bello del mundo está
vivo.
45

María no orina, no toma


agua, mecánicamente
extiende los brazos, mueve
su cabeza de un lado a otro.

“Así que esto es la vida”, se


sorprende pensando al hacer
una flexión.

Y entonces escucha que la


puerta del fondo se cierra
con un sonoro golpe, se
cierra con un sonoro golpe,
se cierra con un sonoro
golpe, igual que si se tratara
de un eco.
46

María ve de reojo a una niña pequeñita y regordeta.


María sabe que hay una regla que les prohíbe hablarse entre sí.
“¿A ti quién se te murió?”, quiere preguntarle.
Aprieta los dientes y descubre que la punta de su lengua ya no está allí.
47

En las reglas dice que nadie


se puede ir por su voluntad.

Hay que ser descalificado.

¿Cómo se descalificaron los


tres niños que acaban de irse
por la puerta de atrás y cómo
se les descalificó?
48

Es lo que decía la última advertencia del


concurso.

“Nadie se puede ir por voluntad pero


tampoco contra su voluntad”
49

Antes de volver al ataúd,


María advierte a una niña o
un niño que ni siquiera salió
de su ataúd para tomar el
descanso.

“¿Y si se le está olvidando


descansar de la muerte?”,
piensa María.
Y María se desconoce a sí
misma.

“¿Yo he pensado esto?”


Y reflexiona que un ataúd es
como un mal contagio.

“Como un sombrero
enfermo donde no se debe
meter la cabeza”
50

¿Se volvieron locos ustedes?


¿Eso es morirse?
Dicen que tú sí te volviste loco, papá, pero yo
sé que no es cierto.

Esa noche creíste que estaba dormida cuando


te acercaste caminando de puntas y me diste
un beso y susurraste “Lo siento… Tengo que
irme, hijita…”
51

Cuando la voz ordena que es


hora de regresar, dos niños
pelean por un mismo ataúd.
- ¡Es mío!- grita uno.
- ¡Es mío!- grita el otro.
María mira su ataúd y se
pregunta si ella le llamará
alguna vez así: “mío”.
52

La disputa entre los dos niños termina con dos lunas que se apagan
en lo alto como si también hubieran empezado a actuar la muerte.
53

“Nueve”, piensa María.


Pero las luces, que permanecen como ecos de luz grabadas en
su cerebro, no suman nueve.
Con los ojos cerrados, las vuelve a contar de memoria antes
de que desaparezcan de su mente.
“Cinco”
“Cinco”
“Cinco”
Hasta que las cinco luces se apagan dentro de su cabeza y
dejan metida a María dentro de su propia oscuridad.
54

La oscuridad no es el mejor lugar para pensar.


Surgen ideas sin color, sin luz, como negros
lobos con negros hocicos abiertos.
55

La primera dentellada de la inteligencia de María la muerde


con una pregunta:
“¿Y si los niños que pierden no se van?”
Luego la mastica otra pregunta:
“¿Y si en lugar de que salgan del ataúd, algo se mete adentro
para castigarlos con algo más fuerte que la descalificación?”
56

¿Nunca jamás ver a la persona que se les


murió?
57

María está ocupada


defendiéndose de sus
pensamientos que aúllan y la
persiguen.
Le aterra pensar que algo
entrará allí y le caminará por
encima para anunciarle que
ha perdido algo más que la
oportunidad de representar
El cadáver más bello del
mundo.
Tan ocupada y aterrada está
por culpa de su imaginación
que, demasiado tarde,
advierte que no se acomodó
bien en el ataúd y ahora no
puede apoyar completamente
la cabeza.
58

¡Voy a perder!, así suenan silenciosamente


todas las alarmas de su cuerpo.
59

¡Voy a perder, mamá!


¡Voy a perder, papá!
60

Su nuca flota sin tocar la base del ataúd


porque la parte alta de su cabeza se quedó
apoyada en la pared frontal de la caja.
61

María intenta reacomodarse


sin moverse.
Resopla sin producir sonido
alguno.
Por causa del esfuerzo está
sudando sin sudar.
No moverse.
No resoplar.
No llenarse de sudor.
Eso dicen las reglas.
Así que continúa intentando
no moverse, no resoplar, no
mojarse por el esfuerzo de
reacomodar la cabeza sin
reacomodarla.
62

“¡Mamá, ayúdame!”, escucha los alaridos


dentro de su cabeza. “¡Ayúdame, papá!”
Y por un instante de verdad teme que sus
pensamientos puedan oírse más allá de su
cabeza.
63

“Mamá”
“Papá”
“Papá”
“Mamá”
Como si su corazón se hubiera convertido en un nuevo reloj.
64

Tic tac
Aaaaagggghhhhh
Pum pum pum pum
“No voy a poder”
Tic tac
Aaaagggghhhh
Pum pum pum pum
“No voy a poder”
Tic tac
Aaaaaagggghhhh
Pum pum pum pum
“No voy a poder”
Mamá
Papá
Papá
Mamá
Papá
Mamá
65

No perder.

Cuando su papá murió, ella


también miró por horas el
ataúd y también prometió la
mitad de su alma y la mitad
de su corazón.
66

Si hace unos minutos la niña regordeta


y pequeña hubiera roto las reglas para
preguntarle por quién estaba allí, María no
habría sabido responder.
67

Todos estos días que estuvo


asfixiando moscas para
aprender a morir, la única
idea que realmente evitó
responder fue esa.
68

“No sé”, se escucha pensar y, en ese momento, María advierte por primera vez el aroma de la
madera que ha debido de estar allí todo el tiempo.
Y escucha por primera vez el bisbeo de una mosca que habrá estado en el teatro desde que la
puerta del fondo se abrió para el primer niño descalificado
Y descubre por primera vez, en el interior de su boca, un levísimo regusto de mermelada de
arándano que se comió por la mañana.
En todos estos indicios de vida que están colándose lentamente dentro del ataúd y dentro de
su cuerpo, María presiente que perderá.
69

¿Cómo voy a vivir sin mis papás?, piensa no su cabeza sino


su piel, y otra vez ese invierno de su interior amenaza con
llenarla de temblores bajo la ropa.
70

Olvidar
Ese es uno de los “Sí” de la muerte.
Olvidar su casa, olvidar incluso del cadáver más hermoso del
mundo… olvidarse de todo por culpa de lo que acaba de sentir.
“Unos ojos”
Eso es lo que sintió. Unos ojos grandes como negros agujeros que la
miran sin parpadear.
71

“Voy a perder”, piensa.


Y el reloj deja de sonar.
Y la respiración deja de sonar.
Y deja de sonar su corazón.
72

Momentos después María se levanta y tiene tiempo para advertir lo


extraño de que la madera no rechine por el reacomodo de su peso.
Lo extraño de que su respiración, que ahora ya no brota a hilos de su
nariz sino que brota de su boca a madejas enredadas de pánico, no se
escuche.
Lo extraño de que la luz del reflector, que recién se ha apagado a su
lado, no la alcance con su oscuridad.
La voz dijo “pueden descansar” cuando ella estaba a punto de
moverse, de echarse a temblar, de rendirse al llanto.
73

María suspira, mientras la


niña regordeta y pequeña
grita y patea su ataúd.
Arriba, en el techo,
únicamente perduran
encendidas dos luces.
“La mía y la del enemigo”,
piensa María.
74

Esta vez María va a la bacinilla sólo para


acercarse a la puerta del fondo por donde
acaba de desaparecer la niña pequeña y
regordeta que había prometido salvar a quien
se le murió.
75

¿Fue tu mamá o fue tu papá?, quisiera haberle preguntado


pero se avergüenza por pensarlo porque ahora ya no importa.
76

¿A quién no pudiste salvar?


77

Cuando María regresa al ataúd,


se obliga a no volverse.
No quiere conocer a su
enemigo.
No quiere saber a quién vino a
salvar.
78

- Sólo quedan dos


- dice la voz que no es voz de hombre ni
es voz de mujer, cuando María se recuesta
cuidándose de acomodar bien su cuerpo
dentro del ataúd-. Así que es hora de la
prueba final.
79

La prueba final, mamá.


La prueba final, papá.
Eso piensa María eufórica y descubre por fin a quién vino a
salvar.
Las dos tapas rojas de los ataúdes producen dos largos
rechinidos cuando son cerradas encima de María y de El
enemigo.
80

Cuando la oscuridad se vuelve más negra


como si también la oscuridad pudiera
quedarse ciega, María piensa que entonces
está haciendo trampa.
81

En todas las páginas del reglamento de la competencia se repetía que sólo puede sacrificarse
una vida por una muerte.
82

Por primera vez, durante toda la


competencia, María deja de tener miedo
aunque es una niña hecha de miedo.
Medio corazón para ti, mamá.
Medio corazón para ti, papá.
…Y media alma para cada uno.
Y luego algo que parece sueño comienza
dulcemente a vencerla
Para la diagramación se utilizaron los caracteres
Garamond y Bodoni Std
julio de 2010

El conocimiento es un bien de la humanidad.


Todos los seres humanos deben acceder al saber.
Cultivarlo es responsabilidad de todos.

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