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Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.
Min
Sila
Es extraña la forma en la que desaparecieron las presentaciones
dentro de mi vida. «¡Eres Sila! Dime, ¿qué se siente haber conseguido
la fama que tienes a tan corta edad?», esas eran las palabras que la
mayoría de los presentadores utilizaban a modo de saludo.
Constantemente me recordaban quien era, los años que tenía y la fama
que me había hecho.
Sí, era verdad que mi nombre era Sila, que tenía veintiún años de
edad y era sumamente famoso. Antes de la fama, mi familia ya
pertenecía a la clase alta. Era adinerada, pero desafortunada de muchas
otras formas. Perdí a mis padres en un accidente automovilístico a los
tres años. Casi no los recuerdo, por no decir que no los recuerdo en lo
absoluto.
Desde entonces hemos sido inseparables, tanto que por ella soy
capaz de dejarlo todo.
Min
Cuando la vibración de mi celular irrumpió el silencio de mi
habitación, lo tomé todavía recostada sobre la cama. Al mirar el
identificador de llamadas me encontré con el nombre que había estado
esperando.
Fruncí el ceño, sin poder evitar que mis labios se curvearan en una
sonrisa llena de dicha.
—Min… Estoy cansado de verdad, las cosas por acá están un poco
difíciles —confesó—. Me haría muy bien escuchar que me quieres. ¿O
acaso has dejado de hacerlo?
Sila
Me encogí de hombros.
La conductora alzó las cejas, tenía los ojos llenos por el brillo de la
emoción. No podía ni imaginar cómo explotaría el ranking de su show
con todo lo que estaba sucediendo en directo.
—Espero que estés viendo esto —musitó—. Así como espero que
te guste tu regalo.
Los gritos del público estallaron las bocinas del televisor al mismo
tiempo que alguien tocaba a la puerta de Min. Esta última dio un salto
sobre el sofá, con el alma a punto de abandonar su cuerpo. No tuvo la
capacidad de moverse un solo centímetro, ni de continuar escuchando
el curso de la entrevista.
Pero nada de eso pasó. Entre los pétalos de una rosa los dedos de
Min encontraron una dedicatoria.
—No me imagino qué cosa puede regalar uno de los hombres más
famosos del mundo —comentó la presentadora—. ¿Fue algo bastante
costoso?
Sila negó con la cabeza, una sonrisa a medias se asomaba por sus
labios.
Fue de casualidad
que, sin buscar, llegó el amor a mi corazón,
y el amor tenía tu rostro.
—¡Hey, tú! —exclamó con una gran sonrisa—. Sí, ¡tú! La que cree
que no le hablo a ella. Espero hayas descansado bien porque no
descansarás por un largo tiempo. ¡Voy para allá pronto, pequeña!
Min escuchó el mensaje de Sila en directo, sosteniendo con más
fuerza la dedicatoria entre sus manos.
Min: No…
Min: ¿O sí?
Sila: Quería que fuera sorpresa, pero tengo un deseo todavía más grande.
Sila los esquivó sin olvidarse de las cortesías. Para llegar a Min
debía crear un laberinto por el aeropuerto, uno por el que los reporteros
pudieran perderse dentro de él. Solo cuando lo hizo, alcanzó el
estacionamiento, todavía más cabizbajo para evitar que algún reportero
camuflado robara parte de su vida privada.
—Eres un blanco fácil para cualquiera si vas por la vida con el auto
abierto —regañó él. Min soltó su celular y se abalanzó para envolverlo
en un abrazo—. Pequeña, no sabes lo mucho que te extrañé.
Min negó.
Min era consciente de la ternura que colmaban los ojos con los que
miraba a su compañero, por lo que apenas se removió un poco
advirtiendo su despertar, la chica se apresuró a cerrar los ojos con
fuerza. Para cuando Sila se levantó, Min fingía a la perfección seguir
dentro de un sueño profundo.
El joven soltó una risa, tomando las llaves de uno de los vehículos
y negando el servicio de su conductor.
—A sus órdenes.
Por la tarde, Sila llevó a Min a casa para que pudiera tomar un
baño, descansara y cambiarse de ropa. Su cita sería a medianoche para
salir como antes, sin temor a que fueran vistos.
Vestida con falda a cuadros negros con grises, una playera gris, un
abrigo largo de color negro y unas mallas negras con tenis, Min
escuchó la forma en la que tocaron la puerta de su casa. El sonido la
transportó a antaño, llenando su corazón con cientos de mariposas que
le parecieron fuera de lugar.
—¡Yo voy, mamá! —gritó, apresurándose para atender.
Sila, al igual que Min, había crecido. Fue en ese momento, que lo
encontró enmarcado por el umbral de su casa, con la medianoche de
fondo, cuando Min se dio cuenta de que era más alto, más guapo y se
arreglaba mejor que antes.
Por suerte, los dos jóvenes, sin intentarlo, se perdieron del rastro
del periodista, llegando a salvo a la puerta de la casa de Min. Al
despedirse, Min besó la mejilla de su amigo, generando un fuego
abrasador en el corazón de Sila.
Min abrió la boca, alzando las cejas cuando comprobó que era
verdad. La impresión permitió que se concentrara en los diálogos que
surgían del televisor.
—Por supuesto que sí, pequeña. De hecho, creo que iré a bañarme
—dijo, mirando a su alrededor, inspeccionando el cuarto de Min para
descubrir que sus pertenencias seguían donde las había dejado la
última vez—. ¿Puedo?
—Claro —aceptó Min, encontrando a Sila con una mirada coqueta
—. ¿Por qué me miras así? —tartamudeó.
Min enlistaba en voz alta las actividades por las que no habían
pasado, cada vez más emocionada por la suerte de la noche que parecía
estar a su favor, prometiendo más regalos, victorias y diversión. No
obstante, Sila dejó de escuchar, cautivado por la belleza de Min y la
dulzura de sus expresiones.
La joven se sonrojó.
Min se abalanzó sobre Sila para evitar un segundo golpe que estaba
por abrir la ceja del periodista.
—Tu corazón suena como una canción que podría ser mi preferida
—comentó ella—. Quizá por eso eres cantante.
Lo primero que vio fue a Sila con una gran sonrisa, un ramo de
rosas en una de sus manos.
Min enrojeció.
Sila sonrió.
—Lo que la señorita desee —la voz de Sila, aunque amable, sonó
como una advertencia. El diseñador no lo miró más, ni volvió a buscar
su aprobación.
Sila sonrió.
Min negó.
La chica asintió.
El padre de Min había muerto años atrás. Ahora, solo era su madre
y ella. Cosa difícil, por supuesto. Para ambas.
—No deseo nada más en este momento como darte un buen beso
—aseguró ella—. Pero no ahora.
—¿Vamos a jugar ese juego? —inquirió él. Min alzó los hombros
con indiferencia. Sila sonrió, abriendo la puerta del copiloto—. Esta
vez conduciré yo. Estamos solos. No conductor. No guardia. No malos
tercios. Solo tú y yo.
Sila tenía una memoria excelente. Ahora, estaba llena con deseos
de Min que era capaz de cumplir. De adquirir gracias a su libertad
financiera. Aunque, si lo pensaba, Min había elegido, por lo menos,
una tercera parte del centro comercial. ¿No sería más sencillo
comprarle la propiedad entera? Pero no. Sila sabía que Min rechazaría
un acto como ese.
—Eso haría muy feliz a mi madre —aceptó Min con una gran
sonrisa—. También me gustaría pasar por esferas y otros adornos. Pero
Sila… No tengo suficiente dinero.
Min sonrió.
—Tu madre está bien —mintió el hombre, puesto sobre aviso por
la madre de Min antes de que esta hiciera presencia—. Fue a falta de
comer y presión baja, no hay algo por lo que preocuparse. De todos
modos, no descuides mucho a tu madre, te necesita más que nunca.
—¿Podemos ir a casa?
El hombre asintió.
—Ya casi regresa Min —dijo—, así que seré rápida. Yo sé que es
mucho pedir, lo sé, pero te ruego que si algo me pasa antes de tiempo
cuides mucho de mi pequeña. Min necesita de alguien que la proteja y
yo ya no podré hacerlo más. Por favor.
—Pues aquí trabajo, cabeza dura. Más bien, ¿ustedes qué hacen
aquí? Vayan a casa ya, deben descansar —ordenó dándole a su sobrina
un gran abrazo.
Nadie dijo la verdad. Sila las regresó a casa. Cuando Min terminó
de arroparla y cerró la puerta de su habitación, la noche llenó la cabeza
de la mujer desahuciada con millones de recuerdos de su hija cuando
era pequeña, llorando en silencio hasta quedarse dormida.
Capítulo 9
Inquietud
—Hija, ¿qué tienes? —preguntó del otro lado del comedor, sentada
frente a su propia lucha por terminarse el desayuno.
Min tardó un poco en responder. Lo primero que hizo fue extender
su brazo por la pequeña mesa hasta alcanzar el otro lado, pidiéndole a
su madre con un gesto que sostuviera su mano. Así lo hizo.
La mujer trago con dificultad. ¿Cómo podía ser fuerte cuando Min
era tan expresiva, tan amorosa y vulnerable?
—Has estado todo el día muy pensativa, muñeca. ¿Te pasa algo?
Min supuso que sería momento de presentar a los dos chicos más
importantes de su vida social.
Sila se abrió paso entre todas las chicas al mirar a Min, sus ojos se
parecieron a unos mucho más grandes y resplandecientes, un par de
zafiros sin precio que dominara su valor. Al llegar frente a Min, los
ojos le fueron robados por su acompañante. Inmediatamente frunció el
ceño.
—Lo siento, muñeca —pidió Sawit con las cejas hacia abajo. Sila
alzó las cejas cuando escuchó la última palabra pero no dijo nada—.
Pensé que era algo parecido a un acosador. Has tenido varios, he
ahuyentado bastantes.
Min sonrió.
Sawit negó.
—La tengo.
—¿Con el chico del otro día? ¿Te parece que eso es secreto? Más
de cinco decenas de estudiantes los vieron aquel día, sin contar
aquellos que sacaron su celular para tomarles fotos. Por cierto, ¿por
qué alguien querría fotografiarlos?
Sawit parpadeó.
Sila se quejó.
—Quiero que veas una cosa —dijo el hombre del otro lado
ignorando las cortesías.
—¿Cuál?
—Min…
Min estaba segura de que su amor por Sila era inquebrantable, sin
embargo, aquel día prefería escabullirse lejos de él y enfocarse en sus
propias preocupaciones. Al menos sus preocupaciones no eran como
las de él, debatiéndose en la forma en la que anunciaría su relación con
una de las mujeres más guapas del planeta.
—Nada, mamá.
—No, mamá.
—¿Entonces, Min?
Ella suspiró.
—¿Y eso qué? —exigió saber su madre—. ¿Por eso Sila debería
faltarle al respeto a su relación?
—Es mucho más difícil de lo que parece —aseguró Min
regresándole el control. Se puso de pie y se fue a su habitación.
Cuando tocaron la puerta, Min se negó a abrirla. Lo hizo su madre,
revelando entre gritos que eran regalos enviados por Sila.
Lo joven cerró la puerta tras de sí. Los días pasaron. Sila acudió
infinidad de veces a las puertas de su casa, pero Min jamás respondió.
En cambio, le mandaba un mensaje excusándose por estar ocupada
cuidando de su madre. Aunque no era completamente cierto, tampoco
se trataba de una mentira.
Min pensó que quizá por eso los adultos y las personas mayores
pasaban gran parte del tiempo recordando que el presente debía vivirse
como si no existiera un futuro. En realidad, si lo pensabas bien, no
existía. No existía algo más allá del presente. El pasado se convertía en
recuerdos inciertos y el futuro en ansiedades monstruosas. Solo el
presente podía verse, sentirse y tocarse. Solo el presente podía
disfrutarse de verdad. Y Min estaba ahí, perdiéndolo, por dejar que el
anhelo de ser alguien más se apoderara de ella.
—O sea, sí. ¡Pero he estado caminando sobre este suelo tan ruidoso
cerca de media hora! —exclamó—. ¡Nunca escuchaste! Pensé que no
estabas en casa.
—A un concierto.
Había concluido que Sila era un idiota, tal como lo había pensado
desde un inicio con tan solo verlo. Aunque, si era justo, sus celos
también habían hablado por él. Mientras Min manejaba, contándole
que detestaba la tecnología y le pitaba a todo aquel que se interpusiera
en su camino, Sawit tomó el celular de Min para comprar los boletos
del concierto de Sila.
Min asintió.
—Se supone que sus canciones están escritas para mí —dijo ella
—. Quiero escuchar lo que tiene que decir.
Sila asintió.
Pero Min había salido del lugar, abandonando a Sawit por sus
acciones.
Capítulo 12
La gran fiesta
Min: No hables de merecer, mucho menos cuando se trata de mi novio. Sawit, Sila es mi
novio. Lo golpeaste. En su trabajo. A nivel internacional. ¿En qué estabas pensando?
Sawit: En ti.
Min llegó a apaciguar el enojo que sentía por Sawit cuando leyó
los comentarios de los seguidores de Sila acerca del golpe en su
primera presentación. «¿El golpe fue parte del show? ¡Queremos
otro!», escribían. Incluso se había generado un pequeño grupo de
admiradoras para Sawit. Min no podía negar que Sawit era
especialmente atractivo, a pesar de ser un estudiante ordinario como lo
era ella.
Sila sonrió.
—Entonces vamos.
—Lo que vayas a tomar está bien —contestó sin dejar de mirar a
Kwan—. Gracias.
—No tienes que aclararme nada —se rio Kwan—, más bien soy yo
la que debe aclararte tu posición. Perdóname que te lo diga, niña, pero
solo eres la querida de mi novio, en cambio yo soy su novia ante las
cámaras.
Sila llegó justo a tiempo para dejar a Min con la boca llena de
insultos. Tomó la bebida que le extendía Sila sonriendo como pudo,
mirando el momento exacto en el que Kwan vertía la suya sobre el
traje del joven cantante en un descuido malintencionado.
—¿Y por qué está aquí? —exigió saber alzando un poco el tono de
su voz—. No hay cámaras. Me di cuenta. Las busqué. Aquí solo hay
familia, amigos y conocidos. ¿Qué hace Kwan aquí?
—Eres una tonta al sentirte celosa por una persona como Kwan —
murmuró acercándose a ella todavía más—. Ojalá te vieras con mis
ojos. Kwan no es nada comparada a ti. ¿Tienes alguna idea de lo que
provocas en mí? ¿Alguna idea de todo lo que te necesito? Tú solo
haces que pierda la cordura cuando estoy lejos de ti, me vuelvo loco al
no poder besar esos hermosos labios, siempre tan dulces, al no poder
mirar tus hermosos ojos, siempre tan brillantes. ¡Maldita sea, Min!
Eres tan perfecta...
Kwan regresó con el vaso con agua solicitado. Min habría sentido
sorpresa por la cortesía con la que le extendió el cristal, sin intenciones
malévolas aparentes en el gesto. También habría pensado que se lo
vertería encima y lo habría cogido con cierto recelo. Sin embargo, la
ofuscación la hizo recibir el gesto sin sospechas, incapaz de pensar en
algo que no fuera su madre.
—¿Por qué eres tan mentirosa, niña patosa? —exigió saber Kwan
mientras cometía el acto.
Min asintió sin decir nada y Sila se marchó sin hacer ruido.
Regresó al cabo de una hora, con los bocadillos favoritos de Min y un
conjunto deportivo. Min no quiso meterse nada a la boca. Se cambió
en la misma habitación, con Sila cuidando la entrada, y se recostó con
su madre nuevamente. Lloró hasta quedarse dormida.
Pero Kwan hizo caso omiso, caminando hasta llegar al otro lado de
la cama que sostenía el cuerpo inconsciente de Sida.
Kwan se fue sin decir más, a tiempo para no ser vista por Sila o
Mam. Min deseó que no tuviera razón, se dirigió hacia su madre y con
lágrimas en los ojos volvió a acostarse a su lado.
—Lo pensaré —accedió Sila—, pero no habrá más alcohol para ti.
Para sorpresa de Kwan, Sila no se subió a su automóvil. En su
lugar, despachó a Kwan pidiéndole al conductor que la llevara a casa y
lo alcanzara en el hospital, pidiendo un viaje a través de su celular.
—¿Lo tomaste?
—¿Cuánto es?
—$850,000 dólares.
—No hables más con Min de dinero —zanjó Sila—, eso lo pago
yo. Cualquier factura me la pasas a mí y no quiero escuchar más del
tema, suficiente es el estado de Sida como para abrumar a Min con
burocracia sin sentido.
Sila suspiró.
—¿Ella piensa que es una buena idea que yo los acompañe a cenar
por Navidad? —repitió extrañada.
Sila asintió.
—¿Dónde están? —fue lo primero que escuchó Sila del otro lado
—. Los estoy esperando desde hace quince minutos.
Sila no sabía definir qué era lo que le estaba pasando, qué era lo
que estaba haciendo, sin embargo, sabía a la perfección por qué se
sentía como un idiota. Se sentía culpable por haber besado a Kwan,
triste porque reconocía la necesidad de estar con Min y asustado por
las consecuencias de sus actos. Si Sila se dejaba llevar por la moral, le
confesaría a Min lo que había hecho y esta terminaría odiándolo con
justa razón.
No podía escuchar lo que decían, pero vio con claridad las fotos
que mostraban; era Sila abrazado a la cintura de Kwan. En ese
momento Min solo pudo sentir la forma en la que su corazón se
desmoronaba poco a poco. Esas fotos no parecían actuadas, parecía
que ahora sí lo de Kwan y Sila iba muy en serio.
Min asintió.
—No pasa nada —aseguró él—, úsala. No entraré ahí por un largo
tiempo, hoy estoy en urgencias.
—No tienes nada que hacer aquí, maldita peste —escupió Sawit.
Sila no necesitó más. Apartó a Min, con suavidad pero firme, y dio
un paso atrás.
—No pasa nada, Min —mintió—. Es como debe de ser. Ya, ya,
tranquila. Trata de respirar, te harás daño.
Min negó, una y otra vez, como si quisiera deshacerse de todo con
un simple movimiento de cabeza. Después de eso no volvió a proferir
palabra. Ni Plug ni Sawit la dejaron sola. De alguna forma sentían que
eran parte elemental de la fortaleza casi deshecha de Min, pero en el
fondo sabían que, en realidad, Min era ese pilar que los mantenía en
pie.
—No puedo creer que te hayas ido. Todo esto me parece una
pesadilla. Mamá, no sé qué haré sin ti, ni... Ni cómo será el no tenerte
conmigo, el no poder escuchar tu voz, o el poder tocarte... Por favor
quiero que vuelvas, mami. Te necesito, juro que te necesito más que
nada en este mundo. —Min no pudo sostener más su llanto—. Sé que
tu mirada seguirá llena de brillo. Yo seguiré esperándote, mamá. Tú
me enseñaste tantas cosas… Me prometiste que siempre estarías
conmigo....
Min empieza a golpear el ataúd, llorando, deshaciéndose,
preguntándose por qué su madre la dejó sola en tan poco tiempo.
∞∞∞
Sila se encontraba en un restaurante con Kwan cuando, de la nada,
recibió un mensaje de la persona que había contratado para el cuidado
de Min. En el texto era notificado de la muerte de Sida. La noticia hizo
que Sila se sintiera muy mal por el comportamiento que había tomado,
pero aún seguía confundido sobre lo que en verdad sentía hacia Min.
Pasaron las horas hasta que por fin inició el velorio para ir a
sepultarla al día siguiente. Nadie contaba con que Sila y Kwan se
presentarían.
∞∞∞
Todo estaba en profundo silencio cuando de repente se escucha
cómo la puerta de la entrada principal se abre. Min, al voltear,
descubrió con gran sobresalto que se trataba de Sila quien, para su
desgracia, iba acompañado de Kwan. Sawit tomó la delantera.
—No estoy hablando contigo —le cortó Sawit con el ceño fruncido
—. No me interesa lo que tengas que decir. Podrás ser bonita, ser
buena actriz y trabajar en la industria, pero jamás podrás ser como
Min. Min tiene algo que jamás vas a tener: decencia y corazón.
—Kwan no tiene nada que ver. Yo solo quiero hablar con Min.
Han pasado algunos días desde la última vez que Min vio a Sila.
Cansada de rogar, de mendigar un amor que parecía no correspondido,
Min no hizo nada por buscarlo. En su lugar, se decidió por aceptar los
sentimientos de Sawit, dándole una oportunidad para conquistarla, aún
sabiendo que ella no tenía los mismos sentimientos por él. Su corazón
le seguía perteneciendo a Sila, una verdad de la que no podía escapar
pero sí esconderse.
Por otro lado, Sila continuó su vida como si nada hubiera pasado,
aunque por dentro le quemaba la idea de no volver a estar al lado de
Min, sobre todo porque ella había terminado la relación sin siquiera
darle la oportunidad de decir lo que necesitaba. ¿Qué habría dicho Sila
si Min lo hubiese permitido? Quizá nada que hiciera del final uno
diferente.
Plug, con quien ahora vivía, le había regalado una pequeña navaja
que se aseguraba que trajera consigo día y noche. Min la recordó,
como si realmente pudiera olvidar que llevaba consigo un arma, y la
sacó discretamente. Entonces, Sila decidió alcanzarla, tomándola por
la muñeca y jalándola hacia él para abrazarla. Min lo reconoció a
través del tacto, recordando cómo se sentía su piel sobre la de ella,
escondiendo el arma y conteniendo el llanto. Después del tacto, lo
segundo que percibió fue su loción combinada con el aroma natural de
su cuerpo, el aroma favorito de Min por encima de todos.
Sila volvió a intentar tomarla por la cintura, fallando una vez más.
—Min, yo...
Han pasado dos años desde la última vez que Sila y Min se vieron.
Después de lo ocurrido esa noche ninguno volvió a saber del otro,
hasta hoy; claro. Como era de esperarse, durante todo ese tiempo Sila
se volvió aún más famoso de lo que ya solía ser, mientras que, por otro
lado, Min se había convertido en una gran reportera.
—¿Era Sila? —se preguntó en voz baja, tanto que sus palabras no
fueron escuchadas por los oídos de Sawit—. No, no puede ser él, esto
tiene que ser una broma. ¿Por qué él, otra vez? ¿Por qué ahora? Ahora
que estoy iniciando una vida desde cero.
—Fue cosa mía —se disculpó Sawit con los detectives—. Amo
demasiado a esta mujer, me apresó el pánico.
—Eso dijimos al principio de su llamada —le recordó uno.
—Te pido de favor que tomes esto con seriedad —le dijo ella en
voz baja, sin fruncir el ceño y mirando ocasionalmente alrededor—.
Este es mi trabajo. No me mires de esa forma y compórtate.
Pero antes de que Min regresara sobre sus pasos, Sila la tomó
desprevenida envolviéndola en un abrazo. La gente alrededor miraba
la escena con los ojos muy abiertos, comenzando a murmurar entre el
asombro y la envidia.
—Me encantaría asistir, sin duda será un gran evento. Pero tendré
mi propia boda dentro de poco y saldré del país —mintió a medias—.
Agradezco la intención. Espero sea una celebración magnifica.
Min salió del foro, pensando que todo aquello podría quedarse
lejos de su corazón, y equivocándose. De pronto, cuando estuvo sola,
su corazón se quebró a tal grado que creyó poder escucharlo,
llenándose los ojos con lágrimas y luchando por llenar sus pulmones
con oxígeno.
Y colgó.
Capítulo 20
Solo quiero ser feliz
Con cuidado, Sila extendió sus manos y recogió las lágrimas del
rostro de Min.
Sawit, sin más que decir ni cómo defenderse, escupió a los pies de
Sila, subió a su auto y se marchó.
—Desde que nos conocimos, aun siendo tan solo unos niños, cierro
los ojos y estás tú, miro al cielo y ahí estás… —Sila tragó con lágrimas
en los ojos—. Lo lamento mucho. Todo esto es culpa mía. Jamás debí
de haberte dejado sola. Jamás debí de haberte dejado a tu suerte. No
importa qué decidas, quiero dejar en claro que pase lo que pase
siempre voy a estar ahí, en los momentos buenos, en los malos, e
incluso cuando no quieras que esté, ahí voy a estar. Yo sé que no
necesitas ayuda para lograr tus objetivos, pero cuando sientas que estás
cayendo, siempre te voy a levantar. Aunque me odies. Aunque no
soportes ni verme. Aunque dejes de quererme.
Cuando lo hizo, contó todo lo que había pasado, restando las partes
donde lo involucraban a él como un abusador y poco hombre. Kwan,
prestándose a escuchar su declaración, comenzó a entender el cambio
radical de Sila. Le hirvió la sangre del coraje al saber que se habían
visto, que Sila había “interferido” en el compromiso de Min, y que
nada de eso hubiese sido dicho para mantenerla enterada. Así que
Kwan cayó en el juego de Sawit, contratando un investigador privado
que siguió a los viejos amigos hasta que la verdad quedase expuesta a
la luz.
—Dudo mucho que Min te haya amado —dijo ella sin interés—.
Estuvo enamorada de Sila. Es imposible que haya bajado tanto sus
estándares de la nada.
Las palabras de Kwan colmaron la paciencia de Sawit. El hombre,
aún desnudo, sintió la chispa descontrolada de la ira en su corazón,
adueñándose de sus movimientos y llevándolo a tomar con fuerza a
Kwan por el brazo. Le encajó los dedos desprendiendo de la voz de la
mujer un quejido, un ruidito de dolor que lo llevó a la coherencia otra
vez. Sawit aflojó su agarre, pero dio un paso al frente hasta quedar a
pocos centímetros del rostro de Kwan, erguido e intimidante.
—Lo único que me interesa es que Sila no vuelva a ver a esa mujer
nunca más —aseguró pintándose los labios—. Me importa poco lo que
tenga que hacer para ello.
Para entonces, Sawit había evitado sacar las cosas de la casa que
compartía con Min. En ocasiones, se sentaba en la acera del frente
tratando de corroborar la rutina de su prometida porque, si bien el tío
de Min había sido muy claro, no se había enviado la notificación de la
cancelación de la boda. Esperaba enmendar las cosas, pero no porque
quisiera disculparse con Min, sino porque no podía concebir que
terminara en brazos de alguien más. Mucho menos de Sila.
Así que saliendo del hotel buscó las llaves de la entrada en los
bolsillos de su pantalón, aparcó donde siempre lo hacía y se dispuso a
abrir la puerta. Por un segundo creyó que Min había cambiado la
cerradura; no lo hizo. Giró la llave y la puerta cedió, permitiéndole el
paso. La escuchó dentro, con tanta claridad que pudo percibir cómo las
cerdas de un cepillo le acicalaban el cabello. Caminó hasta su
dormitorio —de ambos o, en el peor de los casos, solo de Min— y la
encontró pintándose los labios como Kwan antes de despedirse.
Mirarla ahí, frente al espejo, tan guapa como nunca se ponía para
él le llenó de celos. Sintió como la sangre le nubló las ideas y le hizo
tensar la mandíbula. Rechinó los dientes, apretó los puños y respiró,
esperando que eso fuera suficiente para no perder la cordura. Pero
falló.
—Te lo voy a preguntar una sola vez y quiero que respondas con la
verdad porque aún soy tu prometido —amenazó—. Tengo derecho —
hizo una pausa, esperando que el reflejo de Min le devolviese la
mirada—. ¿A dónde vas?
Pero Sawit sabía que eso no era cierto. El investigador que Kwan
había contratado por su propio consejo le había revelado una rutina
desalentadora para ambos. Y en medio de la cólera, del ego que Min le
acababa de pisotear y la humillación, Sawit le alcanzó el cabello
jalándolo hasta separarla del espejo. El labial que llevaba en su mano
cayó marcando el comienzo de una mala escena con un golpe hueco.
Con el labio palpitando de dolor, Min le clavó los ojos con furia.
Los ojos de Sawit se oscurecieron como Min jamás los había visto
trastornarse. El enojo, la necesidad de dominarla, de someterla y
desaparecerla para que solo le perteneciera a él era latente como el filo
de una navaja. Sawit, indispuesto a perder a aquella mujer, le volvió a
tomar del pelo arrastrándola por toda la casa hasta la puerta principal.
Min no tuvo la fuerza para decir algo más. Permitió que Sawit le
ayudase a ponerse de pie, trataba de enmudecer sus sollozos y no fue
capaz ni de quitarse los mechones de cabello de la cara. Sawit abrió la
puerta y ella se escondió detrás de él, como si los rayos del sol fueran
capaz de desintegrarla —o como si su madre fuera capaz de verla a
través de ellos—. Sentía pena por los abusos que había sufrido, por su
fragilidad y la estupidez que le había llevado a no cambiar la
cerradura. Durante un segundo se resignó, sobre todo cuando cruzó el
umbral y se dio cuenta que ahí donde debería estar Sila no había nadie.
No llevaba su celular consigo, pero desde la última vez que había visto
la hora deducía que Sila ya debería de haber llegado.
Min no tuvo tiempo a sentir temor una vez más. Sawit le volvió a
tomar el pelo, queriéndola arrastrar dentro del vehículo. Ignorando que
no tenía las fuerzas suficientes para hacerle frente, se tiró al suelo
como lo haría un infante haciendo berrinche, esperando que su peso
fuera suficiente para dificultarle la tarea a Sawit.
—Pero Min…
∞∞∞
A la mañana siguiente Min despertó para encontrarse desnuda y
abandonada en la cama de Sila. Por un segundo el miedo se apoderó de
ella, creyendo que la había dejado una vez más a su suerte. Se puso de
pie, quitó la colcha de su lugar y se enrolló con ella, como solía
hacerlo de niña cuando pretendía ser una heroína con capa.
—¿Hablas en serio?
Min abrió todos y cada uno de ellos, modeló las prendas frente a la
cámara de Sila y enseñó sus nuevas adquisiciones. Sila llenó la
estancia de fotografías que se iban revelando, perpetuando uno de los
momentos más felices que habían compartido. Y entonces, Min dijo:
Sila volteó los ojos, mirando hacia arriba sabiendo que esa batalla
jamás iba a ganarla. Si miraba adentro, hacia el interior, se preguntaba
si el miedo que apretujaba su corazón realmente tenía fundamento.
Sawit no era más que un pobre imbécil que necesitaba terapia, o al
menos así era como lo percibía, sin una gota de valor frente a alguien
que no fuese más débil que él. Por esa razón se engrandecía frente a
Min, porque siendo mujer no era capaz de hacerle frente. Además, se
trataba de un solo día, ¿qué tanto podía pasar por una salida de un par
de horas?
—Es culpa tuya —acusó la chica—, por tenerme oculta aquí como
a una princesa en la torre más alta custodiada por un dragón.
Min sintió la brisa del anochecer por primera vez después del
encuentro desafortunado con Sawit. Su piel se erizó y los pulmones se
le llenaron de aire limpio. Sila la miró maravillado, feliz de la
tranquilidad que colmaba su rostro. Le abrió la puerta del auto, Min
entró y Sila llevó los brazos al cielo en una celebración muda. Ya nada
se interponía entre ellos. Por fin, después de tantos años, podían estar
juntos.
Y sin querer adelantar sus planes, Sila soltó a Min y pidió el postre.
La mujer a su lado volvió a repetir que todo lo que no se habían
terminado lo quería para llevar, consiguiendo un par de asentimientos
del personal que revoloteaba alrededor de ellos con gracia y precisión.
El postre llegó, platicaron de una decena de cosas más,
rememoraron algunos episodios compartidos de su infancia y, cuando
los platos se vaciaron, Sila supo que había llegado la hora. La mesa se
limpió, reemplazando la porcelana con copas de champaña, la luz bajó
en su intensidad y la música cambió.
—¿Qué? ¿Aquí?
Min soltó una risa que le alivió el alma, suave y sin detener el paso
de su balanceo.
—Tú escogiste la canción —acusó—. Esta es la consecuencia.
—He esperado mucho tiempo para poder estar contigo, parece que
todavía mucho más para vivir este momento. Si mis palabras te
parecen torpes, quiero que sepas que nadie me preparó para esto…
para pertenecerle a alguien, para ser tuyo. Me entenderías si tú
pudieras mirar cómo sonríes, cuando te sonrojas, las curvas de tus
labios cuando te concentras demasiado. —Sila parpadeó, mirándola
desde abajo, con los ojos humedecidos pero la mano que sostenía su
petición completamente firme—. Si pudieras hacerlo, si pudieras ver a
través de mis ojos, entenderías por qué cada beso tuyo me devuelve la
vida y las ganas para seguirla viviendo, comprenderías por qué surge el
deseo de compartir mi vida con alguien y por qué ese alguien, para
toda la vida, serás tú.
—Min —masculló cerrando los ojos, tan bajo y sin mover los
labios que pensó que no podría escucharlo—. Siempre fuiste tú. Te
amo. Perdóname.
Pero lo escuchó y con una fuerza que era desconocida para ella,
financiada por la adrenalina y la desesperación de salvar a Sila, su
amigo, su compañero, el amor de su vida, su prometido y su nunca
esposo, empujó el cuerpo de Sila a un lado, lo suficiente para sacarlo
de la trayectoria justo en el momento que Kwan disparó.
Fue la voz de Min que los regresó a la realidad, uno a uno. Primero
a Sila porque su nombre salió de entre sus labios.
∞∞∞
Tiempo después, fuera del trance en el que Sila había entrado,
entendió que Sawit había intentado cobrar la vida de Min arrebatando
la de Kwan. Y había fallado. La pareja de psicópatas terminó tras las
rejas, con Kwan aceptando toda culpa, su mirada era vacía tras la
agresión brutal sufrida a manos de Sawit, y este último fingía tener
demencia para ser trasladado a una institución mental. Fue uno de los
casos mediáticos más sonados del año. El rostro de Min llenó los
noticieros donde los comentaristas siempre señalaban su romance con
el artista del momento.
Ha pasado mucho tiempo. Quizá ahora me odies, donde sea que estés. Tendrías mucha
razón. ¿Escuchaste lo que te dije cuando pronunciaste tu última pregunta? El tiempo me ha
dicho que seguramente sí. Que te fuiste en paz.
Quiero contarte que mi tía Mam va a casarse otra vez, con Plug. ¿Puedes creerlo? Cuando
los veo, a veces me da la sensación de que somos nosotros, en otra vida. Quizá solo te extraño,
demasiado, y pienso en esa clase de tonterías todo el tiempo.
Min, lo siento.
¿Sabes de las flores? Hice un altar en casa de Mam, viví ahí mucho tiempo, todo lo que
me tardó escribir este libro. Toda una habitación llena de las fotos que cuentan nuestra historia.
Es algo demasiado fuerte, porque las últimas fotos, esas que guardaste en tu abrigo, bueno…
Están manchadas. Y ahí cultivamos, Mam y yo, tus flores favoritas. Esas rosas rojas que
siempre te gustaron.
No tengo duda de que la vida nos volverá a juntar algún día, ya sea en este mundo o en el
que sigue, solo quiero decirte que sea como sea te voy a encontrar. Es una promesa. O una
amenaza. Pero tú y yo, pequeña, no hemos terminado con nuestra historia de amor. Te seguiré
esta vida, la que sigue, y todas las que sean necesarias. Siempre.