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Amor de medianoche

Solo nosotros sabemos lo que sentimos

Marta de la Peña Martínez


Derechos de autor © 2022 Marta de la Peña Martínez

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
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Capítulo 1
Amistad a distancia

Min

Para comenzar a contar esta historia me gustaría presentarme de la


misma manera burda en la que solemos hacerlo el primer día de
colegio: «Hola, soy una chica, tengo diecinueve años y mi nombre es
Min. Vivo en la ciudad de Seúl, Corea, con mis padres. Soy hija
única». Lo que viene a continuación no lo diría en una presentación
casual ni por todo el dinero del mundo. Mi familia es una bastante
humilde, unida por la carencia. No creemos que exista algo más
importante que la familia, no obstante, siempre hay una excepción.
Para mí la excepción es Sila, mi mejor amigo.

Sila es una gran persona, aunque no creo que alguien se atreva a


decir algo diferente cuando se encuentra en posición de describir a su
compañero de vida, por lo que dudo que aquella afirmación sirva para
definir a Sila de alguna forma. Lo que sí puede decirles algo de él es la
vida que ha tenido. Sus padres fallecieron en un accidente y su crianza
pasó a manos de su tía Mam, quien desempeñó el mejor papel de
madre que le fue posible. Han pasado ya algunos años desde la última
vez que nos vimos. Sila se convirtió en cantante y se fue de Seúl. Lo
único que me queda de él es una foto de nosotros oscura y algo
borrosa, salió así porque nuestros encuentros siempre eran a
medianoche. ¿La razón? Soy una chica ordinaria y él, claramente; no.

Para su carrera musical, Sila comenzó a trabajar en una empresa


muy particular, que de enterarse de su lazo con una persona como yo
dejaría de contribuir al crecimiento exponencial de mi mejor amigo
como artista. Al ser un idol —una celebridad del kpop que ha sido
entrenada durante años para poder debutar en el mundo de la música
en el seno de una empresa de entretenimiento, y que suele desempeñar
varias funciones aparte de la de cantante, como actor o modelo—, las
normas estipulaban que su círculo social debía limitarse a conexiones
posicionadas en la industria.

Sila y yo nos negábamos a perdernos, aunque todo estuviese en


nuestra contra. Desde nuestro último encuentro la compañía se había
limitado a videollamadas que, por supuesto, no se comparaban en lo
absoluto a tenerlo justo frente a mí.

Sila
Es extraña la forma en la que desaparecieron las presentaciones
dentro de mi vida. «¡Eres Sila! Dime, ¿qué se siente haber conseguido
la fama que tienes a tan corta edad?», esas eran las palabras que la
mayoría de los presentadores utilizaban a modo de saludo.
Constantemente me recordaban quien era, los años que tenía y la fama
que me había hecho.

Sí, era verdad que mi nombre era Sila, que tenía veintiún años de
edad y era sumamente famoso. Antes de la fama, mi familia ya
pertenecía a la clase alta. Era adinerada, pero desafortunada de muchas
otras formas. Perdí a mis padres en un accidente automovilístico a los
tres años. Casi no los recuerdo, por no decir que no los recuerdo en lo
absoluto.

Mam es mi tía, la mujer que se hizo cargo apenas quedé huérfano,


y una madre para mí. Por cuestión de tiempo y la cantidad de giras por
contrato, soy la clase de joven que tiende a la soledad con facilidad.
Además, mi seriedad no es la mejor arma de carisma.

Carezco de amigos, sin embargo, desde que tengo memoria


conozco a una chica. Min es la única amiga que tengo, y la mejor que
podría tener. Nos conocimos mientras ella tenía siete años y yo diez,
desde entonces siempre estuvo conmigo. Ella no es interesada ni
ambiciosa, al contrario; es amable y gentil. Gracias a Min surgió
nuestra amistad, pues se acercó a mí a pesar de la timidez que me
caracteriza.

Desde entonces hemos sido inseparables, tanto que por ella soy
capaz de dejarlo todo.

Min
Cuando la vibración de mi celular irrumpió el silencio de mi
habitación, lo tomé todavía recostada sobre la cama. Al mirar el
identificador de llamadas me encontré con el nombre que había estado
esperando.

—¡Hola, Si! —contesté, llevándome el móvil a la oreja tan rápido


como me fue posible—. ¿Cómo has estado? No puedo evitar decirte
que en verdad te extraño mucho…

La sonrisa de Sila se escuchó a través de la bocina.

—Estoy algo cansado —admitió—. Y, por supuesto, yo también te


he extrañado mucho, Min. Sin embargo, ¿quién crees que estará de
vuelta en Corea dentro de algunos días?

—¡No puede ser! —chillé, eufórica—. ¿Hablas en serio? Sila, no


puedes estar jugando con mis sentimientos de esa manera. Eso dijiste
la última vez y nunca llegaste.

La desilusión se hizo con mi corazón ante el recuerdo de la espera


infinita. Sila suspiró, afligido por el cambio en el tono de mi voz.

—Min, te prometo que esta vez es en serio —juró, y lo imaginé


colocando su mano sobre el corazón.
—Pues no puedo creerte —negué—. Y no me lo creeré hasta que
estés frente a mí.

—Te llevarás una gran sorpresa y lamentarás el desconfiar de mí


—dijo con tono divertido. Luego, un bostezo mío nos recordó las altas
horas marcadas en el reloj—. Olvidé que allá son cerca de las dos de la
mañana. Ve a dormir, pequeña. Nunca te olvides de lo mucho que te
quiero.

Hice un puchero instintivo.

—Me parece que puedo decidir cuándo irme a dormir —y bostecé


de nuevo.

Sila soltó una carcajada del otro lado de la conexión.

—La última vez me tocó escuchar tus ronquidos cerca de hora y


media hasta que se te agotó la batería del móvil —acusó.

Abrí la boca entre la vergüenza y la indignación.

—¡Claro que no! ¡Yo no ronco! —aseguré a gritos.

—Si no quieres volver a repetir esa bella escena, dime que me


quieres y anda a la cama —aconsejó.

Fruncí el ceño, sin poder evitar que mis labios se curvearan en una
sonrisa llena de dicha.

—Pues en la cama ya estoy, pero no te diré nada de lo que pides


hasta que cumplas con tus promesas —amenacé.

—Min… Estoy cansado de verdad, las cosas por acá están un poco
difíciles —confesó—. Me haría muy bien escuchar que me quieres. ¿O
acaso has dejado de hacerlo?

Mi corazón se conmovió al grado de dar un brinco que me


adormeció el pecho.
—Por supuesto que te quiero —murmuré, sincera.

—¡Sí! —exclamó del otro lado, tirando abajo la fachada de


extenuación con la que había pronunciado su última línea—. ¡Lo
sabía!

—¡Mentiroso! —me quejé—. Pero deja que te vea y verás lo que


pasará contigo.

Corté la llamada y me quedé largo rato contemplando la pantalla


del móvil hasta que finalmente se fundió en negro. Deseaba que la
noticia de su viaje fuera cierta. Concilié el sueño con el pensamiento
de Sila taladrando mi cabeza.

Sila

Min colgó. El sonido de la línea muerta me recordó la magnitud de


su ausencia. Me dejé caer en la cama y le seguí hablando aunque no
pudiese escucharme más.

—Te extraño más de lo que sospechas, pequeña mía. Entre más


días pasan, más encantado estoy por ti. Aunque no pueda tocarte, daría
cualquier cosa por… —me llevé las manos al rostro—. ¡Ojalá fuera
tan sencillo!
Capítulo 2
La entrevista

—¡Siempre lo mismo! Despertar, ir al colegio, regresar a casa,


ayudar con los deberes, terminar la tarea, y dormir —se quejaba Min
en voz alta—. ¡Siempre lo mismo!

Todo transcurría con normalidad. Después de cumplir su horario


académico, la joven chica iba caminando hacia su hogar. Una vez ahí,
una madre alterada la recibió quitándole la mochila de los hombros y
lanzándola a un lado.

—¡Sila está en el televisor! —anunció su madre.

Me encogí de hombros.

—Sila siempre está en el televisor —alegué—. Repiten sus


conciertos como cincuenta veces por día.

—No, no, no, no —repitió su madre entre palabras atropelladas—.


¡Está dando una entrevista! Sin duda quieres escuchar esto.

La mujer dirigió a su hija hacia el sofá empujándola con ambas


manos. Min se sentó de golpe, rebotando de forma cómica, con los
ojos abiertos de par en par con la esperanza de no perderse ningún
detalle.

Como su madre anticipó, su amigo estaba en pantalla, sentado


pulcramente en un set que pretendía replicar una acogedora sala de
estar.
—Entonces los rumores eran ciertos y dejarás Tailandia —habló la
conductora con tristeza—. ¿Se puede saber a dónde irás?

Sila asintió con la cabeza.

—Así es —afirmó—. Deseo regresar a Corea para visitar a mi


familia.

—¿Seguro? Porque yo tengo otros datos — declaró la mujer


mirando las notas que llevaba entre sus manos—. Según la actividad
de tus seguidores en redes sociales, se dice que la verdadera intención
de tu visita a Corea es por una chica. ¿Es verdad? Por favor, Sila.
Termina de rompernos el corazón y cuéntanos quién es la afortunada.

Las mejillas de Min se sonrojaron. La conmoción pasó más allá de


su nariz y frente. Pronto, la chica parecía nada menos que un tomate.

—Prefiero mantener mi vida personal en privado —manifestó—.


Sin embargo, si me lo permites y me prestas una de tus cámaras, me
gustaría mandarle un mensaje a alguien especial.

La conductora alzó las cejas, tenía los ojos llenos por el brillo de la
emoción. No podía ni imaginar cómo explotaría el ranking de su show
con todo lo que estaba sucediendo en directo.

—¡Por supuesto! Esa cámara de allá es la mejor de todas —señaló,


y la imagen cambió a una que mostraba el rostro de Sila mirando
directamente a los espectadores.

Hubo un momento de silencio que colmó la paciencia del corazón


de Min.

—Espero que estés viendo esto —musitó—. Así como espero que
te guste tu regalo.

Los gritos del público estallaron las bocinas del televisor al mismo
tiempo que alguien tocaba a la puerta de Min. Esta última dio un salto
sobre el sofá, con el alma a punto de abandonar su cuerpo. No tuvo la
capacidad de moverse un solo centímetro, ni de continuar escuchando
el curso de la entrevista.

La madre de Min se apresuró a atender.

—¿Esta es la residencia Min? —preguntó el repartidor.

—No —respondió la mujer—, en realidad esta es mi casa. Min es


solo una invitada temporal. Es mi hija.

Min frunció el ceño. El repartidor ignoró el comentario formulado


a través del humor. Cruzando el umbral, un oso de peluche gigante
acunando un ramo de rosas se acercó a Min, quedándose a medio
camino.

—Eso es todo —dijo el hombre depositando el regalo en el centro


vacío de la estancia, y se marchó.

—¿Qué estás esperando? —apremió su madre—. ¡Es para ti!

Sintiéndose como en un sueño, la chica se puso de pie y se acercó


con cautela, pensando la posibilidad de que Sila estuviese jugándole
una broma. ¿Y si del interior del peluche salía una especie de payaso
aterrador con una cámara que grabaría su reacción?

Pero nada de eso pasó. Entre los pétalos de una rosa los dedos de
Min encontraron una dedicatoria.

La distancia y el tiempo son testigos de la falta que le haces a mi corazón. Pequeña,


muy pronto estaremos juntos como cuando éramos niños. Te quiere, Sila.

—No me imagino qué cosa puede regalar uno de los hombres más
famosos del mundo —comentó la presentadora—. ¿Fue algo bastante
costoso?

Sila negó con la cabeza, una sonrisa a medias se asomaba por sus
labios.

—En realidad no. —Min volvió la vista al televisor, con la


dedicatoria aún entre sus dedos—. La chica en cuestión no es como el
resto. Es bastante especial, a decir verdad. En todos los sentidos.

—Por favor detente, antes de que sigas rompiéndonos el corazón a


todas —interrumpió la mujer con gestos exagerados—. ¿Y bien?
¿Estás listo para presentarnos en exclusiva tu nuevo éxito musical?

Lleno de amabilidad, Sila asintió y salió del encuadre. Al poco


tiempo apareció sobre el escenario. Min, como hipnotizada, alcanzó el
sofá como pudo y se desplomó sobre él. Escuchó la canción de su
mejor amigo con atención.

Fue de casualidad
que, sin buscar, llegó el amor a mi corazón,
y el amor tenía tu rostro.

Fue un momento hermoso y romántico, fue algo mágico,


y así me enamoré de ti desde que te vi frente a mí.

Y así me enamoré de ti desde que te vi frente a mí.

Me enamoré, fue sin querer, no lo logro comprender,


¿cómo fue que te metiste aquí, en mi mente y mi corazón?

Me enamoré, fue sin querer, no lo logro comprender,


¿cómo fue que te metiste aquí, en mi mente y mi corazón?

¡Qué afortunado soy!

Y el amor tenía tu rostro,


fue un momento hermoso y romántico, fue algo mágico.

Y así me enamoré de ti desde que te vi frente a mí,


y así me enamoré de ti desde que te vi frente a mí.
Me enamoré, fue sin querer, no lo logro comprender,
¿cómo fue que te metiste aquí, en mi mente y corazón?

Me enamoré, fue sin querer, no lo logro comprender,


¿cómo fue que te metiste aquí, en mi mente y corazón?

¡Qué afortunado soy!


Me enamoré de manera imprevista,
fue amor a primera vista…

Min no pudo evitar llenarse con los recuerdos de su infancia, la


mayor parte de ellos compartidos con Sila. La confusión se hizo
presente, abrumándola por completo. Todo aquello debía ser obra de la
casualidad; el mensaje, el regalo, la canción… Sila no podría estar
enamorado de alguien, porque de ser cierto Min tenía la certeza de que
ella lo sabría. Por algo era su mejor amiga, ¿no?

Se sintió apenada por el segundo en el que consideró la posibilidad


de que todo aquello se tratase de ella. Era imposible que Min fuera la
chica de los rumores. ¿Cómo podría serlo? Después de todo, ella no
era más que un secreto de medianoche.

—La canción de Sila fue preciosa, ¿no te parece? — la madre de


Min habló en voz alta, pero su hija no la escuchó—. ¿Min?

—Claro que sí, madre —dijo Min, saliendo de sus pensamientos


—. Todas lo son. Siempre.

La presentadora del programa alabó a Sila tanto como era


esperado. El público rompió en aplausos y la entrevista se dio por
finalizada. Min observó los pasos de su amigo hacia la cortina que lo
llevaría a los camerinos, no sin antes desviarse para tomar una de las
cámaras con sus propias manos llenando con su rostro el campo de
visión de la lente.

—¡Hey, tú! —exclamó con una gran sonrisa—. Sí, ¡tú! La que cree
que no le hablo a ella. Espero hayas descansado bien porque no
descansarás por un largo tiempo. ¡Voy para allá pronto, pequeña!
Min escuchó el mensaje de Sila en directo, sosteniendo con más
fuerza la dedicatoria entre sus manos.

El programa terminó con Min más roja que nunca.

—Creo que no mintió —susurró para sí misma, primero


desconcertada, luego feliz—, creo que de verdad llegará pronto. Oh
por Dios, ¡llegará pronto! ¡Sí!
Capítulo 3
Otra vez juntos

Min se levantó gracias a su alarma, de lo contrario habría dormido


hasta el caer de la noche. La ducha fue su primera actividad del día,
después eligió el conjunto de utilizaría aquel día: una falda negra de
tablas, una básica blanca, una chaqueta de mezclilla clara y zapatillas
de tela.

La chaqueta de mezclilla le pertenecía a Sila, de la última vez que


se había reunido con Min. Aquella noche el frío azotaba como ningún
otro, así que sin pensarlo se la quitó de encima y la colocó sobre los
hombros de su acompañante. Cuando Min recordó que la llevaba
encima, se apresuró para alcanzarlo y devolvérsela sin éxito.

Unos minutos después, el celular de Min recibió un mensaje.

Sila: Min, ¿estarás ocupada por la tarde?

Min: No…

Min: ¿O sí?

Min: No, creo que no. ¿Por?

Sila: Quería que fuera sorpresa, pero tengo un deseo todavía más grande.

Sila: Llego a Corea a las 3:30.

Sila: ¿Puedes pasar por mí?


A Min se le detuvo el corazón. Le temblaron las manos al
responder el mensaje de Sila, estuvo a punto de tirar el móvil al suelo
en más de una ocasión.
Min: ¿Hablas en serio?

Sila: Muy en serio.

Sila: Te hice una promesa, ¿no?

Min: ¡Claro que voy por ti!

Min: ¿En dónde te veo?

Sila: ¡Ya quiero verte!

Sila: Nos vemos en el estacionamiento.

Sila: Asegúrate de que nadie te vea.

La felicidad llenó a Min hasta el tope. Salió disparada para el


aeropuerto.

Los reporteros esperaban con ansias el aterrizaje de Sila. Apenas


divisaron su perfil, mal encubierto bajo la sombra de una gorra,
corrieron tras él como polillas atraídas hacia la luz. Las voces de unos
se encimaban en la de otros, todas formulando preguntas que aturdían
la atención del joven cantante.

Sila los esquivó sin olvidarse de las cortesías. Para llegar a Min
debía crear un laberinto por el aeropuerto, uno por el que los reporteros
pudieran perderse dentro de él. Solo cuando lo hizo, alcanzó el
estacionamiento, todavía más cabizbajo para evitar que algún reportero
camuflado robara parte de su vida privada.

Encontró el vehículo de la madre de Min pronto, con su amiga al


volante, distraída con la pantalla de su celular. En un movimiento
rápido, Sila se deslizó hacia el asiento del copiloto, sobresaltando a
Min.

—Eres un blanco fácil para cualquiera si vas por la vida con el auto
abierto —regañó él. Min soltó su celular y se abalanzó para envolverlo
en un abrazo—. Pequeña, no sabes lo mucho que te extrañé.

—De verdad estás aquí —sollozó Min, llena de emociones.

—No volveré a irme durante tanto tiempo —prometió—. Mi tía y


tú son todo lo que tengo. Haré lo posible para protegerlas.

El abrazo se prolongó tanto que el calor dentro del vehículo se


volvió sofocante.

—¿A dónde quieres ir? —preguntó la joven volviendo a su lugar y


limpiándose las lágrimas que se le habían escapado.

Sila la miró con la emoción estirando sus labios en una gran


sonrisa, revoltoso.

—Pensaba en ir a la parada del tren —contó—. ¿La recuerdas?


Solíamos pasear ahí.

Min rodó los ojos.

—Claro que la recuerdo —dijo, ofendida—. Pero traigo el auto,


Sila. No podemos irnos muy lejos. Caminamos un rato y ya, eh.

Sila soltó una carcajada.

—Sigues siendo pequeña y mandona.

Min condujo hasta el lugar donde había compartido gran parte de


su tiempo con Sila. Apenas salieron, Min rodeó el automóvil para
abrazar una vez más a su amigo.
—¿Podemos tomarnos una foto? —preguntó ella—. Quiero
renovar la última que tenemos.

—Ven acá —asintió Sila, rodeando la cintura de Min con una de


sus manos—. Toma las que quieras.

Los amigos practicaron decenas de poses que fueron capturadas en


el carrete de Min, quien posteriormente evaluó cada una de ellas.
Aunque la chica giraba la pantalla de su celular para mostrar cada una
de las fotografías que le parecían bonitas, Sila no podía despegar los
ojos de ella.

—¡Esta! —brincó Min—. Es la mejor de todas. ¡La pondré en


todas mis redes sociales!

Bastó un fragmento de segundo para que ambos cambiaran su


expresión a causa del recuerdo de la realidad. Min se sonrojó.

—Discúlpame —musitó con tristeza—, se me olvidó por un


momento. No lo haré. Ya sé que puedo ocasionarte problemas.

El rostro de Sila se arrugó en una expresión de amargura.

—No, pequeña —rogó acercándose para acariciar una de sus


mejillas—. Perdóname tú a mí. Las cosas no deberían de ser así. Sin
embargo, no quiero exponerte a nada que pueda hacerte daño. La
prensa es…

—Lo sé —Min le estrechó una de sus manos con ternura—. Vamos


a dar ese paseo que está cayendo la noche.

El paseo fue rápido, compartiendo la sensación que les generaba


muchos años atrás, más jóvenes aún. Tras el incidente, Min miraba a
un lado y al otro, siempre escondiendo el rostro y preocupándose por
la privacidad de Sila. Al ver esto, a Sila se le revolvió el estómago,
entre la rabia y el anhelo. Min era tan extraordinaria que no soportaba
la idea de que sintiera la necesidad de esconderse. Si fuera por él, Sila
la llevaría a todas partes, la subiría al escenario de cada presentación y
le cantaría las canciones que había escrito solo para ella.

De regreso en el auto, Sila llamó su atención acomodándole el


cabello tras una de sus orejas.

—¿Qué te parece si salimos esta noche, Min? —propuso—. Ya


sabes, cuando la ciudad duerme. Así podemos estar más tranquilos, sin
estarnos cuidando las espaldas.

Min negó.

—¿Y si mejor miramos películas hoy? —sugirió—. Ya mañana


salimos. Además, debes estar muy cansado por el vuelo.

A Sila se le encogió el corazón.

—Solo porque tú así lo quieres —subrayó el joven, preocupado por


el estado de ánimo de Min.

Min se sabía de memoria el camino a la casa de Sila. La chica no


se había percatado que, detrás de ellos, un carro negro manejaba la
misma ruta que decidían tomar. Min miraba el retrovisor, con el ceño
fruncido, pensando que podría tratarse de un periodista.

—Sila —le llamó en un murmuro golpeándole la pierna—, nos


están siguiendo. Escóndete.

Sila giró la cabeza para mirar lo que alertaba a la conductora, luego


soltó una carcajada.

—No, no —se apuró a decir—. Min, no pasa nada. Es uno de mis


chóferes. Él trae todo el equipaje que traje de Tailandia. ¿O qué creías,
que llegaría a Corea solo con una gorra y una muda de ropa?

El rostro de Min fingió indignación. Con los ojos pegados al


camino, mantuvo una de sus manos sobre el volante y con la otra le
propinó una palmada suave en la nuca.

—¿Yo qué voy a saber? —escupió ella.

Pocos minutos después llegaron a la casa de Sila. El chófer se


apresuró a aparcar el auto para acercarse al de la madre de Min y
ayudarle a Sila con lo que indicara.

—Pero, Sila —dudó Min—. Mi madre necesita el coche mañana


temprano. Estaré solo un rato y me iré a casa.

—Nada de eso —negó—. Jung lo llevará de regreso, ¿verdad,


Jung?

El conductor asintió de inmediato.

—Por supuesto —afirmó.

Min, aún sosteniendo el volante, se lo pensó un momento.

—¿Qué tanto piensas? —reprochó Sila—. ¡Tu mamá me adora!


Sabes que no te dirá nada.

—Eres un creído —chilló Min con diversión, salió del coche y le


entregó las llaves a Jung—. Por favor, toca y darle las llaves a mi
madre en sus manos. De lo contrario me va a matar.

Jung volvió a asentir con la cabeza y la mitad de su cuerpo.

—Por supuesto —repitió.

Sila se encargó de darle la dirección y Jung acató la orden. El


personal de la residencia de la tía Mam salió para recibir a Sila, sin
ignorar en lo absoluto la presencia de Min. Sila rechazó toda ayuda
para descargar el equipaje del segundo auto. Entonces, un grito sonó
desde el primer piso.

—¡Silaaa! —exclamó—. ¡Mi niño!


El joven se volteó tan rápido como le fue posible, encontrando a su
tía desde un balcón, agitando su mano con evidente emoción.

—¡Tía Mam! —saludó—. ¡Te vas a caer de ahí! Dame un segundo,


nos vemos dentro.

—¡Min! —llamó la mujer a la amiga de su sobrino—. ¡Sabía que


solo tú podrías traerlo de vuelta!

Min sonrió, riendo nerviosa, devolviendo el saludo con


movimientos cortos y suaves.

Los saludos duraron tanto como podían después de haber estado


ausentes durante varios años. Min compartió la mesa con tía Mam y
Sila, escuchando las aventuras de este último y la emoción de la
primera. Cuando Mam se ofreció personalmente a hacer la cena, Sila
volteó para mirar a su joven acompañante.

—¿Te apetece cenar?

Min negó, arrugando la nariz en un mote tierno.

—Prefiero sustituir la cena por botana para mirar algunas películas


—aseguró.

Tía Mam hizo un gesto extraño, entre la sonrisa y la reprobación.

—Solo por hoy —amonestó ella, poniéndose de pie y cerrándose el


suéter que llevaba encima—. Entonces yo los dejo, subiré a dormir
porque ya es tarde.

El día terminó con Sila y Min sentados en el sofá del salón.


Revisaron un amplio catálogo de películas y eligieron una de terror, a
pesar de que Min era particularmente miedosa.

Gon Jian: El hospital maldito logró hacer saltar a Min en más de


una ocasión, cubriéndose el rostro con ambas manos o tapándose los
oídos para librarse del susto. Después de un rato, Min se quedó
dormida recostada sobre el hombro de Sila. Él se percató al instante.

A Sila no le quedaba duda de lo hermosa que era Min, y lo mucho


que había crecido en su ausencia. Incluso cuando ambos eran niños, la
belleza era una característica intrínseca de su amiga. Sila no podía
olvidar todas las veces que abrazar a Min fue capaz de brindarle
confort. ¿Cómo reaccionaría ella si se enterara que el tiempo que
estuvo ausente mantuvo a dos guardaespaldas detrás de ella? ¿Y cómo
reaccionaría si descubriera sus sentimientos? El miedo lo invadió, pero
el sueño se hizo vencedor.

Sila se acurrucó junto a Min. Ambos se quedaron profundamente


dormidos en el sofá hasta la mañana siguiente.
Capítulo 4
La chica misteriosa

Al despertar, lo primero que vio Min fue a Sila profundamente


dormido. La joven observó lo guapo que era, la suavidad de su piel y
el parecido que tenía al aspecto de un ángel. Estando cerca de él se
sentía protegida, segura, especial, pero sobre todo; amada.

Min era consciente de la ternura que colmaban los ojos con los que
miraba a su compañero, por lo que apenas se removió un poco
advirtiendo su despertar, la chica se apresuró a cerrar los ojos con
fuerza. Para cuando Sila se levantó, Min fingía a la perfección seguir
dentro de un sueño profundo.

«Es realmente hermosa», pensó mirándola. Extendió su mano y la


sacudió un poco.

—Hey, Min. Despierta, pequeña. Ya son las nueve de la mañana.

Fingiendo, Min respondió, adormilada.

—¡Ay! Déjame dormir —se quejó—, es muy temprano.

Sila soltó una risa fuerte.

—¡Claro que no! —reprochó—. Ya es bastante tarde. Además,


prometiste que saldríamos hoy por la noche.

Min se encogió sin querer abrir los ojos.

—Ahora no es de noche —chilló.


—¿Y cómo sabes si no quieres abrir los ojos? —La jaloneó un
poco—. ¡Vamos, Min! ¡Levántate! Quiero que compremos algo.

Min frunció el ceño.

—Pero recuerda que no pueden vernos juntos —dijo con el ceño


fruncido.

La expresión de Sila se llenó de culpa por olvidarlo.

—Entonces… ¿Te parece que vaya por el desayuno? —preguntó


con una sonrisa tímida, cerrando los ojos y sobándose la nuca.

—Te estás tardando —aprobó Min, llevando su mano al estómago


para expresar su apetito.

Sila le propinó un golpecito en su nariz.

—Me iré a cambiar, dormilona. —Min asintió, permaneciendo en


el sofá, hasta que su amigo regresó en ropa nueva. A la chica le costó
trabajo mantener la boca cerrada—. ¿Qué te parece?

—Te ves muy bien —sonrió, alejando la mirada para evitar


sonrojarse—. Pero si te sigues tardando así, de regreso me encontrarás
muerta de hambre.

El joven soltó una risa, tomando las llaves de uno de los vehículos
y negando el servicio de su conductor.

—Prefiero que te quedes aquí, Jung —aseguró—. Por si a Min se


le ofrece algo.

Jung asintió con la cabeza.

—A sus órdenes.

—Pero no puedes irte a ningún lado —condicionó Sila, señalando


a la joven despeinada sobre el sofá—. No te escaparás.
Min rodó los ojos y Sila desapareció por la puerta de entrada.

De regreso, el chico encontró a Min dormida otra vez. Un pequeño


ruido la sobresaltó, haciéndola girar hasta caer al suelo. Un gritito salió
de entre sus labios, alertando a Sila arrastrándolo hasta su lado.

—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.

La joven se quejó, moribunda.

—Me regenero con comida —mintió, y Sila sonrió aliviado. Le


mostró los paquetes que llevaba entre las manos.

—Te traje tu comida favorita.

Los ojos de Min brillaron.

—¿Gimbap? —adelantó, imaginándose los rollos prensados de


arroz cocido.

—Solo lo mejor para la mejor—asintió, tomando desprevenida a


Min depositándole un beso en el centro de su mejilla—. Eres la mejor.
Sabes que haría cualquier cosa por ti.

Min trató de controlar su corazón, recordándose a sí misma que


para Sila ella solo era su hermana. Era la familia que no había perdido
aún.

Por la tarde, Sila llevó a Min a casa para que pudiera tomar un
baño, descansara y cambiarse de ropa. Su cita sería a medianoche para
salir como antes, sin temor a que fueran vistos.

Vestida con falda a cuadros negros con grises, una playera gris, un
abrigo largo de color negro y unas mallas negras con tenis, Min
escuchó la forma en la que tocaron la puerta de su casa. El sonido la
transportó a antaño, llenando su corazón con cientos de mariposas que
le parecieron fuera de lugar.
—¡Yo voy, mamá! —gritó, apresurándose para atender.

Sila, al igual que Min, había crecido. Fue en ese momento, que lo
encontró enmarcado por el umbral de su casa, con la medianoche de
fondo, cuando Min se dio cuenta de que era más alto, más guapo y se
arreglaba mejor que antes.

—Min —saludó él—. Te ves hermosa.

El paseo fue relativamente breve, sin embargo, ambos jóvenes


consideraban invaluables los recuerdos compartidos que surgieron
entre la intimidad de los amigos. Después de la medianoche, tanto Min
como Sila se sentían libres al intemperie, libres de la opinión pública.
Al menos, eso era lo que creían, y aquella era la estrategia que siempre
los había protegido… Hasta aquella noche.

Un fotógrafo, que por su buena suerte —y la mala de los dos


jóvenes enamorados— andaba caminando sin rumbo, encontró al
cantante más famoso de la actualidad como nunca se mostraba en
público: risueño, infantil y, sobre todo, de la mano de una joven. Solo
la impresión le robó un par de segundos, después no perdió el tiempo,
tomó su cámara y retrató el mayor miedo de ambos.

Min miró la hora en su celular.

—Es tarde —anunció—. Mañana tengo clases.

—Oh, Min. Discúlpame —pidió Sila—. Son mis vacaciones, no las


tuyas. ¡Apenas si dormirás!

La chica le restó importancia con un gesto.

—De ser por mí no iría.

Por suerte, los dos jóvenes, sin intentarlo, se perdieron del rastro
del periodista, llegando a salvo a la puerta de la casa de Min. Al
despedirse, Min besó la mejilla de su amigo, generando un fuego
abrasador en el corazón de Sila.

El tiempo se detuvo alrededor de ellos, especialmente a los ojos de


Sila, quien observó con detenimiento las facciones del rostro de Min.
¡Cuánto tiempo había pasado sin mirarla tan de cerca! Sin sentir su
calor, la caricia de su respiración y el temblor de su corazón. Pasó el
tiempo tan lento que se creó una burbuja alrededor de ellos. La tensión
se materializó, jalando uno hacia el otro, formando un beso que
ninguno de los dos imaginó.

La primera en abrir los ojos fue Min, apartándose con sorpresa.

—¡Perdóname! —exclamó ella.

Sila negó, acercándose nuevamente a ella para brindarle confianza


a través del tacto.

—No, no, Min… —se apresuró a decir—. Yo te besé. No… ¿No te


gustó?

Min abrió mucho los ojos, sintiendo el latido frenético de su


corazón mientras intentaba reventarle los tímpanos. ¿Sila la había
besado? ¿Por decisión? ¿Sila gustaba de ella?

—¿Min? —apremió Sila, ahora preocupado—. ¿Estás bien?

La chica apenas parpadeó.

—¿Me besaste? —preguntó sin apenas abrir los labios.

—Pequeña, discúlpame de verdad… —pero Min no permitió que


siguiera disculpándose. Se abalanzó sobre él, envolviéndolo en un
abrazo fuerte y decidido.

—Jamás imaginé que lo harías —dijo ella, llena de emoción—. No


sabes lo feliz que me haces.
Sila sintió que se desvanecía, conmovido por la respuesta positiva
de la joven. Le correspondió el abrazo, llevando a Min más cerca de su
corazón.

—Y tú no sabes el miedo que sentía de que pudieras rechazarme.

Min se echó a reír, nerviosa.

—¿Crees que alguien podría rechazarte? —cuestionó, y entró a


casa. Sila se quedó mirando la puerta cerrada, con el corazón en la
mano y la mente en el cielo.

La madre de Min siempre iba desde muy temprano a trabajar. Con


lo dormilona que era, a su hija le había costado muchísimo aprender a
escuchar la alarma del celular para llegar a tiempo a clase. Ese día ni
siquiera logró conciliarse en el sueño. El recuerdo de su primer beso se
repetía una y otra vez en su mente, alterando su corazón y llevando su
imaginación a una velocidad sorprendente.

Vestida con el uniforme de siempre, Min tomaba el desayuno


cuando la puerta sonó muy temprano por la mañana. Se acercó a
atender, extrañada. Se sobresaltó cuando encontró a Sila del otro lado
de la puerta, con bolsas debajo de sus ojos y el cabello hecho un lío.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—¿Puedo pasar? —respondió Sila. Sin palabras, Min asintió con la


cabeza. Sila pasó hasta la sala de estar, tomó el control remoto y
prendió el televisor—. Tienes que ver una cosa.

Las noticias llenaron el silencio de la estancia. Los colores de una


fotografía oscura, pero nítida, llenaron la pantalla por completo. Min
reconoció a Sila, pero no fue capaz de reconocerse a sí misma.

—¿Qué es esto? —cuestionó, con el ceño fruncido.


Sila sonrió a medias, con el amor apoderándose de cada músculo
en su rostro.

—Somos nosotros —señaló.

Min abrió la boca, alzando las cejas cuando comprobó que era
verdad. La impresión permitió que se concentrara en los diálogos que
surgían del televisor.

—¡Se fue por amor! —exclamó la presentadora—. Sila, el famoso


cantante, ¡está enamorado! Y vaya que lo está como para estar con una
joven a altas horas de la noche, ¡encima tomados de la mano! Sin
embargo, la verdadera pregunta es: ¿quién es esa mujer? ¿A qué se
dedica? ¿Estamos frente a una joven ordinaria que se ha sacado la
lotería?

Sila apagó el televisor antes de que se dijera más. No soportaba


que alguien insinuara que Min, la chica de la que estaba enamorado,
era ordinaria solo por no pertenecer a la misma industria que él.

—Discúlpame —rogó Min con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No


era mi intención!

—No, Min… —murmuró con un nudo en la garganta, jalándola


hacia él para envolverla en un abrazo—. No tienes nada de que
disculparte. Quería que lo vieras conmigo para que, en la medida de lo
posible, evites los medios de comunicación por un tiempo. A veces
suelen ser desagradables. Solo eso. Vine hasta Seúl por ti, pequeña. No
dejaré que nada ni nadie arruine nuestro tiempo juntos.

Las palabras de su pretendiente aliviaron a la chica. De ninguna


forma sería capaz de soportar el enojo, la decepción o el dolor de una
de las personas que más amaba.

—Lo digo en serio —afirmó, rompiendo el abrazo y mirando los


ojos de Sila—. Lo siento mucho. Nunca nos había fallado el vernos a
la medianoche.
Sila acunó el rostro de la joven entre sus manos.

—Siempre hay una primera vez —recordó, depositando un


segundo beso sobre sus labios—. Eres tan suave, pequeña.

Min se permitió llevar los ojos cerrados por un rato, el suficiente


para suspirar y sonreír.

—No quiero ir a la escuela —negó ella—. Por favor, secuéstrame.

El joven cantante le regaló una media sonrisa.

—No sería secuestro porque lo disfrutarías —dijo en tono pícaro


—. Pero es un hecho. ¡No escuela para Min hoy! En cambio, ¿qué te
parece una película?

Min dio un brinco de felicidad.

—¡Pero con bocadillos! —pidió, agrandando sus ojos y juntando


sus palmas a modo de súplica.

—Lo que sea para ti, pequeña.

Sila pidió todos los bocadillos que encontró a domicilio, llegando


paulatinamente a la puerta de Min. El día se fue como arena entre los
dedos, arrastrada por una brisa de verano. Cuando Min se dio cuenta
de que caía la noche, volteó a mirar a Sila.

—¿Saldremos esta noche? —preguntó, haciéndose pequeña en su


lugar.

Sila pasó su brazo sobre los hombros de Min.

—Por supuesto que sí, pequeña. De hecho, creo que iré a bañarme
—dijo, mirando a su alrededor, inspeccionando el cuarto de Min para
descubrir que sus pertenencias seguían donde las había dejado la
última vez—. ¿Puedo?
—Claro —aceptó Min, encontrando a Sila con una mirada coqueta
—. ¿Por qué me miras así? —tartamudeó.

El rostro de Min se volvió un tomate.

—Porque necesito que te salgas para ducharme —recordó él, y


Min enrojeció más, como si eso fuera posible—. ¿O quieres verme sin
ropa?

—Perdón, ¿cómo dijiste?

La mirada de Sila se suavizó, soltando una risa al mismo tiempo


que arrojaba una de sus almohadas hacia ella.

—Que si no te saldrás por lo menos cierres los ojos.

—No podría mantenerlos cerrados… ¡Digo! Me aburriría


muchísimo, prefiero salir. ¡Saldré ahora!

Despeinada por la almohada que le había caído en la cabeza, Min


se puso de pie de golpe, trastabillando en el intento. Sila entrecerró los
ojos.

—Muy bien, entonces sal —ordenó.


Capítulo 5
Paparazzi

—No entiendo —murmuró Min, con el ceño fruncido mientras era


arrastrada por Sila—. ¿Vamos a estar en un lugar público después de lo
que sucedió en la mañana?

—¡Es un parque de diversiones, Min! —exclamó él, con una gran


sonrisa en el medio de su rostro—. Hay muchísima gente, tanta que
nadie nos hará caso.

Min negó rotundamente.

—Te prometo que lo que me dices no tiene sentido. —El parque de


diversiones estaba a pocos metros de ellos, del otro lado de la zona del
estacionamiento en el que habían aparcado. Detrás de ellos, un hombre
caminaba lejos de pisarles los talones. Min volteó a mirarlo con un
puchero distorsionándole el rostro—. ¿Por qué siempre tiene que venir
él con nosotros?

—Por seguridad —recordó él—. ¿Recuerdas este lugar? Veníamos


de pequeños.

La chica regresó su mirada al frente, observando al gentío y las


luces que iluminaban con alegría el lugar, contrastando con la
oscuridad de la noche en un juego de matices que brindaba un
panorama ficticio.

—Lo sé, ¿por qué lo olvidaría? —preguntó, fingiendo


resentimiento—. De seguro recuerdo mucho más cosas de las que tú
recuerdas de nuestra infancia juntos.
Los chicos se perdieron en las múltiples filas de decenas de
atracciones que supieron agitar el corazón de ambos. Sila, como buen
acompañante, se tomó muy en serio su deber de ganar en cualquier
juego de destreza para llenar los brazos de Min con los mejores
peluches de la feria.

También, con gran ternura, le enseñó a Min a ganar por cuenta


propia. Al final, la imagen que Sila tenía de su pequeña cargando los
peluches ganados en las atracciones no se cumplió. Al guardia de Sila,
en cambio, no le alcanzaban las manos para sostener todo lo que los
jóvenes querían llevar de regreso a casa.

—Mi mamá va a sacarme de la casa para conseguir más espacio y


meter todos estos peluches dentro —bromeó Min, con los ojos llenos
de ilusión.

El guardia de Sila tenía los brazos cruzados sobre su pecho, con el


rostro serio y los peluches desbordándose a cada lado. La atracción
frente a la que estaban parados era una de las pocas que permanecía
desierta, con un responsable que no tenía la pinta de poder identificar a
uno de los cantantes más famosos del continente.

Min enlistaba en voz alta las actividades por las que no habían
pasado, cada vez más emocionada por la suerte de la noche que parecía
estar a su favor, prometiendo más regalos, victorias y diversión. No
obstante, Sila dejó de escuchar, cautivado por la belleza de Min y la
dulzura de sus expresiones.

—Min —la interrumpió con apenas un susurro. La chica, a pesar


de lo bajito de su voz, atendió a su llamado. Apenas volvió el rostro
hacia Sila, este lo tomó entre sus manos—. ¿Puedo darte un beso?

La joven se sonrojó.

—La primera vez no lo hiciste —señaló, apenada y con la voz


temblorosa. La cercanía de Sila le entrecortaba el aliento.
—Lo sé —aceptó él—. Debí haberlo hecho, por eso ahora te lo
estoy preguntando. Quiero besarte. Min, ¿tú quieres que te bese?

La vergüenza no tuvo lugar en la respuesta de Min. Casi por


inercia, ella asintió lentamente, temerosa. El corazón de Sila estuvo a
punto de explotar cuando se acercó a ella, la miró cerrar los ojos y
esperó sentir sus labios contra los de él.

Sila la besó, como si fuera la primera vez, con la suavidad


suficiente para respetar la fragilidad que Min aparentaba. Entonces, la
catástrofe sucedió muy rápido.

Decenas de periodistas camuflados saltaron hacia la escena,


tomando todas las fotos que fuesen posibles. Ambos fueron
deslumbrados por la intensidad de las fotografías, y al poco tiempo,
fueron separados para ser interrogados con un cúmulo de preguntas
que apenas podían diferenciarse unas de las otras.

Sila conservó la cordura, tratando de reencontrar su mirada con la


de Min. Sobra decir que fue imposible, efecto de la intrusión hacia su
propio espacio personal. Lo único que podían ver eran rostros
desconocidos con los ojos muy abiertos y micrófonos que amenazaban
con romperles la nariz.

—No responderé nada —se negó Sila—. Por favor entiendan.

La preocupación del cantante le afinó todos sus sentidos, justo a


tiempo para escuchar a uno de los periodistas soltarle una pregunta de
lo más estúpida a Min.

—¿Qué se siente ser una de las conquistas de Sila? —El enojo se


apoderó de Sila antes de que el periodista pudiera terminar sus
interrogantes—. ¿Cómo una chica con tu aspecto logró atraer la
atención de uno de los famosos más cotizados de la actualidad?
¿Podrías decir que Sila tiene malos gustos?
Fue suficiente. Sila se desconoció por un momento.

—¿Quién dijo eso? —exclamó. Se abrió paso, empujando a cada


uno de los periodistas a su alrededor, mientras llamaba a su guardia
para poner control—. ¿A quién se le ocurrió decir esa mierda?

Sila alcanzó el círculo de periodistas que rodeaban a Min,


encontrando al hombre responsable. No se lo pensó cuando le propinó
un puñetazo en pleno rostro. Min soltó un grito y dio un paso atrás.
Los periodistas exclamaron, llenos de asombro, dando un paso al
frente para no perderse nada de lo que estaba sucediendo.

—Es la primera y la última vez que alguno de ustedes la


incomodan —advirtió, girándose sobre sus propios pies para mirar a
todos los periodistas que le rodeaban—. No me molestaría desgastar
mis nudillos en romper todas las narices que disfruten metiéndose en
asuntos que no les corresponden.

—Te vas a arrepentir de esto —le amenazó el hombre que había


golpeado, sosteniendo su nariz que se deshacía en chorros de sangre—.
¿Sabes? Múltiples artistas del medio han negociado su privacidad de
forma diplomática. Evitaron escándalos usando la cabeza. Pero no era
eso lo que estabas usando ahora, ¿o sí?

Min se abalanzó sobre Sila para evitar un segundo golpe que estaba
por abrir la ceja del periodista.

—¡Basta! —chilló—. Sila, no. ¡Vámonos! ¡Vámonos ya!

—La prensa te destruirá —aseguró el hombre mirando a Sila con


rencor—. Te destruirá porque yo soy la prensa. Espero disfrutes las
consecuencias de tus propios actos.

A Sila se le oscurecieron los ojos. Min lo percibió, aferrándose a él


con fuerza.
—No tiene caso —murmuraba la chica—. Esto ya es bastante
malo. Llévame a casa. ¿Sí? Por favor. Llévame a casa.

—Ella no es una de mis conquistas —escupió Sila, incapaz de


destrabar su mirada de los ojos del hombre—. Es mi vida. Es más que
eso, incluso. No me interesa lo que diga de mí la prensa porque antes
de ser artista soy hombre, educado por una increíble mujer, una que me
enseñó de respeto y modales. No te vuelvas a meter con ella, ni te
atrevas a buscarla, porque no sabrás en qué te estás metiendo.

El guardia de Sila, quien había dejado caer todas las piezas de


peluche al suelo, cubría a ambos jóvenes con la anchura de su cuerpo.

—Y tú —regañó Sila, mirándolo—, ¿para qué te contraté? ¿Para


abrazar osos de peluche?

—Sila… —murmuró Min—. Es suficiente. Estoy bien, pero dejaré


de estarlo si continúas con esto.

—Discúlpeme, señor —pidió el hombre, bajando su rostro


imperceptiblemente.

Sila pasó su brazo alrededor de la cintura de Min, guiándola lejos


de las atracciones y el gentío.

—Hay que perderlos —recordó Sila con la garganta seca.

El guardia asintió, abriendo la puerta del auto esperando que


ambos jóvenes entraran. La conmoción se apoderó de Min, haciéndola
sentir que todo se trataba de un sueño. No obstante, ¿se trataba de uno
bueno o de uno malo? El mismo día se había cumplido uno de sus
sueños más grandes, pero también uno de los miedos que le
arrebataban el sueño.

El conductor manejó por la ciudad dando vueltas hasta asegurarse


que ninguno de los periodistas los seguían. Al final, llegaron a casa de
Min poco antes de la medianoche.
Sila se bajó del auto para abrirle la puerta, extendiéndole la mano
para ayudarle a bajar. Min rechazó el gesto, saliendo por cuenta propia
y pasando de largo hacia la entrada de su hogar.

—Min, espera —pidió Sila, siguiéndola—. Espérame, pequeña.

En el pórtico de su casa, Min se cruzó de brazos y se giró con el


ceño fruncido. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Quiero ir a casa, no me siento bien —musitó.

La ira desapareció del cuerpo de Sila, siendo reemplazada por una


pena que le hizo temblar su corazón. Se acercó, esperando la
aprobación de Min, hasta que sus brazos la envolvieron en un abrazo
que colocaron la mejilla de la chica sobre el latido de su corazón.

—Discúlpame —pidió, mucho más tranquilo—. No quería hacerte


pasar nada de esto.

—Está bien —aceptó Min, cabizbaja—. No estaba lista.

—Claro que no. Nadie lo está.

Estuvieron un par de minutos unidos de esa forma; Sila frotando su


nariz en el cabello de Min captando el delicioso aroma que manaba de
él, Min escuchando con atención la respiración del hombre que la
había llamado «Mi vida».

—Quiero que me prometas que jamás volverás a actuar de esa


forma —exigió Min, alzando su rostro para mirarlo.

Sila no lo pensó. Negó rotundamente.

—Actuaré así y peor siempre que se trate de ti —respondió con la


mandíbula apretada—. Siempre que alguien pretenda dañarte de
cualquier forma posible. ¿Entiendes? No puedes pedirme algo así.
Min jaló aire, profundo, y lo dejó ir de su pecho ruidosamente.

—Lo entiendo —aceptó—. Pero no me gusta.

—No volverá a pasar, Min —prometió Sila—. Te cuidaré mejor.

El calor de Sila arrulló a Min.

—Tu corazón suena como una canción que podría ser mi preferida
—comentó ella—. Quizá por eso eres cantante.

—¿Te gusta como suena? —preguntó Sila. Min asintió con la


cabeza—. Prácticamente late por ti.

Min soltó una risa nerviosa, separándose de él.

—No mientas —dijo en tono amenazante—, y tampoco seas


pretencioso. Usa ese tipo de frases para tus canciones.

—Me parece una buena idea —se encogió de hombros—. Al fin


que la mayoría son para ti.

Min se dispuso a entrar a casa, pero antes de que pudiera hacerlo,


Sila jaló de ella para darle un beso largo y tendido.

—Buenas noches, Sila —se despidió la chica, cortando el beso,


acomodándose el cabello y cerrando la puerta tras de sí.
Capítulo 6
La gran pregunta

Ninguno de los dos pudo dejar de pensar en el otro toda la noche.

Min rememoraba las palabras del reportero, llena de la inseguridad


que este le había sembrado en el fondo de su corazón. No obstante,
Sila tenía en sus pensamientos el antídoto perfecto para la desilusión
de su amada. Deseaba poderle abrir a Min la entrada hacia su mente,
regalarle sus ojos para que pudiera verse a sí misma como él lo hacía.
Como cualquiera lo haría si tuviera la oportunidad de estar tan cerca de
ella como él siempre había tenido la suerte.

Al día siguiente, Min salió del colegio sin compañía a su alrededor.


Caminaba mirando su celular con el ceño fruncido. El silencio de Sila
en la ausencia de los mensajes que solía mandarle siempre, casi sin
falta, le parecía especialmente extraño. Como si fuera a acabarse el
mundo esa misma tarde.

Por lo mismo —su atención malograda hacia su entorno—, fue


sencillo para los hombres de traje negro tomarla por la espalda. Min
era pequeña, delgada, y con total sinceridad parecía que un saco de
patatas pesaría mucho más que ella. Dos hombres la levantaron sin
esfuerzo ocasionando que la joven lanzara un grito de sorpresa. No
pudo mirar a su alrededor como hubiese deseado; uno de los hombres
había deslizado una bolsa de tela negra para cubrir su cabeza por
completo.

El miedo le revolvió el estómago y pensó si realmente era tan


sencillo llevar a cabo un secuestro en plena vía pública. Min sintió
como fue introducida al asiento de un automóvil. Apenas dejó de sentir
las manos de sus captores sobre su cuerpo, se quitó la tela del rostro
para liberar su visión.

Lo primero que vio fue a Sila con una gran sonrisa, un ramo de
rosas en una de sus manos.

—Por el amor de Dios, ¡Sila! —chilló Min, despeinada,


propinándole un golpe en uno de sus brazos—. No puedes hacer eso.
¿Sabías que muchas personas han muerto por un susto? ¡Existen los
infartos!

Sila soltó una risa, completamente divertido.

—Quería sorprenderte —aseguró con una gran sonrisa. Min lo


observó; ¿cómo le hacía Sila para mantener el amor siempre en el
destello de su mirada? No podía enojarse con él.

Min tomó las flores con un puchero, resignándose en su lugar.

—A la siguiente llamo a la policía —amenazó en voz baja la chica.


El cantante volvió a soltar una risa estridente.

—A ver si con esto me perdonas —dijo mientras sacaba de su


cazadora dos rectángulos de papel brilloso. Como era de esperarse,
Min no pudo leer la inscripción sobre ellos, ni adelantarse a la
respuesta de Sila—. Boletos para Disneyland. ¿Podrías avisarle a tu
madre que no llegarás pronto? A ella sí la creo capaz de aventarme a
las autoridades.

Min tomó los boletos entre sus dedos, confirmando el anuncio de


Sila al leer la inscripción sobre ellos.

—Pero Sila… —murmuró apenada—. No iré a Disneyland con mi


uniforme del colegio.

Sila frunció el ceño.


—¿Por qué no? —cuestionó—. Eres preciosa hasta en pijama y
con una semana sin llegar a la ducha.

Min enrojeció.

—Sila… —se quejó en voz baja.

Sila sonrió.

—Lo entiendo, Min —asintió tocándole la barbilla—. ¿Qué te


parece si vamos de compras? Eliges lo que quieras y después tomamos
el llamado a la aventura.

—Tengo bastante ropa en mi casa —aseguró Min.

—Oh, sí —aceptó Sila—. Y con toda te ves preciosa. Pero déjame


hacer de este día uno especial, ¿sí?

Para no saltar en su asiento llena de emoción, Min rodó los ojos,


conteniendo cada una de sus emociones.

—Bien —refunfuñó—. Pero no necesitas comprarme ropa para


hacer del día uno especial. Tu presencia es suficiente.

Esta vez, fue a Sila quien le tocó el turno de ruborizarse. Min


sonrió por lo tierno que era un hombre perdiendo la compostura ante el
amor.

Como Sila lo había ofrecido, el automóvil principal —aquel que


transportaba al cantante junto a su compañera, conducido por el
conductor designado de aquel día— aparcó en una de las calles más
asediadas por tiendas de ropa.

Decenas de diseñadoras atendieron a Min, mirando furtivamente a


Sila quien, aunque intentaba mantener un bajo perfil, contaba con el
porte necesario para llamar la atención por donde quiera que se parase.
Le ofrecieron las prendas más costosas y llamativas, sin embargo, Min
rechazó todas.

—Lo que estoy buscando es para un parque de diversiones —dijo


ella. El diseñador que la atendía entonces mostró impresión.

—¿Ropa deportiva? —cuestionó él mirando a Sila.

—¡No! —exclamó ella.

Al mismo tiempo, Sila habló.

—Lo que la señorita desee —la voz de Sila, aunque amable, sonó
como una advertencia. El diseñador no lo miró más, ni volvió a buscar
su aprobación.

—¿Qué te gustaría? —preguntó atento.

—Algo casual —respondió Min—, pero bonito.

Min salió con atuendo nuevo, el cabello hecho y un poco de rubor


en las mejillas. También lo hizo sosteniendo un pastelillo de chocolate
en su mano.

—¿Te gustó el lugar? —Sila le estrechó la mano.

Min asintió con la cabeza.

—Me pareció extraño que en una tienda de ropa dieran bocadillos


y servicio de belleza —comentó dándole una mordida al postre.

Sila sonrió.

—¿Lista entonces? —Min aceptó.

Lo primero que se hizo al alcanzar Disneyland fue cumplir la


voluntad de Min. Pasaron por decenas de atracciones hasta que las
náuseas llenaron los ojos de la chica con lágrimas cristalinas.
—Parece que el cuerpo de Min solo resiste doce montañas rusas —
dijo Sila, un poco pálido por el frenesí de las subidas y bajadas.

—Cállate, no te ves mejor que yo —bufó ella, apretándose el


estómago—. Además no he desayunado.

—¿No lo has hecho, pequeña? —regañó Sila—. ¿Y así te vas a


clases?

Min se encogió de hombros.

—Mi despertador no funciona —mintió.

—Las orejas son las que no te funcionan —bromeó el joven


cantante. Acto seguido, Sila colocaba sobre la cabeza de Min un par de
orejas de uno de los personajes del parque de diversiones—. A lo
mejor con estas escuchas mejor.

—Resuelve mi tema con el hambre —exigió Min, abriendo la boca


y señalando la abertura con uno de sus dedos—. O llévame a casa. Voy
a desmayarme por inanición.

El comentario del regreso de Min activo las alertas de Sila. Todo lo


de aquel día estaba considerado para una confesión. La noche caía
sobre ellos y el cantante, aunque también era compositor, no
encontraba las palabras para decir lo que necesitaba.

—Cenaremos —se apresuró a decir—. Lo siento, debimos pasar a


comer primero.

Min negó.

—Habría sido un plan terrible —declaró—. No debes subir a una


persona con el estómago lleno a un carrusel.

Sila no se había ocupado de hacer alguna reservación. Cuando se


acercó a uno de los restaurantes para pedir una mesa le fue negada al
instante. El corazón de Sila se encogió, luego tomó un respiro al ver
que Min se encontraba lo suficientemente lejos como para no escuchar
el fracaso colosal en la planificación de su proposición.

Sila se descubrió un poco el rostro, retirando las gafas del sol y el


sombrero temático que cubría su identidad. La señorita encargada de
las reservaciones lo reconoció al instante.

—Pero si tú eres… —Sila no la dejó terminar.

—Lo sé —interrumpió—. ¿Te puedo pedir dos favores? —La chica


asintió con la cabeza sin encontrar la capacidad de proferir palabra—.
El primero es que no avises a nadie de mi presencia, quiero un tiempo
privado y personal. Lo necesito.

La chica asintió.

—No diré nada —murmuró más bajo de lo que tenía en mente.

—Lo segundo es que le pongas un precio a una de tus


reservaciones en menos de cinco minutos —continuó Sila—. Pagaré lo
que sea.

—No puedo hacer eso, perdería mi trabajo —negó ella. Y


pensando, agregó—: Puedo prepararte algo en el techo. ¿Te gustaría?

Sila sonrió de oreja a oreja.

—La vista sería espectacular.

La joven pareja terminó mirando el atardecer sobre el techo del


restaurante, en una mesa con dos sillas y un fino mantel que les cubría
los pies. Sila agradeció por la ausencia de viento, disfrutando lo que
cada uno había ordenado entre pláticas y risas. El silencio allá arriba
no era absoluto, pero generaba esa burbuja de privacidad que Sila no
había pedido pero entendía que era lo mejor para lo que tenía en
mente.
Así, cuando pidieron el postre, Sila se levantó de su asiento para
solicitar en un susurro una sorpresa. Cuando el pastel de Min llegó, se
presentó rodeado por velas que contrastaban con la oscuridad de la
noche, además de un mensaje con el jarabe de frutas. Sila lo repitió en
voz alta.

—¿Quieres ser mi novia?

Conteniendo la emoción, Min tomó con uno de sus dedos para


tomar el jarabe que cubría la cara superior del postre. Con ese mismo
líquido, Min escribió debajo del mensaje de Sila.

—Sí —dijo ella apenas Sila leyó su respuesta.

Y con euforia, la nueva pareja se puso de pie. Min tocó con su


dedo manchado la nariz de su amado. Sila sonrió, le rodeó la cintura
con ambas manos y le dio un beso a su nueva —y primera— novia.
Capítulo 7
Ocultando la verdad

El padre de Min había muerto años atrás. Ahora, solo era su madre
y ella. Cosa difícil, por supuesto. Para ambas.

La primera mañana de Min siendo novia de Sila su madre


descansaba. No tuvo que pelearse consigo misma por la mañana por
haber apagado el despertador antes de despertarse, ni irse con el
estómago vacío. Aunque su madre estaba triste, y enferma —cosa que
Min desconocía—, el calor de su amor siempre modificaba la casa en
la que vivían. El poco tiempo que estaba ahí, hacía de la edificación un
verdadero hogar.

Aunque refunfuñó, Min le alegró que su madre la despertara


durante aquella mañana. Apenas abrió los ojos, tomó los hombros de la
mujer que se inclinaba sobre ella, extasiada.

—Mamá, ayer fue el mejor día de mi vida —saludó—. ¡Sila me


pidió que fuera su novia!

Su madre estaba cansada. Claro, cualquiera lo estaría trabajando


más de doce horas al día. Sin embargo, le regaló la sonrisa más cálida
de todas. Min no notó que sus mejillas carecían de color; era usual que
a cada sonrisa existiera un nuevo sonrojo en el rostro de su madre.

—Sabía que eso pasaría tarde o temprano, hija —respondió ella


frotando su brazo con ternura—. Siempre te vio con esa mirada.

—¡Mamá! —exclamó avergonzada—. ¡Claro que no!


Levantándose de la cama de su hija, la mujer se acercó a las
cortinas para abrirlas de par en par. Un ataque de tos la invadió,
cubriendo sus labios con una de sus palmas y salpicando la piel sobre
esta con manchas rojas de sangre brillante.

—¿Estás bien, mamá? —preguntó Min, todavía sentada bajo las


mantas. Desde su punto de vista no era capaz de mirar la sangre en la
mano de su madre.

—Por supuesto —mintió la mujer, limpiando su mano en una de


sus prendas más oscuras—. Seguro es un resfriado. Mi cuarto ayer
estaba bastante frío.

—Ah —dijo Min—, ya. Aquí tengo mantas de sobra, mamá.


Llévate un par.

—También tengo mantas extras en mi armario, Min —respondió


volteando con una sonrisa—, solo que ayer estaba demasiado cansada
como para ponerme de pie y bajarlas.

—Muy mal, madre —reprendió Min con amor—. Bueno, pero


como te seguía diciendo…

Ni las palabras de Min, descriptivas y llenas de amor, fueron


capaces de borrar los pensamientos de su madre. En ellos, se reprendía
a sí misma por estar enferma los primeros tiempos en los que su hija
parecía recuperar su felicidad, aquella que había perdido tras la muerte
de su padre.

—Mamá, después del colegio iré al centro comercial con Sila —


advirtió Min—. Quiere comprar algunas cosas para la fiesta de
Navidad.

Su madre junto las cejas en un gesto de desaprobación.


—Niña, desde que Sila regresó has estado saliendo mucho. ¿Y las
tareas? ¿Los proyectos? ¿Los trabajos? —reclamó ella pasivamente.

—No te preocupes —pidió Min observando la forma en la que su


madre ocupaba la sartén para preparar el desayuno—. Mis horas libres
las uso para hacer mis tareas y no traer ninguna a casa.

La mujer profirió un sonido con los labios cerrados expresando su


incredulidad.

—Más te vale —cerró la conversación.

El desayuno terminó pronto, el colegio transcurrió como en la


perpetuidad. Parecía imposible escuchar la chicharra que anunciara el
final de las clases, sin embargo, sucedió a la misma hora de siempre.

Min salió corriendo hacia la entrada del colegio, a la defensiva por


si a Sila se le ocurría fingir otro secuestro para causar sorpresa. Sin
embargo, no fue así. Lo encontró recargado en uno de los lados de su
automóvil —uno de los muchos que tenía—, con la gorra que sin falta
le procuraba la sombra suficiente para cubrirle el rostro.

—¿Cómo está la princesa de mis sueños? —preguntó Sila a modo


de saludo apenas Min estuvo lo suficientemente cerca para escucharlo.

La joven se abalanzó sobre su nuevo novio en su primera tarde


compartida. Le rodeó el cuello con ambos brazos y le propinó un beso
en la mejilla. Sila frunció el ceño.

—¿Qué fue eso? —exigió saber—. ¿No me darás un buen beso?

Min se alejó, negando rotundamente con la cabeza. Se acomodó las


asas de su mochila y sonrió.

—Claro que no —dijo—. Nos podrían ver y tú sabes lo que


pasaría.
—Lo sé —aceptó—, pero es inevitable resistirse a tanta hermosura.
¿No crees?

Intentando volverse a acercar a ella, tomándola de la cintura, Sila


miró fijamente los ojos de Min. La chica se resistió, propinándole una
pequeña palmada en uno de sus hombros.

—No deseo nada más en este momento como darte un buen beso
—aseguró ella—. Pero no ahora.

—¿Y cuándo será eso? ¿Apenas subamos al auto? —preguntó Sila,


añorando su respuesta.

Ella se encogió de hombros.

—Cuando lo diga yo.

Las cejas de Sila se alzaron a modo de sorpresa.

—¿Vamos a jugar ese juego? —inquirió él. Min alzó los hombros
con indiferencia. Sila sonrió, abriendo la puerta del copiloto—. Esta
vez conduciré yo. Estamos solos. No conductor. No guardia. No malos
tercios. Solo tú y yo.

La dicha se apoderó del pecho de Min, subiendo al auto


sintiéndose la mujer más feliz del mundo.

En el centro comercial una pequeña estrategia pensada por Sila se


hizo presente. En esta ocasión, su intención era hacer la lista más
grande del mundo con todos los posibles regalos que pudieran cautivar
el corazón de su amada.

Intentando no parecer pareja, señalaron decenas de objetos que


rememoraban el pasado, como peluches que Min jamás tuvo debido a
su infancia por decisión de su padre. El hombre que le había dado la
vida a Min no era de los que gastaban todo para Navidad. En su lugar
ahorraba para una casa, y ese fue el mejor regalo que pudo hacerle a su
familia. Gracias a eso, tras su muerte no quedaron desamparadas.

Como parte del plan, Sila señalaba algunos regalos intentando


adivinar los gustos de Min. Pronto, se convirtió en un juego. Ambos
intentaban descubrir qué cosas de una sola vitrina podría ser un regalo
perfecto para el otro, y así pasaron por el resto de los comercios hasta
que se cansaron.

Sila tenía una memoria excelente. Ahora, estaba llena con deseos
de Min que era capaz de cumplir. De adquirir gracias a su libertad
financiera. Aunque, si lo pensaba, Min había elegido, por lo menos,
una tercera parte del centro comercial. ¿No sería más sencillo
comprarle la propiedad entera? Pero no. Sila sabía que Min rechazaría
un acto como ese.

—¿Qué te parece si compramos los árboles de Navidad para


nuestras casas? —cuestionó Sila—. Unos enormes y luces preciosas
para decorarlos.

—Eso haría muy feliz a mi madre —aceptó Min con una gran
sonrisa—. También me gustaría pasar por esferas y otros adornos. Pero
Sila… No tengo suficiente dinero.

—No, pequeña —negó él—. Por dinero nunca te preocupes


conmigo. No tengo que decírtelo más, siempre te lo repito.

—Puedo recompensarte —sugirió ella después de pensarlo un rato.

—¿Ah, sí? ¿Con qué?

Min sonrió.

—Con ser tu novia durante mucho tiempo.

—Las novias suelen besar a sus novios —reclamó Sila con


puchero de queja.
—Sí, bueno —Min respondió con el mismo puchero—. Los novios
no suelen esconder a sus novias.

Las palabras de Min lastimaron el corazón de Sila, como si no


hubiesen sido sonidos y en su lugar fueran manos que apretujaran su
órgano vital. La razón le entristeció la mirada, bajándola en una pena
que no pudo ocultar.

—Lo siento —se apresuró a susurrar Min, estrechándole una de sus


manos—. Fue un golpe bajo.

—Lo fue —aseguró él, tratando de contener la culpa—. Pero


siempre has sido así. Y así me enamoré de ti.

Los árboles de Navidad que alumbrarían el hogar de cada uno


fueron adquiridos a consciencia, comparando los modelos artificiales
entre decenas de tiendas departamentales hasta encontrar la compra
ideal. Min eligió un árbol de ramas blancas. Parecía que había sido
hecho con nieve. Por su lado, el que Sila había elegido para su propia
sala de estar era de color negro. Así, los adornos de sus árboles eran
del color del árbol del otro, simulando un yin y yang que definía lo que
estaba claro: siempre llevarían una parte del otro a donde fuesen.

De regreso a casa de Min, Sila pidió el permiso la madre de su


novia para colocar el árbol junto a ellas. La madre aceptó, a pesar de
que el cansancio le ponía los músculos doloridos.

—Es realmente precioso —agradeció la madre de Min a Sila—.


Por favor, cuida bien de mi hija. Ella te quiere tanto como tú la quieres
a ella.

—Mamá… —susurró Min en tono de reproche.

Sila asintió con la cabeza.


—Ser correspondido me hace el hombre más dichoso de esta tierra
—aseguró él—. Iré a poner el árbol con tía Mam. Te dejo un rato, Min.
Paso por ti a la hora de siempre. Así pasan tiempo juntas en el
descanso de tu madre.

—Iré a tomar una ducha —anunció la madre de Min dejándolos


solos.

Min acompañó a Sila a la puerta de salida, entrelazando su mano


con la suya y aceptando compartir el calor de su piel. Cuando estuvo
debajo del umbral, Min le dio un beso dulce, de esos que hacen olvidar
los problemas y aflicciones. Cuando terminó el beso, Sila le impidió
apartarse de él, tomándola para volver a besarla.

—¿Sabes? —murmuró Sila a escasos centímetros de los labios que


había besado—. Tus besos valen el doble de cada lágrima que he
derramado. Sin embargo, creo fielmente que el primer beso no se da
con la boca, se da con la mirada, y ese primer beso me lo diste desde el
primer día que nos conocimos. He sido feliz desde ese momento.

—Te veré a medianoche entonces —se despidió Min.

De regreso al interior de su casa, la joven llamó a su madre pero


esta no respondió. Con un mal presentimiento, Min la buscó por todos
lados. Al escuchar los pasos de su hija, la mujer se levantó
rápidamente al cuarto de baño, cerrando la puerta con seguro tras de sí.

Mientras se mojaba el rostro, Min intentó ingresar, y descubriendo


la puerta cerrada, se apresuró a buscar las llaves de respaldo. Cuando
logró entrar, no quedaba rastro de la sangre que su madre había
vomitado. En su lugar, el agua de la ducha corría y la mujer estaba
debajo del flujo, detrás de un pequeño muro que guardaba su cuerpo
desnudo.

—Mamá, ¿que tienes? —preguntó Min con el corazón hecho una


furia.
—Min —respondió su madre—, ¿no te enseñé a tocar? Te escuché
llegar cuando me metí a la ducha, pero no escuché que tocaras, por eso
no contesté. Ya salgo, así que alístate porque iremos a cenar a donde tú
quieras. ¿Te parece?

La emoción causada por la proposición borró todo rastro de


preocupación y sospecha.

—¿En serio, mamá? ¡Genial! No me tardo.

—Yo tampoco. Ahora cierra la puerta —ordenó.

La soledad le permitió el llanto a la madre de Min. Lloró


mezclando sus lágrimas con las gotas de agua que le tiraba la ducha
encima, mitigando sus sollozos con el agua de esta.

—Dios, por favor no me hagas esto, déjame estar con mi pequeña,


aún me necesita, no puedo dejarla sola —chilló en un murmuro—. Ella
necesita de mí, te lo suplico, déjame más tiempo a su lado.

Cuando cenaron en un local especializado en la preparación del


platillo preferido de Min, ninguna de las dos sabían que la hora de
decir adiós estaba cada vez más cerca.
Capítulo 8
Incidente

De regreso a casa la madre de Min se fue directamente a su cuarto,


estaba exhausta. Mientras tanto, su hija se apresuró libre de toda
sospecha hacia la ducha. Sila llegó pronto, justo a la medianoche. Se
presentó a su puerta con un enorme ramo de rosas. Min miró el ramo
anterior de reojo.

—Moriré ahogada por flores en esta casa —decretó. Sila sonrió a


medias, tan guapo como siempre.

—Es lo menos que puedo hacer —se encogió de hombros—,


regalarte una muerte por amor. —Min rodó los ojos, acostumbrada al
dramatismo en los comentarios de Sila—. Te ves hermosa, como
siempre. Todavía no puedo creer que tenga el privilegio de decir que
eres mi novia.

Min se puso colorada depositándole un beso en la mejilla a modo


de agradecimiento.

—Muchas gracias —murmuró—. Espera, iré a ponerlas en agua y


nos vamos. ¿Te parece?

La joven regresó dentro para acomodar las rosas en la cocina,


buscando un poco de hielo para asegurarles la vida más larga que
podía ofrecerles. De la emoción por sus planes de medianoche no notó
la presencia de su madre en las escaleras, como un fantasma que
miraba todo sin hacerlo realmente.

Salió al cabo de unos segundos, cerrando la puerta de la entrada


tras de sí y subiéndose al auto de Sila. Él se acercó con un pedazo de
tela entre las manos.

—Voy a taparte los ojos —advirtió—, no es pregunta, es aviso para


que no creas que estoy por secuestrarte.

—Pero no sería secuestro —recordó ella.

Sila cubrió los ojos de su novia creando un suave nudo en su nuca


para sostener la invidencia durante el trayecto. A Min no le molestó,
pero agradeció que tanto misterio terminara pronto, preocupada por la
máscara de pestañas que enmarcaba la intensidad de su mirada.

El joven cantante aparcó el auto, nuevamente libre de la compañía


de su personal de servicio, bajó del vehículo y se apresuró para abrirle
la puerta a su compañera. Tomando su mano, Sila ayudó a Min para
ponerse de pie, se colocó detrás de ella y la tomó por los hombros para
guiarla por el camino correcto. Durante unos segundos le pidió que
permaneciera inmóvil. Min sintió la ausencia de su tacto en forma de
escalofrío.

—Ahora da cinco pasos al frente. Cuidado; al tercero hay un


pequeño escalón. —La chica de los ojos cubiertos asintió con la
cabeza. Acató la orden, sintiendo el calor de la cercanía de Sila quien
la cuidaba con esmero y ternura.

Dados los cinco pasos, Min entró en una atmósfera amigable


aclimatada por buena música. Una campanilla anunció que una puerta
había sido cerrada. Sila le quitó la tela en sus ojos permitiendo que
observara su alrededor.

Min tardó en comprender lo que sucedía; Sila había alquilado su


restaurante favorito para cenar sin interrupciones. No existía ni un
alma dentro de esas cuatro pareces, exceptuando las del servicio que la
recibían con una sonrisa llena de cortesía.

—No puede ser —balbuceó ella sorprendida.


Sila aprovechó su conmoción para deslizar una caja de terciopelo
cuadrada entre sus manos.

—Espero que te guste —le susurró al oído. La chica bajó la vista


para mirar la envoltura del regalo.

—¿Qué es? —preguntó.

Él alzó las cejas como si realmente desconociera la respuesta.

—Puedes abrirlo para saber qué es lo que hay dentro —sugirió.

Los delgados dedos de Min se entretuvieron con el lazo de seda


que mantenía la tapa sujeta de la base. Cuando al fin la libró, se
encontró con una gargantilla de diamantes colocados en forma de
cinco pequeñas flores cuyos centros eran estrellas de oro.

—Es precioso —admitió con las cejas alzadas—, y muy costoso


también. Sabes que no me gusta que te preocupes en darme esta clase
de…

—Por favor, pequeña —rogó él tomando su rostro con ambas


manos—. Acéptalo, lo mandé a hacer especialmente para ti. No existe
otro igual. Esta pieza es única, diseñada para descansar en tu cuello.
Hazlo por mí, acepta el regalo, te lo suplico. ¡Me pondré de rodillas
hasta que digas que sí, Min, es en serio!

—¡Está bien! —exclamó la chica ante su amenaza—. Solo porque


tú me lo pides.

—Ay, pequeña. Es en serio cuando te digo que eres la mejor. —Sila


estaba feliz, le hablaba con tono dulce. Tardó poco en plantarle un beso
tierno, corto y delicado como el tacto de un pétalo. Min sintió como
cada centímetro de su piel se erizaba, cada parte de ella sumergiéndose
en esa sensación tan nueva y desconocida que poco a poco iba
descubriendo conforme compartía más tiempo con su enamorado. Sila
rompió el beso tan suave como lo había hecho comenzar—. Quiero
que lo uses para Navidad.

La cena fue amena, bien servida por los responsables de la velada.


Como siempre, la dinámica fue la de dos mejores amigos con años de
conocerse, ocasionalmente interrumpida por una caricia o un beso.

Al cabo de un par de horas Sila cumplió con su responsabilidad


sobre Min dejándola en el umbral de su hogar. En esta ocasión, a
diferencia del resto, la chica había permanecido recargada en el marco
de la puerta con los brazos entrecruzados mientras Sila volvía al
asiento del conductor y ponía en marcha el vehículo. Lo vio
desaparecer en la noche, solo así se guardó en el interior de su casa.

Algo estaba mal. Al principio, antes de que Sila la llevara de


vuelta, asoció el malestar con la melancolía que le producía tener que
despedirse al final de cada medianoche, sin mencionar que era
consciente de que el tiempo que estaban compartiendo era contado y,
por tanto, casi sagrado. Se sintió como una chiquilla cuyo estómago se
sentía pesado a causa del anhelo de permanecer a lado de la persona
que ama. A ella le había sucedido con su padre cuando este debía irse a
trabajar.

No obstante, eso no era lo que le ocurría. Tampoco se dio cuenta de


que no quería regresar a casa, pero cuando lo hizo no tardó en
descubrir el origen del mal presagio que le asediaba el corazón.

Min cerró la puerta, suspiró, se detuvo a mirar las flores al centro


de la sala de estar y se encaminó a la cocina por un vaso de agua.
Tardó en comprender que su madre estaba en el suelo, dormida en una
posición que no parecía precisamente cómoda, pálida y casi abrazada a
las flores que Sila le había regresado al anunciar su llegada a la
medianoche.

Cuando terminó de entender lo que sus ojos registraban, se


apresuró al lado de la mujer que le había dado la vida, llena de terror y
con lágrimas en los ojos.
—Mamá… —llamó en un sollozo, moviéndola con suavidad para
ver si sus ojos respondían y se abrían a la vida.

La agitación le hizo temblar las manos y le abrumó los sentidos


dificultando el acto de encontrar el pulso de su madre. Colocó dos
dedos sobre el cuello de su madre, intentó conservar la calma y
verificó que el corazón en su pecho seguía latiendo. Aquello le otorgó
un poco de alivio, pero no el suficiente.

La garganta de Min estaba hecha un nudo cuando le llamó a Sila.


La llamada lo tomó por sorpresa, recostado en su habitación. Al
contestar, empezó el diálogo como se habría dado en la cotidianidad.

—Pequeña, me alegra saber que no te cansas de mí —su sonrisa


podía escucharse hasta el otro lado de la línea, dentro del oído de Min.

La ansiedad de la joven se transmitió en cada una de las palabras


que pudo pronunciar. Apenas compartió la situación, Sila se puso de
pie sin siquiera pensarlo, tomó la muda de ropa más cercana y se
dirigió a casa de Min hecho la furia.

—No te preocupes, tía Mam. Ahora te cuento —aseguró cuando la


mujer le llamó, consternada, con todo el ruido que Sila había hecho al
salir de la casa.

Sila llegó para cargar a la madre de Min, la acomodó en el asiento


trasero constatando que su consciencia estaba profundamente perdida,
abrió la puerta para Min y tomó su lugar como el conductor designado.
Llegaron al hospital en pocos minutos, todo gracias a la velocidad
desenfrenada que el pie nervioso de Sila ocasionaba presionando el
acelerador a fondo.

Al llegar al hospital Min respondió un cuestionario frenético


mientras el personal de salud colocaba a su madre en una camilla. Al
terminar las preguntas, el doctor de cabeza se llevó a su madre sin dar
mayor explicación. Min supo que no habría nada que pudiera decirle
sobre el estado de su madre en ese momento. Ambos permanecieron
en la sala de espera, entre el silencio y las caricias de Sila que
intentaban reconfortar a su novia. Min se esforzó por mantener la
compostura sin éxito, sintiendo como varias lágrimas desobedientes
caían de sus pestañas hasta sus mejillas.

Sesenta minutos de mortificación absoluta, se les permitió el


acceso a la unidad que cuidaba de la madre de Min. La joven caminó
con miedo, sin saber qué encontraría del otro lado de la puerta. Cuando
el doctor ofreció el paso, abrió la puerta y descubrió que su madre
estaba del otro lado, despierta. Min corrió a su lado, abalanzándose
sobre ella para cubrirla en un abrazo desesperado porque aquello fuera
suficiente para protegerla.

—Tu madre está bien —mintió el hombre, puesto sobre aviso por
la madre de Min antes de que esta hiciera presencia—. Fue a falta de
comer y presión baja, no hay algo por lo que preocuparse. De todos
modos, no descuides mucho a tu madre, te necesita más que nunca.

—¿Está seguro de que no debo preocuparme? —inquirió Min,


seria, sentada sobre la cama de hospital de su madre.

—Sí —dijo aclarándose la garganta—, solo debe tomarse sus


vitaminas y estará bien. Te lo aseguro.

—¿Podemos ir a casa?

El hombre asintió.

—Entonces iré a encender el auto para irnos —anunció Sila a Min


—, ¿te parece?

—Te acompaño —asintió—. Mamá, ya regreso.

—Claro, hija —dijo ella sonriendo.


La madre de Min espera a que la pareja esté lo bastante lejos para
terminar de satisfacer sus últimas dudas.

—Doctor... —empezó con voz temblorosa—, por favor. ¿Cuánto


me queda? Dígamelo, por favor, ya no quiero hacerme falsas ilusiones.

—Me temo que un mes —respondió con las cejas caídas—, a lo


mucho. En verdad lo lamento, pero su enfermedad ha avanzado tanto
que no hay nada que hacer.

La madre de Min recostada aún en la camilla se soltó a llorar de


una manera desconsolante, tomó al doctor por el brazo delatando las
pocas fuerzas que le quedaban. Su vista se llenó de lágrimas
nublándose casi por completo.

—¿Mi hermano está en el hospital? —preguntó—. Necesito hablar


con él.

—Aquí estoy, hermana —se anunció un hombre cruzando el marco


de la entrada. La mujer alzó el rostro para encontrase con la mirada
triste del hombre con el que había compartido toda su infancia.

—Ya casi regresa Min —dijo—, así que seré rápida. Yo sé que es
mucho pedir, lo sé, pero te ruego que si algo me pasa antes de tiempo
cuides mucho de mi pequeña. Min necesita de alguien que la proteja y
yo ya no podré hacerlo más. Por favor.

El llanto hacían estremecer el estómago de los pocos presentes.

—Claro que sí, hermana. Te lo prometo —juró—. Cuidaré de mi


sobrina como si fuera mi propia hija, por eso no debes preocuparte.
Concéntrate en no venirte abajo, no derrumbarte, necesitas estar
tranquila, ¿sí?

En ese instante las voces de Min y Sila se acercaron por el


corredor.
—Tío —sonríe Min con entusiasmo al encontrarse con la escena
abruptamente enmudecida—, ¡hola! ¿Qué haces aquí?

El hermano de su madre sonrió con gran esfuerzo.

—Pues aquí trabajo, cabeza dura. Más bien, ¿ustedes qué hacen
aquí? Vayan a casa ya, deben descansar —ordenó dándole a su sobrina
un gran abrazo.

Nadie dijo la verdad. Sila las regresó a casa. Cuando Min terminó
de arroparla y cerró la puerta de su habitación, la noche llenó la cabeza
de la mujer desahuciada con millones de recuerdos de su hija cuando
era pequeña, llorando en silencio hasta quedarse dormida.
Capítulo 9
Inquietud

Min no logró conciliar el sueño, por tanto, se decidió por


escabullirse en la habitación de su madre. El descanso de su madre no
se perturbó ante su presencia. La chica se sentó en un pequeño sillón
frente de la cama de su madre, sin embargo, era tanto su cansancio que
pronto cayó dormida.

Horas más tarde, el dolor despertó a la mujer desahuciada, dándose


cuenta de la compañía de su única hija. En ese momento se levantó y
le puso una manta a Min para protegerla del frío.

—Lamento no poder protegerte de lo que está por venir —sollozó


en un susurro.

A la mañana siguiente Min despertó para despertarse de la


ausencia de su madre. El corazón se le encogió. Con gran susto corrió
a buscarla, su premura cesó hasta que percibió ruidos provenientes de
la cocina. Llegó hasta el marco de la puerta con pasos titubeantes. Su
madre le preparaba el almuerzo.

—¿Qué haces? —preguntó Min en voz baja—. ¿No irás al trabajo?

Su madre le correspondió la mirada asomándose sobre su hombro.

—Min, ya bajaste, ¡qué bien! —exclamó en un pico de energía—.


Apenas iba a despertarte, vístete y luego bajas a desayunar. Se te hará
tarde para el trabajo.
—El colegio —corrigió Min e insistió—. Mamá, ¿no irás a
trabajar?

Volviendo su vista al frente para no arruinar su preparación, negó


con su cabeza en un acto casi alegre.

—No, hija —notificó—. Estaré de licencia hasta recuperarme—


mintió.

Min frunció el ceño.

—¿De verdad? —se detuvo un momento para pensarlo con el ceño


fruncido—. Pues está bien, ¿no? Es lo menos que pueden hacer.
Siempre trabajas horas extras y resuelves los problemas de todos los
que no saben hacer su trabajo.

—Así es —apoyó la mujer—, es lo menos que pueden hacer.

Pero un mal presentimiento se volvió a apoderar de la sonrisa de


Min, escondiéndola en lo más profundo de sus pensamientos. No podía
ignorar el hecho de que su madre, sin lugar a dudas, había estado rara
últimamente. Si algo había sido constante en su vida era la devoción y
el respeto por su trabajo. Su madre tal y como la conocía jamás habría
aceptado una licencia.

Min subió las escaleras a su habitación, se apresuró para alistarse y


bajó para tomar el desayuno. Se sentó en silencio sobre una de las
sillas del comedor, observando la comida y bebida que su madre ya
había acomodado pulcramente frente a su lugar. Su madre notó la
aflicción de Min en su silencio, en su falta de apetito y los
movimientos del cubierto con el que trasladaba la comida de un lado al
otro sobre su mismo plato.

—Hija, ¿qué tienes? —preguntó del otro lado del comedor, sentada
frente a su propia lucha por terminarse el desayuno.
Min tardó un poco en responder. Lo primero que hizo fue extender
su brazo por la pequeña mesa hasta alcanzar el otro lado, pidiéndole a
su madre con un gesto que sostuviera su mano. Así lo hizo.

—Mamá —comenzó a hablar. En sus palabras se notaba el nudo en


su garganta—, ¿sabes lo mucho que te quiero?

La mujer trago con dificultad. ¿Cómo podía ser fuerte cuando Min
era tan expresiva, tan amorosa y vulnerable?

—Me quieres tanto como yo te quiero a ti —respondió ella con una


sonrisa que le rasgó el alma.

Min asintió con la cabeza. Las lágrimas comenzaban, sin quererlo,


a desbordarse por sus mejillas.

—Bien, mamá —asintió—. Es bueno que lo sepas. Porque…


mamá, yo no podría perderte. Fue muy difícil perder a papá y sé que
también lo fue para ti. También sé que es el orden de las cosas, que si
nada interfiere y la vida hace lo suyo, en algún momento tendré que
perderte. Pero no quiero hacerlo pronto, mamá. Por favor cuídate, por
favor dime cómo cuidarte y si el trabajo es lo que te hace daño, mamá,
estudiaré más rápido y conseguiré uno también. Dividiremos el daño y
estaremos bien. Pero habla conmigo, mamá, nunca me mientas porque
así no podré saber cómo ayudarte.

La mujer le estrechó la mano a su hija con todo el amor que le fue


posible expresar en un gesto tan pequeño.

—No pienses en el orden de las cosas —aconsejó—, no te tortures


de esa forma. La vida será como deba de ser, no vivas con miedo por
ello. Y no te preocupes por mí, ese no es el orden correcto. Lo correcto
es que yo me preocupe por ti y créeme que estoy preocupada—. Miró
el reloj de la cocina—. Estoy preocupada porque llegarás tarde al
colegio.
Min se secó las lágrimas rebeldes con el dorso de su mano libre.
Aprobó con un movimiento de cabeza y trató de sonreír.

—En una semana es Navidad —recordó la mujer con emoción,


intentando compartirla con su hija—. Tengo el regalo perfecto para ti.
Anímate y corre. Anda.

El colegio de Min no era una cosa precisamente interesante, no


obstante, la cotidianidad se aligeraba con la presencia de Sawit, el
amigo de Min. Antes de que Sila regresara de Tailandia, Sawit había
dejado de asistir a clases por un problema de salud. Su recuperación
fue lenta, actualizada constantemente por conversaciones pequeñas a
través de mensajes de texto. Después, Sila llegó a Seúl y la atención de
Min se abrumó con un solo nombre.

Ese día Sawit estaba de regreso, sentado donde siempre con la


sonrisa con la que solía recibir a Min. No le fue difícil darse cuenta de
que algo iba mal con Min, a pesar de la euforia con la que esta lo
recibió.

Durante la primera hora libre, Sawit aprovechó para sacar a su


amiga del trance de aquel día.

—Has estado todo el día muy pensativa, muñeca. ¿Te pasa algo?

Min volvió a la tierra, mirándolo y sintiéndose en confianza para


expresar sus tormentos.

—Es mi mamá, Sawit —contó—. Ha estado actuando un poco


extraño últimamente, quizá no tanto pero… Siento que algo malo va a
pasar, no sé exactamente qué, solo tengo un presentimiento que no me
deja en paz. ¿Me acompañarías al hospital para hablar con mi tío? Él
está al tanto de los chequeos de mi mamá, si ella me está ocultando
algo él me lo diría.

Sawit reconfortó a Min con un par de caricias en una de sus


mejillas
—Claro, lo que sea por ti, Min —accedió.

Las clases eran eternas a comparación de otros días, no obstante,


apenas terminaron los dos amigos salieron de la institución. La
preocupación de Min le había hecho olvidar que Sila, sin falta, la
esperaría como todos los días frente a la puerta de entrada. Lo recordó
apenas vio la multitud de señoritas alrededor de él, todas histéricas por
conseguir una firma, una foto o un abrazo del joven cantante.

Min supuso que sería momento de presentar a los dos chicos más
importantes de su vida social.

Sila se abrió paso entre todas las chicas al mirar a Min, sus ojos se
parecieron a unos mucho más grandes y resplandecientes, un par de
zafiros sin precio que dominara su valor. Al llegar frente a Min, los
ojos le fueron robados por su acompañante. Inmediatamente frunció el
ceño.

—¿Quién es él? —inquirió Sila serio como nunca.

Antes de que Min pudiera contestar, Sawit dio un paso al frente


cubriendo un poco tras de sí la figura de la chica.

—Soy Sawit, amigo de Min —su presentación sonaba desafiante


—. ¿Y tú eres…?

—Es mi mejor amigo —respondió Min saliendo de la sombra de


Sawit, tomándole el brazo para romper su actitud sobreprotectora—.
Iremos al hospital.

Sila dio un paso al frente, tomándola por un hombro y tocándole la


frente con el mismo cuidado de siempre.

—¿Estás bien? ¿Te duele algo?


Sawit no permitió que continuara hablando, se interpuso entre los
dos enamorados rompiendo el suave contacto de Sila.

—Es algo que no te incumbe.

La paciencia de Sila sucumbió.

—De hecho es algo que sí lo hace —respondió lleno de molestia


—. Yo no soy, a diferencia de ti, solo un amigo. Además, tengo algo
que tú no, aparte de una carrera, estabilidad económica o buen gusto.
Tengo modales. Te sugeriría dejar de actuar como un perro protector si
es que algún día pretendes ganarte el favor de Min.

—Es suficiente —declaró Min en voz alta interponiéndose entre


ambos jóvenes. Una sonrisa se asomaba visiblemente por sus labios—.
Son ridículos los dos. Ahora me toca presentarlos. Uno es mi mejor
amigo, otro es mi novio. —Las cejas de Sawit se alzaron en sorpresa
—. Y entre ustedes no habrá otra cosa que no sea una amistad, ya sea
fingida, forzada o de mutuo acuerdo. ¿Quedó claro?

Sila asintió mientras Sawit se dedicaba a mirar los ojos de su


amiga.

—Lo siento, muñeca —pidió Sawit con las cejas hacia abajo. Sila
alzó las cejas cuando escuchó la última palabra pero no dijo nada—.
Pensé que era algo parecido a un acosador. Has tenido varios, he
ahuyentado bastantes.

Min sonrió.

—Lo sé. Te agradezco por eso —admitió ella—. Y lo lamento,


olvidé que Sila estaría aquí. Solo podía pensar en mi madre y en tu
inesperado regreso.

—No habría sido inesperado si hubieses atendido mis mensajes.


—Bueno, lo siento por eso también —dijo Min, frotando su nuca
con pena en su rostro ruborizado—. El plan ha cambiado. Sila irá con
nosotros, cosa buena porque así nos evitamos los colectivos.

Sawit negó.

—No pretendo hacer mal tercio —dijo—. Mejor luego voy a tu


casa para que me pases los apuntes de los que me he perdido.

Sila ahogó un resoplido.

—Por supuesto, a mi mamá le encantará verte.

Y con un beso en la mejilla de Sawit, Min despidió a su amigo con


una sonrisa de oreja a oreja.

—Nunca me habías hablado de él —acusó Sila mientras


caminaban hacia su auto.

—Ni a él de ti —Min se encogió de hombros—. Lo bueno es que


ya se conocieron.

—Sí, claro —dijo Sila sin emoción en la voz—. Eso es lo bueno.

El tío de Min hacía sus rondas cuando esta se apareció de la mano


de su novio en el piso de urgencias. El hombre la miró con terror en los
ojos, acercándose a paso apresurado a la pareja.

—¡Min! ¿Pasó algo?

—Tío Plug —saludó Min.

Sila solo hizo un pequeño gesto a modo de saludo. Pasó


desapercibido.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a pedirte un favor —reveló Min.


El corazón de su tío se apaciguó cuando no encontró urgencia en la
voz de su sobrina.

—Claro, el que quieras —dijo él mirando a su alrededor para


constatar que no hubiese una urgencia más grande que requiriera de su
atención.

—Quiero que me diga la verdad sobre el estado de salud de mi


madre.

Sila frunció el ceño sorprendido y preocupado, al tiempo que la


sonrisa del rostro de su tío se apagaba por completo abriendo paso a la
seriedad. Inhaló profundamente y encontró la fuerza para continuar
mintiendo.

—Min, la salud de tu madre está bien. No hay nada de lo que debas


preocuparte.

Hubo un silencio que Min utilizó para deshacerse de sus


preocupaciones. Cerró el interrogatorio con un abrazo.

—Sé que no me mentirías —dijo entre los brazos de su tío—. Sé


que puedo contar contigo como un padre desde la muerte de papá.
Gracias por decirme la verdad, no he podido encontrar consuelo desde
ayer.

—Es muy pronto para que se te pase el susto —murmuró el


hombre mientras acariciaba su cabello—. Ahora ve a casa, tu madre
podría preocuparse. Ah, y Sila, cuida mucho de mi sobrina, necesita de
alguien que la proteja.

—Por supuesto que no —protestó Min.

—Claro, señor —prometió Sila.


Capítulo 10
La visita

El fin de semana transcurrió sin muchos acontecimientos. Lo único


extraño fue la visita del tío Plug.

Min no se encontraba en casa, disfrutando de un paseo solitario.


Sila necesitaba dedicar un par de días a la tía Mam, además de cumplir
su necesidad de liberar su frustración y escribir un par de canciones
que tenían en mente. El descanso fue bueno para ambos jóvenes, como
un respiro que no anhelaban pero recibieron agradecidos. Sobre todo
Min, cuyo susto por el desmayo de su madre no había desaparecido
aún.

En su ausencia, la madre de Min llamó a su hermano con la


esperanza de que se presentara con un par de calmantes para el dolor.
No se había imaginado así su muerte y se sentía tonta por ello. ¿Cómo
iba a sentirse el deterioro de la vida por una enfermedad? En
definitiva, no como el beso de un pétalo de rosa. Dolería y lo haría más
conforme la muerte tuviera menos pasos que recorrer para alcanzarla.

—Sida, ya no puedes seguir con toda esta farsa —aseguró Plug


negando con preocupación—. Solo lastimarás a tu propia hija más de
lo que lo hará lo inevitable.

—Sé lo que hago —zanjó exasperada. El tono de su voz se elevó


—. Deja de entrometerte, ¿quieres? Solo haces todo más difícil.

—¿Cómo la muerte puede ser más difícil? —exigió saber—.


¡Entiende que estás muriendo, Sida! Y le estás quitando a tu hija la
oportunidad de hacerse a la idea, de trabajar el duelo de tu pérdida en
tu compañía.
—¡Y tú entiende que nadie se puede hacer a la idea de perder a un
ser querido! —respondió ella en un grito que no encajaba con el
aspecto frágil que traía—. ¡No te metas en lo que no te incumbe!

—¡Pero sí me incumbe! —Plug se levantó furioso de la cama, su


rostro estaba colorado—. ¡Me incumbe porque Min será mi hija!
¡Estás lastimando a mi propia hija!

La ira puso de pie a la madre de Min, caminando hacia su hermano


y levantando la mano para propinarle una bofetada.

—¡Mi hija nunca será la tuya! —los ojos se le desorbitaron. Plug


detuvo la mano de su hermana en pleno trayecto hacia su rostro—. ¡No
te atrevas a actuar como si la amaras más de lo que yo la amo! ¡Nadie
podrá amarla como yo lo hago!

—Estás tan débil que ni siquiera tienes la fuerza para defenderte —


susurró Plug acercándose a ella—. Esto ya no es como cuando éramos
niños. Ganabas cada pelea, propinabas bien cada golpe. Sida, te queda
muy poco tiempo…

—¡¿Y tú qué sabes?! —la madre de Min se desgarró la garganta—.


¡Tú no eres Dios!

Ninguno de los dos escuchó cuando Min volvió a casa. La chica


advirtió los gritos que se intercambiaban en el piso de arriba, subiendo
con cautela hasta llegar a la habitación de su madre. Habían terminado
cuando su mano tocó la perilla, lo supo al ver a su tío abriendo la
puerta por ella y saliendo con el semblante muy serio.

Se sorprendió al mirar a su sobrina, pero la ausencia de lágrimas en


sus ojos le anunció que no había llegado a tiempo para escuchar algo
de lo que se había dicho. No tuvo ganas de decir más. Su saludo —y
despedida— no fue más que un movimiento que alborotó el cabello de
Min. El silencio enmarcó cada uno de los pasos durante su marcha.
Cuando Min entró a la habitación encontró a su madre dormida.
¿Cómo alguien podía conciliar el sueño tan rápido? Apenas hace unos
minutos había estado en una discusión acalorada. No lo sospechó pero
era obvio que su madre fingía para evitar cualquier tipo de preguntar.

La curiosidad permaneció en su cabeza hasta que llegó el inicio de


semana. Habría podido hablar con Sila o con Sawit sobre lo sucedido,
pero si algo de Min era bien conocido por todos era su aversión hacia
la tecnología. Prefirió esperar hasta poder conversar con alguien de
verdad.

La mañana comenzó con un desayuno mudo compartido con su


madre, el camino hacia el colegio y el encuentro de Sawit en el mismo
pupitre de siempre. Antes de que se diera comienzo a la primera hora
de la agenda, Min tomó por el cuello a Sawit obligándolo a levantarse
de su asiento, lo arrastró hasta alcanzar la salida entrando a una de las
aulas desocupadas.

—Tenemos que hablar —anuncia cerrando la puerta tras ella.

—¿Tu novio te prohibió hablarme y ahora nuestra amistad deberá


ser una relación secreta? —inquirió Sawit cruzándose de brazos.

—¡Claro que no! —se apresuró Min—. Jamás aceptaría una


relación secreta… otra vez.

—¿Cómo que otra vez? —preguntó el joven con el ceño fruncido


—. ¿Tuviste una en secreto?

—La tengo.

—¿Con el chico del otro día? ¿Te parece que eso es secreto? Más
de cinco decenas de estudiantes los vieron aquel día, sin contar
aquellos que sacaron su celular para tomarles fotos. Por cierto, ¿por
qué alguien querría fotografiarlos?

Los ojos de Min se abrieron demasiado.


—¿Nos fotografiaron? —pero el recuerdo de la visita del fin de
semana apartó su curiosidad de golpe—. Bueno, no, no es nada de eso.
¡Basta! Nos dejarán fuera de la clase. Se trata de mi tío. El fin de
semana fue de visita,

Sawit parpadeó.

—¿Y eso qué tiene de raro?

Min rodó los ojos, resoplando como si la respuesta en realidad


fuera obvia.

—Mi tío nunca va a la casa por voluntad propia —explicó—, solo


va cuando mi mamá o yo nos enfermamos. ¿Por qué tendría que ir en
fin de semana? Odia salir los fines de semana. ¿Por qué lo haría si,
según lo que dijo el viernes cuando Sila y yo fuimos a verlo al
hospital, mi madre está sana y salva? Eso no tiene mucho sentido.

—Min —llamó Sawit tomándola por los hombros—, pierde el


miedo y cree en las palabras de tu tío. No tienes razón para no creerle.
¿O qué te haría sentir más segura? ¿Escabullirnos dentro del hospital y
buscar el historial de tu madre?

Los ojos de Min destellaron.

—Te adoro —exclamó apresurándose para abrazarlo—. Eso es


justo lo que haremos.

Sawit se puso pálido.

—Min, era una brom… —un beso en su mejilla interrumpió la


frase.

—Vamos, nos dejarán fuera de la clase —apremió Min rompiendo


el abrazo y arrastrándolo de regreso a su propia aula.
Mientras Min tomaba clases, Sila se encontraba en su casa,
despertando de un sueño profundo perturbado por una llamada entrante
que hizo timbrar su móvil. Sin apenas mirar por la desorientación de
un largo descanso, Sila respondió. Su voz estaba ronca.

—Sila, tenemos que hablar —del otro lado su representante sonaba


serio, incluso molesto—. El jefe quiere una conferencia contigo en
cinco minutos. Deberás encender la cámara.

Sila se quejó.

—¿De qué quiere hablar? Estoy de vacaciones. —Sila se levantó


de la cama—. Estaba dormido, ¿seguro quieres que conteste una
llamada del jefe con la cara hinchada y en pijama?

—Esto no es un juego —advirtió—. Te metiste en problemas y a


mí contigo. Tienes cinco minutos. Te mando el enlace de la
conferencia por correo.

La llamada se cortó. Sila frunció la frente. No tuvo tiempo de


sentir curiosidad o llenarse de preguntas, se cambió la ropa, pidió la
oficina de la tía Mam y entró a la reunión en su portátil. El jefe lo
esperaba.

—Quiero que veas una cosa —dijo el hombre del otro lado
ignorando las cortesías.

Inmediatamente la pantalla se llenó de fotografías que Sila jamás


había visto pero reconoció en menos de un instante. En todas salía
acompañado por Min, algunas enseñaban la forma en la que le besaba
la frente, le acariciaba la mejilla, se miraban con detenimiento o reían
juntos. En algunas estaban justo fuera del colegio de Min, entrando a
su auto o a un lado del imbécil de Sawit.

Con un clic, las imágenes desaparecieron y el rostro del jefe volvió


a llenar el espacio.
—Recuérdame para qué querías tus vacaciones. Dijiste algo como
“tiempo para mí”, ¿no? —preguntó—. ¿Para ti o para estar con ella?

—¿De dónde sacaron esas fotos? —susurró Sila sin aliento.

—Ya sabes cómo son las cosas —respondió el hombre—. Las


preguntas las hago yo. Las órdenes las dicto yo. No deberá ser sorpresa
cuando te digo que tengo ambas para ti; una pregunta y una orden.
Primero la pregunta. ¿Qué prefieres? ¿Ella o tu carrera?

Sila negó. El corazón comenzó a sentirse hueco como una esfera


de Navidad, demasiado apropiado para las fechas.

—No me hagas elegir porque la escogeré a ella, la fama no


significa nada —escupió lleno de valor.

El hombre soltó una carcajada incrédula.

—No seas ridículo, Sila. ¿Eso es lo que en realidad piensas? ¿Y


por eso has estado escondiendo a “tu amada” todo este tiempo? —Las
palabras se perdieron en la garganta del joven cantante—. Te dejaré
estar con ella con una condición muy simple.

—¿Cuál?

—Tendrás una relación pública con Kwan —ordenó—. Quiero que


estas fotos queden enterradas por el escándalo mediático de la pareja
del año. Con la otra chica puedes hacer lo que quieras, no me interesa.

Los labios de Sila se fruncieron con disgusto.

—¿Cuál es el beneficio que consigues de todo esto?

—Nosotros ganaríamos el 50% de las acciones de la empresa de


actrices para la que trabaja Kwan —compartió—. Seremos la mejor
empresa de toda Corea. Además tú te quedarías con tu chica ordinaria
y todos seríamos felices.
Min pensaba en su madre, recargada en una de sus manos en una
de sus clases cuando el tono de llamada de su celular interrumpió el
discurso de su profesor. El rostro de Min se ruborizó por completo.

—¿Puedo atender? —preguntó al hombre frente a la pizarra—. Mi


madre está delicada. Podría ser una emergencia.

El profesor asintió con su cabeza y Min corrió fuera del aula. Su


corazón se alivió cuando vio el nombre de Sila en el identificador.

—¿Qué pasa? —susurró—. Te adoro, lo digo en serio, pero estoy


en clase.

—Hay muchísimas fotos de nosotros por todos lados, Min —


notificó. El rostro le palideció a la chica—. Ya lo saben.

—Dios mío, Sila. ¡Lo siento mucho! —se adelantó Min.

—No, Min, nada de esto es culpa tuya —aseguró—. Te estoy


llamando, cosa inusual, porque me están ofreciendo un trato pero no
puedo aceptar sin antes consultarlo contigo.

—¿Conmigo? —se sorprendió ella—. Sila, yo no sé de negocios,


contratos o ventas. No hay nada que tengas que consultarme. Lo que
sea que tengas que decidir lo harás bien.

—Min —llamó con firmeza su atención—. ¿Conoces a Kwan?

—¿La actriz? —preguntó extrañada—. Creo que todos en Corea lo


hacemos. Es más famosa que tú, ¿no?

—Quieren que tenga una relación pública con ella, de lo contrario


cancelan mi contrato y entierran mis ventas. Arruinan mi carrera, Min.

—Oh —murmuró Min. Se hizo un largo silencio—. Pues hazlo.


—¿Estás segura? —preguntó Sila preocupado—. No quiero
hacerte sentir que te escondo de las personas.

Min soltó una risa sin aliento, amarga y poco divertida.

—Pero si eso es lo que siempre has hecho —sus ojos se llenaron de


lágrimas. Min carraspeó y trató de quitarle importancia al asunto—.
¿Qué más da? Me voy, tengo clase.

—Min…

—Te amo —dijo ella y colgó.


Capítulo 11
La presentación

—¿Crees que podamos salir por el estacionamiento? —preguntó


Min por lo bajo antes de que el fin de las clases fuera anunciado.

Sawit la miró de reojo, una media sonrisa se apoderó de sus labios.

—¿Por qué? ¿No quieres ver al príncipe encantador el día de hoy?


—inquirió en un murmuro.

Fue cuestión de suerte la forma en la que ambos esquivaron la


mirada de la profesora en turno. Cuando el terreno estuvo a salvo una
vez más, Min volvió a inclinarse sobre su pupitre hacia Sawit.

—Lo que quiero es infiltrarnos en el hospital de mi tío, ¿vas a


ayudar o no?

Pero antes de obtener respuestas, el equilibrio le jugó mal a Min


dejándola caer estrepitosamente al suelo. Sawit reaccionó al instante.
Se puso de pie y rodeó su propio pupitre para cerciorarse que Min
continuaba en una sola pieza. No había sangre, algo que le relajó el
corazón.

—¿Qué pasa allá atrás? —exigió saber la profesora.

—¡Min! ¡Min! —exclamó Sawit sacudiendo a su amiga en el suelo


—. ¡Min! ¿Te duele algo?

—Solo… —masculló Min, fingiendo estar adolorida—. ¡Solo


quiero saber si me vas a ayudar o no!
El segundo de suspenso que Min había implementado en su línea
de diálogo le infartó el corazón a Sawit, figuradamente, por supuesto.
Cuando la escuchó energética, la miró sonriente y comenzó a reír
Sawit solo frunció el ceño.

—¡No vuelvas a asustarme de esa forma! —chilló—. Sí, Min.


Maldita sea, ¡sí! Te voy a ayudar. Como si de verdad no supieras que
haría cualquier cosa contigo o por ti.

Min estaba segura de que su amor por Sila era inquebrantable, sin
embargo, aquel día prefería escabullirse lejos de él y enfocarse en sus
propias preocupaciones. Al menos sus preocupaciones no eran como
las de él, debatiéndose en la forma en la que anunciaría su relación con
una de las mujeres más guapas del planeta.

Min frunció el ceño con molestia.

—Te pasa algo —dijo Sawit llamando su atención mientras le


picaba el hombro con uno de sus dedos—. Dime. ¿Te hizo algo?

—No me hizo nada —desdeñó ella.

Min agradeció haber llegado tan pronto al hospital. Su tío se


encontraba atendiendo urgencias, específicamente recibiendo las
ambulancias que llegaban con premura para descargar a los pacientes.
No tuvieron más opción que los clichés: entrar por la puerta de
mantenimiento.

La evasión, las mentiras de Min donde aseguraba que había


olvidado algo en el consultorio de su tío, además de los corazones
desbocados no significaron nada alcanzaron los archivos de sus
expedientes. Para sorpresa de Min —y mala espina también—, el de su
madre estaba sobrepuesto, reluciente como si hubiese estado esperando
por ella.
—Aquí no hay nada —anunció Min después de un rato de leer
todo con detenimiento—. Todo está normal.

—Te lo dije —refunfuñó Sawit con el ceño fruncido—.


¡Cometimos un crimen por nada!

El alivio ocasionó en Min una risita extraña.

—No exageres y ayúdame a guardarlo todo.

Esa noche se dio a conocer la relación de Sila. Min no lo esperaba,


Sila tampoco le había advertido que todo sería tan rápido. Miraba la
televisión con su madre cuando, pasando de canal en canal, un
noticiero se llenó con la foto de su novio y otra mujer. La mujer más
hermosa del mundo, por cierto.

—¿Min? —inquirió su madre sin poder despegar los ojos de la


pantalla—. ¿Qué es esto?

Min se apresuró para arrebatarle en control remoto y cambiar la


programación.

—Nada, mamá.

—¿Terminaste con Sila?

—No, mamá.

—¿Entonces, Min?

Ella suspiró.

—Seguimos juntos —afirmó—, solo que él es el joven más


codiciado en el negocio del entretenimiento y yo no soy más que una
chica ordinaria.

—¿Y eso qué? —exigió saber su madre—. ¿Por eso Sila debería
faltarle al respeto a su relación?
—Es mucho más difícil de lo que parece —aseguró Min
regresándole el control. Se puso de pie y se fue a su habitación.
Cuando tocaron la puerta, Min se negó a abrirla. Lo hizo su madre,
revelando entre gritos que eran regalos enviados por Sila.

Min no quiso saber qué eran en esa ocasión, le fue suficiente


conocer la intención detrás de ellos.

No contestó las llamadas de Sila, ni los mensajes de Sawit.


Tampoco fue al colegio los siguientes días, razón por la que se
encontraba presente cuando su madre volvió a sufrir un desmayo. En
esa ocasión recobró la consciencia en pocos segundos.

—¿Estás segura de que te dieron el diagnóstico correcto? —


preguntó Min con el ceño fruncido, sentada al borde de su cama
mientras le extendía un vaso con agua y un par de hielos—. Mamá, de
verdad que esto no es normal.

—Lo es —defendió ella—. Tú no eres doctora, Min.

—No, mamá —murmuró Min—. Es una de las tantas cosas que no


soy.

—Min… —llamó su madre. Min se negó, restándole importancia


al tema con un gesto, la arropó bien y salió de la habitación sin
prestarle atención a sus llamados—. ¡Min!

Lo joven cerró la puerta tras de sí. Los días pasaron. Sila acudió
infinidad de veces a las puertas de su casa, pero Min jamás respondió.
En cambio, le mandaba un mensaje excusándose por estar ocupada
cuidando de su madre. Aunque no era completamente cierto, tampoco
se trataba de una mentira.

Su madre dormía mucho y comía poco, parecía que las horas le


arrebataban kilos de encima. Min se sentía frustrada porque, hasta
donde ella sabía, el malestar de su madre se debía a la desnutrición,
entonces, ¿cómo iba a recuperarse si no comía lo suficiente? Pero su
estado de salud le arrebataba el apetito, haciendo todo el tema uno más
difícil del que habría pensado Min alguna vez.

En algún momento pensó que al menos con la muerte de su padre


no había tenido que presenciar el deterioro de su existencia. Había sido
un accidente, uno que desde luego no le había permitido prepararse
para la falta del hombre de su vida, pero de saberlo… de saber la fecha
exacta en la que su padre moriría, ¿realmente habría podido estar
preparada para verlo partir? ¿Suponía alguna diferencia?

Min pensó que quizá por eso los adultos y las personas mayores
pasaban gran parte del tiempo recordando que el presente debía vivirse
como si no existiera un futuro. En realidad, si lo pensabas bien, no
existía. No existía algo más allá del presente. El pasado se convertía en
recuerdos inciertos y el futuro en ansiedades monstruosas. Solo el
presente podía verse, sentirse y tocarse. Solo el presente podía
disfrutarse de verdad. Y Min estaba ahí, perdiéndolo, por dejar que el
anhelo de ser alguien más se apoderara de ella.

Mientras pensaba todo eso, Sawit estaba fuera de la puerta de la


casa de Min. Caminaba de un lado al otro y pensaba cómo era posible
que ninguna de las dos mujeres en el interior escucharan las pisadas
incesantes en su pórtico. Min no podía recuperar su autoestima de un
momento a otro, pero recuperó el deseo de ver a Sila. A Sila tal y
como era. Tomó su teléfono celular y buscó el nombre de su novio en
internet.

Además de todas las fotografías de Sila con aquella mujer preciosa,


Min encontró que daría una presentación esa misma noche, una
presentación tan improvisada que los boletos se seguían vendiendo.
Min tomó la primera muda de ropa que encontró, se amarró el cabello
en un moño y se lavó la cara. Escuchó a través de la puerta de su
madre, pegando la oreja a la madera de esta, y cuando constató que
ningún ruido advertía que estuviera despierta salió de su casa con
premura.
Pegó un brinco y ahogó un grito cuando abrió la puerta de entrada.
Sawit estaba del otro lado, más guapo de lo normal, con una expresión
de sorpresa.

—¡Min! —saludó—. ¿Qué haces aquí?

—¿Qué hago yo aquí? —inquirió ella en un susurro—. ¡Aquí vivo!

—O sea, sí. ¡Pero he estado caminando sobre este suelo tan ruidoso
cerca de media hora! —exclamó—. ¡Nunca escuchaste! Pensé que no
estabas en casa.

Min frunció el ceño.

—Guarda silencio —susurró—, mi madre está dormida.

—Oh —se apenó Sawit—, lo siento.

La joven cerró la puerta, le puso llave y tomó la mano de Sawit


arrastrándolo tras ella.

—Me vas a acompañar —decretó alcanzando el coche de su


madre, abriendo la puerta del conductor y metiéndose al vehículo de
prisa.

—¿A dónde? —inquirió su amigo.

—A un concierto.

Min manejando parecía una pequeña bestia furiosa sin respeto


alguno por las leyes de la física. Tenía licencia, pero la paciencia le
quedaba corta. Sawit había visto las noticias, como toda Corea y el
resto del mundo, y sin mucha explicación de su amiga unió todas las
piezas del rompecabezas.

Había concluido que Sila era un idiota, tal como lo había pensado
desde un inicio con tan solo verlo. Aunque, si era justo, sus celos
también habían hablado por él. Mientras Min manejaba, contándole
que detestaba la tecnología y le pitaba a todo aquel que se interpusiera
en su camino, Sawit tomó el celular de Min para comprar los boletos
del concierto de Sila.

Mirar su rostro sonriente en la publicidad del evento, y luego a su


amiga a un lado de él, con las comisuras echadas abajo y el ceño
fruncido le llenó el pecho con fuego.

—¿De quién es la tarjeta vinculada? —preguntó Sawit pensando en


las opciones.

—De Sila —respondió Min echando una maldición y hundiendo su


mano en el claxon.

—Entonces no importará si compro dos asientos hasta el frente —


pensó Sawit en voz alta.

—No, no importa —desdeñó Min.

Llegaron al evento pronto, pasaron como el resto de las personas


ordinarias que acudían para escuchar la voz de alguien extraordinario,
tomaron sus asientos y esperaron.

—¿Segura que quieres hacer esto? —inquirió Sawit, dándole una


última oportunidad.

Min asintió.

—Se supone que sus canciones están escritas para mí —dijo ella
—. Quiero escuchar lo que tiene que decir.

Sila salió al escenario causando revuelo entre la multitud. Se veía


diferente cuando era “Sila, el cantante” y no “Sila, el amigo de la
infancia”. Parecía más serio, elegante, distinguido, sonriente y
atractivo. También interfería un poco los vestuarios que usaba para la
presentación y las luces detrás de él.
Para haber sido improvisado, el espectáculo fue magnifico. Con la
información que Min le había dado a Sawit, esa donde compartía la
confesión de Sila donde proclamaba que la musa de sus canciones no
era nadie más que Min, el enojo de Sawit fue subiendo un estrato a
cada minuto. ¿Cómo Sila había sido capaz de destruir la autoestima de
Min, sin siquiera saberlo, y después cantar todo lo que la amaba?

—Esto es una estupidez —escupió Sawit entre dientes.

Min, a su lado, quien no cantaba ni bailaba como el resto, con los


brazos cruzados y la mirada perdida sobre el escenario, volteó para
mirar al joven enfurecido a su lado.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Pero Sawit no contestó. En su lugar, comenzó a saltar de fila en


fila, acercándose al escenario como una exhalación. Ni el elemento de
seguridad pudo detenerlo. Sawit subió el escenario, tomando
desprevenido a Sila, y le propinó un golpe en pleno rostro. Se hizo el
silencio en todo el lugar, interrumpido únicamente por el pitido del
micrófono que había caído al suelo.

Sila reconoció el rostro de Sawit en menos de un segundo. Paró el


avance de seguridad con un solo gesto.

—Te lo mereces —susurró Sawit tomándolo por el cuello de su


camisa.

Sila asintió.

—Me lo merezco —aceptó con tristeza—. ¿Y Min? ¿Viene


contigo?

Pero Min había salido del lugar, abandonando a Sawit por sus
acciones.
Capítulo 12
La gran fiesta

Después de ese día, Min se sintió responsable por ofrecerle una


disculpa a Sila. El golpe de Sawit se había grabado con la cámara
celular de un sinfín de espectadores, siendo viralizado por todas las
redes y convirtiendo en tendencia el nombre de Sila.

Min le llamó, pero no obtuvo respuesta. En cambio, Sawit se


ocupó por escribirle una de las disculpas más largas de la historia. Eso
sí, el texto escrito por Sawit no había perdido la oportunidad de
finalizar con la frase «pero se lo merecía».

Min: No hables de merecer, mucho menos cuando se trata de mi novio. Sawit, Sila es mi
novio. Lo golpeaste. En su trabajo. A nivel internacional. ¿En qué estabas pensando?

Sawit: En ti.

Las vacaciones de diciembre llegaron a Min como un respiro de


aire fresco. Gracias a las redes sociales, Min descubrió que Sila estaba
ocupado con una pequeña gira en los alrededores. A pesar de haber
sido anunciada de forma imprevista, los boletos de cada evento se
habían terminado en un abrir y cerrar de ojos.

Min llegó a apaciguar el enojo que sentía por Sawit cuando leyó
los comentarios de los seguidores de Sila acerca del golpe en su
primera presentación. «¿El golpe fue parte del show? ¡Queremos
otro!», escribían. Incluso se había generado un pequeño grupo de
admiradoras para Sawit. Min no podía negar que Sawit era
especialmente atractivo, a pesar de ser un estudiante ordinario como lo
era ella.

Un día antes de navidad, su madre miró el golpe famoso por las


noticias. Min se preparaba para acompañarla a comprar los
ingredientes para la cena de aquella noche, su madre la esperaba
ojeando los canales en la televisión. Comía un par de bocadillos con
los que casi se atragantó cuando miró la escena.

—¡Min! —se desgañitó—. ¡Min!

A Min casi le dio un infarto. Con el cabello a medio arreglar, corrió


escaleras abajo y llegó sin aliento para inspeccionar la salud de su
madre. Sin embargo, en lugar de encontrarse con la trágica escena que
su mente había dibujado, descubrió a su madre ojiplática frente al
televisor. Los ojos de Min siguieron los de su madre descubriendo el
origen del grito.

—¿Ese es Sawit? —quiso saber.

—Sí, mamá —respondió Min en un murmuro, avergonzada.

La indignación cruzó por el rostro de Sida, reemplazada


rápidamente por una risa incontrolable.

—¿Cómo se le ocurrió hacer semejante cosa? —dijo su madre


entre carcajadas—. ¡No puedo creerlo! Qué bárbaro.

—Sí, mamá… —repitió Min por lo bajo.

El tono de voz de su hija le hizo fruncir el ceño. Olvidó las risas y


miró sobre su hombro con extrañeza.

—¿Qué te sucede? —inquirió.


—Mamá —Min suspiró—, es que Sila no contesta ninguna de mis
llamadas desde ese día.

—¿Me lo dices en serio?

—Sí, mamá —asintió ella—. Y yo no sé si está molesto conmigo,


que seguramente sí, porque al final Sawit es mi amigo. Es como si sus
acciones fueran las mías.

—Ven acá —pidió su madre pidiéndole con una palmada sobre el


sillón que se sentara a un lado de ella. Cuando Min lo hizo, ella suspiró
y continuó—. Bueno, si a mí me lo preguntas, creo que bien merecido
se lo tenía Sila. No estoy nada de acuerdo con sus acciones. Sin
embargo, no eres la madre de Sawit. Sila no debería castigarte por ello.
¿Vendrá hoy?

—No, mamá —negó Min con la cabeza gacha—. Estaba


organizando una fiesta para hoy.

El rostro de Sida se llenó de sorpresa.

—¿Qué dices? ¿Y no vas a ir?

—Pues no me contesta —dijo encogiéndose de hombros.

—¡Pero eres su novia! —recordó—. Min, claro que vas a ir.

—No, no iré —se negó—. No me necesita. Además, lo más lógico


es que vaya Kwan, su pareja pública. ¿De qué sirve ir si ni siquiera
podré estar con él? Seguro irá algún medio de comunicación.
Además... empiezo a pensar que tal vez sí le gusta Kwan.

—¿Por qué piensas eso?

—Pues es obvio, mamá —su voz tembló—. No ha contestado mis


llamadas, cosa que nunca hace, ni siquiera me avisó que daría una gira.
Dejó de darme la atención que solía darme y todo fue a partir del
anuncio de su relación con Kwan. —Los ojos de Min comenzaron a
soltar lágrimas—. Mamá, eres mi mejor amiga. Y por eso puedo
decirte que pienso que lo mejor es dejarlo libre. Sin mí él dejaría de
tener problemas, mamá. Conmigo vive con el miedo constante de
perder su carrera por mi culpa, estoy segura de que sin mí viviría
mejor.

La madre tomó a su hija en brazos antes de que esta se quebrara en


llanto.

—Oh, Min. No llores, hija —dijo mientras se le llenaban los ojos


de lágrimas a ella también—. No es tu culpa, nada de esto lo es.
Escúchame, cariño, que esto es importante: nadie merece tus lágrimas,
son como diamantes, muy valiosas y no cualquiera las merece.
¿Sabes? Tú te pareces a mí. Eres una mujer muy fuerte, no le abras
paso a la inseguridad. Sila te ama por quién eres y no por lo que tienes.
Si de verdad es tuyo, lo seguirá siendo a pesar de todo, pero si no lo es,
simplemente se alejará poco a poco. Pero no tengas miedo, amor, eso
no pasará porque su amor es mutuo. Yo lo sé, los conozco desde que
son niños. Las mamás saben cosas, recuérdalo.

Min soltó una risa un poco menos agobiada.

—Sí, mamá —aceptó ella—. Sabes cosas. O al menos eso parece,


eres la única que encuentra mi zapato izquierdo, el que siempre se me
pierde.

Antes de sentir el llanto cerca, Sida se levantó del sofá.

—Vamos, tienes que arreglarte —dijo—. Todos te esperan en la


fiesta.

Pero Min volvió a negar.

—No iré, mamá —decretó haciendo pucheros.


Sida no dudó en jalarla escaleras arriba hasta alcanzar el armario
de Min.

—Claro que irás, yo misma te voy a llevar —anunció—. Así que


vístete y arréglate rápido porque nos vamos en veinte minutos.

Su madre le pasó una prenda y se fue cerrando la puerta tras de sí.


Min se colocó el vestido rojo que su madre le había dado, acompañado
por unos pendientes pequeños y el collar que Sila le había mandado a
hacer especialmente para ella.

Salieron de la casa cuando estuvo lista. Min no dijo ni una sola


palabra durante el camino, los nervios la estaban consumiendo por
dentro. Al llegar, Min solo sentía como sus piernas temblaban y su
corazón latía cada vez más fuerte, tocó la puerta y al ver que Mam —la
tía de Sila— fue quien le abrió la puerta, soltó un suspiro lleno de
alivio. Mam la recibió con mucho afecto bajando el alboroto de sus
nervios, entraron a la casa y Min fue llevada directamente a Sila.

La reacción de Sila fue maravillosa, cada gesto le hizo recordar lo


amada que se sentía con él. El joven cantante expresó su alegría
dándole un fuerte abrazo e iluminando la mirada de los dos por
completo. Desde luego, la menos contenta era Kwan.

—Min, ¡qué bueno que estas aquí! —exclamó lleno de júbilo—.


Perdón por no haber contestado tus llamadas, estuve muy ocupado
durante mi pequeña gira.

Min contestó sin romper el abrazo.

—No te preocupes por eso, Si —pidió ella—. La que te debe la


disculpa soy yo. Estoy bastante apenada por las acciones de Sawit. Yo
solo quería verte y él solo iba a acompañarme, no sé en qué
momento…

—Está bien, Min —aseguró Sila separándose de ella y


acariciándole el rostro. Le miró los labios, deseoso por besarla, y se
encontró con las joyas pendientes alrededor de su cuello—. ¡Traes el
collar que te regalé! Oh, pequeña, ¡no sabes cuánto significa para mí el
que lo uses!

—Tú me lo regalaste —susurró ella—. ¿Cómo no usarlo?

Sila sonrió.

—¿Te gustaría conocer a Kwan? —La pregunta de Sila tiró del


alma de Min hasta sus pies.

Ella tragó saliva, lidiando con el nudo en su garganta.

—Por supuesto —aceptó con una sonrisa fingida.

—Entonces vamos.

Kwan no estaba lejos de la escena. De hecho, se había colocado de


una forma estratégica para escuchar cada palabra dicha por la pareja.
Se giró hacia ellos apenas escuchó la intención de Sila, sin preocuparse
por sonreír un poco.

—Kwan, te presento a Min —dijo Sila con una gran sonrisa—. Mi


novia y la dueña de mi corazón.

Min, nerviosa, extendió su mano para estrecharla con la de ella.

—Es un placen, Kwan —tartamudeó—. Soy...

—Sí, ya escuché, eres Min, Sila lo acaba de decir —desdeñó ella,


mirando la mano estrechada de Min e ignorando el gesto sin pizca de
remordimiento—. Un placer, soy Kwan, aunque de seguro ya lo sabes,
después de todo soy la novia de Sila, la verdadera dueña de su corazón
para el resto del mundo.

Min se ahogó con su propia saliva. Sila la estrechó en un medio


abrazo, brindándole confort.
—Bueno, pero el resto del mundo se cree cualquier cosa que vea
en televisión —dijo Sila—. ¿Quieres algo de tomar, Min?

—Sí, Sila —respondió Kwan mirando con ojos intimidantes a Min


—. Quiero algo de vino.

—Está bien —murmuró Sila frunciendo un poco el ceño, luego


volvió su vista a la chica del vestido rojo—. ¿Y tú, Min?

—Lo que vayas a tomar está bien —contestó sin dejar de mirar a
Kwan—. Gracias.

—Ya vuelvo, amor —prometió acariciándole una mejilla de nuevo.


Después, Sila desapareció entre los invitados.

—Así que tú eres la famosa concubina de Sila —se burló Kwan


comenzando a caminar alrededor de ella, mirándola de arriba a abajo
—. Es adorable.

—¿Disculpa? —jadeó Min ofendida, girándose para encararla—.


¿Concubina? ¿No estarás hablando de ti? Digo, puede que el alcohol te
haya confundido un poco. Si es así, no te preocupes, estoy aquí para
aclararte las ideas.

—No tienes que aclararme nada —se rio Kwan—, más bien soy yo
la que debe aclararte tu posición. Perdóname que te lo diga, niña, pero
solo eres la querida de mi novio, en cambio yo soy su novia ante las
cámaras.

Min conservó la calma a pesar de que el enojo dentro de ella


comenzaba a ser corrosivo.

—Correcto —asintió desafiante—. Tú eres su novia ante las


cámaras, nadie te lo discute, pero no detrás de ellas. Yo soy la dueña de
su corazón y él solo tiene ojos para mí. No confundas tu papel, podrías
salir muy lastimada si no entiendes que la única concubina aquí eres
tú.
Kwan se partió en una risa falsa.

—¡Ay, Min! —exclamó mirando con sorpresa las piedras en su


cuello—. ¡Qué hermoso collar! Ahora que somos amigas, y de las
buenas, dime a quién se lo robaste. Sé sincera, cariño, nadie nos presta
atención. ¿De quién era? Porque mirándote bien se ve que ni siquiera
tienes la clase social necesaria para comprar algo de buen gusto.

Min suspiró exasperada.

—Puedo enseñarte que tengo otras formas de comunicarme —


ofreció Min con los ojos hechos una rendija de odio—. Formas que
terminan con tus extensiones lejos de tu cabeza, amiga mía.

Kwan abrió los ojos con sorpresa.

—Sin educación —pensó volviéndola a mirar de arriba a abajo—.


No es una sorpresa para personas de tu clase.

Sila llegó justo a tiempo para dejar a Min con la boca llena de
insultos. Tomó la bebida que le extendía Sila sonriendo como pudo,
mirando el momento exacto en el que Kwan vertía la suya sobre el
traje del joven cantante en un descuido malintencionado.

—¡Oh! —exclamó Kwan fingiendo pena. Se acercó a Sila,


presurosa, usando la manga de su vestido para quitar las manchas
sobre las prendas del hombre—. Sila, discúlpame. ¡Qué distraída soy!
¡Oh! Mira nada más cómo ha terminado mi vestido, ¡no puede ser! ¡Y
tu traje! Sila, debemos ir a tu habitación para cambiarnos. ¡Por suerte
traigo un vestido de repuesto!

—No te preocupes, Kwan —pidió Sila apartándola suavemente—.


Hay bastantes habitaciones para invitados, ahora pido que te lleven a
uno. Pero tienes razón, ¡qué desastre! Tengo que cambiarme. Min, ¿me
acompañas arriba?
Min sonrió con satisfacción pero sin alegría.

—Por supuesto, amor mío —respondió remarcando cada palabra.

En efecto, Sila pidió a uno de los ayudantes que se hiciera cargo de


llevar a Kwan a una de las habitaciones para invitados, solo entonces
tomó una de las manos de Min y la condujo escaleras arriba,
dirigiéndola a su propia alcoba.

—No me gusta Kwan —soltó Min con el ceño fruncido, viendo la


forma en la que Sila cerraba la puerta con seguro.

—A mí tampoco —secundó Sila con una gran sonrisa—. A mí solo


me gusta la bella mujer que tengo el placer de estar observando en este
momento.

—No, Sila —negó ella—. Lo digo en serio. No me gusta nada. No


estoy de acuerdo con que tengas una supuesta relación falsa con una
mujer como ella.

Sila se sorprendió, frunció el ceño y dio un paso atrás intentando


comprender la situación.

—¿Por qué dices eso? —preguntó—. ¿Te dijo algo?

Min sintió vergüenza de resumir la terrible educación de la mujer


más cotizada a nivel mundial.

—No —mintió con un nudo en la garganta—. Pero Sila, ponte en


mi lugar. ¿Qué se supone que deba de sentir al verte con una mujer
como ella? ¿La has visto? ¡Es preciosa! Y yo…

—Min —interrumpió Sila negando—, por favor no te atrevas a


decir que no lo eres.

—No iba a hacerlo —zanjó la chica—. Iba a decir que yo no estoy


dispuesta a compartirte con nadie.
—Y no lo harás —aseguró él—. Todo es una farsa. Por favor no te
lo creas.

—¿Y por qué está aquí? —exigió saber alzando un poco el tono de
su voz—. No hay cámaras. Me di cuenta. Las busqué. Aquí solo hay
familia, amigos y conocidos. ¿Qué hace Kwan aquí?

—Puede que no haya cámaras aquí adentro, Min —aceptó—, pero


allá afuera sí. No literalmente afuera, pero en las calles sí. Me tomaron
fotos recogiéndola para pasar las fiestas juntos y eso es algo que haría
una pareja real.

El rostro de Min se llenó de incredulidad.

—¿Eso es lo que haría una pareja real? —repitió Min—. Yo soy tu


pareja real. No fuiste por mí, no me llamaste, no me invitaste a pasar
las fiestas contigo. Me trajo mi mamá. ¡Me invité sola, Sila! ¿Y tú
estabas recogiendo a Kwan?

La exasperación comenzó a cosquillear en el pecho de Sila.

—¿Y qué quieres que haga? —inquirió alzando la voz—. No


olvides que todo esto es por ti. ¡Te pregunté! ¡Dijiste que sí! ¿Y ahora
qué, Min? ¿Quieres cambiar tu respuesta? ¿Qué se supone que haga?
Kwan garantiza mi carrera, ¡es el precio a pagar por haber salido
contigo!

La boca de Min se abrió con sorpresa.

—¿De verdad me estás diciendo eso? —quiso saber—. ¿Pues sabes


qué? No lo hagas. No salgas conmigo. Deja de pagar precios tan altos,
Sila. ¡Precios altísimos! Tan altos que te obligan a salir con la mujer
más guapa del mundo, ¿no?

Sila se pasó la mano por su cabello con desesperación.


—Min, no sé qué te pasa —aseguró—. No soy mujer, no tengo
hermanas, y mi tía Mam es… mi tía Mam. Pero si esto es un tema de
inseguridad, y no te es suficiente que te diga que eres la dueña de mi
corazón, no lo sé Min. Puedo comprarte ropa como la de Kwan para
que te sientas mejor contigo misma, llevarte a clases de maquillaje o…

—¿Qué dices? —exclamó Min—. ¿Me estás diciendo que me vista


como lo hace tu maldita novia falsa?

La indignación la hizo gritar acercando su rostro a escasos


centímetros del de Sila. Las acciones de Min que pretendían
intimidarlo solo le causaron ternura, olvidando la breve desesperación
que se apoderó de él y reemplazando todo eso con anhelo. Anhelaba
besarla, sobre todo porque Min nunca había tenido la iniciativa de
acercarse a él de esa manera.

Rodeó su cuello con suavidad, sintiendo las piedras preciosas bajo


su piel, y más allá de ellas el calor del flujo sanguíneo de Min.

—Eres una tonta al sentirte celosa por una persona como Kwan —
murmuró acercándose a ella todavía más—. Ojalá te vieras con mis
ojos. Kwan no es nada comparada a ti. ¿Tienes alguna idea de lo que
provocas en mí? ¿Alguna idea de todo lo que te necesito? Tú solo
haces que pierda la cordura cuando estoy lejos de ti, me vuelvo loco al
no poder besar esos hermosos labios, siempre tan dulces, al no poder
mirar tus hermosos ojos, siempre tan brillantes. ¡Maldita sea, Min!
Eres tan perfecta...

El deseo en las palabras de Sila le hicieron olvidar a Min todo lo


que Kwan había causado en ella. Intentó no olvidar cómo se respiraba,
haciéndolo entrecortadamente, sintiendo el anhelo hormigueando bajo
su propia piel.

—Bésame —pidió ella.

Sila comenzó a acercarse a sus labios.


—¿Dónde estuviste toda mi vida? —preguntó.

El corazón de Min comenzó a desbocarse.

—Esperando —dijo ella, entonces Sila la besó.

Todo el ruido se convirtió en un profundo silencio. Ambos se


sumergieron en ese beso, lleno de pasión y deseo, sintiendo la forma
de su deseo, urgente como si no se hubieran visto en siglos y no fueran
a verse después de esa noche muchos siglos más.
Capítulo 13
Horas después

Después de lo ocurrido en la habitación de Sila bajaron como si


nada de eso hubiera pasado.

En la fiesta solo había familiares de Sila, o conocidos de su tía


Mam, por lo que no existía problema alguno en tratar a Min como lo
que realmente era —su novia—, dejando a Kwan completamente a un
lado. Conforme pasaban las horas la tensión entre Kwan y Min era
mucho más notoria, naturalmente más palpable entre las dos chicas
que para el resto de los invitados.

Cuando el teléfono de Min sonó, Sila y ella se encontraban


hablando con Mam, quien solo recordaba en voz alta lo mucho que
adoraba a Min desde que apenas era una niña, haciéndola casi una hija
para ella. Kwan estaba a punto de vomitar cuando el tono de la
llamada de Min interrumpió el momento.

Del otro lado, su tío se apresuró a hablar en medio de su alteración.

—Min, ¡¿en dónde estás?! —La sonrisa se esfumó del rostro de la


chica.

La boca se le secó al instante, apenas encontrando voz para


contestarte. Mientras buscaba la respuesta en sus pensamientos,
lidiando con la ansiedad que le generaba la terrible causa de aquella
llamada, en su estómago comenzó a crearse un agujero que la llenó de
malestar.
—En la fiesta de Si, tío —murmuró. Todos voltearon a verla—.
¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Lo lamento mucho, Min —aquellas palabras la hicieron


derrumbarse sobre sus propias piernas, sentándose en el suelo
alrededor de decenas de ojos al pendientes de la situación—. Se trata
de tu madre. La trajeron al hospital de emergencia, se desmayó
mientras manejaba. Está en coma. ¿Puedes venir?

Min parpadeó, estupefacta.

—Sí —se las ingenió para contestar con la voz temblorosa.

Cuando colgó se percató de que Sila y la tía Mam estaban en


cuclillas, uno a cada lado, pidiendo que le trajeran un vaso de agua.
Las preguntas que le hacían comenzaron a aturdirla, como si aquello
fuera posible, obteniendo como respuesta una sola negación reiterada.

Kwan regresó con el vaso con agua solicitado. Min habría sentido
sorpresa por la cortesía con la que le extendió el cristal, sin intenciones
malévolas aparentes en el gesto. También habría pensado que se lo
vertería encima y lo habría cogido con cierto recelo. Sin embargo, la
ofuscación la hizo recibir el gesto sin sospechas, incapaz de pensar en
algo que no fuera su madre.

Por fortuna, Sila interfirió, dañando los planes de Kwan y cogiendo


el vaso por sí mismo.

—¿Qué pasa, amor? —insistió Sila colocando el vaso entre sus


manos—. ¿Qué tienes?

Min bebió un poco de agua, regresándola al instante por el nudo


formado en su garganta. Sin más, se echó a llorar sin consuelo alguno.

—Mi mamá cayó en coma —chilló—. Tengo que irme, lo siento


mucho.
Con la ayuda de Sila y la tía Mam, Min se puso de pie dejando el
vaso en el suelo, con la tinta de sus labios en un borde y filtrando la luz
a través de su propio cuerpo líquido.

—Nos tenemos que ir —le dijo Sila a su tía—. No puedo dejarla


sola, Mam.

—¡Por supuesto, niño! —afirmó ella—. Yo me encargo de todo


esto. ¡Vayan!

Sila tomó la mano de la joven llorosa mientras Mam le echaba


encima de los hombros el saco de su sobrino, todo con la intención de
que no resintiera demasiado el frío al salir por la puerta principal.

La impotencia de Kwan le enrojeció el rostro, alzando su mano


para alcanzar el vestido de Min y jalándolo de tal forma que las
costuras se quebraron en medio de un escándalo.

—¿Por qué eres tan mentirosa, niña patosa? —exigió saber Kwan
mientras cometía el acto.

Sila notó la forma en la que Min casi perdió el equilibrio, llenando


su pecho con una ira irreconocible, quizá la misma que sintió cuando
aquel periodista hizo la pregunta más estúpida del mundo.

Con rapidez, pero un infinito cuidado, pasó a Min detrás de él


encarando a Kwan.

—¿Qué te pasa, Kwan? —exclamó Sila con el ceño fruncido—.


¿Qué te da el derecho de tratarla así? ¿Quién crees que eres?
Discúlpate.

Kwan se echó a reír.

—¿Disculparme? —se burló—. Sila, no seas ridículo. El que me


debe una disculpa eres tú. ¿Cómo te atreves a traer a tu concubina
aquí? Yo soy tu novia, Sila. Debes de darme mi lugar. ¿Y me traes a
esta niña enfrente de toda tu familia para decirme que es la dueña de tu
corazón? ¡Yo soy tu única dueña!

—¿Mi dueña? —repitió enmarcando cada palabra—. ¿Acaso has


olvidado el contrato? Kwan, tú y yo somos pareja frente las cámaras.
Estás aquí por cortesía, porque pensé que podríamos ser amigos y
hacer todo esto más sencillo. Sin embargo, evidentemente gracias a tu
comportamiento, ya no eres bienvenida en esta casa. No te confundas,
puedes ser una de las mujeres más codiciadas de la industria pero aquí
tú no eres nadie importante. Aquí no hay prensa. Es una lástima saber
que detrás de las cámaras solo eres una mujer maleducada —Sila
volvió a tomar la mano de Min—. Deja en paz a mi novia, es una
advertencia. Vámonos, Min.

El camino hacia el hospital fue silencioso. Sila era un gran


conductor a altas velocidades, sin embargo, Min sentía como su pecho
se adhería al respaldo de su propio asiento.

Los ojos de Sila se iluminaban con las luces de la ciudad,


retratando el miedo que sentía por imaginar el corazón de Min
lastimado sin reparo alguno. La garganta se le hizo un nudo y los ojos
se le llenaron de lágrimas. ¿Cómo proteger a la persona que amas de la
voracidad de la vida? Era imposible. De nada le servía todo el dinero
en su cuenta bancaria, ni su carrera o los triunfos que había logrado.
Nada podía usar como escudo para Min, y se sintió impotente.

Plug los estaba esperando en la entrada del hospital. No hubo


saludos, tampoco abrazos. Todo el ambiente se sentía bastante fúnebre.
Rápidamente dieron con el cuarto donde tenían a su madre. Al entrar la
escena que vio Min le destrozó el corazón por completo; su madre se
encontraba entubada sin conocimiento alguno.

Min se despegó del lado de Sila para recostarse a un lado de su


madre. Ambos hombres fueron testigos del beso tan tierno con el que
Min saludó a su madre, mitigando las lágrimas con el pensamiento de
que debían ser fuertes para ella.
—Mamá, mamá, ma.… —dijo y se le quebró la voz. Después de
un largo suspiro, volvió a intentar formar la frase—. ¿Me escuchas,
mamá? Por favor reacciona, tú eres fuerte y saldrás de todo esto. Si no
quieres hacerlo por ti, hazlo por mí, por favor. Te necesito conmigo.
Hablo en serio cuando digo que eres lo único que me queda.

Min se secó las lágrimas de sus ojos, carraspeó y miró a su tío.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella—. Ya no me mientas. No


voy a seguirme creyendo que todo esto es por una deficiencia de
nutrientes. Dime la verdad, soy su hija, soy la que se quedará sola si
ella falta. Merezco que me digas la verdad.

—La única verdad que necesitas saber es que el procedimiento que


necesitamos practicarle es demasiado costoso —dijo él—. El seguro de
Sida no lo cubre. Y aunque lo hagamos, no hay garantía de que sacará
a tu madre de peligro. Es una situación delicada.

—Entiendo —asintió Min con suavidad y dejando caer otra


lágrima se llevó las manos al cuello para desabrochar el collar que
había sido hecho solo para ella—. Hay que intentarlo. Toma esto. Son
diamantes, diamantes de verdad. Ayúdame a venderlo, tío. Quiero que
se haga lo necesario para regresar a mi mamá de vuelta a casa.

—Pero Min, tu madre... —comenzó Plug.

—Ya me dijiste la única verdad que necesito saber —interrumpió


Min, consciente de que quizá no podría tolerar más información—. Por
favor toma el collar, ayúdame con esto.

—Min —intervino Sila—, yo puedo pagarlo todo.

Pero Min negó rotundamente. Plug tomó el collar que su sobrina le


extendía, sorprendido por el peso y la cantidad de diamantes que
colgaban de él.
—Haré lo que me pidas —prometió.

Plug salió de la habitación. Min comenzó a llorar, en silencio,


escondida en el cuello de su madre, aferrada a él como un bebé. Sila
permaneció en silencio, sin poder encontrar la fuerza para tomar
asiento, buscando en su mente las formas en las que podía ser de
ayuda.

—Min, iré a tu casa —informó él—. Te traeré un cambio de ropa


para que estés más cómoda. Y comida.

Min asintió sin decir nada y Sila se marchó sin hacer ruido.
Regresó al cabo de una hora, con los bocadillos favoritos de Min y un
conjunto deportivo. Min no quiso meterse nada a la boca. Se cambió
en la misma habitación, con Sila cuidando la entrada, y se recostó con
su madre nuevamente. Lloró hasta quedarse dormida.

Sila tomó asiento a un lado, cayendo dormido con una de las


manos de Min entre las suyas.

Ya era de madrugada cuando Sila recibió una llamada de Mam,


quien lo esperaba angustiada en casa. Preocupada al no obtener
respuesta decidió ir a buscarlo al hospital. Como era de esperarse,
Kwan había dejado un equipo de seguridad camuflado fuera de la casa
de Sila, con órdenes estrictas de comunicar cualquier tipo de actividad.
Al enterarse de la salida de Mam, Kwan ordenó desde el hotel donde
se hospedaba que le siguieran el paso.

La tía Mam, el equipo de seguridad de Kwan y la chica en cuestión


llegaron casi al mismo tiempo. Mam se encontró con el tío de Min, el
mismo que se encargaba de sus chequeos anuales, quien la dirigió a la
habitación de Sida. Con cautela, Plug descubrió una escena que
enterneció el corazón de Mam. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Los sobrinos… —murmuró Plug a su lado—. Casi como


nuestros hijos, ¿no?
Sila despertó al instante. Kwan observaba todo desde la distancia,
oculta entre el resto de personas que iban y venían. Sila soltó la mano
de Min al ponerse de pie, despertándola a ella también.

—¿Qué pasa? —musitó ella con los ojos hinchados.

—Vino Mam —contó Sila—. Quédate aquí, ya vengo.

Sila salió de la habitación, abrazando a Mam y aceptando la


sugerencia de Plug para ir a la cafetería por una bebida caliente. Kwan
aprovechó la puerta abierta para irrumpir en la habitación de Sida.

—Esto es genial —se burló Kwan, mirando a su alrededor con


disgusto—. Sila me dejó en la fiesta solo para acompañar a una
moribunda… Sin duda eso habla de lo encantador que es mi novio,
siempre haciendo obras de caridad. En fin, vengo a ofrecerte un trato.

Min se levantó de la cama, dispuesta a hacerle frente.

—Tú no tienes permitido estar aquí —escupió con la voz baja,


como si su madre en realidad estuviese dormida y pudiese perturbar su
sueño con los gritos que deseaba pegar en ese momento—. Lárgate
ahora si no quieres que te saque yo misma.

Pero Kwan hizo caso omiso, caminando hasta llegar al otro lado de
la cama que sostenía el cuerpo inconsciente de Sida.

—Imagino que no sabes qué es lo que tiene tu madre —asumió


deslizando sus dedos sobre las sábanas—. También imagino que sabes
que tu tío descuida demasiado su oficina, lo suficiente para que
cualquiera entre y salga. Tengo un trato para ti.

—Te lo advierto Kwan, ya vete —dijo entre dientes.

Kwan le sonrió, sacando la mano que mantenía oculta dentro de


uno de los bolsillos de su abrigo y enseñando el collar que Min le
había dado a su tío, el mismo que había llevado a la fiesta, el que Sila
había mandado a hacer solo para ella.

—No es difícil saber que tu familia no tiene el dinero suficiente


como para pagar la atención que tu madre necesita —comenzó Kwan
—. Y, seguramente, tu estúpido orgullo no recibe la ayuda de Sila, si es
que mi novio llegó a ofrecértela. También creo que no recibes su
dinero porque, muy en el fondo, sabes que lo que él siente por ti no es
amor, más bien es lástima. Y es que… ¿Qué clase de monstruo
abandonaría a una niña cuya madre está a punto de morir, a pesar de no
sentir nada por ella? —Kwan suspiró, aventando el collar hacia Min,
quien lo atrapó en el aire con cierta dificultad—. Así que el trato es
este: dejas a Sila en paz y yo te prometo que tu madre vivirá. Me
encargaré de enviarlas a Estados Unidos, o el país que sea el mejor
para su tratamiento, pagaré los mejores hospitales, las cirugías más
complejas, te pagaré la vida para que puedas pasarla feliz a lado de tu
madre, y si sale de todo esto, le daré un trabajo apropiado, con un
sueldo de ensueño y sin la necesidad de trabajar horas extras o declinar
sus vacaciones. Salvaré a tu madre, Min, como solo el dinero puede
hacerlo, a cambio de que dejes a Sila en paz.

—No hablas en serio —se negó Min.

Kwan dejó las sonrisas, la burla y el despotismo, comenzó a actuar


como una persona derecha cuyas promesas siempre eran cumplidas.

—Sería una promesa —dijo ella—. Y si tú lo quieres; un contrato.


Te daría mi palabra por escrito. ¿Qué dices? ¿Prefieres salvar la vida
de tu madre o seguir siendo la novia de un hombre que prefiere su
carrera antes que a ti?

Los ojos de Min se llenaron de lágrimas, llegando a la


exasperación a cada segundo que pasaba. Miró el collar entre sus
manos, como si fuera el propio amor de Sila, y se cuestionó que tanta
verdad había en las palabras de aquella mujer con juegos tan sucios.
Lo pensó, los segundos suficientes para sentirse estúpida.
—No —se negó ella, metiendo el collar en los bolsillos de su
pantalón—. No necesito nada de ti. Y si lo que Sila siente por mí no es
amor, sino lástima, la lástima lo hará pagar lo que sea necesario para
salvar a mi madre. Si lo que dices es cierto y todo esto es una obra de
caridad, dejaré que Sila la concluya como debe de ser.

Kwan retuvo la respiración, soltándola después de unos segundos


tratando de mantener la calma.

—Como quieras —desdeñó quitando sus dedos de la cama de Sida


—. De todas formas tu madre morirá.

Kwan se fue sin decir más, a tiempo para no ser vista por Sila o
Mam. Min deseó que no tuviera razón, se dirigió hacia su madre y con
lágrimas en los ojos volvió a acostarse a su lado.

—Ojalá pudiera quedarme dormida como tú, mamá —murmuró—.


Ojalá yo pudiera tomar tu lugar.

Y sosteniendo la mano de su madre, Min se quedó dormida sin


saber que la mujer que le había dado la vida había entrado en etapa
terminal justo en ese momento, como si las palabras de Kwan fuesen
una maldición, y que ya solo era cuestión de días o quizá de horas para
que su madre partiera, irreversiblemente, de este mundo.
Capítulo 14
Malas noticias

Afortunadamente, la noche transcurrió con normalidad y sin


contratiempo.

Había quedado en evidencia que la mentira de Sida y Plug era, de


hecho, insostenible, sin embargo, Plug no estaba dispuesto a que la
última petición de su hermana la hiciera quedar como una villana. Así,
consciente de que se jugaba su licencia, entró en la habitación de Sida
donde su sobrina se encontraba profundamente dormida, llevándose a
la mujer inerte para duplicar los análisis que semanas atrás habían
revelado la inevitable verdad.

Sila se vio forzado en abandonar la habitación temprano por la


mañana después de la fiesta, la llamada del hospital y la visita de
Mam, con la intención de devolver a esta última a su propio hogar. La
tía Mam, naturalmente, había conocido a Sida durante muchos años, y
aunque eran más conocidas que amigas, la situación le retorció el
corazón de tristeza negándose a abandonar a la madre de su nuera la
primera noche de su batalla contra la muerte.

No obstante, cuando se aseguró de que su tía se metiera a la cama,


su disposición de regresar al lado de Min se vio frustrada por una
llamada de su representante.

—Ae está en Seúl —anunció—. Kwan ha levantado un reporte en


contra tuya. Sus presencias fueron solicitadas en calidad de urgencia a
las oficinas de la ciudad.
—Pero es Navidad —objetó Sila.

—Poco importa —zanjó él—. Ae está cansado de tu


comportamiento desde que decidiste tomarte esas vacaciones. ¿Crees
que no se enteró del escándalo del concierto? Le notificaron que la
chica con la que estás saliendo asistió al evento, acompañada por el
joven que te plantó semejante golpe en plena cara. No está feliz, te
aconsejo que te muevas y llegues rápido a la reunión; Kwan ya está
allá.

Sila bufó, escuchando la línea muerta tras el fin de la llamada, y


aventó el móvil encima de su cama lleno de ira. Estaba harto, pero
incluso así llegó a las instalaciones tan rápido como una exhalación.

Ae estaba en su oficina, tomando el té con Kwan. La sola imagen


de la joven actriz revolvió el estómago del cantante. No quiso entrar
más allá, permaneció en el marco de la puerta, con los brazos cruzados
y la expresión fría como un tempano de hielo.

—Es Navidad —recordó Sila en un saludo seco.

Kwan volteó a verlo con la expresión más inocente de todas,


haciendo parecer que el del problema solo era él, que nada de eso
hubiese sido necesario si Sila hubiese sido prudente. El rostro
suavizado por la pena y el supuesto cariño que aparentemente llenaba a
Kwan cuando miraba a Sila no solo le parecía fingido a este último,
también le generaba nauseas.

—Entonces feliz Navidad —saludó Ae con formalidad, luego


señaló con la palma extendida el asiento vacío frente a su escritorio, a
un lado de la mujer con el abrigo extravagante de siempre. Sila se negó
y Ae suspiró—. Seré rápido, Sila. Ni Kwan ni yo queremos estar aquí,
sin embargo tus acciones nos han llevado a convocar esta reunión
urgente e inoportuna en un día como este, el día de la tan esperada
Navidad, así que te recomiendo que muestres un poco más apertura,
por tu bien.
—¿Por mi bien? —repitió lleno de coraje—. ¿O por el tuyo? Estoy
harto de toda esta estúpida farsa, de todo lo que le has hecho a mi vida.

Ae ahogó una sonrisa.

—Recuerda que tú aceptaste cada uno de mis tratos —dijo el


hombre tras el escritorio—, que todo fue tu decisión y que yo no te
forcé a nada.

—¡Sí, pero me amenazaste! —explotó Sila haciendo saltar a Kwan


sobre su asiento. No lo había escuchado gritar así ni siquiera cuando la
enfrentó en la fiesta, la noche anterior—. ¡Tú también recuerda!
¡Recuerda que me amenazaste con quitarme mi carrera!

—¿Tu carrera? —inquirió Ae, burlón—. Esa cosa no existiría sin


mí, Sila. Sí lo sabes, ¿verdad? —Y con un largo suspiro, Ae se
enderezó tan imponente como lograba ser con su altura y corpulencia
—. Es la última vez que te permito usar ese tono conmigo, a la
siguiente no lo pediré como lo haría cualquiera de ustedes; la próxima
vez que me alces la voz o incumplas uno de tus contratos voy a acabar
con tu carrera, y utilizaré todo lo que mi reputación tenga a su alcance
para destruir la tuya. Sin mí no volverás a cantar, Sila. Para nadie.
Nunca volverás a ser escuchado. Vas a desaparecer, o casi. Mejor
dicho, vas a querer haber desaparecido de verdad.

Sila tomó una gran bocanada de aire asediado con el olor de la


fragancia de aquel hombre, controlando sus nervios y el coraje que
anudaba su estómago.

—Bien —escupió en voz baja—. Te escucho. ¿Qué es lo que


necesitan?

—Quiero que le pidas una disculpa a Kwan —soltó Ae—. Me ha


contado todo lo que sucedió ayer, y sin duda es una gran estupidez de
tu parte que juntes a tus dos mujeres en el mismo lugar.
—Solo tengo una mujer —interrumpió Sila mirando fijamente a
Kwan.

—Te equivocas —corrigió el jefe—. Tienes dos, por si nadie te lo


ha dicho, y al tener una relación formal y pública con una mujer como
Kwan tienes terminantemente prohibido realizar tus actividades
extraordinarias en presencia de cualquier testigo.

—No entiendo —dijo Sila harto—. Hazme un resumen, es


Navidad.

La advertencia encendió la mirada de Ae, soltando una risa


incrédula.

—Es Navidad —concedió Ae—. El resumen es que, si pretendes


continuar esa relación que podría terminar con tu carrera, hazlo, pero
nadie puede verte con esa… joven. Nadie, Sila. Y eso incluye a tu
familia. ¿Quieres seguirla viendo? No lo sé, quizá un motel sería
mucho más privado.

Kwan extendió una de sus manos, rozando uno de los puños de Ae


para atraer su mirada.

—No, Ae —negó con una sonrisa amable—. La niña es agradable,


educada y honrada. Entiendo por qué jamás podría ser la pareja de una
celebridad como Sila, pero los insultos quedan de más.

Sila soltó una risa amarga, seca y rota.

—¿Lo ves? —dijo Ae, regresando su mirada hacia el cantante—.


Te he hecho un favor. Son la pareja perfecta, pronto te darás cuenta de
ello y me lo agradecerás. Por lo pronto, discúlpate y lárgate de mi
oficina.

—Lo siento —zanjó Sila, dándose la vuelta y diciendo—: Feliz


Navidad.
—¡Es Navidad! —recordó Ae—. Un novio pasaría Navidad con su
pareja.

Sila paró en seco, apretando su mandíbula y soltando el aire con


estrés. Regresó rápidamente, tomando a Kwan del brazo y jalándola
detrás de sí. Kwan se despidió como pudo, mostrándose tan dulce
como nunca. Apenas llegaron al estacionamiento donde el conductor
de Sila lo esperaba parado a un lado de la puerta del copiloto, Kwan se
detuvo obligándolo a detenerse también.

—No estoy de acuerdo con lo que dijo Ae —soltó Kwan—. Sigue


llevando a Min con tu familia, en la vida cotidiana. Yo no diré nada,
¡es una promesa! —exageró llevándose la mano al corazón—. Incluso
podría ir a cenar con nosotros para celebrar Navidad. ¿Qué dices? Tal
vez podríamos ser amigos.

El joven enarcó una ceja.

—No creo nada de lo que dices.

—No, Sila, lo digo en serio —mintió estrechándole la mano. Sin


lugar a dudas la actuación era su vocación—. Me da mucha pena
haberme comportado ayer de la forma en la que lo hice, no quiero
excusarme pero iba un poco pasada de copas. ¡Incluso te tiré el vino
encima!

La controversia frunció el ceño de Sila, cayendo en el embuste de


Kwan.

—Es verdad, tomaste bastante en la fiesta —reconoció—. Pero eso


no te excusa.

—Es lo que yo dije —señaló Kwan con una sonrisa—.


Discúlpame, ¿sí? También me gustaría disculparme con Min en la cena
de hoy.

—Lo pensaré —accedió Sila—, pero no habrá más alcohol para ti.
Para sorpresa de Kwan, Sila no se subió a su automóvil. En su
lugar, despachó a Kwan pidiéndole al conductor que la llevara a casa y
lo alcanzara en el hospital, pidiendo un viaje a través de su celular.

Llegó antes del mediodía, quedándose a cierta distancia cuando


encontró a Min platicando con su tío fuera de la habitación de Sida,
ambos tan serios como jamás los había visto antes.

—Ya tengo el costo total del tratamiento de tu madre —anunció


Plug.

—Hablando de eso… —dijo Min—. Ayer entré a tu oficina y


encontré el collar que te di como si se tratara de un envoltorio de
alguna golosina. Ni siquiera te has dado cuenta de que falta.

Plug mostró sorpresa.

—¿Lo tomaste?

—Sí —mintió Min—, no quiero que alguien entre y se lleve algo


que seguramente cuesta más que mi propia casa.

—Me habría dado un infarto si no me lo dices, niña —regañó él—.


Ayer le tomé un par de fotos y estuve solicitando evaluaciones a través
de internet. Tengo una estimación del costo de la pieza, y sí, cuesta
más que tu casa y la mía juntas.

Un suspiro de alivio regocijó a Min. Luego, la expresión de Plug se


ensombreció. La preocupación volvió al rostro de la joven.

—¿Pasa algo? —apremió ella.

—Te lo diré sin más rodeos —advirtió su tío—. Tu madre tiene…

Min alzó la mano para detenerlo, congelándola en el aire.


—No quiero saberlo, solo quiero que me digas si puedes curarla y
si el collar es suficiente.

—No, Min —respondió él—. No es suficiente.

Min se desplomó en el suelo, llevando a Plug a hincarse para


recogerla. Sila corrió hacia la escena, preguntando qué era lo que había
pasado, tomando a la chica entre sus brazos y mirando la forma en la
que ella lo miraba, consternada y con bolsas oscuras debajo de sus
ojos.

—Está en shock —exclamó Plug, revisándole el pulso—. Quizá


esté deshidratada, están apareciendo los primeros síntomas. Un poco
de suero será suficiente.

—¿Qué le dijiste? —exigió saber Sila.

—Que el collar no es suficiente para pagar la terapia de su madre


—contestó—. Y que la terapia es urgente. Y yo no tengo forma de
pagar una cantidad como esa ni en un millón de vidas.

—¿Cuánto es?

—$850,000 dólares.

—No hables más con Min de dinero —zanjó Sila—, eso lo pago
yo. Cualquier factura me la pasas a mí y no quiero escuchar más del
tema, suficiente es el estado de Sida como para abrumar a Min con
burocracia sin sentido.

Min terminó en una habitación, recostada, en un sueño ligero y con


el suero pegado a una de sus muñecas. Sila se acostó a un lado de ella,
colocando su cabeza encima de su pecho. Le daba miedo respirar y
despertarla, pero esperaba que el latido de su corazón le brindara el
confort necesario para cruzar toda esa situación con la fuerza que le
hacía falta.
Al despertar, apenas una hora después, lo primero que Min hizo fue
despegar sus labios secos y hablar.

—Muchas gracias, te prometo que te pagaré, encontraré la forma.

Sila la detuvo colocándole un dedo sobre sus labios.

—Ya no quiero escucharte hablando de dinero —pidió con ternura


—. Todo lo mío es tuyo, quiero que te quede claro.

—¿Y mamá? —preguntó—. Tengo que ir a verla.

Y con premura intentó ponerse de pie. Sila la regresó a su lado con


suavidad.

—Ella está bien, Plug hace guardia en su zona —anunció él—.


Min, oye, es Navidad.

El susurro de Sila erizó la piel de Min, llenándole los ojos de


lágrimas.

—Lo sé —dijo ella.

—¿Cómo te sientes? —quiso saber.

—Bien —aseguró la chica intentando quitarse el suero. Sila negó,


colocándole una mano sobre la muñeca para cubrir los adhesivos.

—Min, no quiero abrumarte más de lo que ya estás —se disculpó


—, pero hoy tuve una charla con Ae.

—¿Y qué sucedió?

Sila suspiró.

—Una llamada de atención —resumió sin dar más detalles—.


Debo pasar Navidad con Kwan, ella quiere ir a cenar y piensa que
sería buena idea que nos acompañes.
Min frunció el ceño.

—¿Ella piensa que es una buena idea que yo los acompañe a cenar
por Navidad? —repitió extrañada.

Sila asintió.

—Y a mí me gustaría mucho que vinieras conmigo —rogó—. Pero


si no quieres, si quieres permanecer a lado de tu madre, Min, me
quedaré contigo sin importar nada.

—No —negó la chica decidida—. Voy contigo. De cualquier forma


no soy doctora —recordó en voz alta lo que alguna vez le había dicho
su madre—. No hay nada que pueda hacer.

El joven no encontró palabras, solo empatizó con la triste chica de


sonrisa frágil acariciándole el rostro. Cuando Min regresó a casa
después de la larga noche, sintió que no había dormido ahí en un año.

En un trance de melancolía, Min arrastró los pies hasta la


habitación de su madre. Aunque la chica había cerrado la puerta al
entrar, Sila se quedó estático del otro lado, sintiendo el error de sus
acciones. Lo sospechó; imaginó a Min tirada sobre las sábanas de su
madre drenando su corazón en un mar de lágrimas.

Temeroso por hacer enojar a Min, Sila se inclinó, levantó el tapete


de bienvenida en la entrada, tomó la llave de emergencia entre sus
dedos y entró. La estancia lo recibió con los sollozos fantasmales de
Min. La alcanzó donde la había imaginado y se recostó a un lado de
ella hasta que no hubo más lágrimas. Después de un rato Min habló.

—Voy a arreglarme ya —anunció—. ¿Podrías esperarme abajo?

—Claro que sí, pequeña —asintió él.


Sila salió de la habitación y se dirigió a la sala de estar para esperar
a Min, no paso ni siquiera una hora cuando ella bajó por las mismas
escaleras encontrándose a un Sila profundamente dormido en el sofá.
Sin perderse la oportunidad, Min lo despertó con un susto que hizo que
él cayera al suelo. Min se echó a reír como nunca con una sonrisa que
le iluminó el semblante.

Sila se desperezó a tiempo para mirar cómo el rostro de Min


cambiaba de uno triste a uno lleno de vida, cautivándolo tanto que no
se pudo resistir a tomarla entre sus brazos y besarle. Cruelmente, una
llamada de Kwan cortó la sincronización de sus latidos.

—¿Dónde están? —fue lo primero que escuchó Sila del otro lado
—. Los estoy esperando desde hace quince minutos.

— Ya vamos para allá, Kwan —respondió Sila agitado.

—Bien, ya no tarden —dijo y colgó.

Al salir, Sila colocó de nuevo la llave de emergencia debajo del


tapete. Llegaron pronto a su restaurante de destino. Apenas los vio
entrar en el lugar, Kwan corrió para abrazar a Sila, luego saludó a Min
con toda la normalidad del mundo.

Kwan convenció a Sila de pedir una botella de vino, una cosecha


que se dividieron entre ambos. Min rechazó un trago más de cinco
veces, siendo más una espectadora que una invitada en la cena. La
amabilidad que Kwan mostraba con Min había aclimatado a Sila,
llenándolo de confianza con la idea de que podían ser amigos y, sin
quererlo, prestando más atención a la actriz que a su propia novia.

Min se mostró indiferente ante toda la escena, incapaz de pensar en


algo más que no fuera su madre, incluso su tío quien pasaba las fiestas
a lado de su hermana. Al acabarse la botella, las dos celebridades reían
en descontrol, maravillados por el otro. La conversación arrastraba
continuamente a Min con risas genuinas por las ocurrencias, soltando
comentarios que aportaban poco o mucho, generando más carcajadas.
Kwan estaba irreconocible.

Aceptó cuando Kwan ofreció ir al cine, arrebatando asentimientos


simpáticos por parte de Sila, no obstante, las risas acabaron cuando
salieron y la noche se mostró hostil. Min había olvidado llevarse algo
para cubrirse. Con el frío erizando su piel, alzó la mirada para
descubrir que el saco de Sila estaba sobre los hombros de Kwan. Un
pequeño destello curioso en los ojos de la actriz le revolvió el
estómago, llenándola de malestar y la sensación de ser la persona más
estúpida del mundo. ¿Cómo había ocurrido que ir a cenar con ellos dos
era buena idea?

—¿Podrías llevarme al hospital? —interrumpió Min con un nudo


en la voz—. Quisiera ir a ver a mi mamá, también a mi tío.

—Claro, Min —respondió Sila cortando la risa que compartía con


Kwan—. ¿Podemos llevar primero a Kwan a su casa?

Min refunfuñó sin poderse contener, rodando los ojos y dando un


paso hacia atrás.

—Olvídalo, me iré caminando —espetó—. Llévala a su casa, nos


vemos mañana, ¿vale? Con cuidado.

Min no esperó respuesta, dio media vuelta y comenzó a caminar en


la dirección contraria. Sila no lo pensó dos veces, siguió sus pasos
hasta alcanzarla, le tomó el brazo y la hizo girar para que le mirase los
ojos.

—Min... ¿Qué te pasa? —preguntó con el alcohol sonrojándole las


mejillas—. Kwan está tratando de arreglar las cosas con nosotros, todo
iba viento en popa, podría decir que incluso te estabas divirtiendo.
¿Qué tienes?

— Pasa que ya no eres el mismo conmigo desde que ella llegó a


nuestras vidas —soltó con tristeza y enojo—. Antes me dabas tus
suéteres a mí.

Desconcertado, Sila miró a la actriz que permanecía a varios pasos


de distancia brindándoles privacidad, mirando la pantalla de su celular
y gozando la protección del saco del cantante. Sila frunció el ceño,
regresando los ojos a su novia.

—¿De qué hablas, Min? Es solo un suéter —respondió con una


sonrisa—. Yo te puedo abrazar para quitarte el frío...

—¡No, Sila! —exclamó Min con lágrimas en los ojos, sobrepasada


por todo lo que estaba sucediendo en su vida—. Admítelo, ella te gusta
más que yo. ¡Ni siquiera parece que te des cuenta de lo mucho que me
gustas! Pero yo sí me doy cuenta de lo mucho que te gusta, se nota
toda la alegría que te da el verla... Ella que apoderó de ti con su
belleza, mientras yo… Yo solo soy un momento. No soy ni la mitad de
hermosa de lo que es ella, no puedo manejar la forma en la que la
miras, me parece que no estás actuando. Creo que todo esto con ella es
real. Y por eso Kwan se porta como lo hace conmigo. ¿Cómo alguien
podría obligarse a no amarte? Cautivaste a Kwan, y Kwan a ti, y yo
estaré bien. Llévala a casa.

Min retiró la mano de Sila, siguiendo su camino sin voltear atrás,


esperando que Sila fuera detrás de ella, pero nunca pasó. Caminando
llegó al hospital, encontrándose una escena inesperada: una decena de
enfermeros trataba de reanimar a su madre. Min corrió hacia la
habitación con el alma en la garganta, siendo atrapada por su tío como
si no pesara más de diez kilos.

—No, Min —rogó—. No entres. Por favor, no lo hagas.

Min lloró en los brazos de su tío quien trató de tranquilizarla sin


éxito. ¿Cómo podía hacerlo si su propio corazón estaba a punto de
explotar? Tanto era así que lo habían echado de la habitación,
quitándole la posibilidad de devolverle la vida a su hermana, la
primera mujer que había amado después de su madre.
Nerviosa, Min tomó su celular con las manos temblorosas,
llamándole a la única persona que podía brindarle la fortaleza que le
hacía falta para enfrentar ese momento y no morir en el intento. Diez
llamadas después Min comprendió que Sila no respondería, entonces
le marcó a Sawit que se apareció para su consuelo como un fantasma.
Capítulo 15
Terceras personas

Esa misma noche, Sila decidió llevan a Kwan a su casa, pensando


en la actitud de Min y reconociendo que estaba molesto con ella. Por
más que Kwan trataba de hacer hablar a Sila, él no le dirigió ni una
sola palabra en todo el camino.

—Llegamos —dijo parando el auto y manteniendo una mirada fija


hacia el frente.

—Sila, tenemos que hablar sobre Min —soltó Kwan—. La verdad


es que no logro entenderla, todo lo que hizo y dijo hoy… me hizo
sentir mal. Intentaba arreglar las cosas con los dos Sila, de verdad.

—Lo sé —suspiró Sila—. No tuvo razón para comportarse así. No


sé qué es lo que le pasa. Siempre que dice sí parece que en realidad
quiere decir no, y cuando dice no, es no, y a veces su sí es sí. No puedo
entenderla. Además, estoy arriesgando mi carrera y ella solo…

—Ella debería ser más comprensiva contigo —apoyó acariciando


uno de los brazos del chico—. Yo lo soy porque trabajo en la industria,
sé cómo es esto, en cambio para Min podría ser más difícil, incluso
imposible. Recuerda que nosotros somos celebridades y ella solo una
estudiante. Tal vez no fue Ae quien nos hizo firmar ese contrato, quizá
fue el destino. Si podemos ser amigos, también podemos esforzarnos y
cultivar un amor sano, grato y lleno de respeto. Seríamos imparables.
Y ninguno arruinaría la carrera del otro.
Sila la miraba en silencio cuando terminó de hablar. No la detuvo
cuando Kwan lo tomó por el cuello de la camina y lo jaló hasta
plantarle un beso, uno suave donde sus labios se rozaron muy poco,
muy suave. Sin decir nada, Kwan rompió la escena, saliendo del auto y
entrando a su casa en silencio.

Durante todo el camino de regreso a su casa Sila no podía sacarse


la idea de que Kwan de verdad lo había besado. No platicó con Mam
como de costumbre, ni le respondió las preguntas que implicaban a
Min. Fue a su habitación, decidido a darse una ducha para aclarar sus
ideas sobre lo que había pasado, pero sin obtener respuesta. Cada vez
que recordaba el beso que Kwan le había dado sus sentimientos se
confundían hasta el punto de preguntarse si de verdad amaba a Min o
había confundido la amistad.

Sila no sabía definir qué era lo que le estaba pasando, qué era lo
que estaba haciendo, sin embargo, sabía a la perfección por qué se
sentía como un idiota. Se sentía culpable por haber besado a Kwan,
triste porque reconocía la necesidad de estar con Min y asustado por
las consecuencias de sus actos. Si Sila se dejaba llevar por la moral, le
confesaría a Min lo que había hecho y esta terminaría odiándolo con
justa razón.

Kwan había sembrado muchas dudas en su corazón, preguntas que


mutaron hasta convertirse en incertidumbres totalmente nuevas. ¿Y si
Min solo no quería por la fama? ¿Y si ella nunca podía entender su
vocación? ¿Y si, al elegir amarla, debía condenarse a una vida de
contratos para preservar su carrera?

Sila fue a la cama y se quedó pensando toda la noche hasta caer


profundamente dormido. A la distancia, Min hizo lo mismo, después
de haberle contado a Sawit todo lo sucedido esa noche. No obstante,
Min no tenía una cama. Cuando el corazón de su madre volvió a latir,
escasos minutos después de llegar al hospital, Min no tuvo la fuerza
para entrar a la habitación otra vez. Tenía miedo. Era un miedo real.
Min no sabía si tenía la fuerza suficiente para ver a su madre morir,
para acercarse y que el calor de su piel le diera una esperanza
completamente falsa.

Así que cuando decidió dormir, lo hizo en la sala de espera, usando


el hombro de Sawit como almohada. En contraste, Sawit no pudo
conciliar el sueño, entre la preocupación por Sida y el enojo que sentía
hacia el descarado de Sila. No le caía bien, pero sin duda deseaba que
Min fuera feliz aunque esa felicidad no estuviera a su lado como él lo
deseaba.

A la mañana siguiente Sawit se encargó del desayuno arrastrando a


Min a la cafetería del hospital. Min no se resistió, aunque tampoco
tenía antojo de probar bocado, y ahí, en el medio del gentío, con Sawit
jugando con su deber de alimentarla y acercándole la comida a la boca,
el televisor en el lugar cambió a un noticiero que atrapó la atención de
Min.

No podía escuchar lo que decían, pero vio con claridad las fotos
que mostraban; era Sila abrazado a la cintura de Kwan. En ese
momento Min solo pudo sentir la forma en la que su corazón se
desmoronaba poco a poco. Esas fotos no parecían actuadas, parecía
que ahora sí lo de Kwan y Sila iba muy en serio.

Sawit siguió su mirada para encontrarse con el noticiero de


entretenimiento en la pantalla, descubriendo la razón de las lágrimas
de Min. Tratando de contener su tristeza, Sawit la abrazó lo más fuerte
que pudo para tratar de juntar todas las partes de su pequeño y roto
corazón.

—Hey —susurró Sawit levantando ligeramente el mentón de su


amiga, pero cuando lo hizo, y sus miradas se encontraron, se sintió
aturdido por la belleza y la cercanía de Min. Sin pensarlo, la besó.

—Sawit —interrumpió ella, apartándose más tarde de lo que


hubiera preferido—. Perdón pero esto no está bien. Yo amo a Sila y tú
lo sabes, de verdad discúlpame por no poder corresponderte. Sin duda,
mi vida sería mucho mejor si pudiera enamorarme de una persona
como tú. Tengo que encontrar a mi tío, por favor discúlpame.

Y dejándolo ahí, Min se puso de pie y desapareció.

—Min —dijo Plug cuando su sobrina estuvo lo suficientemente


lejos de Sawit. La chica no se había dado cuenta de que su tío le estuvo
pisando los talones todo ese tiempo—. Estaba buscándote para comer
juntos y pensé que podría encontrarte aquí. Perdón, pero vi lo que pasó
con Sawit.

—No quiero hablar de eso —negó ella con tristeza.

—Entonces no hablaremos de ello —aseguró su tío—. Lo único


que voy a decir es que Sawit, al igual de Sila, siempre ha estado
contigo. Por lo que he visto, Sila no ha sido de gran apoyo. La única
forma en la que te apoyó fue con dinero, pero el dinero no cubre las
necesidades del corazón. Nunca tengas miedo de elegir lo que sea
mejor para ti, aunque no sea lo mejor para otros.

Min asintió.

—¿Puedo quedarme en tu oficina? ¿La vas a usar? Lo que pasa es


que quiero estar sola.

—No pasa nada —aseguró él—, úsala. No entraré ahí por un largo
tiempo, hoy estoy en urgencias.

En soledad, además de dormir otro poco, Min sacó la fotografía


con Sila que siempre llevaba en la funda de su celular. Era pequeña,
oscura y borrosa pues había sido tomada a la medianoche, en esos
tiempos donde parecía que amar a Sila era más sencillo. La observó un
rato, llorando en silencio, hasta que el recuerdo de Kwan y el enojo
que le provocaba la forma en la que había destruido su relación la llenó
de ira. Rompió la fotografía en tres pedazos pero no fue capaz de
tirarla a la basura, en su lugar, la regresó a la funda de su celular.
Cuando estuvo más tranquila pensó en ir a ver a su madre, segura
de que Sawit se había marchado ya. ¿Quién esperaría durante horas
por una mujer enferma que no era nada para él? Pero se equivocaba,
como a veces era costumbre en ella.

Sawit velaba la habitación de Sida cuando vio al fondo del pasillo


a Sila. La rabia le coloreó el rostro. Con una mirada envenenada, Sawit
observó a Sila acercarse, preguntándose cómo era capaz de presentarse
y hacerle a Min todo más difícil.

—¿Dónde está Min? —preguntó Sila sin saludo.

Por parte de Sawit no hubo respuesta alguna, en cambio, le propinó


un golpe a Sila que lo hizo caer al suelo.

—No tienes nada que hacer aquí, maldita peste —escupió Sawit.

Sila, enfurecido, respondió su agresión con un golpe en la nariz


haciendo brotar sangre de ella. Sawit alzó la cara, apartando el dolor y
dispuesto a acabar con Sila, pero antes de que la pelea continuara Min
corrió rápidamente para interponerse entre ambos.

—Min, quítate del medio, este no es problema tuyo —espetó Sila


sin siquiera mirarla.

—Ni suyo tampoco, déjalo en paz. Él no ha hecho nada más que


protegerme —dijo ella tomando a Sila de ambos brazos—. Tú no eres
así. Estás enojado. Tenemos que hablar.

—Sí, tenemos que hablar —aseguró molesto—. Explícame qué


hace este idiota aquí contigo. —Y volteando para ver a Sawit, añadió
—: Supéralo. Min me ama a mí, no a ti.

—¿Ah, sí? —cuestionó Sawit con media sonrisa maliciosa—.


Entonces si te ama tanto como dices, ¿por qué me besó hace un rato?
¿También fue porque te ama? Vamos, Sila, ¿crees que ella va a seguirte
queriendo mientras tú andas paseándote con otra mujer por media
ciudad? Eres un bastardo, ¡déjala tranquila de una vez!

La estupefacción llenó a Sila con furia, viendo a Min por primera


vez desde que había llegado.

—¿Lo besaste? —preguntó entre dientes.

Los ojos de Min se llenaron de lágrimas.

—Déjame explicarte, las cosas no sucedieron como lo estás


pensando.

Sila no necesitó más. Apartó a Min, con suavidad pero firme, y dio
un paso atrás.

—No, aquí no hay nada que explicar. Kwan tenía razón, tú no me


amas, y creo que yo tampoco debería amar a una mujer como tú.

Y dicho eso se marchó.


Capítulo 16
Sucesos inesperados

La noche parecía avanzar de forma tranquila, no obstante, cuando


Min cerró los ojos, de un momento a otro escuchó el sonido que
ocasionó el cuerpo de su madre al estremecerse. En una primera
instancia pensó que por fin había despertado, pero al abrir los ojos se
llevó la amarga sorpresa de que sus movimientos, más allá de un
regreso a la consciencia, no eran más que compulsivos.

Con rapidez, Min llamó al personal encargado de su madre,


quienes se presentaron en la habitación como exhalación ante la
emergencia. Dejaron a la joven fuera de la escena, pero incluso así era
capaz de notar todo lo que pasaba adentro a través de la pequeña
ventana.

En esos tristes momentos, Min solo le pedía a su difunto padre que


le devolviera la salud a su madre. Lo hizo durante media hora, rogando
por no ser abandonada una vez más, hasta que Plug interrumpió la
citación de sus deseos para notificar que los médicos habían
estabilizado a Sida. Solo entonces Min pudo respirar otra vez, llenando
sus pulmones de una tranquilidad tan frágil como fugaz.

Después de lo sucedido, Min volvió a dormir al lado de su madre


sosteniendo su mano hasta la mañana siguiente. Al despertar, lo
primero que notó fue a su madre con sangre sobre los labios. Con un
mal presentimiento, llevó los dedos de su mano derecha a la mejilla de
Sida, arrastrándolos con temor hasta la curvatura de su cuello. Ahí,
muy quieta, Min buscó los signos vitales de su madre. No obtuvo
respuesta.
Min hizo saltar la alarma. Plug apareció con ella, descubriendo la
escena que había temido hasta en sueños durante los últimos días: su
sobrina pequeña, delgada y llorosa al lado del cuerpo de su hermana.
De su Sida. Con un nudo en la garganta ignoró la demanda del resto de
los médicos que le solicitaban su retiro. Según en muchos lugares,
incluso retratado en varias series de televisión, un doctor no puede ni
debe atender a un familiar. Min no podía entender la razón. ¿Era así
porque, entre su miedo, los doctores vinculados emocionalmente al
paciente se volvían torpes, poniendo en riesgo una vida? ¿O
simplemente era la forma en la que se cuidaban entre ellos,
indispuestos a cargar con el remordimiento de no haber podido salvar a
uno de sus seres queridos?

Salieron de la habitación. Min no podía llorar, tampoco podía


sentir su rostro, la mitad de su cuerpo hormigueaba y el aire que podía
jalar dentro de sus pulmones le parecía insuficiente. Al cabo de unos
minutos, los compañeros de su tío en el deber le llamaron, logrando
que dejara detrás a Min para escuchar entre murmullos la noticia.

Una cara melancólica le regresó la mirada a Min. El hermano de su


madre movió la cabeza de lado a lado indicándole que ya no había
nada más que hacer. Min se negaba a aceptarlo.

—¿Puedo entrar a verla? —fue todo lo que pudo decir.

Los médicos asintieron, evacuando la habitación y abriendo el paso


para la hija de la mujer difunta. Min caminó entre ellos, temerosa, con
la emoción a punto de explotarle dentro de su garganta. La presión era
tanta que el dolor era genuino. Sentía que iba a perder la voz antes de
alcanzar la cama de su madre.

—Te fuiste —acusó Min, luego comenzó a llorar sin consuelo


alguno—. Mamá, ¿por qué decidiste hacerlo? Yo te necesito aquí
conmigo. Si puedes escucharme, ¡por favor vuelve! No sé qué hacer…
Te perdí a ti, a papá… Ahora sí que no me queda nada, lo he perdido
todo... Incluso a Sila... De verdad lo siento, mamá. ¡Perdóname por
favor!

Después del altercado con Sila, Sawit había dormido en el hospital,


tan lejos de Min como le era posible pero sin abandonarla realmente.
Si se detenía a pensarlo, entendía que tanto Sila como él habían sido
un par de imbéciles por hacer tanto meollo en medio de una situación
como esa.

El movimiento de una masa de doctores, acelerada y con el rostro


lleno de frustración, le clavó una espina en el corazón. Las personas de
bata blanca que había visto fueron los mismos que intentaron recuperar
el pulso de la madre de Min, y cuando los vio salir de la habitación,
Sawit presenció, a lo lejos, la mirada que le dijo todo a su mejor
amiga.

Fueron pocos los segundos que Min estuvo en solitario dentro de la


habitación con su madre. Sawit entró corriendo, el pesar de Min se
sentía en sus propios hombros, en su cabeza, en su corazón, y lo
primero que hizo fue abrazarla. No supo si era un gesto que buscaba
consolarla a él, o a ella, pero lo hizo con toda la fuerza que era posible,
como si fuera capaz de reunir los pedazos del corazón de Min.

Su amiga, en lugar de consolarse, aumentó su llanto hasta el punto


de tener problemas para respirar. El sollozo se volvió en un lamento a
gritos. Al ver entrar a los enfermeros entrar para sacar a su madre, Min
se desconoció, oponiéndose a la intención y jalándolos a todos en un
intento por cubrir el cuerpo de su madre sin vida con el suyo. Plug, con
toda la delicadeza del mundo, tomó a Min entre sus brazos, algo que
Sawit no fue capaz de hacer, y cubrió sus ojos mientras sus colegas
retiraban el cuerpo de su hermana.

—No pasa nada, Min —mintió—. Es como debe de ser. Ya, ya,
tranquila. Trata de respirar, te harás daño.

—¿La volveré a ver? —inquirió recargada sobre su pecho,


sorbiendo la nariz.
—Sí —aseguró Plug—. Antes del funeral. Y quizá, con suerte, se
encuentren en otra vida.

Min negó, una y otra vez, como si quisiera deshacerse de todo con
un simple movimiento de cabeza. Después de eso no volvió a proferir
palabra. Ni Plug ni Sawit la dejaron sola. De alguna forma sentían que
eran parte elemental de la fortaleza casi deshecha de Min, pero en el
fondo sabían que, en realidad, Min era ese pilar que los mantenía en
pie.

La inexpresión se hizo del semblante de Min, ocasionalmente


interrumpido por lágrimas que se escapaban de sus ojos y caían por sus
mejillas. Cuando por fin dejaron de escaparse, apareció en todas las
redes sociales la nueva campaña publicitaria de Sila, por supuesto a un
lado de Kwan. Solo una de las fotos reveladas logró romper a Min por
completo, una en la que Kwan besaba a Sila. Al igual que con su
madre ella no dijo ni una sola palabra de lo que había visto, solo dejo
salir un par de lágrimas. Entendió que los había perdido.

Los servicios funerarios fueron un trámite que demandaron un par


de horas. El hospital entregó el cuerpo de Sida para el embalsamado.
Plug se hizo cargo de todo. Min volvió a ver a su madre cuando todos
los preparativos estuvieron listos, dentro de un ataúd donde aparentaba
tomar una siesta. Min rompió en llanto abrazando la caja donde yacía.
Hizo un intento por hablar.

—No puedo creer que te hayas ido. Todo esto me parece una
pesadilla. Mamá, no sé qué haré sin ti, ni... Ni cómo será el no tenerte
conmigo, el no poder escuchar tu voz, o el poder tocarte... Por favor
quiero que vuelvas, mami. Te necesito, juro que te necesito más que
nada en este mundo. —Min no pudo sostener más su llanto—. Sé que
tu mirada seguirá llena de brillo. Yo seguiré esperándote, mamá. Tú
me enseñaste tantas cosas… Me prometiste que siempre estarías
conmigo....
Min empieza a golpear el ataúd, llorando, deshaciéndose,
preguntándose por qué su madre la dejó sola en tan poco tiempo.

∞∞∞
Sila se encontraba en un restaurante con Kwan cuando, de la nada,
recibió un mensaje de la persona que había contratado para el cuidado
de Min. En el texto era notificado de la muerte de Sida. La noticia hizo
que Sila se sintiera muy mal por el comportamiento que había tomado,
pero aún seguía confundido sobre lo que en verdad sentía hacia Min.

Decidió no decirle nada a Kwan sobre la muerte de Sida. La única


que se enteró por él fue Mam. La mujer, al enterarse de la noticia, se
presentó en la puerta de la casa de Min con la intención de no
separarse pronto de ella.

Pasaron las horas hasta que por fin inició el velorio para ir a
sepultarla al día siguiente. Nadie contaba con que Sila y Kwan se
presentarían.

∞∞∞
Todo estaba en profundo silencio cuando de repente se escucha
cómo la puerta de la entrada principal se abre. Min, al voltear,
descubrió con gran sobresalto que se trataba de Sila quien, para su
desgracia, iba acompañado de Kwan. Sawit tomó la delantera.

—¿Y tú? —exigió en un susurro—. ¿Qué se supone que haces


aquí? No eres bienvenido.

Sila tensó la mandíbula, entrecerrando sus ojos para mirarlo con


odio.

—Vine a apoyar a mi novia —respondió él en el mismo tono de


voz—. ¿Por qué? ¿Algún problema con eso?
—¿De verdad aún te dignas a llamarla tu novia? —Sawit alzó un
poco la voz—. Eres un idiota. Vete de aquí, Min ya tiene suficientes
problemas como para seguir preocupándose por alguien como tú; un
idiota que no sabe lo que quiere. Ya no la molestes y déjala ser feliz.
Kwan y tú solo....

Al escuchar la discusión Min se acerca, buscando apoyo y tomando


uno de los brazos de Sawit.

—Vete —le dijo a Sila—. Tú no debes estar aquí y yo no te quiero


ver, entiéndelo como yo entendí que tu lugar es con Kwan, no
conmigo.

Sila se acerca a ella y la toma de sus delicadas manos. Min lo evita,


dando un paso atrás y usando el cuerpo de Sawit como una especie de
escudo.

—Min, por favor escúchame... —pidió Sila despreciando a Sawit


con la mirada, luego encajó sus ojos sobre los de ella, un par que
parecían dignos de un cordero—. Las cosas no son como tú crees. Ella
me besó la noche pasada y no sé qué pasó, todo es muy confuso ahora.
Solo escúchame, por favor.

—Creo que ya escuché suficiente, ¿no crees? —dijo con lágrimas


en los ojos—. Ahora, Sila, te voy a pedir de favor que te vayas ya que,
como lo dijo Sawit, no eres bienvenido. Mucho menos cuando te
presentas con alguien como Kwan en un momento de mi vida como
este.

Sila vuelve a intentar tomar a Min de la mano.

—Pero Min, yo...

—Pero nada... —zanja Min rechazando su agarre—. Ya vete, Sila,


y que no se te ocurra asistir al entierro de mi madre porque tampoco
serás bienvenido ahí.
Min da media vuelta sin nada más que decirle a Sila, soltando el
brazo de Sawit que permanece entre los dos jóvenes como un muro
inquebrantable.

A la mañana siguiente se dirigieron a la iglesia para proseguir en


darle la sepultura a Sida. Como era de esperarse, Sila estuvo detrás de
ellos durante todo el proceso de in fraganti. Cuando terminó con el
pequeño sermón se dirigieron al cementerio. Ahí, toda la familia y
amigos de Min estaban vestidos de negro, con el rostro lleno de
empatía.

Ver bajar a través de la tierra el ataúd de su madre, cerrado para


siempre, le destrozó el alma. Todos la abrazaron, le tocaron el hombro
o lloraron con ella. Algunos se lamentaron por su lado, lejos del centro
con la intención de no abrumar a la hija de Sida.

—Me sobran los motivos para amarte, respetarte y valorarte —


murmuró Min. Aunque ella creyó que nadie lo hacía; todos la
escuchaban—. Pero la razón más grande de todas fue el amor. Te amo,
mamá. Por eso siempre intenté ser la hija que merecías. Descansa en
paz.

Su tío le puso una de sus manos sobre el hombro mientras Sawit la


abrazó con fuerza. Min se recargó sobre su pecho, divisando en el
movimiento la silueta de Sila a lo lejos. Apartó los ojos cuando
observó a Kwan llegar detrás de él. Ni Sawit ni Plug hicieron lo
mismo: al verlos se dirigieron hacia donde estaban, dejando a Min con
Mam.

—¡Te dije que te largaras de aquí! —gritó Sawit—. ¿Que no es


suficiente todo lo que le has hecho?

—¿De qué hablas? —espetó Sila—. Yo no le he hecho nada.

Sawit lo empuja con fuerza.


—¡Claro que sí! Besarte con esta mujer, traicionar su confianza,
preferir a Kwan por encima de ella. ¿Quieres que siga enlistando?

—Bueno —interrumpe Kwan—, seamos honestos. Sila está mejor


conmigo. Yo soy más bonita, educada y trabajo en la industria. Min,
por otro lado…

—No estoy hablando contigo —le cortó Sawit con el ceño fruncido
—. No me interesa lo que tengas que decir. Podrás ser bonita, ser
buena actriz y trabajar en la industria, pero jamás podrás ser como
Min. Min tiene algo que jamás vas a tener: decencia y corazón.

—Ya vengo, Mam —le murmura Min a la tía de Sila—. No quiero


que haya problemas.

—¿Segura? —pregunta la anciana.

—Lo que menos quiero es darte un disgusto —aseguró Min,


soltándole la mano y acercándose a la escena logrando escuchar lo que
estaba diciendo Sila.

—Kwan no tiene nada que ver. Yo solo quiero hablar con Min.

—No —se negó ella anunciando su presencia—. Tú y yo no


tenemos nada de qué hablar. Ya escuché todo lo que tenía que
escuchar. Si de verdad me quisiste alguna vez y tienes que elegir entre
ella y yo; escógela a ella.

Con anhelo, Sila da un paso al frente para alcanzar una de sus


muñecas, pero Min retrocede, temerosa de sentir su piel de nuevo y
hacer el proceso de pérdida uno mucho más difícil.

—Min... por favor escúchame, pequeña. Tú y yo tenemos que


aclarar esto, no me puedes dejar así, yo soy la única persona que
siempre te ha apoyado y ha estado para ti en todo momento...
—¿Ah sí? —bufó Min limpiándose las lágrimas que se habían
escapado de entre sus pestañas—. ¿Y cuando mi madre murió dónde
estabas?, porque conmigo no, y daría lo que fuese en apostar que
estabas con ella. Por eso tú sigue tu vida con Kwan y a mí ya déjame
tranquila. Prefiero que seamos desconocidos, fingir que nunca nos
quisimos, y jamás saber de ti.

—Estará difícil —susurró Kwan—. Sila es el hombre más famoso


del mundo.

Sawit le dedicó una mirada envenenada a la joven actriz.

—¿Sabes qué? —explotó Sila, herido y molesto—. Está bien, no te


necesito. ¿Sabes por qué? Porque tengo a Kwan. Ella de verdad me
ama, no como tú que solo eres y siempre fuiste una interesada, ¡y
quiero mi dinero de vuelta! El del tratamiento de tu madre. No me
importa lo que tengas que hacer para conseguirlo, pero lo quiero
completo. —Haciendo una pausa, recobrando un poco la compostura
sin arrepentirse aún de sus palabras, y antes de que Sawit diera el paso
decisivo para romperle la cara, continuó—. Si estás molesta por lo de
Kwan, entiéndelo, no fue por mí, fue por mi carrera.

—¿Y crees que no lo entendí cuando me lo dijiste? —preguntó


Min sin contener el llanto, en el medio de un remolino de emociones
que la llevaban desde el enojo, la importancia hasta la tristeza, el
anhelo de que las cosas fueran diferentes—. Tú solo fuiste un egoísta,
solo pensaste en ti, nunca en mí. Cuando se ama a alguien no es difícil
sacrificar algo por esa persona, ahora entiendo que lo difícil es
encontrar a ese alguien que merezca ese sacrificio. Me demostrarse
que esa persona no soy yo. Enhorabuena por tu nueva pareja. —Y
desdeñando a Kwan con la mirada, agregó—: En cuanto al dinero no te
preocupes, te devolveré hasta el último centavo. Ahora largo.

Después de eso Min dio media vuelta volviendo al entierro colgada


del brazo de Sawit. Sila se fue sin más que decir, con la mirada de Min
pegada a su espalda.
Capítulo 17
Olvídame

Han pasado algunos días desde la última vez que Min vio a Sila.
Cansada de rogar, de mendigar un amor que parecía no correspondido,
Min no hizo nada por buscarlo. En su lugar, se decidió por aceptar los
sentimientos de Sawit, dándole una oportunidad para conquistarla, aún
sabiendo que ella no tenía los mismos sentimientos por él. Su corazón
le seguía perteneciendo a Sila, una verdad de la que no podía escapar
pero sí esconderse.

Min vendió la casa de su madre para poder juntar el dinero y


pagarle a Sila, además de un trabajo lejos de su nuevo hogar, sin darle
importancia a la distancia que debía recorrer día con día para cumplir
su jornada. La venta de la casa donde había crecido, que incluso
conservaba el olor de su madre por rincones, le adormeció el corazón.

Por otro lado, Sila continuó su vida como si nada hubiera pasado,
aunque por dentro le quemaba la idea de no volver a estar al lado de
Min, sobre todo porque ella había terminado la relación sin siquiera
darle la oportunidad de decir lo que necesitaba. ¿Qué habría dicho Sila
si Min lo hubiese permitido? Quizá nada que hiciera del final uno
diferente.

Kwan se convirtió en su novia, acabando con la farsa que provocó


tantos problemas con su primer amor. A pesar no tener iniciativa en
buscar a Min, usó su as bajo la manga, la de siempre: contrató a
alguien para cuidarla a la distancia. A las dos semanas tras su último
encuentro, Sila supo de su incorporación a un trabajo y la dirección de
este. Salió en busca de Min, aunque temía por su reacción.
Esperó fuera, horas antes de la salida de Min, esperando que el
tiempo pudiera calmarle los nervios. Cuando por fin llegó la hora, vio
salir a Min de un restaurante de mala muerte. Comenzó a caminar sin
preocuparse por mirar a su alrededor, como si el peligro no pudiera
pisarle los talones, y Sila comenzó a hacerlo detrás de ella, mirándole
la espalda.

Al poco rato, gracias a la indecisión de Sila que no le permitía


acercarse a ella, Min se dio cuenta de que alguien la estaba siguiendo.
Intentó mirar sobre el hombro para confirmar sus sospechas y lo hizo,
pero no fue capaz de observar el rostro de Sila que se ocultaba en las
sombras. Se puso nerviosa al instante, creándose un nudo en su
garganta y volviendo sus pasos torpes.

Plug, con quien ahora vivía, le había regalado una pequeña navaja
que se aseguraba que trajera consigo día y noche. Min la recordó,
como si realmente pudiera olvidar que llevaba consigo un arma, y la
sacó discretamente. Entonces, Sila decidió alcanzarla, tomándola por
la muñeca y jalándola hacia él para abrazarla. Min lo reconoció a
través del tacto, recordando cómo se sentía su piel sobre la de ella,
escondiendo el arma y conteniendo el llanto. Después del tacto, lo
segundo que percibió fue su loción combinada con el aroma natural de
su cuerpo, el aroma favorito de Min por encima de todos.

Aún así, Min decidió no corresponderle el abrazo, empujándolo


antes de que Sila la envolviera por completo.

—¿Qué quieres? —cuestionó ella con la voz seca.

Sila volvió a intentar tomarla por la cintura, fallando una vez más.

—Min, yo...

—No —negó Min alzando un poco la voz, negándose también a


mirarlo—. No quiero escucharte. Todo lo que me has dicho hasta ahora
solo ha sido mentira tras mentira. Ya no te creo nada.
Min dio un paso al frente, dispuesta a continuar con su camino,
pero Sila se lo impidió abrazándola por la cintura. Min comenzó a
forcejear, intentando soltarse, pero no lo logró. Sila le dijo muchas
cosas al oído, susurros desesperados, fueron tantas que Min no pudo
escuchar ninguna. Aunque no estaba dispuesta a mirarlo con la
finalidad de mantener la compostura, no pudo evitar que sus ojos se
llenaran de lágrimas.

—Min, por favor escúchame, te lo ruego, solo esta vez...

Aunque no quería aceptarlo, Min dejó de forcejear un segundo,


deseando que ese abrazo no terminara jamás. Sin embargo, consciente
de la realidad, terminó por zafarse. Sila le cubrió el paso colocándose
frente a ella.

—Sila, tú y yo no tenemos nada que hablar. Ahora, por favor


apártate de mi vida para siempre. —Pensó un segundo antes de soltar
la noticia—. Estoy con Sawit.

—No, no, no, no —se apresuró a decir, abrazándola por la cintura


—. Min, Min. Por favor escúchame, yo sé que...

—No, Sila —lo interrumpió, mirando hacia el frente mientras


pequeñas lagrimas salían de sus ojos—. ¿Sabes qué es lo que más me
duele? Que no pensaste ni por un minuto en cómo me iba a sentir, que
ni siquiera te importó hacerme daño aun cuando yo lo di todo por ti
desde el principio... Simplemente decidiste destruirme, como si nunca
hubiese sido nada para ti. Tal vez… Tal vez me estoy equivocando,
pero ya no quiero volver a caer. Y tú... Tú ya no eres el chico del que
me enamoré. Y yo odio eso. Odio esto. Y te odio a ti.

Min apartó a Sila, continuando su camino sin voltear atrás. Sila


permaneció solo y abandonado bajo la lluvia, lamentando todo lo que
los habían llevado a este punto, entendiendo que era demasiado tarde
para arreglar las cosas entre ellos. Esta vez sí la había perdido para
siempre.
Fue entonces cuando Sila regresó a Tailandia, formalizando su
relación con Kwan, con la plena intención de olvidarse por completo
de Min.
Capítulo 18
2 años después

Han pasado dos años desde la última vez que Sila y Min se vieron.
Después de lo ocurrido esa noche ninguno volvió a saber del otro,
hasta hoy; claro. Como era de esperarse, durante todo ese tiempo Sila
se volvió aún más famoso de lo que ya solía ser, mientras que, por otro
lado, Min se había convertido en una gran reportera.

Sin embargo, no todo era color de rosa. En el fondo aún se seguían


amando. Lástima que Min se había comprometido con Sawit y Sila
con Kwan. Después de eso no habría marcha atrás. Además, el tiempo
los había cambiado a ambos físicamente, tanto que, de volverse a ver,
sería difícil reconocerse entre sí.

El día del encuentro fue uno común y corriente. Min caminaba


hacia su trabajo y fue cuando lo vio, a un joven guapo al otro lado de
la calle. El chico no se dio cuenta de su presencia hasta que ambos
cruzaron una calle larga, interceptándose por un par de segundos, una
mirada fugaz que despertó en ambos un gran sentimiento que parecía
haber decidido dormitar para siempre. Ninguno se reconoció, solo sus
corazones, como la primera vez que se conocieron.

Ese momento, junto con la mirada de aquel chico, permanecieron


en la mente de Min durante todo su horario laboral. Había algo en él
que le resultaba familiar, además de lo cautivador que resultaron ser
sus ojos y lo agradable que era ese rostro de mirar. Además, ¿qué había
sido eso? Esa paz al sentir a ese chico pasar a su lado… ¿Por qué su
cuerpo había reaccionado de esa forma? Era una sensación, una vida,
que Min perdió el mismo día que su madre murió, y aquel chico, sin
razón aparente, parecía que tenía el poder de regresarla. La capacidad
de tomar su corazón y volverlo funcional otra vez.

El día continuó con toda normalidad hasta que llegó su hora de


salida. Min se encontró con Sawit en casa, con la cena lista como de
costumbre. Sawit siempre aprovechaba su horario para llegar antes que
su prometida y hacer sus preparaciones favoritas.

—Cariño, volviste —la recibió Sawit en la entrada, depositando un


beso en su mejilla—. Entra, la cena esta lista… ¿Min? ¿Qué te pasa?
¿Te duele algo?

Min parpadeó, haciendo consciente que su rostro permanecía tenso


y su boca reflejaba incertidumbre.

—No —lo negó apresuradamente, relajando sus facciones y


sonriendo con calidez—. Solo estoy algo cansada, es todo. La
investigación para el reportaje de hoy me dejó exhausta mentalmente.
Amor, creo que iré a recostarme un poco, ¿sí? No me siento muy bien.

—Claro, cariño —asintió Sawit preocupado—. Tú ve a descansar.


Yo limpiaré esto. Te subiré un poco de lo que preparé hoy por si te da
hambre, ¿está bien? Hoy sale un capítulo nuevo de la serie que he
estado viendo, la que te he contado. La veré en la sala para no
molestarte, ¿sí, cielo?

Min aprobó con un movimiento cabeza dirigiéndose a la


habitación.

Se recostó sobre la cama que compartía con Sawit cada noche,


mirando el techo, sintiéndose culpable por tener los pensamientos
contagiados por el rostro de aquel desconocido. Se mordió los labios,
preocupada, sintiendo cómo las viejas cicatrices que creía cerradas
volvían a abrirse de golpe. ¿Por qué siempre terminaba pensando en
Sila? ¿Cuánto terminaría el duelo de su relación? No obstante, aquella
mañana descubrió que aquello que pensaba no volver a sentir algún
día, eso que alguna vez había sentido por Sila, podía sentirlo por
alguien más. Parecía que su corazón podía volver a funcionar. ¿Y
dónde quedaba Sawit en todo eso?

Para disuadir sus pensamientos, Min se levantó para secarse las


lágrimas que se le habían escapado, se miró largo rato en el espejo y
decidió bajar. Encontró a Sawit, cambiándole al televisor después de
haber terminado un episodio que le causó decepción, deteniéndose en
una propaganda para un concierto. El corazón de Min se detuvo un
segundo, llenando su pecho de dolor, enfocando su vista y
escrudiñando la pantalla frente a su prometido. No lo podía creer. El
chico apuesto era Sila. ¡No lo había reconocido! ¿Cómo había
olvidado su forma de andar, la forma de su rostro y el color de sus
ojos?

—¿Era Sila? —se preguntó en voz baja, tanto que sus palabras no
fueron escuchadas por los oídos de Sawit—. No, no puede ser él, esto
tiene que ser una broma. ¿Por qué él, otra vez? ¿Por qué ahora? Ahora
que estoy iniciando una vida desde cero.

Sawit no tardó demasiado en percatarse de la presencia de Min. Al


hacerlo, con alegría, se incorporó del sofá y se acercó a ella,
abrazándola por atrás y rodeando su cintura, recargando el mentón
sobre su hombro.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal el descanso? ¿Comiste lo que subí para


ti? —preguntó con inocencia, sin enterarse de nada, mucho menos del
cantante que iba desapareciendo gradualmente en la pantalla.

—Extraño a mi mamá —no mintió, pero tampoco dijo la verdad—.


Es todo.

—Deberías ir a dormir, cielo —aconsejó Sawit.

Min asintió, limpiando torpemente sus lágrimas.

—Creo que sí —dijo—. Eso haré. ¿Vienes?


—Por supuesto —le sonrió el hombre—. Lo que pida mi señora.

Min sonrió también pero el recuerdo del encuentro con Sila le


interrumpió el gesto. Sawit se encargó de apagar todo y siguió a Min,
tomado por su mano, recostándose en la cama de siempre. Sawit, lleno
de paz y satisfacción por la vida que había forjado a su alrededor, cayó
pronto rendido dentro de un sueño al que Min no pudo entrar.

Sin conciliar el sueño, la mujer se deshizo del abrazo de su amante,


se giró en la cama tantas veces como consideró prudente, volteó la
almohada buscando el lado más frío de ella y, sin éxito, salió de ella a
hurtadillas. El sueño de Sawit era tan pesado que no se enteró del acto.

Llegó a la puerta de la casa de su tío, con la pijama todavía puesta


y una manta sobre los hombros. Cuando Plug le abrió, con el rostro
lleno de consternación por la hora, Min se arrojó a sus brazos.

— Lo vi, tío —soltó ella contra su pecho entre sollozos—. Vi a


Sila. Y no sé qué pasó, pero cuando lo hice sentí como si una parte de
mí volviera a vivir, como si hubiera renacido. ¡Ya no quiero sufrir más
por él! Ya no quiero sentir nada por Sila. Y lo peor es que no puedo
evitarlo. No lo reconocí cuando me encontré con él, frente a frente,
pero todos mis sentidos lo hicieron al segundo. ¿Cuándo acabará esto?

—Vamos, hija —apremió Plug acariciándole el cabello—. Vamos


dentro.
Capítulo 19
Entrevista

Era de mañana y, como Min se había quedado dormida en casa de


Plug, al salir el sol decidió regresar a su hogar para darse un baño e
irse al trabajo.

Sawit recibió a su prometida en sobresalto. Al despertar y no


encontrarla a su lado como de costumbre, divagó por los rincones de la
casa buscando su nuevo escondite; en ocasiones, Min se dedicaba a
dormir en lugares extraños, presa del insomnio y el sofoco de
compartir la cama con otra persona. Sin embargo, después de una larga
búsqueda, decidió llamar a la policía. Cuando Min llegó sus ojos se
deshicieron del agobio, observado sin gracia por dos detectives que
revisaban la presunta escena de un posible crimen.

—¿En dónde has estado? —le cuestionó Sawit con el corazón en la


garganta—. Creí que algo te había pasado. Tú no haces estas cosas.

Min se hizo pequeña delante de él, avergonzada por las figuras de


autoridad sentadas en su comedor.

—Lo siento —murmuró—. No podía dormir y fui a casa de Plug.

El ceño de Sawit se alisó cayendo en la cuenta de que jamás pensó


en preguntarle a Plug si había visto a su sobrina.

—Fue cosa mía —se disculpó Sawit con los detectives—. Amo
demasiado a esta mujer, me apresó el pánico.
—Eso dijimos al principio de su llamada —le recordó uno.

Ambos se despidieron de los dos hombres, tirando el café servido


por Sawit en el fregadero y colocando las sillas previamente ocupadas
en su lugar. No hubo mucho que platicar, ambos comenzaron a
alistarse para llegar pronto al trabajo, sobre todo Sawit que iba tarde
ya.

—Te preparé la bañera —dijo Sawit anudándose la corbata—.


Necesitas agua caliente.

Min le sonrió, despidiéndose de él recibiendo uno de sus besos en


la frente, cerró la puerta y se sumergió en sus recuerdos. La
indiferencia que sentía por las acciones de Sawit, todas aparentemente
llenas de amor y consideración, estaba justificada. Sawit le había sido
infiel. No una vez, sino varias. La terapia de pareja que tomaron
después no fue capaz de enmendar la grieta que los separó, aunque si
Min era sincera, nunca le importaron realmente las acciones de Sawit.
Se sentía disociada, como si no fuera su pareja, como si fuera la
espectadora en la vida de alguien más.

Pero la indiferencia no cegaba a Min. Ella comprendía que su


prometido era un hombre sin lealtad, más de palabras que de hechos,
bueno mintiendo y manipulado a la gente a su alrededor. Era amado a
montones, sobre todo después del golpe que le propinó a Sila sobre el
escenario, haciéndose una pequeña figura pública que usaba para
retroalimentar su ego.

Después de la incómoda situación que pasó con Sawit, salió de


casa y se dirigió a su trabajo. En cuanto cruzó la puerta de la empresa
de medios de comunicación para la que trabajaba, se llevó la horrible
noticia de que ese mismo día tenía una reunión con Sila para
entrevistarlo. Min protestó, suficiente pero no demasiado para frustrar
buenas oportunidades venideras, siendo obligada a enfrentar al pasado.
Literalmente.
Min no sentía ninguna clase de nervios en su trabajo,
independientemente de la persona o personas que estuviesen frente a
ella. Era parte de su carácter profesional. Pero Sila acababa con él, así
como lo hacía con ella y cada parte de su voluntad. Durante todo el
tiempo de preparación para el encuentro se preguntó si el cantante
sabía lo que le esperaba. Tal vez no. De saberlo, con total seguridad,
habría cancelado. O solicitado a otro conductor.

Le arreglaban el maquillaje a Min, sentada frente a todo tipo de luz


y lentes enormes, cuando miró a Sila entrar. Lo primero que apreció
fueron esos ojos que la habían cautivado desde la primera vez que lo
vio, conteniendo un escalofrío que reclamaba su cuerpo. Sila encontró
su mirada cambiando su semblante por completo. Min creyó que la
había reconocido.

Se puso de pie, apartando las manos de los maquillistas, y cruzó el


escenario para presentarse frente a él.

—Te pido de favor que tomes esto con seriedad —le dijo ella en
voz baja, sin fruncir el ceño y mirando ocasionalmente alrededor—.
Este es mi trabajo. No me mires de esa forma y compórtate.

Sila enarcó una ceja con una media sonrisa seductora.

—Me temo que es demasiado tarde para atender tal solicitud —


respondió con la mirada cargada de deseo—. Su belleza es exquisita,
señorita. Seguro se lo han dicho en más de una ocasión, pero nunca de
los labios de uno de los hombres más cotizados en la industria del
entretenimiento. ¿Puedo saber su nombre?

Min respondió mientras el cantante buscaba algún gafete de


identificación en el pecho de la joven mujer.

—¿Qué te pasa? —quiso saber—. ¿Acaso no me reconoces?

Esas palabras fueron suficientes para que Sila terminara por


reconocerla. Parpadeó perplejo y casi boquiabierto.
—Min —pronunció su nombre después de dos años de abstinencia,
como si fuera un adicto cayendo en las drogas una vez más—. ¿De
verdad eres tú?

—No —desdeñó Min quitándole la vista de encima—, al menos no


la que conocías. Como sea, ya te lo dije, este es mi trabajo. Te dirán
donde sentarte. Empezamos en diez.

Pero antes de que Min regresara sobre sus pasos, Sila la tomó
desprevenida envolviéndola en un abrazo. La gente alrededor miraba
la escena con los ojos muy abiertos, comenzando a murmurar entre el
asombro y la envidia.

—No puedo creerlo —susurró él—. Creí que nunca te vería de


nuevo. Min, vendiste tú casa, no sabía si…

Min dio un paso atrás, rompiendo el abrazo y el encanto con él.

—Preferiría hacer otras muchas cosas que estar aquí —confesó


secamente—. No lo hagas más difícil.

Sila pausó sus intenciones, dejando ir a Min y sometiéndose a las


indicaciones del foro. La entrevista se hizo en directo, visto por
centenares de millares de espectadores. Las redes no tardaron en
llenarse de publicaciones que señalaban la química entre el cantante y
la conductora, creando una disputa entre los seguidores de Sila que
apoyaban su compromiso con Kwan y los que lo detestaban
comprendiéndolo como un arreglo meramente mediático.

Cuando todo terminó, Sila volvió a acercarse a ella mientras se


deshacía de los micrófonos sobre su ropa.

—Min... —susurró mirando con nerviosismo hacia la puerta de


entrada—. Min, por favor te pido que me escuches, aunque sea solo
por esta vez, por favor.
—Ya pasó bastante tiempo desde lo nuestro —zanjó Min sin querer
mirarle—. No tiene caso volver a meternos en lo mismo. Sila, me voy
a casar.

Sila endureció su mandíbula y, tratando de no perder la


compostura, se acomodó el cuello de su camisa.

—Hace dos años no me dejaste hablar —acusó—. Esa es la razón


por la que te casarás con alguien que no amas.

Los ojos de Min revolotearon hacia los suyos con rapidez,


confirmando las palabras de Sila.

—Hace dos años no hiciste más que hablar —corrigió ella—.


Hablaste y dijiste muchas cosas, todas a medias, evadiendo la verdad y
usándola a tu favor. Casi mintiendo pero no del todo. Seguiríamos, por
lo menos, siendo amigos si hubieses sido sincero conmigo. De saber
que te gustaba Kwan lo habría entendido, sobre todo porque siempre
supe que yo no sería la clase de pareja que podrías querer a tu lado.

Sila no tuvo tiempo a responder. Kwan llegó, despertando saludos


efusivos alrededor de sus pasos, alcanzando a su prometido y
plantándole un beso frente a Min. Tampoco la reconoció.

—Amor, ¿cómo te fue? No pude verla, lo siento, estuve ocupada.


¿Listo para irnos? Reservé una mesa en tu restaurante preferido.

—Hmmm, sí —respondió Sila un poco nervioso—. Solo déjame...

—Felicidades —cortó Min—. Hacen una pareja excelente.

Kwan le sonrió, amable y orgullosa. Casi parecía que podrían ser


amigas. Quizá en otra vida, una donde Min no conociera cómo era
realmente. O quizá había cambiado de verdad. Sila podría producir eso
en cualquier persona; la inspiración de ser mejor día con día.
—Muchas gracias —dijo Kwan abrazando a Sila por el cuello—.
La boda será pronto. Amor, ¿podríamos invitarla?

Sila carraspeó. Min se adelantó a responder.

—Me encantaría asistir, sin duda será un gran evento. Pero tendré
mi propia boda dentro de poco y saldré del país —mintió a medias—.
Agradezco la intención. Espero sea una celebración magnifica.

—Pues felicidades por su compromiso —soltó Kwan con alegría,


frotando uno de los brazos de Min—. Es una mujer muy guapa. El
hombre que la reciba de blanco será muy afortunado.

—Su prometido también lo es con usted —apresuró Min—. Ahora,


si me disculpan, debo retirarme.

Min salió del foro, pensando que todo aquello podría quedarse
lejos de su corazón, y equivocándose. De pronto, cuando estuvo sola,
su corazón se quebró a tal grado que creyó poder escucharlo,
llenándose los ojos con lágrimas y luchando por llenar sus pulmones
con oxígeno.

— Cálmate... —le susurró a su corazón—. Ya hemos pasado por


esto antes. Sé que duele, pero podemos soportarlo, siempre lo
hacemos.

Después de la entrevista, de la mente de Sila se borró el


compromiso que tenía con Kwan. No perdió el tiempo. Investigó los
datos actualizados de Min. Quizá, y solo quizá, podría conquistarla por
segunda vez. Y si tuviera que hacerlo más veces, Sila lo haría sin
pesar, dispuesto a ganarse su corazón cada segundo que fuera
merecedor de él.

Con miedo, decidió marcar el número obtenido de su


investigación, escuchando a Min con el corazón desbocado.

—¿Hola? —respondió ella.


—Hola, Min. Soy yo.

—Ah —no hubo decepción en su voz, sino una especie de fastidio


por tener que enfrentarse una y otra vez a la misma prueba—. No me
interesa.

Y colgó.
Capítulo 20
Solo quiero ser feliz

La noche pasaba y cada vez parecía hacerse más larga. En ella,


tanto Min como Sila no conseguían conciliar el sueño. Ambos
pensaban en el otro, recordando los buenos momentos compartidos
desde su infancia, las aventuras y los baches que enfrentaron hombro a
hombro. Inevitablemente, los recuerdos de lo que habían sido los
empujaron a un mar de decepción y melancolía. Al final, torciendo una
y otra vez las colchas con las que se arropaban, cayeron dormidos sin
darse cuenta.

Al amanecer, Sawit no despertó a lado de Min. Al parecer, se había


levantado temprano para irse al trabajo. Min tomó una ducha para
quitarse el cansancio que dejó el insomnio detrás de sí, bajó a la cocina
y miró sus mensajes de texto. Tenía otra misión.

A regañadientes revisó el registro de llamadas y marcó el último


número. Del otro lado, solo hizo falta un solo tono para que la llamada
fuera respondida.

—¡Min! —se apresuró Sila con emoción—. No sabes cuánto


significa esto para mí.

—Fotos —soltó Min de golpe, esperando sonar seca y distante—.


La televisora se olvidó de tomar fotos exclusivas para el artículo de
mañana.

El silencio al otro lado reflejó bien la decepción del cantante.


—¿Solo por eso me llamas?

—Sí —evidenció ella—. Voy a mandarte una dirección. ¿Crees que


puedas presentarte hoy a eso de las dos de la tarde? —preguntó
mirando su reloj de muñequilla.

—No lo sé, Min —dijo Sila desanimado—. Depende. ¿Cuánto van


a demorar?

—Me tardaré cosa de media hora —prometió.

Min no pudo escucharlo pero, al otro lado, Sila frunció el ceño.

—¿Tú tomarás las fotos? —cuestionó.

—El fotógrafo tiene agenda llena y esto es casi de improvisto —


explicó—. Además, yo me encargo de las publicaciones editoriales.

—Sí… —murmuró Sila—. Siempre te gustó tomar fotos.

—No llegues tarde —amenazó y colgó.

Sila no sabía cómo sentirse al respecto. Por una parte, su corazón


se acongojaba, pequeño y doloroso, ante la aparente indiferencia de
Min. Además, la culpa que llevaba sobre sus hombros era inmensa. No
podía dejar de pensar que todo habría sido diferente si Kwan no
hubiese entrado jamás en la vida de ambos, si él hubiese pensado
mejor en el valor de sus acciones. Sentía que todo estaba perdido,
irrecuperable, y aun así estaba dispuesto a no renunciar a la idea de
reconquistar a Min. Ambos habían crecido. Ambos habían aprendido a
amar mejor. Ya no eran un par de jóvenes a la deriva. Tal vez la
madurez de ambos podría jugar a su favor.

Llegó la hora de la reunión. Tanto Min como Sila se presentaron


con los nervios en la garganta, nauseabundos y con el estómago
pesado. Qué difícil resultaba hacerle frente al pasado.
—Hagamos esto rápido —decretó Min con seriedad, ignorando la
forma en la que Sila le había abierto la puerta—. Tengo cosas que
hacer.

Sila intentó tomar la muñeca de Min con suavidad, anhelo y un


poco de miedo. Min se apartó antes de que pudiera cometer su
objetivo.

—Min, yo... —comenzó Sila.

—Te voy a pedir que no me toques —zanjó Min—. Estoy


comprometida.

Min se dedicó a sacar las fotografías hasta que cayó en la cuenta de


que podía aprovechar la presencia de Sila y hacer un par de preguntas
más. Así, podían ofrecer un contenido distinto al que sería transmitido
por televisión, brindando una razón para obtener la versión impresa del
encuentro con Sila.

Sin mirarle los ojos, Min le planteó su intención, sugiriendo que


ambos se encaminaran a uno de los restaurantes más cercanos del
estudio. Sila aceptó, con las manos sudorosas y la respiración agitada.
Al llegar al establecimiento, Sila volvió a repetir el gesto de abrirle la
puerta a la joven mujer. Min volvió a ignorarlo, generando
incomodidad en el fondo del corazón del cantante.

Tomaron asiento, pidieron un par de bebidas y Min se dedicó a


hacer su trabajo. Preguntaba, sorbía, escribía y miraba las manecillas
del reloj en un ciclo que cumplía casi a la perfección. De pronto, la
mujer sintió una mano cálida que levantaba su rostro por el mentón.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Se paralizó.

Sila aprovechó su consternación para acercarse a ella, buscándole


los ojos y sosteniendo su agarre.

—Yo sé que lo arruiné todo —susurró dolido—. Me equivoqué y


no sabes cuánto me arrepiento de eso. Extraño verte, tu sonrisa, tu voz,
tu piel... Lo extraño todo. Te extraño a ti. Sé que no tengo derecho a
pedirte nada, pero temo que tengo una petición. Solo una. Te pido que
me des una segunda oportunidad para ser felices juntos, y esta vez para
siempre.

En negación, Min intentó hacerse para atrás y romper con el agarre


del que alguna vez había sido su amigo. Sin embargo, Sila fue más
rápido, terminando con la distancia entre ellos y besándola después de
tanto tiempo. Fue entonces que Min dejó de resistirse. No le
correspondió, pero tampoco lo apartó. Se dedicó a sentir la suavidad de
sus labios con las lágrimas a punto de desbordarse de sus mejillas.

Después de unos segundos, Sila se apartó, deseando no tener que


hacerlo nunca, y la miró expectante. Min se aclaró la garganta,
tratando de ocultar las pequeñas lágrimas desobedientes que buscaban
surcar su rostro.

—¿Sabes? —comenzó ella—. Yo era fuerte, pero una fuerza mayor


corrompió mi mundo y me rompió en pedazos. Sigo buscándolos. Sigo
tratando de enmendarme. Yo solo quiero ser feliz, Sila, pero no sé
cómo.

Con cuidado, Sila extendió sus manos y recogió las lágrimas del
rostro de Min.

—Mientras yo siga aquí siempre tendrás a alguien que aprecie y


admire cada pequeño detalle de ti —prometió—. Tendrás a una
persona que te ama con todas sus fuerzas hasta en los peores
momentos. Yo nunca dejé de amarte, incluso cuando me comprometí
con Kwan.

Un golpe de realidad llevó a Min a pegar su espalda a su asiento,


separándose bruscamente de Sila.

—Estás comprometido —recordó—. Con Kwan. Y yo con Sawit.


—Se limpió las lágrimas con rapidez—. Discúlpame, tengo que irme.
—Estoy comprometido —aceptó con la voz entrecortada—, pero te
prometo que si me das esta oportunidad no te defraudaré, Min. Todo
será como antes. Antes de todo. Antes de Kwan. Solo tú y yo contra el
mundo. Por favor, te estoy suplicando, ¿qué es lo que quieres de mí?
¿Quieres que te lo pida de rodillas?

—¿”Como antes”? —repitió Min—. No se puede regresar al


pasado, Sila. Además… ¡yo te amaba! Y tú… ¡Tú me dejaste! Sila, me
abandonaste cuando más te necesitaba. ¡Mira en lo que se ha
convertido mi vida sin ti! Yo… —el llanto rompió sus palabras.

—Min, de verdad lo siento —murmuró Sila buscando acercarse


otra vez.

—¿Lo sientes? ¿Ahora sí? —Min le dedicó una mirada llena de


resentimiento—. Yo nunca te hubiera hecho eso. Si yo hubiera estado
en la situación en la que estuviste tú, yo sí te hubiera escogido. No
somos iguales, Sila. Jamás vas a corresponder mi amor, lealtad y
devoción. —Min se puso de pie—. Ahora déjame en paz y vete de mi
vida para siempre. Ya encontré a alguien que sí sabe corresponderme.

Min le enseñó el anillo en su dedo, quebrando el corazón de Sila.


No obstante, en esa ocasión, decidió dejarla en paz. Darle su tiempo.
No ir detrás de ella aunque cada partícula de su ser se lo rogaba.

De regreso a casa Min no fue capaz de contener el llanto. El


corazón le latía frenético, le faltaba el aire y la cabeza le dolía en
grandes punzadas. Cuando por fin terminó su recorrido y se encontró
frente a su hogar, descubrió un arreglo floral sobre el tapete de la
entrada. El llanto se detuvo de pronto. Min se acercó, se agachó a un
lado del obsequio y tomó la nota entre los pétalos de una flor.

Espero puedas perdonarme. Te amo más que a nada en este mundo.


No iba firmada y tampoco necesitaba hacerlo. Sawit llegó tarde,
encontrándose con la escena al llegar a casa. Al mirar a su prometida a
un lado de flores que él no le había regalado, el enojo le nubló la razón
y lo convirtió en otra persona. Sin sutileza, clavó sus uñas alrededor de
la muñeca de Min, lastimándola al instante. Con fuerza la arrastró
dentro de la casa, cerró la puerta y pasó su agarre al cuello de Min.

—¿Quién te mandó ese arreglo? —preguntó entre dientes,


escupiendo y tan cerca del rostro de Min que cada gota le cayó en la
piel.

—No lo sé —dijo con trabajo—. Suéltame, por... favor...

Pero la falta de una respuesta clara lo enfureció más. Sawit le


apretó el cuello con la fuerza que le faltaba, la despegó de la pared a la
que la había pegado y la regresó a ella, estrellándola sin cuidado.

—Eres una mentirosa —escupió—. ¡Eres una ramera!

Sawit levantó una de sus manos hecha un puño. Min, luchando


para no perder la consciencia, consiguió darle un golpe en la
entrepierna. Se soltó, mandando a su agresor al suelo y jalando aire
mientras sus pulmones ardían con un dolor inconmensurable. Solo se
detuvo a jalar un par de bocanadas, se apresuró a salir de casa y corrió
a uno de los autos. Entró, arrancó y se dirigió a casa de Plug.

Sawit, sin intenciones de dejarla ir, se metió en el carro sobrante y


la persiguió. Llegaron con segundos de diferencia a la casa del
hermano de Sida. Min salió corriendo del vehículo, gritando por
ayuda, consciente que Sawit le pisaba los talones. Plug, desde adentro,
reconoció la voz de su sobrina y se apresuró a la entrada, pero no lo
suficientemente rápido.

Una de las manos de su prometido le alcanzó el cabello a Min.


Sawit lo jaló con fuerza, haciendo que sus cuerpos se encontraran en
un choque que solo le dolió a la chica. Por casualidad, Sila pasaba por
ahí, pensando en aquel día y las flores que Min debió de haber
encontrado ya. Al reconocer la voz de Min, desfigurada por los gritos,
y a Sawit, poco cambiado desde la última vez que se vieron, frenó el
coche y salió para hacerle frente al poco hombre.

—¡Déjala! —gritó Sila antes de ser capaz de alcanzarlo.

Sawit, asustando por un segundo, soltó a Min y volteó a ver quién


era la persona que se estaba entrometiendo. Al descubrir que no se
trataba de un oficial, su coraje volvió, hinchado su pecho y poniendo
una expresión desagradable en su rostro.

—¿Tú quién te...? —Pero un golpe en pleno rostro le prohibió


proferir palabra alguna.

—¡¿Quién te crees para tocarla de esa forma?! —exigió saber Sila


entre bramidos—. Estás muerto, ¿escuchaste? ¡Te voy a matar!

Sawit se incorporó como una exhalación, devolviéndole el golpe a


Sila, plantándoselo en pleno abdomen.

—Ah —exclamó en tono burlesco, limpiándose con el dorso de la


mano el hilo de sangre que comenzaba a correr de su nariz—. Eres tú.
El que no se quedó con la chica. El pobre diablo que es incapaz de
aceptar que Min es solo mía.

—Pienso corregir eso —amenazó Sila.

Sila se enderezó, dispuesto a romperle la cara al abusador de Min,


mientras Sawit se preparaba para defender su orgullo y, de paso,
cobrarse todas las veces que Sila se sintió superior por tener a Min. Al
final de todo, Min siempre había sido de Sawit así que, de cierta
forma, Sila solo había sido un estorbo. Planeaba deshacerse de él de
una vez por todas, y después quién sabe, castigar a Min hasta que no
volviera a pensar en mentirle.
Sin embargo, ninguno de los dos pudo obtener su cometido. Plug
salió de casa, abriendo su puerta con un grito de guerra que nadie
entendió. El rostro lo llevaba rojo de furia, los ojos desorbitados y los
hombros puestos atrás. No tuvo reparo en apuntarle a Sawit con el
arma que llevaba en una de sus manos.

Sila aprovechó la escena para alcanzar a Min, colocándola detrás


de él en un intento por protegerla con su propio cuerpo.

—Hijo de puta —escupió Plug—. Lárgate ahora mismo, ¡vete de


mi puta casa! ¡Me importa poco perderlo todo si con eso acabo con un
infeliz como tú!

Sawit parpadeó, temeroso y sin caber qué hacer.

—No estoy jugando —advirtió Plug mirando de reojo a su sobrina


—.Voy a matarte si no desapareces en este instante.

Sawit, sin más que decir ni cómo defenderse, escupió a los pies de
Sila, subió a su auto y se marchó.

—Traéla para acá —le ordenó Plug mientras guardaba el arma.

Sila llevó a Min dentro, quien tenía el rostro pálido y moratones


alrededor del cuello. Plug cerró la puerta, corrió el seguro y se dispuso
a revisar a Min. Le curó las heridas mientras Sila se dedicó a
prepararle un té. Ambos le preguntaron infinidad de cosas a Min pero
esta no respondió. Tampoco lloraba. Parecía ausente.

Plug subió por un par de antibióticos, dejando tiempo a Sila que


decidió utilizar para sentarse a un lado de Min y ofrecerle la bebida
que le había preparado.

—Desde que nos conocimos, aun siendo tan solo unos niños, cierro
los ojos y estás tú, miro al cielo y ahí estás… —Sila tragó con lágrimas
en los ojos—. Lo lamento mucho. Todo esto es culpa mía. Jamás debí
de haberte dejado sola. Jamás debí de haberte dejado a tu suerte. No
importa qué decidas, quiero dejar en claro que pase lo que pase
siempre voy a estar ahí, en los momentos buenos, en los malos, e
incluso cuando no quieras que esté, ahí voy a estar. Yo sé que no
necesitas ayuda para lograr tus objetivos, pero cuando sientas que estás
cayendo, siempre te voy a levantar. Aunque me odies. Aunque no
soportes ni verme. Aunque dejes de quererme.

En ese momento, Min encaja su mirada en la suya, cierra los ojos,


se acerca y le planta un beso suave, corto, casi cotidiano.

—Si supieras cuanto te extrañé… —fue lo único que dijo.

El corazón de Sila revoloteó como una mariposa que acababa de


terminar con su transformación. Ese era el segundo principio de su
historia, el después de un antes que lo cambiaría todo. Las palabras de
Min auguraban la lucha para rescatar su amor, un amor que surgió de
infantes y pretendía ser el mejor de todos. Sila se encargaría de eso.
Prometía su vida por conseguir un final feliz.
Capítulo 21
El amor verdadero

Nada fue igual después. Sawit no volvió a acercarse a Min y Sila


dejó de besar a Kwan, además de eliminar los detalles que solía darle
cada cierto tiempo y la rutina entre ellos.

Sawit conocía bien la historia de Sila y, con ella, el compromiso


que tenía con Kwan. Por si fuera poco, la actriz era tan conocida como
el propio Sila, un rostro que, con dificultad, podía borrarse de la
memoria. Así que Sawit no se acercó a Min, ni siquiera hizo el intento
por buscarla, pero el tema fue diferente con Kwan. La buscó como el
último sorbo de agua fresca en pleno desierto, encontrándola gracias al
buen uso de las redes y la falta de privacidad de la vida de una figura
pública.

Cuando lo hizo, contó todo lo que había pasado, restando las partes
donde lo involucraban a él como un abusador y poco hombre. Kwan,
prestándose a escuchar su declaración, comenzó a entender el cambio
radical de Sila. Le hirvió la sangre del coraje al saber que se habían
visto, que Sila había “interferido” en el compromiso de Min, y que
nada de eso hubiese sido dicho para mantenerla enterada. Así que
Kwan cayó en el juego de Sawit, contratando un investigador privado
que siguió a los viejos amigos hasta que la verdad quedase expuesta a
la luz.

—Entonces… —Sawit estaba recostado sobre una cama a un lado


de Kwan, ambos tenían las sábanas del hotel enredadas entre las
piernas, llenas de un sudor que se iba evaporando y el cabello
desarreglado. Sawit se sostenía sobre sus codos, extendiendo una de
sus manos para acariciar la espalda desnuda de la prometida de Sila—.
¿Te gustó?

Kwan soltó una risa en un bufido, se apartó de los dedos traviesos


de Sawit, saliendo de la cama y comenzando a vestirse.

—Eres patético —escupió—, no sé cómo me convenciste de hacer


esto.

Sawit se levantó también, acercándose a la figura esbelta de la


mujer para tomarla por la cintura. Le depositó un beso sobre uno de
sus hombros y sonrió.

—Debes admitir que nos atraemos mutuamente —susurró.

Kwan se detuvo, girándose hacia él a medio vestir.

—Por supuesto que no —dijo de tajo—. No te confundas. El


tiempo que, miserablemente, pasamos juntos es para poder
deshacernos de Min. Sacarla de mi camino hacia el altar. ¿Sabes con
quién me voy a casar? Por supuesto que lo sabes, todos lo saben.
Alguien que ama a un hombre como ese no podría amar a un hombre
como tú.

Sawit soltó una risa despreciable, apartando la mirada de Kwan y


recordando el rostro de Min.

—Min demostró que es posible —refutó.

Kwan puso los ojos en blanco, agachándose para alcanzar su blusa


y pasándola por los brazos.

—Dudo mucho que Min te haya amado —dijo ella sin interés—.
Estuvo enamorada de Sila. Es imposible que haya bajado tanto sus
estándares de la nada.
Las palabras de Kwan colmaron la paciencia de Sawit. El hombre,
aún desnudo, sintió la chispa descontrolada de la ira en su corazón,
adueñándose de sus movimientos y llevándolo a tomar con fuerza a
Kwan por el brazo. Le encajó los dedos desprendiendo de la voz de la
mujer un quejido, un ruidito de dolor que lo llevó a la coherencia otra
vez. Sawit aflojó su agarre, pero dio un paso al frente hasta quedar a
pocos centímetros del rostro de Kwan, erguido e intimidante.

—No intentes tus juegos conmigo —amenazó—. No soy un


juguete como Sila lo ha sido para ti. Ten cuidado con las cosas que me
dices si no quieres lamentarlo.

El descaro en la mirada de Kwan desapareció un momento, dando


paso a la cautela, incluso un poco de miedo. Después de un par de
segundos, Kwan le arrebató el brazo y se sentó al borde de la cama
para ponerse los tacones.

—Somos cómplices —recordó ella—. No lo arruines con estúpidas


confusiones.

—Te diré lo mismo que me has dicho —se burló él recargándose


en el marco de la puerta hacia el pequeño baño de la habitación—.
Alguien que ha estado enamorado de alguien como Min no podría
bajar sus estándares para amar a una mujer como tú, excepto si eres
imbécil como Sila.

Kwan puso los ojos en blanco, se dirigió al espejo frente a ella y se


acomodó el cabello.

—Lo único que me interesa es que Sila no vuelva a ver a esa mujer
nunca más —aseguró pintándose los labios—. Me importa poco lo que
tenga que hacer para ello.

—Cumplirás tu objetivo y el mío con él —dijo Sawit—, pero


tienes prohibido tocarle un pelo a Min.

—Eso ya lo he escuchado otras veces.


Kwan corta la plática, toma su bolsa, besa a Sawit en los labios y
sale de la habitación dejándolo completamente solo. Su perfume se
queda detrás de ella, como un fantasma que pretende ensañarse en
Sawit.

Para entonces, Sawit había evitado sacar las cosas de la casa que
compartía con Min. En ocasiones, se sentaba en la acera del frente
tratando de corroborar la rutina de su prometida porque, si bien el tío
de Min había sido muy claro, no se había enviado la notificación de la
cancelación de la boda. Esperaba enmendar las cosas, pero no porque
quisiera disculparse con Min, sino porque no podía concebir que
terminara en brazos de alguien más. Mucho menos de Sila.

Así que saliendo del hotel buscó las llaves de la entrada en los
bolsillos de su pantalón, aparcó donde siempre lo hacía y se dispuso a
abrir la puerta. Por un segundo creyó que Min había cambiado la
cerradura; no lo hizo. Giró la llave y la puerta cedió, permitiéndole el
paso. La escuchó dentro, con tanta claridad que pudo percibir cómo las
cerdas de un cepillo le acicalaban el cabello. Caminó hasta su
dormitorio —de ambos o, en el peor de los casos, solo de Min— y la
encontró pintándose los labios como Kwan antes de despedirse.

—¿Qué es lo que haces aquí? —preguntó Min sin aparente interés


aunque, en realidad, el estómago se le había revuelto y el corazón
buscaba escaparse de su pecho.

—Aquí vivo —respondió Sawit y recordó—: El contrato de


arriendo está a mi nombre.

—Ah —fue todo lo que respondió Min.

Mirarla ahí, frente al espejo, tan guapa como nunca se ponía para
él le llenó de celos. Sintió como la sangre le nubló las ideas y le hizo
tensar la mandíbula. Rechinó los dientes, apretó los puños y respiró,
esperando que eso fuera suficiente para no perder la cordura. Pero
falló.
—Te lo voy a preguntar una sola vez y quiero que respondas con la
verdad porque aún soy tu prometido —amenazó—. Tengo derecho —
hizo una pausa, esperando que el reflejo de Min le devolviese la
mirada—. ¿A dónde vas?

Min enarcó una ceja.

—Con unas amigas —mintió ella—. Como todos los domingos


desde hace un año.

Pero Sawit sabía que eso no era cierto. El investigador que Kwan
había contratado por su propio consejo le había revelado una rutina
desalentadora para ambos. Y en medio de la cólera, del ego que Min le
acababa de pisotear y la humillación, Sawit le alcanzó el cabello
jalándolo hasta separarla del espejo. El labial que llevaba en su mano
cayó marcando el comienzo de una mala escena con un golpe hueco.

Min se retorció, entre objeciones y chillidos, pero nada de lo que


pudiera hacer con su cuerpo delgado sería suficiente para separarla de
la bestia. Sawit la aventó contra una de las paredes, brindándole alivio
a su cuero cabelludo, le encajó los dedos de una mano tomando su
rostro por las mejillas y la presionó contra el concreto tras ella.

—Te lo preguntaré otra vez, ¿vale? —dijo un poco animado, una


sonrisa que le erizó la piel a Min entre los labios—. ¿A dónde vas,
prometida mía?

Min tragó saliva, apartando sus ojos de los de Sawit y presionando


los dientes cuando sintió que un par de lágrimas se escurrían por su
rostro.

—Con Plug —volvió a mentir—. Pero ahí ya no eres bienvenido,


no quería decirte porque…

Sawit la interrumpió con una bofetada que le partió el labio, luego


soltó un refunfuño como si fuese un animal y se acercó tanto a ella que
cada una de las palabras que pronunció después se salpicaron sobre su
rostro.

—Tú creerás que soy imbécil —acusó—. Te estás arreglando para


ver a Sila.

Con el labio palpitando de dolor, Min le clavó los ojos con furia.

—Y si así fuera, ¡a ti qué te importa! —chilló—. ¡Después de lo


que me hiciste tú y yo ya no somos nada! ¡Quiero que te largues de mi
casa ahora mismo!

Sawit volvió a encajar sus dedos en las mejillas de Min, volviendo


a estampar su nuca contra la pared. Después, pegó su cuerpo al de ella
impidiendo cualquier movimiento de rechazo. Le plantó un beso en la
boca, llenándose los labios con su sangre, pasó la lengua sobre ellos y
sonrió.

—No sabes lo mucho que me gustas, Min —masculló sin


sentimiento en sus palabras—. Lo mucho que me gusta sentirte debajo
de mí, pequeña y sin posibilidad de defenderte.

—¡Estás loco! —jadeó Min con todas sus fuerzas, sintiendo el


enojo de sus palabras como pinchazos de dolor en la garganta—. ¡Sila
está aquí afuera! ¡Ya debió de haber llegado! —reveló entre gritos—.
¡Sila! ¡Sila, por favor ayúdame!

Los ojos de Sawit se oscurecieron como Min jamás los había visto
trastornarse. El enojo, la necesidad de dominarla, de someterla y
desaparecerla para que solo le perteneciera a él era latente como el filo
de una navaja. Sawit, indispuesto a perder a aquella mujer, le volvió a
tomar del pelo arrastrándola por toda la casa hasta la puerta principal.

—Bien, gracias por decírmelo —iba diciendo él—. Nos iremos


antes de que ese bastardo llegue a nuestra casa.
—¡Estás loco! —repitió Min a todo pulmón—. ¡Enfermo
desquiciado! ¡Plug te matará! ¡Yo se lo pediré!

Exasperado por los graznidos de Min, Sawit jaló de su cabello


hasta arrodillarla frente a él. Con la mano libre, le acomodó dos
bofetadas, una en cada mejilla.

—¿Quieres que se vuelvan puños, Min? —le preguntó con media


sonrisa en los labios aún resplandecientes por la sangre de su
prometida—. ¿Eso te gustaría? ¿O prefieres callarte y ser una buena
esposa?

Las lágrimas en los ojos de Min no fueron suficientes para


amortiguar la mirada de odio que le lanzaba a Sawit. Le temblaban los
labios entre el miedo, la tristeza, la desesperación y la ira, las lágrimas
se le desbordaban de los ojos y sus cejas, junto a todo su rostro, sentían
la tensión que se apoderaba de sus músculos.

—No soy tu esposa —escupió ella—. ¡Y jamás lo voy a ser!


¡Nunca! ¡Porque nunca te amé! ¡Ni un solo día, ni una sola noche, ni
un solo segundo! ¡Y ahora no puedo sentir nada hacia ti más que odio!

Las palabras de Kwan volvieron a los recuerdos de Sawit


encendiendo una mecha bastante corta hacia la explosión del caos.
Sawit le soltó el cabello solo para tomar el impulso suficiente y
propinarle una nueva bofetada en medio de una de sus mejillas, tan
fuerte, tan dolorosa, que Min cayó al suelo de costado cubriéndose el
rostro con ambas manos. Y ahí, tan débil, deshaciéndose en lágrimas,
Sawit sintió un inmenso amor hacia ella.

—Dios, ¡cuanto te amo! —exclamó como si nada de los últimos


minutos hubiese sido tan horrible como realmente era.

Sawit se arrodilló a un lado de ella, le retiró el cabello del rostro y


se encontró con su piel debajo de sus dedos. La acarició ahí, donde sus
dedos estaban marcados en manchas rojizas, recogió sus lágrimas con
uno de sus nudillos y suspiró.
—Dios, eres hermosa —murmuró—. Nos vamos. Regresaremos
después por nuestras cosas.

Min no tuvo la fuerza para decir algo más. Permitió que Sawit le
ayudase a ponerse de pie, trataba de enmudecer sus sollozos y no fue
capaz ni de quitarse los mechones de cabello de la cara. Sawit abrió la
puerta y ella se escondió detrás de él, como si los rayos del sol fueran
capaz de desintegrarla —o como si su madre fuera capaz de verla a
través de ellos—. Sentía pena por los abusos que había sufrido, por su
fragilidad y la estupidez que le había llevado a no cambiar la
cerradura. Durante un segundo se resignó, sobre todo cuando cruzó el
umbral y se dio cuenta que ahí donde debería estar Sila no había nadie.
No llevaba su celular consigo, pero desde la última vez que había visto
la hora deducía que Sila ya debería de haber llegado.

No volvió a alzar los ojos para buscarlo. Quizá, después de todo,


de verdad jamás había sido él. Entonces, con el sonido de unos
neumáticos rechinando sobre el asfalto, el auto de Sila apareció como
si este hubiese sido capaz de escuchar los pensamientos de Min. Sawit
lo reconoció, alcanzando la puerta del copiloto en su automóvil y
abriéndola de golpe.

—Entra ahora —le ordenó a Min.

No obstante, la joven con el rostro magullado que ni siquiera en tal


estado perdía su belleza, recaudó lo que quedaba de valor frente a ella
dispuesta a pelear por los segundos que Sila necesitaba para llegar
hasta ella.

—No —murmuró sintiendo el dolor en su rostro.

—¿Ah, no? —la retó Sawit—. ¿Crees que ha llegado por ti tu


príncipe azul, puta de mierda?

Min no tuvo tiempo a sentir temor una vez más. Sawit le volvió a
tomar el pelo, queriéndola arrastrar dentro del vehículo. Ignorando que
no tenía las fuerzas suficientes para hacerle frente, se tiró al suelo
como lo haría un infante haciendo berrinche, esperando que su peso
fuera suficiente para dificultarle la tarea a Sawit.

—¡No entraré! —chilló y ya no tuvo que hacerlo más.

Sila alcanzó al desgraciado, apartándolo de Min con un solo


empujón que lo aterrizó en el suelo. No se detuvo a mirar a Min pero
le dio una orden clara y concisa.

—Súbete a mi auto, ahora.

Min obedeció, poniéndose de pie e ignorando cada uno de los


músculos que le pedían que parara. El dolor del abuso de Sawit
palpitada incluso donde sus manos no le habían alcanzado: en sus
rodillas, la espalda, el abdomen… La sangre le seguía saliendo del
labio a gotas que le llenaban el gusto de hierro y su rostro se sentía
caliente ahí donde llevaba la palma y los dedos de Sawit.

Corrió y se subió al auto de Sila, cerrando las puertas con miedo a


que Sawit pudiese alcanzarla. Sin embargo, una vez tumbado, Sila no
permitió que se pusiera de pie. Se le abalanzó encima, dándole un
puñetazo tras otro en pleno rostro.

—¡Te mataré, maldito! —escupió Sila colérico, irreconocible, con


la imagen del rostro de Min amoratado clavado en su pensamiento—.
¡Te lo advertí! ¡Te lo dije! ¡Y te atreviste a tocarla! ¡A tocar a mi
mujer! ¡Al amor de mi vida!

Sila se detuvo después de ocho puñetazos seguidos, bien dados y


precisos sobre su pómulo, deformándolo y llenándolo de sangre bajo la
piel. Sawit no abrió los ojos, ni siquiera se movió, regresándole la
cordura a Sila en un segundo. El cantante, asustado, se puso de pie y lo
miró ahí, inerte; incluso le pareció que había dejado de respirar. Miró
hacia atrás, hacia su auto, donde Min estaba sentada en el asiento del
copiloto regresándole la mirada. Si lo había matado, pensó, había
valido la pena.
Se apresuró a subirse a un lado de Min, descubriendo pronto que
Sawit le había engañado. Y ahí, bloqueándole el paso para que no
pudiera llevarse a Min, le dedicó una de las sonrisas más despreciables
que intentaron detener el corazón de Sila.

Sila aceleró, llenando la calle con el ruido de una intención


macabra, echándole el auto encima al hombre frente a él y golpeándolo
lo suficiente para derribarlo. Volvió a salirse del vehículo, ignorando
las objeciones de Min, recogió a Sawit jalándolo del cuello de la
camisa que llevaba puesta y se lo acercó al rostro tanto que parecía que
iba a arrancarle la nariz de una mordida.

—En mi puta vida quiero volver a verte —amenazó entre dientes


—, porque te prometo que la siguiente vez me olvidaré de la persona
que soy y actuaré como solo la basura sabe hacerlo.

Con una fuerza que él mismo desconocía, Sila aventó el cuerpo


adolorido de Sawit hacia la acera, librándose el paso y regresando al
asiento del conductor. Arrancó y decidió que jamás volvería a
apartarse del lado de Min.

—Gracias —susurró ella a su lado.

Pero fue incapaz de mirarla. Su corazón dolía solo de mirarle los


golpes que un hombre había dejado sobre su rostro.
Capítulo 22
Por siempre

Por seguridad, Sila resguardó a Min en una casa alquilada de


último momento. No estaba seguro de que Sawit fuese el clásico
imbécil desconocedor del código penal —un verdadero peligro para
ambos— pero prefería no arriesgarse. El primer lugar donde podrían
buscarlos era en la casa de Mam, el segundo lugar más obvio era la
propia casa de Min, o el tío de ella. Ningún lugar conocido le parecía
seguro, por ende, movió sus contactos para tener un hogar temporal en
el que curarle las heridas a la mujer que había llamado el amor de su
vida.

Y Min estaba repleta de ellas. No solo a simple vista, las heridas


emocionales de la chica se notaban con mirarle los ojos una fracción
de segundo. Sila se ocupó de resguardar la casa de Mam y de Plug con
elementos de seguridad para la tranquilidad de todos, pero no había
forma de que él se sintiera seguro o pudiese perdonarse por el daño
que había recibido. De alguna forma sentía que él había tenido el poder
de evitar todo aquello, por ende, también la culpa de lo que había
sucedido.

Le costó volverle a sostener la mirada, sentirse merecedor para


sentir su piel o conversar con ella. Min lo notaba y, de cierta forma, lo
culpaba también. Cierta culpa tenía en haberla dejado, en haber
preferido a Kwan por encima de ella. Sin embargo, el amor era más
fuerte que el posible resentimiento que podía sentir hacia Sila, así que
fue ella la primera en acercarse a él una noche en la que se encontraba
en su propia habitación, escribiendo probablemente la próxima canción
que sacaría después de aquel encierro.
Min tocó la puerta, esa que Sila nunca cerraba y siempre dejaba
salir un pequeño chorro de luz que le alertaba que el cantante seguía
despierto. Sila acudió de inmediato para abrirle, preocupado y con el
cabello desarreglado.

—Min, ¿qué pasa? ¿Estás bien? —se apresuró a preguntar.

Min sonrió a medias, aún sin recuperar la vivacidad que le


caracterizaba desde la infancia.

—Tranquilo, solo quería venir a verte. Estoy cansada de estar sola


en mi habitación —dijo pasando de largo y mirando la cama frente a
ellos.

De inmediato, Sila se puso nervioso, dudando al momento de


volver a emparejar la puerta. Se quedó a un lado de ella, como si nunca
hubiese tenido a Min a solas, tan cerca, sin ningún tipo de restricción,
viéndola merodear como una mariposa curiosa.

—¿Qué haces? —preguntó Min.

—¿En este momento? —cuestionó Sila—. Solo te miro.

El rostro de Min se mostraba recuperado, sin la hinchazón de las


primeras semanas, sin tantas lágrimas secas en sus mejillas y un rubor
saludable sobre ellas. Las marcas que Sawit dejó sobre su rostro no
fueron capaces de arrebatarle su belleza, pero cuando desaparecieron,
pareció amplificarse a niveles estratosféricos.

—Quería agradecerte —murmuró Min muy despacio—. Por llegar


justo a tiempo.

—No fue justo a tiempo, Min —negó Sila, dolido—. O quizá


tienes razón y sí lo fue. Ese es el problema.
Min se recostó sobre la cama, despreocupada, llena de confianza.
Pareció, por un segundo, que estaba dispuesta a quedarse dormida,
acomodada de costado con las piernas encogidas y el vestido de su
pijama un poco levantado.

—Ven, acuéstate conmigo —pidió ella.

Sila no tuvo la fuerza de voluntad para negarse. Se acostó a un lado


de ella, de costado, haciéndole frente. Sin nada que decir, Min cortó la
distancia entre ellos y le plantó un beso en la boca. Uno serio, firme,
dejado de la infancia, urgente y seductor.

—Min… —pidió él, sin saber si necesitaba que se detuviera o que


jamás lo hiciera.

Ahí, en confidencia, se besaron largo rato, como si quisieran


reponer los años perdidos con las personas equivocadas. Las manos de
Min se hundieron en su cabello, marcaron las curvas de su cuello y
comenzaron a desabotonar su camisa.

—Min —repitió Sila sin aliento.

—Quiero esto —se plantó Min con firmeza, besándolo después de


aquellas palabras y tomando una bocanada de aire para continuar—.
Siempre me dijiste que me darías todo lo que yo quisiera. Quiero esto.
Y lo quiero ahora.

—Pero Min…

Ella no lo dejó continuar. Abrió su camisa, pegando su cuerpo al de


él, y le colocó las manos en su cadera, subiendo con ellas su propio
vestido. Deslizó una de sus piernas entre las de Sila y apretó con su
rodilla arriba, provocándolo.

Sila no necesitó más. Se deshizo de su vestido, tirándolo a un lado


de la cama, y sintió su piel desnuda con sus propias manos. Nada
recordaba que fuese tan suave como el cuerpo de Min. En eso, el amor
le colmó el corazón haciendo que la llevara a él envuelta en un abrazo.

—No quiero separarme de ti jamás —dijo—. Te necesito en mi


vida más que a cualquier otra cosa.

Min sonrió entre su cabello enredado y el pecho desnudo de Sila,


pasando su dedo sobre él y depositando un beso después tras el camino
trazado.

—Aquí estoy —susurró ella erizándole la piel—. Aprovecha


mientras puedas.

Sila frunció el ceño, apartándola un poco para encontrarle los ojos.

—¿Por qué? ¿Vas a dejarme? —preguntó con cierta desesperación.

Min negó con tranquilidad.

—Nunca —aseguró—. Pero no puedes saber qué pasará.


Aprovecha ahora que este momento nos pertenece.

Y Sila se acomodó sobre ella, mirándola desde arriba, con la


cadena alrededor de su cuello colgado sobre la garganta de Min, casi
tocándola, como una amenaza dulce y placentera.

—¿De verdad quieres esto? —quiso saber.

—Lo he querido desde hace mucho tiempo.

Min lo atrajo hacia él, devorando sus labios con ansias,


encontrando sus lenguas con delicadeza y despojándose del resto de
ropa que fungía como una muralla entre su desnudez. Se encontraron
así, vulnerables frente al otro, con el rostro enrojecido y la urgencia
acercando sus cuerpos.

—No seas tímido —apremió ella alzando la cadera—. No es la


primera vez de ninguno.
—Pero sí es mi primera vez con la mujer de mi vida —se excusó
él.

Sila hundió su nariz en el cuello de Min, respirando profundo y


dando pequeños besos en él. Con sus piernas acomodó las de Min,
levantándose para mirarla en el momento en el que decidieron
convertirse en un solo ser.

∞∞∞
A la mañana siguiente Min despertó para encontrarse desnuda y
abandonada en la cama de Sila. Por un segundo el miedo se apoderó de
ella, creyendo que la había dejado una vez más a su suerte. Se puso de
pie, quitó la colcha de su lugar y se enrolló con ella, como solía
hacerlo de niña cuando pretendía ser una heroína con capa.

Lo encontró en seguida, bajando la escalera y descubriendo la sala


de estar llena de regalos. Casi parecía Navidad después de la llegada
de Santa Claus, uno particularmente bondadoso. Sila la recibió con un
flash que le arrebató la visión un fragmento de segundo, con una
Polaroid que reveló la imagen en menos de un minuto.

—¡El comienzo de una nueva vida! —exclamó Sila como lo haría


el predicador de una iglesia después de un bautizo.

—¿Qué es todo esto? —quiso saber Min.

—Son todos los regalos que te compré cuando no estuvimos juntos


—confesó Sila con cierta vergüenza—. Los guardé en casa de Mam y
los mandé a traer esta mañana.

—¿Hablas en serio?

—Quizá algunas cosas no te gusten ya —continuó él—. Cambiaste


en este tiempo. Ambos lo hicimos. Sin embargo, me pareció un buen
detalle.

Con la colcha como su prenda estelar, Min se sentó en el medio de


los presentes para desenvolver todos y cada uno de ellos. Algunos eran
del estilo de Sila, lo que él le habría regalado de tener un poco más de
libertad por parte de Min. Otra parte eran objetos que ella alguna vez
había señalado, prendas y mermeladas cuya fecha de caducidad estaba
próxima a vencer. El resto eran regalos sin sentido que habían
influenciado a Sila a través de la nostalgia.

Min abrió todos y cada uno de ellos, modeló las prendas frente a la
cámara de Sila y enseñó sus nuevas adquisiciones. Sila llenó la
estancia de fotografías que se iban revelando, perpetuando uno de los
momentos más felices que habían compartido. Y entonces, Min dijo:

—Quiero que salgamos hoy.

La sonrisa desapareció del rostro de Sila, bajando la mirada en un


acto fingido de estar revisando el aparato entre sus manos.

—O podemos pedir pizza —ofreció.

—Quiero que salgamos hoy —repitió ella—. Ha pasado casi un


mes desde… Nuestro encierro. Estoy comenzando a cansarme. Quiero
salir. Quiero que me lleves a comer mi comida favorita.

—Quiero, quiero, quiero —remedó con una sonrisa enamorada—.


Sí que has cambiado. ¡Antes tenía que rogarte para que me dieras
permiso de hacerte feliz!

—Bueno, descubrí que mi felicidad no es un capricho —dijo ella


—. Es una responsabilidad. Y justo ahora mi felicidad está en un
restaurante.

—Pensé que estaba conmigo —se quejó él.


—En un restaurante —volvió a decir Min con una gran sonrisa—,
contigo a mi lado.

Sila volteó los ojos, mirando hacia arriba sabiendo que esa batalla
jamás iba a ganarla. Si miraba adentro, hacia el interior, se preguntaba
si el miedo que apretujaba su corazón realmente tenía fundamento.
Sawit no era más que un pobre imbécil que necesitaba terapia, o al
menos así era como lo percibía, sin una gota de valor frente a alguien
que no fuese más débil que él. Por esa razón se engrandecía frente a
Min, porque siendo mujer no era capaz de hacerle frente. Además, se
trataba de un solo día, ¿qué tanto podía pasar por una salida de un par
de horas?

—Está bien —accedió Sila logrando que Min comenzara a bailar


—. Pero déjame organizarlo todo.

Min se detuvo, frunciendo el ceño y volteándose para mirarlo.

—¿Y qué es lo que quieres organizar? —interrogó.

—¿Y a ti qué te importa? —le respondió Sila haciéndose acreedor


al golpe de un cojín estrellado en su rostro—. Tú solo dime qué es lo
que quieres vestir, mandaré a comprarlo.

—Depende de lo que tengas en mente —dijo Min con sonrisa


pícara.

—Será una ocasión muy especial —aseguró él enmarcando las


últimas dos palabras, observando la pantalla de su celular en el inicio
de sus preparativos—. Y será difícil hacer todo esto con tan poca
anticipación.

—Es culpa tuya —acusó la chica—, por tenerme oculta aquí como
a una princesa en la torre más alta custodiada por un dragón.

—¡Es eso lo que nos falta! —exclamó Sila—. ¡Un dragón!


Min puso los ojos en blanco.

—Iré a bañarme, te mandaré las fotos de lo que me gustaría


ponerme esta noche —dijo poniéndose de pie—. Será la primera vez
que salga de casa en más de un mes, espero que me lleves a un lugar
bonito.

—Sí, pequeña —asintió Sila.

Estuvieron listos pronto, antes de que el sol comenzara a resbalarse


por el horizonte. Min eligió un vestido blanco que le quedaba dos
manos por encima de las rodillas, de cuello alto y manga larga ceñido
al cuerpo. Calzó un par de botas altas de color crema, haciendo dueto
con un abrigo que caía más allá del corte de su vestido. Con un
maquillaje discreto y las puntas de su cabello peinadas, se presentó
frente a Sila con una sonrisa.

—Estás irreconocible —murmuró Sila casi con la boca abierta—.


Y pensar que te conocí cuando eras tan solo una niña.

—También estás muy guapo —aprobó Min acomodando su labial


en el pequeño bolso de mano color caramelo—. Pantalones de vestir y
cazadora de cuero negro. ¡Te ves fantástico! Parece que vas a subir al
escenario.

—Tal vez lo haga —dijo guiñándole un ojo.

Min sintió la brisa del anochecer por primera vez después del
encuentro desafortunado con Sawit. Su piel se erizó y los pulmones se
le llenaron de aire limpio. Sila la miró maravillado, feliz de la
tranquilidad que colmaba su rostro. Le abrió la puerta del auto, Min
entró y Sila llevó los brazos al cielo en una celebración muda. Ya nada
se interponía entre ellos. Por fin, después de tantos años, podían estar
juntos.

Anduvieron con la música envolviendo cada asiento, las ventanas


abajo y el aire despeinándolos con libertad. Llegaron al destino, un
restaurante tan alto como un edificio residencial de diez pisos, con la
fachada de espejo y luces verduzcas que surgían del interior. Parecía
un lugar místico.

—¿Qué es esto? —curioseó Min, tomando la mano ofrecida de Sila


y bajando del auto entregado al valet parking.

—Te va a gustar —advirtió él.

No había nadie para recibirlos en la entrada, sin embargo, apenas


se acercaron al umbral, la puerta se deslizó descubriendo un camino de
espejos que, al parecer, los conducían a ninguna parte.

—¿Es uno de esos restaurantes que parecen escenas de teatro? —


adelantó ella en forma de pregunta.

Sila sonrió, sin brindar respuesta, y cruzó el umbral arrastrando a


Min de la muñeca. Fueron recibidos por sus propios reflejos de rostros
confusos, perdidos, emocionados y llenos de dicha. No se trataba de un
laberinto, pero el acomodo de las paredes espejo creaban una realidad
infinita donde, al menos por ese momento, en cada una habían logrado
estar juntos. Sila sacó la nueva Polaroid que utilizaba como a un
juguete de Navidad, detuvo a Min y capturó aquel momento.

Solo entonces una chica surgió de la nada, observando a ambos con


profesionalismo, sobre todo a Sila, reconociendo el rostro del cantante.

—Su reservación está lista —anunció—. Por aquí, por favor.

Los espejos se abrieron para dejar al descubierto un jardín al otro


lado de ellos, o un salón de tablas de madera repleto de naturaleza,
flores y luces que colgaban del techo. Ahí no había nadie, salvo el
personal y pocos espejos más que volvían a dar la impresión de que el
lugar —y el momento— eran infinitos.

—¿Por qué no hay nadie? —cuestionó Min por lo bajo mientras


Sila retiraba la silla y le ofrecía asiento.
—Reservé un privado —respondió con una sonrisa.

Min no preguntó la razón, no obstante, sospechó que se trataba del


miedo de Sila por mostrarla en lugares públicos y que, de pronto,
apareciera Sawit para intentar hacerle daño una vez más. No objetó,
pero tampoco descubrió hasta más tarde que esa no era la verdadera
intención del privado.

Aunque Sila se había encargado de pedir un menú desde la


reservación, Min tuvo la oportunidad de pedir a la carta lo que se le
viniera en gana. Y así lo hizo, sin abusar, preguntando en más de una
ocasión si podían llevarse todo a casa. A Sila se le hacía el corazón
pequeño cada vez que un detalle en la conversación, un gesto o un
comentario apuntaba a que, sin darse cuenta, vivían juntos ya, como
una pequeña familia. Como una pareja de recién casados.

Un nudo en la garganta se formó en más de una ocasión dentro del


cuerpo de Sila, tratando de controlar el sentimiento que le abrumaba
por haber conseguido a la chica una vez más. Min estaba ahí, frente a
él, sonriendo, platicando de cientos de cosas y acariciando su mano
sobre la mesa. ¿Había algo que pudiera superar aquel sentimiento?

—¿Qué pasa? —preguntó Min después de un rato—. He estado


hablando y tú solo me miras como si fueras a vomitar.

—¿Qué? —exclamó Sila pegando su espalda al asiento—. No, no,


para nada. Es solo que… me siento muy feliz de estar contigo. Cuando
no estuvimos juntos pensé que jamás lo volveríamos a estar, que todo
estaba arruinado y que mi vida jamás estaría completa. —Sila tomó la
mano de Min con las dos suyas, observándola fijamente—. Ahora me
siento completo.

Y sin querer adelantar sus planes, Sila soltó a Min y pidió el postre.
La mujer a su lado volvió a repetir que todo lo que no se habían
terminado lo quería para llevar, consiguiendo un par de asentimientos
del personal que revoloteaba alrededor de ellos con gracia y precisión.
El postre llegó, platicaron de una decena de cosas más,
rememoraron algunos episodios compartidos de su infancia y, cuando
los platos se vaciaron, Sila supo que había llegado la hora. La mesa se
limpió, reemplazando la porcelana con copas de champaña, la luz bajó
en su intensidad y la música cambió.

—¿Te gustaría bailar conmigo? —preguntó Sila.

Min abrió los ojos, sorprendida y un poco ruborizada, mirando a su


alrededor.

—¿Qué? ¿Aquí?

—Es un salón —Sila se encogió de hombros—. Hay mucho


espacio. Y todo es nuestro.

Min accedió, observando como Sila le entregaba la Polaroid a una


de las mujeres alrededor de ellos, pidiendo que tomaran buenas fotos.
La mujer asintió, sonriendo, emocionada por lo que estaba a punto de
presenciar.
Con delicadeza, Sila tomó la cintura de Min atrayéndolo a él,
comenzando a marcar el inicio de una coreografía suave que solo
demandaba que fueran de un lado al otro, balanceándose entre sus
brazos como si se estuvieran arrullando el uno al otro.

Sueño de amor de Liszt llenaba el ambiente, cargándolo de una


nostalgia que Sila no pudo predecir. Cada nota lo acercaba más a Min,
queriendo esconder su rostro —y su existencia— en la curvatura del
cuello de aquella mujer, recostarse en su pecho y no hacer nada más.
No ser nadie más.

—Ay, Min —murmuró—. Creo que voy a llorar.

Min soltó una risa que le alivió el alma, suave y sin detener el paso
de su balanceo.
—Tú escogiste la canción —acusó—. Esta es la consecuencia.

Cuatro minutos y quince segundos después, cuando la pieza llegó a


su fin, Sila se arrodilló frente a ella, sosteniendo entre sus manos una
cajita abierta que dejaba relucir un anillo con diamante en bruto. El
silencio se llenó con Chopin - Nocturne op.9 No.2, tan bajito que
parecía el susurro de un fantasma.

—He esperado mucho tiempo para poder estar contigo, parece que
todavía mucho más para vivir este momento. Si mis palabras te
parecen torpes, quiero que sepas que nadie me preparó para esto…
para pertenecerle a alguien, para ser tuyo. Me entenderías si tú
pudieras mirar cómo sonríes, cuando te sonrojas, las curvas de tus
labios cuando te concentras demasiado. —Sila parpadeó, mirándola
desde abajo, con los ojos humedecidos pero la mano que sostenía su
petición completamente firme—. Si pudieras hacerlo, si pudieras ver a
través de mis ojos, entenderías por qué cada beso tuyo me devuelve la
vida y las ganas para seguirla viviendo, comprenderías por qué surge el
deseo de compartir mi vida con alguien y por qué ese alguien, para
toda la vida, serás tú.

Sila hizo una pausa, bajando la mirada para observar la sortija


entre sus manos, tomó aire y volvió el rostro de nuevo a su amada.

—Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado, Min —decretó—.


¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa?

La mujer frente a él temblaba imperceptiblemente, con los ojos


llorosos y el sentimiento en el pecho. Min cubría su corazón con una
mano, pero extendió la otra mientras asentía una y otra vez.

—Sí —dijo en un pequeño sollozo—. ¡Sí!

Sila deslizó la joya en el dedo anular de Min y, al finalizar, esta


última se abalanzó sobre él. Sila se puso de pie, sosteniendo todo el
peso de Min en un abrazo que la elevó y los llevó a dar varias vueltas
de felicidad. En una de ellas, como si el tiempo se detuviera y la
gravedad fuese aliada de ese momento, Min se separó lo suficiente
para ver los ojos de su prometido, le sonrió y le dio un beso. Uno
tierno y lleno de amor.

Las cuentas estaban pagadas y la celebración terminada. Los dos


comprometidos se sentaron para revisar las fotografías de la Polaroid
que la chica preservó durante el baile y la propuesta, revisando los
revelados y tomando la champaña que restaba en sus copas. Min le
arrebató algunas fotografías, las que más le gustaron, para meterlas
dentro de su abrigo y, de paso, obtener algunas objeciones por parte de
Sila.

—No sé de qué te quejas —dijo ella—, de todas formas vivimos


juntos. Si las enmarco y decoro mi casa con ellas, las verás diario
porque vives conmigo.

Sila sonrió rindiéndose ante los deseos de Min, como siempre.

Cansados, planificando tener una noche de películas con frituras,


se despidieron de su entorno y salieron para pedir el coche. Sin
embargo, como una premonición, Sawit estaba ahí, del otro lado de la
acera, esta vez acompañado por Kwan.

Era extraña la forma en la que hacían una buena pareja. Sawit se


miraba más guapo del brazo de Kwan y ambos compartían esa mirada
maliciosa que retrataba bien su naturaleza. Sila pensó en ignorarlos,
esperando que su auto llegase pronto para salir de ahí. ¿Cómo se
habían enterado de su ubicación? Seguramente Kwan se encargaba de
ello, quizá tenía personas buscándolo las veinticuatro horas del día.

—No hagas caso, Min —pidió él, observando a la pareja que no se


movía ni un solo centímetro, con medias sonrisas en los labios,
jalándola con suavidad para llevarla tras de él.

Fue el reflejo de un objeto el que quebró la compostura de Sila.


Kwan, rompiendo la imagen de estatua petrificada, se movió
sutilmente para sacar algo del bolso colgado de su hombro. Por la
noche, Sila tuvo que forzar la vista para reconocer lo que estaba en la
mano de su prometida anterior. Se trataba de un arma de fuego. Al
mismo tiempo, la persona que los había acompañado al exterior del
restaurante se percató de la misma imagen de Sila.

—¡Tiene un arma! —chilló—. ¡Todos adentro!

Kwan escuchó la intención y solo así levantó el arma, apuntando a


todos y a nadie en particular arrebatando un par de jadeos.
Acompañada por Sawit, cruzó la acera sin miedo en su andar.

—Todos adentro —repitió la actriz y, señalando a Min y Sila,


agregó—: Excepto estos dos.

Nadie quiso oponerse a la petición de la mujer con el arma. Todos


entraron, vaciando las calles y dejando como único testigo las cámaras
silenciosas del exterior. El miedo había despejado los sentidos de Sila,
quien todavía mantenía el cuerpo de Min tras el suyo. No sabía qué era
lo que le perturbaba más, si la tranquilidad en los rostros de esos dos o
desconocer de lo que eran capaces.

—Vamos, Sila —dijo Kwan rompiendo el silencio y agitando el


arma con fanfarronería—. ¡Eres cantante! ¿No tienes nada que decir?

Sawit soltó una risa pretenciosa, deliberada y divertida. Le


fascinaba ver a Sila tan diminuto como lo estaba en ese momento y a
Min, detrás de él, tan hermosa como siempre.

—¿Cómo nos encontraste? —comenzó él, intentando hacer tiempo.

—Fácil —volteó los ojos—. Un detective privado. Lo aprendí de


ti, con todos los que contrataste para no perderle el rastro a la mujer
por la que me cambiaste. —Y por primera vez se fijó en Min,
extrañamente desinteresada en su presencia.

—¿Qué es lo que quieres, Kwan? —insistió Sila, arrebatando la


atención de la actriz de su nueva prometida.
Kwan lo volvió a mirar, repentinamente nerviosa al recordar que
no tenía todo el tiempo del mundo. Con seguridad podía afirmar que
las personas dentro del restaurante habían llamado a la policía.
¿Cuánto tardarían en llegar?

—Quiero hacerte pagar por lo que me has hecho —soltó—. Verás,


cuando desapareciste, lo primero que hice fue culpar a Min. ¡Maldita
sea la niñata periodista!, esa que se había burlado en mi cara sobre
nuestro compromiso. Pero después, y gracias a la ayuda de Sawit,
comprendí que, en realidad, Min no tenía la culpa. Jamás la había
tenido. Fuiste tú.

Kwan dejó de balancear el arma para finalmente levantarla,


apuntando firme y decidida hacia el pecho de Sila.

—Siempre fuiste tú —continuó ignorando los jadeos de Min que


Sila silenció con un apretón en su antebrazo—. Tú y la ambición que
tienes por tu carrera, tu egoísmo y lo poco que te detienes a pensar en
el otro. Jugaste con Min, te jugó en contra, y después me elegiste. Me
usaste. Me hiciste amarte, hacerlo de verdad, y después dejaste de
elegirme. Nunca me amaste. Y, siendo sinceros, yo no te amaba. Al
menos no al principio. Me parecía ofensivo que no tuvieras un interés
real en mí y que, además, tuvieses una novia que no era ni una quinta
parte de lo que yo. Me parecía surrealista que dejaras pasar la mejor
oportunidad de tu vida.

Kwan negó, colérica, tratando de acomodar sus pensamientos con


ese movimiento.

—Pero te amé —aseguró con los ojos cristalizados—. Y tú, en


lugar de hablar conmigo, en lugar de dejarme, de darme mi lugar y al
menos pedirme una disculpa, solo desapareciste. Sin decirme una
palabra. ¿Y sabes qué decía tu último mensaje? “Yo igual”, después de
un te amo mío. Lo último que dijiste, antes de desaparecer y cambiar
tu número, fue una mentira a la que me aferré cada día hasta que el
investigador te encontró. Te lloré, como si hubieras muerto, y ahora
creo que en realidad lo hiciste.

Kwan suspiró, sacudió la lágrima que se le había escapado, quitó el


seguro del arma y puso su dedo en el gatillo.

—Así que voy a darte el destino que elegiste tener en mi vida —


concluyó—, el de estar muerto.

Todo sucedió muy rápido. Sawit soltó un “imbécil” que pretendía


fungir como su victoria, colocando su mano en el hombro de Kwan
para brindarle el coraje que no podía faltarle en ese momento. En su
cabeza pensaba que, después de disparar el arma, solo sería suficiente
tirarla con fuerza para desorientarla, tomar a Min y llevarse el auto de
Kwan para desaparecer el resto de sus días. Ella iría a la cárcel y, en
contraste, ellos dos tendrían un final feliz. Por si fuera poco, lo mejor
en su historia es que sus manos no se habrían manchado. Estarían
limpias.

Sawit pensaba que, después de todo eso, iría a terapia y jamás


volvería a ponerle una mano encima a su prometida. Jamás volvería a
engañarla. Buscaría un buen empleo y le daría la vida que buscaba con
Sila. Incluso estaba dispuesto a aprender a cantar. No quería volver a
perderla. Deseaba su perdón. O al menos eso pensaba mientras el dedo
de Kwan sobre el gatillo iba ejerciendo presión.

Kwan pensaba en su propio plan de escape, su redención, lo que


haría después del homicidio de Sila. Pensaba tomar su auto y
desaparecer, quizá en México. Podría llevarse a Sawit. Era un imbécil,
uno patético, pero necesitaría un pedazo de su país en el otro lado del
mundo. Se imaginaba a Min loca, perdida de amor, incapaz de superar
la pérdida, encerrada para siempre en una institución mental.

Sila no pensó en nada, solo en el rostro de Min que deseaba tener


frente a él, aunque era imposible. Si iba a morir entonces, y con toda
probabilidad eso era lo que parecía, lo único que pedía era ver, por
última vez, el rostro de Min. Si el otro lado se trataba de un sueño, uno
eterno, pensaba que la escena que estaba mirando —Kwan a punto de
matarlo con Sawit abrazándola por los hombros— le daría pesadillas
por toda la eternidad.

No obstante, si se giraba, si utilizaba sus últimos segundos para


darle la espalda a la actriz demente frente a él y se encontraba con el
rostro angelical de su prometida, de la esposa que jamás iba a ser,
podía cambiar el rumbo de las cosas. Quizá no alcanzaría a dar la
vuelta. Quizá Kwan enloqueciera de celos y amenazaría a Min
después. Su último deseo era una condena para el amor de su vida y no
podía permitírselo. Si la muerte era un sueño eterno, uno como en la
vida real, manipulable e influenciado por los últimos segundos
consciente, estaba dispuesto a tener pesadillas para siempre. Y todo
por Min. Ese era el mejor regalo que podía darle.

—Min —masculló cerrando los ojos, tan bajo y sin mover los
labios que pensó que no podría escucharlo—. Siempre fuiste tú. Te
amo. Perdóname.

Pero lo escuchó y con una fuerza que era desconocida para ella,
financiada por la adrenalina y la desesperación de salvar a Sila, su
amigo, su compañero, el amor de su vida, su prometido y su nunca
esposo, empujó el cuerpo de Sila a un lado, lo suficiente para sacarlo
de la trayectoria justo en el momento que Kwan disparó.

Un centímetro marcó la diferencia. Un centímetro más a la derecha


hubiese causado un impacto no mortal en el brazo derecho de Sila, las
patrullas que se alcanzaban a escuchar a lo lejos habrían llegado y la
historia habría tenido un final feliz. No obstante, la trayectoria de la
bala estaba un centímetro más a la izquierda, casi rozando la piel de
Sila, pasando su cuerpo sin dejar un solo rasguño e impactando en el
corazón de Min.

Nadie comprendió lo que había sucedido. Sila se mantenía de pie, a


un lado, sin una sola herida. Min los veía con los ojos muy abiertos,
con el ceño levemente fruncido, y por un segundo Sawit pensó que el
arma no se había disparado —o Kwan había sido lo suficientemente
estúpida y se había disparado a sí misma—. Nadie pensó que, en
realidad, Min estaba a segundos de morir. Ni siquiera Sila, quien
procesaba la información tan lento como todos los presentes.

Fue la voz de Min que los regresó a la realidad, uno a uno. Primero
a Sila porque su nombre salió de entre sus labios.

—¿Sila? —su voz sonaba deformada, compungida por el dolor.


Así, todos observaron la mancha rojiza que se iba impregnando en el
abrigo que llevaba encima—. ¿De verdad siempre fui yo?

Su cuerpo no pudo sostenerse, se desplomó. Sila la alcanzó en el


aire, desplomándose a su lado, impidiendo que su cuerpo cayera sobre
el asfalto. La acunó en sus brazos, muy similar al momento en el que
habían bailado antes de la proposición, buscando la herida con
desesperación.

—¿Qué es lo que sientes, Min? —preguntó Sila desesperado,


repitiendo esas palabras cinco veces sin tomar un solo respiro.

—Estoy mareada —confesó ella sin aire—. Sila, ¿de verdad


siempre fui yo?

Frente a ellos, como ajenos a la escena, estaban Kwan y Sawit. El


hombre a su lado, tan solo comprendió lo que la actriz había hecho,
enloqueció. Profirió tantos insultos como le fue posible, le arrebató el
arma y con ella le golpeó en la sien. Kwan cayó a la acera, solo para
seguir escuchando más insultos, recibiendo más golpes en el resto de
su cuerpo con la empuñadura del arma. Sawit, por fin, había perdido la
razón.

Al encontrar el orificio de impacto, Sila entendió que no quedaba


mucho por hacer. El corazón de Min estaba dañado, esta vez de una
forma irreparable.
—Vas a estar bien —mintió cubriéndola con su propio abrigo,
como si el frío se la fuese a arrebatar mucho más rápido—. Estás bien.
¿Escuchas eso? Es una ambulancia. Tal vez, después de todo, ese
maratón de películas del que estábamos hablando tendremos que
hacerlo en el hospital.

Cada parpadeo de Sila despedía una nueva lágrima. Una de ellas


cayó sobre las pestañas de Min, haciendo parecer que ella también
lloraba.

—No me mientas —pidió—. No lo hagas más. No quiero que lo


hagas. Solo quiero que me digas una cosa. ¿De verdad siempre fui yo?

Y luego un jadeo de sorpresa salió de sus labios.

—Sila, ya no veo —esta vez sonaba temerosa y las lágrimas que


salieron de sus ojos fueron propias—. No veo nada, Sila.

Sila no pudo evitar un sollozo que lo llevó a aferrarse más a ella,


pegando su nariz en la frente de Min.

—Pequeña, estás bien —lloró—. Estamos juntos. Solo te estás


quedando dormida, pero te prometo que me verás ahí cuando
despiertes.

Jamás una mentira había dolido tanto.

—Sila —repitió Min, esta vez casi inaudible—. ¿De verdad


siempre fui yo?

—Siempre fuiste tú —prometió, pero Sila nunca supo si de verdad


había escuchado la respuesta a su pregunta.

El corazón de Min se detuvo, aflojando su cuerpo entero y


derramando una última lágrima. Un segundo disparo se escuchó pero a
Sila poco le importó, cerró los ojos y le imploró al cielo que él fuera el
siguiente en irse.
Sin embargo, esa noche, la única en irse fue Min.

∞∞∞
Tiempo después, fuera del trance en el que Sila había entrado,
entendió que Sawit había intentado cobrar la vida de Min arrebatando
la de Kwan. Y había fallado. La pareja de psicópatas terminó tras las
rejas, con Kwan aceptando toda culpa, su mirada era vacía tras la
agresión brutal sufrida a manos de Sawit, y este último fingía tener
demencia para ser trasladado a una institución mental. Fue uno de los
casos mediáticos más sonados del año. El rostro de Min llenó los
noticieros donde los comentaristas siempre señalaban su romance con
el artista del momento.

Sila no quería enterarse de nada, lo único que hizo fue pagarle a su


equipo legal para asegurarse de mantener a los responsables en la pena
máxima. Después de eso, se sentó frente a su escritorio, aquel en la
casa de Mam, ese en el que Min había hecho tantas tareas en su época
del colegio, mucho antes de comenzar con su carrera musical, y
escribió.
Hola, Min.

Ha pasado mucho tiempo. Quizá ahora me odies, donde sea que estés. Tendrías mucha
razón. ¿Escuchaste lo que te dije cuando pronunciaste tu última pregunta? El tiempo me ha
dicho que seguramente sí. Que te fuiste en paz.

Quiero contarte que mi tía Mam va a casarse otra vez, con Plug. ¿Puedes creerlo? Cuando
los veo, a veces me da la sensación de que somos nosotros, en otra vida. Quizá solo te extraño,
demasiado, y pienso en esa clase de tonterías todo el tiempo.

No falté a tu funeral, aunque seguramente lo sabes. A Plug le dolió tu muerte muchísimo,


igual que a mi tía Mam y, por supuesto, a mí. ¿Pudiste verme? Te puse tu anillo de
compromiso. Desde ese día yo llevo el mío. Me gustaría gastar toda esta hoja para describir el
odio que siento por… Ni siquiera voy a mencionarlos.

Min, lo siento.

¿Sabes de las flores? Hice un altar en casa de Mam, viví ahí mucho tiempo, todo lo que
me tardó escribir este libro. Toda una habitación llena de las fotos que cuentan nuestra historia.
Es algo demasiado fuerte, porque las últimas fotos, esas que guardaste en tu abrigo, bueno…
Están manchadas. Y ahí cultivamos, Mam y yo, tus flores favoritas. Esas rosas rojas que
siempre te gustaron.

No tengo duda de que la vida nos volverá a juntar algún día, ya sea en este mundo o en el
que sigue, solo quiero decirte que sea como sea te voy a encontrar. Es una promesa. O una
amenaza. Pero tú y yo, pequeña, no hemos terminado con nuestra historia de amor. Te seguiré
esta vida, la que sigue, y todas las que sean necesarias. Siempre.

Porque siempre fuiste tú.

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