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Alguien al pasar junto a un arbusto escucha varios espeluznantes zumbidos.

Todos los días


es igual y se percata que de manera impensable en ese arbusto permanecen al menos 20
moscas verdes, de las de la mierda. Está cada vez más asqueado y sorprendido, hasta que
con un palo hurga el arbusto y cae lo que parece ser una mano humana en avanzado estado
de descomposición.
Esto sume al protagonista en una especie de enfermiza curiosidad que lo lleva a vigilar el
arbusto cada semana más tiempo. Llega un momento en que pierde su trabajo y la única
motivación en su vida es vigilar al arbusto (aún y cuando la mano cayó y fue ¿tirada a la
basura? Las moscas siguen ahí).

Venía distraido, cansado y algo malhumorado cuando escucho el desagradable zumbido.


Por instintiva reacción se agachó un poco, al tiempo que giraba su cabeza hacia arriba para
tratar de ver al gigante insecto que se abatía sobre él. No vió ningún insecto, lo único que
había cerca de la altura de donde hace unos instantes estaba su cabeza era un arbusto.
Mucho más tranquilo –y despierto–, recobró su postura erguida y continuó hacia su casa.
Al otro día había olvidado el incidente casi por completo cuando un nuevo zumbido cerca
al arbusto lo detuvo. Apartando el terror que sentía por los insectos voladores, acercó su
cabeza al arbusto para tratar de ver qué era lo que producía ese ruido que solo podía
provenir de allí.

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